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Vecinas, ventanas

en Voyerismo

El mes de Agosto de aquel año era insoportable de calor. Me desperté. No era muy tarde, alrededor de las dos de la madrugada. Pese a dormir desnudo y con un ventilador junto a la cama, sudaba, tenía sed y ganas de refrescarme. Salí de mi dormitorio para ir a la cocina y desde el corredor vi que en el edificio de enfrente habia una pareja de vecinos haciendo el amor.

En lugar de seguir hacia la cocina como era mi intención inicial, me metí en el trastero. Tenía una ventana que daba al salon y, a través del balcón abierto de este, me permitía seguir observando la fiesta de los vecinos.

Medio dormido, me costó unos instantes entender lo que estaba viendo. No me cuadraba. Justo enfrente de mi ventana sabía que tenía la vivienda de los señores Del Rio. Una pareja entrada en años, que, por muy dormido que estuviera, era evidente que no eran los que protagonizaban el show que yo estaba espiando.

No tardé mucho en entender que eran su hija con su marido (o tal vez con otro, pero supuse que era el marido). Los padres debían estar de vacaciones. Tal vez habían venido a regarles las plantas y les había dado un apretón. O tal vez la hija aprovechaba el piso vacío para tener un rollete, pero aunque más morbosa, esa me pareció una explicación menos factible.

Me vinieron a la mente recuerdos de años atras, en mi adolescencia, cuando yo todavía vivía con mis padres en su mismo edificio. Ana debía tener ahora unos 34 o 35 años, unos 10 más que yo. Años atrás, al inicio de mi pubertad, mientras ella estudiaba psicología y mantenía una rutina de horarios, yo había sido uno de sus fieles admiradores a distancia.

Casi todas las mañanas durante el curso escolar, me despertaba temprano, iba al baño para que mi madre supiera que ya estaba despierto y no necesitaba despertarme ella y volvía a mi dormitorio, cerrando la puerta con llave. Me asomaba a la ventana y procedía a masturbarme a la salud de las distintas vecinas que a aquella hora salían de sus domicilios para dirigirse a trabajos y estudios. Me estimulaba con la vision de unas cuantas, pero guardaba mis corridas para un pequeño grupo de favoritas.

Ana era una de ellas. No sabría decir si mi preferida, pero sin duda de las que más me excitaba. Además su horario me iba bien porque me daba tiempo a calentarme bien con otras, de forma que cuando ella aparecía aumentando la velocidad de mi masturbación conseguía casi siempre llegar al orgasmo con ella, ya fuera mientras caminaba de frente acercándose a mi ventana o cuando ya había pasado bajo ella, gozando de la visión de su glorioso trasero.

Era guapa y sus formas eran muy voluptuosas. Parecía gustarle destacarlas porque solía vestir muy ceñida, con blusas o jerseys bajo los que resaltaban sus poderosos pechos y pantalones, habitualmente jeans, que debían requerir un montón de lubricante para conseguir enfundárselos por la forma en que apretaban sus deliciosas carnes. Me acabo de poner a cien solo de recordarla en sus caminatas matutinas... que tiempos aquellos!

Hacía bastante tiempo que ni siquiera había pensado en ella pero comprobar que Ana era la que estaba follando en el piso de enfrente me despertó del todo y también despertó a mi pene que rápidamente alcanzó su máxima expresión, que es una forma de decir que me la puso dura como una piedra y queda mucho mejor que mentir sobre el tamaño y aun mejor que decir la verdad sobre el mismo (aunque, como todos los que la tenemos pequeña sabemos, el tamaño es lo de menos).

Verla en aquel instante cabalgando sobre, supongo, su esposo, me excitó. A traves de la ventana solo la podia ver a ella, moviendose con ganas y con cara de excitacion. Sus grandes pechos de piel muy blanca empezaban a acusar los efectos de la ley de la gravedad, no eran exactamente como los había imaginado años atrás (duros, firmes, de pezones puntiagudos y oscuros). Esa ligera caida hacía que se bambolearan rítmicamente. Desde mi escondite, casi hipnotizado por aquellos pechos que se balanceaban, empece a masturbarme.

Cuando, pasados unos instantes, pude apartar mis ojos de sus pechos, ví en la cara de Ana que cada vez estaba más excitada. Su boca se abría y cerraba, no se si en suspiros o en gemidos de placer que yo no podía oir. A mi me parecía que no podía verme pero llevaba muchos segundos con sus ojos clavados exactamente en los mios.

Yo tampoco paré de masturbarme y tenía que controlarme para no correrme todavía. Si la pareja aguantaba, solo faltaría que la eyaculación precoz la tuviera el voyeur!

Ana apoyó sus dos manos sobre el pecho o los hombros (no lo podía ver) de su pareja y ralentizó el ritmo de su follada, haciéndolo más pausado, recreándose, subiendo y bajando sobre la verga que la debía tener muy bien penetrada por como su cara reflejaba cada golpe dentro suyo con una expresión de placer.

Sus ojos seguían clavados en los mios. Yo seguía creyendo que no me podía ver, pero si yo me movía un poco, sus ojos me seguían. Intenté fijarme mejor, frunciendo los ojos y acercando más mi cabeza al borde de la ventana del trastero. Ana redujo un poco más la velocidad de su follada y, me pareció, hizo un ligero gesto de asentimiento. Coincidencia? Me estaba desconcentrando y mi pene se relajó un poco, lo cual no era malo en sí, porque sino no, al ritmo de excitación que llevaba, no habría conseguido contenerme.

Ahora parecía aun más claro. Sin dejar de follar ni apartar sus manos del cuerpo de su pareja, Ana me estaba haciendo gestos con la cabeza que claramente indicaban que me había visto. Parecía estarme invitando ¿¿¿a añadirme a la fiesta??? Por señas le hice el gesto de ir yo a su casa. Su cabeza negó repetidamente. Lástima. La parte positiva de aquella negativa era que por lo menos aquello no era un sueño.

Volvió a insistir en sus gestos. Un par de veces con el dedo índice se frotó bajo los ojos, su mirada se fijaba a continuación en el balcón de mi piso. Al final comprendí lo que quería decirme (ya se que muy dificil no debía ser entenderlo, pero hay que recordar que la mayor parte de mi riego sanguineo en esos momentos no fluia precisamente hacia el cerebro). Sus movimientos follando eran cada vez más lentos y su pareja debía estarle diciendo algo. Eso tampoco lo podía oir, pero me cuesta muy poco imaginar que le estaría pidiendo que no se parara y que por favor, por favor, se lo diera todo ya (o alguna variación sobre el tema.).

A sus gestos se añadió un guiño. Más claro imposible. Quería verme ella a mi tambien. Aparte de justo, en aquel momento y con lo caliente que iba, me pareció que la idea tenía mucho morbo.

Mi temor a que simplemente estuviera interpretando movimientos de Ana durante su relación como señas dirigidas a mí se disipó finalmente cuando a unos gestos inequívocos mios que le preguntaban por señas si lo que quería es que fuera a cascármela donde ella me pudiera ver, su cabeza respondió con violentos movimientos afirmativos y después su mirada volvió a clavarse en la mía, dejándome claro que ni se había corrido, todavía, ni sus discretos gestos anteriores habían sido imaginación mia.

Más caliente que asustado me acerqué al balcón. Antes de encender la luz de la cocina (aunque ellos tuvieran todas las luces de su salón encendidas, yo preferí una iluminación discreta), comprobé que en el edificio de enfrente no hubiera nadie más en las ventanas.

No se si en el mio alguien más estaba disfrutando a escondidas del espectáculo

aunque con lo que costaba dormir por el calor que hacía, no me sorprendería. Si alguno de esos vecinos está leyendo esto ahora, cosa que me sorprendería pero no es imposible, sabrá perfectamente de que hablo. Si es el caso, un cordial saludo desde aquí y tengamos la fiesta en paz.

Me coloqué junto al balcón, pero sin salir a él. La mirada de Ana repasándome de arriba abajo me cortó un poco. El que no estallara en carcajadas ni hiciera que su marido saliera para pillarme in fraganti (otra posibilidad que al principio había temido), me hizo relajar y gozar de la vista y del ser visto.

Teniéndome donde parecía quererme, su mirada siguió observándome pero su concentración se dirigió de nuevo hacia lo que estaba haciendo. El ritmo con el que su cuerpo subía y bajaba sobre la polla de su pareja seguía siendo lento, pero la distancia que recorría se había incrementado. Ahora cada vez que estaba arriba yo podía ver su cadera y la parte superior de sus muslos. O se la metía y sacaba cada vez, o el marido tenía una polla enorme. Las contracciones en su cara cada vez que bajaba parecían indicar más bien la primera opción.

Ana apartó por fin sus ojos casi cubiertos por el flequillo de cabello castaño de los mios y los fijó en el trabajo manual que yo estaba llevando a cabo. Eso hizo que, casi por reflejo, mi mirada volviera a clavarse adoradora en los bamboleantes pechos de piel blanca y pezones de amplias aureolas oscuras que continuaban balanceándose al ritmo de la follada, que volvía a incrementarse.

En mi excitación, salí al balcón. Quería estar lo más cerca posible de la acción. Ana sonrió aprobando que me acercara. Aun así, no recibí la no-esperada pero muy deseada invitación a unirme a ellos.

Cada vez el ritmo de Ana cabalgando sobre su marido era más rápido y cada vez parecía costarle más mantener los ojos abiertos. Mi mano estaba coordinada perfectamente con la velocidad de las caderas de Ana en su follada y no quería parar. Si ellos no estaban dispuestos a acabar pronto, yo no les iba a esperar más.

Las contracciones del cuerpo de Ana y, ahora si, los gemidos que podía oir a través de la calle en el silencio de la noche (o fue mi imaginación?) me hicieron gozar del espectáculo de su orgasmo y me llevaron a explotar de placer también. La leche que salía de mi polla debió manchar algun auto en la calle, pero no estaba yo como para preocuparme de eso. Peor son las cagadas de las palomas.

El marido de Ana parecía que aguantaba más, porque ella ahora estaba muy concentrada en follarlo rápidamente, sin apartar su mirada de él. Afortunado él que estaba tan acostumbrado a gozar de ella que podía aguantar tanto rato. Unos segundos después, la sonrisa iluminó la cara de Ana y sus movimientos se hicieron más fuertes, follando casi con violencia mientras otra vez yo podía oir (esta vez seguro que lo oi, mi imaginación no está por esas cosas) sonidos guturales de placer lanzados por el afortunado marido que se le debía estar corriendo dentro.

Después de reposar unos instantes con la cabeza baja, la media melena castaña ocultándole la cara, la mirada de Ana volvió a dirigirse a mi. Me sonrió, me guiñó un ojo y, con un leve gesto de sus labios que formaron un beso, bajó la persiana del salón de su casa de forma que desapareció de mi vista. Menudo espectáculo había disfrutado.

Respirando profundamente, todavía medio anestesiado de placer y alucinado por lo que acababa de suceder, me estiré, alargando mis brazos y rotando mi cuello. En esa rotación, mis ojos captaron una luz en una ventana a mi derecha. Cuando había salido del trastero no la había visto, pero probablemente hasta que salí al balcón había quedado fuera de mi campo de visión. Me fijé más y vi que en la ventana se recortaba una silueta. Estaba dos pisos más arriba que la vivienda de los padres de Ana y cinco ventanas más a la derecha desde mi posición.

Conocía a casi todos los vecinos desde siempre. Esa era la ventana de casa de la Sra. Ballesteros. La silueta rotunda de la ventana coincidía también confirmando que efectivamente era la viuda madura, madre de cinco hijos ya mayores, que vivía sola desde que su marido había fallecido en un accidente de tráfico tres años antes. Sesentona, había sido una mujer voluptuosa, que ahora procuraba mantener su imagen cuidada, pese a que la naturaleza estaba ganando la batalla. En mis tiempos de pajas matutinas desde la ventana de mi dormitorio antes de ir a la escuela también había recibido mis atenciones a distancia, aunque no recordaba haberme corrido nunca con ella.

Me sorprendió verla. Miraba sin disimulo en mi dirección. No me asusté. Tal como iba la noche, no me iba a asustar ahora. Su cara iluminada por una luz no muy potente mostraba una amplia sonrisa. Ni siquiera intenté cubrir mi pene, que volvía a estar en un muy poco lustroso reposo. Si quería mirar que mirara. El gesto de aprobación de su mano me confirmó que había gozado de mi espectáculo sin que yo lo supiera. Por señas llegué (creo) a saber que ella se había masturbado espiándome a mi mientras yo espiaba a Ana y su marido.

En aquel momento, pese a la edad de mi vecina y su mucha menor deseabilidad comparada con Ana, por mi cabeza pasó la idea de que la noche no tenía por que terminar en solitario ni para ella ni para mi. Ella pareció captar lo que iba a proponerle porque rápidamente me saludó con la mano despidiéndose, lanzó un beso a su palma y lo sopló hacia mi y desapareció dentro de su vivienda, cortando de raiz cualquier posibilidad al respecto.

Este relato está dedicado a Ana, con la que se (porque lo dice ella) que no llegaré a estar nunca, pero que me prometió que si contaba la historia aquí la iba a leer. Cuando quieras, ya sabes donde estoy para observarte, puesto que no me permites nada más.