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Despues de la batalla de los 5 ejercitos (4)

en Grandes Series

CUATRO

Los mensajeros atravesaron la llanura, en su carrera sobrepasaron las caravanas de los pastores que huían hacia las tierras altas y que habían abandonado el valle horas antes.

En la amplia llanura no había una red caminos, solo algunas sendas creadas por los animales o los hombres que confluían a las aguadas o al único camino real, de grandes losas de piedra que cruzaba en el puente de Kamar – Al - Futura para internarse en el desierto.

Siguiendo las sendas los jinetes llegaron al camino aun no ocupado por los pastores que huían y desierto en la mañana del tórrido verano.

Los cascos herrados de los caballos al galope sacaban chispas al galopar con las antiguas losas y luego de horas de feroz carrera los mensajeros alcanzaron la primera posta –reten.

En pocos minutos y mientras transmitían la noticia a la guarnición, montaron caballos de refresco y prosiguieron su carrera rumbo a la Ciudad.

Horas después, ya entrada la tarde los mensajeros llegaron a las murallas de la Ciudad, las puertas estaban abiertas y un pequeño grupo de soldados conversaba despreocupadamente junto a la puerta principal.

Los jinetes, casi sin disminuir el paso de los caballos y gritando a los guardias "ataque orco" prosiguieron rumbo a palacio mientras el destacamento de la puerta hacia sonar sus cuernos de guerra. No es habitual que tres guardias de avanzada entraran al galope a la ciudad gritando tal mensaje, eso solo podía significar peligro y las estrictas órdenes de la regente al respecto establecieron - tiempo atrás - que ante la menor señal de peligro debía darse la alarma.

Tal como sucedió en el valle del Rió que Hierve, el sonido de los toscos instrumentos resonó por las callejuelas y murallas de la Ciudad y fue repetido innumerables veces por los guardias de torres y puertas y finalmente acompañado por las trompas de bronce de los guardias de palacio.

Obviamente nadie sabía que se trataba, pero la Ciudad entera se preparó para un ataque. Las mujeres encerraron a los niños en sus casas, los comerciantes y artesanos comenzaron a cerrar sus talleres y tiendas, los soldados corrieron hacia sus cuarteles y allí se repitieron, en mayor escala los mismos sonidos y gritos que en el pequeño fortín del paso.

En palacio, la regente dejó su baño en la fuente del patio interior y solo envuelta en los lienzos que le alcanzaron sus sirvientas corrió a la plazoleta frente a las puertas de palacio a recibir a los mensajeros, ya que el centurión de guardia - a los gritos - informaba a quien quisiera oírlo que había una alarma de ataque orco en ciernes.

No era la primera vez que una alarma como esta sucedía, y aunque en los últimos años la Ciudad no había sido atacada la población estaba prevenida y cada uno sabia que es lo que debía hacer. No hubo escenas de pánico, solo rostros serios y preocupados, manos febriles cerrando puertas y ventanas, colocando trancas y cerrojos. En cada casa se llenaron grandes vasijas con agua y se prepararon odres con el vital elemento. Se empacaron provisiones y pertenencias para una rápida y eventual evacuación al santuario. Es decir se hizo todo lo que, según se había estado enseñando durante años por los maestres de guerra debía hacerse ante crisis como esta.-

En la plazoleta el jefe de marcha del pequeño destacamento fronterizo rindió su informe frente a la Regente y el grupo de guardias y nobles reunidos.

En realidad el informe no era demasiado extenso y tampoco preciso. Solo la estampida de los animales de la pradera y el silencio. Nada se sabía sobre que clase de fuerza hostil amenazaba al país.

La Regente reunió, sin vestirse y tal como estaba al concejo del Reino, el maestre de armas, el capitán de la guardia, los maestres de guerra de los regimientos, el maestre de las casas de salud, los jefes de los sacerdotes y algunos nobles de las marcas que – por causas diversas – se encontraban en la Ciudad.

Se tomó la decisión de convocar a los jinetes de las marcas y a los legionarios, enviar mensajeros por las postas a los reinos vecinos y preavisar a los habitantes de los caseríos y granjas de los valles para que preparen la evacuación.

El primer cuerpo de jinetes de la guardia, conformado por dos centurias de legionarios, fue movilizado y al mando del Maestre de Guerra Hildegarth debía partir inmediatamente hacia el paso no solo para reforzar la defensa, de ser esto posible, sinó también para conocer mas detalles del peligro que asechaba a Minas Ramil.

Hildegarth gozaba de fama de valiente y astuto entre sus hombres y en general entre los guerreros del Reino, algunas cicatrices en su cara marcaban el recuerdo de varios encuentros con incursores Orcos. No era un hombre ni alto ni corpulento, era mas bien bajo y enjuto, puro nervio y músculo con una pequeña barba negra y su cabellera entrecana unida en una trenza, como usaban los jinetes para facilitar sus movimientos. Sus órdenes eran simples. Enterarse que pasaba, enviar el aviso a la Regente y resistir el ataque de la fuerza invasora con la táctica de la guerrilla y la tierra arrasada. Salvo que la defensa del paso fuere posible. Debía ganar no menos de 10 días para que la Regente lograra reunir los guerreros del Reino y sus aliados para dar batalla al invasor de ser necesario.

CINCO

Un fuerte chapoteo proveniente del río sacó a Drina de sus ensoñaciones y fantasías, dos caballos al galope cruzaban por los vados provenientes de la Ciudad.

Sus jinetes se internaron en el desierto caserío haciendo sonar sus cuernos de guerra transmitiendo la señal de alarma "ataque orco", y – al galope - siguieron por la senda rumbo al siguiente pueblo.

Antes que Drina se terminara de recuperar de la sorpresa y mientras salía desnuda del agua en busca de su ropas un nuevo jinete entro en el vado pero esta vez al paso.

Montaba el pequeño pero robusto caballo una mujer. Por el tipo de animal, por la vestimenta y las armas que portaba, Drina reconoció a un miembro de alguno de los clanes nómades del sur.

El caballo estaba muy sudado, con señales de haber recorrido mucha distancia y una vez en el banco de arena del centro del río su jinete se dejo caer de la silla a la refrescante corriente sin haberse percatado de la presencia de Drina.

Allí la mujer se despojó de sus armas y ropas que colgó de la montura del animal y se zambulló en la zona poco profunda del río, cerca del recodo que utilizaba Drina.

En el caserío la alarma despertó de su letargo a los aldeanos que salieron de sus casas a comentar lo sucedido y entre sofocones y gritos comenzaron a uncir bueyes a carretas, atar caballos a los carros, recoger sus animales de los establos y cargar sus pertenencias preparándose para abandonar la aldea rumbo a la Ciudad.

La pequeña población no estaba en condiciones de ser defendida de un ataque de una tropa de orcos, por más pequeña que fuere. Sus habitantes, salvo el ya anciano padre de Drina jamás habían participado en un combate, es más, en todo el pueblo -con mucha suerte- habría ocho o diez espadas, incluyendo las de Rulfo y la que portaba Drina. Solo algunos jóvenes poseían arcos de caza casi inservibles contra una armadura, aun las de cuero de los Orcos.

Rulfo, montado en su ya también viejo caballo, dirigía al grupo de aldeanos y aldeanas para formar la caravana. Habían acordado partir lo más pronto posible para aprovechar la luz del día y avanzar lo más posible. Rulfo no tenia muy claro que clase de peligro asechaba, ni de donde provendría, solo sabía que la única forma de salvar la vida de sus vecinos era ponerlos bajo la protección de las murallas de la Ciudad. Así le habían ordenado desde hacía ya bastante tiempo los periódicos mensajes que la regente enviaba a los caseríos del reino.

Las caravanas de aldeanos rumbo a la Ciudad en poco tiempo más llenarían los caminos y eso podía dificultar el avance de las tropas de la regente. Sin embargo, Rulfo estaba seguro que el ataque provenía del otro lado de la Ciudad. Los mensajeros que pasaron venían de la Ciudad y antes nadie había pasado por Riobrand. Además, el camino que cruzaba por el pueblo no venia de la frontera, era un camino secundario que, después de cruzar el Río se dirigía hacia el interior, hacia la cadena montañosa que cerraba la frontera como una muralla impenetrable. La altísima cadena no tenía pasos franqueables sino a gran altura y por pequeños en desfiladeros o cornisas que solo permitían el paso de una persona o animal al mismo tiempo. Por allí ni siquiera los más enloquecidos orcos se atreverían a invadir. Los pasos de esas montañas eran defendibles por pequeñísimos grupos de guerreros que con mínimo esfuerzo los bloquearían dejando a los invasores atrapados entre los dardos de los defensores y las nieves de las alturas.

Por otra parte, en algunos sectores de la cadena habitaban en cavernas defendidas por largas galerías algunos clanes de enanos que – tal como se sabe – si bien no eran grandes amigos de los hombres, no estaban dispuestos a permitir a los Orcos y sus aliados (Y tampoco a elfos u hombres) el paso por sus dominios.

Allí, en la ladera del monte del techo del Cielo estaba el santuario.

Rulfo consideró estas cuestiones y decidió partir de inmediato, su pequeña caravana no interferiría el paso de las tropas y no parecía que la Regente hubiera ordenado la retirada de la población al Santuario.

Ordenada la caravana, y haciendo sonar su cuerno Rulfo se puso en marcha, pero con el trajín de la preparación de la evacuación recién ahora notó que faltaba Drina.

Notó que no estaba en el establo su caballo y conociéndola, sabía que estaría por el río o por el bosque, seguramente que al atardecer, cuando volviera y no encontrara nadie en el poblado, los alcanzaría, los rastros de la caravana los podría seguir aun un niño y de noche, más aun una rastreadora experta como Drina.

Su caballo era diez veces más veloz que la caravana de rebaños, carros y carretas de bueyes. No había problema, y además no había tiempo que perder. Drina podía arreglárselas perfectamente y no se atisbaba peligro inminente. La caravana partió.

SEIS

En el río Drina sentada desnuda en la arena de la costa se quedó observando a la joven mujer que se bañaba en el remanso sin haberse percatado de su presencia. Una extraña sensación había empezado a correr por su cuerpo.

En su cabeza – de pronto – se borró cualquier pensamiento guerrero, solo admiraba la desnudez de la bañista y su único pensamiento era hacer el amor con esa mujer.

Drina, desde hacia ya tiempo y según las costumbres del país había tenido relaciones sexuales con varios jóvenes de su edad. Relaciones que le resultaron satisfactorias y la llenaron de placer. Jamás había pensado en la posibilidad de tener sexo con otra mujer. Por eso no solo se sentía extraña sinó confundida. En el Reino las relaciones entre personas del mismo sexo, si bien no estaban prohibidas como en otros lugares, no eran consideradas apropiadas.

Sin embargo eran conocidas (y muy comentadas en todo tipo de tonos), las relaciones entre si de las sacerdotisas vírgenes que rodeaban a la Regente y (en reservadísimo tono) las de la Regente con ellas.

Sin embargo nunca tales relaciones fueron públicas y no pasaba – en definitiva – de comentarios: parloteo de mujeres en el mercado y de hombres en la taberna.

Pero Drina se sentía atraída por la belleza joven y agreste de la jinete del Sur.

Drina era decidida y no se caracterizaba por los rebuscamientos y melindres de las mujeres de la Ciudad. Tener sexo con la sureña era, para ella, un objetivo que debía llevarse a cabo rápida y eficientemente, como cazar una gacela o enlazar una vaca que se separaba del arreo. Y se decidió a realizarlo.

Entonces se dirigió, desnuda como estaba, hacia donde la sureña disfrutaba de su baño.

La aparición de Drina frente a la bañista fue una total sorpresa para ella, que solo se percató de su presencia por el chapoteo de sus pies en el agua. Se irguió rápidamente en busca de su espada, pero al observar que su visitante venia desnuda y – obviamente – sin armas su gesto defensivo se detuvo.

Tampoco intentó tomar sus ropas. Eran dos mujeres en el medio de la soledad. Hacia mucho calor y no existía ninguna razón para apurarse a vestir nuevamente las sudadas ropas de viaje.

Tarsia – así se llamaba la sureña – guardó la espada en su vaina y saludó levantando la mano, estaba sorprendida no solo por la aparición de una persona en el vado del río (Los mensajeros que había cruzado en el camino le informaron sobre la evacuación de los pueblos del valle) sino de una mujer de extrema belleza y además, desnuda.

Se restregó los ojos ¿No sería una aparición y Melian la diosa del bosque le estaba jugando una broma? No, no era una visión provocada por el calor.

No era un Elfo del Bosque, ella los conocía, más de una vez los había visto, los Elfos no tenían la piel color bronce como la aparición y –por supuesto - eran mucho más altos.

Era una hembra de la raza humana. Y además hermosa.

¿Que demonios hacia una mujer como esa, desnuda en la playa de un pueblo abandonado ante una avance Orco?

No tenia apariencia de demente, ni parecía estar huyendo de alguien o de algo, solo una amplia sonrisa en su cara y la mano levantada, en el típico saludo de los nómadas y los viajeros.

En definitiva, no tenia sentido. Pero no le desagradó.

Cuando los mensajeros le dijeron de la evacuación de los diversos pueblos y caseríos que iban dejando atrás, se amargó sobremanera. El viaje hasta la Ciudad sería de lo más aburrido, solitario y hasta peligroso en un país vacío, la aparición de otra persona cambiaba la situación.

Tarsia se relajó, sonrió y desde la distancia gritó, en el idioma común: "soy Tarsia"

"Soy Drina" fue la respuesta.

Venís a la costa o yo voy al agua?

Voy, dijo Tarsia y tomando de las bridas a su caballo, se dirigió a la playa donde la esperaba su interlocutora.

Mientras se acercaba, vio el caballo de Drina pastando en el linde del bosque, su montura, sus armas y sus ropas amontonadas junto a un árbol. Esto terminó de convencerla que no se trataba de una aparición.

La situación le agradaba sobremanera. Solo la sensación de vacío en el estomago la molestaba. Desde la mañana galopaba furiosamente y no había comido nada. Realmente tenía hambre.

Y ya no existía urgencia en llegar a la Ciudad.

Desensilló su caballo, dejo su montura, armas y ropas junto a un árbol y soltó a la fiel bestia que contagiándose de su ama se dirigió a los suaves pastos del borde del bosque y luego de revolcarse en la arena comenzó a pastar como si estuviera en sus tranquilas planicies del Sur, en primavera.

Drina se sentó en la arena, a la sombra del bosque, la arena todavía estaba caliente del sol que la había castigado todo el día. Y con un gesto invitó a la recién llegada a sentarse a su lado. De cerca la visitante se veía aun más bella a los ojos de Drina. Pero su deseo de sexo podía esperar. Primero tenía que saber.

Tarsia, aun con un poco de temor se sentó cerca de Drina.

Rápidamente Drina le contó que vivía en el caserío cercano, que este se llamaba Riobrand, que habían pasado unos mensajeros anunciando ataque Orco hacia muy poco tiempo y que – seguramente – su padre Rulfo estaría guiando a los habitantes rumbo a la Ciudad.

Esto y la calmada voz de Drina, terminó de tranquilizar a Tarsia. Ella le contó que su clan se había internado bastante en la planicie de la zona de frontera, mas allá del Río que Hierve aprovechando los pastos del verano para sus rebaños, pero que hacía ya un tiempo había percibido la huida de los animales de la pradera y sus vigías divisaron a lo lejos las avanzadas de una inmensa formación de Orcos. Comenzó allí una alocada huida del clan con sus rebaños; hacia tres días habían cruzado el Río que Hierve casi en sus nacientes, en las faldas de las montañas y proseguían su huida hacia el interior a las tierras altas pero lejos de la Ciudad, siempre cerca de la montaña donde en los valles ocultos y en los desfiladeros solo conocidos por los nómades se podrían ocultar o bien sostenerse – con éxito - ante un ataque orco.

Hacia aquellas zonas convergían también otros clanes de los nómades del sur alertados del ataque. Varios clanes reunidos formaban una importante masa de guerreros montados que podrían enfrentar a una tribu entera de Orcos, sobre todo en una guerra de desgaste entre las faldas de la montaña, los cañones, quebradas, hondonadas y estribaciones montañosas.

Su abuelo, el jefe del clan, por ser diestra jinete y para no desprenderse de ninguno de los hombres que podían ser necesarios para defender al clan de un ataque, la envió para dar aviso de la invasión a la Ciudad. Urlik, si bien no se sentía vasallo de la Regente, creía que era obligación de honor comunicarle la noticia. Hacía tres días y tres noches que venía galopando furiosamente, solo descansando cuando se lo requería su caballo, pero ya no había apuro. Los mensajeros que cruzó en el camino le indicaron que ya la noticia había llegado. Su mensaje no tenía la urgencia inicial. Podía descansar y seguir mas tarde. Debía cumplir informando a la Regente y a los Maestres de Guerra de lo que su Clan sabía y su Abuelo le había encomendado transmitir y entregar el mensaje que - escrito por su abuelo en pergamino - llevaba en su morral. Era una cuestión de honor y en el Sur, el honor es sagrado.

Tarsia, después de descargarse con Drina y sintiéndose bajo su protección, se tiró exhausta sobre la arena e instantáneamente se quedó dormida.

Drina después de escuchar el relato quedó totalmente sorprendida, y mas aún cuando Tarsia se durmió. Sorprendida por las noticias y por la belleza de la joven sureña dormida a su lado, en su sueño Tarsia se relajó, su cuerpo irradiaba calor y Drina sentía que sus deseos de poseerla se multiplicaban, pero aprovecharse de la joven dormida para gozar de su cuerpo era una violación, contraria a la lealtad y el honor. La viajera - de hecho - se había puesto bajo su protección, Drina también tenia honor y el honor le hizo posponer su deseo de sexo.

Y el sol comenzaba a bajar, ya era más de la media tarde y Tarsia dormía placidamente, en sus sueños se dio vuelta en la arena y su cabeza terminó recostada sobre su brazo, casi pegada al cuerpo de Drina.

Drina se acercó a la cara de su protegida para ver mas en detalle ese bello rostro, Tarsia se despertó de golpe y con los labios de Drina muy cerca de los suyos. No se inmutó, abrió levemente los suyos, y sin decir palabra pasó su mano por detrás del cuello de Drina y sosteniéndose con su brazo se elevó de la arena tibia, apoyó su boca en la de la de ella y sintió el placer de introducir su lengua en la húmeda boca.

Drina, sorprendida y halagada respondió al beso… las dos se abrazaron, Tarsia sintió como los erguidos pezones de la diosa del bosque se clavaban en sus tetas y mas se aferró, entre su cuerpos no cabía una brizna de hierba, las dos mujeres se revolcaban en la arena besándose y acariciándose, Tarsia fue bajando su mano hasta la vagina de Drina, allí con sus gruesos y fuertes dedos jugó con la enrulada mata de vello y hurgando entre ella introdujo uno, luego dos y hasta tres dedos en la mojadísima concha de Drina, que revolviéndose de placer dejaba hacer. En segundos la previa excitación de Drina, que llevaba mas de una hora aguardando que Tarsia abandonara el sueño, más las expertas manos de la sureña hicieron que explotara en varios orgasmos seguidos arqueando su cuerpo y clavando más aun sus pezones en las tetas de Tarsia, que no dejaba de besar el cuello y la cara de su pareja.

Drina también bajo su mano y penetró con sus finos dedos en la húmeda concha de Tarsia, acarició su clítoris y en menos de un minuto Tarsia se retorcía en un orgasmo múltiple que le causaba tres dedos en su concha y dos en su culo. Largo rato estuvieron las dos hembras dándose placer sobre la playa, sin hablar, solo se escuchaban sus jadeos, sus gritos de placer, el ruido del río y el canto de algunos pájaros que trinaban en los árboles cercanos.

Ya casi estaba anocheciendo cuando se separaron, con todo su cuerpo cubierto de arena, mezclada con sus fluidos y el sudor del combate amoroso. Tarsia se levantó y entre risas corrió hacia el agua.

A bañarse antes que anochezca ¡!!! Gritaba

Voy.

Fue el grito de Drina y en segundos ambas estaban nadando en el remanso dejando sus cuerpos limpios y brillosos.

La jovencita del sur, salió corriendo del agua gritando:

te amo, tengo hambre y quiero comer un montón antes de hacerte el amor de nuevo!!

SIETE

El primer cuerpo de la legión salió de la Ciudad. Los Legionarios eran – en realidad – los únicos soldados profesionales del reino, la mayoría de sus oficiales y soldados dedicaban 5 o 10 años al servicio activo luego de su incorporación voluntaria al ejército. Finalizado el servicio volvían a sus lugares y trabajos de origen, pero siempre quedaban bajo banderas, y estaban listos en caso de que el Rey los convocara. Debían lealtad solo al trono, estaban exentos de los servicios feudales, de la gleba y de toda otra obligación y (Esto era muy importante en aquella, como en cualquier otra época) estaba eximidos del pago de todo tipo de impuestos y tributos.

Provenían de todo el país y de todas las clases sociales y solo se aceptada a los mejores jinetes y los mas diestros en el manejo de las armas, todo ello sabiendo que serían – en caso de ataque como el que estaba en curso - el grupo que primero chocaría con el invasor.

Esta fuerza de elite salió entonces por las puertas del norte rumbo a la frontera en peligro, en formación de dos en fondo. La organización de la columna por centurias y decurias se hizo sobre la marcha, generando un revuelo de jinetes y polvareda ya sobre el mismo camino.

Hildegarth destacó una decuria de caballería liviana como vanguardia, con órdenes de exploración que se desprendió al galope por el camino real, el resto de la columna siguió ordenándose al trote mas lento de la caballería pesada que formaba el núcleo de la legión.

En su marcha a la frontera ya se comenzó a cruzar en el camino con las caravanas de pobladores y con los rebaños de pastores que alertados por mensajeros y señales se replegaban rumbo a la Ciudad. Solo los ocupantes de las postas-retén aun se mantenían en sus puestos, el resto de la población, en forma más o menos ordenada se retiraba a guarnecerse tras las murallas de la Ciudad.

La avanzada de la Legión pasó las dos primeras postas reten sin novedad, no había nuevos mensajes de la frontera y los pastores y granjeros que de allí provenían no traían noticias, salvo lo que ya se sabia. En la tercera posta, ubicada en el cruce del camino real con varios caminos secundarios que provenían del resto del país, la vanguardia se encontró con un numeroso grupo de guerreros de los feudos, al mando de sus señores que se habían movilizado y se estaban concentrando para marchar hacia donde ordenara la Regente. El decurión al mando destacó dos jinetes para comunicar la noticia a Hildegarth, y como la noche se acercaba decidió acampar allí, junto con los guerreros feudales. No era un campamento tranquilo, sobre todo por la incertidumbre.

Se encendieron fogatas y se pusieron centinelas.

Pasada la media noche y guiados por las hogueras arribó la Legión. Hildegarth, reunió concejo de guerra a sus centuriones y los señores presentes y siguiendo las ordenes de la regente se decidió que la Legión siguiera rumbo a la frontera y que el resto de las tropas se replegase hacia la Ciudad, dejando solo en las postas-reten pequeños destacamentos altamente móviles y muy bien montados a lo largo de la ruta para apoyo y comunicación, a fin de que cualquier noticia llegase rápidamente ya sea hacia como desde la Ciudad.

Ya de madrugada los centinelas hicieron sonar los cuernos, del rumbo del Río Que Hierve venían dos jinetes a galope tendido.

Desmotaron, sus caballos y los jinetes mostraban los efectos de casi un día de galope (De allí a al fortín del paso no había mas postas-reten). Tambaleándose de cansancio fueron conducidos a la presencia de los jefes reunidos. El informe era simple y claro, los exploradores del fortín de Nan-Tathren, que se habían internado durante la noche anterior en la planicie habían divisado una columna de varios miles de orcos (tal vez 10 o 15 mil), Turnes suponía que eran dos tribus enteras, reforzadas por varios clanes de otras tribus a juzgar por las banderas y las diferencias de armamento. También había varios centenares de hombres del norte, dos o tres olifantes y caravanas de bueyes que arrastraban equipo pesado (Torres de asalto, catapultas, arietes, carretas con escaleras y sogas lanza garfios, etc.) en grandes cantidades, dejando de lado el vado y dirigiéndose directamente al puente de Kamar – al – Futura. Su marcha era lenta, pero continuada, no había parado durante la noche.

La estrategia de lo orcos parecía simple y lógica, semejante caravana no podría atravesar el río por el vado, solo el puente permitiría el paso de la misma y tal incursión solo podía tener como destino una gran ciudad amurallada.

Hildegarth, despacho un nuevo par de correos hacia la Ciudad con las noticias y al alba la Legión se dirigió al paso y el resto de los guerreros emprendió la marcha rumbo a la Ciudad. Los mensajeros avanzados de la legión partieron antes, con órdenes de poner sobre aviso a los defensores del puente y recorrer la línea para concentrar todos los destacamentos montados en el paso. Desde allí sostendría el ataque a la columna invasora cuando esta enfrentara las defensas de Kamar –al futura.

La diferencia numérica (Dos centurias de legionarios y unos 100 guardias de la frontera contra 10 o 15.000 orcos y sus aliados) era tan importante que no existía ninguna posibilidad de enfrentar con alguna probabilidad de éxito a los orcos en combate abierto. Solo había que confiar en la resistencia de las murallas del puente y en la estrategia de la guerra de guerrillas.

OCHO

Anochecía, Drina y Tarsia corrieron por la playa, se vistieron apresuradamente y llevando de las bridas los caballos se dirigieron al pueblo.

La única calle (Que a la vez era el camino) estaba desierta y no había luces en las casas, todas las casas estaban cerradas y no había signos de lucha, los aldeanos habían huido. Pasada la sorpresa Drina le explicó a su amiga-amante que seguramente su padre había ordenado la evacuación cuando recibió el aviso de los correos y ya la caravana estaría bastante alejada, habían pasado unas 8 horas del paso de los mensajeros y unas tres o cuatro desde que la gente abandonó sus hogares.

Seguramente en poco tiempo pasarían por el pueblo huyendo los pobladores de las aldeas de camino y río arriba que - a varias horas de distancia - estarían ya en camino para la Ciudad, no se trataba de mucha gente, tal vez quinientas o seiscientas personas de las dos aldeas cercanas.

Pero esas caravanas de aldeanos no se movían de noche, seguramente al amanecer entrarían en el pueblo. Drina y Tarsia dejaron sus caballos en el establo de la casa de Rulfo y por la puerta trasera y secreta de la confortable cabaña, entraron.

Allí Drina encendió una lámpara y ambas se miraron. En un impulso Tarsia se abalanzó sobre su amante y metió sus labios en aquella boca tentadora, que con los reflejos de la lámpara de aceite parecía aun más roja que durante el día en la playa.-

Las dos hembras se trenzaron nuevamente en un beso donde las lenguas se entrelazaban y las manos de cada una acariciaban el cuerpo de su amante.-

Hagamos el amor de nuevo, imploró Tarsia, mientras se quitaba rápidamente la ropa

Mmmmmmm…. No, afirmó Drina. Después, primero comamos, descansemos un poco, antes que el camino se llene debemos partir.

Tarsia asintió.

Lo que vos digas mi AMA, te puedo llamar así?

Vos no sos mi esclava, yo solo soy Drina

Pero me gustaría serlo, ser tu esclava, servirte, adorarte y hacerte el amor todo el día y toda la noche.

Sos una exagerada, pero no me disgusta la última parte.

¿Cual?

La de hacer el amor todo el día y toda la noche…

Jajajajajaja

Drina rebusco en las alacenas ocultas mientras Tarsia se movía desnuda, exhibiendo su hermoso cuerpo por la casa encendiendo el fogón y poniendo platos en la gran mesa de madera del centro de la habitación.

Desnúdate, me gusta verte desnuda… pidió Tarsia, y Drina, mientras echaba en la olla hirviente algunas hortalizas y dos grandes trozos de cerdo salado se desnudó. Los reflejos del fuego sobre la bronceada piel de las dos mujeres hacían resaltar aun más su belleza.

Si no fuera que me muero de hambre te metería ya en mi cama, anunció triunfante Drina, con un gran cucharón en la mano

Si no fuera que desfallezco de hambre y sed, te besaría todo el cuerpo, y sobre todo esa hermosura de concha.

Ufffff mejor comamos.

Drina, te amo

Yo también…

Mientras la olla hervía y se preparaba el suculento cocido, las dos aprovecharon el tiempo besándose y acariciándole hasta que el aroma de la comida las sacó de su enamoramiento y con cucharas, cuchillos y manos atacaron la cena, acompañando el cocido con algunas galletas y una jarra del vino que el viejo Rulfo guardaba en un tonel en el sótano para las grandes ocasiones.-

La cena duró lo que duró la comida en los platos, las hambrientas hembras devoraron hasta la última migaja y se acostaron sobre varios cueros de oveja que Drina esparció por el piso.

En la semi – penumbra de la cabaña, las mentes de ambas repasaban los acontecimientos del último día, tan extraño para las dos. Para Tarsia el gran galope desde su clan rumbo a la Ciudad, el encuentro con Drina, el placer de descargarse en ella y entrar bajo su protección, la inolvidable tarde de sexo en la playa, el placer actual de descansar junto a su amate en el resguardo de la cabaña.

Para Drina la sorpresa y preocupación de la noticia del ataque orco, el renacimiento de sus deseos de combate y venganza y – por supuesto- el encanto de su encuentro con Tarsia y el nuevo y extraño placer de la larga tarde de sexo en el río con otra mujer, ese cúmulo de sensaciones nunca antes vividas y que la habían transformado, ya no era la Drina del día anterior que sentada en pasto cuidaba del pequeño rebaño de ovejas de Rulfo, mientras mordisqueaba el tallo de una flor silvestre, repasando mentalmente cual de los jóvenes de la aldea seria su próximo amante o si buscaría otro en los poblados cercanos.

Tarsia, alguna vez estuviste en un combate?

¿Que?

¿Si alguna vez mataste a un hombre o a un orco?

Si, lo hice.

Contame

Fue a fines del verano pasado, fuimos atacados por una banda de orcos cuando nuestro clan volvía de allende el Río que Hierve a los valles para pasar el invierno. Nos emboscaron en un pequeño bosque antes del vado de Ataren, casi en la naciente del río. Eran pocos, no mas de tres docenas, creo que calcularon mal porque marchaba nuestro clan completo, con todos nuestros perros, éramos mas de 100 jinetes, hombres y mujeres, con nuestros carros, niños y con un arreo de mas de 1000 animales. Como la jauría dio la alarma tuvimos tiempo para prepararnos, mi abuelo ordenó que los jinetes de tres familias, unos treinta, protegiera a los carros con las mujeres y los niños y llevara el arreo al galope del otro lado del río y el resto se formó en línea de combate, yo temblaba de emoción y miedo, nunca había estado en combate, en los ataques anteriores a mi siempre me tocaba correr con el arreo. Cuando los orcos salieron del bosque pensando que iban a masacrar a un grupo de desprevenidos pastores se encontraron con una lluvia de flechas que venían de una cerrada formación de jinetes al galope precedida de una jauría de aullantes perros – lobos. Yo galopaba en uno de los extremos de la línea guiando a los perros de mi familia que son como dos docenas y lanzando flechas. El choque fue tremendo, el combate fue corto y sangriento, los orcos no son guerreros valientes y siempre que se ven superados tratan de escaparse, pero cuando se encontraron encerrados por todos lados se plantaron y ofrecieron resistencia, casi la mitad estaban muertos o heridos por las flechas cuando caímos encima de ellos a espada y con los perros. Yo no dejé de azuzar a mi jauría, los perros - que estaban como rabiosos por el griterío y el olor a sangre - separaron del grupo a tres orcos, como si estuvieran cazando a un venado, contra esos cargamos dos de mis hermanos, uno de mis primos y yo al galope gritando como enloquecidos y revoleando las armas. Uno de los orcos alcanzó a clavar su lanza en mi hermano menor pero mi primo le cortó limpiamente la cabeza con su hacha, yo maté al mas grande atravesándolo con mi espada por la espalda y el tercero fue enlazado por mi otro hermano y arrastrado al galope por más de 200 pasos perseguido por dos docenas de perros rabiosos, cuando mi hermano soltó el lazo el orco desde el piso alcanzó a matar dos perros, pero la jauría se le echó encima y lo destrozó en un instante. No quedó un orco vivo. Murieron dos de mis primos y otros cuatro hombres de otras familias, mi hermano menor se salvó pero todavía no se recuperó totalmente y tiene una pierna que no puede doblar. Fue terrible, cuando todo terminó yo tenia las manos y la ropa manchadas de sangre y lloraba a los gritos pero reconocí que el duro trabajo de todos los días aprendiendo a usar la fuerza del galope del caballo para trasmitirlo a la espada no solo me salvó la vida sino que fue lo que nos dio la victoria.

Cuando terminó el relato Tarsia tenia lagrimas en los ojos y se abrazó fuertemente a su amante, que la calmaba acariciando su cabellera y besando su frente.

Y vos Drina?

Yo también tengo mi historia.

Tarsia se acurrucó entre los brazos de su protectora, apoyó su cabeza en las desnudas tetas de Drina y mientras besaba las manos de su amiga – amante cerró los ojos para escuchar la historia.-

Fue hace ya tiempo, cuando tenía 16 años… un día llegaron los correos de la Ciudad convocando a los legionarios, mi padre no estaba obligado porque nunca fue legionario, pero igual quiso unirse a las tropas, hubo una gran trifulca con mi madre que no quería, pero al final el viejo Rulfo la convenció, yo también quería unirme a las tropas, pero no solo tenia la férrea oposición de mi madre sino también Rulfo que me dijo que la Legión no aceptaba mujeres y menos una chiquilina de 15 años. Pero finalmente logre el permiso de acompañarlo hasta el lugar de la convocatoria, para ver como era un regimiento de 5 centurias de legionarios veteranos preparados para el combate. Así que después de jurar que no me metería en ningún tipo de lugar de riesgo, partí con Rulfo. La legión se concentraba en una posta reten cerca del paso de Igon-Trafun, en la marca del norte. Había una alarma de invasión orca, las bestias maléficas habían entrado en grupos no muy numerosos pero en 6 o 7 lugares distintos y los guerreros feudales de las marcas estaban atacando a los grupos que entraron por el este. La legión tenía que eliminar a dos o tres grupos que estaban quemando los pueblos y granjas de la marca del norte. Galopamos dos días hasta el lugar de reunión. Para mi fue impactante ver a quinientos jinetes con sus armaduras y estandartes, formándose para marchar. Rulfo se presentó al Legado, viejo compañero de armas que lo puso al frente de un grupo de exploración formado por unos 30 veteranos, con la misión de encontrar a los saqueadores y dar el aviso para que la legión los atacara. La orden fue muy clara, ubicarlos y volver rápidamente, sin combatir y tratando que los atacantes no los vieran para atacar por sorpresa. Y como la misión no era de riesgo, me llevaron junto con dos muchachos jóvenes de mas o menos mi edad para que sirviéramos de correos, íbamos montados casi sin equipo, muy livianos y preparados para volver con el aviso muy rápido. Yo estaba bastante nerviosa, pero una vez en camino me calmé. Nos desplegamos en tres grupos y en cada grupo iba un correo. Estuvimos todo el día subiendo y bajando por las colinas de la marca del norte y solo encontramos desierto y ni señales de invasión. Cuando se hizo la noche acampamos en una granja abandonada. Yo estaba muy cansada y me dormí apenas desensillé y acomode mi caballo. A la medianoche me despertaron poniéndome una mano en la boca para no hacer ruido. Los centinelas habían divisado mas allá del horizonte tres incendios, señal que los malvados estaban quemando granjas ya que por allí no había ningún pueblo. En el más absoluto silencio montamos, trabamos las anillas de las armas y nos dirigimos hacia el resplandor. Al amanecer alcanzamos una colina bastante alta y desde allí con las primeras luces pudimos ver en el fondo del valle tres granjas aun humeantes y una docena de orcos durmiendo alrededor de una fogata semi apagada donde se quemaban los restos de un buey o una vaca que estos seguramente habían comido la noche anterior, mas lejos como a dos leguas se veía un grupo mas numeroso de orcos, varios centenares acampados en los restos de otra granja. Rulfo reunió al grupo, éramos 16 veteranos y yo, decidieron que yo volvería al galope hacia la legión para dar la ubicación de los invasores y ellos se quedarían por allí escondidos vigilando. Yo monté y me preparé para el galope mas importante de mi corta vida cuando uno de los caballos pisó una roca suelta y con un fuerte relincho rodó colina abajo arrastrando a su jinete. Esto alteró todos los planes ya que despertó a los orcos que empezaron a tomar las armas mientras que dos corredores salieron hacia donde acampaba el grupo mayor. Rulfo desenvainó la espada, no necesitó dar ninguna orden y de pronto nos vimos galopando colina abajo, en realidad no hubo prácticamente combate, los veteranos literalmente barrieron a los 10 orcos que estaban en el campamento, igual uno de los nuestros recibió un herida muy grave, ya que perdió la mano. Cinco jinetes y yo salimos a perseguir a los corredores. Como yo iba muy liviana y mi caballo era de los más rápidos los alcancé primero, y tal como había escuchado en las charlas de Rulfo con sus amigos cuando se reunían para hablar de su años de combate, en la primera carga tiré el peso del caballo contra uno que fue aplastado por las patas delanteras del caballo, el otro se revolvió con la espada en la mano y se plantó pero alcance a clavarle mi espada en el cuello. Era un orco inmenso, tan alto como yo a caballo, por lo que pese a la profunda herida no se cayó y tiró dos mandobles con la espada que hirieron a mi caballo que dio un salto y me volteo. La bestia se me venia encima chorreando sangre y gritando enfurecida con la espada lista para partirme al medio. Me vi muerta. El pánico me hizo sacar fuerzas de la nada y di un salto que me colocó al costado de la bestia y con las dos manos sujetando la espada y toda la fuerza que me dio Illuvatar, le di un golpe de hacha en la parte de atrás de las rodillas que le cortó los tendones y cayó al piso. Allí llegaron los jinetes y lo remataron a lanzazos.

Mi caballo murió. No me dieron tiempo a nada, Rulfo que llegó al galope me hizo montar en uno de los caballos y me ordenó que corriera a dar el aviso. Por suerte las avanzadas de la legión también habían visto los fuegos y ya se estaba acercando, así que mi carrera fue bastante corta, no se cuanto pero no mucho, tal vez una hora. El legado me ordeno que los guiara, así que me volví de grupas y al frente de 500 guerreros al galope me dirigí hacia los orcos. Al llegar a la colina desde donde se veía el campamento de los invasores, el legado me ordenó quedarme junto con los servidores y el grupo de exploradores y estar preparada para llevar los mensajes que hiciera falta. Prácticamente me caí del caballo del agotamiento y me quede sentada en el piso mientras los jinetes cargaban contra los orcos. Fue un combate sangriento, murieron o fueron heridos casi la cuarta parte de los legionarios. Los orcos fueron destruidos y Rulfo con su grupo de exploradores fuimos enviados inmediatamente a llevar los mensajes del legado para el maestre de armas. Otra feroz carrera de varias horas hasta la primera posta reten, Rulfo entregó los mensajes al encargado de la posta, que envió dos correos hacia la ciudad. Ya era de noche y allí me di cuenta que desde la noche anterior no había comido y mi aspecto daba lastima. Cuando desmonté, no podía caminar, me senté en un banco temblando de frío y hambre. Por suerte en la posta cuando llegamos estaban preparando comida así que nos dieron de comer un cocido que no me olvidaré nunca y yo me quede dormida sobre un montón de paja en el establo cuando llevé a mi caballo a descansar.

Drina y Tarsia se abrazaron, estos recuerdos de muerte y sufrimiento no habían resultado placenteros.

Trasia, acurrucada en los brazos de su amante se dio vuelta:

Mi ama, olvidemos esto y amémonos.

Se revolvió y buscó la boca de su amante. Los labios de ambas se unieron, sus manos acariciaron los cuerpos, y las lenguas buscaron el sabor de la piel de la amante.

Penetrame, haceme tuya pidió Tarsia

Vos también, pedía Drina

Quiero sentir tu mano dentro de mí, quisiera que fueras un hombre y me cogieras con una gran pija y me gozaras. Quiero darte placer… jadeaba Tarsia

Mientras se deslizó besando el cuerpo de Drina que, con los ojos cerrados dejaba hacer. Trasia se detuvo largos minutos besando y chupando las tetas de su amante, succionando los largos y erectos pezones, acariciando en círculos con la punta de la lengua las rosadas aureolas y deslizándose hacia abajo, acarició con su lengua el ombligo de su amante que suspiraba sin decir nada y luego de besar el monte de Venus metió su lengua entre los labios de la concha de Drina., acompañando el movimiento con uno, dos, tres dedos que previamente había lubricado introduciéndolos en su propia concha.

Drina sentía que su orgasmo bajaba desde su cerebro, pasaba por su garganta y finalmente estalló en su vagina.

SIIIIIIIIIIIIIIIIIIII, MASSSSSSSSSSSSSSSS

MASSSSSSSSSSSS, NO PARES!!!!

Tarsia arrancó un largo orgasmo de su amante, que bañó con sus fluidos la cara de su compañera. Minutos después, las posiciones se invertían y la afilada lengua de la medio – elfo llevaron a la joven sureña al orgasmo entre gritos y jadeos de ambas. Una hora después, las dos hembras se dormían sudorosas y abrazadas.

Cerca de las cinco de la mañana, cuando el sol aun no había salido y una pequeña luz empezaba a romper la oscuridad de la noche por el naciente, ambas se despertaron y luego de un largísimo beso de lengua devoraron las galletas que habían sobrado, una gran jarra de agua fresca del pozo y con apenas una luz en el horizonte luego de un baño en pequeño zanjón que pasaba por detrás de la casa, se vistieron, tomaron las provisiones que habían reservado en la noche anterior poniéndolas en dos alforjas, junto con tres botas de agua y con sus armas y equipo luego de cerrar la casa, montaron en los caballos que después de una tarde y noche de descanso estaban listos para la jornada.-

Vamos a la Ciudad a escondernos como dos viejas cobardes o a la frontera a luchar contra la invasión? Preguntó Drina

Vos sos mi ama, decidí yo te sigo de aquí al fin del mundo.

Vamos a la frontera… yhaaaaaaaaaa

Y con un grito de guerra ambas espolearon a sus caballos que salieron al galope en la ya tenue luz del amanecer por el camino por donde el día anterior habían llegado los mensajeros y huido los vecinos de Drina.

Mientras galopaban, Drina le dijo a su compañera que cuando llegaran al camino Real en la primera posta reten que encontraran dejarían en manos de los correos reales el mensaje que traía Tarsia de su padre para que lo lleven a la Regente y ellas seguirían hacia la frontera.

Ya alto el sol, cerca del medio día alcanzaron la posta-reten. La pequeña guarnición estaba en alerta, con los caballos ensillados listos para replegarse si era necesario. El decurión a cargo informó a las dos mujeres sobre lo que se sabia, sobre la marcha de la Legión hacia la frontera y de los guerreros feudales a la Ciudad, sobre la retirada de la población a guarecerse tras la murallas, el paso de Rulfo y sus gentes sin novedad y pocas noticias mas.

Les informó que las órdenes de la Regente eran claras, toda la población debía retirarse al refugio de la Ciudad.

Nosotras no. Vamos a ponernos a las órdenes del Legado para luchar contra los invasores.

Pero Uds... son mujeres!

No me digas no me había dado cuenta!! dijo Drina con tono de burla, y eso que tiene que ver.

La guerra es para los hombres, es para los fuertes.-

Quieres que te demuestre de lo que son capaces las mujeres, escupió Drina y los ojos de la medio – elfo se encendieron de una forma que hasta Tarsia sintió temor, mientras desenvainaba la brillante espada élfica heredada de sus ancestros.

El decurión reconoció el arma y retrocedió, sus hombres tocaron las empuñaduras de sus espadas en señal de respeto.

No señoras, no tengo ningún inconveniente hagan lo que les más les plazca, solo les decía lo que ordenó la Regente.

Está bien, hay un mensaje muy urgente para la Regente que viene del sur, debe llegar a la Ciudad rápidamente - ordenó Drina, tomando el mando de la situación – mientras volvía a la funda la espada.

Tarsia entregó el zurrón con el mensaje al Decurión y este lo entregó al correo - que estaba por salir - para que lo llevara junto con los despachos que habían llegado de la Legión.

Luego de un descanso de una hora y de devorar la comida que les ofrecieron y ante la mirada entre admirativa y libidinosa del grupo de soldados las dos guerreras tomaron al trote y con el sol sobre sus cabezas – ahora con las cabelleras cubiertas con los pañuelos rojos de la Legión que les obsequiaron los soldados – el camino que dos días atrás había tomado la Legión con destino al Río que Hierve, llevando los despachos que venían de la Ciudad para el Legado.

(continua)