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De los Fantasmas y los Duendes

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 De los Fantasmas y los Duendes

Es cuando cae la noche y nos encontramos con nosotros mismos, en esos momentos de recuerdo y  análisis, es entonces, cuando sumergidos en la cálida soledad de nuestro hogar, solitario o acompañado, los fantasmas ocultos durante el día hacen acto de presencia amenazando ahogarnos en nuestra propia negatividad. Una piedra en el estomago y un nudo en la garganta son los efectos del suplicio a que nos somete la llegada de  los fantasmas.

Una palabra sin sentido pronunciada en el fragor de una discusión, una decisión no bien meditada, una sonrisa que no devolvimos, unos “buenos días” que no dimos, una llamada que no hicimos, un “te quiero” que no expresamos, unas flores que no regalamos,  un “lo siento” que fuimos incapaces de pronunciar, de cualquier defecto, humano al fin y al cabo, desencadenan en el análisis nocturno la mayor de las tormentas en nuestro interior, que desearía la perfección, sin darnos cuenta que el ser humano es, de per se, imperfecto.

Pero afortunadamente, en ese ambiente de oscura noche, cuando la angustia amenaza con ahogarnos, muchas veces aparecen los duendes de nuestra creatividad y en desigual lucha con los fantasmas consiguen que volvamos a respirar con normalidad vital e, incluso a veces, con acelerada pasión.

Los duendes nos obligan a oponer un pensamiento positivo a otro negativo. Es así como olvidamos la racionabilidad del análisis y entramos en el terreno de los sueños y aunque los sueños, sueños sean, siempre nos llevan a un nivel emocional superior de bienestar.

Y si, desafortunadamente,  alguna noche no acuden en nuestra ayuda los perezosos duendes, siempre nos queda esperar que pasen rápido las horas de  oscuridad y que brillen al alba los primeros rayos del sol, medicina eficaz como ninguna contra los efectos de los fantasmas de la noche y que nos devuelven a la aceptación de la realidad de vivir con la conciencia de nuestra imperfección.