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Guía de Sombras (6)

en Grandes Series

Guía de sombras 6.

-No hay muchos seres humanos que opinen como usted, ni por aquí ni del otro lado del mundo. Es una actitud filosófica, eminentemente ética. Es una pena que no haya encontrado otra persona que sintiera como usted.

-Sí, la encontré, Ella..., pero la perdí por otros motivos... de los cuales sólo yo fui responsable. Pero ahora tengo otro episodio divertido..., casi disparatado. Hablé en varias oportunidades, creo, de la vinculación con la Iglesia por parte de mis tías. Cuándo tenía nueve o diez años, antes de mudarme a Buenos Aires, alguna de mis tías estaba convencida que yo estaba destinado por el Señor a ser uno de sus siervos y pregonar la bondad por el mundo... e intentó mi ingreso al seminario, vía monaguillo... ¡Es así, nomás! En el barrio había un buen amigo miembro de la Acción Católica que también supuso lo mismo, o algo por el estilo. Teniendo en cuenta mis inquietudes artísticas, decidió que un buen anzuelo sería el teatro, y me invitó a participar en la formación del elenco que representaría en la Iglesia una obra en preparación… y acepté pues sí, me gustaba el teatro. Y allí fuimos. Unos doce o trece chicos y chicas entre catorce y diecisiete años. Una vez más, como dice Dolina, apunté al cura y le pegué al campanario.

Me gustaba una chica... que no me daba bola... y se me pegó a los pantalones... otra, que si bien era linda, no era la que más me gustaba. ¡No me la podía sacar de encima! Para colmo, nunca supe si podría ligar con la otra piba alguna vez, pues no hubo manera de estar a solas en algún momento. La otra estaba metidísima, una calentura a primera vista, de eso estoy seguro. No sé cuál sería su compromiso con los sacramentos de la Iglesia..., pero seguro que la virginidad... no. Y no tenía fama de loquita…, pero mi amigo ya me recomendaba que me alejara de ella... pues le parecía... ¡qué me quería seducir! ¡Vaya consejo! Yo opinaba lo mismo... por eso no hice demasiados esfuerzos para apartarla cuando me di cuenta de su intención. Bien, si no existía la posibilidad de elegir... pues... ¡a no arrugar! Digo yo, ¿será cierto que los más degenerados tienen cara de ángel? Porque me sentía así… ¡Quince años y no le hacía asco a nada! Nos reuníamos un par de veces por semana, luego de las seis de la tarde, en el salón parroquial, preparado para actos y espectáculos. Al tercer o cuarto encuentro, sin demasiados preámbulos, le propuse encontrarnos media hora antes, para estar solos. Le hice imaginar para que… y aceptó complacida. A las cinco y media ahí estábamos los dos. Fuimos al salón y nos metimos… ¡bajo el escenario! Ninguna oposición de su parte. No le importó si estaba sucio o podría haber una rata. A mí tampoco. Le saqué la bombacha, me bajé los pantalones... y la monté. Estaba un poco duro el suelo... pero calavera no chilla, además no se veía casi nada. Mi idea era terminar y salir, tener tiempo de limpiarnos y aparecer como un lord inglés al ensayo..., ¡Cómo cogía esta chica! ¡No quería soltarme..., pedía más y más...! Por suerte me recuperaba pronto, además que sus caricias, manoseo y sobada, me ponía al palo rápidamente. Estábamos en el tercer polvo... cuando comenzamos a oír voces. Llegaban los compañeros al ensayo... ¡y nosotros ahí abajo! Cuándo resolvieron que, según parece, nosotros no íbamos a ir, comenzaron los ensayos.

No sabíamos como seguir fornicando sin que se escuchen nuestras carcajadas... pues nos divertíamos más con lo que oíamos, que con lo que hacíamos. ¡Y no terminaban nunca! Nos dolían los huesos y no sabíamos como acomodarnos, además comenzamos a tener frío. Nos sentamos, yo apoyado contra algún sostén del piso del escenario, e Hilda, la chica, se montó a caballito, chorreando semen y flujos por todas partes. Seguimos ensartados y a oscuras, y cuando acabamos nos quedamos abrazados, medio tiritando, durante un tiempo interminable, aunque todo sucedió en una hora y media, pues a la siete y media terminaban los ensayos. Cuando se fueron salimos entumecidos, tratamos de componernos y volvernos más o menos humanos, todo en la penumbra, pues no prendimos la luz, hasta que consideramos que se podría salir sin peligro. Vamos hacia la puerta y ¡cerrada! La chica casi dio un grito. «Calmate, ya veremos como salir.» Empezamos a buscar..., empecé yo, pues ella no se separaba de mí, di varias vueltas y descubrí un par de salidas más, cerradas también, que no sabía a donde daban, hasta que se me ocurrió pensar que tendría que haber algún ingreso al escenario, desde alguna parte, camarines, pasillo, lo que sea. Efectivamente, al fondo a la derecha el escenario tenía una puerta ¡abierta! Hacia un pasillo, a oscuras, claro, pero a algún lado daría. Ninguno de los dos fumaba, por lo que no teníamos fósforos ni encendedor para alumbrar. No teníamos ni idea de la hora. ¿Serían las ocho..., las diez de la noche? Al fin sentimos voces.

¡El mundo existe! Identificamos la voz del padre teniente, un cura joven que era el que tenía la inquietud teatral. Estaba hablando con uno de los muchachos del elenco sobre detalles de la puesta. No se oía claramente, por lo que supusimos que no estaban directamente del otro lado de la puerta. Pero no podíamos saberlo a ciencia cierta pues el ojo de la cerradura... ¡estaba tapado por la llave! Del otro lado, en la habitación o lo que sea, la luz estaba apagada, pero más allá, en algún lugar inmediato, se podía adivinar algún reflejo. «Tengo miedo.» «No pasa nada, tené confianza. Ya saldremos.» «¿Y si nos agarran? Le van a decir a mi vieja. Me mata.» «No té preocupés.» Y la besaba en la boca, le acariciaba el culo, le pasaba las manos por las tetas..., como para entrar en calor... No dejaba de temblar, no por el frío. Me pidió un pañuelo, pues tenía la bombacha empapada por el semen. Tomé el picaporte y lo giré despacito. Cuando supuse que el pestillo ya se había desenganchado le dije a Hilda que empujara muy despacio... Nada. ¡Estaba con llave! ¿Y ahora? No sabía que hacer. Tantee el borde de la hoja... y me di cuenta que si esa era la hoja... el pliegue del marco estaba del otro lado... ¡La puerta habría hacia nuestro lado! No había que empujar... ¡había que tirar! Nuevo intento... Tomé el picaporte, lo giré... suspiré hondo y poniendo el pie abajo, para acompañar el giro sin brusquedad, tiré muy despacio... ¡y la puerta se movió! Probé que no hiciera ruido. Miré por la primera rendija que se produjo. Era otro pasillo. No había nadie y las voces venían desde la izquierda. Pasamos y dejé la puerta abierta, para no moverla más o poder escapar si no había salida. Efectivamente, la próxima puerta, a dos metros, estaba entreabierta, había luz ¡y había gente! Otro inconveniente más... ¿Insalvable? No teníamos más remedio que esperar... con buena y mala suerte.

En ese momento se despedían. El compañero nuestro se fue..., pero el cura se quedó. Seguramente sería su escritorio. ¿Saldría de allí? ¡Sí! Sentimos la silla, se levantó. Asomé la cabeza, era el escritorio..., crucé la habitación hasta la otra puerta. Hilda me siguió, salimos al siguiente pasillo y vimos otra puerta al final, unos cinco metros. ¿Sería al fin la salida? Era la sacristía, la conocíamos. Del otro lado estaba la iglesia. Estaban en misa, la última del día, creo. Le hice seña, se sentó en algún banco. Me fui hacia otro lado y nos quedamos un momento. Luego salí ¡Al fin afuera! Hilda no aparecía. Al fin vino… «¿Qué estabas haciendo?» «Rezando…» Un pequeño saludo y cada uno se fue por su lado. ¡Y esto sí que no terminó aquí! El lunes Hilda me buscó por el barrio... y fue a mi casa. Los lunes, miércoles y viernes yo no estaba a la tarde, pues hacía taller en el doble turno de la escuela. El jueves le dije que no me fuera a buscar. Ella me reprochó que yo no la fuera a buscar el fin de semana. Fui derecho al grano. «Mirá, vos me gustás, pero mientras estemos aquí no quiero tener nada. Cuando terminemos… veremos.» «Pero yo no quiero solamente esconderme con vos bajo el escenario. Quiero que salgamos a pasear, al cine, a bailar...» Se puso muy triste y mimosa. Tenía miedo que se pusiera a llorar. «Bueno, bueno, después hablamos.» Con obvias sospechas de todos los compañeros, realizamos los ensayos. Luego salimos juntos y la acompañé hasta cerca de su casa. No sabía dónde vivía, pero no quería preguntarle para tener el pretexto que no fui a buscarla... justamente porque no sabía dónde vivía. «En la otra cuadra» me dijo. Estábamos a la altura de un baldío cercado a medias por una tapia semi derruida. «Vení.» Me tomó de la mano y nos pusimos atrás de la tapia. Comenzó a besarme y acariciarme por todo el cuerpo, hasta que llegó a mi entrepierna.

Hice lo mismo. Ahora nos veíamos, al fin. Pasé las manos con fruición por sus nalgas, por los pechos, entre sus piernas. Me gustaba mucho más que bajo el escenario..., por lo menos veía. El problema consistía que era más baja que yo, con lo cual no encontraba la manera de penetrarla con comodidad, dado que no podía bajarme los pantalones... y si doblaba las piernas me sentía incómodo. Necesitaba algo para que se subiera. Se lo dije y fuimos hacia otro lado. Parecía conocer muy bien el terreno. En un rincón sobresalía de la pared algo así como un hierro o un ladrillo, no se distinguía. Se subió... y nos acomodamos. Mientras se sacaba la bombacha, me abrí el pantalón. Entreabrió las piernas y se inclinó hacia atrás. Guiando el pene con la mano ubiqué la raja y tomándole los cachetes del culo empujé hasta el fondo. Ella estaba tan caliente que no bien llegué al fondo tuvo un orgasmo. Jadeaba y gemía despacito. Yo tenía miedo de que empezara a los gritos, por la forma como se mordía los labios. Cuando acabé me vino la idea de que sería una buena oportunidad para dársela por atrás. Por la forma en que se refregaba contra mí, intuí que no habría oposición. Pero no quería apurar las cosas ni mostrarme demasiado ansioso. Esperaba que de alguna forma ella me pidiera más… y entonces aprovecharía. Cuando sintió el pene nuevamente duro me lo dijo: «Tengo más ganas…, mi amor…, dámela otra vez…», y me besó con desesperación… «Date vuelta y agachate.» No dijo nada e hizo lo que le pedí. Le acomodé la pollera sobre la cintura y le pasé el pene, todavía húmedo, entre las nalgas, buscando el ano. Como lo había leído en alguna parte, pasé mi mano por la vagina, tratando de recorger todo lo húmedo que allí hubiera y acaricié lo más profundamente que pude el orificio trasero. ¡Estaba totalmente de acuerdo! Cuando sintió mis maniobras con el pene y los dedos, abrió lo más que pudo sus nalgas con ambas manos. ¡El camino estaba expedito! Apoyé el glande y comencé a empujar. Hilda gemía y se quejaba, pero se apoyaba contra mí más y más.

Fui entrando despacito. ¡Creo que a mi me dolía más que a ella! Mi prepucio y el frenillo eran una molestia para penetrar el tan estrecho agujero, pero no podía aflojar. Apreté los dientes y arremetí con todo. ¡Al fin adentro! El bombeo se fue acelerando en la medida que el miembro y el orto se fueron acomodando. Pasé mis brazos sobre sus tetas y alrededor de la cintura apretando con todas mis fuerzas. Las sacudidas del orgasmo fueron tremendas. Si alguien aparecía, seguro que no podríamos desengancharnos. Me quedé varios minutos apoyado sobre su espalda, sin salir. Sentía los latidos del pene dentro suyo, y las contracciones de las entrañas de Hilda. Cuando comencé a retirarme, ella empinaba el culo contra mí. «Quedate quietita, por favor…» «Es que me gustó mucho…» Al fin nos quedamos frente a frente, y nos besamos. Sentí sobre su rostro las lágrimas… «¿Te dolió mucho? ¿Te hice daño?» Simulaba una preocupación que no sentía, nada más que para ser un poco amable. «No, no…, un poquito…, pero me gustó mucho… ¡Sos divino!» Tuve la gentileza de pasarle un pañuelo por el culo pero lo guardé sin mirarlo siquiera. En silencio nos acomodamos la ropa. Cuando terminamos le pregunté si quería que la acompañara hasta la casa, como por decir algo. Por suerte no aceptó y me volví desde allí. ¡Creo que me sería difícil sacármela de encima! Esta vez no esperó al lunes.

Al día siguiente fue a casa. Como era viernes no me encontró. Mi madre me dijo que una chica, la misma de la vez pasada, había venido a buscarme. Generalmente, los sábados dormía la siesta para no tener sueño a la noche y poder ir a bailar a algunos de los múltiples asaltos que organizábamos las chicas o chicos del barrio. Siempre había algo, o un cumpleaños. Por las dudas, le dije a mi madre que si llegaba a aparecer le dijera que me había ido a Olivos y que no volvería hasta el domingo a la noche. ¡Pobre mi vieja, la obligaba a macanear por culpa de la piba esta! Si no hubiera sido tan pegajosa no tendría problemas en seguir con ella algún tiempo más, después de todo me daba el gusto sin gasto de saliva… Efectivamente apareció el sábado... ¡y el martes! Me enganchó. «¿Que té pasa, por qué no viniste a buscarme?» «No te dije que iría. Tenía un compromiso anterior.» Cruzamos a la plaza y empezó con su filípica. ¡Me tenía bastante podrido! Le repetí que cuando presentáramos la obra arreglaríamos esto, pues ahora no quería tener novia mientras estaba con el teatro en la cabeza. Un invento. Que sí, que no. No se conformó, pero nos fuimos hacia su casa, unas quince cuadras... que yo no pensaba hacer. No le toqué ni la mano, para que entendiera que hablaba en serio... No se dio por vencida, pero a mitad de camino me despedí y sin darle tiempo de nada, di vuelta la esquina y me fui. ¡Espero que el jueves no haga ningún dramón! Por suerte ese día vino con cara de culo y no me dio bola... hasta el final, donde nuevamente se pegó a mí y me pidió que la acompañara. Esta vez no aflojé. No fui... y basta. Más o menos así seguimos hasta el día de la representación. Un exitaso, estaba todo el barrio. Cuando terminamos no me separé un centímetro de mis compañeros, con la esperanza que, al no estar solo, no me enganchara de nuevo. Fuimos a la pizzería a festejar y conseguí que a ambos lados se sentaran otros muchachos. Bla, bla, bla... y conseguí escabullirme… ¡y al día siguiente la tenía en casa!

-¿No le importaba qué esta chica se hubiera enamorado de usted?

-Sí, me importaba, pero yo no quería..., no la quería. Y nunca le había dicho nada como para que supusiera algo...

-Pero le había hecho bastante...

-Sí, es cierto, pero porque ella también quiso. Y no estaba arrepentido ni con remordimiento. Yo entendía que no tenía por qué. Cualquiera se puede hacer cualquier tipo de ilusiones, pero a nadie le hice creer que yo tenía ganas de tenerla de novia… y me molestaba la persecuta. ¡Es algo que nunca soporté! Al fin casi tuve que desaparecer de casa. Les dije a mis amigos que si la veían por el barrio, me hicieran la peor fama, que tenía un montón de novias por todas partes, que las engañaba a todas..., etc., cualquier cosa.

-No le tuvo piedad...

-No es para tanto. Teníamos quince años. No se suicidó ni se hizo prostituta. A la semana siguiente andaba con otro chico. Seguro que cogería con él también. Todos en paz.

-¿Le molesta mucho que le estén encima, no?

-Sí, mucho.

-Y entonces... ¿por qué se dejaba conquistar?

-No era tan así. Yo dejaba hacer, cuando había algo que me atrajera. Pero sino... rajaba. Nunca tuve estómago para cualquier cosa. Y cuando dejaba hacer... era para sacar algo bueno. Bien, tal vez fuese más pérfido que la mayoría de los adolescentes.

-No, no es así. Ya le dije, que todo lo suyo no tiene nada que sea demasiado extraordinario, fuera de lugar. Es lo común, con algunas variantes personales, para todos los púberes, adolescentes y jóvenes, tanto mujeres como varones. En general, las chicas son mucho más pérfidas... o tienen menos escrúpulos cuando de molestar a los chicos se trata. Además se burlan, cosa que los muchachos, en general, no hacen. ¿Después de esta experiencia fueron los dos años de recogimiento?

-No, no. Eso fue después del asunto con el chico de la escuela industrial y su hermanita.

-Entonces ¿esto fue antes o después de los dos años de abstinencia?

-¿Lo qué le conté? Antes, antes. Yo tenía quince años. Lo otro fue al año siguiente.

-Entonces esto no lo afectó. Nada.

-Escuche. No andaba atrás permanentemente de las chicas. Era un objetivo, pero no estratégico. Si se daba, bien... y sino, paciencia. Tenía otras inquietudes e intereses, la música, la lectura, el arte, el estudio, que me gustaba, sin grupo, los amigos..., el cine me gustaba mucho, y siempre me gustó, pero nunca fui aficionado al cine por el cine mismo, iba al cine a ver una película, no a salir por salir. Fue por entonces que conocí el Lorraine, aunque por la edad, la mayoría de las películas que quería ver... "prohibida para menores". Como siempre, los censores se acuerdan de su propia adolescencia... y consideran a todos los chicos idiotas. ¿Sabe que no pude ir a ver Los Amantes con mi novia, mi futura esposa, porque sus padres no querían y ella aceptó eso? Durante toda mi vida fui mucho más pelotudo que piola. Permití y toleré muchas más cosas desfavorables... que aquellas de las que me aproveché…

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-¿Hubo algo más? No digo en el caso del teatro. En general.

-Eh... sí, queda algo, no mucho. No mucho. En 1959 vivía en La Plata. Durante los carnavales fui a donde vivían mis padres. Habían comprado un chalet muy lindo... ubicado en el peor lugar del mundo, a trescientos metros del cruce de dos rutas muy importantes. Estaciones de servicio, un hotel, talleres, gomerías, depósitos de materiales, un desastre. Frente a la casa había una fábrica de soda. Frente a la casa quiere decir ciento veinte metros del otro lado de la ruta. Banquinas barrosas, camiones y camionetas permanentemente estacionados… Pronto comprendí porque vendieron ese chalet tan barato. ¡No lo quería nadie! Además de nosotros, dos o tres familias más vivían por allí. En la fábrica de soda vivían dos chicas, la mayor diecinueve y la menor dieciséis años. Muy lindas, sobretodo la más chica. ¡Yo siempre infantilista! No había ningún otro muchacho por la zona, excepto los que trabajaban por ahí. Por entonces, en este país tercermundista y atrasado, los sábados a la tarde no se trabajaba y los lunes y martes de carnaval tampoco… y la gente todavía vivía feliz, aunque ya comenzaban a cavar su tumba. El 13 de septiembre de 1956 se acordó el ingreso al Fondo Monetario Internacional... ¡y lo resolvió una dictadura militar! Como le dije, mis padres vivían en ese lugar desde julio del año anterior, cuando la mudanza fantasma, y se habían relacionado con los pocos vecinos. Entre ellos los padres de estas chicas y ellas mismas. Yo había viajado un par de días en dos oportunidades anteriores, pero no tuve ninguna relación con nadie. En este caso, cerca del mediodía del sábado de carnaval, las chicas cruzaron hacia casa.

Se presentaron, nos presentamos, Babu la mayor, Delia la menor, conversamos, todo bien. Muy simpáticas, muy agradables... y muy lindas, sobre todo Delia. Prometieron regresar luego del almuerzo. ¡Fue una sorpresa! A la tarde me empaparon de pie a cabeza..., totalmente desprevenido. Hacía como dos o tres años que no jugaba al carnaval... y no dejé de aprovechar la buena idea. Para que no necesitaran cruzar la ruta para ir a buscar agua, un peligro, por supuesto, convinimos... una canilla para cada uno..., en casa, y así estuvimos como un par de horas jugando. Los juegos de carnaval, por supuesto, siempre han llevado implícito un erotismo más o menos encubierto. En este caso no parecía haber demasiado encubrimiento..., los cabellos y las ropas mojadas, por ambas partes, volvían a las chicas explosivamente sensuales. Luego fueron a cambiarse... y me invitaron a tomar mate, algo más tarde. Fui a su casa, me presentaron a sus padres y seguimos conversando animadamente. En algún momento me invitaron a ir con ellas al baile de carnaval en uno de los clubes. Estábamos en lo que en esos momentos eran los suburbios de la ciudad, aun cuando de día había mucho movimiento, durante la noche era bastante desolado y lúgubre. Por supuesto que acepté e hicimos los planes correspondientes para la noche. La pasamos muy bien, me presentaron a sus amigos y amigas, bailé con todas, especialmente con ellas, no solo por tener la galantería de ser atento, dado que me habían invitado, sino por que eran las que más me gustaban, especialmente, como le dije, la menor de las hermanas… Juegos, risas…, hacía mucho tiempo que no me divertía con algo tan simple como un baile de carnaval. Poco antes de amanecer, terminó el baile y con el grupo de amigos nos fuimos caminando hacia el cruce de rutas, unas veinte cuadras. La barra se iba disgregando a medida que pasábamos por las zonas donde vivían los chicos. Cuando llegamos al cruce, éramos solo nosotros tres. Ya había amanecido y empezaba algún movimiento en las estaciones de servicio. Iba entre las dos y las abrazaba por la cintura a ambas. Así llegamos a casa... y nos despedimos con abrazos y besos... hasta que nos levantemos. Quedamos encontrarnos, por supuesto, luego del mediodía. Cómo ve, hasta el momento fui bastante discreto, ¿no? Para su tranquilidad le adelanto que no me acosté con ambas... al mismo tiempo.

-Le confieso que no me intranquiliza sus actividades sexuales. Solo las quiero conocer. No las juzgo. Escucho con sumo interés, y noto que cada vez da más detalles…

-Yo no quería dar detalles. Usted insistió…

-Está bien. Continúe.

-Cerca del mediodía me levanté. Mi madre me dijo que había venido Delia a buscarme. Me bañé, vestí y crucé hasta la casa de las chicas. Salió Babu. «Fuimos a buscarte... para ver si esta noche vamos de nuevo al baile.» «Sí, por supuesto, la pasé bárbaro.» «Nosotros también. Nos gustó mucho tu compañía.» «Bueno, esta noche se repetirá.» Estaba cruzando nuevamente hacia casa, cuando me alcanzó Delia. «Babu no te dijo todo. Lo que pasa que le da vergüenza. Vos le gustás.» «A mí también me gusta Babu, pero también me gustás vos. ¿Cómo hacemos, eh?» Nos reímos. «Bueno, vamos a buscarle una solución», le dije. «Yo no quiero enfrentar a las hermanas como si fuera una novela», bromeaba. «¿Que te parece si... contemporizamos?» Medio en serio y medio en broma, por si había un rechazo destemplado, con Delia acordamos que vendrían a la tarde, a la hora de la siesta, pero no a jugar al carnaval, probablemente podríamos estar solos. Como seguía hablando, no había contra y su carita se iluminó con suficiente picardía para que yo entendiera que aceptaba, le expliqué que mi habitación tenía un ingreso casi independiente, desde atrás de la casa, con lo cual podrían entrar discretamente. Cuando mis padres se acostaran, les haría seña para que viniera alguna de ellas, la que quisiera. Después veremos. Así fue... ¡pero venían las dos! ¿? ¡Estaba más desorientado que turco en la neblina! Como siempre, o como parecía ser, Delia llevó la batuta, o tomó la decisión. «Vayan ustedes. Yo me quedo afuera... para que no aparezca nadie...» Sinceramente, prefería que entrara ella, pero… no iba a protestar ahora. Me fijé que todo estuviera en orden, y llevé a Babu hasta mi dormitorio. No hablamos. La besé y comencé a desnudarla. Dejaba hacer... pero no tomaba ninguna iniciativa..., parecía anonadada, no sé. Bueno, nos acostamos e hicimos el amor…

-¿Y eso sólo? ¿No hay más detalles? ¿Por qué lo pasa por alto?

-Es que... era eso lo que importa ¿no? Usted me dijo que daba muchos detalles…

-No, no. Usted tenía otra actitud. Contaba con deleite algunas cosas que convertía un acto sexual en una experiencia nueva para un adolescente o joven..., o dos... o tres, en algunos casos... y ahora de golpe... "fue así y se acabó". Me gusta escuchar lo que me cuenta...

-Tampoco es todo así. Hay cosas que no me acuerdo. En determinados momentos, lo que sucedía era tan fuerte para mí, que me quedó todo o casi todo grabado. En otros momentos... esa misma situación... me tenía en el aire... y no me acuerdo casi nada. Sí, ciertas situaciones..., pero no puedo reproducirlas con exactitud.

-En este caso... fue tan indiferente... ¿o no quiere hablar? ¿Tiene vergüenza de hacerle el amor a Babu... y pensar en su hermanita?

-Vamos... no es para tanto. Le cuento entonces... Mientras la desnudaba la besaba... en el cuello..., en los pechos, en el ombligo, en el vientre... ¡estaba buenísima! Y así llegué hasta el pubis. Hubiera querido besarla bien, como yo sabía... pero no relajó las piernas…, no las abrió, digo. Terminé de desnudarme, pues Babu no había hecho mucho y nos acostamos. Clásicamente... ella mirando el cielorraso y yo arriba. Y así fue, ahora sí las abrió, me rodeó con sus piernas, la penetré sin dificultades y avanzamos hacia el clímax. Estaba en pleno bombeo cuando levanté la vista... y estaba la carita de Delia pegada al vidrio de la ventana, por una rendija de la cortina, con una amplia sonrisa… ¡guiñado el ojo y haciendo señas para que me apurara! A pesar de esta interferencia..., aquí tiene razón..., los últimos segundos los pasé tratando de ver a Delia... y pensando que la estaba clavando a ella. Es verdad. Pero Babu quedó contenta y llegó al orgasmo con mucha energía y felicidad, unos segundos antes que yo. Pensaba quedarme unos minutos retozando con Babu, pero se levantó rápidamente y comenzó a vestirse. Iba a hacer lo mismo, pero Babu me paró. «No te vistás. Ahora viene Delia.» Eso no lo esperaba. Yo creía que la cosa iba a ser con Babu solamente. Pensé que para Delia tendría que esperar otra oportunidad. Pero bien, era así. Me puse el pantalón y la acompañé a la salida. Cuando abrí la puerta salió Babu... y entró Delia. Fue muy distinto, en verdad. Delia era una gata, una pantera y una anguila, todo al mismo tiempo. No terminé de cerrar la puerta de la habitación cuando me estaba sacando los pantalones. Ahora había un ida y vuelta permanente. La besaba... me besaba, la acariciaba y devolvía las caricias con gusto. Me mordisqueaba los labios, los hombros..., todo, hasta la base del pene, aunque sin chuparlo. Le besé los pechos y me apretó la cabeza contra ellos. Cuando terminé de desnudarla y le besé el monte de venus, abrió las piernas ofreciéndome la vulva. La acosté y la besé toda. Recorrí con la lengua toda la caverna..., apretando sus labios con los míos… y apenas le había rozado el clítoris cuando tuvo un orgasmo. Me acosté boca arriba y se montó rápidamente. Fue una gloria hacer el amor con ella. Saltos, vueltas, de atrás, de adelante, sentada sobre mí, en cuclillas... todo. Nos incrustamos uno dentro del otro cuando acabamos…, cuando acabé yo, quiero decir, pues ella había tenido varios orgasmos. ¡Una gloria, una maravilla! Era lo que yo estaba deseando desde mi fracaso del año anterior. ¡Delia era un animal puro sexo, todo instinto!

-¡Cuándo usted tiene algo que decir, lo dice! Se apasiona... y se excita ¿no?

-¿A usted no le pasaría lo mismo, cuando se acuerda de lindas cosas?

-Sí, por cierto. A partir de todas estas conversaciones, también yo comencé a acordarme de algunas cosas…

-¿Vio? ¡Y yo no le cobro nada! Podemos llegar a un arreglo...

-Bueno, lo discutiremos más adelante. Por ahora sigue usted.

-Le dije varias veces que repaso con anterioridad algunas cosas de las que hablo aquí. Más que nada la cronología... ¡El año 1959 resultó extraordinario! Más cosas en este año que todos los anteriores. Había una gran conmoción en el ambiente universitario. Frondizi pretendía legalizar la posibilidad que universidades privadas, confesionales en su mayoría, pudieran otorgar certificados profesionales habilitantes. La famosa polémica laica-libre. En La Plata, la mayoría de los estudiantes éramos del interior y utilizábamos el mes de julio, sin actividad, para retornar a los lugares de origen. Yo no pensaba volver... pues prefería ir a la Capital donde estaban la mayoría de mis amigos…

-¡Espere, espere, no tan rápido! ¿Y con estas chicas, como terminó? ¿No hay más?

-Ah, sí. Hubo más, claro, hasta que volví a La Plata. Después de esa tarde, no pensaba forzar la mano en nada. Si venía así... que viniera. A la noche fuimos nuevamente a bailar y todo como si no hubiera pasado nada. Eso me gustó. Ninguna de las dos hizo algún comentario y, por lo que me pareció, tampoco pretendieron ser mis novias o amantes antes las otras amigas. El lunes y martes de carnaval fueron iguales al domingo. En algún momento Babu me dijo si quería que Delia entrara primero, pero no quise, porque tenía miedo que después no me quedaran ganas, dado la furia que era la hermanita. En una oportunidad lo hicimos dos veces…, bueno yo, porque Delia había acabado varias veces, en principio cuando se la chupé…, y hubiéramos seguido si Babu no insistía en que termináramos… Cuando les dije que me iba el martes a la noche... me pidieron, sin ningún drama, que me quedara hasta el fin de semana siguiente..., que ellas estaban muy contentas, que yo era buenísimo, cariñoso, etc., etc., y que les gustaría estar más tiempo conmigo. Lo que más me gustó, fue el hecho muy positivo de no hacer drama, ni reclamos, ni pase de facturas, ni nada de eso... algo que, desgraciadamente, es tan común en la mayoría de las personas, antes y ahora. Creo que fue Lope de Vega el que dijo, "El amor es como el mar, primero anega una playa limpia y después cuando se retira, la deja cubierta de resaca". Acepté quedarme, pero no como una dádiva a las chicas, sino porque yo también quería estar más tiempo con ellas. Fueron cuatro o cinco días maravillosos.

-¿Por qué no formalizó algo con alguna de ellas?

-Justamente por que la pasé muy bien, eran hermanas, las quería a las dos, y no quería arruinarle la vida a ninguna de ellas ni arruinármela yo. Además estaba viviendo a 350 kilómetros de allí. ¡Fueron unas magníficas y ardientes vacaciones de verano! ¿Para qué arruinarlas?