miprimita.com

Guía de Sombras (16)

en Grandes Series

GUÍA DE SOMBRAS (16)

-Me dijo que no se acordaba… y hay tema para rato…

-Pero no es lo mismo. De esto me estoy acordando. Es algo que sucedió, no hago mas que recordar. Creo que en algún momento le dije que en mi vida no habían pasado muchas cosas.

-No lo parece.

-No recuerdo quien dijo que la vida es lo que uno se acuerda de ella. Mi vida es lo que me acuerdo. Sin duda esto es general. Los argentinos tenemos poca memoria. Por eso nos olvidamos muy rápidamente de quienes nos jodieron. ¡Cómo nos olvidamos, no existen! Por ejemplo, que siempre los que ganaron fueron unos turros. Siempre, desde Cisneros. La prueba es la realidad. No hay que inventar nada…

-Bueno, continúe.

-¿Dónde estábamos?

-Estaba usted, yo no.

-...es que… ¡me olvidé!

-No macanee. Estaba cenando con Sofía…, le decía algo que no terminó… ¡Vamos, siga!

-Sí…, como que tal vez… le resultaba peligroso estar conmigo…

-No. Yo dije que podría ser peligroso. Ella no, no sé lo que dijo.

-...que creía estar soñando. Ahora recuerdo. Eso era. Sí, era lo que yo creía… y ella también, así me dijo, "que le parecía un sueño". Más o menos. Era la situación. Estábamos tan bien…, ahora hablo como si en realidad supiera lo que pensaba. No voy a tratar de adivinar. Era lo que era. Estabamos bien, yo estaba fenómeno, con una hermosa mujer, mayor que yo, que me había invitado a su casa, con quien había hecho el amor, que estabamos cenando y que pasaríamos la noche juntos. ¡Una barbaridad! Si todo eso no me resultaba maravilloso, ¿qué podría serlo, no? La música, las luces, sus manos sobre las mías. Un sueño realmente, una película. ¡Eso era para mí! Debe ser por eso que me había olvidado completamente. Lo debo haber considerado un sueño, algo que no existió, producto de mi calenturienta imaginación. Eso era. Sin embargó ocurrió. Estoy seguro que ocurrió. Como nunca jamás hablé con nadie sobre el tema, quedó dormido en mi conciencia, tapado por todo el resto. ¡Sucede, no?

-¿Qué pasó luego?

-Volvamos a la realidad, a la realidad de aquella noche. La parte más prosaica debe haber sido cuando me puse a lavar los platos. Ella no quería saber nada, pero insistí. Al fin de cuentas para estar bien, necesitaba sentirme en mi casa. Le dije algo así. Entre protestas aceptó, entre los dos, claro. Probablemente el transcurso del tiempo acentuaba el deseo. Eso pensé en algún momento, pues Sofía no dejaba de acariciarme y mostrarse zalamera en todo momento. Ya le digo. Si por momentos no me parecía que yo tuviera veinte años menos, por momentos me parecía que era ella la que no tenía veinte años más. Me parece que la había conquistado, verdaderamente. En algún momento me lo dijo. «Tengo que dejar de portarme como una criatura.» «Sí, prefiero que seas vos misma, en todo momento. Es lo que te hace mejor que todas, la mejor.» Quiso llevar la conversación hacia el terreno más intimo, personal, en mi caso, digo. «No quiero hablar de mis cosas, no quiero que te pongas a comparar nada. Como yo no te voy a preguntar nada, seria muy desequilibrada la situación.» «Tienes razón. Es un disparate lo que estoy diciendo. Si tu no te metes en mi vida no tengo porque hacerlo yo.» Todo lo que se le ocurrió decirme, y otra vez en castellano. Me pareció que había sido descortés y no quería arruinar nada. «Perdoname, pero quiero estar con vos y no tener que pensar en otra cosa.» «Tenés toda la razón del mundo. Mi curiosidad carece de sentido… y lo mejor es disfrutar de estar juntos.» En este tono no hablamos más, nunca más. Ahora se me ocurre…, pero claro, puede no tener el menor sentido. ¿Qué puedo saber yo de lo que pasó por la mente de esa mujer cuarenta años atrás?

-Sabe lo que pienso, lo que creo…, en ese momento, por lo menos en ese momento, cuando quiso saber de su vida, Sofía habló como una mujer enamorada, luego comprendió que eso era un despropósito.

-Pero eso es para una joven. Una mujer así no se va a enamorar de un muchacho que conoce hace un par de horas…

-Lo conocía desde hace tiempo, más que un par de horas. Compartían muchas más horas…

-Pero en la facultad…

-Pero para alguien atento, observador sensible, es mucho lo que se puede conocer de una persona aunque no se intercambien más que palabras de circunstancias. Además usted me dijo que hablaban de todo. Eso es importante. No fue solamente por que usted se enfermó y a ella le preocupó. Lo fue conociendo de a poco y por eso lo atrajo hacia ella, porque fue ella y no usted quien comenzó la relación. Usted dejó hacer y aprovechó la oportunidad, nada más.

-Fui un aprovechador…

-Tal vez sí…, no lo creo… Creo que podría haberse enamorado de ella, con más tiempo. ¿O no? Ella sabía más de usted que usted de ella, seguro. Por eso a ella le pasó primero. No lo olvide. ¿Tuvo acaso oportunidad de conocerla más? No… ¿o sí?

-No, no, para nada.

-Explíqueme porqué… No, primero dígame como siguió.

-Claro… podría ser. Pero ahora hablo desde mis sesenta y dos años, no tiene gracia. ¡Claro que podría haberme enamorado de una mujer así! Sin duda. Era hermosa, inteligente, dulce, simpática… ¡y hacia el amor como los dioses! Pero… ya le digo… desde mi visión actual. ¡Qué sé yo lo que hubiera pasado por mi corazón a los veinte años! ¡Solo quería acostarme con ella! Bueno… si la fiesta iba a ser larga yo quería hacerla completa, así que nos pusimos a bailar. Todo lo que puede hacer una pareja parada, bailando… lo hicimos. Sin posesión, claro. Eso lo quería dejar para la cama. Pero no nos privamos de ninguna caricia ni de ningún beso. «Estoy en inferioridad de condiciones…» «¿Por qué?» «Porque yo estoy semidesnuda con este desabillé y vos demasiado vestido.» «Vamos a la cama, entonces.» «Un momentito, no se aproveche, caballero. Primero igualemos los tantos.» Me sacó la camisa y la tiró por ahí. Luego comenzó con el pantalón. «Si me sacás el pantalón, te voy a violar…» «¿No tenés calzoncillo, acaso? Bueno, aguantá así.» Quedé en calzoncillo, con el sexo erguido, para romperla… «Me voy a volver loco.» «Tenés que tener control mental.» Sonia se divertía a mi costa. Claro, a ella no se le notaba nada… eso creía yo. «¿Ves? Yo tengo los pezones duros, como vos.» «Yo tengo duro algo más que los pezones.» «Es justamente lo que me gusta.» Y me tomó con una de sus manos, abrazándome con la otra y apretándome contra ella. «¡No por favor, Sonia. ¡No voy a poder llegar ni a la cama!» Me estaba destrozando el deseo y la imposibilidad de retenerme. No quería, de ninguna manera, tener una precipitada eyaculación… «Vamos. ¡Ahora!» Por suerte fue ella quien lo decidió. ¡No daba más! En la carrera a la cama se sacó el desabillé y yo, en mi precipitación por sacarme el calzoncillo, casi me caigo. No tuve tiempo de terminar de hacerlo. Se inclinó sobre las sábanas y la clavé de atrás, en la vagina, con el calzoncillo en los tobillos. Fue apenas un instante y me sacudí como un loco. «¡Eh, qué rápido!» «Es que no podía más, perdoname» «No te alarmés. A mí me vino bailando, cuando te agarré, por eso me burlaba de vos. Sabía que podía hacerlo en cualquier momento y en cualquier lugar. Me daba lo mismo. Era vos el que quería venir a la cama.» «Es que es mejor. Y no es demasiado frecuente para mí.» «El qué, ¿la cama o las chicas.?» «Bueno, las dos cosas.» «Ay, vaya el modesto.» Y estábamos nuevamente abrazados uno sobre el otro. Allí me di cuenta que en realidad yo no sabía nada. Sofía tenía una prodigiosa agilidad en sus miembros, en todo su cuerpo, para moverse, deslizarse y adoptar las más sorprendentes posturas. Me estaba besando los pezones en un momento y al instante doblaba el cuerpo y la tenía sobre mi espalda. Quería corresponderle, pero apenas podía por un instante tomarle sus pechos. Desaparecía, prácticamente, abajo mío. Me ponía de costado para no aplastarla, pero se aferró a mis muslos y desde atrás surgió su cabeza entre mis piernas. Si yo hubiera estado boca abajo la habría correspondido, pero en esa posición solo podía andar a los manotones. Me lamía prolijamente, con los ojos cerrados, recorriendo cada pliegue del pene y los testículos con la lengua. Quería darme vuelta, pero ella me aferraba mas fuerte. No parecía sentir mi peso. Cuando, merced a tanto lamer, el pene volvió a erguirse, aflojó su abrazo y puede girar. Al hacerlo, por supuesto, quedé con mi cabeza entre sus piernas, por lo cual no demoré en recorrer, tal como lo había hecho en nuestro primer contacto, su hermosa vulva, que ahora lo notaba, estaba rodeada por un bello finísimo y muy rubio, raro, teniendo en cuenta que ella no lo era. Pero eso no me causó problema. Además sentía como succionaba, tomándome entre sus labios y ayudándose con las manos, para descubrir el glande, y volver a colocar el prepucio sobre el mismo. No demoré, no demoramos más bien, de llegar a un nuevo climax, dado que sentí perfectamente la contracción de sus músculos al mismo tiempo que derramaba el esperma. No acabé en su boca, aunque sentí como si lo hiciera. Tal vez con las manos, o con la lengua, me hizo sentir esa sensación, muy gozosa, por cierto. Creo que no acabé dentro, digo, por que luego no se limpió la boca, sino las mejillas y el cuello. Pero bueno, eso era lo de menos. Creo que fueron dos acabadas en menos de quince minutos, me parece. No tomé el tiempo, pero había pasado muy poco desde el momento que se la clavé parado, al lado de la cama. Sofía estaba exultante y feliz. De rodillas en la cama nos abrazamos y besamos una eternidad, hasta que caímos rendidos sobre las sábanas. Era hora de descansar. Después de eso no habló más de mi supuesta inexperiencia.

-Usted me había dicho que no le había preguntado más por sus cosas…

-No, no. Le dije que no habíamos hablado más en ese tono, de esa manera… más formal, digamos. Eso que parecía…, como si fuera una manera de conocer mi pasado. Sí, eso. Ahora, cuando me dijo lo de la cama o las chicas, era de otra forma, como un juego, así…

 

-¿Por qué no continúa?

-Bien, toda la noche fue así. Bueno, casi toda. Luego supe que no lo fue tanto… porque me dormí. ¡Un papelón!

-Luego de lo anterior… ¿se durmió?

-Nooo… tan rápido no. Seguimos jugando un rato más, bastante, claro. Sería un par de horas, tal vez menos.

-¿Le gustaba jugar? A Sofía, me refiero.

-Sí, por supuesto. Era más activa que yo. Por lo menos parecía más descansada, o más despabilada… no sé. Fue todo muy divertido. Quiero decir, sin drama, puro gozo y placer, alegría quiero decir. Luego del sexo oral, por ambas partes, no tuve más inhibiciones, la traté como una chica más, me olvidé completamente de la… situación… de "visitante" quiero decir. Ella se comportó de igual manera. Ya no dijo "parezco una criatura". En realidad, creo que quería serlo. Ahora se me ocurre eso, por supuesto. En ese momento no existió otra cosa que el sexo. Ya le dije que yo me cansaba más.

-Por supuesto. La mujer resulta siempre más pasiva.

-Pero ella no lo era en absoluto. También proponía los juegos…

-Quiero decir que el desgaste sexual es menor. Resulta más probable que los orgasmos sean más reiterativos, con mucho menos tiempo de recuperación entre uno y otro. El hombre tiene que tener la erección y luego la posibilidad de eyacular. No es cuestión solamente de desearlo.

-¡Dígamelo a mí!

-Pero por entonces tenía veinte años…

-Sí, pero podría haber supuesto que tenía algún handicap, pero no fue así. Siempre mano a mano… o peor, a veces tenía que pedir "pido, no juego más". Pero Sofía no me daba tregua.

-¿Cómo fueron los otros? Los juegos que siguieron.

-Como todos, como tantos otros que ya le dije en otras ocasiones, más o menos…

-Usted me dijo que se dio cuenta que no sabía nada…

-Fue un decir. Ya le conté todo, todo lo que hice antes de conocer a Sofía, allí hay de todo. Bueno, no había sido nunca con una mujer de la clase y categoría de Sofía. Tampoco lo fue luego, creo. Eso es lo distinto. Lo que me decía… también. Me excitaban mucho sus palabras, seguramente algunas de las cosas que luego yo les dije a otras mujeres, creo. ¡Ni lo pensé nunca! Pero luego, bueno, ya lo sabe. Si me hubiera acordado antes de esto… sería otra cosa, pero ahora repetiría muchas de las cosas que luego hice, que ya le conté.

-No importa. Haga de cuenta que es la primera vez.

-¡Es qué me excito mucho!

-Como decía Sofía, "tiene que tener control mental…"

-¡Esto es una tortura psíquica…!

-No diga pavadas. Es parte del tratamiento… Verá que tengo razón.

 

-¿Fue la primera vez?

-Bueno, está bien. Le dije lo de los espejos. Que me había dado cuenta de su existencia. Sofía no le había dado importancia. Por lo menos nunca insinuó nada al respecto. Aquí tomé la iniciativa. Ya le dije que no tenía inhibiciones.

-Permítame. Lo más probable es que Sofía no quería verse en el espejo junto a usted. Notaría la diferencia…

-¿Para que lo dejó, entonces?

-¡No iba a sacar los roperos!

-Me refiero al que tenía un soporte, un pie, el marco. El que se movía para donde uno quisiera. ¿Por qué no lo sacó? Bueno, son preguntas que me hago ahora. Por entonces ni se me ocurrieron. Le dije si no le molestaba que trajera el espejo junto a la cama. Se río y me dijo que no tenía ningún problema. «Me va a encantar ver tu espalda cuando estés dentro mío.» «¿Cómo vas a ver la mía? ¡Yo voy a ver la tuya.!» «Claro, también, pero primero yo.» Me levanté en busca del espejo. Mientras lo acercaba con mucho cuidado, no sabía que tal estable sería ese artefacto, Sofía no dejaba de mirarme sonriente. «Tu sexo es divino y gracioso, de verdad. Ahora es el objeto de todos mis sueños.» No sabía si me estaba tomando el pelo. «Ahora te veo mejor. Nunca te había podido ver de lejos.» «No me mirés así que me da vergüenza. ¿Lo pongo aquí?» «Lo que quieras. Todo lo que quieras es para vos. Todo. Y no demorés mucho que tengo muchas ansias, quiero tenerte pronto en mis manos, entre mis piernas, en mi boca…» ¡Y pensé que yo era el desinhibido! Sofía sabía lo que decía. Solamente con sus palabras tuve una nueva erección. «¿Viste como te convenzo rápidamente? Ya estás listo otra vez para que yo te triture.» Efectivamente así fue. Sofía me hizo sentar de espaldas al ropero y se sentó encima mío, con sus piernas levemente recogidas. Se apoyó en sus manos, sobre el colchón y buscamos la coincidencia de los sexos. Cuando la penetré cruzó sus brazos tras la nuca y me ofreció todo el esplendor de sus pechos. Como ella estaba sobre mi regazo, al estar más alta, pude perfectamente besar y chupar sus pezones. Entonces me abrazó y comenzó a flexionar las piernas, apoyando los talones en el colchón. El ritmo se hizo sostenido, sin esfuerzo de mi parte, dado que su peso era alivianado por sus piernas. Llegando al orgasmo me besó en la boca con todo su fuego. «¡Cómo se estremece tu espalda al acabar!» Justo en ese momento me sacudía bajo su peso. Al acabar, ella había dejado de sostenerse con los talones y descargaba sus nalgas sobre mis muslos. «¿Ahora sí te peso, no?» Se levantó sentándose a mi lado, en el mismo sentido que antes. Nos besamos largamente una vez más. Solícitamente hizo cómica parodia de masajes en mis piernas. Me tiré hacia atrás. Quería descansar un rato, no daba más. Sofía reanudó sus caricias y sus besos. En este caso no se acercó al sexo. Comprendía que yo "merecía un entretiempo". El partido iba para largo. Como habíamos quedado en sentido contrario, como cuando la felattio anterior, introduje mis dedos entre sus piernas, acariciando su vello y apartándolo, húmedo y pegajoso, hasta llegar a la vagina. Recorrí suavemente su cavidad, lo más suave posible, para no irritarla, suponía que tenía que hacerlo así… «Me hacés sentir el más voluptuoso placer, pero nunca dejás de ser gentil y adorable.» «Y se me están ocurriendo un montón de cosas más.» «Es lo que quiero. Cuanto más lujuriosas sean, mejor…» Fingiendo vergüenza se incorporó reclinándose en mi pecho. «¡Cuántas cosas más que podemos hacer todavía!» Sofía seguía tan fresca como al principio. «¡Vamos a hacer el amor en la bañera!» Era la manera que encontré para despabilarme. Fui hacia el baño. «Esperá un momento. Tengo que hacer algo, primero.» «¿Y qué hay? Me meto en la bañera.» «Es que me inhibo.» «Abro la ducha. No tengas problemas.» No quería dejarme ni a sol ni a sombras. «¿Estás cansado?» «No, para nada.» Una mentira. ¡No daba más! ¡Tenía unas ganas de dormir! «¿Puedo espiar ahora?» «¡Nooo! Tengo que lavarme.» «Te lavo yo…» «No, ya voy, un momento.» Su insistencia me acobardaba, la verdad. Sonia se reía y seguía tomándome el pelo. «Tendrías que casarte para saber lo que es compartir un baño.» Me estaba diciendo su estado…, pero no dije nada. «Sos reservado y discreto. Eso me gusta.» Cuando me levanté del bidet abrió la mampara. No había terminado de ingresar y me estaba enjabonando. Un pretexto para acariciarme, por lo cual hice lo mismo. Me tomó el pene con una mano y con la otra lo untó de jabón. Me tuvo así hasta la erección. «Enjaboname bien…, adentro.» Se dio vuelta, se inclinó y se tomó de los grifos, con ambas manos. No me animé a penetrarla por el ano. No sé si era eso lo que quería. Doblé las piernas, busqué la vagina y la clavé. Traté de contenerme, pues no confiaba en mi resistencia, para luego poder seguirla en la cama. Me daba igual gozar en la bañera, pero ya sentía aflojar las piernas. Mientras el agua caía sobre nuestros cuerpos, me aferré a sus tetas y comencé a bombear. Sofía crispó sus manos sobre la grifería… y acabó nuevamente. ¡Era una suerte que ella reaccionara tan rápidamente! «¡Me hacés gozar tanto! Te veo y ya deseo que me poseas nuevamente. ¡Una y otra vez! ¡No podés saber todo lo que te deseo!» Y nuevamente me besaba y acariciaba. Le lavé nuevamente el sexo, esta vez con las manos. Ella hizo lo mismo y nos secamos. Abrazados fuimos nuevamente a la cama. «Estás a punto para otra sesión. No quiero que desperdicies nada.» Efectivamente, como no había llegado eyaculado, el miembro seguía rígido, latiendo y ardiente. Se tiró boca arriba. Comencé a recorrer todo su cuerpo con mi pene. No sabía en que momento me llegaría el climax, pero quería aprovechar la oportunidad de sentir toda su piel en el glande. Levantó uno de sus brazos y lo apoyé en el nido de sus axilas. Giró y recorrí las pecas de su espalda, hasta llegar a la cintura, lamiendo la zanja entre sus glúteos. Sentándome sobre su vientre lo pasé por los pechos, en los pezones, bajo las semiesferas. Tomó las tetas con sus manos y me apresó en su seno. Restregué los testículos contra sus pechos. Sentía morirme de placer. Era más, mucho más, de lo que yo hubiera esperado jamás. «Acercate a mi boca, por favor.» Rogaba lujuriosa, sacando la lengua y sorbiendo sus comisuras. Aunque ya me la había chupado no esperaba algo tan explícito. Chupaba y pellizcaba el prepucio con los dientes. Me incliné en cuatro patas, tirado hacia delante, hasta encontrar su boca. Recordé en eso momento lo que había pasado con Zully, pero esto era mucho más emocionante. Sofía era toda una mujer, completa, entregada completamente al placer, en todas sus formas, con un hombre, ¡y ese hombre era yo! Y en el espejo me veía, y veía la lengua de Sofía, y veía como me introducía en su boca… y como me volqué sobre ella ocultando su rostro con mis piernas, sentía como cada una de mis sacudidas tenía la respuesta del cuerpo de Sofía bajo mío. Cuando la eyaculación llegó, Sofía gimió gozosa sin dejar escapar una sola gota. Me retiré, levantándome despacito, viendo por el espejo como recogía con su lengua el último globito de esperma que quedaba. Sofía inclinó la cabeza hacia el espejo y sonrió. Nos veíamos a través de él, mientras dejaba caer por las comisuras el semen, que empujaba suavemente, sin ningún apuro, hacia fuera. «Sentir bañados mis labios por tu cálido desborde es la mayor gloria que me podría haber ocurrido. ¡Ni en el sueño de mayor lujuria podría haber imaginado tanto placer!» ¡Son palabras que nunca, ni antes ni después, yo escuché! Se limpió con la sábana y me atrajo a su lado. Puse mi cabeza sobre su pecho… y fue lo último que recuerdo.

-Y se durmió nomás. Era de esperar, luego de tanta actividad. ¿Fueron cinco, no?

-¿Cinco qué?

-Cinco eyaculaciones de su parte, digo.

-¿Cinco? No sé, no los conté. ¿A ver?

 

-Sí…, puede ser.

-Y ella tuvo seis…

-¡Cómo lleva la cuenta usted! Eso me deja más tranquilo…

-¿El qué?

-Que Sofía haya acabado una vez más que yo. Por lo menos cuando me dormí no la había defraudado…

-Usted no parece defraudar a nadie…

-No lo crea. Últimamente venía bastante mal, ya sabe…

-Pero ahora está mejor, creo…

-Sí, gracias a usted…

-No. Gracias a la terapia, no lo olvide. ¿Qué pasó luego?

-Desperté sintiendo sus labios sobre mis párpados…

-¡Qué dulce!

-No se burle. Era así, dulce…

-No me estoy burlando. En serio, que dulce que era Sofía con usted. Creo sinceramente que se sentiría muy feliz, ella, digo. Estaba muy feliz en su compañía. La manera de despertarlo es el de una mujer… enamorada. No me mire así. En verdad, cuando alguien es dulce aun cuando no se lo esté mirando, es que está enamorado… o por lo menos, muy feliz, sí, muy feliz.

-Tal vez tenga razón. No lo sabía entonces. No lo pensé siquiera. Tenía la boca pastosa, seca. Cuando abrí los ojos, me beso. No quise separarla…, pero tenía muchas ganas de ir al baño. Y de lavarme, claro. Que me besen en la boca al despertar no me había pasado nunca.

-Cosas de la pareja…, cuando comparten una noche en la misma cama…

-Pero yo no lo sabía, ya le dije. «¡Hasta tu gusto a sueño es maravilloso!» Comenzaba con sus halagos. «Uy, me dormí. ¡Qué vergüenza!» «Yo también, con tu cabeza en mi pecho.» «Pero…, tendría que haber aguantado…» «¿Por qué? ¿O te olvidás el desgaste que tuvimos…?» «¡Dejame ir al baño, que sino me hago encima!» «Ahora te dejo tranquilo. Yo ya fui.» «Ah… entonces no dormiste.» «Si, por supuesto, pero me desperté antes, porque… me pesaba tu cabeza…» Más o menos así fue nuestra conversación al despertar. Me levanté, desnudo, como estaba y cerré la puerta. «¡No te voy a espiar!» «¡Pero yo estoy más tranquilo!» Me lavé prolijamente, aunque no me bañé, por si Sofía quería que lo hiciéramos juntos. Quería lavarme los dientes…, pero claro, no tenía cepillo. En el porta vaso había dos… A Sofía se le había escapado ese detalle. Nunca lo comenté, por supuesto. Me lavé con el dentífrico y un dedo, me enjuagué bien y salí. La cama estaba impecable. Cuando miré, un poco asombrado, Sofía se apresuró a dejarme tranquilo. «Ni se te ocurra pensar que terminamos. Sólo cambié las sábanas porque estaban demasiado manchadas de nuestros efluvios…, pero para empezar de nuevo…» Se había puesto un camisón, muy cortito, un baby doll, más bien, que le hacía parecer veinte años menor, sin duda. Nuevamente, por si hiciera falta, quedé embelesado. ¡Era de infinitos recursos para deslumbrarme! «¿Te gusto?» Y giró rápidamente haciendo flamear la falda sobre sus nalgas, dejando al descubierto la hermosa sombra rubia entre sus piernas. La abracé y besé en la boca, en sus pechos, en las orejas, los ojos, todo lo que tuviera a mano, tomando sus glúteos y apretándola contra mí. «Sofía… Sofi… ¡qué hermosa eres! No lo puedo decir de otra forma… No tengo tantas palabras para decirte todo lo que desearía…» «No tienes que decirme nada. Sólo bésame… mucho… mucho… y no me digas nada…» No sé porque me acuerdo de estas variantes idiomáticas, eso del cambio del argentino hacia el castellano. No sé. Pero tengo presente, ahora, que me llamó la atención.

-Sería española…

-Sí, tal vez. No le pregunté, pero me gustaba oírla. ¡Aunque me hablara en checo me hubiera gustado oírla! Antes que pudiera decir otra cosa, me contó lo que había pasado. En algún momento me pregunté que hora sería. Yo tenía un reloj que había dejado en algún lugar, no me acuerdo. Pero no quise preguntar. «Cuando te dormiste me quedé quietita. No quería despertarte, y me gustaba sentirte en mi pecho. Y así me dormí. ¡Me desperté cuatro horas más tarde! ¿Sabés qué hora es? Las cinco y media… y te dejé dormir media hora más que yo. ¿Ves qué buena que soy?» Mientras me hablaba no dejábamos de besarnos. Yo no tenía nada que decir. Pensaba que tendría que irme. Eso. Pero no sabía si decírselo o esperar que ella lo propusiera. No sabía que era lo adecuado. «Cuando desperté seguíamos en la misma posición. ¡Habíamos caído rendidos! ¡Ni la luz apagamos! Te cubrí con la sábana… de a poquito, pues te iba besando por todo el cuerpo, ¿me entendés? Estabas tan profundamente dormido que pude aprovecharme de vos. Sin que lo notaras besé tus manos, tu pecho, tus pies, tus piernas, la ingle… No te di vuelta para besarte la cola para no despertarte, pero me aproveché igual. ¡No sentiste nada! ¿O te hacías el dormido?» «¡No, para nada! ¡No sentí nada! ¡Qué lástima, un desperdicio!» «No, no, para nada. De esa manera pude hacer lo que se me dio la gana, sin que te resistieras.» «¿Y por qué suponés que me iba a resistir?» «No importa. Lo lindo era eso. Que durmieras y yo te besara. Todo. ¿Me entendés? Como todo, todo, tenías dormido, ¿entendés? Besé todo lo que quise sin que te dieras cuenta. Pasaba la lengüita…, lo levantaba y lo dejaba caer. Quietito y dormidito…» «Oh, ¿cómo qué no es un desperdicio? ¡Y yo perdiéndomelo! ¡Vamos a la cama!» «No, no. esperá. Todavía no terminé.» «Me lo contás en la cama.» «¿Te vas a portar bien, como un caballero?» «¿No fui un caballero, en todo momento?» «Sí, un caballero amoroso y servicial, como corresponde, pero quiero que ahora lo seas más… tranquilito, digo, así te cuento, porque quiero contarte lo que hice, porque después… yo sé que no voy a poder…, no me vas a dejar hablar.» «¡Si no te hago callar!» «Lo digo porque cuando me hacés el amor me quitás el aire y el aliento…, y no puedo pensar en otra cosa.» ¡Otra vez estaba excitadísimo! Y además descansado. ¡Quería empezar de nuevo! Antes de irnos, lo que en algún momento sería inevitable.

-Sofía no tenía ningún apuro. Aparentemente lo sobraba el tiempo, ¿no?

-Pero en algún momento se tendría que acabar…, y sin embargo yo quería oírla. Sus palabras, su forma de decirlas, tan dulces, tan cálidas, tan seductoras, también me brindaban placer. Escucharla era un placer. Sofía tenía una voz apagada, en sombras, un registro de contralto, o algo así. En términos eróticos, era una voz de noche, de amante… Continuamos en la cama, con su cabeza en mi pecho, ahora. Abrazados. «Te sigo contando. ¡Y quedate quietito! Aun dormido me sedujiste.» «¿Cómo?» «Bueno, te cuento. Para saber si estabas verdaderamente dormido, profundamente dormido, te hablé al oído.» «¿Qué me dijiste?» «Ah, eso no te lo cuento.» «Pero… ¿por qué?» «Porque es un secreto… y si no me oíste… es mejor así.» «Decime… por favor.» «No. No te lo voy a decir.»

-No se lo dijo. Seguro. Sé lo que le dijo.

-¿Qué?

-Después le cuento. Ahora siga.

-No, no me lo dijo. Siguió hablando. «Te tomé esta mano ¿ves? y la dejé caer.» «Pero…, ¿pensabas que estaba muerto?» «No, sonso. Era para asegurarme.» Prestaba atención, bastante intrigado… Sofía sonreía y me besaba. «Y con esta mano, con esta… me acaricié a mi misma… ¿Entendés? Me acaricié con tu mano… y tuve un nuevo orgasmo…» «Estás macaneando. Lo hacés para excitarme… y dejarme con las ganas…» «No, eso jamás. Porque ahora lo quiero de nuevo…» Y así fue. Como ya estaba excitado se montó sobre mí y comenzamos un juego de… no sé si decir de amor o de sexo. Mis sentimientos eran contradictorios. Me gustaba mucho, la deseaba un montón, su interminable energía me daba ánimos permanentemente… y por momentos sólo tenías deseo de abrazarla y besarla, con ternura, tal vez con amor… ¡Qué sé yo! Pero cuando se mostraba tan sexualmente decidida… el deseo tapaba al amor… ¿Es raro, no?

-No lo es viniendo de usted. Lo ha dicho y demostrado directa o indirectamente. No digo que para usted el amor este disociado del sexo, pero ha manifestado amor aun antes de tener sexo… Son dos cosas distintas y de verdad para usted es así. Para amar necesita muchas más cosas que sexo. El deseo en usted nace luego de tener algún tipo de afecto, de cariño… Usted dijo que amaba a su esposa… ¿Es así realmente? Porque… poder… pudo ¿no?

 

-¿No dice nada? ¿No carecerá de deseos por qué le falta lo otro?

-No lo sé. Ahora no lo sé. En fin…, no lo sé. A veces…, bueno…, a veces no tengo deseos…, pero otras veces sí… ¡y no puedo! ¡Qué sé yo!

 

-No se quede callado. Estoy esperando que siga.

-Ahora no tengo ganas.

-Seguimos en otro momento.