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Guía de Sombras (9)

en Grandes Series

Guía de Sombras 9.

-Sigo con Zully… Zully me había dicho que haría que tenga ganas. Que yo tenga ganas de hacer con ella algo de lo que había hecho con Maricarmen. Estábamos sentados, en esta conversación planetaria, en una de las esquinas de la mesa del comedor. Se rió y me puso las manos entre las piernas. Me desabrochó el pantalón y comenzó a acariciarme. «Vamos a la cama ¿para qué nos quedamos aquí?» «No te apurés… ya vas a ver.» «Pero, quiero… bueno, si es por esto… quiero tenerte desnuda.» «Esperá, te dije que tendrías ganas, muchas ganas de besarme… ¿sí?» Había sacado el pene y los testículos fuera del pantalón. Entre sus dedos el pene latía rígido. «Ahora… ¿no tenés ganas de besarme como a Maricarmen?» «Sí, claro, pero no lo puedo hacer si estás vestida.» Yo quería verla desnuda, sí o sí. ¡Aunque sea eso, que diablos! «Vení, vamos.» Fuimos al dormitorio, se sacó los pantalones y la bombacha y se tiró de espaldas en la cama, dejando las piernas colgando en el borde. Estaba claro que era lo que quería. Me agaché y comencé a besarla. Primero pequeños besitos y mordiscos en el pubis, pellizcándole suavemente del vello. De a poquito me fui acercando a la vulva y recorrí con la lengua sus bordes. ¡Se retorcía toda! Levantó las piernas y las cruzó sobre mis hombros. La penetré con la lengua y recorrí su vagina profundamente. No había encontrado todavía el clítoris y comenzó a sacudirse espasmódicamente. Llegó al orgasmo en un instante. No dejé de besarla. Quería encontrar el clítoris y hacerla gozar nuevamente. Al fin lo logré y roce suavemente el pequeño apéndice. No sé el tiempo que pasó pero lo logré. Nuevamente llegó al orgasmo con violentas sacudidas apretándome el cuello hasta casi ahogarme. Esa sensación ya lo conocía… por lo cual tuve cuidado de respirar hondo cuando sentí los primeros movimientos de los músculos internos. ¡Se derramó como el Niágara! Y quedó planchada, agitando violentamente el pecho. Me levanté y me tiré a su lado totalmente molido. Por supuesto, el pene estaba más caído que higo maduro…, con los testículos duros… y unas ganas que me moría. «¡Fue maravilloso, ma-ra-vi-llo-so! ¡Era cierto!» «Pero… ¿por qué no dejás que te penetre? Te va a gustar… y a mí también.» «No, no, no. ¡No te voy a dejar con las ganas! Desnudame.» Le saqué el pullover, la blusa y el corpiño en un segundo. «Ves, ya estoy desnuda.» «¡Eres bellísima Zully, la más bella!» Era cierto. Era perfecta. Me desnudó. «Vamos al comedor.» «¿Al comedor? ¿A qué?» «Siempre tan ansioso. Ya vas a ver. Sentate en la mesa, arriba.» Puso una silla delante de mí. Casi me pongo a saltar de contento. Ahora sí. ¡Al fin! Por primera vez en mi vida iba a tener una felación, la gran fantasía de todos los hombres. Esta vez pasé yo mis piernas alrededor de su cuello, tomó el pene entre sus dedos, y con sus labios empujó el prepucio hacia atrás, mientras la lengua acariciaba el glande. Cuándo estuvo totalmente en su boca comenzó a entrar y salir, entrar y salir, el prepucio cubría el glande y luego lo volvía a descubrir, así hasta que le tomé su cabeza con mis manos y acariciándole el cabello… ¡eyaculé en su boca, tocando el cielo con las manos! Tenía ganas de gritar de alegría. Se levantó, fue al baño, se lavó la boca y el sexo… y vino directamente a darme un beso en la boca, mientras nuestras lenguas se enredaban vaya a saber en que dibujos dadaístas. En definitiva había hecho algo que tenía ganas de hacer desde que nací, creo…, con un placer y relajación que muy pocas veces había tenido.

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-Su esposa… ¿no lo besa así?

-Sí, pero nunca dejó que le acabara en la boca. Ya le conté todos los problemas que tuve que superar para tener relaciones normales y variadas con ella.

-¿Buscó por eso otras mujeres?

-No, para nada. En ningún momento se me pasó por la cabeza buscar a otras para hacer con ellas lo que no podía hacer con mi esposa. Jamás.

-Pero… tuvo relaciones con otras mujeres luego de casado ¿no?

-Sí, pero por otros motivos. Si aparecían, aparecían, si se daba se daba, pero fueron muy pocas. Recuerdo que un compañero de trabajo, muy mujeriego él, que siempre andaba con alguna distinta, me cargaba. «Lo que pasa que vos no te dedicas. Si té ponés una hora por día con el propósito de enganchar mujeres…, una por semana seguro que conseguís. Es como todo en este mundo, hay que especializarse.»

-¿Qué pasó luego, con la pareja de chicas.

-Cumplí lo que le prometí. Le dije a Zully que no me acercaría más a Maricarmen, pero que si ellas necesitaban que les ayude en la materia que cursábamos juntos, yo no tendría ningún problema… y sin ninguna mala intención. Se rió de mi propuesta. Me dijo que estaba segura que sería así, pero de todas maneras traté de mantenerme alejado… y ellas también. Supongo que Zully le tenía prohibido a Maricarmen de mirarme siquiera. Un par de veces que me las crucé, ella se puso colorada, Maricarmen, digo. Así que todo terminó sin drama, por suerte. Fueron las últimas mujeres que conocí antes de casarme.

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-¿Cuándo se casó?

-Mi idea era casarme luego de recibirme. No fue así. Mabel quedó embarazada y… bueno, nos casamos. Parece mentira. Hoy día, si una chica no está embarazada cuando se casa, es como si se hubiera caído del catre. ¡Cuánto mejor es ahora! Fundamentalmente porque los chicos no tienen que andar buscando prostitutas y las chicas no se vuelven histéricas. Ahora, los que usan putas son los viejos chotos. Bueno, nos casamos, sin un mango, pero fuimos muy felices los dos primeros años, cuando el padre de Mabel todavía vivía. Un tipo macanudo pero, desgraciadamente, totalmente dominado por su mujer. Cuando falleció, antes que nuestro hijo cumpliera un año, todo se desbarrancó. La madre nos hacía la vida imposible… de una forma muy sutil, ella era la dueña de casa. Ni su hija, mi esposa, ni yo, podíamos tener autonomía en nuestro hogar… porque ese hogar no era el nuestro. Una situación muy desgraciada. Tampoco teníamos privacidad. Empezamos ir a hoteles y, paradójicamente, nos sentíamos culpables de algo. Nosotros, marido y mujer, nos sentíamos como adúlteros, vaya a saber de quienes. Y la otra cuestión es la que ya le conté, la imposibilidad de Mabel de aceptar de buenas a primeras, sin protestar y sin pasar facturas, las variantes de hacer el amor que yo quería aplicar. En la casa, como nuestro dormitorio era el comedor, cerrado por una cortina, suponía que su retraimiento se debía a eso, ¡no tener ni siquiera una puerta para cerrar! Pero en los hoteles era casi igual. Además, después de hacer algo como yo quería, sin voluntad, me lo reprochaba para sacar alguna ventaja. No iba bien la cosa, en lo sexual me refiero. Tuve la esperanza que cuando nos mudáramos -habíamos conseguido comprar un departamento-, la cosa cambiara. No fue así.

-Pero bien, ¿cuando tuvo sexo extramatrimonial por primera vez?

-Cuatro o cinco años después. No tengo la fecha registrada. Fue algo absolutamente circunstancial. Trabajaba en un estudio de arquitectura y me ocupaba de casi todo, pues en ese entonces ni secretaria había. Fui a la Italo, la compañía de electricidad, en la calle San José, a pagar la luz de obra, si mal no recuerdo, de unos departamentos que estábamos haciendo en la calle Don Bosco. Estaba esperando, leyendo como siempre -adonde iba me llevaba un libro-, cuando siento que alguien me mira. Una de esas sensaciones inevitables. Levanto la vista, y siempre la vista se levanta hacia donde está el objeto de la sensación, en la fila, al lado…, me miraba una hermosa morocha, bajita y pulposa, bien formada y sin excesos, en realidad muy parecida a Mabel. Mantuvo la mirada y sonrió levemente. También lo hice y en la cabeza empezó a dar vuelta la idea que la conocía de algún lado. Tenía que ser así, sino ¿por qué me iba a mirar y sonreír? Ella estaba más adelantada que yo, así que cuando me tocó pagar a mí, ella se había ido. Bueno, que lástima. No voy a saber quien era. Cuando estaba saliendo, la descubro en una de esos mostradores tipo visera que se usan para escribir, llenar formularios, etc. Me mira nuevamente. Entonces me acerco. «¿De dónde nos conocemos?» «Creo que de ningún lado, pero… ya que te acercaste, ¿me podés decir como se llena esto?» Era un extraño formulario para pedir la rehabilitación del servicio o cosa así. Me explicó. Trabajaba en una inmobiliaria que administraba varios conventillos por Barracas, en la zona de la avenida Patricios, y dos por tres no pagaban la luz, o unos se enganchaban en otros, un lío. La cosa es que habían cortado el sistema y había que pagar para tener luz nuevamente. Yo no entendía mucho, pero se me ocurrió que era una tramoya del administrador para joder a la pobre gente que vivía en esos tugurios. Hice como que entendía y conseguimos llenar todos los casilleros, según los datos que me iba dando Virginia, "mucho gusto", hasta que fue nuevamente a la caja. «¿Me esperás?» «Bueno.» ¿Por qué no? Virginia estaba buena, era linda, simpática… y limpita. ¿Qué podía pasar? Una venérea no me iba agarrar. Salimos juntos. Caminamos hasta Belgrano, donde tomaba el colectivo hacia Paseo Colón. Me contó que hacía. Le dije en que trabajaba. «Sos casado ¿no?» El anillo de compromiso todavía no me había hecho morcilla el dedo. «¿Tenés novio?» «Sí.» «Estamos casi empatados.» Se rió… y rompimos el hielo. «Ahora me voy, pero si querés nos vemos mañana. O mejor, dame un teléfono, por las dudas, y te llamo.» Mañana no pasó nada, pero sí el lunes siguiente. Me llamó y convinimos encontrarnos a un par de cuadras de un hotel de la calle Chacabuco. No mencioné el hotel ni nada, pero cuando le propuse esa dirección, nada turística por cierto, no hizo ningún comentario y allí estuvo. Vino muy arregladita, preciosa. Estaba decidido a no dar vueltas, pues si había venido sabiendo que era casado… no sería para otra cosa que para coger… Cuando le dije el motivo de esa elección, se mostró de acuerdo y caminamos las dos cuadras. Le pregunté si quería que usara preservativo o ella tenía otro método, no olvide que por entonces el SIDA no existía, me dijo que tomaba pastillas, pero que además estaba en el período no fértil y que por eso no me llamó al día siguiente. Estuvimos muy bien, con total disposición por parte de Virginia y, bueno, repetimos tres veces… quiero decir, no en ese momento, sino que nos encontramos tres veces más.

-¿También con la experiencia maestra?

-Sí, sí, por mi parte. Virginia estuvo muy dispuesta, pero no le sugerí fellatio, pues me pareció demasiado apresurado. Esas cosas tienen que venir poco a poco, espontáneamente, no por supuesto luego de veinte años, como me pasó con mi esposa. Justamente como le gustó, es que nos encontramos nuevamente. Como lo dije en otras oportunidades, me gustó porque no había ni compromiso ni demandas. Cuando resolvimos no encontrarnos más fue porqué, según me confesó Virginia, había conseguido que su novio… no insistiera llevarla virgen al matrimonio. Aunque le parezca raro, el novio no quería cogerla antes del matrimonio. Eso me lo contó ella, que le venía unas ganas bárbara cuando estaban franeleando con el novio, pero no se animaba a decirle…, tenía miedo que se enojara… Me lo dijo. Al fin había logrado calentarlo y llevarlo al hotel. Nunca le pregunté la edad, pero supongo que sería un par de años menor que yo.

-¿Y eso es todo?

-Sí, claro. ¿Por qué más?

-Bueno… no me sirve de mucho que me enumere un catálogo. Lo importante en este caso es conocer los detalles, ya se lo dije.

-Es que no hubo nada especial.

-Fue rutinario, entonces.

-No quiero decir eso. Que no hubo nada nuevo, nada que no haya escuchado ya.

-No me interesan las novedades. Quiero conocer sus reacciones, que hablaron. ¿O no hablaron?

-Sí, bastante. Era interesante hablar con Virginia. Era una chica desinhibida e inteligente.

-Bueno, cuente. Ahora le tengo que sacar las palabras con tirabuzón. No quiero que sienta que algo cambió entre nosotros…, desde que comenzó el tratamiento…

-Bueno, sí. Mal que le pese, algo cambió. Yo me siento desnudo ante usted… No hay equilibrio…

-No tiene porque haberlo. No me defraude y siga.

-Esta bien. Como dije antes, no sé si es exactamente así, si éstas son las palabras, pero sí es el sentido. Cuando nos encontramos y fuimos al hotel no hablamos. No teníamos porque disimular nada tapándonos en palabras. Luego del primer clímax conjunto, como sucede, nos quedamos relajados, muy juntos. Le acariciaba su piel, sus pechos, su vientre. Le besé los cabellos. Virginia respondía con igual ternura. Estábamos muy bien. «Me gustás mucho, pero mucho.» «Vos también… o ¿por qué crees que te miraba? Si no me hubieras gustado, no hubieras notado mi presencia.» «¿Sos media bruja vos, o vidente, qué sabías que te iba a mirar?» «No, para nada. Pero hice fuerza para que me mirés… y lo logré. Me puse contenta por mi éxito y te esperé. Lo del formulario fue un invento. Todos los meses tengo que hacer esas porquerías.» «¡Cómo me engrupiste! ¡Y caí como un gil!» «¿Estás arrepentido?» «No para nada… pero habría preferido seducirte…» «Ja. ¡Los hombres no seducen a nadie!» «Cómo que no. ¡Claro que seducimos!» «No digas pavadas. Si una mujer no quiere, no quiere. Ustedes se creen que seducen, pero eso es lo que le hacemos creer nosotras.» «Bueno, si un hombre no quiere, no quiere…» «No estás muy convencido, ¿eh?» «Mirá… si no hubiera levantado la cabeza… ¿cómo hacías?» «Ya vería, te pararía, me tropezaría con vos, algo haría. Pero bueno, fue así. Y no estoy arrepentida.» «Y yo tampoco.» Como no habíamos dejado de acariciarnos y besarnos mientras hablábamos, tal vez quince minutos, veinte, media hora, estábamos listos para hacer el amor nuevamente. Y lo hicimos. Arriba, abajo, parados, contra el espejo, Virginia en cuclillas y yo montado, luego ella a caballito… hasta la nueva acabada… y seguimos con las caricias y la conversación. «¿Vos dejarías a tu mujer por mí?» ¿? «No…, no te asustés. Es un chiste. No voy a arruinar ningún hogar. ¿El matrimonio fortalece el amor o lo diluye? ¿Cómo es?» «¿Sabés que no te lo puedo asegurar, tampoco negar? Cuando me casé estaba muy enamorado. Ahora también lo estoy, pero es otra cosa. Es muy difícil convivir. Además yo tengo el problema de no estar en mi casa. Es la de mi suegra, y no sirve para evaluar un matrimonio enamorado cuando no se está en su propio hogar. No lo sé.» «¿Sabés qué me gusta de vos? Que no te haces el macho. Ni haciendo el amor… quiero decir…, no me mirés raro, quiero decir que no te imponés, no obligás a nada, me vas llevando a hacer lo que querés, que yo también quiero, con caricias y con besos. Eso es lindo.» Y así por el estilo, y Virginia tenía la maravillosa virtud de tener múltiples orgasmos, ante cualquier estímulo…! La siguiente semana nos encontramos nuevamente e hicimos cosas parecidas, pero no quería ser rutinario. Había en la habitación un pequeño escritorio o neceser o algo así y le pedí que se acostara sobre él, con las piernas colgadas. Se la chupé bien y luego de un par de orgasmos, sentí el deseo de dársela por atrás. La llevé hasta el sofá y la hice girar, de espaldas, bien inclinada, con las manos apoyadas en el respaldo y las piernas abiertas. Me agaché y comencé a lamerle los muslos y acariciarles las piernas, hasta llegar a la vagina, jugando con la lengua en sus labios, abriéndolos hasta encontrar el clítoris. ¡Un torrente de flujo me vino a la boca! ¡Estaba acabando nuevamente! Con las manos apreté sus nalgas con fuerza, llegando con los dedos a la rosita del ano. Subí con la lengua hasta allí, llenándoselo de saliva, mientras ella se abría las nalgas para facilitar mi tarea. Jugué un poco con la lengua en los alrededores hasta que le abrí levemente la entrada. Me paré y nuevamente le introduje el pene en la vagina, para humedecerlo. ¡Cuándo tuvo otro orgasmo sabía que estaba dispuesta a recibirme! Salí despacio y subí lentamente hasta el ano, mientras también se lo humedecía con los dedos y el líquido rozado que salía del glande. Seguía sosteniendo abierta las nalgas, esperándome. Comencé lentamente a empujar, dilatando el anillo hasta introducir toda la cabeza. Gimió levemente. «¿Te duele?» «Un poquito, pero me gusta, me gusta mucho, seguí entrando, no tengas miedo…» Soltó sus nalgas, imposible de retenerlas más, y yo se las agarré apretándome el tronco. No seguí penetrando; la acariciaba suavemente para que se fuera relajando… «¡Dale!» Y retrocedió bruscamente, buscando la introducción total, hasta que mis huevos quedaron apoyados sobre la vulva. ¡Un tirón terrible me hizo ver las estrellas! ¡Maldito prepucio! Empujé con fuerza, por temor que me ablandara. Tembló, como con escalofríos, y se dejó caer de rodillas sobre el sofá. «¡Se escapó! ¡Dale otra vez, rápido! Así te aguanto mejor.» Mientras le introducía los dedos, para mantener la dilatación, me masturbé para lograr una buena erección. Se la metí nuevamente, apretando los dientes y sin tanto reparos y empecé a moverme golpeando su culo con mis muslos. Nuevamente tembló, pero de placer. «¡Me vino de nuevo! ¡Me gusta, empujá!» Comencé a empujar y retirarme levemente, no del todo, para sentir el placer de verle el ano dilatado y el tronco con las venas hinchadas. Ella movía sus caderas en círculo acompañando mi bombeo. «¡Me viene…, acabo de nuevo, dale!» En ese momento sentí como el chorro salía potente, y fui yo quien tuvo escalofríos. La tomé de la cintura, bien apretada hasta que terminamos de temblar y la pija se fue achicando. Cuando me retiré ella se dio vuelta mirándome extasiada. «¡Fue una de las mejores acabadas de mi vida! Te lo juro. ¡Es la primera vez que la ciento en el culo y me gustó muchísimo! No sé si acabé tres veces o fue un solo orgasmo que no terminaba nunca. Fue glorioso.» En encuentros posteriores le confesé a Virginia que era la amante soñada para toda la vida, pues estar con ella era pura alegría y placer, sin complejos, sin culpas, sin demandas. Un remanso. Lástima que terminó pronto. Justamente por que conmigo había aprendido, me dijo, como convencer al novio para ir a un hotel… Pero no iba a ser yo el que demandara algo, sin el menor derecho. Siempre la recuerdo y deseo que haya sido muy feliz en su matrimonio, con el novio de ese momento o con cualquier otro. Era una mujer que se lo merecía. ¡Y cogía de bien!

-¿Le parece que no fueron importantes estos detalles? Habló de usted, de la seducción, de su matrimonio… mucho más de lo que lo había hecho antes.

-Es que… si no me lo preguntaba, ni me acordaba. Es cierto ¿no? ¡Qué distintos son los amantes a los esposos! Para andar bien la gente que se ama debería casarse cama afuera, como Simone de Beauvoir y Sartre… ¿Sabe una cosa? ¿Por qué cuando volvía a mi casa, que no era la mía, pero en los casos siguientes sí lo era, cuando volvía, decía, de estar con Virginia, tenía muchísimas ganas de hacer el amor con mi esposa? ¿Por qué sería?

-Remordimiento, sin duda. Sentía la necesidad de demostrarle a su esposa que a pesar de otras mujeres, usted la quería.

-La amo. Todavía. No sé por qué, pero es así. Es más. Estoy convencido que si no viviera con ella, la amaría mucho más todavía.

-¿Qué opina de la infidelidad?

-Primero habría que opinar sobre la fidelidad. El contrato matrimonial no es un certificado de autenticidad amorosa. Yo me casé por que amaba a mi mujer y al hijo que tendríamos. Es la forma en la cual esta sociedad legitima ciertas cosas. No lo inventé yo, pero es así. Es lo mismo que el voto. Es obligatorio… aunque uno esté en contra del sistema. No le doy otro valor al matrimonio. Además todos sabemos que el matrimonio a arruinado muchísimos grandes amores. Tampoco es cierto que los hombres, el homo sapiens digo, mujer o varón, sólo ama una vez o sólo puede amar de uno por vez. Esa es una fantasía sin ninguna consistencia. Mabel me reprocha que no soy celoso, como si serlo fuese una virtud. Los celos son manifestaciones de egoísmo y amor propio, no de amor. No soy modesto ni humilde, pero tampoco me creo omnipotente. Si alguien me ama y yo correspondo a ese amor, estamos compartiendo un bien común, no haciendo favores. En varias oportunidades yo he amado y no he tenido correspondencia, no me sentía bien, pero tampoco muy mal. Después de todo, tener la posibilidad de amar es un privilegio. Entonces soy fiel, fiel a la posibilidad de amar, fiel a lo que creo, fiel porque si amo, amo… y sino me cayo la boca. No simulo lo que no siento. Y el tener relaciones sexuales con medio mundo no niega ni confirma el amor, ni siquiera es un test sentimental. ¿Está claro?

-Más o menos… ¿Cuáles fueron las otras?

-Sigue… la antípoda de Virginia, una chica preciosa e histérica, con más dramas y vueltas que la oreja…

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-¿Y entonces?

-No lo sabía, ni me lo imaginaba. Apareció en el estudio de arquitectura en el que yo trabajaba, como la secretaria del ingeniero sanitarista que realizaba los proyectos de su especialidad para las obras. Una monada. Por entonces, estaba casi todo el día solo en la oficina, un sótano con patio inglés muy bien armado. Un lugar muy bueno para trabajar, fresco en verano, cálido en invierno, porque tenía la caldera del edificio en un local vecino, pared por medio…, y con un silencio absoluto, todo esto en medio del caos de Buenos Aires…

-¿Qué es el patio inglés?

-Es el patio que se forma en un nivel más bajo que el nivel del terreno o la calle, o sea… el sótano daba a un patio como si estuviera en planta baja. Vino un buen día, nos conocimos, trajo algunos papeles, algunos planos, y así varias veces… hasta que noté que muchas veces venía al pedo, por lo cual deduje… modestamente… que venía por mí.

-¿Cuántos años tenía?

-¿Quién, la chica?

-No, usted.

-Fue… antes que me entregaran el departamento… treinta, probablemente.

-¿Fue mucho después que la anterior…, Virginia?

-Un año, más o menos. No… probablemente más. En estos momentos yo estaba de profesor en una escuela de Ramos Mejía, creo que tres veces por semana. No sé por qué, pero estos años, entre 1966 y 1969 los tengo medio confundidos. Sé que nos mudamos en septiembre y todo lo que eso significó para nosotros…

-¿Qué pasó después?

-Hasta 1972 fue muy bueno todo. Yo recuerdo esos años como muy buenos. En 1969 también conseguí, al fin, el pase de la Facultad de Arquitectura de La Plata a la de Buenos Aires y reanudé los estudios con cierta sistematización. En algún momento de 1968 o 69, llegué a trabajar dieciséis horas por día en tres estudios distintos. Mabel se fue a la casa de mis padres, a trabajar en una escuela diferenciada. Yo dormía en casa de un amigo. No soportábamos estar en la casa de mi suegra. Con la entrega del departamento todo cambió, tanto fue así que mi esposa quedó embarazada el día en que nos comunicaron fehacientemente cuando era la entrega. ¡Nuestro segundo hijo nacería en nuestro hogar! Seis años después que el primero… y en 1972 por primera vez me quedé sin trabajo… Había elegido mal. Dejé uno de los dos estudios donde trabajaba, para poder dedicarme más a la facultad… y en el que me quedé… ¡se acabó el trabajo! Pero me estoy adelantando. Estaba con el tema de Genoveva…

-¿Cómo?

-Genoveva… así se llamaba. De verdad, se llamaba así, ella misma se reía de su nombre. Parece que sus padres leían muchas novelas de caballería, digo. Pero para todos era Beba. Beba venía al estudio casi todos los días y venía por mí, de eso estaba seguro… y venía siempre en las horas que sabía que estaba solo. ¡Era cantado, las brevas estaban a punto de caer! Así fue. Ese día, cuando me acerqué a ella, que se había quedado del otro lado de la mesa de dibujo, como hacía siempre, creo que no sabía lo que le esperaba. Yo tampoco. «Estuve todo el día esperando que vinieras…» y la besé. Primero se sorprendió, o hizo que se sorprendía, pero pronto respondió a los besos y caricias. Más adelante, cuando la conocí bien, comprendí que no simulaba. Beba tenía la particularidad de llevar las cosas hasta el límite… y luego querer retroceder aceleradamente, cuando ya no había posibilidad. No creo que lo hiciera de inocente, o que no supiera en que podía terminar. Era su patología. Le dije que el estudio estaba muy bien armado. En un principio los titulares eran tres socios, uno de los cuales falleció, y el otro se fue a vivir a General Roca, en Río Negro. Por eso había dos oficinas cerradas, privadas, diría. Una, la que estaba directamente frente al ingreso, del otro lado de la sala de dibujo, con mamparas de vidrio y muy luminosa, la que daba hacia el patio, era donde trabajaba el arquitecto. La otra, más recoleta, interior, sin vista hacia ningún lado, rodeada de mamparas ciegas, era donde estaba la biblioteca y donde el arquitecto tenía las reuniones más privadas. Allí había un sofá, que a veces usaba para dormir una siestita, cuando tenía alguna reunión temprano, a la tarde. Hacia allí fuimos con Beba, y digo fuimos, porque ella vino junto a mí, no la llevé yo. Nos acostamos sobre el sofá, metí la mano bajo la pollera y comencé a manotearle la bombacha… «No, esperá.» «Pero… si no viene nadie.» «Esperá, tengo miedo.» «No te hagás problema, a esta hora nunca viene y vos lo sabés, si viniste infinidad de veces a esta hora.» Y así, que sí, que no, le saqué la bombacha, me bajé los pantalones… y nos acomodamos. Cuando la penetré comenzó a los grititos, «ay, así…, no, apurate…, ay, tengo miedo, oh…, ahh…» y todo eso…, y se movía como una bomba de petróleo…, aferrada con piernas y brazos… Cuando acabamos saltó como un resorte. «¡Pero mirá, que me hiciste…! ¿Y si venía alguien…?» Y un montón de cosas por el estilo, mientras se limpiaba, se acomodaba y … me besaba. «Mañana vení a esta hora, que también vamos a estar solos.» «No, no vengo más. ¿Vos que te crees?» Tomó sus cosas… y se fue. Al día siguiente estaba de regreso. Entró como si nada, ninguna mención al día anterior, se instaló nuevamente frente al tablero, hablamos de cualquier cosa… y cuando al rato Beba miró el reloj de reojo y le dije que teníamos tiempo, sonrío mientras se dirigía a la oficina delante de mí. En esta oportunidad me senté en el sofá, con los pantalones en los tobillos, y ella se montó en mi regazo… y comenzaron los jadeos, gemidos y protestas del día anterior. Estábamos mejor, pues la podía abrazar y besar los pechos, poniéndole la blusa y el corpiño de bufanda…, mientras me revolvía el cabello. «Uy, no te pusiste preservativo. ¿Cómo hacemos?» «Te prometo que mañana voy a tener.» «Pero ¿y si quedo embarazada?» «No te hagás problema ahora.» Y continuó cabalgando con el mejor ánimo. El final fue similar, agregado ahora el tema del embarazo. «Mañana me lo pongo, te lo prometo.» «No, no. Mañana no vengo. No. Mañana no vengo porque tengo que ir a la municipalidad.» «Ah, bueno.» Nos besamos y se fue. Y no vino… porque tenía que ir a la municipalidad. Su actitud por momentos me daba bronca y por momentos me divertía.

-¿Sabía Beba que era casado?

-No lo sé. No me lo preguntó… y tampoco le dije nada. Pero… teniendo en cuenta su personalidad, dudo que no lo supiera. Como para tener en algún momento alguna excusa para hacer drama. O tal vez tenía la necesidad de no saber que yo era casado, para hacer lo que hacía sin ningún complejo…, digo, eso creo. Mi idea era encontrarnos para ir a un hotel un día que no tuviera clase en la escuela secundaria, donde era profesor. Por las dudas…, jamás, jamás, mientras fui profesor en la secundaria y más adelante, docente en la facultad, tuve ningún asunto con una alumna o compañera de trabajo. Jamás.

-No hace falta tanta aclaración.

-Prefiero aclararlo… Bien, sigo. Cuando me habló por teléfono la semana siguiente, para venir como siempre luego del mediodía, le propuse encontrarnos el miércoles luego del trabajo. Le dije que viniera antes si quería, por supuesto que no tenía problemas, además ya había comprado los preservativos, pero le sugerí que lo mejor sería esperar hasta el miércoles… pues pensaba que a la tarde podríamos no estar solos. Le hice notar que me preocupaba mucho por su seguridad y su confort, y que no me interesaba únicamente que ella viniera solamente para hacer el amor… etc., etc. Aceptó, con rezongos por supuesto, pero aceptó. El miércoles nos encontramos. Estaba pensando si directamente la invitaba ir al hotel, o antes le hacía algún preámbulo circunstancial, una copa, un café, algo. Pero me pasó como el cuento del caballo verde, «vamos al hotel ¿querés?» «Eh, pero como, ¿no vamos a pasear?» «Y sí… pero ¿por qué no vamos luego? Primero vamos al hotel, así estamos tranquilos alguna vez, sin apuro. ¿No te parece?» Todo esto acompañado de besos y caricias, como táctica de ablande. Comenzamos a caminar. Beba seguía poniendo peros, como siempre, pero iba, y nadie la obligaba. Entramos, nos dieron la habitación y cuando subíamos en el ascensor la quise besar. «¿Estás loco? ¿Y sin nos ven?» Bueee…, paciencia. ¿Se pondrá a gritar cuando se vea desnuda frente al espejo? En fin, cada momento una sorpresa. No me voy a aburrir. Fue así, efectivamente, ni un segundo de aburrimiento. Nos desnudamos… y no se puso a gritar. «Apagá las luces que me da vergüenza…» Dejé una leve penumbra ¿qué le voy hacer? Nos besamos y acariciamos mientras la reclinaba sobre la cama. Cuando comencé a besarle el pubis se sorprendió. «¿Qué hacés?» «Te beso, que voy hacer.» «Pero… pero… me da cosas…» «¿Té molesta?» «No, no… pero despacito… ¿sí?» Fui lo más despacito posible, pero no como para pasarme todo el turno agachado a sus pies. Mediante besos y caricias conseguí que muy despacito vaya abriendo las piernas. Cuando sintió mi lengua en sus labios intentó cerrar las piernas… pero claro, no pudo, ¡yo tenía la cabeza puesta ahí! No habló más y se relajó. Con las puntitas de los dedos me acariciaba los cabellos. Sentía como contraía y relajaba los músculos de la vagina. Cuando encontré su clítoris, comenzó a temblar casi convulsivamente. Sentía en mi boca la sensación de un terremoto. Llegó al orgasmo como si se abriera la tierra, levantó las piernas, las bajó violentamente… y casi me parte la espalda. «¡Ahh!» «¿Qué… qué te hice? ¿Te lastimé? Oh…, perdoname…» «No…, no importa, ya está, ya acomodé los huesos…» y se puso a reír a carcajadas. «Me… me volviste loca…, perdoname. No me di cuenta de lo que hacía.» «¿Te gustó? ¿Gozaste? Eso es lo que importa.» «Sí, sí… Me da mucha vergüenza decirlo.» «¿Por qué? ¿Qué tiene de malo gozar así? Yo también gocé al besarte.» Me monté sobre ella y comencé a bombear acompasadamente. «¡El forro, el forro! ¡No te pusiste el forro!» «Uy, me olvidé.» A empezar de nuevo. Acomodarse, poner el adminículo. Le pedí que me lo pusiera ella, para que esté segura. Corrió el prepucio hacia atrás, descubrió el glande y lo puso con destreza… ¡y adentro! El saber poner el preservativo es la mejor prueba de la experiencia de una mujer. No hubo más problemas. Excepto que con preservativo no me gusta mucho. Hay algo que me molesta. Muchos años después me enteré que era…

-Me lo cuenta luego.