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La saga de Katya - Con las piernas abiertas (3)

en Hetero: General

La saga de Katia - Con las piernas abiertas(III).

Tatiana le dio a su marido lo que se merecía, por ser tan baboso con sus alumnas y haber pretendido culearme a mí; ella estuvo entre mis piernas y él se lo perdió.

Tuve un par de enredos más con mujeres, una de ellas alumna…, ¡pero no mía! Pero, para elegir, me quedo con los varones, sin vueltas. Admito que aquellas que no tienen carne a mano recurran a algún aparato para sentir algún remedo de pija adentro…, pero a mi no me entusiasman, soy ecologista…, ¡prefiero lo natural! Salvo esa maravillosa experiencia con Aleiza, y un poco con Tatiana, no hay como una buena revolcada con los machos, no solamente porque sentir el pedazo bien adentro, tanto en la concha como en el culo, es impagable, sino que la mamada, con el derrame del semen, calentito y espeso, hasta las amígdalas, es glorioso. Yo creo…, creo yo, digo, no sé si es efectivamente así, que hay más mujeres hetero con alguna aventurilla lésbica, que varones bien provistos de mujeres… que quieran arrimarle el culo a un buen choto…

Y así pasaron esos años, con un par de mudanzas, por las razones que te dije, hasta que conocí a Roberto, y como se hizo rogar… Bueno, no demasiado, porque al final aflojó él, ¡por supuesto!

Lo conocí en una reunión "académica", sin nada de glamour, ni alcohol, ni canapés, ni nada de nada que pudiera empujar a un hombre hacia una mujer. Me habían nombrado, vaya a saber porque, integrante de una pequeña comisión, que tenía que "negociar" con un estudio profesional la realización de reformas y ampliaciones en algunos edificios de la facultad. Por suerte había profesionales del tema en serio…, pues yo vendría a representar "el sentido común" del neófito. Estuvimos dos semanas discutiendo que era lo mejor que se podría hacer, con la menor cantidad de dinero posible. Ingenieros, arquitectos, contadores… y yo. ¡La mayor parte del tiempo lo pasé tratando de disimular los bostezos! Y Roberto, uno de los que estaban "del otro lado" se dio cuenta…, ¡y pidió mi opinión! Seguramente pensó que esta chica bonita, muy elegante, sería una perfecta estúpida (cosa que efectivamente fue así, según me lo confirmó más adelante), pero yo me lancé en una disquisición sobre la mejor manera de hacer las cosas, para que los profesores y los alumnos estuviéramos más cómodos y no nos sintiéramos en un claustro, un museo o un osario…, lo que sorprendió a todos y obligó a Roberto a usar sus mejores argumentos para que no les cambiáramos los proyectos… ¡Y eso llevó dos semanas de discusión! ¡Me quería matar! Él, Roberto, me quería matar. Justo cuando todo parecía resuelto, yo le vine a "escupir el asado". Y así fue. En un tira y afloje durísimo durante 15 días, hasta que acordamos una buena solución para todos…, especialmente para Roberto y para mí, que habíamos llegado a conocernos en un nivel, a la vez, tan impersonal como profundo: lo que siempre pasa, cuando menos aparentamos es cuando menos está en juego nuestros propios intereses. ¡Era el hombre que yo quería para tener siempre a mi lado! A raíz de estos trabajos, seguimos frecuentándonos en un nivel neutro, sin compromisos personales, pero cada día tenía más deseos que el próximo encuentro sea ya mismo… y que pasara algo para acercarnos a otro nivel. Roberto sería 5 o 6 años mayor, 34 tal vez, no tenía compromisos, según me dijo, no era casado ni lo había sido…, pero no me invitaba a salir. Pero yo sabía que me comía con los ojos, y yo también. No era tímido ni creo que esperaba otra cosa de mí. ¿Quién aflojaría primero? ¿Me estaba estudiando? Te juro…, te juro, en esos tres meses me iba en seco todos los días y todas las noches, pero no salí con ningún otro tipo. ¡Estaba dispuesta a serle fiel, aun con el pensamiento! Hasta que al fin se dio. Fue un viernes, me invitó a cenar, así de buenas a primera, sin preámbulo ni introducción. Cuando nos despedíamos, como otras veces, hasta el próximo encuentro, me dijo simplemente:

-¿Vienes a cenar conmigo?

-¡Sí, claro! -Así, simplemente, le contesté. No se asombró ni me lo agradeció.

-A las 10 te paso a buscar. -¡Y a las 10 empezó la gloria!

Tu esperas que vaya directamente al grano… o sea, a la cama. No señor, nada de eso. Esto es una historia…, toda una historia, ¡y así sucedió! Quien no tiene imaginación para el sexo, se pierde lo mejor de él. No hay nada más aburrido que acostarse con un tipo del que sabes todo lo que te va a hacer…, eso…, por lo menos, en mi caso. Si te cuento esto, es porque tengo algo que contar, si no te gusta, agénciate cualquiera de esos catálogos de cogidas que algunos difunden y se acabó la joda… ¡Es propio de mariconazos sin imaginación! Fuimos a cenar a un lugar muy lindo –ya habrás podido darte cuenta que para mí lo "lindo" no pasa por el oropel-, lo que me volvió a demostrar, si cabe, que Roberto sintonizaba perfectamente en mi frecuencia…

Íntimo, familiar, con mucha madera, poco plástico y acero, pocas mesas, pocas luces generales, pero las suficientes para que veas que estás comiendo, cocina a la vista, con un aroma exquisito, pocos platos preparados –y en la carta decía claramente cuales eran sus componentes y cuanto tiempo tenías que esperar-, muchas minutas sencillas pero imaginativas, donde tu puedes inventar los componentes accesorios y el maitre te invita a ir hasta el chef, para acordar la preparación que te gustaba…, todo esto desconocido para mí, y que Roberto sabía…, pues los propietarios… -matrimonio de arquitecta e ingeniero-, habían sido sus colegas hasta que se aburrieron de tratar con clientes insoportables -¿cómo yo?-, y resolvieron inventar ese restaurante tan especial. (Este restaurante existe, por supuesto, y no le cobraré nada a nadie si quiere copiar la buena idea.)

Y una música que te dejaba hablar y oír, donde alternaban Vivaldi con Billie Holiday…, Mozart con U2… o Eric Satie con Johnny Hartman-John Coltrane (¿Recuerdan los "Puentes de Madison"?). Todo bellísimo, con un par de cabernet-saubignon 1988, que nos llevaron la libido a la estratosfera, y que terminó de abrochar el brandy con el que acompañamos el café, que los propietarios ofrecían personalmente a todos los comensales como gentileza por «haberles hecho el honor de aceptar su compañía…»

¡Y así estábamos! Roberto me ofreció su mano, me ayudó a ponerme el tapado… y salimos lentamente, yo por lo menos en una nube… ¿y qué hizo él? No me llevó hacia su auto, nada de eso. ¡Caminamos por el barrio! ¿Qué le iba a decir? A cualquier lado que fuera me tendría que llevar él, dado lo precaria de mi estabilidad…

Más tarde lo comprendí. Roberto quería que se disipara mi cabeza, y supongo que la suya también, si es que íbamos a hacer algo… que fuera definitivo. ¡Sabía qué ya me había seducido! De aquí en más todo tendría que ser plenamente conciente, no producto del alcohol. Cuando reanudamos nuestra conversación de manera "casi" normal, cuando los efluvios se terminaban de disipar, Roberto me dijo simplemente: «¿vamos a casa?» Le di un beso profundo, prolongado, húmedo y dulce: «ahora mismo».

Vivía en un lindo apartamentito, ubicado en un suburbio elegante, en un tercer piso de un edificio de siete, en una calle muy arbolada, a cien metros de una hermosa plaza de barrio, con calles adoquinadas, y muy poco tránsito. Estacionamos junto al cordón, a unos diez metros frente al ingreso, me abrazó muy fuerte y fuimos acompasando nuestros pasos al movimiento de nuestros corazones…, bah, eso creo…, porque yo estaba sobria pero en una nube…

En el ascensor, cuando subíamos, me estrujó contra su cuerpo, mientras nuestras lenguas se enroscaban con todo el sabor de la pasión. ¡Me moría de ganas! "No tengo que saltar encima, no tengo que saltar encima, no tengo que saltar encima…", me repetía para convencerme que "no tengo que saltar encima" y dejar que Roberto lleve la iniciativa. No quiero ser posesiva, aunque lo único que deseaba era estar entre sus brazos y que él esté entre mis piernas… Nos acercamos al sofá y me dijo si quería tomar algo… aunque creo que esperaba que dijera que no, para seguir sobrios. Por supuesto que no, lo que le pareció una buena decisión… y luego me dijo algo que al principio me asombró, aunque viniendo de él resultaba natural: «ve al baño, si quieres, luego iré yo». Algo que todos deseamos luego de comer y beber, pero que muchos tenemos vergüenza de proponer… ¡Por supuesto qué acepté! Me higienicé bien, me perfumé, me cambié la tanga, toda húmeda, por supuesto, retoqué mis labios y el peinado, y regresé hecha una malva de frescura…

-Tuve una buena idea, ¿no? -Se reía mientras se dirigía hacia el baño. -Allí tienes los discos, elige los que te gusten.

Sting, Peter Gabriel, Piazzola, Miles Davis, Spineta, Serrat, Silvio Rodríguez…, ¡Joni Mitchell…! Cuando Roberto regresó había elegido uno de Chico Buarque.

Se acercó a mí como para tomarme entre sus brazos para bailar…, pero el baile quedó trunco, ¡ni siquiera empezó! Me abrazó por la cintura, bajando sus manos hacia las nalgas, acariciándolas. Sentía sus manos sobre la pollera, como me separaba los cachetes hacia los lados, como para abrirme toda. Cuando nos besamos, sentí como el sexo empezaba por allí. No había ternura en ese momento, solo sexo. Mientras me estrujaba el culo, Roberto me susurró al oído: «te voy a comer toda…» «¡Ahh, sííí…! ¡Cómeme toda…, toda…!» Puse mis manos en su cintura, para apretarlo contra mí y sentir la dureza de su miembro sobre mi pelvis. Me dejó caer sobre el sofá y se arrodilló entre mis piernas abiertas y empezó a besarme. Me besó las piernas desde la pantorrilla, rozando con sus labios la parte posterior de mis rodillas, produciéndome cosquillas… y un intenso placer. Siguió por el interior de los muslos, hasta llegar a la tanga. Pasaba sus labios por encima de ella, lo que me hacía levantar mi cintura buscando la presión de su boca. Me estaba enloqueciendo…, ¡no aguantaba más! Cuando levanté las caderas, tomó la cintura de la tanga con sus dientes y comenzó a deslizarla suavemente hacia abajo. Yo quería gritar, "¡dale, dale, rápido, me viene!" Pero Roberto seguía tranquilamente bajando la tanga con la boca ayudándose con las manos. ¡Y yo también ayudé!

-¡Vamos, así!

-Oh, no tanta urgencia, ya llegamos -me dijo cuando la desprendí de la raya del culo y quedó entre los muslos. -Ahora sí.

La bajó lentamente, con mucho cuidado… y yo recogí las piernas para que saliera más rápido. De pronto se inclinó sobre mí, apretándome los muslos con sus brazos y acercó su rostro a mi sexo. Yo, abriendo todo lo que pude las piernas, me alcé intentando alcanzar su cara, su nariz, su boca… Pegó su boca entreabierta a la vagina, y comenzó a deslizar sus labios y su lengua por todo el perímetro. Mordisqueaba mis labios interiores cuando tomé su cabeza y la presioné con fuerza contra mí.

-¡Aaaahhhh…! -¡Y acabé como una loca, antes aun de que me tocara el clítoris!

Roberto se levantó. Parado frente a mí… ¡lo veía tan hermoso. ¡Y todavía estaba vestido! Apenas despeinado, sonriendo, pasándose la lengua por los labios.

-¡Estás riquísima! -Yo estaba demolida…, apenas un orgasmo y me sentía en la gloria… ¡Y todavía ni siquiera había visto su pene! -Despacio, mi amor, cuanto más lentamente, más se acrecienta el deseo…

-¡Pero es que yo no lo puedo acrecentar más! ¡Me muero sino te tengo!

Y frenéticamente trataba de desprender su cinto, bajar el cierre, bajar los pantalones, bajar el calzoncillo… todo junto! ¡Hasta que al fin saltó el muñequito! Maravilloso y rojo, con el glande al aire…

-¿Te asombra? Una operación de fimosis, no hace mucho…, te diré, me perdí buena parte de mi adolescencia y juventud, aguantando tirones por no ir a un urólogo…

¡Bah, a mi no me importa que sean semitas, cristianos o budistas! ¡Ta’ tuto bene! Y le pasé la lengua por la cabezota, húmeda y con gotitas de la secreción preseminal.

-¡Tu también estás riquísimo!

Roberto hacía contorsiones para desprender los pantalones de sus piernas, y al mismo tiempo se desbrochaba la camisa… ¡Ay, Dios, qué ordinaria que soy! Ya se la estoy mamando y ni siquiera lo desnudé. ¡Qué va a pensar de mí! ¿Y que me importa? Si lo que yo quería desde que lo conocí era que me cogiera. Y si me enamoraba, mejor. ¡Y si él se enamora de mí, mejor todavía! Pero lo primero es lo primero. ¡Siempre primero es el sexo! Lo demás viene o no, pero es otra cosa… Además, él me la chupó, me sorbió todos los jugos… ¡y yo también sigo vestida!

Comienza a latir. Su pene parece su corazón, ¡es su corazón! Y mi boca el abrigo que lo cubre y protege. Empiezo a chupárselo y siento que su pene se convierte en mi pija, mi choto, ¡mi poronga! Su garrote en la profundidad de mi boca, yo chupándoselo, pasando mi lengua por su cabeza, poniendo la puntita en el agujerito que sigue emitiendo un delicioso juguito… lo subo, lo bajo, lo meto, lo saco, voy a sus huevos, le lamo el escroto, le paso la lengua por todo el tronco y me lo vuelvo a meter. Lo saco, lo miro con deleite, le paso la lengüita… ¡y otra vez a tragarla!

El placer es infinito. Roberto está desnudo, al fin. Estira los brazos hacia arriba, como queriendo tocar el cielo. Yo se lo voy hacer tocar. Roberto me acaricia los cabellos, los aparta de mi cara y sin sacármela de la boca alzo los ojos para mirar su éxtasis. Le doy un ritmo acompasado para acompañar sus latidos. Siento que el semen comienza a subir. Se retuerce de placer, gime y suspira. Y yo chupo y chupo… ¡Ahí viene! Y con una violenta sacudida despide el chorro tibio y espeso hasta mi garganta… Pero hay más; me la saco y la paso por mis labios y mejillas mientras sigue eyaculando. Todo su semen en mi boca y en mi cara, el manjar de los dioses, el elíxir de la eterna juventud, la golosina más exquisita que probé nunca. Me relamo esa leche para tragarme todo lo que puedo. Roberto tiene el semen más sabroso que he sorbido nuca… ¿o será amor?

¡Y apenas comenzamos! Nos recostamos en el sofá y entonces, sí, con tranquilidad y dulzura, mientras me besa cada centímetro de la piel que queda al descubierto, Roberto me desnuda. La blusa, el corpiño, me besa las orejas, el cuello, los ojos, los labios, me pasa la lengua por la base de las tetas y sube por los globos hasta llegar a los pezones. Los acaricia, los chupa, me los besa, me los vuelve a acariciar con la lengua… y yo nuevamente comienzo a sacudirme de placer en un nuevo, prolongado y delicioso orgasmo… ¡Y no me a tocado el clítoris todavía! Ahora que ambos estamos desnudos, podemos acariciarnos todo, todo…, pechos, pezones, nalgas, piernas, la espalda, el cuello, las piernas… y apenas si roza con su rodilla mi entrepierna. Roberto sabe hacer gozar y… durar. Debe hacer más de media hora que estamos jugando. Y todavía no me la metió, por lo menos, no en la concha. Seguimos con el juego. Se agacha. Creo que me va a besar nuevamente entre las piernas…, pero no. Pasa sus brazos bajo mío. Y me levanta. No soy gorda…, pero tampoco una pluma. Con 95 centímetros de busto, 62 de cintura y 90 de caderas…, con 1,68 de alto…, bueno, son 57 kilos, muy bien repartidos, pero 57 al fin… ¡Ay, que horror! Me doy cuenta que tengo un rollito bajo el ombligo…, que Roberto, al dejarme en la cama, me besa y muerde, el muy desgraciado, antes de ponerse de rodillas en el borde y levantar mis piernas para que sean su collar.

-¡Mi amor, mi amor! ¡Por favor, métela!

-Ya va…, ya va…, quiero saboreártela nuevamente antes de llenarte…

Y comienza a pasarme la lengua… ¡Y ahora sí! Llegó al clítoris, que tengo duro como el dedito del pie de un bebé… y Roberto me da mordisquitos con los labios… ¡y acabé de nueeevoooo!

-Es el momento, ahora estamos a punto. ¡Móntate! -¡Al fin "dio la orden"!

Roberto se acostó boca arriba con la pija bien a los cuatro vientos. Me enanqué sobre él y poquito a poquito, para que el placer durara más, me fui dejando caer. Cuando la sentí hasta los testículos, comencé a cabalgar, tirándome hacia delante, para que me besara y chupara las tetas, mientras giraba levemente hacia derecha e izquierda como si me estuviera enroscando. ¡Y todo al mismo tiempo! Roberto me toma de ambas caderas y acompaña con sus manos mis movimientos.

Me inclino hacia él y pasa sus labios por mis pezones, los chupa, los besa y los lame… Siento latir su pene dentro mío, le miro el rostro y se tira hacia atrás, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, con la lengua apoyada en el labio superior. Gime levemente y mueve la lengüita como si me la pasara por la vulva…

-¡Ya…! ¡Ahí vaaaa..., te lleno, acaboooo...! ¡Katya, querida, es maravilloso!

Y yo me sacudí con él pues acabamos juntos, los dos, en un terremoto de sexo, semen y flujo… ¡Y yo deseaba que ya mismo me la metiera de nuevo! Me tiré sobre él, le mordisqueé los labios, le pasé la lengua por la cara, los ojos, los párpados, las mejillas, ¡quería chuparlo todo! Apreté su cola con mis manos para que no se separara, y le besé las orejas, el cuello, lo lamía todo… Cuando alcé mis caderas para permitir su desclave, sentí como mi humedad y la suya se confundían en su vello…

Comencé a deslizarme hacia sus pies, bajando por su pecho, acariciándolo, besándolo, pasando mi lengua por sus pezones, siempre sin soltarlo, apretándolo bien junto a mi, mientras él me acariciaba los cabellos, enredando sus dedos. Cuando llego con mis pechos a la altura del pubis los froto contra su pene, y luego, más abajo, jugueteo con mi lengua y sus pendejos, húmedos y brillantes, quedan entre mis labios, para que los sorba hasta recorrer nuevamente con mi lengua el tronco del miembro recogiendo hasta la última gota que había quedado en el pequeño agujerito de mis sueños… Siento duro el músculo viril y lo tomo con mis labios sorbiéndolo poquito a poco hasta adentro, bien adentro, hasta donde entre, hasta mi garganta. Luego lo saco y lo beso desde la base, junto a los testículos, y voy subiendo hasta la cabeza, mientras lo siento cada vez más duro…, ya…, yaaaa…, a punto…, pero la dejo y le chupo los huevos, para sosegarlo un poco…

-Katya, párate por favor…, párate…, ponte en cuclillas sobre la cama, en el borde…

¡Es lo que quería! ¡Sin que se lo pida, Roberto me la quiere dar por el culo! Me puse cómoda, como me lo pidió y Roberto comenzó a pasarme la lengua por el ano, empapándolo bien de saliva, me metía los dedos en la vagina y llevaba los jugos al culo. Me apoyó un dedo y comenzó a frotarlo suavemente alrededor del hoyito. Ya sabes que muchísimas veces me la tragué por allí, así que no tenía ningún problema de dilatación, pero eso Roberto no lo sabía… -aunque la forma que adquiere el ano luego de frecuente uso lo delata…-, y a mí me gustaba que fuera tan delicado. Se colocó de pie, bien en el centro, y fue pasando el glande, un poco en el ano, otro poco en la vagina. Juntaba juguitos de la concha y los depositaba en el culo. Apoyó el capullo y lentamente comenzó a empujar. Mi esfínter se dilataba perfectamente. Cuando pasó la cabeza se movió un poquito, para acomodarse. Roté levemente, a derecha e izquierda.

-¡Ahora, ahora! ¡Dale con todo que quiero sentirte hasta los huevos!

Con una arremetida feroz Roberto me ensartó hasta el fondo…

-¡Ahhh! ¡Buenísimo!

Como yo había comenzado con el orgasmo en cuanto me introdujo el glande, las sacudidas de Roberto me excitaron nuevamente y me mandé otro de yapa… Cuando sacó la pija, sentí como chorreaba por el culo su semen y por la concha mis flujos. Nos quedamos tirados, sin poder movernos, yo con mis manos bien abiertas, tomándole huevos y pito, y Roberto con una mano en mi vagina y otra en las tetas. Así nos dormimos. Y cuando nos despertamos, tres o cuatro horas después…, bien, para comenzar el día, yo me desperté primero, eso creía…, me lancé sobre la hermosa poronga a chupar para despertarlo…, pero él pegó un salto, giró… ¡y nos mandamos un 69 madrugador y glorioso! Y fue así como me instalé en su casa, hasta ahora. En realidad, a los seis meses nos casamos, nos mudamos, tuvimos dos hijos… y somos felices.

Pero al fuego, para que siga encendido, hay que alimentarlo permanentemente