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La escritora de relatos - vii

en Fantasías Eróticas

                           LA ECRITORA DE RELATOS

                           SEPTIMA PARTE

Se levantó y se dirigió a la puerta de la esquina del comedor, el servicio. Cuando volvió se puso delante de mí. Estaba preciosa, aquel vestido le caía como un guante sobre sus curvas. Yo imaginé que los asuntos que quería tratar iban a requerir que yo estuviera en perfectas condiciones.

- Creo que voy a ir yo también al servicio

- Sí, será mejor, porque después tenemos un negocio que tratar y no admitiré interrupciones - me dijo mirándome a los ojos con fingida seriedad y señalándome con el dedo a la altura de la cara.

Ella tomó la iniciativa en cuanto salí de nuevo al comedor. Me esperaba de pie, se adelantó hacía mí, me abrazo por el cuello y atrajo mi cabeza hacia ella buscando que de nuevo se encontraran nuestros labios, y nuestras lenguas jugaran a perseguirse alternando su boca y la mía.

Yo lleve mis manos a su espalda, mejor dicho debajo de su espalda, a sus tersas y redondeadas nalgas, agarrando una con cada mano y atrayéndola contra mi pelvis. Aquel vestido no era el más adecuado para aquella situación, aunque estaba bellísima.

Subí su vestido todo lo que pude, pero no más allá del nacimiento de sus muslos. Mientras, ella me quitó la corbata y desabrochó, botón a botón, mi camisa; alternando cada botón con un beso en mi pecho con sus labios ardientes. Bajé la cremallera de su vestido, en la espalda, y con dificultad conseguí liberar sus hombros, ella me ayudo sacando los brazos de la ancha tira de tela que formaba una especie de tirante. Ella ya había sacado mi camisa de dentro de los pantalones y empezaba a desabrochar mi cinturón. Yo desabroché su sujetador y liberé sus hermosos pechos que surgieron contentos y erectos a regalar mis ojos y la yema de mis dedos. Ella bajo mis pantalones y mi bóxer al mismo tiempo que quedaron en mis tobillos.  Mi polla quedó libre apuntando a su vientre, cubierto en la parte baja por unas sencillas braguitas lisas de color blanco.

Isabel se medio sentó en el filo de la mesa donde habíamos comido y colocó uno de sus zapatos con tacones encima de la silla, dejando el otro apoyado en el suelo, abriendo las piernas y dejando  ante mis ojos la bella estampa de sus bragas cubriendo su sexo.

-  ¡Vaya pinta que hago! parezco una puta en medio de la calle - dijo poniéndose colorada, pero al mismo tiempo invitándome a postrarme ante ella y cumplir sus más calientes deseos.

Me acerque a ella, le puso el dedo índice sobre los labios, indicándole que se callara. A continuación baje a besar sus pechos, recreándome en chupar sus pezones y saborearlos con la lengua. Mientras, mi mano derecha acariciaba su sexo por encima de las braguitas.

Cuando su respiración se volvió profunda y algún gemido empezaba a surgir de su garganta, me arrodille a sus pies, como si fuese mi diosa, y besé el interior de sus muslos, su vientre y su pubis, sobre la piel y sobre la suave tela en la zona que cubría la braga. Yo notaba como le transmitía ansiedad, la ansiedad de esperar que mi boca y me lengua se desplazaran sobre su sexo, pero provocarle esa ansiedad formaba parte de mi plan para excitarla, y para excitarme yo. Ella acariciaba mi cuero cabelludo con sus dedos enredados en el pelo de mi cabeza.

Su sexo olía a excitación perfumada. Deduje que en su visite al baño había utilizado toallitas higiénicas perfumadas. Las mujeres siempre piensan en todo, y su bolso es una fuente inagotable de recursos - pensé agradecido.

Cuando ya su pelvis se movía buscando el contacto con mi boca y sus gemidos eran intensos, bajé la sobre su sexo, una mancha de humedad se marcaba sobre sus braguitas, con l apunta de la lengua recorrí la prenda de abajo arriba varias veces, presionando cuando llegaba a la altura de la entrada del coño.

-¡No me martirices más! - me dijo con voz ronca y entrecortada

Aparte la braga hacía un lado y deposité mi boca sobre su coño.

- Espera, me las quitaré. Será más cómodo.

En un visto y no visto sus bragas estaban en cima de la mesa, las piernas de nuevo en la misma posición y su sexo hinchado y jugoso delante de mis ojos y mi boca. Sus manos de nuevo enredando los dedos entre mi pelo gris.

Abrí su vulva con la punta de la lengua, recorriendo arriba y abajo toda la caverna de la gloriosa concha, penetrándola de cuando en cuando con la punta, hasta que su excitación me invitó a acudir en ayuda del botón del placer que prisionero entre mis labios le hizo descargar entre temblores el primer orgasmo. Mientras el placer la hacía explosionar, sus dedos tiraban del pelo de mi cabeza hasta hacerme sentir dolor.

Me incorporé y nos abrazamos con los labios unidos esperando que la descarga de su orgasmo pasará y su cuerpo se relajara. A continuación ella me invitó a ocupar su sitio sentada en el filo de la mesa. Yo no había tenido la precaución higiénica de ella, así que debía renunciar al placer oral.

- No. Fóllame, cabálgame - Le dije sentándome en la silla y ofreciéndole mi verga tiesa.

Ella se puso a horcajas de mí y suavemente se la fue introduciendo hasta lo más profundo de su cueva de placer. Sus erectos pezones quedaban a la altura de mi boca, lógicamente no desaproveché la ocasión de chuparlos con frenesí.

- Eres bobo. A mí no me hubiese importado chupártela - me susurro mientras su cuerpo empezaba un movimiento de arriba y abajo, y al mismo tiempo moviendo el culo en círculos, procurando que sus pechos no salieran de mi boca.

Así a horcajadas mías y con el vestido arrugado en su cintura, yo con los pantalones y los calzoncillos en los tobillos... se me vino a la mente un pensamiento canalla: pulsar el mando para pedir otro café. La idea de que el camarero entrara y la viera a ella follándome de aquella forma me resultaba excitante. Sin embargo, mi sentido de la caballerosidad, y supongo que del ridículo, me lo impidió.

Me llevó al cielo del placer. Cuando noté que el gusto que me daba me llevaba inevitablemente a correrme, aceleré la acción de mi lengua sobre sus pezones. Ella entendió y se aplicó a acelerar también su placer, rozando más su clítoris contra mi vientre. Sin decir nada, sin soltar sus pezones, noté como el fruto del gran placer subía a depositarse dentro de coño. Segundos después sentí como ella aceleraba sus movimientos e inmediatamente se formaba un nudo en su interior que oprimía mi verga. Nuestras bocas se buscaron y nos fundimos en un tierno abrazo, besándonos hasta que mi polla se encogió y salió de su interior.

- Eres preciosa. No quiero que te ofendas pero... se me están durmiendo las piernas _ le dije cariñosamente. Ella se había relajado sentada encima de mis piernas.

- ¡Ay, perdona! - se excusó levantándose rápidamente

- Tranquila. Ha sido fantástico.

Cuando salimos del comedor, el restaurante ya estaba prácticamente vació. Me llamó la atención una pareja joven sentada en una mesa, me pareció reconocer a la misma pareja que había visto la primera noche que cenamos en El Rincón de Esteban.  Salieron detrás de nosotros y se subieron a un BMW azul.

"El mundo es un pañuelo” - pensé sin darle más importancia a aquella coincidencia. No podía ni imaginar el significado que aquello tendría en mi vida solo unos cuantos meses después.

(lo mejor estpor llegar)