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Guía de Sombras (7)

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Guía de Sombras -7.

-Pero… dígame… ¿nunca le tocó una mujer fea? Alguien que no era especialmente linda pero que… bueno, digamos que lo excitó…

-Sí, claro… pero…

-No me diga que toda mujer que le llevaba el apunte era linda…

-Bueno… le iba a decir algo así. ¿Por qué no? Al fin de cuentas… todas tienen algo… La verdad que… bueno…, soy positivo… La verdad… hubo un caso, creo…, probablemente más, lo que me acuerdo…

-Cuénteme, no invente.

-Es que… bueno, me da un poco de vergüenza… Debo reconocer que fui bastante turro en este caso. Cuando estaba en La Plata, al poco tiempo de mudarme, todavía vivía en esa casa de la vieja que lavaba el patio a las cinco de la mañana. Andaba con bastante bronca…, fue luego de la separación de Ella…, bueno, eso es un pretexto. Una chica que atendía un barcito, cerca de la facultad. Fui un par de veces. Bueno, fui varias veces. Fui un par de veces antes de darme cuenta que se apuraba en atenderme…, con mucha deferencia…, o…, más bien, con mucho interés. No era fea…, no, digamos que era un poco gordita de más…, un poco más que yo, ahora digo, lo que es decir bastante…, pero bueno, las prefiero a las flacas, demasiado flacas. ¡No hay nada de qué amarrarse! Esta por lo menos tenía unas generosas tetas y un muy buen culo. Era gorda, pero no obesa. Una linda carita, redondita como una luna. En realidad… toda ella era redondita… ¿Entiende?

-Y usted no le hizo asco…

-No es eso. Tampoco quería pasar por estúpido. Se insinuaba de todas maneras pero, la verdad, no tenía plata ni gana de gastar en un hotel con ella. Probablemente me diera vergüenza llevarla a un hotel. ¡Qué sé yo! A la casa de la vieja ni soñando. En realidad, pensaba que si la cosa no ofrecía inconvenientes y saliera gratis, no estaría mal echarse un polvito con ella. Así pensaba yo, la verdad. Sin un mango y sin casa era bastante difícil levantarse a alguien en La Plata, máxime cuando yo era nuevito y no conocía el ambiente…

-¿Y qué hizo?

-Y… le insinué algo así. Que me gustaría salir con ella… pero no tenía medios. Lo que yo traté de decirle, sin que fuera descortés y sin que se enfriara, era que me gustaría acostarme con ella… pero no andar por ahí haciendo el novio ¡nada de eso! Y… bueno, lo resolvió ella. Como al descuido, me dijo que también estudiaba, creo que enfermería o kinesiología o algo por el estilo, la verdad nunca le presté demasiada atención a eso, porque creía que me macaneaba para que yo no creyera que era berreta… Esto no es joda. Por entonces había un prejuicio tremendo entre la gente que estudiaba y la que no lo hacía. Parecía que en esa ciudad todo el mundo tuviera que ser estudiante o estudioso. A mí me importaba un pito, la verdad. Bueno, me dijo que tenía un departamentito… y que salía a las ocho de la noche… Eso fue todo y sin demasiadas vueltas. La piba estaba calentísima, sin duda, pues en cuanto le di alguna posibilidad, la agarró enseguida. Y yo también tenía ganas, no le miento. Quedamos en encontrarnos esa noche y allí estuvimos, muy puntualmente los dos… y yo con el temor que me viera algún compañero… o peor, alguna compañera… Pero lo disimulé bien. En cuanto nos encontramos me besó de una forma que pensé que se iba a desnudar allí mismo, por la manera en que se refregaba contra mí. La verdad es que parecía que estuviera tan necesitada como yo. Por suerte era cerca de donde nos habíamos encontrado, así que no tuve que pasearla mucho. Era un pequeño departamentito en planta baja, de esos tan comunes para estudiantes o gente sola, no sé. Bueno, todo fue muy rápido…

-¿No hubo ningún prolegómeno? ¿No le dijo nada?

-Ah, que sé yo. Sí, tal vez. Quiero decir que fue muy rápido el trámite previo, sin demasiadas vueltas. Los dos sabíamos a que íbamos. No era un ambiente muy erótico, digamos. Nada de espejos o esas cosas. Mejor así. Eso lo pensé. En algún momento tuve miedo que se me vayan las ganas si la veía desnuda. Pero no. Por suerte no. Muy poquita luz, apenas un veladorcito, y comenzamos a desnudarnos. ¡La verdad de qué había carne para todos! Tipo muñeco Michelín… ¿vio? Pero ella sabía lo que tenía. No se hacía ningún problema, eso creo. En cuanto quedó con los pechos al aire, que eran grandes pero no caídos ni nada de eso…, bueno, era una chica joven, de mi edad, más o menos, comenzó a acariciarme con ellos, a pasármelos por todo el cuerpo. En el pecho, los genitales, la cara…, yo me agachaba o se agachaba ella. Le sorbí los pezones con desesperación. Le daba cosquillas, eso me dijo. Era para calentar a cualquiera, le aseguro. ¡Ella sabía cómo! Entre las tetas, las manos, las piernas, las nalgas, todo eso, yo estaba ardiendo. Jugando con su culo contra mí se agachó sobre la cama. Fue el momento que aproveché para penetrarla. ¡Tenía un flujo impresionante! Con los bombazos que le daba parecía que estuviera destapando una cañería… ¡flop, flop! Empezó a aullar a los tres segundos. «¡Metele, metele! ¡Me viene! ¡Acabo! ¡Dale, dale!» A los gritos, casi. Apenas si podía aferrarme a sus tetas. Tomarla de la cintura… ni soñar. Luego de las sacudidas, se quedó quietita, con el culo para arriba y yo pegado a ella, pero sin acabar. No sé porque pero no me había venido. A lo mejor, a ver semejante cantidad de carne me había inhibido, que sé yo. Estaba por inventar algún pretexto, pero ella no se hizo problemas. Se tiró boca arriba en la cama. Creí que me iba a pedir que la monte, pero optó por algo que en ese momento me pareció mejor, por lo menos para recuperar un poco el deseo. «Ponete a mi lado que te hago acabar. ¿Querés acabarme en el ombligo?» Eso no lo sabía, el que pudiera gustarle, no sé. Pero hice lo que me pedía. Me arrodillé a su lado y comenzó a sobarme el pito apuntando hacia la panza. La mano me acariciaba con suavidad, por momentos me dejaba el glande cubierto y por momentos lo descubría. No quise dejarla sola y le metí los dedos en la vulva, acariciándola al mismo compás. Sin duda le gustaba mucho… y a mí también. Sentí como iba llegando el momento de acabar. Cuando se hizo evidente me incliné sobre su vientre, de manera de no errarle, apoyándome con las manos sobre su otro costado ¿me entiende? Quedé en cuatro patas atravesado sobre su cuerpo, y ella me guió a un par de centímetros del ombligo. Se incorporó sobre un codo para verse –en un gordo acostado es más fácil- y los dos observamos como el esperma llenaba la hondonada. Aunque agotado seguí acariciándola hasta que llegó al orgasmo… «Me gustó mucho, sabés. Todo me gustó. Acariciarte, que me acariciaras y sentir el calorcito del semen sobre mí.» «Sí, a mí también, te juro. Fue bárbaro.» Se limpió con la sábana y se quedó tirada, boca arriba. Yo seguía medio opa, arrodillado. «Vení subite, que te lo agarro con las tetas.» «Bueno, pero esperá un poquito. Tengo que recuperarme.» «Ya lo sé tontito, pero así será mas fácil y rápido.» Sabía muy bien como hacer gozar a los hombres. Monté sobre ella y tomándose con ambas manos los pechos me apretó el pene, moviéndolo hacia arriba, hacia los costados, refregándome los enormes pezones, rojos como faroles, y así, poco a poco, fui adquiriendo el tamaño adecuado para una nueva eyaculación. «¿Querés que te la meta de nuevo?» «No, después, ahora quiero hacerte acabar así.» Parecía que lo tenía todo decidido. ¡Tenía su manera de gozar! La verdad que no sabía si podría haber otro "después". Me calentaban sus caricias, pero no sabía si iba poder acabar adentro. Por lo menos la primera vez no pude. En realidad yo tenía miedo que se quedara con las ganas, que no fuera cierto que le había venido las dos veces anteriores. Esas cosas me pasaban por la cabeza. Pensaba que no estaría bien que dudara de mi hombría. Aunque ella parecía gozar al verme gozar a mí.

-Efectivamente es así. En el caso del hombre es más difícil, por la propia constitución física de la mujer. Ustedes nunca ven lo que pasa, y se puede fingir un orgasmo. En cambio a los varones se les nota indudablemente, y el hecho físico de la eyaculación es un motivo de gozo para la mujer.

-Bueno, todas esas cosas yo no lo sabía. ¡En realidad me doy cuenta que no sabía nada!

-¿Y pudo acabar?

-Sí, sí, lo más bien. Allí, encima de ella, digo. Cuando me vino, me sostenía con sus pechos, hacia arriba, como un cañon, y largué el chorro hacia el cuello. Ella tuvo un escalofrío, como un estremecimiento…

-En ese momento ella también llegó al orgasmo, sin duda.

-Sí, me lo dijo. «Acabé con vos, viste, otra vez. Es maravilloso ver como salta el esperma. Se te pone la cabeza roja y brillante… y de pronto aparece el juguito, ¡una belleza!» Luego yo pensé que había sido un estúpido el no pedirle que me la chupara, pero en ese momento no se me ocurrió. Como ve, muy despierto en estas cosas yo no era…

-Tal vez hizo bien. Teniendo en cuenta la decidida que era esta chica, si lo hubiera querido se lo hubiera pedido ella.

-Sí, tal vez. No lo sé. Creo que me lo perdí. Bueno…, nos quedamos los dos tirados, en la cama. Ella no dejaba de acariciarme. Algo un poco cómico ¿no?

-¿Qué? ¿Qué cosa es cómica?

-Digo…, es que… por un momento pensé en chuparle la vagina, como había aprendido, que no había vuelto a hacer…, pero tuve miedo de ahogarme, con tanto flujo, tanta carne… ¡Qué sé yo! No le dije nada. No me pidió nada más.

-Había quedado plenamente satisfecha…, y usted también.

-Sin duda. La verdad es que estaba fenómeno. Esas dos experiencias, la del ombligo y la del pecho no las conocía. ¡Y me gustaron! Algo nuevo para mí. Pero en realidad quería metérsela, acabarle adentro, pero no sabía cómo… o temía que cuando estuviera a punto me pasara como cuando se inclinó delante de mí… Ella tenía experiencia sin duda. Cuando comenzó a besarme el pecho, a chuparme los pezones, me acomodé boca arriba, bien expuesto, como para que se diera cuenta de lo que quería. Fue bajando por el pecho…, por el vientre…, yo estaba al palo nuevamente… Al estar en el extremo de la cama, sólo le veía los cabellos… Cuando llegó a la pelvis, me tironeaba del vello con los labios. Me había calentado muchísimo… ¡y llegó a la verga…! Comenzó a besarme desde la base hasta llegar al glande. Sentí su lengua sobre el mismo, sobre el agujerito… ¡y lo introdujo en la boca! Sentí como succionaba y como lo apoyaba en el paladar…, como recorría toda la boca, presionando con la lengua hacia uno u otro lado… ¡En cualquier momento acababa! Ella lo supo y me soltó acomodándose sobre la cama en cuatro patas. «¡Rápido, montame!» Sabía que no dudaría un instante. Salté sobre ella y la clavé, el tiempo justo para derramarme dentro… Se apretó contra mí y se sacudió violentamente. Me vi obligado a tirarme sobre ella y abrazarla para no caerme. «¡Fue muy lindo! ¡Cuánta leche qué tenías todavía!» Yo estaba un poco avergonzado por haberlo hecho tan rápido, pero la chica no se hizo problemas. Seguía diciéndome lo mucho que le había gustado todo lo que hicimos…

-¿La volvió a ver?

-Sí, claro. En el bar, pero no me dijo nada más. No me propuso nada más. En realidad, pocos días después comenzaron las vacaciones y me fui…, bueno ya le conté. Luego no fui más al bar…

-Estaba en otra cosa…

-No voy a dar excusas. Había llegado a la conclusión que no me gustaba…, pero era solamente porque ya había hecho amigas y amigos en la facultad y no quería pasar vergüenza, esa es la verdad. Eso es todo.

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-Por momentos parece que no tuviera..., o revelara, ningún tipo de sentimiento o emoción. Todavía no he podido conocerlo... totalmente. Hay... cierta lucecita apareciendo de a poquito. Su casi furibunda defensa de la libertad personal es parte importante de alguno de sus problemas. ¡No quiere que se adueñen ni siquiera de sus sentimientos!

-¡Ojalá fuera solamente eso! Así la tendría más clara.

-¿Existe el amor, para usted?

-No existe el "amor" sin amantes, como no existe Historia sin las historias de cada uno de lo seres humanos de entonces. ¿Alguien puede creer que Mao hizo la historia al margen de la voluntad de mil millones de chinos? ¿O qué Menem llegó al gobierno sin la voluntad de por lo menos el 50% de argentinos? A la dictadura militar también la aplaudió la mayoría del país, porque "venía a poner orden". ¿Y los que salieron a la calle a festejar el Mundial 78? ¿Y los que fueron a vivar a Galtieri por haber reconquistado las Malvinas? ¿Quién puede decir qué esa gente no es capaz de amar? ¿Y entonces? ¿Qué coño de glorioso tiene el amor si lo puede ejercer cualquier nabo? Por eso le digo, no existe el AMOR, con mayúsculas, existen amantes.

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-¿Y esa fue la única vez?

-¿La única vez qué?

-La única vez que se acostó con una mujer que no le gustara…

-No dije que la gordita no me gustara. Cuando fui con ella estaba realmente caliente, no disimulaba.

-Pero… lo que dije al comienzo, alguna otra que no sea especialmente linda. Usted me entiende.

-Sí. Bueno, me acuerdo de otra oportunidad, pero… es otra situación. En este caso me gustaba y estaba muy tentadora. Fue otra la cuestión.

-Dígame.

-Bueno, en una oportunidad enganché a una mujer grande, bueno, algo mayor que yo, algunos años, yo tendría 22 o 23 y ella unos 30 creo, por lo menos eso parecía, quiero decir, parecía más joven de lo que luego, cuando la tuve cerca, comprobé. Fue, digamos, un levante, pero en realidad no creo que yo levantara nada, ella me levantó a mí. No era fea, no. Aparentaba estar buena, buen cuerpo, las formas, digo, que se aparentaban, tenía pantalones y una blusa muy ajustada. O una remera. La conocí en una tienda, yo compraba calzoncillos, en La Plata, estaba…, bueno, me miraba, no sé. ¿Las mujeres miran los calzoncillos como los hombres las bikinis? Me miraba. La vi de reojo, en otro mostrador… y se sonrió cuando cruzamos la mirada. Ahí nomás me hice el propósito de levantarla. Cuando salí la esperé. Ella me miró en el momento de irme y sin duda me estaba diciendo que la esperara. Por lo menos eso es lo que entendí. Después lo confirmó. Me quedé mirando las vidrieras y cuando salió, menos de dos minutos después, vino directamente hacia mí. No recuerdo que pavada le dije sobre los precios y me contestó. Nos pusimos a conversar y luego caminamos juntos. Ni siquiera le pregunté si iba para tal o cual lado. En la esquina había un bar. Aceptó mi invitación y entramos a tomar unas copas. ¡Ya estaba hecho! Su actitud era dispuesta, así que rápidamente fuimos al grano. ¿Cómo le digo? Quiero decir que no anduvimos con rodeos, le dije que me gustaba y ella me contestó que yo también. Pagué y paramos el primer taxi. Fuimos a un hotel en el camino Centenario. Cuando la besé comenzó a acariciarme entre las piernas. «Me gustaría ponerte el calzoncillo que te compraste.» Me lo dijo al oído mientras me lamía la oreja. Si era una prostituta, en ningún momento habló de precios. ¡Pero estaba caliente como yo! En el hotel no tuvo ningún cuidado en mostrarse. No le preocupaba. Creo que se llamaba Alcira, eso creo, por lo menos eso me dijo. Cuando entramos en la habitación apagó las luces, dejó apenas una penumbra. Antes que le pusiera una mano encima comenzó a desnudarme. Yo estaba al palo, por supuesto. Me bajó los pantalones y el calzoncillo y el pene saltó como un muñequito de caja de sorpresas. Sin decir nada se agachó y comenzó a chupar. ¡Yo tenía unas ganas terribles de acabar! Cuando me sintió latir me empujó sobre la cama, al instante me puso un preservativo, se sacó los pantalones e inmediatamente me montó. ¡No pude contenerme! Antes de que siquiera pudiera sacarle la remera comencé a sacudirme y le acabe hasta la garganta, creo… «¡Qué apurado! ¡Estabas hirviendo!» «Perdoná, no pude aguantar. Me pusiste recaliente.» «¡Así me gusta, así hay tiempo para más!» Yo quería desnudarla de arriba, para chuparle las tetas, que me parecían buenísimas, pero ella fue más rápido y se sacó la remera. ¡Era puro grupo! ¡Relleno! Tenia menos tetas que Anita, la nena con la que tuve mi primera experiencia completa. En aquella época no había siliconas. «¿Te desilusionaste? Sin embargo te vino muy bien» «No, para nada.» ¿Qué otra cosa le iba a decir? Al fin y al cabo acabé como un terremoto. «A mí me gustó. Fijate ahora.» Se levantó y se puso en cuatro patas, a lo perro, mostrándome la grupa. ¡La verdad que tenia un culo formidable! Era su especialidad, digamos. Pero no podía tan rápido. Quería borrar la impresión que me produjo el que no tuviera tetas. Talvez si lo hubiera notado desde el principio no me hubiera decepcionado, pero ahora me costaba, la verdad. «Vení, subite, que te va a gustar.» Traté de hacerlo, pero no había caso, no se me ponía dura. Se la pasaba por la raya, la acariciaba con la cabeza, guiaba el pene con la mano de aquí para allá, por las nalgas, pero no pasaba nada. Hasta hice el intento de masturbarme, pero nada… Alcira no se preocupó. Se dio vuelta y comenzó a pasarme la lengua hasta que logró, por supuesto, que tuviera una nueva erección. «No te apures ahora, quiero que me la metas.» Cuando la tuve bien dura, se volvió a poner en cuatro patas y entonces la monté, penetrando perfectamente en la vulva. Por el ano ni lo pensé. «Tomá, ponete un forro.» Venía provista…, ella, no yo. Descansé el cuerpo sobre sus ancas y comencé a flexionar las piernas, mientras gozaba de la sensación del roce entre los labios de la vagina. Ella acompañaba el ritmo contrayendo los músculos, bajando y subiendo un poquito, como para que yo pudiera entrar y salir sin esfuerzo. Ahora sí sentí bien como acababa, apretándome el pene como para escurrirlo, como si fuera la ubre de una vaca. Esto no será muy poético, pero su espasmo sirvió para que eyaculara nuevamente. Me incliné sobre ella y me aferré a sus hombros mientras acababa. Realmente fue buenísimo. ¡Era una mujer que conocía perfectamente la técnica del coito! Nos quedamos retozando un rato, y si bien cuando estaba sobre ella me había olvidado de sus tetas, en ese momento prefería no mirarla. Tenía miedo que se me vayan las ganas otra vez. Pensé que en una de esas me la chupaba y listo. Pero no fue así. Luego de un rato comenzó a acariciarme. «¿Me la das por el culo? Me gustaría mucho…» «¡Por supuesto!» ¡Sería la primera vez que lo haría con una mujer en una cama! Antes que hiciera nada me chupó bien, llenándome el pene de saliva, que se mezclaba con mi propia secreción y cuando lo consideró a punto se instaló como la vez anterior, cuando no comprendí lo que quería, y entonces sí, empuje con todo penetrándola sin dificultad, aunque el prepucio me dio un buen tirón. ¡Era, efectivamente su especialidad! Sus movimientos de caderas, su forma de retorcerse, me hicieron gozar una barbaridad y me olvidé por completo de sus tetas… «¡Dale, dale! ¡Está buenísimo!» Alcira me alentaba moviéndose. Yo gemía y gozaba muchísimo, al compás de sus movimientos. Era ella quien se adelantaba y reculaba, al mismo tiempo que mis latidos. Cuando lance el esperma apretó violentamente el culo contra mí y sentí su orgasmo… «¡Nene, qué lindo que cogés!» No sé si era cierto lo que opinaba, pero a mí me gustó su elogio. Cuando acabamos quedé tirado sobre la cama, totalmente extenuado. Alcira se levantó, fue al baño y comenzó a vestirse. En ese momento pensé que su habilidad para hacer gozar a pesar de la falta de buenas tetas sería parte de su profesión…, pero no me importaba…, a mí no me trató como un cliente…, bueee… eso creo… «Cuando te vi en la tienda tuve ganas de voltearte. Me dije, a ese chico me lo cojo.» Y se reía. Yo no tenía idea de que diablos decir. Con tetas o sin ellas había acabado tres veces con todas las ganas. Sin duda no hay mujer que no pueda hacer gozar a un hombre. Creo que están siempre en mejores condiciones que nosotros. Cuando salimos ni siquiera tomamos un auto. Me saludó, me dijo que la pasó fenómeno y se fue caminando. Ahora me acuerdo, fue en el invierno de 1961, antes de haber tenido relaciones con Mabel. Era cuando yo llegaba a La Plata con un queso de la gran siete. Bueno, de alguna manera me saqué la calentura.

-No fue muy decepcionante, parece.

-Sí, lo fue. Cuando descubrí que carecía de tetas me quedé planchado, se lo juro. Bueno, Alcira hizo lo posible para remediarlo. Además había diferencia con la gordita. Yo sabía como era, lo que me esperaba, no podía tener sorpresas, de todas maneras las tuve, pero favorables, digamos, por las cosas que se le ocurría hacer. Con Alcira fue como un shock. Bueno, no me acuerdo por ahora de otras experiencias con "mujeres feas". Si hubo más, no me acuerdo. Nunca le di demasiado importancia a las relaciones circunstanciales. Ya le dije, nunca me dediqué.

-Usted empezó diciendo que eran poquitas… y cada vez aparecen más…

-Por que usted me tira de la lengua y de la memoria. Cuando adolescente quería cogerme a todas las chicas que conocía, no importa en que estado estaban, pero luego, cuando joven, me agarró cierta timidez, tal vez por no ser demasiado dotado…, esas cosas, tal vez vergüenza, que se yo. Seguramente así me perdí un montón. Ahora que quiero no puedo, aparte de que no me dan bola las que me gustarían. Pero no me hago demasiado mala sangre.

-No me parece tímido.

-Aquí, por que vengo por esto ¿no? De veras lo soy. Lo envuelvo todo de cierto intelectualismo, pero a los bifes no voy. Es así. Ya no hay remedio. El tiempo no regresa.

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-En estas semanas ¿no probó ver si pasaba algo? ¿No tuvo relaciones con su esposa?

-No, de ninguna manera. ¡No quiero nuevos rechazos... o fracasos!

-Pero..., bueno, está bien. Continúe. En algún momento dijo todo lo extraordinario que fue 1959.

-Así es. Decía...

-Estaba hablando de las vacaciones de julio, en La Plata.

-Cierto. En esas vacaciones, o el receso de invierno, como decíamos nosotros, los estudiantes regresaban a sus pagos. Estaba el tema de la libre y la laica. Había multitud de movilizaciones. Toda la Universidad estaba convulsionada. Las agrupaciones estudiantiles resolvieron que sus militantes fueran a sus ciudades a mover el avispero, para que los estudiantes secundarios también salieran a la calle a protestar contra el gobierno. En julio, entonces, regresé a la casa de mis padres, con el propósito de activar entre los estudiantes para que tomaran conciencia del significado de esa ley que se pretendía legislar. Entre paréntesis, el tiempo demostró que no eran las universidades confesionales las peligrosas, sino las que respondían a los intereses de grandes empresas o de los conglomerados financieros. Esas fueron las fábricas de los grandes hijos de puta que se pusieron desde entonces al servicio del FMI y todas esas cosas. ¡Y otra vez me fui de mambo! Sigo. Junto con otros compañeros de la ciudad que estaban en La Plata comenzamos a tomar contacto con los chicos de las escuelas con mayor inquietud. Yo iba un poco a la cola de los otros muchachos, pues ellos conocían a la gente mucho más que yo, que me había ido de allí diez años antes. Organizamos los centros de estudiantes, las asambleas públicas, la participación de los padres, de los profesores… Para la ciudad, nosotros éramos subversivos -palabra que recién empezaba a sonar y que después fue sangrientamente usada contra todo aquel que protestara- que veníamos a alterar la dulce paz provinciana. Así las cosas, la contra eclesiástica también organizaba a sus huestes. En las asambleas públicas se habían formado claramente dos bandos, los reformistas, que éramos nosotros, no por la reforma que se pensaba hacer, sino por la reivindicación general que se hacía de la Reforma Universitaria de 1918, y los clericales. Justamente, al desconocerme la mayor parte de la gente, me endilgaron el rol de monje negro, el Rasputín de las sombras, ¡el ideólogo del caos! Cualquier cosa. Esto fue así los primeros diez días… hasta que, como siempre pasa, la "casualidad permanente". Número uno…, en el otro bando se destacaba nítidamente una hermosísima morocha, de largo cabello lacio, alta, delgada, de profundos ojos azules, azules, no celestes, voz de contralto, piel como el cristal de Murano..., una belleza verdadera, sin grupo... y además... inteligentísima. Su uso de la dialéctica, el análisis inductivo, incluso la oratoria, podría decir, era perfecto. El choque emocional que me produjo verla y oírla por primera vez fue tremendo. Tenía diecisiete años y terminaba ese año la escuela secundaria en las Hermanas del Huerto, creo que se llamaba así, la principal escuela religiosa de mujeres de la ciudad. Yo me maldecía. ¡Cómo me iba a enamorar de una chupacirios! Además, ni soñar en acercarme a ella para hablar de otra cosa que no fuera la discusión del tema en cuestión. Otra vez... era una causa perdida. Número uno dije antes ¿no? Bien. Número dos…, la mayor de mis primas, profesora de filosofía y letras, egresada con las mejores notas en la UBA... ¡era su profesora! De esto me enteré cuando ella misma, mi prima digo, me lo dijo el día que fue a una de las asambleas y nos vio y oyó discutir. Mi prima pensaba como esta chica, yo lo sabía, como la tía que había sido directora de la escuela primaria. Medio en broma y medio en serio mi prima, que había estado hablando con la morocha, se acerco a mí. «No vayas a tratar mal a Isabel, que es mi mejor alumna.» ¡Me quería cortar las venas! ¡Justo a mí! No aflojamos para nada en nuestras discusiones, pero me cuidaba muy bien de no decir groserías ni ser gratuitamente agresivo. Isabel, en todo momento, era muy cuidadosa de las palabras que empleaba, así que no tuvo que cambiar nada. Y sucedió lo que era inevitable... y que me retorcía las tripas de los nervios. A la salida de esta asamblea se acerca mi prima... con Isabel... y me presenta. ¡Era una diosa! Más linda todavía de lo que yo veía de lejos... y con una sonrisa como de mil estrellas. «¡Sos bravo para discutir, eh!» Yo me quedé mudo como un imbécil. Pretendí mantenerme hosco y lejano…, pero duró solo diez segundos. En el grupo no estábamos solamente los tres. Otras chicas y chicos, seguramente alumnos de mi prima o compañeras de Isabel, nos rodeaban y caminaban junto a nosotros. En ese momento lo consideré una suerte. Me anonadaba tanto ¡qué no quería estar a solas con ella! Conversamos mientras caminábamos hacia la casa de mi prima, sin tocar el tema, sólo generalidades, el estudio, los jóvenes, la participación o no, etc., todas cuestiones buscadas explícitamente para no chocar. A las dos cuadras ya no daba más. No podía dejar de decirle algo personal. Creo que ya estaba enamorado de ella… y me molestaba la multitud. En algún momento, dos pasos más adelante o más atrás del resto, ¡y era ella quien acompañaba mi ritmo al caminar!, pude decirle casi al oído «sos tan inteligente que merecerías ser fea…», piropo que por entonces era una novedad. Se ruborizó… y bajó la vista. No me dijo nada y se alejó de mí. ¡Ya metí la pata! Estúpido. Me sentí mal. Entre un grupo de gente desconocida, que eran mis enemigos ideológicos, con una mujer hermosa a la que yo había molestado… ¡Todo mal! Al llegar a lo de mi prima los otros chicos se fueron. Yo iba a seguir mi camino. «Vení entrá. ¡Cómo te vas a ir! Vamos a tomar algo.» Entramos… y también Isabel. No me sentía totalmente confortable. Algo tironeaba de mí. Como algún remordimiento. No quería fallar a mis compañeros. No quería dejar de lado todo por lo cual yo venía bregando. No quería ser uno más de los que confirman ese viejo refrán, "los pendejos de una mujer tiran más que una yunta de bueyes". Pero me sentía fascinado por su presencia, su sonrisa, su voz… y sus opiniones, en todo, fascinado… aunque tenía que estar en desacuerdo. Algo así como una cuestión de principios. ¡Y a mi prima le divertía vernos y oírnos a nosotros dos! Fueron cuarenta o cincuenta minutos con la cabeza en las nubes. Cuando me fui me despidió con un beso en la mejilla. «Espero que no nos peleemos mucho en la próxima asamblea…» Sus ojos y su sonrisa me convertían en manteca. No podía responder inteligentemente. Trataba de tener todos los días un montón de actividades, para no pensar… y para poder encontrarme con Isabel. No fue así. Solo la volví a ver a la semana, en otra asamblea, faltando cuatro días para que retornara a La Plata, y nuestras discusiones fueron tan duras como siempre. No nos agredíamos, para nada, pero buscábamos argumentos para desarmar totalmente al rival. Cada vez lamentaba más que ella estuviera en las antípoda… y la posibilidad cierta de no verla nunca más. El último sábado en la ciudad, la última asamblea, en la mañana de ese sábado… y después nunca más. A las dos de la madrugada del domingo pasaba por la ciudad el ómnibus que venía de Rosario y terminaba en La Plata. Nos íbamos varios de los muchachos que habíamos viajado a principios de julio.

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-¡Qué pronto pasó el mes! Al final de la asamblea, a eso de la una de la tarde, Isabel se acercó. «Me dijo Tony que esta noche te vas…» "Tony" era mi prima. «Sí, el lunes comienzan las clases. Tengo que irme.» «Ya lo sé. Se acabó julio… ¿Te… puedo ver, luego, a la tarde?» Fui más audaz de lo que yo supusiera nunca, en un caso así «Yo no quisiera dejar de verte… nunca.» Se acercaban otros. «A las siete en la plaza 25 de Mayo.» Y se fue. La plaza estaba alejada del centro. Era la más linda. Inmensos árboles, un par de glorietas, el hermoso podio para la "retreta del desierto", el lugar en que la banda municipal daba sus conciertos en los atardeceres de verano…, muchas sombras y pocas luces. A las siete era de noche. Antes de la hora estaba en un banco, esperando. ¿Desde donde vendría? ¿Vendría? ¿Me vería? La plaza ocupaba dos manzanas. A la siete vi su silueta avanzar por un sendero. ¡Era ella! Tenía pantalones y una polera o buzo de abrigo. El cabello recogido y anteojos oscuros. Eso lo vi cuando estaba a tres metros. «¿Cómo me viste?» «Te vi cuando llegaste. Vine antes que vos.» ¿Hacían faltas tantas palabras? Nos abrazamos parados, eternamente. «Isabel…» «No me digas nada. Sé lo que te pasa. A mí me pasa igual.» ¿Cómo era posible que esta chica provinciana, alumna de una escuela de monjas, tuviera tan claro todo y la decisión de decirlo sin ningún complejo o timidez? ¿Qué incluso estuviera más allá que yo mismo, tipo supuestamente ultracanchero? Sentí sus lágrimas en mi rostro. «Cuando te dije que eras tan inteligente… creí que te habías ofendido.» «Me gustó mucho, pero me dio mucha vergüenza… y no quise que te dieras cuenta.» «¿Nos volveremos a ver? ¿Vas a ir a estudiar a La Plata?» «No, no iré a La Plata. Voy a Rosario, tengo parientes allí y unos primos y mis padres quieren que me aloje allí. Creo que no nos veremos más… y es mejor así.» «Pero… ¿por qué?» «Vos sabés que es imposible otra cosa. Ninguno de los dos va a cambiar.» «Pero… creo que tenemos códigos éticos comunes, más allá de la ideología.» «Sí…, pero si nos casamos… nuestros hijos se verían tironeados por todas partes.» Ella, sin duda, era mucho más racional que yo, aun cuando era creyente y yo no. O mucho menos dispuesta a dejar de lado sus convicciones religiosas y morales. No traté de convencerla, pero tenía un nudo en la garganta. «Te amo, Isabel.» «No me lo digas, por favor. Yo también, pero no me lo digas.» «Eres lo mejor que me podría haber pasado en la vida…» «Pero no soy como vos… Además tengo diecisiete años…» «¿Pensás que soy muy grande?» «No, ni por asomo. Si tuvieras cuarenta y fueras así, igual me hubiera enamorado de vos. Quiero decir… que quiero guardar siempre el mejor recuerdo posible… a pesar de todas las discusiones. Y quiero pensar que esas discusiones sólo fueron en una asamblea, en público, no en nuestro hipotético hogar ¿Te das cuenta?» Lógica pura. No tenía nada que decir. Nos abrazamos y besamos. Yo también quería que ella tuviera de mí el mejor recuerdo posible. Era un egoísmo un tanto extraño el mío. Me importaba más lo que Isabel pensara de mí, que lo que yo pudiera obtener de ella…

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-¿Qué pasa, enmudeció?

-No. Me descolocó. Me parecía que no quería que se adueñen de sus sentimientos… y ahora está entregando todo. Se enamoró. Ahora sí.

-Y me da vergüenza contar lo que sucedió luego… Es como si hubiera violado un extraño pacto de amor, aunque de ninguna manera considero que el sexo ensucia el amor, sino todo lo contrario. «Vamos a la ruta, ahora.» La "ruta" era el hotel que estaba sobre la ruta nacional. Se levantó, me tomó la mano y se dirigió decidida hacia la parada de taxis, en una esquina de la plaza. No iba a ser yo quien le explicara que si había algún problema, iba a ser de ella. ¡Eso significaba el cabello recogido y los anteojos! Sabía lo que quería cuando se encontró conmigo. Ahora me puse mejor. No iba a estar más a la rastra. Si el tachero la conocía o no, ya no me importaba. A ella tampoco. De pronto me di cuenta que no tenía casi nada de plata. ¡No me esperaba esto! Se lo dije directamente, «esperá, no tengo plata». «No importa. Yo sí. Vamos y listo.» Así fue. Hicimos el amor como si fuéramos a la guerra, los dos. Fue hermoso y muy triste. Al final terminamos llorando. Regresamos en silencio. Ahora estaba seguro, no nos veríamos más, otra vez… nunca más. Regresamos al lugar donde habíamos salido. «Quiero que sepas algo. Nada de esto hubiera sucedido si yo pensara que algún día serías mi esposo. No me olvides.» Y se fue. Me senté en el mismo banco de la plaza donde nos encontramos. Debo de haber estado una hora llorando. Volví a la casa de mis padres caminando, treinta cuadras, más o menos. Pensaban que me había olvidado del viaje.

-Fue hermoso, ¿no?

-Tal vez lo único sublime que le ocurrió a mi vida. Varios años después, mi prima, que nunca me había hablado del tema, me dijo que se había encontrado con Isabel en Rosario, que ella le había preguntado por mí, yo estaba casado, que me recordaba con cariño… y que me mandaba un beso grande. Así es la cosa, nomás.

-Usted tampoco hizo nada para retenerla.

-Es cierto. Sabía que Isabel tenía razón… pero intenté una pequeña trampa. Cuando me encontré con ella no tenía preservativo, no me imaginaba que terminaríamos en un hotel, pero en los hoteles siempre hay… y yo me hice el burro, con la secreta esperanza que quedara embarazada…, yo me enterara, o ella me buscara, y nos viéramos obligados a casarnos. Mire que loco ¿no? ¡A los veinte años yo pretendía casarme para no perder a la mujer que amaba! Con los años me di cuenta que Isabel era la oportunidad que había perdido el año anterior. Veía en Isabel, intelectualmente hablando, lo que había visto en Ella, ¿recuerda? Y eso mismo me fascinó. Por eso lo de… que era tan inteligente… En aquel entonces eso era apropiado…, ahora el mundo y las mujeres han cambiado tanto… que habría que decir "eres tan inteligente, que merecerías ser lesbiana"…

-¡Hey, hey, qué machista!

-Escuche, salvo excepciones, claro, la mayor parte de las mujeres…, bueno no digo nada, no quiero embarrarla. Ya veo que tiene ganas de ahorcarme… Estoy cansado.

-Está angustiado…, por eso se puso a decir pavadas…

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-¿No tiene ganas de hablar más?

-No. Por ahora no.