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Mi querida y perversa familia (i)

en Zoofilia

MI QUERIDA Y PERVERSA FAMILIA

Realmente uno con el tiempo se va dando cuenta de las cosas, y ese fue un axioma que he ido descubriendo poco a poco, dándome cuenta de que vivía en una familia de perversas maneras sexuales, que iban desde mi propio padre a la abuela.

Con el tiempo mi di cuenta de que mi padre le iban los machos, y sobre todos los maduros ya metidos en años, y sobre todo con buenos instrumentos que soplar y afinar.., por tanto que mejor que Floro, el abuelo paterno, el cual se casó con mi abuela materna, una vez ambos que quedaron viudos, se dice que entre ambos mataron a sus respectivos conjuges a disgustos, pues ambos eran unos mojigatos, y claro vivir con dos pervertidos era algo que pudo con su salud. Amén de que ambos exprimieron a sus parejas hasta la extenuación como esclavos sexuales.

La verdad es que eran todos bastante discretos en sus formas, pero sí que uno si es observador, y yo lo era, pues iba encajando las piezas, pues bien por aquí o por allá a uno le iban quedando en la retina escenas, y situaciones, que no es raro que hoy hayan conformado mi naturaleza sexual y amorosa.

Ya desde pequeño, andaba yo tirado por la cocina de casa, para ver mirar por debajo de las faldas, para ver si las hembras de la casa, como mi abuela (Gertrudis), o mi madre, así como una de mis tías que luego se convirtió en mi madre (Lidia), sí estas llevaban bragas, llego a gustarme la matosidad que había entre sus piernas, lo cual me impedía ver otra cosa que pelos y más pelos, pero aun así aquello  me gustaba, eso cuando no contemplaba el fiero guardián de sus intimidades perlado de un grueso algodón blanco

A mi abuela siempre la recuerdo, o casi siempre sin sus pololos, por tanto, su gran chumino era todo un espectáculo, y al tener menos pelo en las ingles dada su avanzada edad, esto permitía contemplar sus carnosos labios, y un pito pequeño a modo de querubín como lo llamaba mi abuela, lo cual para mí era una delicia contemplarlo, y manosearlo, ante lo cual la abuela no ponía mucha resistencia.

Desde bien pequeño, me dicen que tenía la manía de mamar de las tetas de mi madre, a la vez que con las manitas jugueteaba, una con su teta, y la otra se quedaba colgando y siempre terminaba entre las bragas de mi madre. Cuando a los dos años murió mi madre, y mi padre se casó con la hermana de su mujer (Lidia), me dice la abuela que seguí adoptando tal manía, aunque no saliera nada de aquellas hermosas tetas de la tia-mama-madrasta Lidia, pero eta parecía gozar con aquellos inocentes comportamientos infantiles.

Incluso la tía Gelmira, adoptaba esa pose de madre amamantadora cuando nos visitaba, no se sí para realizarse como madre, adoptando esas actitudes, o porque le daba placer el que yo le chupase, ya grandecito, sus tetas a la que manoseara entre sus bragas.

Yo Jesusito, lo hacía sin mala intención, pero me quedó con un resorte natural el tener atracción por las tetas, y rebuscar entre las bragas de las mujeres; aunque caso aparte era mi abuela, a la cual sus enormes tetas le salían por debajo de la camiseta, dejando ver unos pezones negros y enormes, que a mi apenas si me cogían en la boca. Todo en mi abuela era descomunal, sus tetas, su chocho, su clítoris, menos su culo y nalgatorio que era estrecho y respingón.

A mi padre siempre le recuerdo detrás de Floro, y su enorme flauta, era raro que no les viera por debajo de mesa andar hurgando uno en la bragueta del otro, incluso alguna vez, vi desde mis escondites  como mi padre dejando caer una servilleta, aprovechaba para soplar la gaita del abuelo Flor, y algunas otras, como cerraban de un portazo las puertas de habitaciones y salones cuando les sorprendía haciendo la cucharilla, con los pantalones a medio muslo.

Ese fue mi ambiente de niñez y adolescente.

La madurez digamos que la pasé fuera, estudiando, o sea que cuando volví al caserón de los García-Pelaez, me encontré con ese ambiente y con mi plena conformación como hombre, lo cual se apresuró a palpar y a comprobar la abuela en cuanto pudo, a la hora de hacerme llegar toallas al baño, y a modo de excusa lo que encontró fue una polla de mediano tamaño, que en erección se ponía gordo de cojones, y cuyo glande se volvía enorme.

Mi abuela digamos que a estas alturas ya pasaba de hombres, y que le iban cosas más fuertes, chuparme la polla debía de ser uno de sus deseos, pero ahora ya no era un niño, lo cual no obstaba para que yo intuyera sus deseos.

Pero es evidente que yo no conformaba aún parte del gremio de pervertidos de la familia, digamos que me mantenían al margen, para entregarme puro para mi futura esposa, a cuya búsqueda tanto la abuela como mi mamá se confabularon para tal objetivo. Pues a buen seguro que tenían alguna candidata que cumpliera las expectativas de la familia al completo.

Por mi parte andaba provocando a la abuela, para ver si en una de estas podía meterla en caliente, pues ya iba para cinco meses que vivía con ellos, y salvo pajas, no logré otra cosa, como amigas no tenía, y las putas estaban a más de 250 km, como que me tenía que aliviar por mi cuenta.

Por eso quiso ayudarme la providencia con algún que otro polvo con la beata del pueblo Doña Rosario, a la que pillé en la zona oscura de la iglesia dándole una mamada al viejo cura D. Asensio, por lo cual la chantajeé para que en pleno rezo de rodillas al atardecer y en la semi-penumbra de la ermita familiar se dejara encalomar. Pero eran polvos muy insustanciales y rápidos. Iba le levantaba las faldas le bajaba los pololos, le echaba un salivazo, y allá me iba todo adentro, sin que Doña Rosario dijera ni mu, ni dejara caer un suspiro. Y eso sí se negaba a cualquier otra formula de relación, salvo esa.

Quiso la fortuna que un día pillará en los salones altos de la casa, camino de las buhardillas del palacete que quería adecuar para mis aposentos, y pudiese ver a mí abuela haciéndoselo con Napoleón, el perro gran danés del abuelo Floro.

Lo cierto es que la abuela era toda una experta domadora de animales, como pude comprobar, que era lo que le iba a media familia desde hace ya un tiempo, la zoofilia.

Una vez sabidas las querencias familiares, y habiendo descubierto los puntos de observación, vi como la Gertrudis, domeñaba a Napoleón, a su antojo. Le decía PLas, y el Gran danés se sentaba sobre sus posaderas, y se mantenía estático, la abuela en porretas, se arrimaba a él en plan cuchara, y se sentaba encima de su ya incipiente príapo, que se engullía el vaginamen de la abuela  en un pis-pas, era tocar el punto sensible, de ambos, cuando el perro iniciaba su movimiento copulatorio a toda velocidad  poniéndose la abuela a cuatro patas, y como ya le había entrado todo de una vez cuando se sentaba encima de la polla del animal, tan solo era dejar que a Napoleón le creciera la cebolleta de su polla en el seno del culo de Gertrudis, que pronto ponía los ojos en blanco, sobre todo cuando la polla, y el nudo llegaban a su máximo esplendor y los zurriagazos de semen se disparaban dejando abundantes reguero por los muslos de la abuela.

En otras ocasiones se ponía a cuatro patas, llamaba a Napoleón, que ya estaba a la expectativa y este a lo fiera la montaba por donde podía, a tropel y con peripatético descontrol con respecto al resto de las montas

Una de las posturas preferidas de ambos, y Napoleón se dejaba hacer era que el perro se echaba en la cama de espaladas, y la abuela lo cabalgaba, mientas el can levantaba las patas le lamia las tetas  y se veía el cañamón entrando con todo el poderío en cualquiera de los dos agujeros que la abuela le hubiera ofrecido. Alguna que otra vez, y eso lo grabé se acercó D. Floro por aquellas latitudes para que Gertrudis le chupara el mondongo, mientras Napoleón montaba a su esposa Gertrudis, y él se morreara  con el can encima de la espalda de la abuela, que gozaba aún más sintiendo las babas de ambos sobre su espalda.

Y así día tras dia iban pasando por mi retina ciento de imágenes de las más pura perversión sexual, cuya protagonista era casi seimpre la abuela, aunque en algunas coyuntas cooperaba tambien cuando venía de visita la tía Gelmira, de cuyas apetencias más tarde me pondría al corriente la abuela, o el abuelo Floro, que también se dejaba encalomar por Napoleón de vez en cuando, pero sin que le ensartase el bulbo, por lo cual por otra parte no dejaban de tener en pleno culo un buen instrumento en longitud y grosor, pues pasa de los 25 cm y unos  4 centímetros de diámetro. Un buen pollón.

Cuando ya mi polla estaba por estallar, cogí a la abuela por banda y un tanto desprevenida, pues acababa de darse el lote con Napoleón, que la había descabalgado a pelo, con un sonoro plop, y ella  allí se quedó con su chumino babeante y a cuatro patas, lo cual aproveché para ensartarle mi floripondio por la puerta trasera, el cual me trasegó mi polla como si nada, y cuyo glande creció para alegría de mi abuela, que se retorcía por salirse del traidor pollonazo, pero la tenía bien sujeta, a la vez que le ponía en el teléfono en formato video , sus diferentes montas con Napoleón.

Al final se entregó y se dejó hacer, y puedo decir que me corrí dentro como un mapache, y terminé entre sus muslos, chupando aquel inmenso clítoris, que le hacía las delicias de mis tías, incluso parece que había probado el cura del pueblo y la beata Rosario, a quienes se beneficiaba Gertrudis, cuando le picaba su nabo clitoriadiano con el que hacía maravillas con sus dos esclavos eclesiales.

Tras la follada quedé con mi abuela, que tenía ganas de tírame a las hembras del clan, a lo cual ella se resistía, a la vez que le pedía detalles íntimos sobre las querencias y preferencias sexuales de todas, se negaba en redondo, pero le hice una oferta imposible de rechazar, por un lado no hacer públicas sus andanzas, que yo creo que la traía al pairo, y que le haría un regalo especial para sus devaneos zoo, y de paso aportarle algo que no habría probado hasta ese momento, y que yo tendría en unos días ocasi´çon de prestarle un servicio como doctor veterinario encargado de suministrar a mi tío elñ marido de mi tía Gelmira, veterinario de profesión y coleccionista de animales, parte del contingente  de su pequeño zoo, en el cual gracias a mi ayuda contaría  con algunos animales interesantes.

Mi abuela cuando oyó que tendría a su merced un buen pollonazo, y sobre todo algo no conocido, quedó encantanda y estuvo pronta a contarme que a mi mama Lidia, digamos que estaba pirrada por mi, y  que la tal Gelmiraa se tiraba todo bicho que tuviese polla fuera hombre o animal, eso si a espaldas de su maniático marido que se iba detrás de jóvenes filipinas, dejando a su impresionante señora in albis..

Por tanto, si cumplía parte del trato, de hacerla gozar de algunas exquisiteces, ella podría organizar el viaje hacia Barcelona para entregar al veterinario, mi exótico animal, y organizar la llegad de otros, con los cuales se podría intentar algo, y en ese viaje, la abuela me prometía poner a mi servicio a mi mamá.

Por tanto, quedé con ella, en una cita en sus aposentos particulares. Llegado el día la abuela Gertrudis estaba expectante tanto por lo que pudiera suceder como por el contenido de la pesada caja que traía conmigo, y como no por el ruido que ella acontecía.

Quedamos en que, si la experiencia que iba a tener lugar en unos minutos era satisfactoria, me pondría a sus hijas a mi merced, o sea a mi mamá Lidia y a la tía Gelmira.

Empecé a preparar a mi abuela, a la que desnudé y até de pies y manos a la cama, y le puse un pequeño antifaz para que no pudiera ver ninguno de mis preparativos.

Estos consistían en poner a tono con un buen masaje de aceite esencial a la abuela y que a la vez atrajera al animalito en cuestión que ya pugnaba por salir de su jaula oscura. Aproveché momento, de tener a Gertrudis a mi merced para mamar aquellas inmensas tetas y pezones, que pugnaban por levantarse pese al tamaño y el peso, el que sí salió de su covacha fue el querubín clitoridiano de la abuela, al cual le dediqué unas buenas chupadas.

Una vez en situación, saquí a mi gran quilonio de más de 45 kilogramos de su caja-jaula y unté a la abuela con una crema-aceite que mi hice traer con el animal , paralelamente acoplé al casco del tortugo unas protecciones para que las fuertes patas con increíbles uñas del animal,  Sandokan, allí se llamaba mi tortugo, no pudiera dañar a  mi querida abuela, ya que el olor le estaba volviendo muy, pero que muy loco.

Hecho esto, el tortugo fue raudo y veloz a por su presa, que ya estaba preparada en forma que este la pudiera alcanzarl sin muchos problemas. La abuela estaba expectante, y se preguntaba ¿que sería lo que tendría que probar de la mano de su nieto…?

Cuando sintió las patas del tortugo Chelonoidis hoodensis de mediana edad ponerse sobre ella, le dio un escalofrío, ¿que era aquello que reptaba sobre sobre su pelvis, y rociaba su mata de pubis con tan fétido olor? En ello debía de estar pensando mientras se retorcía, cuando sintió el apretón de la patas del tortugo, y el latigazo de su musculo peneal que entraba raudo y veloz en la caverna calentita que le ofrecía pasivamente mi abuela, la cual se retorcía para quitarse aquello de encima, que pesaba un montón, y que hendía y jalaba de sus carnes a la vez que la regaba a mansalva con un fétido olor.

Se retorcía pues del latigazo, que le había llegado hasta lo más hondo, pero ella estaba acostumbrada a grandes penetraciones, lo que no se imaginaba es que unos segundos más tarde, aquel látigo se abriría como un floripondio en primavera, y esa especie de ventosa se pegaría a las paredes interiores de su vagina, y taponaría todo su conducto expandiéndose en su interior de forma inmensa, para dejar salir al semen acumulado de la hibernación el cual quedaría retenido en la presa copulatoria de Sandokan.

Sentir como el pene de Sandokan pugnaba por amoldarse aquella abertura, y a la vez  la rociaba a todo trapo para inseminar a la abuela dejó cao a la abuela sobre todo  cuando Sandokann soltó su bramido y se dejó caer hacia atrás sabiendo que durante unos minutos era presa de esa íntima unión con la abuela y le iba a regar hasta las mismas entrañas, solté las amarras de los pies a la abuela y le quité el antifaz.

Cuando vio aquello entre sus pierna, boqueando y dando bramidos y el placer que le daba jalar de su vagina e intentar arrastrar con ello a Sandokan, aquello era algo indescriptible.

. La abuela pese a los años, logró otro ansiado orgasmo, por el cual me felicitó con una buena mamada, y se apenaba de que Sandokan no fuera como su Napoleón, de monta diaria, aunque la abuela decía que, si la dejaba aquel inmenso quelonio un tiempo, ya vería lo vería lo que eran acoplamientos. Pero eso era imposible

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