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Guía de Sombras (3)

en Grandes Series

Guía de Sombras 3

3.

-¿Qué opinó de esta actitud? O como siempre ¿no quería pensar?

-Pensé que ella quería demostrarle a sus amigos lo que hacíamos, que era mi novia y amante, y que yo era grande, hermoso y poderoso... etc., etc. Pero dos días después, o una semana, más bien, me rebelé, sí señor, nunca más, no quería hacer exhibicionismo, no. Bueno, eso no se lo dije. No lo hubiera entendido. La verdad, Tati no era especialmente inteligente. Era piola, viva, como tantas otras chicas de Buenos Aires, pero no tenía ningún tipo de inquietud intelectual. Es más, a los quince años estaba en primer año del secundario. Repitió un grado en la primaria y el primer año del liceo. Hacía lo mínimo, si lo hacía... y no más que ello. Nunca averigüé demasiado. No me interesaba. No quería que me interesara. Con lo que tenía... yo tenía bastante. ¿Para qué más? Ni el menor interés en Pigmalion. Pero le dije que yo quería estar a solas con ella. Que sus amigos eran muy simpáticos, que yo los quería... pero prefería quedarme en su casa... e ir al lavadero o a la terraza, no a la plaza. Ningún tipo de referencia al sexo que teníamos en la plaza. Si algo de esto podía traerme un conflicto con ella, quería evitarlo de todas maneras. Si esto hubiera sido una oportunidad de hacerme el ofendido e irme, me cuidé muy bien que no ocurriera. Lo sabía pero no podía evitarlo. Estaba actuando como un reverendo cobarde hijo de puta. Esa es la verdad. Volvimos entonces a nuestra rutina. En estos dos últimos meses, junio y julio, andaba a los tumbos en la escuela.

Mi último año era lamentable. Hasta los profesores estaban asombrados. Durante las vacaciones de invierno fueron los últimos escarceos sexuales en la dichosa plaza. Hacia la última semana, o la penúltima, más o menos, la siguiente a las vacaciones, luego de la que yo me había propuesto que fuera la última sesión de sexo placero, me iba como siempre livianito y contento hacia la escuela, aunque tarde, cuando al doblar la esquina de su casa, hacia la escuela, me encontré con Alicia, su amiga. Sorpresa…, sorpresa. «¿Qué tal, como estás? ¿Vas a la escuela?» No hubo respuesta directa de mi parte. No quería dar demasiadas explicaciones. Caminó a mi lado hasta la otra esquina... y de pronto «¿No me acompañás? Quiero hablar con vos.» ¿Qué pasaba? Que pasaba conmigo, digo. ¿Por qué no dije, no, no puedo? Retomamos por las vías. Yo tenía que ir hacia el otro lado. Íbamos en silencio. Un par de cuadras más adelante, doblamos hacia la derecha, hacia las vías del ferrocarril. Cruzamos por un paso peatonal, y enfilamos hacia... la plaza de la medianera y los ligustros. No había gente en las calles, muy arboladas y oscuras. Al cruzar alguna de las calzadas, pasé el brazo por sus hombros.

Me tomó por la cintura. Ni una palabra. Cruzamos la avenida y nos internamos en la plaza, derecho hacia la oscuridad, hacia exactamente el mismo lugar de siempre, donde habíamos estado hacía apenas media hora. No esperé que actuara ella. No en balde ya estaba totalmente alzado. Desabroché el pantalón, me descubrí, levanté su falda, ¡y no tenía bombacha!, la acomodé, se acomodó, y la poseí. No hubo dudas ni incertidumbres. No había completado la penetración cuando ella ya estaba aferrada como una garrapata con sus dos piernas levantadas abrazando mi cintura..., yo sosteniéndole los glúteos ¡y llegó a un orgasmo de terremoto! No me había besado hasta el momento, pero entonces casi me rompe los labios. Cuando acabé, nos separamos, me limpió con un pañuelito, que apareció no sé de donde, sacó una bombachita, tampoco sé de donde, se la puso, me tomó de la mano y regresamos. Así de simple. Alicia estaba de lo más tranquila y aplomada. A mí me daba vueltas la cabeza, no entendía nada. ¿Qué está pasando...?

-¿Usted qué cree?

-Yo no era capaz de creer nada, de pensar nada. Estaba desconcertado, que sé yo. ¿Adónde iría a parar todo esto? El siguiente día en que me encontré con Tati, ella estaba como siempre... pero yo con complejo de culpa. ¡Una vez más! «¿Sabés una cosa? Alicia me envidia, así me dijo, porque Carlitos es muy bueno... pero no sabe hacer nada, no sabe como hacerlo ¿entendés...? Pero bien eh, sin maldad, así me dijo. Me dijo que vos sos maravilloso..., a mí me puso muy contenta. Alicia es muy buena, mi mejor amiga.» Claro. Esto era peor que las telenovelas que todavía no se habían inventado. Al irme... nuevamente ¡sorpresa! «No Alicia, hoy no. No puedo, tengo que entregar un trabajo en la escuela, en la primera hora.» «Dale, vení, ¿no te gustó acaso? ¿Es mejor con Tati?» ¡Oh, no por favor, eso no! También... lo pensé... pero no lo dije. Y allá fuimos, una vez más.

Y luego de la segunda, hubo una tercera vez. Parecía que quería superarse día a día… Hacía todo lo posible para que fuera mejor que con Tati, como si ella supiera lo que hacíamos. Me preguntaba a cada momento si me gustaba, si estaba bien. Ese día se puso en cuclillas, o agachada, apoyada en los andamios que estaban por ahí, se levantó la pollera sobre la espalda y me pidió que la montara. En realidad mucho no podía, pero medio parado, medio inclinado, apoyado sobre ella la penetré. Lo hice por la vulva, por que no imaginé que quisiera otra cosa. «¿No te gustaría dármela por atrás?» «Si, claro, pero para eso hace falta vaselina, por que si no te puedo lastimar y a mí también me va a doler. ¿Nunca lo hiciste?» «No, yo quería que vos fueras el primero. Con Tati no lo hiciste.» «¿Ella te contó?» «Si todo, pero no importa. Otra vez traigo eso que decís y me la ponés bien, ¿eh?» Alicia habló durante todo el regreso. «Tati me contó todo lo que hacen, el lavadero, la terraza, todo. Cuando vinimos por primera vez a la plaza, fue idea de ella. Quería mostrarme como lo hace y como lo hacés vos... y me dijo que es divino... ¡y tiene razón!» Al fin en algo yo tenía razón, era puro exhibicionismo... No me hice más problemas. ¿Para qué? La siguiente semana igual. Alicia apareció en la esquina. «No, hoy no. De ninguna manera…» «Te quiero decir otra cosa… A vos te gustaría estar en una cama ¿no? ¿Querés venir el sábado a casa?» «¿A tu casa?» «Claro. Mis padres no estarán. Van a ver un pariente, al sanatorio. Estaremos solos una tres horas. ¿No querés, sí?» Hacia casi dos años que no estaba con una mujer en una cama. La tentación era demasiado grande... irresistible. Era jueves... y llegar al sábado me pareció una eternidad. Llegué a su casa, a tres cuadras de la de Tati, puntualmente. Ni se me pasó por la cabeza que Tati me pudiera ver. Nada. Iba... como si fuera la primera vez, lleno de ansiedad. No alcancé a poner mi dedo sobre el timbre.

Alicia estaba esperando atrás de la puerta, con un muy liviano vestidito, a pesar del frío, casi desnuda, por lo menos, se le notaba todo... y ella lo sabía, por supuesto. Ni que hablar. Me dio un beso, me tomó de la mano... y muy decidida me llevó al dormitorio... En la cama, desnuda, estaba Tati, muerta de risa. ¡Habían decidido compartirme! Intenté algunos comentarios jocosos. «Así que eso era ¿no? Yo soy el pato de la boda. Hay para todas…» Y algunas estupideces más. Fueron al grano, las dos. Comenzaron febrilmente a desnudarme. Yo dejaba hacer..., volví a sentirme el Agha Kahn. Me acariciaron, me besaron, sobaban mis genitales..., me pasaban las manos entre las piernas…, las dos. Me besaban la cola, las orejas... Alicia se sacó el vestido y entre las dos me tiraron sobre la cama. «Tati primero, porque ella es más antigua», se reía Alicia. «Claro, tengo derecho», contestaba Tati. Se sentó sobre mí. La penetré... mientras Alicia primero me besó en la boca... y luego se agachó por atrás de Tati, entre mis piernas, y sentí sus labios sobre mis testículos y su lengua alrededor del pene y supongo que también la pasaría por los labios de la vagina de Tati. ¡Una locura total! Y recién empezaba... Acabamos rápidamente, lo que no me importaba, sino todo lo contrario, ¡quería hacerlo muchas veces! Tati había tenido el orgasmo un segundo antes, a los gritos. Nos tiramos los tres, una a cada lado... y suspiré hondo. ¿Estaría pasando todo esto o sería un sueño? Estaba pasando.

Tati le dijo a su amiga, «acomodate que te toca a vos.» Estaba boca arriba, a mi lado. Se corrió hacia los pies de la cama y Alicia se incorporó. Se puso en cuclillas sobre ella, mirando hacia sus pies, con su pelvis a la altura de la cabeza de Tati, a la altura de su boca en realidad. «Montame. ¡Dale, que no doy más!» No tenían ningún reparo. Se la clavé apoyado en su grupa, mientras ahora era Tati quien besaba y sorbía nuestros sexos. El orgasmo fue inmediato para Alicia, con aullidos aun más destemplados que los de Tati, mientras yo trataba de no demorar demasiado. «Dale, mostrale la sacudida…» Tati hablaba y se reía, apoyada en los codos, con la cabeza entre las piernas de Alicia, justo abajo mío. «Digo yo, si no les importa, ¿dónde aprendieron todo esto, eh?» Se rieron a carcajadas. «Ya vas a ver.» Cuando la llené, Alicia se levantó, salió de la pieza... La miré cuando iba, desnuda, con un hilito de esperma chorreando en sus muslos. ¡Era muy hermosa! Tati me besaba las manos, el pecho, los labios..., me acariciaba el sexo…, recogiendo con su lengua las últimas gotas, sin chupar. «Ahora tenés que dedicarte a mí.» Se paró en la cama, para que viera el maravilloso espectáculo de su cuerpo, que tantas veces había tenido entre mis brazos pero que nunca había visto.

El escorzo era espectacular. Le acaricie las piernas y se acomodó sobre mi cabeza, doblando levemente las piernas, para mostrarme su sexo. Desde allí vi el paraíso de sus labios enmarcados por la seda de su vello. La acaricie suavemente con la punta de los dedos, entreabriendo la vulva, apenas para ver sus pliegues interiores, húmedos, todavía con restos de semen. Nunca antes había podido apreciar tan perfectamente la maravillosa anatomía de la mujer. Tati gozaba del espectáculo que me brindaba, levantándose los cabellos y mirándose en el espejo. No veía todo su cuerpo en el espejo desde la posición de mi cabeza, pero sí su rostro iluminado de felicidad. Mientras contoneaba sus caderas en una imaginaria danza árabe, se acariciaba los senos y el vientre. ¡Estaba brindándome el show de mi vida! «Eh, eh, no aprovechen, que ya volví.» Desde la puerta Alicia miraba sonriente. Apareció con un montoncito de revistas. Eran pornográficas, claro. En alemán o algo así. Pero los textos no importaban. A todo color, había lo que se antojara. De a dos, de a tres, de a cuatro..., lo de siempre. Entre las fotos, por supuesto, los dos actos anteriores.

Se pusieron en cuclillas a mi lado, una de cada lado, casi con los pechos en mi cara. Mientras las besaba a una y a otra, con la lengua les acariciaba los pezones, las curvas de todas sus protuberancias, bastante más en el caso de Tati. Ellas me iban "explicando". «Mirá, mirá esto, y a estos otros ¿qué tal? Esta... ¡qué pose...! Y la forma…, mirá como lo agarran entre las dos... ¡te vamos hacer de goma!» Querían probar todo. Yo tenía miedo que las carcajadas se oyeran desde la otra cuadra, estaban rebosantes. No parecían tener ningún límite. No sé el tiempo que pasó. La verdad. Una y otra vez. Así y asá. Primero una y luego otra. Ya no intentaba eyacular con alguna en particular. A la que le tocara, le tocaba. Penetraba a una de una forma..., la otra me pedía que lo hiciera igual, mejor o distinto... y así todo. En algún momento insinuaron una fellatio… pero no avanzaron más allá de los besos de superficie, alternándose en besarme el tronco y pasar la lengua. Yo lo lamenté, por supuesto, pero no quería forzar nada. ¡Qué todo fuera como ellas quisieran! Con eso tenía más que suficiente. Nunca la había pasado tan bien y por muchos años fue la mejor y más divertida sesión de sexo que tuve en mi vida. Todavía hoy, creo, no hubo otra oportunidad tan sensacional y divertida. A eso de las siete, más o menos, Alicia tomó conciencia. «¡Rajemos, van a venir mis viejos!» Una tromba, vestidos, zapatillas, calzoncillo, bombachas, corpiños, como sea..., casi salimos corriendo Tati y yo, con Alicia desternillándose de risa en la puerta de su casa…

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-¿Y después?

-Llegamos con Tati a la avenida. No hablamos. Ni nos tocábamos. Sentía algo extraño. «Chau.» «¿Venís el martes?» «¿Eh? Sí, a lo mejor.» «Vení, por favor. ¿Me das un beso?» La besé..., sin muchas ganas. No sé que había pasado. Yo no estaba enamorado. Nunca lo había estado. Era un divertimento para mí. ¿Que pretendía ahora? Nuevamente la maldita confusión..., sin saber que había pasado. Nuevamente, fui atrás de los acontecimientos. En verdad, siempre había sido así, desde que la conocí. Nunca yo había decidido nada..., pero no era inocente. Ese fin de semana no salí de casa. Como todos los sábados, los amigos me vinieron a buscar, algún baile, a los que yo no había dejado de ir todos estos meses, algún concierto de jazz, siempre había algo... pero esta vez no fui. Ya se hablaba en el barrio de mi noviazgo con Tati. Los amigos me cargaban. «¿Te largó? ¿Por que no venís?» Llegué a la conclusión que ese era el momento oportuno para volar. Ese... y no otro..., pero el martes fui.

Tati..., como si nada. «¿Qué te pasa, por qué estás así? ¿No estás enojado, verdad?» Por supuesto que no ¿De qué me podría enojar? Di algún pretexto. Esta vez sí. Me fui más temprano que nunca. No hicimos nada. Ni lavadero, ni terraza, ni nada. Me fui. Empezaron a aparecer ante mi algunas imágenes de ese sábado. Algo así como algo que había quedado tapado, o que yo había tapado, no sé. La relación entre ellas... No tenía dudas, en ese momento, que las chicas habían practicado entre ellas lo que veían en las revistas. Lo sabían muy bien. ¿Serían tortilleras? ¿Y a mi qué me importaba? Al fin de cuentas lo había pasado bárbaro. ¿Y si fuera solamente un juego de chiquilinas, que se figuraban estar interpretando una novela? No fui ese jueves, pero sí el jueves de la semana siguiente. Tuvimos nuestra última sesión de sexo, completo, en el lavadero y la terraza... ¡Yo no pensaba volver! El fin de semana anterior... había conocido a Ella... y en eso quedó todo. No la volví a ver. Vino al barrio en varias oportunidades, supongo que a buscarme. Yo no estaba nunca, ahora tenía verdaderos motivos… y allí comienza la otra historia, la que ya le conté. Entre paréntesis, varios años después supe, por conocidos y referencias, que ambas chicas se habían casado, tenían hogares normales... y eran simpáticas vecinas de barrio...

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-¿Cómo sigue esto?

-Como sigue, ya le dije. Fue lo que conté anteriormente...

-¿Y no hay más? Usted habló de una historia de antes de antes... o algo así…, que estuvo dos años sin tener relaciones, de alguna frustración o desengaño... o mal momento. No lo aclaró.

-No, frustración o desengaño, antes de... la que me decidió a irme... no tuve nunca antes. Algunas cosas distintas, como hacer algo incorrecto, no sentirme bien... eso.

-¿Cómo fue su primera vez? No me crea Guinsburg..., pero eso deseo conocer. Por lo menos que usted recuerde, lo tenga presente. ¿Es así?

-Sí, claro. Lo tengo presente, por supuesto, eso no se olvida. En realidad... hay varias primera vez...

-¿Cómo es eso?

-Claro..., lo que uno hace de chico, los primeros escarceos sexuales, aunque uno no llegue a nada, por la edad ¿me entiende?

-Hábleme de su primera vez como varón completo, digamos, cuando tuvo su primera eyaculación... dentro de la vagina de una mujer.

-Eso fue… en 1951, durante la Navidad de 1951. Tenía doce años. Ya vivíamos en Buenos Aires, y en Navidad, hasta Año Nuevo..., y también en Carnaval, toda la familia de mis padres se reunía en la ciudad de provincia, residencia de mis abuelos y origen de la mayor parte de sus descendientes, y en la escuela en la que mi tía era directora y donde por entonces vivía con mi abuela. Las dos grandes reuniones familiares del año. Fue más o menos en primavera que tuve las primeras poluciones nocturnas. Por supuesto que no sabía que pasaba y me dio vergüenza manchar el pijama. Mi padre me explicó el tema de la pubertad y me regaló un libro que hablaba sobre la reproducción de los mamíferos. Todo esto, lo de la reproducción ya lo sabía perfectamente. Lo que no sabía era como es que de pronto, sin hacer nada, salía el semen del pene. Me masturbé varias veces para comprobarlo en vivo y en directo…

-¿En qué pensaba?

-¿Cómo en qué pensaba?

-Sí, en que pensaba cuando se masturbaba. Qué fantasías tenía…

-Ah…, no me acuerdo. Qué se yo. Supongo en que me estaba cogiendo algunas de las chicas conocidas…, más grande, seguro, de quince o dieciséis…, algo así ¿no? Claro, yo sabía como había que hacerlo con las chicas, pues ya lo había intentado en varias oportunidades...

-¿Por eso lo de cuál primera vez?

-Exacto. Más adelante le cuento. En Navidad fuimos a esa ciudad, donde le dije. Nos juntábamos como treinta personas o más, que venían de todas partes, hijos, sobrinos, y nietos…

-¿Usted tenía primas?

-Sí, tenía... y tengo, claro, pero la menor de ellas me llevaba ocho años. La normal iniciación sexual familiar no se dio, eso de empezar entre primos no fue mi caso. La escuela era muy grande, con tres patios de juego, canchas varias, frontón, etc. Le dije, mi tía la Directora, otra de mis tías, también maestra allí, igual que una de mis primas. No sé si era todo el año así, pero en estos casos, venía a trabajar una señora que era cocinera, aunque mis tíos y mi padre también cocinaban. En realidad, eran ellos lo que hacían todo. Las mujeres sólo limpiaban, ponían las mesas y esas cosas. Una de mis tías era repostera. Ese día, el 24 de diciembre, la cocinera vino con su hija, una morochita muy rica, de mi edad... o algo más..., una chica a los trece o catorce, siempre parece mayor a los varones. Además no había nadie más de mi edad. Sólo otra chica, hija de un matrimonio de amigos de mis tíos, la directora y su esposo, que se habían mudado a La Plata. Muchos años después, este matrimonio tuvo su importancia en mi establecimiento en La Plata, me recomendaron para mi primer trabajo allí. Esta chica era menor que yo, pero no había ninguna relación con ella. No me gustaba, era antipática y estirada..., además habíamos tenido, un par de años antes, un asunto bastante feo... por ambas partes. Otra historia... Fue así como me pegué a ella, a la hija de la cocinera, digo, y ella a mí. Congeniamos bien... y además estábamos solos entre tantos adultos.

Ayudábamos en todo los que nos pedían, lo cual asombraba bastante, dado mi poco afecto a ser colaborador en estas fiestas. Yo solía llegar a esas reuniones dispuesto a rajar rápido para tratar de encontrar a algunos de mis compañeros de mi paso por la escuela en años anteriores. En este caso... tenía muy especial interés de quedarme. En la Nochebuena se quedaron. Creo que el esposo de la cocinera, por alguna razón de trabajo, no estaba en la ciudad. Estas son cosas que me planteé luego.

En ese momento ni me interesaba, ni se me ocurría pensar en eso. Nos sentamos juntos, todo el mundo, de la familia o no, compartíamos las mesas armadas en el salón de música, la pasamos muy bien, con cantos, chistes y los besos de los brindis. Nos mantuvimos despiertos y entretenidos hasta que uno de mis tíos las llevó a su casa a la madrugada... con mi esperanza –y la de ella, creo- de vernos nuevamente. Ana María, Anita, y su mamá, volvieron casi al mediodía, para mi alegría, y pasamos el 25 juntos. Luego del almuerzo tuve la valentía de pedirle de encontrarnos en la última aula, de la última galería, del último patio, luego que todos se fueran a dormir la siesta, o la mona... A eso de las tres hice un discreto recorrido para ver si había moros en la costa. Todo en orden, mis primas y mi hermano mayor, quince años me llevaba él, en un patio interior, bajo una higuera y una parra, fumando y jugando a las cartas... y los demás desparramados en las aulas durmiendo. ¡Un verdadero campamento de gitanos...!

-Nunca habló de su hermano.

-Tenía dos hermanos. Ambos fallecieron. El mayor, hijo de mi padre en su primer matrimonio –papá quedó viudo a los veintidós años-, y el menor, down, seis años menos que yo. Creo que yo recién había nacido cuando mi hermano se fue de casa. Ingresó como aprendiz en una escuela militar, en 1940, más o menos. Por alguna razón que desconozco, nunca se llevó bien con mi madre. Venía a casa de visita, de vez en cuando, pero nunca se quedaba demasiado. De todas maneras, conmigo tenía una actitud dual.

O me trataba como si fuera otro padre o como si fuera un tío... y me llenaba de regalos... Estaba en mi recorrida de control. Vista que fueron todas las cosas en orden, me dirigí hacia la última sala, de la última galería, del último patio... y allí me esperaba Anita, en la penumbra, sentada sobre el pupitre. Entonces los bancos de escuela eran esos dobles, con el agujerito para el tintero de losa en el pupitre. No se movió, me acerqué y estiró sus brazos. Cuando estaba casi pegado a ella, levantó las piernas y las cruzó alrededor de mi cintura. Me sonreía y nos besamos. ¿Y ahora? No quería quedarme atrás. Me bajé el pantalón y el calzoncillo, esos pantaloncitos con elástico, de gimnasia. Si bien yo estaba erecto, Anita tuvo la gentileza de acariciarme con dulzura y delicadeza.

No creo que ella supiera que era mi primera vez -¡no se lo iba a decir yo!- pero se portó con mucha sabiduría. Sin duda ella ya tenía suficiente experiencia, eso me pareció, no en ese momento, claro. Ni lo pensé. Quería hacerlo de la mejor manera y demostrarle que yo también sabía. También la acaricie. Nuestras manos se tocaban mientras nos acariciábamos mutuamente mientras nos besamos con suavidad, y ella me enseñó también como, introduciendo su lengua en mi boca. Fui un alumno aplicado. Anita puso mi pene contra su vulva, sin dejar de besarme y la penetré… La penetré... y nos quedamos abrazados, quietitos... hasta que comencé a moverme y ella a responderme. Fueron unos minutos muy lindos y eternos... o casi, no sé. Cuando acabamos nos quedamos apretados y besándonos suavemente, muy suavemente, los labios, los ojos, las orejas.

Fue muy lindo... y siempre pensé la suerte que tuve al no tener que pasar por la experiencia de una prostituta para estas cosas, como la mayoría de los chicos, por aquella época. Ahora ya no es así, por suerte. Los chicos y las chicas son muchos menos inhibidos y tienen muchos menos prejuicios, además de mejores oportunidades. Así seguimos durante toda la semana, hasta el 31. Desgraciadamente no se quedaron y el 1º no vinieron. Nosotros regresamos a Buenos Aires… La señora siguió trabajando en casa de mi tía, pero nunca más volvió con su hija… que yo sepa. No mientras estuve yo, por lo menos.

-¿Y qué hay de ese anterior de lo anterior? ¿A qué se refería?

-Sí..., no recuerdo la referencia... ¿a qué venía?

-Fue cuándo conoció a Ella... ¿recuerda?

-Ah... Ahh, ahora recuerdo. Lo que me sucedió antes de conocer a Tati, eso era. Fue antes de... los dos años de recogimiento espiritual. Estaba en cuarto año, sí. Es una de las cosas que rescaté en estos días en que me puse a repasar mi vida sexual... Fellini Satiricón. Cuarto año, dije. Un chico de tercero, con el cual no tenía ninguna otra relación que la que puede tener cualquiera con otro compañero de la escuela -el cuarto año era el último de los turnos diurnos, luego en quinto se pasaba a la noche en esa escuela industrial-, se me acercó en algún momento y me dijo, «Le gustás a mi hermana.» «¿A sí?» «Sí, y a mí también.» Glup, «no me jodás...» y me fui. Me buscó nuevamente. «No te escapés, de verdad, le gustás a mi hermana.» «‘Ta bien, pibe, mandale saludos.» «Escuchame, te estoy hablando en serio.

A veces viene mi viejo a buscarme, y mi hermana lo acompaña... y un día te vio y me preguntó por vos. Mirá, mañana o pasado va a venir, yo te aviso para que la veas.» No tenía nada que perder. Hacía un año, más o menos, que no pasaba nada. Ese día me avisó. Tenía que mirar desde la ventana del aula, en el primer piso. Los chicos de los primeros años salían unos minutos antes. Ella se iba a acercar a él, que se quedaría cerca del ingreso y así yo podría verla de cuerpo entero. Estaba muy bien. Parecía de la misma edad del chico, catorce o quince años, aunque no parecían mellizos. Pantalones y blusa muy ajustada, vestida para lucirse, diría yo. A los otros chicos se les iban los ojos, claro. Fueron hacia el auto del viejo, ella se dio vuelta hacia mi ventana y sonrió. Sabía lo que tenía y que la estaba mirando. Mire usted, de todas las chicas con las que estuve durante mi adolescencia y juventud... solo dos o tres fueron efectivamente buscadas por mí. Al día siguiente…, «¿Y, te gustó?» «Sí, la verdad que está muy bien. ¿Cuántos años tiene?» «Trece.» «¡¿Cuántos?!» «Trece, pero parece más ¿viste?» Efectivamente, no por que quisiera convencerme, la nena era super desarrollada. Ni Anita, que tenía catorce, daba para tanto, ni siquiera otras que había conocido en los dos o tres últimos años. ¡Una bomba!

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-¿Qué pasa?

-Digo yo... ¿es necesario qué le cuente todo esto? ¿Sirve para algo?

-No lo sé. Cuando termine le digo. Usted dijo que no hay que guardarse nada.

-¡Tanto tiempo! Dieciséis años tenía yo.

-Busca justificativo... ¿no? ¿Qué pasó?

-Es que... bueno, hay cosas peores... bastante peores a esta...

-Cuándo usted era el macho de América no tenía problemas en hablar... ¿y ahora? No lo quiero agredir, se lo digo en broma... Sé que usted rectificó su opinión sobre sí mismo.

-Esta charla me sirve, en principio para comprobar que mi vida afectiva... fue un desastre, por lo menos hasta que me casé... y no sé sí después... también. No se olvide que yo vine aquí para saber porqué no podía tener sexo... ahora.

-Por eso tengo que saber como tuvo sexo antes...

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-Me preocupaba algo que el chico dijo al pasar, "a mí también...", a mí también me gustás, dijo. Pensé que se refería... a algo así... bueno, si mi hermana se mete con vos yo no soy un hermano guardabosque, ¿no? Algo así. Le dije que la hermana era muy bonita, preciosa, que estaba muy bien, todo eso... y que sí, parecía mucho más grande... y que yo... no quería joder, digamos, a una chica... tan chica. «No pasa nada, no té hagás problemas, la pasamos bien.» ¿La pasamos? «Sí, ya te dije, vos me gustás... y si vas a estar con mi hermana quiero que... también lo hagás conmigo..., antes.» «Estás loco.» «No, es en serio. No te cuesta nada y la vas a pasar bárbaro.

¿Qué te cuesta, eh? Si al final desde atrás una chica y un varón son casi iguales...» y se reía. Yo iba entendiendo... en buena hora. El chico era, por lo menos, bisexual y utilizaba a su hermana como carnada para enganchar muchachos... ¡Una soberbia clase de empirismo! Pará, pará, ¡pará! Que sí, que no, que era un raye, que eso no podía ser, que no había forma de estar tres en algún lugar tranquilo..., mis pretextos se iban diluyendo poco a poco… «Los jueves a la tarde, luego de la escuela, mis viejos se van a una conferencia o algo por el estilo, para hacer un viaje... que sé yo, y quedamos solos en casa. Vení... y nos divertimos. Facilísimo.» Dirección, teléfono... y "llamá a las seis." Llamé... y el chico confirmó que podía ir. Era una escena parecida a la que conté antes, con Tati y Alicia..., pero más escabrosa. Los hermanos se comportaban con naturalidad absoluta. El chico me dijo como lo tenía que hacer, como se ponía, la hermanita tomó un pote de un botiquín y se puso a embardunarme el pene. «Esto es para que no duela, ni a vos ni a mí», explicaba el muchacho. Le puso la misma crema en el ano al hermano. Su casi profesional actitud me puso justo a punto... a punto. El chico se paró a los pies de la cama, se tomó del respaldo de bronce y se agachó. «¡Dale ahora!» Es lo que hice.

Sentí que el prepucio se estiraba al máximo... y conseguí penetrarlo. No fue fácil. Tal vez falta de experiencia en estos asuntos, pero al fin pude. La nena sonreía y observaba, parada a nuestro lado. Cuando empecé a moverme, se agachó, poniendo su culito al alcance de mi mano, y comenzó a masturbar al hermano, tomándole el pito con toda la mano. ¡El tipo quería gozar a dos puntas! Así fue, efectivamente. Con un brazo me aferré a la cintura del chico y con la otra mano acaricié a la hermana, metiéndole un par de dedos en la concha. A los pocos segundos de mi eyaculación, acabó él, gracias a los buenos oficios de la Chela. No había dudas que tenían relaciones entre ellos, y si no lo hicieron plenamente ante mí, sería por temor a que me achicara..., eso creo. Digo yo… ¿tendría pinta de degenerado, cuando adolescente o joven? Porque todas me tocaban a mí... Ahora venía la segunda etapa, que era la que a mí realmente me interesaba. Después de semejante trance no me iba a perder lo mejor. Ya que estabamos en el baile... pues bailemos.

-Dejemos el baile para la próxima