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Guía de Sombras (13)

en Grandes Series

14.

-¿Tranquilo?

-Sí…, claro… ¿Sabe una cosa? Cuando volvía a mi casa pensé que lo que había gritado aquel amante despechado podría ser cierto. No que era una puta, sino que te podía volver loco. Hacía todo lo que el más ansioso de los hombres podría pretender. Emmi me aclaró, sin que yo preguntara nada o hiciera algún comentario, que su entrega total era consecuencia de la ternura que yo le brindé. Tal vez fuese un justificativo, pero a mí no me preocupaba en absoluto. Supuestamente yo era el tipo más dulce que había conocido en muchos años y además no reclamaba ni exigía nada. ¡Y yo pensaba que efectivamente era una mujer que podía volver loco a cualquiera! En la clase siguiente nos comportamos como si recién nos conociéramos, su discreción era maravillosa, y fuimos nuevamente al estudio. Le aclaro que la vez anterior llegué a mi casa hecho una fiera del sexo, hice el amor con mi esposa como si fuera la primera vez, aunque ella estaba media dormida…, y no la pude convencer de ciertas cosas…

-Quería encontrar en ella lo que Emmi le había dado…

-Efectivamente. ¿Por qué no? ¡Si era fantástico! Y en la siguiente semana fue mejor todavía. Cuando fui a besarla como la vez anterior me pidió que me subiera encima. Comprendí lo que quería. No le miento si le digo que al principio me costó concentrarme, ¡estaba tan excitado que tenía miedo de acabar antes de empezar a chupársela! Tuve que hacer un gran esfuerzo para evitar terminar antes que ella empezara. Sabía cuanto le gustaba hacerlo y no le quería privar del placer de sentirme bien en su boca. ¡Fue único! Cuando sentí su orgasmo me dejé ir con toda el alma. ¡Eramos un camión a toda marcha por un terreno lleno de baches! ¡Las sacudidas deben haber corrido el sofá de lugar! ¡Algo fantástico!

-Jugamos a las caricias y los besos algunos minutos y montó a caballito. Ahí tuve que ponerme el preservativo, en realidad ella lo puso, corriendo el prepucio y limpiando el glande con la lengua. Pero, con forro y todo, pude, por suerte. Brincaba endemoniadamente, mientras procuraba aferrarle las tetas, que se escapaban saltando de aquí para allá. Fue uno de los pocos momentos que vi reír a Emmi. Cogiendo era solemnemente seria. Gemía, aullaba, latía toda… pero no reía… Tampoco hablaba ni pedía nada. Se concentraba en la cópula y punto. Luego de la nueva recuperación, fue por la grupa. Esta vez parados, al costado del sofá, clavó la cabeza contra el respaldo y me ofreció el ano, separando las nalgas con sus manos para que la untara con la manteca. Como había adquirido cierta practica, descubrí mi cabeza y la embarduné bien, para hacerlo más fácil. La primera vez había sido demasiado a las apuradas, producto del deseo y la emoción de hacerlo. Ahora fue más lentamente, gozando poco a poco. Busqué la florcita roja y fui empujando, mientras observaba como se dilataba y penetraba el glande. Comprendí entonces el especial placer que representa el coito anal, pues se puede observar mejor. La tomé de la cintura hasta introducirme unos centímetros y luego me erguí. La postura permite visualizar la penetración hasta el final, además se ve el propio pene entrar y salir, lo que, en verdad, a mí me hacía sentir muy macho.

¡Fue mucho mejor que la vez anterior! Claro, después de esto, me quedé medio tirado, repantigado en el sofá, tratando de reponerme, de regular la respiración, pero Emmi no daba tregua! ¡Ella siempre tenía resto! Yo estaba medio adormilado, con los ojos cerrados…, no sé si había pasado mucho tiempo, cuando se arrodilló frente a mí. Me tomó con sus manos, y aunque estaba fláccido, me corrió el prepucio y sentí cómo los labios saboreaban el glande, pasando la lengua en círculos, apretándolo un poquito. Abrí los ojos y me enderecé. ¡No me la quería perder! Sentí crecer el pene, mientras la boca lo recibía, mordiendo despacito, tragando hasta la mitad, más o menos, donde las venas inflamadas parecían cordones de zapatos. Me acomodé en el sillón, bajando un poco y echando la cabeza hacia atrás. Podía sentir el miembro aprisionado, rozando su garganta, quizás también sus amígdalas. Hizo una arcada en el momento justo en que eyaculé en la boca profunda y cálida. «¿Te dio asco?» Me hizo señas que no con la cabeza mientras se levantaba conservando el semen en su boca y fue hasta el baño. Escuché que se lavaba y vino hacia mí muy sonriente. «No sonso, me tocaste las amígdalas, eso me provocó la arcada… como un hisopo…» Y me beso en la boca, pasando su lengua por mi paladar, como antes había hecho por la cabeza… ¡Todo fue buenísimo! Y luego la ducha. Para poder acariciarla me senté en el borde de la bañera y ella se arrodilló frente mío, en realidad prácticamente se acostó. Como en el encuentro anterior, me beso y chupó… ¡y era la tercera vez en esa noche! Metí mi mano entre sus piernas e introduje los dedos en su vagina, recorriéndola con suavidad, tratando de no lastimar. Acabó inmediatamente, aun antes que yo. Cuando tenía un orgasmo, si me estaba chupando, me apretaba tanto con sus labios que yo tenía miedo que me la rompiera… Así fue. Cuando nos dimos cuenta eran como las dos y media de la mañana. ¡Esta vez llegué a mi casa hecho una piltrafa! No podía hacer otra cosa que dormir.

-¿Siguió así mucho tiempo?

-No, no. Llegamos a un modus vivendi adecuado. No más de una vez por semana. Ambos teníamos que madrugar para trabajar y eso nos mataba. El trabajo digo, no el sexo. Fueron un par de meses, no más. Comencé a preocuparme por haberme enganchado de esa manera. Y se lo planteé, así, directamente. «Amás mucho a tu esposa ¿no?» «Sí, no te lo voy a negar.» «Pero conmigo haces lo que no podés con ella…» «No es eso. Sí, lo hago…» mentí. Mi única mentira. «La paso bárbaro con vos…, pero no quiero que seas mi amante de entre semana…, y tengo miedo de enamorarme.» Otra mentira. No podría enamorarme nunca de Emmi. Nunca hablamos de nada, de nada más allá de temas circunstanciales… y de sexo, pero tampoco demasiado. Del sexo, del placer, de cómo hacerlo mejor, de lo que más nos gustaba… Comentábamos algunas de las poses anteriores y de cómo lo haríamos ahora, buscando algo nuevo. Todo eso. Sin ninguna inhibición. No sabía que pensaba ella de nada. Emmi no era una tonta, como compañera de estudios se mostraba inteligente, pero no habíamos tenido tiempo de conocernos en un plano más interior. Teniendo en cuenta lo que pasaba entre nosotros esto parece una estupidez, pero yo lo veía así. Todo fue demasiado rápido para conocernos. «¿No se te ocurre que yo puedo haberme enamorado de vos?» «Eso es lo que no quiero que pase…» Si hubiera visto la película Atracción Fatal, lo que ocurrió diez años después, ya hubiera huido espantado. No quería hacerle daño, no quería hacerle daño por que la quería, justamente. Tampoco quería volverme loco por ella. A propósito… ¿Usted vio esa película, no?

-Sí, claro.

-¿Notó algo? Supongo que sí. Bueno… es mi apreciación… Allí ocurre algo…, creo que no es un dato menor. Creo que el director, o el guionista, no sé quien, no presenta esa relación, entre los protagonistas, digo, como una mera atracción sexual, aunque nunca escuché, o leí, ningún comentario sobre el tema. Yo no lo escuché. No quiero decir que no exista. Hay en esa pareja una relación… humana, digamos, mucho más profunda que entre el abogado y su esposa. Esa conversación, ese compartir, la audición de Madame Butterflied, por ejemplo, crea un vínculo entre ellos mucho más profundo de lo que el hombre había tenido nunca con su mujer…, por lo menos lo que se muestra en el film. Entre las conversaciones baladíes del matrimonio…, la casa, el dinero, el bienestar, etc., y la química que se produce cuando los amantes comparten la ópera, hay un mundo de distancia. En definitiva, la trama es incoherente. El autor introduce Madame Buttlerflied como un guiño señalando el final, el protagonista abandona a la amante, que muere, y se queda con su esposa, pero debe convertir a la otra en una loca obsesiva, para que el espectador no piense que el tipo es un pelotudo cobarde, que abandona el amor con contenido por el amor confortable. Bueno, en realidad, el noventa y nueve por ciento de los seres humanos actuamos de esa manera.

-¿Usted también?

-Y… sí. Ya le dije que no me podría haber enamorado de Emmi…, pero tampoco intenté conocerla un poco más. Tal vez no lo quise hacer por ese motivo. Esto lo pienso ahora. En ese momento hablé con toda franqueza, de acuerdo a lo que sentía. Era así. El último día que salimos juntos no fuimos al estudio, fuimos a un bar. Durante una hora hablamos de esto. Elegí un lugar público para evitar un escándalo…, eso creía yo, pero en realidad lo fue para no arrepentirme, pues si estaba a solas con ella no hubiera podido resistir su atracción. Emmi no era una histérica ni una superficial, tampoco una nena calentona de quince años. Cuando la llevé hasta la esquina de su casa yo tenía un nudo en la garganta. Creo que ella también. Cuando se bajó quise tomarle la mano. La retiró y me dijo chau…

-¿No la vio más?

-Sí, muchas veces en la facultad, por supuesto. Siempre un trato cordial sin ninguna referencia al pasado. Emmi era una excelente persona, creo que mucho mejor que yo. Fue el último año de estudios para los dos. Nos recibíamos a fin de año. No la vi nunca más, ni la busqué.

-También huyó de Emmi, no porque fuera devoradora… sino porque podría ser inteligente. Esa es la verdad. ¿Nunca trató de recuperar algo de lo que había pasado por su vida?

-No, nunca. Ahora, en todos estos días en que hablo con usted, me ha entrado nostalgias de ciertas cosas. En realidad sólo me importaría encontrarme con Ella o con Isabel… ¡o con la Nena de la fábrica de carpinterías que tiene diecisiete años menos! Pero es pura especulación… En una oportunidad, enero de 1980, habíamos ido a veranear al Uruguay, más precisamente al Parque de Santa Teresa, un lugar fantástico. Cuando regresamos, fuimos a Minas, unos 130 kilómetros de Montevideo, hacia el interior, zona de serranías que, según me habían dicho, eran muy lindas. Pero yo quería conocer Minas por otra razón. ¿Recuerda lo de Cortázar, Rayuela y la Maga? ¡La Nena era uruguaya, de Minas, justamente! Había venido a Buenos Aires muy chica, pero solía hablarme de Minas. Por supuesto que ni soñaba encontrarla, pero quería conocer el lugar.

-Me encontré un día con Ella en Sarmiento y Riobamba. En 1970… y estaba con su hijo, de cuatro o cinco años.

-Pero… ¿hablaron?

-Sí, claro. Nos reconocimos inmediatamente. ¡Estaba muy hermosa! Pero… no me llevó demasiado el apunte. Insinué ir a tomar un café pero no quiso. Pretextó apuro, que tenía al nene, algo así… pero me dijo que estaba separada. Yo le había dicho que estaba casado y tenía un hijo de cinco años, creo… Fue muy frío, todo. Ella no guardaba un buen recuerdo de mí. Bueno, no sé. Algo que me había olvidado, cuando en 1959 fui al IVº Congreso Nacional de Estudiantes, en Córdoba, como delegado de mi facultad, un compañero de nuestra línea política, que conocí entonces, estudiante de medicina de Buenos Aires, cuando le di mi nombre se sorprendió, «¿vos sos fulano de tal? Yo te tengo remanyado. Es más, me tenés podrido…» se reía. «¿Qué pasa?» «Hay una minita, que milita en la agrupación del Negro Rocha, que está buenísima, y con la que me tiré varios lances… y nunca me dio bola, que siempre me habla de vos… y que te pone como ejemplo del militante de ideas luminosas…, el esclarecido», satirizó. Era Ella. Eso fue en 1959 y no sé porque razón no vine a buscarla a Buenos Aires, vivía en La Plata, por entonces, dado que… por intermedio de este compañero me hubiera sido fácil ubicarla.

-Es notable. Sus recuerdos más profundos pasan por lo intelectual, más que por el sexo.

-Es posible. Pero tenga en cuenta que todo gran amor es aquel que no se consuma. Jamás tuve con otra mujer la cantidad de afinidades que tuve con Ella. Jamás. Por entonces, y todavía hoy, cuarenta y cuatro años después, mis libros preferidos, aquellos que han formado mi vida, mis sentimientos, mis deseos, los compartía con Ella, ¡aun antes de conocerla! El lobo estepario, Hojas de hierba y Así hablaba Zaratustra lo leíamos juntos. Sentados en las escalinatas de Plaza Francia leímos a Whitman… Nunca más, salvo algunas pocas veces que leí a Mabel poemas de Prévert o de León Felipe, compartí poesía con alguien. Pero esto no pasa solo con las mujeres. Hablo de mujeres, porque hablo de poesía. Pero en realidad, en toda mi vida, de adulto digo, sólo tuve dos amigos, tal vez tres, con los cuales pude tener un diálogo inteligente. Los veo muy esporádicamente. Uno de ellos está en el extranjero. Y otro más, que no fue mi amigo, sí compañero en una de las grandes empresas de ingeniería… Este muchacho, hijo de un importante escultor paraguayo, había estudiado toda su vida en escuelas de curas. Incluso entró al seminario. Como decía él, «Tuve el honor que me echaran del seminario por ateo… ¡y por haberme cogido a una monja!» Dije que no fue amigo mío, pero tenía una sensibilidad tan especial…, que sin haber hablado conmigo del tema, fue el único que me regaló poesías… ¡una fantástica selección de poesía erótica y satírica! Pero me olvido de algo. ¡Mis amigas! Es falso que un hombre y una mujer no pueden ser amigos. O que lo tienen que ser después de haber estado en la cama, como oí por ahí. Tres maravillosas mujeres, por las cuales jamás tuve deseos, pero me encantaba estar a su lado y conversar horas enteras… y con las cuales éramos confidentes. Una de adolescente y las otras dos bastante después. Una de ellas me hizo conocer el teatro, la otra la literatura latinoamericana, sobre todo Alejo Carpentier. Fue la que me prestó el primer Rayuela que leí. Tengo más de mil quinientos libros. Salvo tres de Sabat y otro sobre blues, mi esposa sólo me regaló uno, recién casados, sobre la obra del arquitecto Frank Lloyds Wright. ¡No sabe lo que leo o qué me gusta!

-Eso lo deprime ¿no?

-Bastante… pero ya no hay remedio. Es tarde. Estoy resignado.

-A sus amigas ¿las ve?

-Nooo… Bueno, a una sí, muy esporádicamente, pero ya no es mi amiga. Era la amiga de la adolescencia. Se casó muy joven, como yo… y su esposo falleció hace quince años… en la calle, en Liniers. Tuvo un derrame…, no lo atendieron. Ella se volvió alcohólica. Una verdadera tragedia… pero hay peores…

-Siempre puede haber algo peor…

-Quiero decir que a mis otras amigas les ocurrió algo peor. La primera de ellas, la secretaria del estudio de arquitectura que remplazó a la boba, la que le dijo a Beba que yo era casado, tenía una nena de cuatro años. Era soltera, el padre había desaparecido, se había hecho humo, estudiaba teatro con Carlos Gandolfo. Una mujer macanudísima, inteligente y sofisticada. La vi trabajar en una oportunidad. Me gustó mucho. Una obra que protagonizó junto a un colega que ahora es muy famoso. Un par de años después se casó con un compañero de teatro, tachero, quedó embarazada… y cuando nació la criatura… falleció. ¿Puede creer que en pleno Siglo XX, en una ciudad como Buenos Aires, una madre puede morir al dar a luz? Pues sucedió. Y la última de las tres, la mujer de las manos más hermosas del mundo. Usted pensará que si un hombre se fija en las manos de una mujer… es porque todo el resto no vale nada… No era así… era muy linda, pero sus manos eran excepcionales. La mataron junto a su compañero durante la dictadura, en un enfrentamiento, un asesinato… Cursamos juntos una materia, solo una materia, una electiva, durante cuatro meses. No nos separamos más. Cada vez que uno estaba en la facultad buscaba al otro, solo para sentarnos a conversar, tomando un café o, cuando la noche estaba linda, salíamos al exterior y nos sentábamos en el basamento, hacia el río, nos olvidábamos de las clases y nos quedábamos hablando las horas. Ella me prestó Rayuela. Cuando le conté la relación entre la Maga y la Nena… nos pasamos un mes relacionando personajes de novelas con gente que conocíamos. ¡Fue un juego fascinante!

-No es casualidad que sus dos amigas adultas fuesen inteligentes… Usted no se animó a acercarse a ellas de otra manera. Si a usted la relación intelectual le resulta tan importante ¿por qué si una mujer joven se enamora de usted tiene que estar loca…? ¿No puede ser por razones intelectuales?

-Creo que le dije que hay suficiente cantidad de brillantes jóvenes que pueden satisfacer… todas las inquietudes…, tanto intelectuales como sexuales, de cualquier chica.

-¿Por qué dice que no puede ser? Hay muchos casos de parejas desparejas. Usted lo debe saber.

-Si, los hay, pero no creo en esos casos. No son creíbles para mí.

-¿Por qué?

-Y… que quiere que le diga. Puede haber afecto, admiración, agradecimiento, incluso cariño, pero amor no. El amor, si es que existe, yo opino que hay amantes, mejor dicho, bueno…, es otra cosa. Hay toda una vida para compartir, aunque el amor dure poco, no se lo plantea para una etapa, una pequeña etapa. No sé si me explico.

-¿Y deseo no puede haber?

-No sé, me parece que no. Cuando hay más de veinte años, y bueno… hay casi una vida. Digo. Puede ser cuando uno tiene cincuenta o menos, pero más no. Quiero decir, entre un hombre de cincuenta y una de treinta puede ser ¿por qué no? Pero más allá hay tongo. Un tipo de sesenta con una de veinte. No. Es tranza, arreglo, alguna otra cosa, pero no amor.

-Bueno, hay más de veinte años de diferencia.

-Si, claro, veinte es poca diferencia…, bien, es poco. Digamos más. No es lo mismo una mujer de cuarenta y un tipo de sesenta que una de treinta y uno de sesenta. Bueno, a los cuarenta uno dobla la edad de una de veinte, pero a los sesenta no dobla la edad de una de cuarenta. Y siguen habiendo veinte años de diferencia…

-¿Y deseo puede haber o no? ¿Qué opina?

-Es raro. No lo creo. Es más…, es más probable que un chico de veinte se enamore de una de cincuenta que al revés. Digo, me parece. ¿Puede ser Edipo, no? Algo que no se pudo hacer cuando chico. Digo yo.

-No lo tiene claro.

-No, claro, no. Yo hablo por lo que sé, me parece, mi propia experiencia, no creo que una chica se pueda enamorar de mí.

-¿Pero su propia experiencia? Nunca se enamoró de una mujer mayor, o la deseó. No me lo dijo. Salvo esa historia…, cuando tenía trece…

-Si, justamente, es más probable entre un muchacho y una mujer que entre una chica y un hombre mayor… Yo no lo creo. A mi no me pasó. Ya le dije que no lo creería.

-Pero su experiencia en contrario, le dice que es distinto. De eso no me contó.

-¿Qué cosa?

-Que le gustaba una mujer mayor. Que en algún momento le gustó, no me lo dijo.

-No. En realidad, en más de una oportunidad. Pero de verdad, hay un caso. Me había olvidado, fue muy rápido y circunstancial, que sé yo.

-Haga memoria. ¿Está dispuesto a acordarse ahora?

-Si, bueno, me acordé.

-¿Cómo fue? ¡No me lo dijo! ¿Cuándo?

-Me había olvidado, de verdad. No me acuerdo de todo, las cosas van apareciendo. Fue luego del asunto con las… lesbianas en La Plata. Hagamos las cosas más coherentes, más claras ¿Quiere? No es raro que un muchacho a los veinte le eche el ojo a alguna madurita, pero claro, a esa edad cualquier mujer mayor de treinta parece madura para uno. Además uno anda siempre alzado, y piensa que cualquier pobre señora madura no va tener un marido que le saque el gusto como uno, que es joven y ardiente…

-Entonces andaba detrás de toda pollera, así fuera la sotana de un cura…

-¡No! Ya le dije. Si aparecía, bien. Fue cuando todavía estudiaba ingeniería, antes de pasarme a arquitectura. ¡Hasta en esto soy retorcido! ¡Empecé en una facultad y terminé en otra! Bueno. Le dije, creo, como era el sistema. En la carrera que seguía tenía una materia que era química inorgánica. La cursábamos en el Departamento de Química de la Facultad de Química y Farmacia. Éramos solo ocho los alumnos de esa carrera. No había más. La docente era una señora de más de cuarenta, creo. No iba a ser tan grosero de preguntarle la edad. A mí me gustó enseguida. Quiero decir, si se la veía sola, quieta, parada, sin moverse, como una figura, una estatua, digamos, no era muy bonita, para la mayoría, por lo menos, pero a mí ese tipo de rostro siempre me gustó. Creo que se lo dije. Las mujeres con la nariz tipo Barbra Streisand o Carolina Peleritti… digamos, a mí me gustan. Le dije que tuve una novia, la del amor platónico ¿recuerda? Tenia una nariz así. Pero esta señora, en cuanto hablaba, se movía, sonreía, era inmensamente atractiva, además de tener un cuerpo fantástico, aunque no lo pude descubrir totalmente hasta más adelante, pues el guardapolvo lo ocultaba bastante, creo que lo hacía a propósito, para no despertar demasiadas ansias en sus alumnos y no distraernos, digo, me parece. Era la adjunta de la cátedra, encargada de las prácticas y del laboratorio. La vi durante cuatro meses un día por semana. Un día tenía teoría y otro práctica. Era cuando íbamos al laboratorio. Fue el último cuatrimestre de ese año, 1959, si mal no recuerdo. Sí, creo que sí. Bueno, a veces conseguía verle un poco las piernas, cuando se sentaba en algún taburete, pero no más que eso. Hacía un frío terrible en ese laboratorio. Eso fue lo que le atrajo hacia mí, eso me lo dijo, pero no quiero adelantarme. ¿Raro no? Parecía ridículo, pero yo tenía un frío terrible en los pies. El laboratorio tenía piso granítico, quiero decir, no baldosas, sino granito, como mármol. Todo revestido de azulejos. Las mesadas de mármol. ¡Una cámara frigorífica! En cuanto llegábamos prendíamos los mecheros Bunsen, creo que se llamaban algo así, para que dieran un poco de calor. Y bueno, quién tiene frío los pies tiene frío en todo el cuerpo. Luego de algunas dudas, resolví solucionar el problema, y me llevé unas pantuflas abrigadas que me compré especialmente. Resultaba absolutamente ridículo, pero yo estaba cómodo. Era lo único que me importaba. Llevaba las pantuflas en el maletín y me las ponía cuando estaba en el laboratorio. Luego me las sacaba cuando me iba. En cuanto me vio le causó muchísima gracia, pero no lo hizo a escondidas ni nada de eso. En medio de la clase, que en realidad eran charlas alrededor de alguna probeta, un alambique o cosa por el estilo, comentó con muy buena onda, que yo era el único que había sabido resolver el problema del frío. Como una hazaña, un logro, una muestra de desprejuicio y seguridad. Las cargadas de mis compañeros se terminaron pronto. Me dieron la razón y al poco tiempo eran varios los que imitaron el rebusque. Eso fue lo que me acercó a ella, o ella a mí. No lo sé. La cuestión que enganchamos de muy buena forma. No tenía preferencia ante los compañeros, por suerte, pero yo notaba una diferencia. Por lo menos lo notaba yo. No sé los demás. Por lo menos nunca me lo dijeron. Y así fue. Esas cosas imperceptibles, tal vez. Una mirada distinta, una sonrisa cuando no había nada que lo ameritara, alguna galantería de mi parte, sin que nadie lo perciba, por supuesto, una demora en la salida, para encontrarnos en la puerta para un saludo más personal, esas cosas. Siempre suceden de esa forma. De ninguna manera yo pretendía nada de ella. Solo sé que me gustaba mucho y que la deseaba, claro, como algo imposible, que se le iba hacer…

-¿Era buena como docente? Vaya pregunta… ¿Qué le importaría, no?

-Sí, sí, era muy buena, encima eso, e inteligente, por lo menos en los temas que tratamos, y tratábamos todos los temas, en grupo, claro. Éramos tan pocos que se podía hablar de todo, cine, política, libros, esas cosas, mas allá de la química, que por otra parte era bastante aburrida para mí, pero, paradójicamente, algo que en la escuela secundaria nunca había podido entender, ella me lo hacía comprender rápidamente. A todos, no solo a mí.

-¿Y como era? Aparte de su nariz.

-Linda, muy linda, unos hermosos ojos, medio violeta, así me parecían, unas largas pestañas, y no eran postizas, una hermosa boca, carnosa y húmeda, más bien grande, y un cabello castaño claro, muy levemente ondulado que le quedaba muy bien. Tenía pecas, algunas pecas, en los pómulos, entre… vendría a ser… entre las ojeras y las mejillas… Me encantaban. Esa era mi visión. Nunca lo comenté con ningún compañero.

-¿Había chicas allí?

-Sí, dos, muy buenas compañeras.

-Pero a usted no le interesaban.

-No…, no es eso. En realidad, salvo las chicas de las que ya hablé, nunca me metí con alguna compañera. Bueno, sería porque no me atraían, mas allá del estudio compartido. También puede ser que yo notaba que no me daban bola…

-¿Y qué pasó?

-…suspenso ¿no?

-No sea tan misterioso.

-Usted debe de haber tenido algún joven paciente que se enamoró de usted ¿no?

-Eso es cosa mía. La que pregunta soy yo.

-Bien, no insisto. Sigo con lo mío. ¿Ve que dócil que soy?

-No dé más vuelta.

-Es que… bueno, estaba pensando porque me olvidé. De la lista, digo. Le había dicho que luego de aquellas chicas y hasta conocer a mi mujer no había tenido relaciones con nadie. Es cierto.

-No, por lo visto no es cierto.

-Digo que es cierto que me olvidé. Eso digo. La cuestión fue que, bueno, debe haber pasado bastante tiempo, digo, de las clases, como dos meses o más, sin que no tuviéramos ningún encuentro, personal quiero decir, y sí… pasó bastante tiempo, tal vez más. No me acuerdo muy bien. En realidad no esperaba nada de ella, ni tenía intención de tirarme algún lance, ni nada por el estilo. Un par de clases falté porque estuve engripado. Eso era. Con pantuflas y todo me engripé. Yo vivía solo, bueno, en La Plata, no en mi casa, o la de mis padres, ellos ya se habían mudado, le dije, ¿no? Bueno, me engripé y falté. Recuerdo que me preguntó…, sí, en algún momento, aparte, esa fue la primera vez que hablamos alejados de los otros, claro, qué me había pasado. Que le había preocupado, eso me dijo. Ya me acuerdo. Le preocupó que no hubiera ido a esas dos clases, que sería en realidad una semana, no más, pero justo sucedió que me pesqué la gripe un día antes de una de las clases y me recuperé luego de la segunda. Una cosa de ocho o nueve días. No más. Me puse contento que me lo preguntara. Me satisfacía el ego, aunque no pensé que hubiera otra cosa. Fue el único profesor que alguna vez en la facultad me preguntó por que no había ido. Claro, también, solo éramos ocho. La ausencia de alguno se notaba enseguida. Tampoco sé si alguna vez le preguntó lo mismo a algún otro que hubiera faltado. No sé. Bueno. Le dije el motivo, y me preguntó si me había cuidado, si tenía quién lo hiciera, donde vivía, esas cosas. En una palabra, aprovechó para averiguar de mí, esa era la primera conversación de carácter personal que teníamos. No recuerdo porque estábamos solos o apartados de los demás. Eso no me acuerdo. El asunto fue que me preguntó cosas que, eso creo, o quise creer, no le había preguntado a nadie. Y me dijo que cuando terminemos no me vaya. «Hacé cualquier cosa y esperame.» Yo estaba medio confundido. Pero…, la verdad, me ilusioné, me hizo ilusionar por la manera de dirigirse a mí. Durante el resto de la clase la pasé pensando que no tenía que perder la oportunidad de decirle yo también algo personal. Al final de cuentas era ella quien lo había iniciado. ¿No?

-Siempre producto de las circunstancias.

-Es que en realidad ni por las tapas se me había pasado por la cabeza la tentación o la posibilidad de conquistarla. Ni en sueños. Es más. A veces tenía miedo de mirarla demasiado golosamente, a ver si se daba cuenta y me ensartaba. Flor de chasco. Pero al fin me decidí a encararla, como hombre claro, no como alumno. Algo haría. Que sé yo. Y al fin se dio.

-¿Cómo fue?

-La esperé, claro. Me puse a limpiar un enchastre que había hecho a propósito con unos líquidos y esperé que se fueran todos. Ella estaba en un rincón, donde estaba el escritorio, en realidad una de esas mesas altas, con gavetas y un pupitre, y cuando estuvimos solos no esperé que viniera hacia mí. Ese trabajo se lo ahorré. El decidido era yo, creía. Al final le tengo que dar la razón a Virginia, son las mujeres las que nos conquistan.

-Corruptora de menores.

-No se ría, yo tenía veinte años.

-Pero menos que veintiuno.

-Claro, pero pronto los cumpliría. En fin, así fue. Me acerqué decidido y la llamé por su nombre. Si bien ella nunca había puesto distancia de profesora-alumno, de esos que se creen en un pedestal, todos le decíamos doctora. Lo era en química, justamente, así que lo mío fue toda una audacia, creía. «¿Salimos juntos?» Ella tenía un auto, en ese momento los docentes se podían dar ese lujo, pero mi intención no era salir en su auto, claro. «No, no. Hoy no puedo, pero no va a faltar oportunidad.» Me quedé un poco cortado. ¿Habrá entendido? «Digo, si querés, podemos salir juntos, los dos.» «Si, sí, entendí. También lo quiero, pero no hoy, no estaba segura sí vendrías. Me preocupé, de verdad. No tenés quien te atienda.» «Bueno, no estoy solo en el mundo, mis padres viven lejos, pero hace rato que no vivo con ellos. Como tantos otros aquí, en La Plata.» No quería exagerar tampoco. No quería hacerme el hombre liberado, me pareció que no hacia falta, o tal vez que ella tenía una especie de metejón mamista conmigo. ¿Sería edípico? «Quiero decirte que no faltará oportunidad para que salgamos juntos. Pero antes tengo que arreglar algunas cosas, ¿entendés?» «Si, entiendo, es que estoy muy ansioso.» «Oh, tenés que mantener la calma, ¿sabés? hay mucha gente en esta facultad y sus alrededores.» Me acerqué. Quería tocarla, hacerle una caricia, darle un beso. Ella se dio cuenta. «Tenemos que tener paciencia. No metamos la pata. Te prometo que la próxima semana podrá ser. Yo te aviso.» «Es que no hay muchas posibilidades de estar solos, aquí.» «Aquí, ni en ninguna otra parte de La Plata. Esta es una ciudad chica. Hay que andar con mucho cuidado. Te dije que te quedaras para decirte esto. En cuanto vea la oportunidad te diré la forma y estaremos juntos, los dos.» Sus palabras me sonaban al más bellos arrullo que había escuchado nunca. Sería grandioso. No pude contener el entusiasmo. «Pero tenés que ser discreto, por favor.» «Seré una tumba. Me gustás mucho.» Al fin me animé. «Vos también. Me gusta mucho tu forma de ser. Además siempre estás de buen humor, aunque sea muy aburrida la clase.» «La verdad, lo hago por no dormirme, no por vos claro, la química no es mi fuerte, pero no me importa la química ahora. Quiero estar con voz.» «Estaremos, ya verás. Ahora andate que en la próxima te aviso.» No quería irme sin hacer algo, tocarla aunque sea. Puso su mano sobre la mía. «Quedate tranquilo, ya habrá oportunidad.» Adivinó mis intenciones. Y así fue. Tuve que esperar.