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El Peregrino en la Venta de Adosinda

en Zoofilia

El Peregrino en la Venta de Adosinda

Llevaba ya tiempo vagando por viejos caminos santiagueros sin ver un alma, y las señalizaciones del Camino iban desapareciendo, al igual que mis viandas, con lo cual el perro del hambre me iba carcomiendo los intestinos. Tras dos días tormentas, con hambre, frío y barro, llegué a la puerta de la vieja Venta de la que me habían hablado días atrás.

La casona era tenebrosa, medio desvencijada y dejada de la mano de sus propietarios, y allí me clavé tras salir de una bifurcación, ante el portalón de la Venta Chans, del interior salieron unos profundos y fuertes ladridos, al poco  se dejaron ver  dos impresionantes dogos alemanes, uno negro y otro marfileño, que no sé si por mi color o mi hedor de sucio negro se abalanzaron sobre mi  esperando poder descuartizarme, cuando una orden femenina algo carrasposa  los dejó como petrificados a unos centímetros de probar mis carnes.

Salió del interior del caserón una madura algo destentada y de abundantes carnes, que se quedó parada al ver mi negrura antes su puerta, tras ello me preguntó que quería:

-Pues verá señora, si es posible cama y comida, si ello no fuese muy caro.

Me responde tras observarme centímetro a centímetro, dejando que sus guardianes me olisqueen sin dejar de gruñir.

-Pues, la Venta hace tiempo ya que no funciona, ya casi nadie pasa por aquí, pero viendo como está el tiempo, supongo que podrá quedarse, y lo del pago creo que lo podemos arreglar.

Pasé con un miedo atroz dentro del caserón con aquellos fieros cancerberos detrás de mí persona oliendo mi grupa, tras sentarme, y a una orden de Adosinda, los gruñidos   pasaron a ser dulces y largas lamidas a mis manos y pies para complacencia de su dueña y de los propios canes: Becerrillo el negro, y Leoncico el marfileño.

Se echaron ambos ejemplares a mis pies mientras Adosinda me traía unas ropas secas y limpias, y me exponía las condiciones de la estancia.

-Bueno mi buen Peregrino, viendo que estás en plena forma, aunque hambriento puedo darte techo y comida a cambio de que me eches una mano en la casa, que como ves necesita de arreglos y limpieza, y la estancia te saldrá gratis, y hasta si te portas bien igual cae alguna perra.

-Muchas gracias, Doña Adosinda, le dije con zalamera sonrisa y haciendo entrever que entre las piernas también había más herramientas.

Esta me mandó desvestirme allí mismo, para poder lavar aquellos ropajes: túnica, calzones y camisola, viendo lo que acontecía tras la prenda más íntima, me pidió que también le diera quedando en cueros ante aquella extraña familia. Doña Adosinda arqueó las cejas al ver mi cuerpo, y sobre todo al ver el instrumento que colgaba entre mis piernas.

-Dios Santo, que barbaridad, sabía que los negros la tenéis grande, pero esto es una aberración de polla. En fin a la pila que habrá que fregotearte.

Y allí me metí en la pila de agua, que estaba más bien fría, eso sí hasta que Adosinda me empezó a fregotear con aquel viejo estropajo, con el cual de tanto frotar no solo me quitó el frío, sino que casi que me quita hasta el color. No se entretuvo solo con la espalda, y ya puesta en acción  como ella decía, me fregoteó a base de bien no dejando hueco sin hollar, incluso entre las ingles y mi polla ( Armagedón), que por ciertono estaba para muchos trotes.

Tras la cena copiosa cena a base de diversos condumios, Adosinda me mostró mi camastro al fondo de un largo pasillo, cuando pasábamos por delante de su habitación hizo que  Becerrillo se quedara en dicho cuarto,  mientras conmigo siguió Leoncico, que no tuvo ninguna duda ante la orden de Adosinda, acerca de que el gran danés fuera mi guardián nocturno, - Por si las moscas-

Así dormí aquella noche ensoñando con beldades a las que besaba y manoseaba y me chupaban…, hasta que desperté y me encontré abrazado a Leoncico, que me tenía completamente babeado, y embelesado con tan rico festín.

Al dia siguiente empezaron la tareas pendientes, o sea  limpiar toda aquella mugre, arreglar el tejado, cortar leña, en fin un dia sin descanso en el cual fui descubriendo el cuerpo de Doña Adosinda, algo viejuno y abandonado, pero todo él era algo que podría mejorar un buen fregoteo, como así hizo antes de la cena, mostrando un generoso cuerpo en toda su dimensión: culera, barriga y tetamen, zonas a las cuales le ayudé a fregotear, aprovechando para arrearle unos descarados sobeteos a los cuales Adosinda se prestó de buena gana.

Todo ello nos puso a tono lo que unido a la cena y el vino nos enardeció aún más, lo que al final nos llevó a la gran cama de Doña Adosinda, a ella nos subimos tanto ella como yo, y para mi sorpresa los dos berracos que tenía por perros.

Armagedón, no es que estuviera para mucha revista, por lo cual Doña Adosinda tomó cartas sobre el asunto, procediendo a echarme en unos grandes almohadones, abrió cuanto pudo mis piernas y se regodeó cuanto  quiso lamiendo y chupando a Argamedón, que fue tomando cuerpo, aunque no tanto como yo quisiera, tal vez la presencia de los canes atemorizaba mi libido, lo cual hacía que el instrumento que tanto parecía gustar a Adosinda, se quedara  amorcillonado.

Adonsida, viendo el escaso efecto y para quitarme el miedo, y también por aquello de aclimatar sus agujeros a mi polla, según ella decía, ordenó a Becerrillo se encargará de Armagedón, los lametazos de dogo a mi polla iban haciendo su efecto, sobre todo cuando la lengua iba de la regaña que buscaba con ahínco hasta pasar por la huevada y terminar succionando la cabeza de Armagedón, como si fuera una teta. Estaba claro que Adosinda tenía sus perros guardianes bien adiestrados.

Mientras Becerrillo chupaba Adosinda arrodillada entre las patas  le mamaba su pirindola a la vez que hacia un buen pajote, por lo cual el bicho pronto dejó asomar una bola que cada vez se fue haciendo más grande, ya en esa posición  dio una palmada a su grupa y el marfileño Leoncico se levantó sobre sus patas traseras para abrazar el culamen de su dueña enchufando tras unas embestidas  su pirulo en su chumino que se acomodó dentro de este  hasta las trancas, pues los chupetones y los hayes se dejaron oír un buen rato, y más cuando Leoncico tras echarle todo adentro a la madama, se dió vuelta  sobre su eje, y quedando ambos, perro y dueña,  pegados culo con culo. Era todo un espectáculo.

Pero Armagedón, no parecía dispuesto a soltar su lechada, por lo cual Doña Adosinda dijo: -Por mis ovarios y los pollones de mis aguerridos dogos, que este pollonazo tuyo  va a escupir cuanta lechada almacenan estos huevazos tuyos.

Dicho y hecho, Adosinda se deshizo de Leoncico, se puso de rodillas, metió a este bajo su grupa para que lamiese hasta lo más profundo la lechada de su chumino, ese que le había dejado él metida hasta lo más certero, y puso a Becerrillo a chuparle el porongo y la raja negra, mientras ella se aplicaba  con Armagedón, y así comenzó de nuevo una suerte de mete y saca, tras ser chupada y lamida, y llena de babas y si soltar mi polla arrastró cama arriba a Leoncico, al que enseguida apuntó su pollón a su chumino, y con una palmada en su nalgona grupa hizo que como un resorte Becerrillo se subiera a su grupa buscando donde hincarla, Como el chumino estaba ocupado, pronto la herramienta del can encontró el gran ojete de  Adosinda, que no pareció muy afectada por el encontronaje perruno, el fluir del pollón canino se fue todo adentro del ojete de la madama, mientras yo sobaba y piñizcaba aquellas grandes tetas perladas con unos buenos pezones medio vacunos.

De nuevo el dúo perruno bien entrenado, colocó su bola dentro de los respectivos agujeros de Adosinda, que al crecer dentro de ella boqueaba y bizqueaba a la vez que me subía al séptimo cielo con aquella succión entremolar , junto con los retorcimientos de huevos y el paroxismo llegó cuando uno de sus gordos dedos buscó mi próstata. por lo cual Armagedón que ya había tomado cuerpo, y mi libido ya estaba pletórico al ver encalomada de aquella guisa  a mi  fiel chupadora, dejó salir la lecha merengada de tantas semanas, lo cual gustó a la Adosinda y sus guardianes, pues la muy bruja tomaba lefa a puñados y se restregaba por todo el cuerpo para que su dos guardianes la chuparan mientras la jodían.

Ahora me tocaba a  mi darle placer a Adosinda, pero eso no era lo que ella tenía previsto, dado que mi polla era grande y necesitaba aclimatación, y aunque yo estaba de subidón, me puso a cuatro patas, y  me sobó por debajo, el instrumento y m lo chupaba mientras los  dogos  se relamían chupándole a ella, mis huevos y mi ojete. No era que me entusiasmara, pero si aquello era el precio para follarla, lo daba por bueno pues sentir aquellas largas  y suaves lenguas  entrando a saco por entre los dedos de Adosinda que me abría a buen rito los esfínteres, era una gozada, aunque los inductores fueran perrunos.

Me tenía entregado, motivo que aprovechó para subir a mi grupa a Becerrillo, y dejó que este me encalomara, pero dejando fuera la bola perruna,  tras ello  nos hizo echarnos de lado en la cama y  aprovechó el momento y situación de colocarse a modo de cuchara para meter al morcillón Armagedón en su gran ojete,  y puso a Leoncico, contra su pecho, se encalomó su polla en el chumino, y allí morreándose de lo lindo, dimos por cumplida la faena.

A la mañana siguiente tocó día de trabajo en la casa y por los aledaños dado que el día amaneció pletórico de sol. La finca estaba cruzada por un risueño riachuelo hasta cuya vera fuimos recogiendo leñas, en una de esas estando  Doña Adosinda sobre un gran árbol caído, la cogí por sorpresa por detrás, le alce los faldamentos y haciendo aun lado los pololos, la sobé cuanto quise, era algo que no le gustaba que la dominasen, ella quería mandar, pero se había acabado esa historia, saque a Armagedón y se lo endiñe en su potorro sin más contemplaciones.

Sentir el pollonazo a toda velocidad y que además le reventara la blusa para esmengarle bien la tetas, la puso a cien y a mi más, y aunque erre que erre,  quería irse pero al echarle el faldamento por encima de la cabeza  y atarle las manos con los pololos,  eso hacía crecer a mi querido Armagedón que dio toda su talla.

Hasta tal punto que Adosinda, gritaba : -Cabrón que me partes, sacala ya, o llamo a los perros- pero ni caso hacía yo, que logre llevarla hasta el séptimo cielo allí mismo, sobre el eje arbóreo, la fustigué  hasta que me vine dejándole el chumino inundado, llamó a los perros para que la defendieran, pero a  estos les mostré el festín de lefas y ni caso le hicieron a la jefa, por lo cual se vio sorbeteada a doble lengua.

Cuando se cansaron y empezaron a lamer sus propios pijos, y yo viendo aquella grupa, con las faldas levantadas con los pololos a media rodilla, no dudé en encalomar a Argamendón en su ojete que se abría a cada chupada de sus dogos, que buena estampa.

Fue poner la cabezota de la polla amorcillada en su ojete, para que este se abriera en apetitosa hambruna, y allá metí de un pollonazo todo el ariete mientras Adosinda se cagaba en todo y amenazaba con matarme, eso unido al ingrediente de sentir la dos largas lenguas  de los dogos queriendo entra también  por aquel pozo de extracción que Armagedón estaba hollando, era todo un placer sacar a este y sentir cómo aquellas  suaves esponjas succionaban mi polla, si para mi ya era la ostia bendita, ya no digamos al final para Adosinda, sentirse así expuesta, dominada, haciendo cada uno lo que quería.. y ya en pleno delirio, ya pedía que le diera caña al mono.

Lo  cual fue toda una fiesta de la que hubo que rescatar a Adosinda, pues cuando me corrí en su culo,  que viendo sus dogos la grupa  de su ama tan expuesta  y llena de condumios y lefas, no dudaron en follarla cuanto quisieron y por donde les vino en gana.

Toda una experiencia para la damisela Adosinda, al cual no me mató, sino que me premió ofreciéndome una semana más de alojamiento, o lo que me viniera en gana, eso sí mientras calmase sus ardores.

 Agradecí su ofrecimiento, pero a la dos semanas ya me fui mundo adelante, pues ya estaba un tanto cansado de tanto folleteo, pues ya no era a la noche cuando eran las juergas del folleteo, sino a cualquier hora  la veía exponiendo su grupa, ya sin bragas, para que la montasen a las bravas, a lo cual le encontró gusto y placer.

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