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Guía de Sombras (2)

en Grandes Series

Guía de Sombras 2

2.

-Usted no escribe. ¿Graba todo?

-No. Sólo guardo lo importante.

-¿Adónde?

-Aquí.

-¿Y en la cabeza entra todo? ¡Usted tiene una memoria de elefante!

-Los elefantes de lo único que tienen memoria es del lugar adonde van ir a morir. No soy de esos. Es puro entrenamiento. Especialización profesional. ¿Usted a qué se dedica?

-Soy arquitecto.

-Bien ¿ve? Usted observa un edificio y sabe la altura, el ancho, las molduras..., sin sacar el metro ni hacer cálculos. Cada uno en lo suyo. Sigamos en lo nuestro… ¿Recuperado?

-Y… sí. No tengo mucho en que gastar ahora.

-Veo que usted no se cuidaba en absoluto. Nada de preservativos, nada de... nada. ¿Nunca tuvo problemas?

-Sí. Con los preservativos. Puedo suponer, a esta altura, que fue unos de los motivos que cambiaron mi vida.

-¿La falta de su uso...?

-No, al contrario, el haber intentado usarlos. Es, en definitiva, creo, la historia que me hizo ir a La Plata. O sea, el preservativo, La Plata, la mudanza de mis padres, la instalación definitiva fuera del barrio, el regreso, el encuentro con Mabel..., etc.

-Vaya extraña cadena de relaciones. ¿Cómo es eso?

-En el invierno de 1957 yo andaba metido en un increíble despelote, que no había buscado, pero que tampoco había evitado... pues en definitiva me saqué las ganas de casi dos años de abstinencia forzosa y el mal sabor de la experiencia anterior.

-¿Cuál anterior?

-La anterior a la anterior. Ya vamos a llegar. No me confunda que me pierdo. Bastante tengo con hacer y rehacer la lista de la que le hablé, pues me confundo y pongo cosas al revés. En agosto del 57 conocí, a instancias de un muy buen compañero de la escuela, muy bueno no por esto, sino porque era uno de mis mejores amigos, a una chica que me gustó inmediatamente y por razones no exclusivamente sexuales. Era inteligente, simpática, amaba la música, la poesía, el jazz, la política, el arte, estudiaba pintura, había terminado la secundaria y estaba haciendo primer año de medicina. Fuimos a su casa, un viejo, amplio y hermoso departamento racionalista de los cuarenta, a escuchar música y comentar los acontecimientos políticos. Creo que por entonces se estaba por realizar las elecciones y Frondizi sería el nuevo Presidente con el voto del peronismo proscrito por la Libertadora. Tenía un recientemente editado LP de Duke Ellington y sus temas preferidos eran Merry-Go-Round y Cotton Tail. ¡Nada menos! ¡Había encontrado a la mujer de mi vida! En ese momento suponía que empezaba una nueva y definitiva etapa. Suponía dije, y así fue.

En los siguientes ocho meses mi comportamiento fue el más estúpido que nunca, antes ni después, yo había tenido. En septiembre fuimos con mis compañeros y Ella a festejar el día del estudiante al Parque Pereyra Iraola. Era la primera vez que Ella hacía algo de tal naturaleza... y lo hizo por mí, así me dijo más adelante. En ningún momento pudimos estar solos..., pero en realidad en ningún momento yo intenté estar a solas con Ella. Durante el regreso, nos sentamos juntos en el bus de regreso y me recitó y cantó -¡en francés!- Les Feuilles Mortes con la poesía de Jacques Prévert. ¡Yo había quedado totalmente tirado a sus pies! No era un tipo enamorado ¡era un tipo subyugado! Comenzamos a salir juntos, al cine, conciertos, librerías, conferencias… Me llevó a escuchar las primeras charlas que ofrecían sobre las nuevas corrientes psicológicas Garma y Rascovsky en la Facultad de Medicina…, y así por el estilo... y yo no tomaba ninguna iniciativa... Al final, al llegar el veranito, comenzó a bajar la actividad culturosa -que además a mi no me disgustaba- y empezamos a concurrir a lugares más prosaicos, plazas, parques, Villa Cariño, esos lugares… y a tratar de reconfortarnos sexualmente... casi siempre con la iniciativa de Ella. Caricias por ambas partes, orgasmos y eyaculaciones varias, pero siempre clandestinamente y en lugares absurdos. No podíamos ir a un hotel, pues tenía diecisiete años y en esa época controlaban en serio la edad de los clientes. Hacia fin de año terminé mi escuela secundaria y mi padre me ofreció la oportunidad de trabajar en una filial que tenía la empresa en Córdoba y me darían vivienda y la posibilidad de estudiar en la Universidad. Lo rechacé, por supuesto, eso me alejaría de Ella. Ahora... ¿por qué esa actitud mía, anonadado, acomplejado, tímido? Ella era hija de uno de los directores de un laboratorio medicinal muy importante. Sus medios de vida eran muy superiores a los míos. Su padre tenía un Chevrolet último modelo, su ambiente era de otra clase social, aunque Ella no lo frecuentaba y lo repudiaba, su hermano y amigas y compañeros e hijos de los amigos de sus padres, iban a english school de aquí y a high school de allá.

Ella debió librar una verdadera batalla para ir a la escuela estatal, y armó un escándalo furibundo cuando sus padres habían decidido festejarle los quince años en la más fastuosa residencia de Buenos Aires. Dijo que no quería ningún festejo y que desaparecería si ellos insistían en el mismo. Y así fue. Ese día se refugió en la casa de su amiga, quien era, justamente, la novia de mi compañero de la escuela industrial, y astutamente convinieron que su amiga iba a ir a la fiesta, para que no la buscaran en su casa. Esas cosas. Más adelante mi actitud se denominaría el varón domado, con la particularidad que Ella no hacía nada para dominarme, era yo el que se entregaba. Había decidido estudiar ingeniería metalúrgica en La Plata, pues en la UBA no había. Ella me dijo que tendría que seguir arquitectura -me conocía más que yo-, no tendría que viajar tanto, era más adecuado a mi personalidad y no me alejaría de Ella. No le hice caso y no insistió. En enero del 58 comencé el curso preparatorio en La Plata, el examen de ingreso era obligatorio, viajando luego de salir del trabajo, que era donde también estaba mi padre, aunque él viajaba permanentemente al interior. Salía a las ocho y media de la mañana de casa y regresaba a las doce y media de la noche, así todos los días, de lunes a viernes. En abril aprobé todos los exámenes y me convertí en alumno regular de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de La Plata. Un logro muy importante para mí. Durante la Semana Santa de ese año viajamos a Mar del Plata, con la familia de Ella. Yo había conseguido alojamiento en la casa de una tía a la cual no veía casi nunca, pero que para esta oportunidad sobé con hipócrita paciencia. Era la primera vez que iba a Mar del Plata y luego de esa lamentable experiencia... durante quince años me negué a volver...

-¿Por qué lamentable?

-Porque no pasó nada, pero nada de nada..., además yo tuve un comportamiento ridículo y absurdo. Ella ahora quería ir a todas partes, confiterías, bailes, casino, lunchs, soiree o lo que sea... ¡Quería lucirme, estaba orgullosa de mí! Y yo como un estúpido me negaba permanentemente. ¡Me daba vergüenza! Pasaron esos cuatro días de permanente rencillas y frustraciones donde, en realidad era Ella la que siempre aflojaba..., y yo no entendía nada... Cuando regresamos a Buenos Aires, a los pocos días conseguí por medio de un amigo las llaves de un departamento de una tía que vivía sola y que en esos días no iba a estar. A fin de mes comenzaría las clases en la facultad y no quería dejar pasar más tiempo sin tener sexo con ella... lo que en realidad, sino se produjo antes, creo que fue solamente por mi incapacidad de darme cuenta de las cosas y de tomar iniciativas. Pero desgraciadamente no fue el momento oportuno. Veníamos de pasar bastante malos momentos, solamente por mi culpa, y si bien aceptó, su actitud no era la de un mes atrás. Y fue el comienzo del fin. Quiso que usara preservativo, ¡por qué de ninguna manera quería quedar embarazada...! ¡Y era virgen! ¡Y no pude! Todo mal, mal, MAL. Yo le eché la culpa al adminículo ese... pues nunca lo había usado, lo que le disgustó. No salimos nada bien de allí. A los pocos días me dijo que no nos veríamos más. Y terminó...

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-¿Quedó muy mal, verdad?

-Destrozado. Y tomé la fatal resolución de dejar el trabajo e irme a vivir a La Plata. Por eso la cadena de consecuencias de las que le hablé. Fui a parar a una pieza de una casa en 20 y 71, como a mil cuadras de la facultad, con una dueña histérica, neurótica y loca, que tenía el berretín de baldear el patio al que daba mi pieza, todos los días a las cinco de la mañana. Aguanté mayo y junio. En julio, durante las vacaciones de invierno -en La Plata hay receso durante todo el mes-, resolví volver a vivir a la casa de mis padres. Fue cuando regresé... y la encontré vacía. Eso es todo.

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-¿Nunca había estado antes con una virgen?

-Sí, en una oportunidad..., eso creo, de ahí el tema del despelote en que me encontraba cuando comenzó todo lo anterior...

-¿Y su esposa, no lo era? Por lo que usted contó tendría que serlo...

-Sí, eso suponía yo también... pero no, no lo era. Eso era el tema. Nunca habló sobre eso, ni conmigo, ni con la psicóloga, que yo sepa, ni con nadie..., creo. Pero cuando la penetré por primera vez no era virgen. Para mi no es ningún drama, por supuesto. Nunca le oculté a mi esposa que había tenido muchas novias y amantes..., incluso exagerando, creo, de acuerdo a las estadísticas que realicé últimamente..., y no iba a pretender que ella no hiciera lo que había hecho yo. La verdad, lo único que me preocupó durante mucho tiempo es por qué lo oculta..., el momento y el causante...

-¿Usted qué cree? ¿Tiene alguna hipótesis?

-Sí, la tengo, pero no voy a decir nada sobre eso. Es una mera suposición sin el menor asidero lógico... No quiero hablar de eso.

-¿Y cómo fue lo del despelote?

-Este es un tema tragicómico... pero que demuestra el nivel de irresponsabilidad al que había llegado yo con las chicas. Hacía prácticamente dos años que no la veía ni dormida. Un poco porque no pescaba una y otro poco porque no me preocupaba mucho. Salía con chicas, en pareja o en grupo, bailes, asaltos, cosas de estudiantes, soberanamente aburridas para mí. Las que me gustaban no me daban ni la hora, y las que enganchaba... no me interesaban. Además estaba muy metido en cuestiones políticas y filosóficas… Aunque parezca raro… era mi único interés, por el momento.

-¿Cuántos años tenía entonces?

-En febrero había cumplido dieciocho. Comenzaría mi último año en la escuela secundaria. Hacia marzo o abril comenzó a aparecer por el barrio una chica que venía a visitar a su abuela, quien vivía a cincuenta metros de mi casa. La vi de paso en varias oportunidades. Era una nena, graciosa, pícara, seductora y muy bien formada, pero con no más de catorce o quince años. Comenzó a poner locos a todos los chicos. Flirteaba con todos pero no enganchaba con nadie. Tampoco venía muy seguido..., una o dos veces por mes. Yo había comenzado a trabajar en un taller metalúrgico, uno de los miles de autopartistas que surgían por todos lados a caballo del impresionante desarrollo de las fábricas automotrices, GM, Ford, Chrysler, Mercedes, Boward, American Motors, aquí Kaiser, luego Renault, etc., cuando muchos creíamos ingenuamente que los políticos, empresarios y militares dejarían que nuestro país llegue a fin de siglo siendo una gran potencia... y recién entonces comenzarían a robar... Además, al trabajar, concurría al turno nocturno de la escuela, y eso me liberaba de las prácticas de taller, tres veces por semana, en contraturno.

Así las cosas, fue a fines de abril o mayo, por no recuerdo que circunstancias, cambié unas palabras con ella. Yo tenía muy buena relación con su abuela, muy amable y dicharachera, a quien veía frecuentemente en el jardín cuando pasaba por allí..., cambiamos algunos saludos y comentarios del caso. Posiblemente estaba con ella en algún momento en que pasé, y se enganchó en los saludos y la conversación. Nada especial, aparte de su natural encanto. «¿Qué hacés? ¿Dónde estudias? ¿Dónde trabajas?» Todas esas cosas..., pero comencé a verla con más frecuencia..., ahora venía todos los fines de semana..., y por algún motivo u otro... siempre nos cruzábamos... Un día me lo dijo. «¿Por qué no venís a casa cuando salís del trabajo, así no tenés que viajar tanto y luego ir nuevamente para la escuela?» Le explico. La fábrica estaba casi en el centro de la ciudad..., y yo vivía en los límites. Para ir a la mañana, entraba a las siete, tomaba dos colectivos..., unos cuarenta y cinco minutos de viaje, y luego, o iba a la escuela, a mitad de camino, o venía a casa para volver a salir prácticamente treinta minutos después.

Por supuesto, muchas veces a casa no volvía hasta la noche. Salía de la fábrica cuatro o cuatro y media, según el día, y entraba en el turno nocturno a las siete o siete y cuarto de la noche, también según el día… «Ni se te ocurra... ¿Cómo voy a ir a tu casa sí a tus padres ni los conozco...? Y además no ando dando vueltas por ahí. Voy a algún bar, leo, estudio, bebo algo... o si el atardecer está lindo me voy al parque...» Insistía..., hasta que un día apareció su madre..., se presentó y muy tranquilamente me dijo que la suegra, la abuela de Tati, opinaba que yo era un muchacho encantador y estaba totalmente de acuerdo con la nena, que no ande por ahí y vaya a su casa, sólo a veinte cuadras de la escuela... Que sí, que no, que esto y lo otro, después, más adelante... yo no sabía como safar. ¡Y Tati poniendo carita de ángel consternado! Al final, no queriendo ser descortés, llegamos a un acuerdo provisorio, iría un día, nada más para saludarlas y no pasar por antipático... y chau. Y así fue. Quedamos que la próxima semana, el jueves, pasaría por la casa de Tati, a eso de las cinco de la tarde... y veríamos. En realidad lo mandé para el jueves, para ver si se les iba el entusiasmo... pero me recibieron como si fuera el Agha Kahn: tortas, chocolate, masas, etc. ¡O me querían enganchar... o engordarme para Navidad!

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-¿No se acuerda de más?

-Sí, sí, me acuerdo de todo..., lo que pasa... que todavía hoy... o ahora, por lo menos, en que estoy recordando esto... me asombro. Además, no sé como… expresarlo, digo… Quiero decir… que muy probablemente en ese momento yo vería las cosas desde otra óptica, y lo que pensaba… y el lenguaje que usaba… no debe ser el mismo de ahora. Y lo que pasó… pasó realmente así…, o es una reconstrucción contemporánea, de ahora, la idea que yo tengo ahora, de cómo eran las cosas en ese momento. No lo sé. Pero, bueno, sigamos con la imagen que creo haber tenido entonces…

-Lo importante es como lo ve ahora, justamente. Es eso, lo que ha quedado en usted, lo que importa.

-Bien…, es lo que creo. La cuestión es que tal vez yo fuera un muchacho encantador, como decía la abuela de Tati…, pero no podían ignorar que en el barrio tenía fama de mujeriego... Siempre actuaron, los padres digo, o por lo menos la madre, con demasiado seguridad sobre la honorabilidad mía y de la nena..., digo... El padre, en una oportunidad que fuimos al cine, nos esperaba por ahí cerca... y comprobó que yo, prolijamente, llevaba a la nena a la casa. Eso me sirvió, es cierto, pero no abrigaba ninguna otra intención que darles el gusto, ser cortés... y desaparecer. Pero fue difícil. Insistían que fuera prácticamente todos los días, y tenía que inventar inverosímiles pretextos para no hacerlo. Llegamos casi a un acuerdo. Los martes y jueves o viernes iba a merendar a la casa de Tati..., y a eso de las seis y media o siete menos cuarto salía plácidamente caminando para la escuela. Esa era la intención. No fue así exactamente. Los primeros días fueron la merienda, la conversación con Tati y su madre, un poco de lectura o pseudo estudio..., con Tati, por supuesto..., cosa que me impedía concentrar... y luego, claro, lo clásico, ver televisión sentado en el living en un mullido sillón con Tati a mi lado. Ese día empezó la cosa. Habrían pasado dos o tres secciones de merendero, cuando decidí que era inútil intentar estudiar o leer. ¡Vamos a ver TV! Entre fines de abril... y principios de agosto, fue este asunto.

¿Quiere creer que no tengo la menor idea de los programas que vi o intenté ver? Nada, absolutamente. El primer día puso displicentemente su mano sobre mi pierna... y apoyó su cabeza en mi hombro. Yo... como Ramsés. Al segundo día... me tomó del brazo y se lo pasó por el hombro, para estar más cómoda, me dijo. Cuándo me fui, en la entrada…, la casa, si bien daba al frente, era parte de dos o tres departamentos alineados y se entraba por el costado, se paró en el escalón que se forma entre la vereda y el ingreso... «¿No me das un beso?» Claro..., y le fui a dar un beso en la mejilla... y me puso la boca. Al día siguiente lo mismo... pero con mayor decisión. Su ropa era más amplia, el escote más profundo, la mano en mi muslo estaba más cerca de su nacimiento..., y su beso de despedida fue acompañado de un abrazo al cuello... La mamá ya casi no aparecía por el living..., haciendo suficiente ruido en la cocina para que supiéramos que estaba allí. Era obvio. Me querían enganchar... y la nena demostraba al barrio, en la puerta, que yo era su novio... Estaba preocupado y confundido. No podía volver a caer en las garras del deseo como había sucedido algún tiempo atrás... y además tenía dieciocho años, por lo cual... si metía la pata... ¡el único responsable sería yo! No estaba cómodo. Vivía en una Argentina en la cual la clase media conservaba prejuicios sexuales casi talibanescos, dirían ahora..., pero todavía un joven al terminar la secundaria podía tener la esperanza de ser el brillante profesional que conquistara el mundo con sus conocimientos e ingenio... ¿Usted conoció ese país, verdad? Sí… seguro... o no tanto…

-¿Cuántos años supone que tengo?

-Y... treinta y cinco..., treinta y siete…, sí, treinta y cinco.

-Tengo cuarenta y cinco...

-¿Ve...? Le devolví la gentileza. Usted terminó la secundaria hacia fines de los sesenta... Todavía existía esa posibilidad aun cuando los militares y su banda de alcahuetes ya habían comenzado la demolición, con el fundamental beneplácito de petroleras, laboratorios, los ladrones de la City... y los sindicalistas que se ponían saco para las recepciones oficiales, pero existía una parte del país dispuesta a resistir. Luego, todo eso se acabó… Bueno..., no quería casarme o tener algún contratiempo que me impidiera concluir mi carrera..., cualquiera que ella fuera. El final fue al revés. Me recibí a los treinta y seis años con tres hijos y un montón de frustraciones... pero por otros motivos.

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-Decía..., mi confusión..., pero me gustaba... no podía evitarlo. Tati era encantadora, dulce, cariñosa, simpática, complaciente... ¡y estaba muy bien! ¡Un verdadero lío para mí! Mi ego estaba rebosante de autocomplacencia..., era súper admirado... y un cosquilleo de futuros y delirantes placeres empezaba a aparecer en mi mente y mi cuerpo. En verdad, nunca tuve alma de ermitaño. ¿Quiere qué le diga una cosa? Me gusta recordar estos días, esos momentos... Hacia años, muchos, que no tenía ninguna mirada al pasado... y esta parte me gusta. La mano de Tati sobre mi muslo se acercaba decididamente hacia el centro. «¿Sabés que la doctora dice que tengo una teta más grande que otra? Fijate.» «¿A sí?» Por supuesto que lo sabía. Todos los varones y mujeres tenemos una mitad del cuerpo más grande que la otra. El ser humano no es simétrico. Eso no lo dije... pero miré con atención. «Tocá, fijate.» «Sí, lo veo.» «Pero, tocá, mirá, poné las manos.» Yo parecía un nene tímido, inexperto y chambón. Basta de esto dije... y le tomé los pechos con ambas manos y con fuerza... ¡y eran hermosos..., fantásticos, geniales! «¿Viste qué son distintos...?» Y se mataba de risa... Ya estaba, lo había hecho. Era hora de darle para adelante... y se me perdieron todas las prevenciones... Nada que temer. No había moros en la costa, o por lo menos, avisaban con suficiente antelación como para no tener que disimular alguna situación comprometida. Ya sin mayor complejo le acaricié los pechos, uno y otro, sus duros pezones. Con una mano le tomé uno... y antes que pudiera arrepentirse puse la otra bajo su pollera. Inmediatamente se acomodó y se relajó... abriéndose, apoyando su mano entre mis piernas.

Ella era suave, con un vello de terciopelo, la vulva húmeda y cálida..., y al roce de mis dedos rápidamente se entregó, llegando al orgasmo sin angustias ni demasiados terremotos, jadeando levemente…, como si lo estuviera esperando desde siempre. Y ahora me tocaba a mí... Sin la menor indicación por mi parte, me acarició suavemente, por sobre el pantalón, claro..., haciendo presión convenientemente para que yo sintiera lo mejor posible sus dedos… La eyaculación me ensució todo el calzoncillo... y tenía que ir a la escuela. ¡Qué lío, Dios! Pero me fui contento, imaginando algunas tácticas, estrategias y soluciones coyunturales... No entraba en mi cabeza poseerla. Así estaba bien. Por de pronto traería otro calzoncillo, obvio. Un par de veces, nomás... porque se sabe en que empieza... pero no como termina..., o por lo menos no como uno supone que puede terminar. Luego de dos o tres experiencias por el estilo... sentí que mucho mejor sería si yo la podía sacar. No me ensuciaría, estaría más cómodo... y le demostraría a Tati que clase de hombre tenía entre sus manos... Se lo dije e inmediatamente se puso a la búsqueda de algo para cubrirme, una revista, un diario, lo que sea. En dos segundos apareció con los adminículos necesarios. Ansiosamente me desabrochó, y ante su mirada expectante... extraje el pene erguido. No dudó un instante. Me lo tomó entre sus dedos y comenzó a acariciar con deleite y sabiduría. Yo hice lo mío y a los pocos segundos estabamos gozando al unísono, en un acompasado balanceo. En el momento de la eyaculación puso su otra mano y dejó que el semen se derramara sobre ella. Saqué un pañuelo que Tati usó con suavidad y esmero... y todos felices.

-Parecía ser una chica sin complejos y con experiencia...

-Lo mismo pensaba yo cuando me fui hacia la escuela. ¿Dónde habría aprendido tanto, siendo tan joven? Por supuesto que no se lo pregunté... ni me importaba. Yo estaba bárbaro, para que complicar. Por entonces comenzaron los preparativos para su cumpleaños de quince, que se realizaría en la terraza de la casa. Me pidió que invitara a algunos de mis compañeros del industrial, porque ella tenía mucho más amigas que amigos... Seguimos como entonces, gozando sin drama, sin complicaciones y sin interrupciones. Todo bien. El día del cumpleaños vinieron efectivamente cuatro de mis mejores compañeros de la escuela -tuve muy buen cuidado de no mencionar siquiera a mis amigos del barrio-, que fueron los reyes de la fiesta, yo era propiedad exclusiva, pues los pocos chicos amigos de Tati tenían su edad... y las chicas también y claro, los grandotes siempre ganamos. Ahí conocí una de las parejitas de amigos..., quiero decir, me presentó a todos como «mi novio», pero ésta era la única pareja formada por un par de sus amigos de los que estaban allí, y todo fue bien. Ninguna de las otras chicas, si bien muchas muy lindas y simpáticas, eran competencia para Tati, radiante y hermosa. Los parientes adultos estaban en la planta baja y, al final, todos mis compañeros salieron acompañados.

Por lo menos, los que habían comenzado a mofarse por mi infantilismo cuando conocieron a mi novia, se tuvieron que meter la lengua en... el bolsillo. ¡Todos resultaron infantilistas! Días después... Una aclaración: nunca pude, ni antes ni ahora, recordar con exactitud ninguna de las fechas de esta etapa, ni siquiera el cumpleaños de Tati. Todo es más o menos. Días después, decía, en la primera visita luego del cumpleaños, Tatí sugirió que fuéramos al lavadero a buscar unos Life, esa revista grandota, que solía comprar el padre, para cubrirme mejor. El lavadero era un cuartucho que estaba subiendo la escalera hacia la azotea a un medio nivel, más o menos, que yo ni había visto el día del cumpleaños. Como todo lavadero, jamás pude saber el tamaño, pues suelen estar tan llenos de cosas que sus dimensiones se pierden. Bicicletas, patines, cajas, ropas, diarios y revistas, canastos, todo. Las Life parecían estar del otro lado de la máquina de lavar. Tati se inclinó sobre el mismo para alcanzarlas... y yo actué por puro instinto, le levanté la pollera, me bajé los pantalones... y la penetré. Fue un instante o un siglo. No sé. Como si hubiera recibido alguna resistencia, no de ella, sino de algo que no sabía... y la penetré, totalmente, hasta acabar, no más allá de cuatro o cinco bombeos. Cuando me retiré... Tatí se dio vuelta y me dio un beso interminable... pero yo sentía algo raro. Era otra cosa que haber acabado con un goce completo. Sentía algo. Me fui a limpiar... y estaba manchado... ¡cómo de sangre! Ella también. «¿Que paso? ¿Te lastimé?» No. Era virgen. ¡Era virgen! Me sentí para la mierda, sinceramente. Lo que yo no habría querido hacer nunca, racionalmente hablando, lo había hecho en cinco segundos. Un animal. Un degenerado. Cualquier cosa.

-Siempre se gratifica usted, ¿eh?

-¿Qué quiere? Era así. Así me sentía. Y Tati lo más tranquila y contenta, llenándome de besos y caricias. «¡Dámela de nuevo! ¡Me quedé con ganas!» Claro, ella no había llegado al orgasmo. Yo fui tan bestia que ni le di tiempo para gozar. Estaba tan mal que ni ganas tenía… Tati se ocupó de cambiara. Como tenía bajo los pantalones me acarició con ambas manos, una en los testículos y la otra en el pene. Subida a medias en el lavarropas me guió a su vagina y me abrazó con las piernas. ¡No había manera de escapar! ¡Ahora sí! Besos, caricias y ahogados gemidos acompañaron su orgasmo y mi nueva eyaculación… «Vamos abajo antes que mamá se intranquilice, tomo la revista y vamos», se reía. Prácticamente me tenía que apoyar en ella para bajar, me sentía mal, muy mal. Con una culpa de la gran flauta. Fue así varios días. No quería volver, pero no sabía como no hacerlo. No quería ni tocarla, pero no podía evitarlo. No quería volver al lavadero, pero ya casi se hizo un rito. De todas formas, parados..., la sentaba sobre el lavarropas y me enlazaba con sus piernas…, se inclinaba hacia adelante y se apoyaba en el mismo como la primera vez…, subida arriba de cualquier cosa..., de todas las formas que pudiéramos en tan poco espacio, en medio de los cachivaches. No tenía manera de parar. La deseaba hasta el infinito… ¡y no pensaba en otra cosa!

-¿Y jamás el menor cuidado?

-Jamás. Una total irresponsabilidad. En una oportunidad fuimos a la terraza. Estaba la ropa colgada y tapaba las luces de la calle…, era noche... y yo me olvidaba dos por tres del horario de la escuela. En un rincón estratégico Tati había traído una silla, con anterioridad, la había preparado, me dijo, y allí, bajo las estrellas, si existían, hicimos el amor varias veces, ella a caballito, de espaldas, como sea... Era inagotable... y yo también. Ni nos acordábamos que alguien pudiera ver de alguna parte. No importaba...

-¿Y qué hizo?

-¿Que hice? Nada. ¿Qué iba a hacer? No quería hacer nada. Dejar que las cosas siguieran así, eternamente... y que pasara lo que pasara. Una locura total. Y la cosa no termina aquí. Hacía, en definitiva, sólo dos meses y medio, o menos, que yo la frecuentaba, pero habían pasado tantas cosas, que me parecía un siglo. Entonces, un buen día, antes de empezar nada, recién terminaba mi merienda, vino la pareja de amigos que había conocido en el cumpleaños. No me gustó. A mi no me interesaba hacer sociales. Quería estar con Tati y nada más. No me importaban sus amigos, su vida de relaciones, nada. Quería poseerla y listo. Nada más. Sugirieron que fuéramos a pasear. Lo sugirieron ellos y Tati también. ¿Qué pasa ahora? ¿Por qué le da por perder tiempo? Pretendí algunos pretextos, como que llegaría tarde a la escuela... u otras pavadas por el estilo. Tati me miró compungida..., me dio un beso... «Vamos, sé buenito...» y fui. Era una hermosa tarde.

Las cinco y media, más o menos. Sus amigos estudiaban bailes folclóricos, eran medios bobos, eso me parecía a mí, el sabio, pero muy simpáticos, y la nena era muy bonita, de una belleza distinta a Tati, muy rubia, más delgada y tal vez sin tanto swing... Alicia se llamaba. Él, Carlos, Carlitos... No parecía hacerle mucha gracia que lo llamaran así. Dimos varias vueltas, cruzamos las vías del ferrocarril, íbamos hacia una avenida, hacia otro barrio. «¿Para qué tan lejos? ¿Qué hacemos, un tour?» «Ya llegamos, no seas impaciente.» Había que ir precisamente a un determinado lugar, sólo ahí. Parece que llegamos. Una plaza... como tantas otras. No. Una plaza rodeada por tres calles, el cuarto lado está cerrado por las medianeras de casas, y sobre esas medianeras había un cerco de ligustros y unos cobertizos que supongo serían de la municipalidad. Ya estaba oscureciendo. Era julio y el invierno hacía los días más cortos. Fuimos directamente hacía el cerco, sin puertas ni portones.

No había nadie. Tampoco se veía mucho. Las luces de la plaza estaban lejos y muy tapadas por los árboles. Yo parecía un ciego. Tati me llevaba de la mano de aquí para allá, hasta que se instaló sobre algún escalón, o tablón, o vaya a saber que cosa, pero que ella sabía que estaba ahí. La parejita de amigos estaba a unos dos metros nuestro, más o menos, en la misma actitud. Ya casi no se veía nada. Tati me puso las manos entre las piernas y comenzó a desabrocharme el pantalón. Le levanté la pollera, no tenía bombacha, como era clásico en estos casos, la tomé desde sus glúteos, la acomodé... y cuando ella sacó el pene, la penetré. Me olvidé de sus amigos. Hicimos el amor, con besos y gemidos, como si estuviéramos solos, ambos acabamos casi al mismo tiempo, ella un poquito antes que yo…, nos arreglamos, compusimos... y tranquilamente nos fuimos con la parejita detrás. Hablamos de bueyes perdidos, como si nada hubiera pasado, y cuando llegamos a la casa, los amigos se despidieron encantados, entramos, saludé y me fui. Una vez más llegaba tarde a la escuela.

-Seguimos luego.

-Como quiera.