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Despues de la batalla de los 5 ejercitos (2)

en Grandes Series

DESPUES DE LA BATALLA DE LOS CINCO EJERCITOS ( CAP.2 Y 3 DE 26)

DOS

En Riobrand, un pequeño caserío ubicado en la margen derecha del Río Pedregoso, a tres días de galope de la Ciudad de Minas Ramil, en la ruta al santuario, el calor del verano se hacía sentir, durante la tarde los habitantes – pastores y granjeros – no salían de sus casas y solo los niños jugaban en los remansos del río.

Drina, hija adoptiva de Rulfo, pastor y cazador, no soportaba el encierro. Su cuerpo habituado al aire libre, a la llanura y el bosque no se acostumbraba a tardes enteras dentro de la casa cosiendo o bordando, ayudando a su madre adoptiva a hilar o tejer. En su cuerpo corría sangre de guerreros y elfos. Su madre había sido hija de Troyan medio elfo de la estirpe de Mahedros y Dragna, tía de la Regente y su padre - Tramil – fue Maestre de Guerra de la Marca del Norte. Ambos murieron durante una incursión Orca cuando Drina tenía algunos meses y salvó su vida gracias a la valentía del hoy anciano Rulfo, que en aquellas épocas cabalgaba con Tramil. Hoy 20 años después la pequeña bebé era una formidable mujer de talla imponente, una cuarta mas alta que el común de las mujeres del Reino debido a su ascendencia élfica, de fuertes piernas y brazos desarrollados en sus andanzas al aire libre y sus largas jornadas a caballo ya sea pastoreando el ganado de Rulfo o simplemente galopando por el bosque o el campo, o cazando con maestría desde el caballo al galope con arco y flecha.

Estas cualidades, su especial naturaleza y la prevalencia de la sangre élfica sobre la humana hacía que Drina no se sintiera cómoda en Riobrand.

El calor que en el pueblo, vaciaba de habitantes calles y campos, impulsó a Drina a la realización de una de las pocas cosas que amaba de Riobrand en las tardes de verano, la cercanía del río daba la posibilidad de nadar en las refrescantes aguas del Río Pedregoso.

Ni siquiera los niños – que solo jugueteaban en la ribera cercana al pueblo y de aguas poco profundas - estaban a la vista del recodo sobre el vado del camino usado por Drina. En la costa a la sombra de los árboles estaba su caballo, la montura, su ropa, su arco y el carcaj de sus dardos.

Mientras lentamente flotaba, Drina volvió a los sueños que la acosaban de vez en cuando. Formar parte de los regimientos del Reino y volver a combatir a los invasores orcos que habían matado a su familia.

Pero no era fácil cumplir ese deseo. No se admitían mujeres en los regimientos. Al contrario que entre los elfos, en algunos de los reinos de los hombres no acostumbraban a incorporar mujeres a sus formaciones de combate, este era uno de ellos.

Solo en la defensa de las ciudades amuralladas algunas mujeres valientes colaboraban con los defensores desde las murallas almenadas arrojando dardos o manejando catapultas.

Sin embargo más al sur, en los pequeños territorios más primitivos de poblaciones nómades, las mujeres integraban los destacamentos montados de combate. Ello motivado por la propia naturaleza nómada del clan. Tanto hombres como mujeres de estos clanes de montaraces "vivían" sobre los caballos. Desde la niñez aprendían a montar y a usar las armas para defender a los rebaños que pastoreaban de depredadores animales, humanos u orcos.

Esta vida dura y casi siempre a la intemperie tenía sus consecuencias. Esas mujeres no tenían la belleza frágil y delicada de sus congeneres de la Ciudad o la belleza rubicunda de las aldeanas, el esfuerzo de ese tipo de vida no apta - en principio – para la naturaleza femenina producía un envejecimiento acelerado y en muchos casos una muerte prematura.

 

TRES

Sin embargo, llegó la mañana y nada se divisó en el horizonte desde las torres de vigilancia de Kamar - Al- Futura o de Nan-Tathren, solo el amplio desierto y los espejismos producidos por el sol recalentando la tierra seca del otro lado del valle.

Pero el desierto se veía más desierto que nunca. Ni liebres corriendo, ni aves en el cielo, solo sol y pastizales resecos por el tórrido verano.

Los guardianes más viejos sabían que una incursión orco de gran envergadura era mucho más lenta que la estampida de los animales que la precedía. Las tropas de Saurón, con sus pesados zapatones de madera y hierro se movían a un tercio de la velocidad de marcha de los elfos y a la mitad de la velocidad de marcha de los ejércitos de los hombres, obviamente mucho más lenta que la estampida de ciervos, gacelas y cabras.

Dependiendo de donde había comenzado la huida de los animales, podía suceder que las avanzadas de los invasores estuvieran aun a más de un día de distancia de los últimos rebaños que atravesaron el río.

Famar, el capitán de la guardia de Kamar - al -Futura ordenó el cierre de las puertas. Hacia meses que las mismas no se cerraban, pero los guardias estaban entrenados y en menos de una hora se cerró el paso del puente de piedra, las puertas quedaron aseguradas y trancadas con fuertes barras de hierro reforzadas con puntales de pino y abeto.

En el paso, los guardias de Nan-Tathren reforzaban las defensas con troncos, y largas ramas con las puntas afiladas endurecidas con fuego, semejantes a gruesas lanzas, clavadas en el piso en ángulo, unidas entre si por cuerdas de follaje y ramas de espino. Todos sabían que esas defensas eran insuficientes para rechazar un ataque en regla de una formación compacta de orcos, pero serian suficientes para retrasar su avance y permitir la acción de los arqueros y – de ser necesario – demorar el avance hasta que el destacamento montara y retrocediera al galope poniéndose fuera del alcance las lanzas y anchas espadas de doble filo de sus enemigos.

Esa era precisamente la táctica elegida.

Detrás del vado y del cañón del Rió de la Aguas Hirvientes se extendía una gran llanura con pastizales altos, sin árboles o formaciones rocosas donde una fuerza invasora pudiera hacerse fuerte. En tales espacios abiertos, las tropas de a pie, como los orcos y sus aliados, eran presa relativamente fácil de los destacamentos montados que atacaban por los flancos en rápidas incursiones, cortando las rutas de abastecimiento y ordenes de la fuerza invasora, sembrando la confusión y obligando a los invasores a marchar mas lento, en permanente formación de combate lo que daba tiempo a la reunión del ejercito del reino para hacer frente a la invasión en una batalla en regla.

Esta táctica, aprendida por los numeronianos de los Noldor había sido desarrollada al máximo por los jinetes de Rohan y de allí se había transmitido a los reinos vecinos.

Los Roarhim eran expertos lanceros, sus lanzas terminadas en puntas de hierro forjado y adornadas con banderolas habían sido desarrolladas a partir de las lanzas arrojadizas de los elfos, pero eran más gruesas, fuertes y largas y permitían su uso desde el caballo al galope junto con el pequeño escudo redondo rojo y adornado con el emblema del caballo.

El destacamento de Nan-Tathren, como los otros de la línea de fortines a lo largo del río, estaba formado por hábiles arqueros montados, capaces de disparar con precisión un dardo a 100 pasos de distancia desde un caballo al galope.

En esta táctica y en la habilidad en el manejo del caballo confiaban los hombres para detener las incursiones. Nunca desde muchos años atrás una incursión de orcos descubierta a tiempo logró cruzar la larga planicie (Seis días de marcha a pie humano) hasta las tierras altas, siempre fueron aniquilados por las formaciones de jinetes y la infantería pesada reunidos a partir de la alarma de las guardias de la frontera.

Las canciones y relatos cuentan sobre estos combates que dieron fama a los capitanes de las marcas o de la legión, muchos de los cuales por su arrojo y valentía al intentar atravesar las formaciones de los invasores hallaron la muerte en combate.

En cambio en fuertes como el de Kamar - Al - Futura la táctica era distinta. Allí una vez cerradas las puertas los guardianes se encontraban protegidos por altísimas murallas de piedra de más de 300 escalones, murallas que aun se ven en las ruinas de aquel lugar y sobreviven a las épocas, tan gruesas que seis hombres podían caminar de frente por la parte superior. En las esquinas del fuerte, de plano cuadrangular montado sobre el puente, altas torres redondas permitían el ataque lateral de los que asediaran las puertas y murallas.

La cresta del muro consistía en una larga serie de almenas y torneras desde donde los ballesteros y arqueros disparaban protegidos, como así también las torres estaban armadas de catapultas que permitían lanzar bloques de piedra o bien odres con aceite mineral encendido.

Últimamente muchos de los guardianes habían aprendido de los pastores montañeses el uso de la honda, que permitía lanzar a gran distancia y a muy alta velocidad pequeñas bolas de hierro armadas con filosas puntas o bien pequeñas vasijas de barro con aceite mineral encendido, artilugio que provocaba estragos en las filas atacantes, ya que el aceite encendido se pegaba a las largas cabelleras o a las armaduras de cuero, (típicas de los orcos) y no podía ser apagado con agua. Esto provocaba que el soldado incendiado corriera contagiando el fuego y el desorden entre los que lo rodeaban.

Con estas armas, mas las lanzas y espadas, los guardias de los hombres esperaban el ataque del invasor.-

(Continua)