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Guía de Sombras (10)

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Guía de Sombras 10.

-¿Por eso la operación de fimosis?

-Efectivamente. Se lo dije, que no me gustaba mucho hacer el amor con preservativo. Le hablé del placer, de la sensibilidad, de las sensaciones más directas, carnales, sin barreras, etc., etc. Beba me quería convencer que es lo mismo y más seguro, lo cual es cierto. «No te lo digo como reproche. Sé que es mejor así, tenés razón, pero no me siento cómodo.» De toda maneras, hice todo lo posible para que se sintiera bien y gozara. Cuando llegó al orgasmo yo todavía estaba tratando de eyacular… y no había caso. Aunque estaba erecto por el deseo, parecía que tuviera el miembro dentro de una prensa. Al fin pude, pero me costó. Beba me consolaba con caricias y besos, lo que me hizo poner bien muy rápidamente. «Hagámoslo de nuevo, pero sin el forro. Te juro que no te acabo dentro.» «Pero… ¿vas a poder, seguro?» «Sí, sí, te lo prometo.» «Yo tomaría pastillas, pero dicen que engorda…», se justificaba Beba. «No tenés que justificar nada, el complicado soy yo.» Bueno, comenzamos otra vez, pero al estar yo más liberado, me sentía más inspirado, por lo cual cambiamos muchas veces de posturas, alguna de las cuales le causaba mucha gracia a Beba, como cuando nos sentamos en el borde de la cama, frente al espejo…, los dos de frente, o sea ella de espalda contra mí. Le levanté las piernas y pretendí mostrarle como el pene entraba y salía de su cuerpo… pero por la oscuridad no se veía nada. Fue ella la que resolvió prender las luces para ver bien. ¡Así estábamos mucho mejor! Se mostró exultante al ver el resultado. «¡Qué lindo, como entra y sale! ¡Lo siento todo, como una caricia por dentro!» Felizmente pude contenerme hasta su nuevo orgasmo y me retiré. Le pedí subirme a caballito para ponerme entre sus pechos y aceptó encantada. Mientras ella me acariciaba, con los ojos cerrados y una beatífica sonrisa, me movía y me inclinaba hacia delante, hasta que en un momento vi como sacó la lengua, como si quisiera acariciarme o lamerme. Yo miraba con atención justamente por eso. Tal vez fue instintivamente, o no, pero me incliné más hacia su boca, hasta que puse el glande al alcance de su lengua. Cuando lo logré, cuando al sacar la lengua me tocó, no la retiró, ni nada de eso, sino que comenzó a deslizarla por toda la cabeza. Avancé un poquito más, ya casi totalmente volcado sobre ella, y llegué hasta sus labios presionando suavemente. Cuándo abrió la boca, me introduje y comenzó a succionar con deleite, mientras yo me hamacaba a su ritmo… ¡Los dos entramos en la carrera final! Con el glande inflamado sentía que llegaba la eyaculación mientras Beba me apretaba con sus labios. Cuando acabé, me tenía los testículos con sus manos y yo la sacudía exaltado en su boca. Pareció despertar de un sueño. Saltó de la cama, corrió al baño, se lavó y vino a los gritos. «¿¡Pero por qué me hiciste eso!? ¿Qué te crees?. ¡Sos un degenerado!» Etc., etc. Como ya conocía sus arranques histéricos no me hice problemas…, la besé y acaricié hasta que se calmó. Fue ella la que me preguntó, «¿te gustó?» Todo bien, nos vestimos entre risas y caricias, prometiéndonos nuevos encuentros y placeres y nos fuimos muy contentos… los dos.

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-¿Hace mucho qué se operó?

-Seis meses.

-¿No sintió ningún cambio? ¿No será por eso su inhibición?

-No… lo creo. Es así. En realidad, antes de venir aquí pensé que podría ser algo más físico, biológico… No lo sé. No me gusta mucho, nunca me gustó que me anden examinando… con fines médicos, digo. Si durante cincuenta años no tuve problemas, pude tener sexo sin dificultades…, bueno, excepto con el preservativo, quiero decir, el preservativo me molestaba, siempre fue así, aunque no sabía porque. Creí que era una cuestión psicológica, de estado natural, digamos. En la penetración, sin nada, no tenía problemas. El prepucio se deslizaba perfectamente y el glande tenía toda la sensibilidad necesaria para gozar… y hacer gozar, eso creo. No tenía problemas. Hace cosa de tres años comencé a sentir como un tirón, algo así como un pinchazo, eso me molestaba. Al fin me decidí ir al urólogo y… bueno, me dijo que había que operar. ¡Tres años estuve dando vueltas sobre eso! Al fin decidí que ese era el problema que tenía con mi esposa y era mejor operar de una buena vez. Y ahora… apareció otro problema. Al estar el glande cubierto, cuando queda libre su sensibilidad es muy alta y el placer que eso produce es inmediato. Ahora, luego de ocho o nueve semanas de adaptación, en que todo roce es un castigo, se adaptó a la nueva situación… y su sensibilidad disminuyó notablemente. Si esto lo hubiera hecho cuando tenía veinte años, probablemente la situación sería distinta, hay millones de semitas así y no hay problemas…, usted lo debe saber muy bien…

-¿A usted qué le importa?

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-¿Sabe una cosa? Le quiero contar algo que sucedió en estos días.

-¡Hizo el amor con su esposa!

-No, nada de eso. Ojalá, pero no es eso. Me contó algo que me hizo acordar de una situación similar de muchos años atrás. Mabel tiene una amiga, una vecina, viuda desde hace un par de años, muy buena presencia, de carácter y decidida. Según tengo entendido, la señora ya tenía tendencia a las aventuras antes de quedar viuda, pero ahora resolvió tirar la chancleta. Y tiene con que. Es una hermosa mujer, al estilo de Mónica Viti, la actriz de Antonioni ¿se acuerda? Bien. Me contó que esta mujer la tiene al tanto, sin que Mabel haga nada por averiguarlo, de sus conquistas, que según parece, son variadas, de todo pelaje, altura y edad. Mi esposa opina que la mayoría son inventos. Pero el tema no es ese, ¡se siente muy irritada porqué le cuenta esas cosas! Y aquí aparece el dato que de alguna manera me compete. Hace muchos años, poco tiempo después de la caída de la dictadura militar…, entre paréntesis, algo más que le debemos agradecer a los ingleses, pues si no nos hubieran derrotado en Malvinas, todavía tendríamos dictadura…, más o menos por esa época, le decía, fue cuando junto a otra amiga decidieron realizar un trabajo de música, danza, plástica y poesía, con referencia a la dictadura y homenaje a las Madres de Plaza de Mayo. La chica amiga, unos treinta y cinco años por entonces, hacia danza, expresión corporal, teatro, una mezcla de todo, con mucho talento y creatividad. Eligieron la música, la poesía, otra amiga la leyó, se grabó todo, mi esposa hizo los telones, la escenografía, algo muy expresivo sobre los años de plomo… y salieron a representarlo. Había, entonces, unas jornadas de danza, música y teatro organizadas por la Provincia de Corrientes en el teatro de la capital provincial. Presentaron la propuesta, las eligieron y allá fueron. Por fin, luego de veinte años de casados, Mabel se resolvía a hacer algo por su cuenta sin que yo estuviera necesariamente que estar permanentemente de apoyo. ¡Me pareció fantástico! Todo bárbaro, aunque en la sociedad correntina, ultra reaccionaria, el trabajo de ellas no cayó muy bien. Pero eso era de esperar. Cuándo regresaron… Mabel venía muy irritada… ¡porque su amiga se había pasado todo el tiempo conquistando tipos! Ella era casada… y medio separada. Hacia rato que no tenía problemas con acostarse con cualquier tipo que le gustara… y mi esposa lo sabía. ¿Cuál era el drama?

-Su esposa estaba irritada… porque hubiera querido hacer lo mismo y no se animó.

-Exactamente, eso pensé yo. No se lo dije, por supuesto, porque hubiera pensado que la creía una puta. Así de simple. Y creo que lo mismo siente ahora, casi veinte años después… y con el agregado… que conmigo no puede, o no quiere. Esta manera de actuar, de opinar o de sentir, provocó un montón de conflictos inútiles entre nosotros. Creo que es la causa de su inseguridad como hembra y de su enfermiza tendencia a los celos.

-¿Usted cree que no tenía motivos para celarlo?

-Absolutamente no. Todos sus escándalos por celos… fueron por causas que no existieron jamás. Supuestos amores con mujeres que jamás fueron…, miradas y palabras secretas en furtivos encuentros productos de su imaginación. Llegó a decirme que si no me había acostado con fulana o zutana… ¡era porque ellas me habían rechazado! Un disparate. Ninguna de las mujeres con las que efectivamente me acosté luego de casado, pasó jamás por su imaginación. En algún momento de estas disparatadas discusiones, en la cual obviamente es imposible probar lo que no se ha hecho, llegué a sugerirle que si creía todo eso, me lo devolviera de igual manera. Y me contestaba que no valdría de nada porque seguramente yo no me pondría celoso… En algún momento me vi obligado a inventar celos por supuestos guiños con algún tipo. ¡Una locura!

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-¿Qué pasó luego de aquel encuentro en el hotel? ¿Se repitió?

-¿Con quién?

-Con Genoveva. ¿Con quién, sino?

-No, no, justo, justo esa fue la oportunidad. Le dije que estaba solo en la oficina. Entre los dos nos arreglábamos con el trabajo, pero por entonces salió otra obra. El arquitecto resolvió tomar una secretaria. Me había comentado la idea, yo sabía que iba a suceder, pero no lo imaginé tan pronto. Puso un aviso y el viernes siguiente vinieron un montón de chicas a la entrevista. El lunes a mediodía empezó a trabajar una de ellas, bastante pavota por cierto, no sé porque se decidió por esa. Bueno, le expliqué el funcionamiento del estudio, los archivos, esas cosas. Beba vino sin avisar y se encontró con la sorpresa. Se la presenté, la nueva secretaria, etc. No le gustó mucho, a mí tampoco, pero que íbamos a hacer. La chica trabajaría de 11 a 19… estábamos fritos, por lo menos ahí. El miércoles a la tarde acompañé a mi esposa al médico… y fue fatal. Me dijo la secretaría que llamó Beba. Ah, bueno. Debe ser para ver si salimos esta tarde, pensé. Se acercaba la hora y no volvió a llamar. Llamé entonces a la oficina de ella… ¡y fue el quilombo! Esta boluda le había dicho que yo «llegaría más tarde porque acompañó a su señora al médico.» ¡Para qué! ¡No se acordó de mi bisabuela por milagro! Vino algunas veces más al estudio, pero no pasaba del ingreso, donde estaba la secretaria… y yo ni me asomaba, por cierto. Final italiano de película clase B.

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-Me había hablado de una compañera de la escuela, una profesora…

-¿Eso le dije? ¿Cuándo?

-Me lo dijo. ¿Fue así o no?

-No recuerdo…, no recuerdo haberle dicho nada…

-Lo inventó entonces…

-No, lo inventó usted.

-¿Tuvo o no un asunto con una profesora en la secundaria?

-Sí… pero, no me acordaba.

-¿Y ahora sí? Dígame lo que se acuerda, de una.

-Bueno… Fue así. La piba estaba calentísima. Aparentaba la edad de alguna de mis alumnas…, pero era profesora! ¡Eso me liberaba de culpas! Como siempre yo fui el último en enterarme. Creo que le dije…, sino lo hago ahora. No es que yo tuviera demasiada vocación para la docencia, pero ese dinero me venía muy bien para pagar las cuotas del departamento que había comprado y que al fin permitiría librarme de mi suegra. Era buen profesor, se lo aseguro. Como daba materias técnicas, y de eso sabía bastante, no tenía que esforzarme demasiado para transmitir a mis alumnos lo que necesitaban para tener un conocimiento aceptable cuando terminaran el secundario y salieran con un título para trabajar o seguir en la universidad. Así que yo llegaba sobre la hora, sin demasiados prolegómenos y me dirigía directamente al aula correspondiente. Eso quiere decir que no hacía "sala de profesores", pero siempre de alguna forma u otra me tropezaba con esta chica, que al principio tomé por una alumna más, aunque no de mis cursos. Pero era suficiente para que no confraternizara demasiado. Hasta que un día, en un paréntesis que no me acuerdo porque, tuve que estar casi una hora en la sala donde se encontraban los colegas… y allí estaba ella. ¡Era profe, nomás! Eso era otro cantar, aunque tampoco hice ningún esfuerzo para acercarme. Fue ella la que tomó la iniciativa. Y me ofreció ir juntos, con los alumnos, claro, a la exposición de tecnología e industria que había en alguna parte. Como era algo profesional y a los alumnos le encantaría, no opuse ningún reparo. La verdad, si lo hubiera propuesto otro profesor, tendría algún pretexto para no ir, dado que todo eso me aburría bastante. Hacía varios años que había adoptado la arquitectura como medio de expresión estética, y las máquinas, y todas eso cosas, ya no me interesaban. Pero viniendo de ella no iba a ser descortés, por lo cual acepté con gran placer. Creía, y no me equivoqué, que a ella tampoco le interesaba demasiado la tecnología. Y la pasamos muy bien, sobre todo cuando retornamos a la escuela y cada uno de los alumnos se fue para su casa, y nosotros dos, esta vez por invitación mía, fuimos a tomar una copa y hablar de las "incidencias pedagógicas del caso…", como preámbulo de un taxi y un buen hotel en la zona propicia y discreta que había en los suburbios. Y cuando se lo propuse María Marta saltaba de contenta. ¡La cogida fue monumental!

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-¿Y? ¡Cuente!

-Bueno…, ya sabe…

-¡No, no sé! ¡Quiero que me cuente!

-En fin…, pensé que la ocasión valía la pena y fuimos a un hotel bastante lujoso, con amplias habitaciones, hidromasaje, lo que era una rareza por entonces, muchos espejos, sillones con diversas formas, para acomodarse a diversas posturas –además de una cama inmensa, con colchones súper mullidos, donde al menor vaivén se volvían saltarines, acompañando las sacudidas-, música con varios canales para elegir, televisión de circuito cerrado con películas porno de buena calidad –todavía no existían los videos y era toda una novedad que emitieran películas de ese carácter por TV…-, flores auténticas, aire acondicionado y bebidas… En fin, un lujo que me llevó la mitad de lo que ganaba en la escuela… ¡Y los turnos eran de tres horas! Por lo cual había tiempo más que suficiente para reponerse y poder mandarse una buena cantidad de polvos, como para justificar el costo… Como María Marta había demostrado estar disponible sin condiciones, y quedó encantada de tanto lujo, no dejamos de probar todo lo conocido, o por conocer. Sin duda, tenía buen entrenamiento y cuando no sugería yo, ella tomaba la iniciativa. Además sabía perfectamente lo que un varón necesita…

-Tenía experiencia…

-Si… En fin, al principio estaba medio confundido. No la imaginaba tan sexualmente desprejuiciada… ¡Qué quiere qué le diga! No parecía demasiado despabilada…, quiero decir… ¡no era ninguna sonsa! Pero… parecía medio… Doña Rosa… ¿Me entiende? Sus opiniones eran bastante conservadoras… o peor…, vulgares… Sus opiniones sobre la docencia…, sobre los chicos, la adolescencia… eso digo… Si dije que la pasé muy bien en la exposición no era porque su conversación fuera interesante… sino, más bien, porque cada vez que los chicos se alejaban algo, o no estaban a tiro…, bueno, se acercaba, me tomaba de la mano…, apoyaba su cadera contra mí…, eso. ¿Vio? Me miraba con ojos de carnero degollado… ¡con calentura, bah! Y es claro, ¡así estaba yo! No veía el momento de terminar el recorrido y ver como hacía para llevarla a un telo… Por eso se lo propuse sin demasiados rodeos…

-¿Y qué pasó? ¿Cómo fue?

-De entrada nomás, antes de meternos en el hidromasaje, nos duchamos, jugando bajo la lluvia con penetraciones varias, de adelante, atrás, mamadas y chupadas, pero sin acabar, por lo menos de mi parte, aunque ella gemía y gritaba en todo momento. No sé si le dije. María Marta era morocha, de cabello muy negro y medianamente largo, piel muy blanca… y estaba depilada! La primera vez que veía una mujer sin bello púbico, por lo menos no alrededor de la vagina, pues se había dejado unos vellitos más arriba, sobre el monte de Venus, que la hacían extremadamente excitante… Pude contemplar por primera vez los gruesos y carnosos labios, húmedos y palpitantes, mientras la besaba, sin que molestara ningún pelito metiéndose en la boca…, mientras ella, diligente, me acariciaba dulcemente mis cabellos… Sus ojos también eran muy negros, y los mantenía permanentemente abiertos, o casi… entrecerrados, observando lo que yo le hacía y mirando con delectación el pene, cuando podía y no lo tenía adentro, acariciándolo en todo momento que lo tuviera a su alcance… Cuando mamaba, lo hacía con los ojos bien abiertos, mirándome y sonriendo ante mi placer y para no perderse detalle, sobando los testículos y metiendo sus manos por abajo mío, hasta llegar al ano. ¡Era la primera vez que una mujer me hacía eso! ¡Y le aseguro que me gustó!

-Y su cuerpo… ¿cómo era?

-¡Magnífico! Las tetas altas y separadas, casi apuntando hacia fuera. Vientre, cintura y caderas perfectas. El culo bien parado, firme y sedoso. Las piernas notables, con los muslos dejando libre y despejado la zona del sexo. ¡Una belleza espectacular! ¡Menos mal que en la escuela se vestía casi de monjita! ¡Y cogía admirablemente bien! En esa época todavía podía hacer ciertas acrobacias, así que practicamos todas. Luego de cada acabada, ella, muy astutamente, me proponía hacer una sesión de hidromasajes, con lo cual me reponía perfectamente, y a los veinte o veinticinco minutos, estaba nuevamente en condiciones de ofrecerle una nueva eyaculación. Por supuesto que en el agua no dejaba de acariciarme, chuparme o ponerme la concha en la boca para que la calentura se mantuviera y la recuperación se produjera más rápidamente. Le gustaba pararse en la bañera frente mío, donde los chorros de agua confluían, para recibirlos junto con mi lengua y mis besos. La cuestión, que más allá de todas las poses imaginables, entre orgasmo y orgasmo, yo acabé cinco veces en las tres horas… ¡y hubiéramos seguido si el timbre no nos avisa que eran cerca de las diez de la noche! No se olvide que tenía que volver a mi casa en una hora más o menos razonable. De esas cinco, tres fueron "normales", digamos que dentro de la vulva, una en el culo y una en la boca…

-¡Cartón lleno!

-¡Pues claro! Aunque entre acabada y acabada, entraba y salía de todos sus agujeros…

-¿No hablaron de nada?

-Y… no. Lo de siempre…

-¿Por qué lo de siempre? Usted ha tenido conversaciones interesantes con sus amantes…

-Quiero decir…, bueno…, lo de siempre en estos casos, sin demasiadas especulaciones intelectuales… No le interesaba hablar. ¡Sólo coger! Gemidos, aullidos… «¡Qué bien me la metés! ¡Cómo coges de lindo! ¡Me gusta mucho! Ponete así…, metemela bien, rompeme el culo, me gusta chupartela… ¡Acabame ahora…!» Esas cosas…, bastante groseras y excitantes… nada del otro mundo… ¡Yo estaba bárbaro! El forro solamente me lo ponía cuando le acababa en la concha…

-¿Y qué pasó después?

-Repetimos dos veces más pero, por suerte, sin que yo hiciera el menor comentario, como María Marta sabía que era casado, ella misma me dijo que no continuáramos…

-¿Y eso no le importó?

-No es que no me importara. Sin duda que estaba buenísima y la pasábamos fenómeno…, bueno, por lo menos yo la pasaba fenómeno, y me parece que ella también, pues sus orgasmos eran continuos y torrenciales, pero me había entusiasmado demasiado y llegué a tener miedo de provocar un conflicto en mi casa, además que sospechábamos que en la escuela también lo sabían…, y bueno, en estos casos, es mejor que el agua no llegue al cuello. Y supongo, teniendo en cuenta su temperamento, que María Marta no debe haber estado demasiado tiempo sin una pija que la satisficiera, eso suponiendo que no la tuviera incluso cuando salía conmigo, pues era una mujer que, me parece, no estaría más de un par de días sin una buena cogida… Ahora que recuerdo, en algún momento se habló que salía con algún alumno. Claro, pueden ser habladurías… Es muy común en las escuelas…

-O alguien se lo dijo para mortificarlo…

-Puede ser, aunque ya le digo, no me hice problema…

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-¿Y más adelante?

-Nada, por un tiempo largo, más o menos tres años, eso creo… Le dije que entre la mudanza a nuestro departamento y 1972 fue un tiempo bastante bueno. En enero de 1972 me quedé sin trabajo. Inmediatamente me anoté en Manpower, la agencia de servicios temporarios, y pocos días después fui a trabajar a Nordiska, la fábrica de muebles contemporáneos, muy lindos muebles, a cubrir una demanda urgente para dibujar nuevos diseños para una licitación. Estuve cinco o seis semanas, y a los diez días de concluido lo anterior, más o menos, me llamaron para ir a una fábrica de carpintería metálica. ¡Época gloriosa aquella! Cualquier tipo que tuviera alguna habilidad para algo, conseguía trabajo inmediatamente. Esta empresa tenía la fábrica en Moreno, pero las oficinas en la calle Maipú. ¡El dueño era arquitecto! Medio loco, pero macanudo como patrón. A las dos semanas me preguntó si quería entrar efectivo para ocuparme de todos los planos de taller de las carpinterías. Habían ganado un par de licitaciones para las obras de barrios populares que por entonces todavía se hacían en el país, con dictadura militar y todo -estaba Lanusse- y necesitaba alguien como yo. Acepté, por supuesto. Y ahí cambió mi suerte, totalmente. El primer día que trabajé en esa empresa fue el 10 de abril de 1972… y el 2 de mayo comencé como efectivo…

-Fue muy importante, dado que se acuerda muy bien de las fechas.

-Sí, y no solo por eso. Ese día mataron a Oberlan Sallustro, el gerente de la FIAT. ¡Cómo para olvidarme!

-¿En qué cambió su suerte? ¿Tiene algo qué ver con lo nuestro?

-Parcialmente. Comencé a ganar más de lo que había ganado nunca…, los estudios de arquitectura nunca se distinguieron por pagar muy bien…, y me abrió las puertas a todo lo que vendría después, fundamentalmente la relación con las grandes empresas de ingeniería. Tenía un horario fijo, estaba tranquilo económicamente, podía dedicar más tiempo al estudio, comencé a cursar más regularmente las materias que me faltaban, aprendí a diseñar lay-out de cadenas de producción…

-¿Qué es eso?

-Ya le dije que el dueño era medio loco, en serio, no en sentido figurado. Todos los días inventaba la posibilidad de fabricar algún nuevo producto. Y me ponía a mí a que diseñara el desarrollo de las secuencias de producción de acuerdo a determinadas maquinarias, ritmos de producción, cadenas de montaje, etc. Eso es un lay-out, determinar en un plano, de acuerdo a una dada superficie, circulaciones, servicios, cual es la mejor manera de instalar máquinas, de moverse el personal, para optimizar el tiempo y los materiales. Hice un montón, hasta una fábrica completa con toda su estructura productiva y de servicios, que por desgracia nunca se construyó, pero que me sirvió más adelante.

-¿Y entonces?

-Y entonces, entonces… Sé a donde quiere llegar. Ya va. En la oficina de Maipú éramos tres, el contador, el director técnico de la fábrica, o algo así, nunca lo supe, y yo. En Moreno estaba el verdadero director técnico y el que sabía fabricar carpinterías, un señor muy macanudo que tenía un pequeño taller, que tuvo la desgracia de conocer a este arquitecto, que puso el dinero para ampliar la fábrica, y se convirtió en el mandamás.

-¿Por qué la desgracia?

-Por lo que pasó luego. Ya le dije que el dueño era loco. Yo iba cada dos o tres semanas a la fábrica. Cuarenta obreros, más o menos. Todos muy trabajadores y muy contentos. El patrón había descubierto un método sencillo para que la gente trabajara más y mejor…, les pagaba casi el doble del convenio metalúrgico. Sumado a esto una cierta tecnificación, con buenas máquinas y una muy buena distribución del trabajo -el lay-out-, el ritmo de producción era muy bueno… y la gente tenía premios por producción. Por eso ganaba las licitaciones de los grandes barrios, y cuando digo grandes son grandes, entre dos y cinco mil viviendas cada uno de ellos. Además tenía un concepto clarísimo de lo que quería. Él decía, "nosotros no tenemos que competir con la General Motors o con Nestlé. Este gremio, el de las carpinterías metálicas, es atrasadísimo. Con un poquito de inteligencia y técnica, los haremos pelota a todos". Y estuvo a punto de lograrlo. Desgraciadamente, después se fue de mambo. Y en esta etapa de desarrollo empresario lo que tenía que pasar pasó, contrató a dos secretarias, no a una, a dos, aunque una era la secretaria ejecutiva y la otra la secretaria cadete. Así fue. La ejecutiva, unos veinticuatro años, o algo más tal vez, muy formal, muy trabajadora, muy eficiente… y con un cuerpo fenomenal. La otra… ¡diecisiete años! Una muñeca. Exactamente así. Una muñeca. Imposible encontrarle un defecto, físico, se entiende. Ahora dirían que le faltan varios jugadores. Pero era así. Tan hermosa que daba miedo mirarla… por temor a quedar hechizado. Además coqueta y seductora. Aunque su trabajo no era demasiado complejo, lo hacía bien. Aunque no sé si a alguien le importaba. Su sola presencia hacia grato estar en la oficina ocho horas.

-¿Le impactó, parece, eh?

-Me desestabilizó. Hacia tiempo que no tenía tan cerca, casi al alcance de la mano, una criatura tan hermosa. Todos los varones de la oficina pensábamos lo mismo: ¿Cuántos años dan de gayola por violar a una menor? Era el brulote más suave. Pero de verdad, estábamos contentos. Y por suerte, las dos chicas se hicieron muy amigas… y entre las dos… se burlaban de nosotros. Treinta y tres años tenía entonces… ¡Cáspita, hace veintinueve años de esto! Y era el más joven, lo que no dejaba de ser un leve handicap a mi favor. Al poco tiempo se fue el director técnico, nunca supe el motivo. Por un lado lo lamenté, porque era una excelente persona y me había enseñado, sin ningún egoísmo, todos los secretos de la carpintería metálica…, además políticamente coincidíamos mucho, por lo cual compartíamos los temas de conversación, pero por otro, secretamente, me alegré. ¡Tenía a las dos mujeres para mí! Eso creía. No fue así, pero no me afectó. Hay que vivir y dejar vivir. El contador, un viejo de cincuenta años, se las sabía todas. Además de robar al fisco descaradamente, el individuo solía encerrarse en su oficina ¡a proyectar películas pornográficas! Venían algunos amigos… y allá iban. Sé que invitó a la ejecutiva al show. Pasó bastante tiempo antes que aceptara, pero al fin lo logró. Y aquí ocurrió una de esas cosas que muchas veces me hizo pensar que yo algo raro debería tener. Muchas tardes éramos los dos únicos varones en la oficina… ¡y nunca me invitó! Como si yo fuera una especie de mojigato o censor, que sé yo. La cosa que nunca me invitó para ver las películas.

-Es posible. Usted tiene el aspecto de alguien muy reservado, que puede inspirar recelos en algunas personas… y mucha confianza en otras. Estoy seguro que ninguna mujer, de las que se acercaron a usted, pensaron jamás que les podría hacer daño. Esa es una ventaja, después de todo.

-Y las que huían… ¿es por qué les inspiraba recelos?

-Puede ser. ¿Por qué no? ¿Cree qué perdió mucho por eso?

-No lo sé. Podría haber ganado algo más. Bueno, es tarde para cambiar. No tuve todo lo que quise tener, pero lo que tuve, lo quise. Estábamos en este onírico ambiente, con dos mujeres hermosas, una de las cuales me estaba volviendo loco… y me tenía que quedar en el molde.

-¿Por qué? ¿Tenía remordimientos?

-En absoluto. Nada de remordimientos ni cosas por el estilo. Al final de cuentas Belgrano tenía como cincuenta años cuando en Tucumán le bajó la caña a una chica de quince. Era una cuestión… legal… digo. ¡No me iba a acostar con una nena de diecisiete años! ¡Ni borracho!

-Pero creció… Parece que a usted siempre se le daban de a dos…

-No, no es así… Una sola vez estuve con dos mujeres al mismo tiempo y no lo busqué, ya se lo dije…

-¿Y los hermanos?

-Tampoco lo busqué…

-Pero aceptó…

-Bueno…, un chico a los dieciséis tiene al sexo por principal objetivo y si se da la oportunidad, lo que por entonces no era muy frecuente, no la puede desaprovechar, aunque luego quede mal gusto…

-A usted no le quedó muy mal gusto.

-No en el caso de la hermanita, pero le aseguro que con el chico no me gustó demasiado…

-Pero eyaculó, ¿no? Así que también lo excitó.

-Me excitaba ver a la hermana agachada casi delante de mí sobándole el pito para que acabara. Pensaba en lo que le podría hacer luego. La imaginación también ayuda…, y en casos así mucho más.

-¿Muchas veces hizo algo a su pesar, a cambio de gozar? Quiero decir, algo que le haya molestado, provocado dudas o remordimientos, antes o después…, algo como prohibido, entre comillas digo, pero que lo haya hecho gozar mucho…, y que esto, el placer, haya vencido escrúpulos… ¿Me entiende?

-Sí, claro.

-Cuente qué…

-Digo que la entiendo…

-Pero algo hay. ¿No? Algo de lo que preferiría no hablar. Siempre hay algo, sobre todo cuando se es seductor y de grata compañía…

-¿Quién le dijo qué yo era así?

-Usted, con todo lo que me cuenta. No es un Don Juan, ni un Casanova, no se dedica especialmente a conquistar mujeres, es casi neutro o lejano…, sin embargo, aunque diga lo contrario, sus relaciones muestran que lo buscan, que seduce, que atrae, aun a mujeres a quienes esquiva… Eso quiere decir algo.

-Le juro que no lo digo como alarde. Además fueron pocas y hay muchas cosas que no me enorgullecen…

-Dígame cual.

-Le estaba hablando de la chica de diecisiete años…

-Eso no le causó ningún complejo y arrepentimiento, estoy segura. ¡No me la venga a contar! Diga que cosa. Los adolescentes son los seres más impiadosos del mundo. Solo les importa ellos mismos. Eso no quiere decir que la adolescencia es un estado de maldad. Nada de eso. Pero tienen escasos escrúpulos cuando de sexo se trata, sean varones o mujeres. Así que no se sienta culpable de nada y cuénteme. Cuando me contó lo de los hermanos me dijo que había cosas bastante peores que esa…

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-Creo qué es la hora ¿no?

-Hay tiempo, hable.

-Bueno…, me cuesta. Es decir, no recuerdo mucho. Recién ahora, por lo que me dice, me acuerdo de eso. No lo tenía presente, la verdad. Déjeme pensar, deme un poco de tiempo.

-Quiero que me lo cuente como vaya apareciendo en su memoria. Es importante que así sea. No adorne nada. ¿Cuándo fue?

-Yo tenía… quince años… creo… Sí, antes del asunto del teatro. Ya le hablé del barrio, de las características del mismo, de mi escuela secundaria. Bueno…, se mudaron unos vecinos, digo, al lado de mi casa se mudó una pareja joven con una nena. El muchacho trabajaba bastante, creo, porque solo lo veía las fines de semana. Porque la chica, la señora, que era muy joven, estaba sola la mayor parte del día, o por lo que sea, se hizo bastante amiga de mi madre, que la doblaba en edad, me parece. Venía frecuentemente a casa, supongo que mucho más de lo que yo la veía, pues solo estaba en casa los martes y jueves a la tarde. El resto del tiempo estaba en la escuela. Esos días me ocupaba de hacer las láminas para dibujo técnico, que era lo que me llevaba más tiempo. Estudiar, lo que se dice estudiar, generalmente lo hacía en los colectivos o en la misma escuela. Tenía bastante facilidad y buena memoria para eso. En pocas palabras, para mi madre eran buenos vecinos y la señora muy simpática. Mi padre venía a casa cada quince días o tres semanas. Un fin de semana en que él estaba, invitaron a los vecinos a tomar unos mates, facturas, esas cosas. Creo que era un sábado, a la tarde, final del verano o comienzo del otoño, más o menos. Vino el matrimonio y la hija. La nena tendría cinco o seis años. En aquella época no había jardín de infantes o preescolar, pero sé que no iba a la escuela. Era muy rica, graciosa y vivaracha… y además seductora, como la mamá. No sé por que se me pegó, donde yo iba, venía ella. A mi pieza, a la cocina, por poco me sigue al baño. No era pegajosa, para nada, siempre buscaba algún pretexto para seguirme, o pedirme algo, o que le enseñara algo, mostrando curiosidad por todo lo que yo hacía. Los padres no mostraban ni sorpresa ni preocupación. Solo resultaba gracioso. «Cuando Teresita se encariña con alguien es tremenda.» Ese fue todo el comentario…

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-¿Y qué pasó.

-Nada en especial… ese día. En algún momento se sentó en mi falda, como cualquier criatura…, se mostraba, efectivamente, muy cariñosa conmigo. Cuando se fueron me dio un beso en la mejilla y dijo que «vendría a visitarme.» Varios días después, no sé bien cuando, ya le dije que estaba sólo los martes y jueves a la tarde, Teresita vino. Poco después de comer, yo estaba en mi habitación trabajando y mi madre apareció con la nena de la mano, porque venía a visitarme. «Le dije a mamá que quería ver como dibujabas.» Un poco me molestó, pues en casa no había nada que pudiera entretener a una nena y yo no estaba con demasiado ánimo de darle charla, pues tenía bastante que hacer, pero no quería echarla ni ser odioso. En fin, me lo banqué. Le di algunas revistas de autos y de historietas para entretenerla, y por algunos minutos sirvió, pero no mucho tiempo. ¡Ella quería ver lo que yo dibujaba! Le puse una silla del otro lado del tablero y le pedí que mirara desde allí. No tenía mesa de dibujo, sino que ponía el tablero sobre la mesa que tenía en el dormitorio, y le daba inclinación con algunos libros. Con la regla T y las escuadras me arreglaba, pero necesitaba tener todo bien firme y estable para no hacer macanas. Teresita no aguantó demasiado y quiso que la aupara para ver mejor. A regañadientes le di el gusto «por un ratito» y se conformó. Por lo menos eso creía yo. Por un momento se quedó quietita en mi regazo, y le expliqué, en los términos más sencillos posibles, que era lo que estaba haciendo, con el propósito de bajarla a los cinco minutos… pero comenzó a moverse sobre mí, de manera tal que frotaba la cola sobre mis piernas de una forma que no me pareció para nada casual… o inocente. Pensé, es cierto que lo pensé, de eso me acuerdo perfectamente y no es para justificarme, que todo era producto de mi calenturienta imaginación. En ese momento hacía muchos meses que no tenía relaciones con ninguna chica, salvo las consabidas apretadas y franelas en los bailes, pero mi edad del pavo se hacía eternamente larga y las chicas que verdaderamente deseaba no me daban bola, pues en general eran más grandes o pensaban que efectivamente lo eran. La cuestión que Teresita me calentó y antes que la cosa se pusiera fulera la bajé de no muy buenas maneras y le pedí que se fuera a su casa. No quería ser grosero con ella, pues suponía que no podría ser lo que yo pensaba que era, y que la nena lo hacía de inquieta, de tener hormigas en el culo o cosa por el estilo, pero yo no quería probar mi nivel de aguante. Se puso medio a pucherear, lo que me puso peor, la alcé, le pedí que por favor se quedara quietita que así no podía dibujar y que me iba a ir mal en la escuela… y un montón de cosas así, le di unos besos en la mejilla y en la cabecita, y se acurrucó contra mí…, al fin quietita. De todas maneras no podía echarla pues mi madre dormía la siesta y si en su casa también estaba la mamá durmiendo, me pareció muy mal llevarla de prepo. Así que esperé un poco que se calmara y traté de entretenerla con las historietas contándoles las aventuras. Era mejor de esa manera, aunque no pudiera trabajar. Por lo menos no la tenía moviéndose arriba mío.

-Bueno, eso no tiene nada de pecaminoso. Lo que le pasó es absolutamente normal. Ahora sí. Seguimos otro día.