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Therese y Lucette I Parte

en Amor filial

Therese y Lucette

I Parte

La historia empieza en Paris en un día lluvioso de otoño a principios de la década de los cincuentas, en una Europa devastada por la guerra.

Jaques Dupont era un joven abogado que trabajaba en una notaría de un barrio elegante de Paris, a sus treinta y cinco años se consideraba afortunado de tener un empleo que le daba para llevar una vida cómoda aunque sin lujos, y también por el hecho de haber conocido  hacia escasos dos meses a la mujer que pensaba que iba a ser su esposa, pues se había enamorado perdidamente de una bella dama, Therese, que era una mujer extraordinariamente bella, y aunque vestía pobremente, tenía todos los modales y la altivez que hacían pensar de que en algún tiempo había sido una dama de la alta sociedad, a sus treinta y tres años, lucia como una mujer de veinticinco, era viuda desde hacía tres años y tenía una hija, tal vez más hermosa que ella, Lucette, no la conocía más que en una fotografía y que, como le había contado, tenía apenas dieciséis años pero tenía el cuerpo de una mujercita mayor, vivían muy humildemente, pues según le contó, trabajaba en las noches en una hostería junto a su hija, ya que, al enviudar, tuvo que dejar Lyon, que era donde su marido tenía una fábrica de tejidos, pero al estar enfermo durante dos años el negocio se vino abajo y lo único que heredó fue una gran cantidad de deudas, después se trasladó a Marsella a vivir con su suegro, pero este también había fallecido hacia seis meses y las había dejado casi en la miseria por lo que se habían trasladado a Paris en busca de mejores oportunidades.

Ese día, se encontraba Jaques saliendo de su apartamento cuando un niño se le acercó.

--¿Es usted el señor Jaques Dupont? —le preguntó.

Cuando Jaques asintió, el pequeño le entrego un sobre.

--Me dijo la señora Therese que se lo entregara en mano—y dándole el sobre salió corriendo calle abajo.

Jaques lo agarró preocupado, pues era la primera vez que Therese le mandaba una carta, y temió lo peor, y efectivamente así fue, la carta decía lo siguiente:

“Querido Jaques, cuando leas esta carta ya estaré camino a Italia, cuando llegué a Paris hace ya seis meses, venia huyendo de Marsella con mi hija, en donde fui acusada injustamente por una mujer malvada, de haber matado a mi suegro, cuando en realidad, fue uno de los socios de esta mujer el que cometió el crimen para quedarse con sus propiedades. Acerca de mi trabajo, te he mentido desde que te conocí, cuando llegué a Paris, sin un centavo en la bolsa y huyendo de la policía, tuve que buscar un trabajo, y lo único que encontré en donde no me exigían mi documentación, fue en un burdel, si, querido, he trabajado de puta por necesidad, te amo y si me perdonas yo te estaré esperando en un lugar que próximamente te diré en una carta, por lo pronto quiero que vayas a esta dirección vía xxxxx, numero xxx, en el barrio latino, ahí la madame M. Charlotte, te dará un manuscrito de mis memorias, Esto lo empecé a escribir cuando llegué a Paris, con el objeto de que si era encarcelada injustamente se supiera la verdad, léelo y conocerás todo acerca de mí, y sabré que si me perdonas y vendrás a buscarme. Te amo por siempre Therese”.

  Jaques no sabía qué hacer, no creía como, una mujer tan educada y religiosa podría haber estado trabajando en tan repugnante oficio, sin embargo él la amaba, y comprendió que fueron las circunstancias desafortunadas las que habían orillado a su amada a dar tales pasos, así que, sin dilación se encaminó a la dirección que le había indicado, cuando se iba adentrando en el barrio latino los derredores se hacían cada vez más sórdidos, hasta que encontró la dirección que buscaba, era un portón viejo en donde se veía un letrero que decía “Madame Charlotte, damas de compañía, 3 piso”.

Cuando tocó el timbre le abrió una mujer de unos cincuenta años, debía haber sido guapa en su juventud, estaba en batín y cuando le vio, le hizo pasar rápidamente.

--Usted debe ser Jaques—le dijo quedamente, mientras nuestro hombre asentía.

--Tengo un paquete para usted que me dejó Therese, bueno en realidad son dos pues la pequeña Lucette debió haber olvidado este diario, las pobres criaturas salieron tan de prisa que no les dio tiempo de llevarse muchas cosas, usted se ve un hombre bueno, espero comprenda la situación, y si llega a comunicarse con ella dígale que cuando vuelva tendrá las puertas abiertas, ella y su adorable hija—

Con estas palabras lo despidió, dejándole con un gran cúmulo de interrogantes, se enfiló rápidamente a su apartamento para leer aquel documento perfectamente envuelto.

  Cuando llegó a su casa se sentó temblando todavía de la emoción en un sofá y desembaló el paquete, dentro se hallaba una libreta, la hojeó rápidamente y notó la escritura bien estudiada de Therese, se sirvió una copa de coñac y la empezó a leer.

   “Memorias de Therese Delón”.

“ Nací en Toulouse en 1923, mis padres provenían de una familia adinerada y tenían un negocio muy rentable, lo que les permitía vivir con los lujos de la época, toda mi niñez fue muy feliz al lado de unos padres que me daban todo lo que una joven de aquella época podría desear, fui hija única y su mayor deseo era verme casada con un hombre de bien, así, entonces, cuando contaba con apenas quince años de edad me comprometieron con el hijo de una de las familias más reconocidas de Marsella por parte de su madre, pues su padre era conocido por la mala vida que le dio el tiempo que duró su matrimonio, ya que ella falleció según decían, de la pena por la mala vida que le dio su marido. Su único hijo se llamaba Charles Dumas, era un abogado de treinta años, muy guapo y deseado por la mayoría de las jóvenes. Nos casamos tres meses después y viví una de las épocas más felices de mi vida, al año tuvimos nuestra única hija, Lucette, ella siempre fue una niña preciosa, con sus ojos azules y cabello dorado parecía una muñeca, su padre la adoraba y la llenaba de regalos, desgraciadamente vino la guerra y toda aquella felicidad se acabó, una bomba acabó con mi familia y Charles fue herido de gravedad dejándolo invalido y con los pulmones debilitados, durante los años que siguieron, Charles se fue debilitando cada vez más, hasta que acabó recluido en la cama sin poder levantarse, fue entonces cuando mi suegro Ives, un hombre de más de sesenta años de edad, delgado, de aspecto descuidado y hosco, nos empezó a visitar cuando menos una vez cada quince días, a mí no me simpatizaba en absoluto, más bien me parecía un hombre sucio y despreciable, pero era indispensable el abastecimiento que nos llevaba de alimentos y dinero para las curaciones de Charles.

 En las ocasiones en que estábamos solos, no desperdiciaba la oportunidad de decirme lo bella que era, y de lo que debía estar sufriendo sin tener un hombre que me satisficiera como mujer, esto me ponía de muy mal humor y enseguida le cambiaba la conversación, sin embargo al pasar el tiempo me fue gustando todo lo que me decía, pues desgraciadamente era verdad, yo era y soy una mujer muy fogosa y necesitaba un hombre, esto Ives lo sabía muy bien y empezó a traerme revistas un poco subidas de tono hasta llegar a unas en donde se veían mujeres siendo folladas en diferentes formas, inclusive con animales, al principio me asustó y asqueó ver prácticas sexuales que para mí eran prohibidas y que nunca había experimentado ni visto, pues Charles que  era sumamente religioso y conservador solo hacia el amor conmigo en la forma convencional de misionero, pues decía que otras formas eran perversas y contra natura, como el sexo anal y el oral. Poco a poco me fueron gustando más aquellas revistas y me excitaban tanto que llegué a desear experimentar todas estas facetas de la sexualidad, esto hacia que, en las noches, cuando las leía me masturbara frenéticamente soñando despierta en estar mamando la enorme verga de un pollino o siendo violada por una turba de malvivientes.  Ives en las ocasiones que se quedaba en casa a pernoctar, aprovechaba para atisbar por la cerradura mis placeres nocturnos, una vez me regaló un paquete que me dijo que lo abriera en la noche, cuál fue mi sorpresa al encontrar un dildo enorme con una tarjeta que decía “Que lo disfrutes”. Y vaya que lo disfruté, todas las noches hacia uso de él, incluso me ponía en poses para que si Ives atisbara por la cerradura me viera, y después me confesó que todas las noches que pasaba con nosotros disfrutaba viendo cómo me metía el enorme dildo en el coño o en el culo y siempre se masturbaba observándome a través del pestillo.

Después de un tiempo empecé a tener más confianza con él,  ya no me desagradaba tanto su aspecto ni su suciedad, al contrario, me empezó a excitar y empezó a buscar temas de platica de carácter sexual, me preguntaba qué es lo que más me excitaba de las revistas de fotos que me daba, y yo le confesaba mis predilecciones, que eran las ultimas que me había dado, de mujeres atadas y hombres que las azotaban en las nalgas, o aquellas en donde eran violadas por una banda de malvivientes, e inclusive aquellas en donde se veía a guapas jovencitas fornicando con animales. Esto excitaba mucho a Iván, que me decía que cuando faltara Charles nos podríamos ir a vivir con él a Marsella y cuidaría de nosotras, diciéndolo con una sonrisa sádica que a veces me daba temor.

Durante este tiempo Ives empezó a salir más con Lucette, la llevaba después de la escuela a comprar algún regalo y muchas veces tardaban hasta tres horas en regresar, pero Lucette siempre regresaba contenta y con algún paquete de regalo, lo que aliviaba mi preocupación.

Esto no tardo mucho tiempo, y así, cuando contaba con escasos veintisiete años, quedé viuda con una hija en edad escolar y sin un centavo. Fue cuando Ives nos llevó a vivir con él a Marsella, en donde empezó otra faceta de mi vida y la de Lucette.”

Continuara……………………