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Una experiencia intelectual

en Hetero: General

Una experiencia "intelectual".

En relatos anteriores les conté como perdí la virginidad con mi abuelo, porque yo así lo quise (ver "Un debut poco probable"). Y lo hicimos junto a mi amiga Myriam, la compañera y cómplice de toda la vida. Pero esa era una etapa superada. Hacía mucho tiempo que le tenía ganas a su hermano, Bruno, un bombonazo, pero mi amiga no quería saber nada, pues decía que él se enojaría mucho, además nos consideraba unas estúpidas y, según Myriam, hasta sospechaba que nosotras éramos lesbianas. ¡Eso decía Myriam! Tal vez lo creyera porque estábamos siempre juntas y nos contábamos todo… además de, luego de espiarlo a Bruno, cuando se bañaba o se vestía en su dormitorio, nosotras nos encerrábamos en el dormitorio de ella a masturbarnos, acción que en muchas oportunidades compartíamos y alternábamos con unos sabrosos 69, pero eso solamente porque nos quedaba ganas de hacerlo con él y no podíamos. Como nos habíamos prometido que perderíamos la virginidad juntas y con el mismo hombre…, pues…, seducimos a mi abuelo. Todo fue hermoso y muy lindo, pero yo seguía teniéndole ganas a Bruno, y como ahora no había promesa que cumplir, resolví conquistarlo a él, aun cuando Myriam se opusiera. Y no lo hacia por celos, nada de eso. Ella suponía que su hermano no era una buena persona con las chicas pues le conocía muchas novias y amantes, y cambiaba muchas veces, hasta que Myriam tenía que poner la cara para contestarles por el teléfono, cuando llamaban insistentemente y Bruno no estaba o se negaba.

-Lo de Gianni ya fue, ¿no? Bueno, ahora no te puedes oponer que me acueste con Bruno.

-Pero Katya, yo tengo miedo que te haga daño, que te lastime…

-¿Cómo me va a lastimar…? ¡Ahora ya la tengo abierta! ¡Gianni nos puso en la horma!

-No sonsa. Te digo que te puede hacer daño… espiritualmente…

-No te preocupes. No lo quiero como novio, solo quiero coger con él, así que diseñaremos una estrategia para conquistarlo, pero lo tengo que hacer sola, tú no puedes aparecer en ningún momento…, es más, de alguna manera te opondrías…, un poco celosita, pero poquito nomás, sino pensará que algo tramamos. Pero me tienes que ayudar dándome las coordenadas, así lo pesco solo, en alguna parte. ¿Estamos?

Nos pusimos de acuerdo que ella estaría atenta cuando Bruno arreglara alguna cita con una chica, en algún lugar público, por supuesto, donde yo podría "caer por casualidad", como si nada, y luego veríamos.

Y así fue. Myriam había detectado una llamada telefónica, durante la cual su hermano arregló encontrarse con una de sus amantes en un bar bastante concurrido. Me vestí con lo más sexy que encontré, pero que no llamara la atención como si fuera una buscona, nada más para ser atractiva, de alguna forma que Bruno no me hubiera visto antes, pues sólo me conocía con mis ropas de escuela o de "entrecasa". Me pinté, recogí el cabello, tacos altos… ¡y a la guerra!

Diez o quince minutos antes de su cita me instalé en los alrededores del local, pero de manera que él no pudiera verme. Quería saber como estaba vestido para reconocerlo inmediatamente sin necesidad de estar buscando con la vista dentro del bar, de manera que fuera… ¡una verdadera sorpresa! Cuando lo vi entrar traté de ubicarlo por sus movimientos a través de las vidrieras y luego de un par de minutos entré. Por supuesto, "casualmente" me dirigí hacia la mesa donde se había sentado.

-Oh, Bruno, ¡qué sorpresa! –Él me miró entre sorprendido y encantado…

-Pero… Katya, que casualidad, ¡qué hermosa estás! ¡Siéntate, por favor!

Antes que muy galantemente se pusiera de pie, me agaché hacia él y le besé ambas mejillas, tratando que sintiera mi busto contra su hombro.

-No, Bruno, no, gracias. Estoy de paso, buscando un amigo… y además, supongo que estarás esperando a alguien. No quiero ser molestia…

-¿Cómo serás molestia? De ninguna manera… -Bruno me retenía suavemente un brazo, que estaba desnudo, pues la blusa que me había colocado no tenía mangas. ¡Era la primera vez que sentía sus manos contra mi piel! ¡Fue un shock!

-Otra oportunidad habrá. Ahora tengo que irme. –Me agaché nuevamente, ya con el propósito que no solamente sintiera mis pechos contra él, sino que, además, pudiera ver mi escote…

-¡Qué pena! Pero… sí…, me prometo otra oportunidad. –Y nos intercambiamos bastante "cariñosos" besos en las mejillas. ¡Bruno también había sentido "algo"!

Me alejé hacia la puerta, procurando que el hermano de Myriam no perdiera la perspectiva del sinuoso movimiento de mis caderas, y al llegar a la salida giré y le envié un besito con la mano. ¡Había quedado impactado!

La primera etapa había concluido. Como por arte de magia Bruno comenzó a llegar temprano a su casa. Hasta entonces era muy difícil que estuviera antes de las 23:30, hora en la que yo estaba en mi hogar. Según Myriam, se había cuidado muy bien de comentarle que nos habíamos encontrado "casualmente" en el bar. Tampoco le había preguntado cuales eran los días en que yo solía acompañarla… ¡pero venía temprano! "Casualmente" a la hora en que suponía que yo estaría. De común acuerdo con mi amiga, ésta, con el "pretexto" de que él venía más temprano, y tenían más oportunidades de conversar, sobre todo en la cena común, participaba en los frecuentes cambio de opinión con sus padres sobre la situación de los estudios de ambos, el país, el mundo…, todo aquello que le "mostrara" a Bruno que ella –y su amiga, o sea yo-, no éramos unas frívolas o estúpidas… Además, como la ausencia acrecienta la ansiedad, la semana siguiente a nuestro "casual encuentro"… no fui a su casa. Pero… "todo en su medida y armoniosamente", como dicen que dicen que decía Pericles…, y el lunes siguiente… ¡aparecí! En realidad ya estaba allí cuando llego él. ¡Si vieran la carita de alegría que puso! Me dio dos soberanos besos en las mejillas… ¡y a Myriam también! Cosa que no hacía, según me dijo ella desde, por lo menos, tres años, salvo en navidad, año nuevo o en los cumpleaños. Y que quede entre nosotras: ¡Myriam se emocionó por ello!

Otra "novedad": Bruno no venía más a la casa con sus amigas, a encerrarse en su dormitorio… "para mover el esqueleto…" ¡Nada de eso! Aunque, por supuesto, no dejaba de tener "entretenidas" conversaciones por teléfono. La siguiente etapa de este plan era hacerle saber mi interés por la "ciencia". Iría a su facultad a interiorizarme de los días y horarios en que Bruno cursaba sus materias…, para aparecer, también "casualmente" en el momento en que se encontrara con sus compañeras-amigas-novias y/o amantes. ¡Quería saber como reaccionaría! Este era el plan. El resultado era otro tema.

Myriam había obtenido, por propia boca de su hermano, dado que ella demostraba un "interés" del que ante carecía, cuales eran esas materias. Y allí fui. La Facultad de Bioquímica y Farmacia es inmensa, por lo menos eso me parece a mí. Cuando entré no tenía la menor idea adonde dirigirme y comencé a recorrerla. Me fijaba en carteleras, afiches, letreros…, pero en esta tarea descubrí dos cosas: que había un montón de hermosas chicas y también de hermosísimos muchachos… y que estos, además, me miraban, muchos de ellos golosamente… Entonces me dije que, si bien Bruno estaba riquísimo y me gustaba mucho, no iba a desperdiciar ninguna oportunidad. Medité unos segundos, no muchos, y llegué a la conclusión que tenía que estar preparada, por lo cual inmediatamente volví sobre mis pasos y salí al exterior… ¡a buscar una farmacia! Como en esa zona no me conocía nadie, entré en la primera que encontré y muy suelta de cuerpo, como una experimentada veterana…, compré dos cajitas de preservativos. ¡Ahora estaba tranquila! Mi abuelo me había recomendado que siempre los llevara encima… ¡una nunca sabe!

Todo bien, salvo que cuando regresaba –estaba a unos trescientos metros-, comenzó a llover a cántaros y yo no tenía con que protegerme, por lo que fui corriendo, tratando de que algunas marquesinas me cubrieran. Estaba a unos ochenta metros de la entrada de la facu, y casi totalmente empapada, cuando alguien se arrima rápidamente y me protege con un paraguas. Sólo dije "gracias" y no miré.

-Ya no tienes que correr. Te puedes caer, la vereda es muy resbaladiza.

Entonces miré para agradecer nuevamente… y conocí a Marcos. ¡Qué lomo, mi Dios! Cómo 1,90 de estatura, trigueño, pómulos altos, ojos negrísimos, cabello lacio… ¡Una preciosura! Acompasamos nuestros pasos, cerró el paraguas y se presentó cuando llegamos.

-Me llamo Marcos…

-Yo soy Sofía… ¡Gracias, muchas gracias! Si no fuera por ti me empapaba… -Le mentí mi nombre. No quería que Bruno pudiera enterarse de mi paso por la facultad.

-Ya estás empapada. Toma, sécate…, lo que puedas, por lo menos. –Sacó un pañuelo blanco, inmenso, y me lo ofreció.

-Oh, no, te lo dejaré totalmente mojado.

-No importa. Sécate, te puedes resfriar…

-No sé como agradecerte…

-Acepta mi invitación a beber algo caliente en el bar. Nos hará bien a ambos…

Había un tonito en su voz que me encantó. A pesar del tamaño, era un muchacho dulce y simpático. Me tomó del brazo y me guió.

-Nunca te he visto. ¿Qué cursas?

-No…, no curso nada. Vine a buscar información. Quiero enterarme, para elegir carrera…

-Ah, que bien, sería grato tenerte de compañera…

Llegamos al bar, lleno de estudiantes, risas en los grupos, murmullos en las abundantes parejas, y me llevó hasta una pequeña mesita en un rincón. Me indicó que me sentara.

-¿Qué quieres? Voy a la barra a buscarlo.

Le pedí un "submarino" y se fue sorteando los numerosos obstáculos de mesas, sillas, bolsos y mochilas. Mientras me frotaba el cabello con el pañuelo, que a esta altura parecía un trapo de cocina, giré mi vista para contemplar el panorama. El espectáculo me agradó. Chicos estudiando -¡no sé cómo con este bochinche!-, grupos de mesas unidas donde estaban seis, siete… o más muchachos y chicas, muchas parejitas haciéndose arrumacos –eso me hizo entrar en calor, casi no sentía el frío que provoca la humedad de la lluvia-, y a diez metros veía a Marcos en la barra hablando con el mesero. ¡Le llevaba una cabeza a la mayoría de sus compañeros! Cierto dulce estremecimiento me recorrió el cuerpo.

Veía que las chicas no se preocupaban demasiado por su aspecto o atuendo. ¡Pero yo estaría terrible con mis cabellos mojados y revueltos! Marcos retornaba sonriente con una bandeja entre el maremagnum de objetos.

No fue con intención que pedí un submarino, pero al acordarme de las barritas de chocolate que habíamos compartido con Myriam en nuestras respectivas vaginas, comencé a excitarme y a pensar en lo que podría compartir con Marcos…

-Acá tienes, tu pedido y alfajores de chocolate y maicena, para que elijas. –Para él había pedido un café doble con un chorrito de leche.

-Marcos… ¡esos alfajores son mi perdición! ¿Cómo hago luego para bajar los kilos de más?

-A ti no te sobra nada, tienes lo justo en todo… -Marcos se sentó.

La mesita era tan pequeña que nuestras rodillas se tocaban, y él no se había arrimado demasiado, justamente para no molestarme. ¡Yo tenía unos deseos que me "molestara"! Cuando dijo lo anterior seguí la dirección de su mirada… ¡La blusa, totalmente empapada, resaltaba tetas y pezones cómo si estuviera desnuda! ¡Tenía que mantener la calma! Marcos había acentuado su sonrisa.

-¡Debo verme horrible toda mojada, el cabello todo revuelto! ¡Mira como dejé el pañuelo!

-Estás de rechupete, un caramelo…

Acercó la silla a la mesa y sus piernas estaban contra las mías…, una entre mis pantorrillas y la otra apretándome… ¡Casi quedo sin respiración! Sentí la humedad de mis muslos, ¡y no era por la lluvia! No levanté la vista, saqué el envoltorio de la barrita de chocolate e introduje ésta en el vaso de leche caliente. Marcos había hecho lo mismo con uno de los alfajores y lo acercó a mi boca. No tuve más remedio que mirarlo. ¡Sus ojos ardían! ¡Y yo también! Mordí la pasta, siempre en su mano, y él se llevó a la boca lo que quedaba. Se acercó más. Su rodilla estaba entre mis muslos, casi llegando al chochito. Entonces me acerqué yo. Ante mi movimiento se corrió hacia delante, para que mi rodilla no tocara contra la silla, ¡y apreté un duro e impresionante bulto! ¡Una descarga recorrió mi cuerpo! ¡Este modo de acercamiento sexual era totalmente nuevo para mí! ¡Pero estaba dispuesta a todo! Me coloqué en el borde de la silla y su rodilla hizo presión contra el pubis. Estaba totalmente empapada entre las piernas. Suspiré profundamente.

-¿Quieres terminar? –Marcos me miró, muy serio. Por un momento dudé. No sabía si se refería al chocolate… o al sexo… Fue un segundo.

-Sí, vamos. –No reconocí mi voz, ronca y pastosa. Parecía borracha. Y lo estaba, ¡de deseo!

Se levantó, me tomó de la mano –¡menos mal, sino me caía! –y me guió entre las mesas. Sabía hacia donde se dirigía. Cuando salimos al pasillo me abrazó y me besó. Hice lo mismo.

-¡Vamos pronto, por favor, dónde sea! –Creo que en ese momento tuve el primer orgasmo. ¡Temblaba tanto! -¡El paraguas! ¡Dejas el paraguas!

-¡Olvídate! ¡Qué lo use otro!

Me abrazó fuerte, me apoyó contra su cadera y fuimos caminando. Luego de varios giros y vueltas nos detuvimos frente a un recinto que decía "Biblioteca".

-Ahora sígueme, unos pasos más atrás, para que no se aprecie demasiado que estás conmigo. –Abrió, entró, y un par de segundos más tarde lo hice yo.

Marcos se dirigía sin titubear hacia alguna parte, y yo, a una prudente distancia, para no perderlo de vista, trataba de seguir su ritmo. Había mesas, atriles, algunos alumnos leyendo, al fondo un par de escritorios con dos señoras atendiendo las consultas. Marcos llegó a una puerta, en una mampara, abrió y pasó. Apuré el paso para no perderlo. Esperaba a varios metros. Hizo seña de "silencio" y que lo siguiera. Allí había estanterías llenas de libros y nadie más. Otra puerta, esta vez en una pared. Abrió y me esperó. Cuando pasé me abrazó, me besó y cerró.

-Aquí nadie molestará.

Estábamos en una semi penumbra, algunos pocos focos iluminaban ficheros de metal, armarios y algunas sillas destartaladas.

-Este es el lugar más recóndito de la facultad. No te preocupes.

Tomó mi mano, que temblaba, y fuimos al más apartado rincón, entre un armario y un fichero. Yo no podía hablar. ¡Estaba recaliente y muerta de miedo!

-¡Sofía, eres divina!

Me apretó contra él, con sus manos en las nalgas. Sentí su poderosa herramienta entre mis piernas. Deslizó sus manos hacia abajo, hasta el ruedo de la pollera. Las puso contra mis muslos y comenzó a subir. ¡Yo ardía, como si tuviera fiebre! Nuestras lenguas recorrieron todos los rincones de nuestras bocas. Me mordisqueaba el labio inferior. Comencé a calmarme. ¡El deseo superaba al miedo! Cuando llegó con sus manos a los glúteos, acercó una de ellas a la entrepierna. Sentí como sus dedos buscaban la vagina…

-¡Espera, Marcos, tesoro! No quiero que se rompa. –Lo separé un poquito e intenté desprenderme de la tanguita.

-¡Deja, yo lo hago! –Se agachó, se cubrió la cabeza con la pollera y con los dientes trató de bajarla. Me apoyé contra uno de los muebles y abrí un poco las piernas. Por suerte se ayudó con los dedos, porque sino esa "telita de cebolla" se hubiera roto. Luego de levantar los pies para sacarla, Marcos levantó la cabeza y comenzó a besarme los muslos, la ingle…, hasta llegar a mis labios mayores. Me abrí más para que pudiera alcanzarlos mejor. Los fue recorriendo con la lengua, penetrando un poquito y subiendo, hasta llegar al clítoris.

-¡Aaahhh, mi amor, cómo lo haces! –Y me derramé…

Marcos puso la boca entreabierta contra la conchita, sorbiendo todos mis jugos. Sus labios y su lengua recogían cada una de mis gotas. ¡Me sentía maravillosamente bien! ¡Había desaparecido el miedo y la fiebre, pero seguía la calentura!

-Déjame a mí, por favor. –Entendió que quería. Se paró saboreando sus labios y me besó.

-Tienes un sabor de locura, ¡almeja y vainilla! ¡Nueva cocina francesa!

-¡Qué loco que eres! –Me agaché, bajé el cierre de su pantalón y metí la mano. ¡El maldito slip no lo dejaba escapar! -Tienes que bajarte el pantalón. Con el slip no puedo.

Desprendí el cinturón, unos ganchitos y… ¡abajo, con calzoncillo y todo! Lo que apareció era fantástico. Un trozo de carne dura, húmeda y roja. ¡Y sin prepucio! Con razón su aspecto tan "mediterráneo". ¿Será sabra? ¿Y a mí que me importa? ¡A gozar de ese choto maravilloso!

Estaba tan excitada que no sabía que hacer. La tomé con tanta fuerza que Marcos dio un respingo.

-Oh, perdona, mi amor.

Trate de calmarme y hacer lo que mi abuelo me había enseñado. Quería hacerlo gozar de lo mejor, para que nunca se olvidara de mí. Además, en verdad, quería darme corte de mujer experimentada. Lo tomé más suavemente y lo acaricié. Como no había prepucio no tenía ninguna piel que correr hacia atrás con los labios, así que con la lengüita le lamí el agujerito y distribuí por la cabeza el juguito preseminal. Con la punta de la lengua le recorrí el tronco en toda su longitud, apretándolo un poquito con los labios. Marcos estaba gozando. Se apoyó en el mueble y curvó su cuerpo hacia mí.

Intenté ser lo más suave y dulce posible. Con las manos le acaricié los testículos, y con los labios estiraba un poquito la piel. No ofrecía ninguna resistencia y gemía levemente de placer. Sorbí un poco más fuerte el escroto y Marcos suspiró. Me imaginé que estaría deseando que la mamara de una buena vez, pero no decía nada. ¡Era un dulce! Dejaba que yo lo hiciera como quería. Me agaché bien y tenía la pija entre mis labios, mirando hacia arriba. Mordisqueaba despacito y me acercaba al glande. Fui girando la boca hasta tenerlo de punta entre los labios. Introduje el capullo y lo sorbí un poquito. Comencé a sentir el aroma de esa verga morena, deslizándose hacia las profundidades de mi garganta y apoyada sobre la lengua. La saqué y puse la lengua nuevamente en el agujerito, sorbiendo el juguito. Lo hice varias veces. Cada vez latía más fuerte, golpeando el paladar. El jadeo de Marcos se aceleraba, así como su movimiento, que acompañaba el succionar del tronco y la cabeza, rítmicamente.

-¡Augg, aahh… mamita, que lindo! –Marcos gozaba y yo estaba feliz.

-¡Uuuummmm… papito, que lindo chotón que tienes…!

-Aayyy…, Sofía, Sofía, tesoro…, me vieneee…

-¡No, no! ¡Espera, todavía no! –Me erguí rápidamente y busqué en el bolsito el preservativo. –Quiero que me la pongas, ¡métela, ya!

-¿Para qué el forro? ¡Estoy sanito!

-Ya lo creo mi amor, pero yo estoy en días fértiles y no tomo pastillas ni uso DIU…, necesito cuidarme…

Le puse rápidamente el condón, tan rápidamente que hasta yo me asombré de cómo había aprendido. Marcos me tomó de la cintura, se inclinó bien contra el mueble, me levantó y así, de primera, me ensartó. ¡Qué fuerza que tenía este hombre! Crucé mis piernas en su cintura apretando ferozmente. Antes del primer bombazo sentí su sacudida. Con forro y todo sentí la descarga. Aunque fue muy rápido y no pude gozar demasiado de su penetración igual me gustó tener semejante poronga dentro. ¡Eso me hacia más mujer!

-Uy, Sofía, perdóname, por favor. –Marcos estaba compungido por su apresuramiento. –Me habías excitado tanto, tanto me hiciste gozar con la mamada que no pude aguantar, perdóname por favor…

-No, mi amor, no tengas problema. Si haz gozado está bien, ¡muy bien! –Aunque seguíamos ensartados había aflojado la presión. Me sentía muy cómoda así. ¡Era una percha maravillosa!

-Pero tú no acabaste…

-¡Sííí, cómo qué no! ¿No sentiste cuándo chupabas?

-¡Claro, pero no ahora!

-Bueno, eso quiere decir que tengo derecho a un segundo polvito… ¿O no puedes?

-¡Claro qué puedo! ¡Ya verás! –Me "descolgó" y así, sin bajarme me colocó sobre un fichero bajito, que tenía la altura adecuada…

-¡Ay, está frío! –Mi culo se congeló al tomar contacto con el metal. Me levantó y me depositó sobre el piso.

-Otra macana más, pobre mi tesoro. Me vas a odiar. –Marcos era la imagen de la pena.

-No digas eso, sonsito. Pon tu pañuelo, lo tengo en el bolsito.

Lo desplegué sobre el mueble, y aunque estaba húmedo, lo prefería a sentir el metal.

-Espera, seamos higiénicos. –Me incliné y le saqué con prolijidad el preservativo. Lo anudé y coloqué en el bolsito, que estaba mi lado. -Ahora sí, a punto.

Lo atraje con mis piernas y lo masturbé dulcemente. La polla comenzó a erectarse rápidamente. Cuando llegó al tamaño adecuado, guié su capullo hasta los labios de la vagina. -¡Ahora, métela!

Pero Marcos ahora había logrado la "compostura". Era una posición muy cómoda y adecuada. La altura del mueblecito me permitió reclinarme hacia atrás apoyando mis manos sobre la cubierta y subí las piernas hacia sus hombros. Mientras me besaba las pantorrillas, iba penetrando lentamente, sacándola un poquito y volviendo a penetrar, me acariciaba el clítoris con la cabezota y volvía a entrar. Así varias veces. Yo sentía como subía la temperatura y latía la vulva. Los jugos ya desbordaban y los muslos estaban pastosos.

-¡Ay, Marquitos… por favor entiérrala de una vez!

-Despacito mi amor…, te toca gozar a ti, poquito a poco.

-¡Me vieneee…, yaaa…, ooohhh, que lindo…!

-¿Ves? Hay que tener paciencia.

-Pero quiero sentirla toda…, todita, hasta el fondo.

-¿Sueles acabar muchas veces?

-No…, más o menos…, depende del placer. –Yo hablaba como si fuera una veterana del sexo…

-¿Y ahora?

-Un montón.

-¡Qué bueno! Con paciencia… -Y seguía con el mete y saca. Aunque al principio, la primera vez, no pareciera, Marcos tenia buen control sobre la eyaculacion. ¡Su meneo era sensacional!

-¡Aaahhh… de nuevo… aaahhh… otra vez…, oh… qué orgasmo mi vida, que lindo!

-¡Ya llego yo también…, ya llegooo… ahí vaaaaa! -Empujó hasta el fondo. ¡Ahí me desperté!

-¡Marcos, Marquitos, no, por favor, no acabes! ¡No pusiste el condón! ¡Bájame, bájame, que te la chupo…, en la boca… sí, en la boca! -Me bajó rápidamente, me incliné y sin más trámites la introduje totalmente en mi boca. No hice más que eso y sentí el espeso chorro de su esperma hasta en la campanilla.

-¡Uy, que glorioso! -Marcos estaba gozando como yo. Al sentir su maravilloso néctar me vino otra orgasmo. Tragué todo lo que pude. ¡Era tanto que algo se derramó entre mis comisuras! La limpié, casi puedo decir que le pulí la verga por lo brillante que la dejé. ¡Marcos estaba en la gloria y yo en el paraíso!

-¡Nunca, nunca goce tanto como contigo!

-¡Y yo tampoco, jamás! -Parecía que hubiera tenido mil hombres, que me hubieran cogido un millón de veces. ¡Esto es la felicidad!

Pero quería consolar a Marcos. Quería, a pesar de lo que dijera, que nos separemos creyendo que habría una nueva posibilidad.

-Tenemos que reconocer que hicimos todo al revés. Tendrías que haber acabado en mi boca la primera vez y luego, tranquilos, tendría que haberte puesto el forro.

-¡Eso quiere decir que tendremos que probar nuevamente!

-¡Por supuesto!

-¡Ni siquiera te vi desnuda, ni las tetas! Dame tu teléfono. Te llamo. –Le di cualquier número. Si lo tenía que repetir no podría. ¡Yo seguía teniendo el objetivo de Bruno! Pero los caminos del destino son insondables… (Continuará.)