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Guía de Sombras (4)

en Grandes Series

Guía de sombras -4

4.

-Quiero explicarle algo.

-¿De qué se trata?

-El tema de la homosexualidad. Ahora no existe ningún drama al respecto, pero por aquella época, de acuerdo con mi educación, la de mis padres, la escuela y la sociedad, era algo…, digamos…, bastante raro, cuando no tremendo. Nunca tuve especial agresividad con los homosexuales, por entonces me refiero -ahora ni siquiera me hago problema-, pero muchos muchachos eran muy despreciativos e insultantes con el "marica", los trataban muy mal. Creo que este chico había inventado este "sistema" para no tener que decirlo abiertamente, dado el rechazo que podría encontrar. De últimas, supongo, si encontraba un chico que no quería saber nada con su hermana, pero nada nada…, bueno, podía suponer… que… el chico también era como él…, digo, una suposición… Al final de cuentas creo que, antes como ahora, el que demuestra tanta aversión, lo hace como un modo de ocultar sus propias inclinaciones porque, sin dudas, todos tenemos algo del otro sexo… Además…, esto se me ocurre ahora…, puede ser que el hermano de Chela haya visto en mí algo que le haya hecho creer… que, bueno…, yo podría darle el gusto, de una u otra forma… Digo…, ¿no? ¿Tengo algo de homosexual yo?

-No parece…, por ahora, ¡uno nunca sabe! ¡Cuántos hay que descubren su sexualidad ya muy adultos! Continúe con el "baile". Usted dijo que iba a bailar, ¿no?

-Sí, eso dije. Traté de recuperarme lo más pronto posible. Tampoco sabía del tiempo que disponía y no quería que cuando me tocara con Chela saltaran diciendo que había que irse... Chelita cariñosamente puso todo su ánimo en entusiasmarme, y lo sabía hacer muy bien. «¿Quién les enseñó?» Un primo, más grande, como veinte años. Bueno, no era yo el único degenerado, había otro peor. La primita y el primito. ¡Flor de turro! No hace mucho, ¿eh? Tres meses antes, luego había viajado a Brasil, me dijeron…, a trabajar. En esa época no era común emigrar para ir a trabajar a otro lado… y bueno… no quería irse sin un buen recuerdo. Me contaron los pormenores. Desde chicos, cuando el primo tenía dieciséis o diecisiete años, tenía por costumbre hacer bromas con ellos. Los toqueteaba, los acariciaba… y les contaba para que eran esas cosas que tenían entre las piernas. A mí me pasó algo parecido…, después le cuento. Y les enseñó como hacerlo entre ellos. Y a ellos les gustó. Cuando tenía que irse, arreglaron un día para estar solos… y entonces lo hizo con los dos… Chela me contó mientras me acariciaba. Ahí mismo, en esa habitación. Se desnudó y los hizo desnudar a ellos. Era la primera vez que estaban los tres juntos, pues antes les había enseñado, pero con fotos, para que ellos lo pudieran hacer cuando estaban solos. «Me dijo que lo acariciara como ahora te hago a vos y cuando la tuvo bien dura me pidió que me sentara encima. Me dijo que lo hiciera despacito para que no me doliera…» «Pero como yo ya se la había metido, Chela no tuvo problemas…» terció el hermano, como para justificar que gracias a él no había sentido dolor. «Dejá que me lo cuente Chela.» Quería oírlo en palabras de ella. Me resultaba más excitante. «Bueno, él la tiene más grande que el Toto, como vos, más o menos…» Creo que lo dijo para halagarme… «Me monté, él se agarró el pito y de ha poquito me lo fue poniendo… hasta que lo tuve todo adentro. No me dolió nada. Me tomó de las tetas y me dijo que me moviera como si estuviera en un caballito… ¡y así me llenó toda!» «¿Y a vos te vino?» «Si, claro, antes que a él. ¡En cuanto me la puso me vino ganas de acabar!» «¡Y yo me moría de ganas!» ¡Otra vez el hermano! «Y se lo dije. Entonces mi primo me dijo que también había para mí.» «Sí. Me pidió que le pusiera a mi hermano una pomada que trajo, que le untara el culo con la pomada… y que también se la pusiera a él, como hice con vos, ¿viste? y lo acomodó como recién, como se puso el Toto,… y se la metió…» «Te digo que a mí me dolió un poco… pero me gustó. Le dijo a Chela que me acariciara como había hecho con él…, que así no iba a sentir dolor, y acabamos los dos. ¡Fue bárbaro! Le pedimos que viniera otra vez antes de irse y lo hicimos de nuevo.» «También ese día me la metió otra vez. Me hizo poner en cuatro patas y se montó por atrás…, pero me la metió bien, por la concha, eh, después nos dijo que lo hiciéramos nosotros que él quería ver si habíamos aprendido y nos enseñó varias poses nuevas.» ¿Por qué no aprovechar tantas buenas explicaciones? Yo estaba hirviendo. Con Chelita fue más fácil y placentero. ¡Por suerte, todavía me seguían gustando más las mujeres! No era la primera vez que veía a una mujer completamente desnuda, en vivo, digo, pero hacía dos años por lo menos, creo, no me acuerdo bien, que no la veía así, tan… totalmente, sin apuro, con toda la posibilidad de disfrutar de un cuerpo hermoso, verdaderamente hermoso. Cuando se tumbó boca arriba levantó las piernas, separándolas, ofreciéndome el espectáculo mas lindo que yo viera hasta entonces. El vello suave, escaso y rizado, rodeaba a los labios rozados y húmedos. Me tendió las manos para que me echara sobre ella y cuando lo hice, bastante torpemente, por la emoción, por la falta de práctica en una cama o vaya a saber porque, me tomó el pene y lo guió diestramente hasta el lugar adecuado, penetrando profundamente. Por lo que me acuerdo, creo que fue lo mejor que había hecho hasta entonces. Lo que me molestaba un poco era que el hermano funcara de bastonero, "hacelo así, ponete así, probá de esta forma…", etc. «Escuchame, pibe, por qué no te dejás de joder y la terminás con darme consejos ¿eh?» «Bueno, no te enojés, no me meto.» Chela me rodeó con sus piernas y me besaba mientras bombeaba. Yo no quería acabar demasiado pronto, un poco para que durara más tiempo el placer y otro porque quería demostrarles que también conocía de poses. ¡No quería ser menos que el primo! Arriba, abajo, montado, de costado, parados al borde de la cama, con Chela agachada… Una gran variedad. Así pude llegar al final. En realidad la primera vez que podía estar totalmente relajado con una chica en una cama como Dios manda. Y valió la pena. Cuando terminamos, me había olvidado del hermano…

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-¿Y después?

-Insistieron, ambos, en una nueva sección de sexo con explicaciones, lo cual me halagó, pues había demostrado mi versatilidad y eficiencia, pero no me dejó tranquilo. Más por un prurito machista que por otra cosa, no me sentía cómodo con que el chico utilizara mis bajos instintos para tener relaciones conmigo. Prefería solamente con la hermana. Insistieron, le dije… y lo lograron, como no podía ser de otra manera, y un par de semanas después el chico había arreglado otro encuentro. Yo hacía lo imposible para eludirlo en la escuela. Ni loco quería que mis compañeros se imaginaran lo que pasaba…, aunque después pensé que tal vez esto mismo ya lo había hecho con otros. Llegó nuevamente ese jueves… y más o menos el mismo trámite con el varón… y parecido con Chelita, hasta que en un momento dado, en un alarde de acrobacia, estando ella sentada sobre mí, inclinada, besándome en la boca, el Toto saltó a la cama, puso las rodillas entre mis piernas montándose sobre su grupa, y con vaselina o sin ella, se la clavó. Como habrá sido, que cuando sentí el cimbronazo me avivé. Antes, enfrascado con Chela, sus besos y sus tetas, no me había dado cuenta. Sentía como empujaba y como rozaba sus testículos con los míos. ¡Quería ver y Chela me apretaba la cabeza contra la almohada! Lo peor fue que cuando pude zafarme y mirar por el costado de la cabeza de la chica, el hermano estaba tan entusiasmado que me calenté más todavía. El pibe gritaba. «¡Los dos, juntos, juntos, acabemos juntos!» «¡Sí! ¡Dale, dale! ¡Los dos juntos! ¡AHORAAAA!» Nunca en mi vida vi a una mujer tan excitada. Cuando acabamos, los tres, nos quedamos apilados, casi sin respirar. Chela me besaba toda la cara, como si fuera yo quien se la había puesto por todas partes. Me parece que pasó un rato largo antes que nos desensartáramos… En ese momento me di cuenta porque él decía «ponete así» o de otra manera, ¡para mejorar el perfil de ataque! Esto ya no me gustó. Gocé, la terminé, pero no me gustó. No quise saber más nada, y no acepté nunca más una propuesta semejante. Posiblemente lo seguiría intentando con otros muchachos…

-¿Aquí termina la historia? Fue la última antes de los dos años de ostracismo ¿no? Es cierto eso que usted siempre fue un producto de las circunstancias… o por lo menos, dejaba que las circunstancias, si eran favorables, se desarrollaran en paz. Mucho por evitarlas tampoco hacía…

-Usted en mi lugar ¿las hubiera evitado…?

-El tema es usted, no yo. No entienda mal, no lo estoy juzgando, no me parece mal ni bien, es así. Por otra parte estamos conversando para solucionar un problema suyo, no para verificar todo lo que hizo mal o bien y aplaudir o reprobar. Eso no tiene la menor importancia. Para su tranquilidad le digo que en la adolescencia y juventud hay cientos de casos similares, y la mayoría de los chicos y chicas no lo practican, más allá de represiones familiares o religiosas…, solamente porque no se les presenta la oportunidad. A usted se le presentaba con cierta frecuencia, o por lo menos relativamente, y es natural que no les haya dado la espalda. ¡No hubiera sido joven entonces! ¿Podemos ir más hacia atrás, hacia el principio, hacia su primerísima relación con el sexo?

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-La primera, primera, la mantuve oculta en mi memoria durante treinta años, por lo menos. La había borrado totalmente. No recuerdo cuando fue que tuve conciencia que eso había pasado… No miento si le digo que por momentos creo que en realidad no existió, pero ciertos detalles me confirman que no fue un sueño. Claro, esto también puede ser falso. Yo no fui a Jardín de Infantes ni preescolar. No había por aquella época, muchos menos en un pueblito de 1.000 habitantes pero, por alguna razón, intervine en una fiesta de la escuela antes de ingresar a la misma. Varios chicos lo hicieron. En algún momento, antes o después, supongo que después, unos chicos de esa escuela, que tendrían, creo, diez u once años, me llevaron a un campito o pastizal, cerca de la escuela. En ese pueblo, todos los campos y pastizales estaban cerca de todo. Me bajaron el pantalón y querían hacer algo que yo no sabía que era, para nada. No hubo la menor violencia, tampoco. No recuerdo que yo haya hecho alguna resistencia o ellos alguna fuerza. Creo, muy probablemente, como me hubiera pasado a mí si hubiera estado en su lugar, que no pudieron hacer nada por no estar suficientemente desarrollados como para poder ejercer algún tipo de presión con el sexo. La cosa quedó así, no recuerdo ningún dolor ni nada, y regresamos sin problemas. Nunca hablé del tema. Es la primera vez que lo hago. Sólo cuando recordé este episodio, llegué a la conclusión que ese había sido mi primer encuentro con el sexo… aunque no supiera que era. Así es.

-¿Y el primero en el cual usted supiera, o más o menos?

-Eso fue en otra pequeña localidad, aunque no tan chica. Por razones de trabajo, que mencioné varias veces, mi padre viajaba de un lado para otro, y cuando comencé la primaria… fue peor. Primero Superior, o lo que ahora es Segundo Grado, lo hice ¡en tres escuelas y dos provincias! Una localidad del sur de la Provincia de Santa Fe…, vivíamos en una pensión, nos mudábamos tantas veces que ni alquilábamos casa, y la escuela primaria era mixta, cosa que no sucedía en la Provincia de Buenos Aires, sometida más férreamente a la influencia de la Iglesia en la cuestión educativa. En Santa Fe habían gobernado gente del partido de Lisandro de la Torre, liberalizando muchas costumbres y usos de la vida diaria. Todo esto me lo contó mi padre, por supuesto. ¡Me gustó mucho que la escuela fuera mixta! Cómo era natural, estaba llena de parejitas, que se sentaban en el mismo pupitre, que jugaban juntas, que se ayudaban en los deberes… ¡La relación era mucho más productiva que en las escuelas para un solo sexo! Allí yo tuve mi primera novia, la que no se olvida y que jamás se vuelve a ver. Y esto parece una reiteración de lo mismo… pero fue antes que todo lo demás. Había llegado al pueblo hacia mayo, y al no poder elegir turno, me tocó de tarde. Entonces había clase los sábados, por eso todos los chicos le escapábamos al turno tarde, que además era el menos concurrido, por lo cual había que estar más atento… y era difícil de zafar. En ese lugar y en ese momento, yo tenía una ventaja: en Buenos Aires los programas eran bastante más adelantados. La directora quería que yo fuera a segundo, pero mi padre, con razón, sabía que volveríamos a la provincia y eso entonces me perjudicaría… Laurita, así se llamaba mi novia, venía acompañada de una amiguita de los últimos grados, que vivía al lado de su casa, y venían juntas por ese motivo y ningún otro, como a veces lo hacía yo con algún compañero. Bien, congeniamos, me invitó a sentarme a su lado. La maestra estuvo de acuerdo… y yo era Gardel, pues al estar más adelantado, a fin de no aburrirme, me ponía a explicarles a mis compañeros las cosas que ellos no entendían, pasaba al pizarrón, etc., todo esto sin ser olfa, pues yo nunca levantaba la mano. La maestra lo explicaba muy bien. Como yo venía de Buenos Aires sabía algunas cosas que los chicos aprenderían luego y yo les podía ayudar. Todo bien. Un sábado, segunda o tercera semana, no había clases a la tarde. El día anterior, Laurita y su amiga, Clara, me propusieron ir a jugar a la Iglesia. Vale la aclaración, la iglesia estaba en construcción y los sábados a la tarde los albañiles no trabajaban y era, supuestamente, un lindo lugar para jugar. Luego del almuerzo, que realizábamos en el cuarto de la pensión, mediante una vianda que nos mandaban desde la cocina de la casa, convencí a mis padres que iba a aprovechar el sábado para jugar con algunos compañeros. Nos encontramos en la esquina de la escuela y fuimos a la iglesia. Una de las naves laterales estaba cubierta por una lona y bajo ella se apiñaban ladrillos, bolsas, tablones, etc. No era un lugar muy grato para jugar, a lo que sea. Clara debe haber visto mi cara. «Vas a ver que te va a gustar. Jugaremos al doctor y a la mamá y al papá.» Hizo todos los preparativos del caso, acomodó los tablones, puso un mantel o sábana sobre los mismos, nos explicó que primero ella iba a ser la doctora y luego nosotros, y que nos fijáramos como hacía para revisarnos y después veríamos como íbamos a ser mamá y papá… y si nosotros sabíamos como venían los nenes… y yo le dije que sí, aunque no sabía nada…, pero lo sospechaba por haber pescado alguna conversación de mayores… y que ella lo sabía muy bien y nos iba a enseñar, y que nosotros éramos muy buenos y lindos y que a ella le gustaba mucho que fuéramos novios como le había dicho Laurita y que por eso nos había traído para que aprendiéramos… y todo eso, durante febriles cinco minutos de preparativos, digo yo… ¡que se yo si fueron cinco o cinco mil…! Estaba muy interesado, curioso y expectante porque yo quería aprender de una chica grande. Fue todo como se puede suponer…

-Cuénteme.

-Bien, se acomodó, primero se acostó Laurita boca arriba, le hizo abrir las piernas, le sacó la bombacha y me explicó que eso que tenía allí, era el lugar por donde salían los nenes y que tocara para ver…Toqué… «pasale la mano, acariciala, no tengas miedo, después te digo como se hacen los nenes. Cuando una mamá va tener un nene tiene que ir a la doctora.» Entre paréntesis, quien había educado a Clarita, sin ironía, lo había hecho muy bien. Salvo el tema ese de la polución nocturna, Clara me enseñó más sobre el sexo y la reproducción, que todo lo que aprendí hasta llegar a la pubertad. No hay que olvidar que por entonces era raro para una mujer ser atendida por un ginecólogo y mucho menos por una obstetra, comadrona y gracias. Además, en el interior, a menos que el profesional hubiera nacido en el pueblo…, apenas llegaba una vez por mes. Luego de la nena, me tocó a mí, lo que me provocó bastante vergüenza, además estaba muerto de miedo, aunque trataba de disimular… Entre las dos, con mimos y caricias, me fueron sacando el pantalón. ¿Cómo sabían que no aparecería nadie? No lo sé. Estaban muy seguras… y yo ni pensé que podría suceder si nos pescaban. La explicación, en este caso, que con eso que yo tenía, metiéndolo en lo que tenían las nenas, se podrían hacer nenitos. Clarita nos enseñaría como. Me acariciaron las dos, jugaban como si fuera una travesura… y al final logré tranquilizarme. «Ahora ustedes van a ser los doctores y yo la futura mamá.» ¡Bien, era lo que esperaba! En este caso lo hizo sola, se acostó, se sacó la bombacha y me dijo que tocara. A mí me dijo, no a Laurita. ¡Y tenía vello! Suavecito, casi rubio. Guió mi mano, como tenía que hacer…, que pusiera el dedito sin temor, que así hacían los doctores…, la sentí húmeda, dulce…, bueno eso creo, pues no probé… Insistió en que la acariciara, de arriba abajo, despacito… Me dijo que lo hacía muy bien, que no tuviera miedo que le gustaba… «Poné el dedo más grande, el del medio, y frotámelo despacito, hacia arriba.» Yo estaba parado al costado de Clarita y me había acomodado para tener la mano más cómoda. Laurita miraba entusiasmada. Cada vez estaba más húmeda. Se arqueaba y gemía despacito, con los ojos entrecerrados y una sonrisa. Me sentía muy bien e importante, pues pensaba que lo estaba haciendo como ella quería y le gustaba. «¡Más fuerte, ahora, más fuerte! ¡Apretame fuerte, con toda la mano!» Es lo que hacía. Le apreté fuerte, con el dedo lo más profundo que podía… Sentí como temblaba y algo así como una boca, unos labios, qué sé yo, latía contra mi dedo y mi mano, pues al final la tenía casi toda adentro… Al fin, suspiró profundamente y se relajó, estirándose totalmente. «Ya está. Sacala despacito…, me gustó mucho, me acariciaste muy bien… muy bien…» Estaba como agotada, por lo menos eso me pareció a mí… Nos pidió que nos acercáramos a su cara y le diéramos un beso en cada mejilla cada uno… Me tomó de la cabeza y me acarició el cabello… ¡No entendía nada! «Cuando seas grande a vos también te va a gustar así.» Creía que me hablaba a mí, pero se dirigía a Laurita. «¡Vas a ver que lindo cuando un chico te haga así!» Me dio un pañuelo para que me secara y no dejaba de acariciarme el rostro, la cabeza… hasta que lo hizo sobre el pito… Yo ni me había puesto los pantalones y me daba vergüenza… «No tengas miedo. Cuando seas grande Laurita y vos van a poder hacerlo y vas a ver como les va a gustar. Lo vas a tener muy lindo y se te pondrá bien duro. Después de acariciarla un poquito se lo vas a meter y ella se pondrá de lo más contenta…» Pasó bastante tiempo antes de que comprendiera que Clarita había tenido un orgasmo. Pero sin duda, supongo que cierto éxito con las chicas se lo tengo que agradecer a Clarita. Yo sabía hacerlas gozar bastante más que otros chicos de mi edad. Desgraciadamente, poco tiempo después nos fuimos del pueblo…

-¿Usted se planteó alguna vez su obsesión para andar siempre con dos?

-No, jamás. Nunca. Pero tampoco nunca me había dado cuenta de esta circunstancia. Recién ahora, le digo, cuando comenzamos estas charlas… y para no olvidarme de nada traté de hacer una lista de las veces que había tenidos relaciones. Recién ahí apareció esta casualidad permanente, diría Menem. A mi no me enorgullece. En verdad, podría fanfarronear y todo esto, si la mayoría de estas cosas me hubieran ocurrido luego de los diecisiete o dieciocho años. Antes, no tienen la menor importancia. De todas maneras, si bien yo era muy parco en contar estas cosas -casi todas… es usted quien las oye por primera vez-, sabía, por lo que me contaban mis amigos, e incluso mis amigas, las que tenían mi edad en el barrio y yo no quería ser otra cosa que amigo…, bueno…, me di cuenta, decía, que por lo menos hasta los dieciséis, yo tenia muchísima más experiencia que todos y todas juntos. Era así…

-Continúe.

-Ahora viene la parte más interesante, como se hacen los nenes. Ah, antes algo de lo cual Clara estaba muy orgullosa…, sus pechos. Por la edad que tenía, para mí, para mí, era una bomba. En realidad es muy probable que tuviera más años y experiencia de lo que yo creía, pues como se había colocado y había gozado es seguro que eso lo había probado. Yo no sé si era virgen o no, ni se me ocurrió pensarlo por entonces, y por otra parte no tenía manera de saberlo, de ninguna manera… De eso no sabía nada… Además yo calculaba 12 o 13 años nada más porque estaba en… lo que ahora sería séptimo grado… pero podría haber repetido o algo así. A mí me parecía todo una mujer… Cuando nos dijo que nos mostraría como se hacen los nenes, aquí fui yo quien se animó. Después de lo anterior se me habían ido algunas inhibiciones… Le dije que sabía que las mamás daban la teta a los nenes… y quería ver si ella tenía. Yo sabía que sí, pues se le notaba un buen bulto, y entonces me mostró sus tetas redonditas y rosadas con dos hermosos botoncitos rojos. Yo le dije que me gustaban mucho… ¡y se puso colorada! De Laurita me había olvidado, pero no se enojó. Le pedí que me dejara darle un beso… ¡y me puso un pezón en la boca! Riéndose me tuvo que sacar con la mano para que no la succionara toda… Ahora le tocaba a Laurita. Clara le dijo como tenía que acostarse, me hizo acostar encima, le hizo colocar las piernas correctamente y guió el pene hacia el sexo de Laurita. «Ahora movete, ves, así se hace. Muy Bien.» «Pero, ¿voy a tener un nene?» dijo Laurita medio asustada. «No, sonsa, esta es la forma que se hacen, pero cuando tengas pelitos, como yo. Entonces sí vas a tener nenes. Ahora es solo para jugar. ¿Les gusta?» Claro, dijimos a coro y nos dedicamos entusiastamente a movernos como nos decía Clara. Luego dijo que había varias formas de hacerlo y nos fue guiando. Yo acostado boca arriba, Laurita sentada encima. Yo sentado como en una silla, Laurita a caballito. «Laurita ahora no tiene tetitas, pero cuando sea grande va a tener. Yo te voy a enseñar como tenés que tomarla y acariciarla.» Me hizo acostar y se sentó encima. «¿Te peso mucho?» «No, por supuesto» ¿Qué cosa iba decir, aunque me aplastara? «¿Ves? Ahora poné las manos así y me los apretás y te movés… ¿ves? así se hace.» Yo sentía el pito en su vagina y de alguna manera me di cuenta que a ella también le gustaba. Entrecerraba los ojos y entreabría la boca, refregándose contra mí. No sé si tuvo algún orgasmo. La cosa es que estuvo bastante tiempo refregándose contra mí. Varias veces por el estilo, lo hice con Laura y con ella. «¿Lo sienten adentro?» «Sí, claro.» Hasta que cayó la penumbra… y cuando nos avivamos y rajamos y llegamos hasta nuestras casas…, nos estaban buscando medio pueblo y casi nos matan. Nos dijimos nada, solo que habíamos ido a pasear cerca del arroyo, donde había muchas ranas, a ver como saltaban, no sé si se lo creyeron…, pero no me dejaron ir más.

-¿Cuántos años tenía entonces?

-Siete.

-Un chico precoz.

-Sí, ya le dije. Fui precoz hasta los quince o dieciséis, como Pierino Gamba ¿lo conoció?

-Lo oí nombrar. ¿Siguió mucho tiempo en ese pueblo?

-No. Ya le dije. Tres meses después regresamos a la provincia… y rápidamente nos fuimos a otra localidad, también en la Provincia de Buenos Aires. 1948 fue el año en que hice todo un grado en la misma escuela. En agosto de 1949 nos mudamos a la Capital.

-Diez años ¿no? Que sucedió entonces. Regresaba a su ciudad natal en Navidad y Carnaval…

-Sí, pero antes pasó otra cosa… y nuevamente la casualidad permanente… y los tríos… Le dije que mi hermano menor era down. Le llevaba seis años. Luego de su nacimiento… yo pasé a segundo lugar… y fue gracias a él que de una buena vez nos instalamos en Buenos Aires y no nos movimos más… hasta que me fui a La Plata. Mi padre se había hecho hacer una casa cuando se casó con mi madre. En todas estas mudanzas y contra mudanzas, pasábamos por la casa, estábamos un tiempito… y seguíamos. Con este ritmo imagínese que no podía alquilarla y no quería venderla, pues su ilusión era instalarse definitivamente en la ciudad en algún momento. La vivienda estaba en lo que se conocía como el barrio de las ranas, a unos cien metros del arroyo, porque los zanjones que iban y venían desde el arroyo, estaban llenos de ranas… Y los chicos nos divertíamos pescándolas. Se divertían, digo, porque yo nunca pesqué ningún bicho. Es la zona donde, cuando llueve mucho, inmediatamente se inunda. Junto a nuestra casa, nuestros vecinos, a quienes mis padres conocían desde la construcción, pues para la misma época se habían instalado allí. Un matrimonio con tres hijas. Cachi, un año mayor que yo, Mecha, un año menor y Gladys, tres años menos que ésta. Éramos muy amigos, aunque desgraciadamente, entre idas y venidas, nunca había podido confraternizar. Le dije que en Buenos Aires no había escuela mixta, por lo tanto íbamos a escuelas distintas, aunque casi siempre caminábamos juntos hacia allí, hasta la plaza principal, donde yo tomaba hacia la derecha y ellas seguían derecho un par de cuadras. En junio, más o menos, recuerdo que era invierno, eso sí, mis padres viajaron un par de días a una importante capital de provincia, para ver un famoso médico especialista, con quien tenían la esperanza de orientarse para hacer algo por mi hermano. Yo quedé en casa de los vecinos, para dormir esas dos noches. Por suerte fue así y no me dejaron en lo de mis tías, la escuela, porque sino tendría que estar todo el tiempo bajo disciplina militar. Con las chicas la pasaría bien, sin ninguna mala intención… Pero… el varón propone… y la mujer dispone. Esa noche, la primera que me quedaba, luego de un día perfectamente normal, un bulto suave y tibio se metió en mi cama. Las chicas dormían todas en un gran dormitorio, como eran los dormitorios en esa época. Cada hermana tenía su cama… y los padres resolvieron que las dos más chicas durmieran juntas y yo en la cama que quedaba libre. «Tengo frío, ¿me abrazas?» Era la mayor. Como yo era un tipo canchero…, pues apliqué mis conocimientos, lo que había aprendido con Clarita, para hacerle entrar en calor, lo cual ella agradeció haciéndome subir la temperatura también a mí. Y así estuvimos un tiempo largo, casi sin respirar, por supuesto, pero moviéndonos… en silencio. Al ser más grande, ya casi púber y ella una cuasi señorita, pudimos retozar plenamente. Ahora sí sentíamos los sexos encastrados, bien dentro uno de otro, además de las caricias y frotaciones pertinentes. Fue esa noche en la cual también aprendí a besar. Besos con toda la boca, con la lengua, con los dientes…, con todo. Las hermanitas dormían, o lo parecía. Al día siguiente… sorpresa. En un momento dado, en que estábamos Cachi y yo conversando sobre lo bien que lo habíamos pasado y como le repetiríamos esa noche, se acerca Mecha. «Si esta noche no me hacen un lugar le digo a papá.» No hubo más remedio que complacerla, con bastante angustia, pues éramos tres…, no había que hacer ruido… y complacer a todas… Hice lo posible. Caricias, besos…, a la mayor ya se le asomaban las tetitas. Como Mecha todavía no las tenía desarrolladas, traté de reconfortarla con suficiente cantidad de caricias entre las piernas. A las dos les encantaba jugar con mis genitales. Tuve que pedirles por favor que fueran de una por vez, pues me lastimaban. Una de ellas, no sé cuál me mordió. A Mecha también se la metí, y no había manera de convencerla que también le tocaba a Cachi, no me quería soltar… ¡La cama era un desastre! Los tres amontonados la habíamos desarmado toda… pero nos divertimos un montón. Al día siguiente, mis padres regresaron. No lo lamenté... pues si nos pescaban el quilombo sería monstruoso. Además, no quería tener asuntos con dos hermanas pues suponía que todo podría terminar en un despelote… Quería seguirla con Cachi, porque era más grande, pero todo se terminó cuando, a causa de esta visita al médico especialista, mis padres resolvieron mudarse a Buenos Aires, para poder darle mejor atención a mi hermano. Otra escuela... y a terminar cuarto grado, quinto ahora, acá. Al terminar la escuela, para noviembre, dado que la mudanza se había completado a medias, volvimos al terruño, a nuestra casa, y con Cachi, decidimos estudiar dibujo y pintura, aprovechando las vacaciones. Nuestras dos viviendas daban hacia una calle, con los fondos hacia el centro, hacia donde íbamos tanto a la escuela como al Bellas Artes. Entonces, como la casa de Cachi daba hacia un amplio terreno no edificado ni cercado, que salía hacia el lado al cual teníamos que ir, para hacer más corto el camino siempre salíamos por una puertita que había en el cerco de su casa que daba a ese terreno. Todo esto, que hoy sería imposible de imaginar en el mundo democrático, liberal y globalizado, entonces, en la Argentina del Tercer Mundo, no causaba ningún contratiempo. Por todos estos motivos, comenzábamos las clases a las seis y media y terminábamos a las ocho, ya casi noche en el verano. Dos veces por semana, tomábamos nuestros lápices y pinturas y hacíamos de artistas, lo que nos divertía bastante, además de trabajar juntos en los temas que nos daban. Si recordábamos tiempos pasados o que... yo tal vez no regresaría más, la cuestión..., sucedió que un buen día nos desviamos, unos metros nomás, del sendero que normalmente hacíamos. Nos tiramos entre los yuyos y allí revivimos aquella noche, unos diez o quince minutos, retornando luego plácidamente a nuestros hogares. Dimos cualquier explicación, no había la inquietud que podría existir hoy día, y lo volvimos a repetir cada uno de los días que teníamos clases... y de quince minutos pasamos a media hora, y así estuvimos, haciendo lo que podíamos durante los tres meses de vacaciones. A ella no sólo le gustaba, sino que le encantaba todo lo que yo sabía y podía enseñarle. Demás está decir que ya estaba muy bien desarrollada, y trataba de complacerla en todo lo que se le ocurría… que en realidad eran cosas a las que yo le inducía. Puedo decir que fue la amante que más tiempo me duró. Mientras tanto, como siempre, durante los carnavales, se reunía toda la familia en la casa de mi abuela, la escuela. Era 1950 y yo había cumplido once años. Estaba, como otras veces, esta chica que luego se mudaría a La Plata, la antipática y alcahueta. Se pasaba el día contándole a mi tía, que era su madrina, todas las malas cosas que yo hacía, que yo nunca supe que eran. De cualquier manera, no le daba ni la hora. Era un verano pesado, pesado, como todos los veranos, por otra parte. La casa de mi tía tenía todas las comodidades, que en casa no tenía, sobre todo agua caliente por caldera. Varios baños completos, uno espectacular con espejos por todos lados, inmensa bañera sobre cuatro patas, broncería con porcelana, tulipas, caireles, azulejos, bidé, dos lavabos, una maravilla, sobre todo para mis ojos. En la casa que alquilamos en Buenos Aires teníamos un calefoncito a alcohol, así que se puede imaginar. Le pedí permiso a mi tía para bañarme luego de la siesta, con el pretexto que estaba transpirado porque había jugado a la pelota paleta con mi hermano y mis tíos,..., etc. No tuvo ningún problema. También era todo un relajo. ¡Podía verme desnudo, de cuerpo entero, en un montón de espejos al mismo tiempo! Por supuesto que lo primero que hice fue masturbarme para tener una erección y verme en el espejo… Había un detalle técnico importante. Muchos años después, mi profesión me permitió darme cuenta que eso era algo muy especial. La puerta del baño era de madera hasta la altura del picaporte. Luego tenía dos paños de vidrio opacos, luego supe que eran los esmerilados traslúcidos, que si uno está muy cerca se adivina una sombra, pero alejándose un metro ya no se ve nada más... y además una banderola muy rara, para mí, en ese momento. Por un sistema que luego supe que se llamaba simplón, la banderola se movía desde una manija embutida... y por un sistema de contrapesos, se abría hacia afuera como una visera. Esto tiene su importancia, como verá. Me estaba bañando. Una cortina evitaba que el agua salpicara el piso que era de mármol, con una muy buena cantidad de alfombras para que no existiera el peligro de resbalar. ¿Le aburre estas explicaciones, no?

-No, siga.

-Todo esto no lo supe ni lo noté en ese momento. Lo único que me importaba eran los espejos y que me podría ver desnudo. Incluso lo de la banderola me enteré mucho después, cuando ya había fallecido mi abuela. Me acordé una vez del asunto y fui a fijarme como funcionaba… Cuando terminé de bañarme corrí la cortina y de pura casualidad miré hacia la banderola, como podría haber mirado hacia cualquier lado. ¡En la banderola se reflejaba una figura agachada que miraba por la cerradura! Instintivamente me di vuelta... ¿Pero por qué me voy a ocultar? No había identificado quien estaba allí, pero supuse que no podría ser otra que esta chica. En la casa no había otra persona a quien yo le pudiera interesar. Rogando que no se hubiera dado cuenta que la vi, pretextando uso de jabón o esponja... o lo que sea, me excité como para mostrarle lo varoncito que soy... y me di vuelta muy displicentemente con el pito bien parado. ¡Estaba allí! Me sequé despacito, salí de la bañera, caminé como John Wayne hacia mi ropa... y me vestí como si me estuvieran filmando. El calzoncillo fue lo último que me puse. Cuando fui hacia la puerta se fue. ¡Tenía que inventar algo para joder a esta turrita! Cuando la veía se escabullía, pero eso no era raro, porque siempre hacia lo mismo. No me tenía simpatía. Al atardecer conseguí agarrarla en una calle sin salida. «¿Qué tal, como estás? ¿Que calor, no?» No se escapó y cambiamos dos o tres palabras. «¿No me podes hacer un favorcito?» «¿Qué querés?» Estaba sorprendida e intrigada porque yo le pedía algo. «¿Por qué no té fijas cuando Sol se va a bañar y me avisás? Quiero ver a mi prima desnuda.» Se quedó tiesa. «Dale, vos me avisás y yo después espío.» No estaba muy convencida. Traté de ser el tipo más buenito y afectuoso del mundo. Todavía no tenía claro lo que iba a hacer... pero ya veremos. No se olvide que yo tenía once años y ella diez. Por entonces la diferencia es importante. No creo que relacionara nada de lo que le estaba diciendo, con su espionaje. En principio mi idea era que supiera que yo la había visto espiando a mi prima, y que tenía un arma que podría utilizar contra ella. Quedamos que me iba a avisar. No sé si estaba convencida… pero un par de horas después me buscó y me dijo que mi prima se había ido a bañar. Me quedé lejos del baño, en la punta de un pasillo, y le dije que fuera a ver. Cuando me hizo señas que ese era el momento, le señalé que viniera a donde estaba yo. En el extremo de ese pasillo estaba la puerta del escritorio de mi tía. La hice entrar. «¿Cómo es qué andás espiando? Se lo voy a decir a mi tía.» Casi se muere. Se quedó con la boca abierta y empezó a moquear. «Sí, porque sos una espiona. Y sé que me espiaste a mí, porque alguien te vio y me lo dijo. Pero si querés verme no tenés que espiar. Me lo pedís y listo.» Y me bajé los pantalones. «Ves que no es ningún misterio.» Ella se fue a un rincón medio aterrorizada. No podía ni hablar… y mucho menos se iba a poner a gritar. «Mirá… y tocá, querés.» «¡No, no!» «Pero si no te vas a quedar sin manos.» Le tomé una mano y la puse entre mis piernas. No sé lo que estaba pensando, pero a mí ya se me había puesto duro. Estaba paralizada. «Vamos ponete ahí.» La di vuelta, la apoyé en el escritorio, le bajé la bombacha y la penetré…, hasta donde pude… La apreté, la sobé y acaricié toda, le puse el pene entre los glúteos, en la vagina, una y otra vez, siempre reclinada contra el escritorio. Ninguno de los dos había llegado a la pubertad y por supuesto, más de eso no podía. No dijo ni ay. Luego me recliné yo, de espaldas contra el escritorio, y le dije que me acariciara con las dos manos. Lo hizo medio puchereando, pero sin protestar. No le dije nada más. Me di cuenta que le gustaba, aunque guardaba las apariencias. Sin mirarme me manoseó durante varios minutos. Cuando me saqué el gusto y para no provocar más líos, le dije que se vistiera y me acomodara a mí. Lo hizo con cuidado, me abrochó el pantalón y se quedó quietita sin decir nada. Le advertí que era para que aprenda y no espíe más… y me fui. Nunca más me habló ni se me acercó, pero nunca más fue con alcahuetería a nadie. Yo sé que eso fue como una violación, pero se lo tenía merecido.