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La escritora de relatos - xii

en Fantasías Eróticas

                  LA ESCRITORA DE RELATOS

                  DUODECIMA PARTE

Sonó una alarma. No, era un teléfono. No era el sonido del mío, entreabrí los ojos y vi como el contorneado cuerpo desnudo de Isabel salía por la puerta de la habitación con el móvil al oído. Yo con los ojos entreabiertos miré el reloj y vi que las manecillas marcaban las nueve de la mañana. Podía seguir durmiendo, esperaría que ella volviera a la cama. Me quede dormido de nuevo, en ese duermevela esperando el roce de su cuerpo con el mío. Me desperté por completo y ella no estaba, miré de nuevo el reloj. Eran las diez menos cuarto. Habían pasado cuarenta y cinco minutos y no había vuelto. Me extrañó, decidí levantarme y ponerme el chándal.

Me dirigí a la cocina y no estaba, ni había rastro de desayuno. La llamé pero no respondió, volví a la habitación y su chándal estaba sobre el parquet donde lo habíamos tirado la noche anterior. Empezó a impacientarme, me puse la parka encima y decidí salir al jardín.

La encontré en el porche, en una zona donde había unas camas de jardín en la zona de más paño de pared de la casa y que no se veía desde dentro. Ella no se percató de mi presencia. Durante unos momentos me quede contemplándola, estaba envuelta en una manta de lana y con una taza de té entre las manos, contemplando la sierra. Pero algo extraño sucedía, m tuve la sensación de que lloraba. Dude en si dejarla con su intimidad o acercarme, finalmente me decidí.

- Buenos días - dije como si acabara de verla - pensé que me habías abandonado, esperaba que volvieras a calentarme en la cama - intenté darle el tono más divertido y distendido a mis palabra, pero algo sucedía.

- Buenos días amor - era la primera vez que me decía esa palabra que dijo volviéndose hacia mi fingiendo una sonrisa- disculpa pero me llamaron y ya decidí quedarme aquí viendo la sierra, es una preciosidad a esta hora de la mañana.

Tenía los ojos rojos y húmedos, pero no quise indagar. Me acerque a ella y la abracé por encima de la suave manta.

- Gata, ¿Estás bien?

- Sí, sí. Vamos a preparar el desayuno - dijo levantándose.

En ese momento me di cuenta que debajo de la manta estaba totalmente desnuda.

-¡Estas desnuda!

- Sí no quería despertarte volviendo a la habitación y tome esta manta que es muy caliente. Ahora me pongo el chándal ¿Comenzáis vos a preparar el desayuno?

- Claro, no te preocupes. Yo lo preparo. Arréglate tranquilamente - supuse que querría lavarse la cara para disimular que había estado llorando, lo que me gustaría saber era porque ¿Había sido aquella llamada tan temprana?

Cuando volvió a la cocina nos sentamos uno en frente del otro en la mesa baja, de pronto se había instalado un incómodo silencio entre nosotros. Nuestras miradas se encontraron mientras ambos nos llevábamos la copa de zumo de naranja a los labios. Nos mantuvimos la mirada, sería, yo diría que en sus ojos había tristeza.

- ¿Ahora supongo que viene lo de "tenemos que hablar"? - rompí yo el fuego

- Nunca nos hemos prometido nada

- Sí, pero se nos empieza a ir de las manos ¿Verdad?

- Creo que sí.

- ¿Por eso has estado llorando?

- No se te escapa nada, ¡Eh!

- No. No ha sido solo por eso. Tengo ciertos... problemas... Tengo que volver a mí país, pero por favor no me preguntes.

- No lo haré, tranquila ¿Podremos seguir en contacto o vernos alguna vez?

- No sé cuánto tardaré en arreglar mis asuntos. Creo que lo mejor es que de momento no tengamos contacto. En todo caso te ruego que no me contactes tú, yo lo haré. Lamento no poder darte más explicaciones. No quiero mentirte, pero tampoco puedo decirte toda la verdad sobre mis problemas personales.

Me quedé callado, mirándola a los ojos. Era una mujer valiente porque me mantenía la mirada, incluso diría que había cierta frialdad en aquellos ojos que ardían de ternura pocas horas antes. Mis sentimientos eran encontrados, por un lado me molestaba no saber más de ella, por otro lado sentía alivio porque yo también me había dado cuenta de que algo se nos estaba yendo de las manos, estábamos sintiendo cosas que si no eran amor corrían el riesgo de serlo.

- Está bien - contesté por fin, dejando la taza sobre la mesa - . Supongo que tus razones tendrás y no voy a preguntar.

- Gracias - una sola palabra pero que parecía que acababa de quitarse un peso de encima.

- Los dos sabemos que esto empezó como una aventura de esas que escribimos, pero en la realidad cuesta más controlar los sentimientos. Al menos seamos sinceros y... si algún día nos volvemos a ver, al menos podremos mirarnos a los ojos.

- Sí, esto se nos ha ido de las manos, pero créeme no ese el motivo. Estoy muy feliz de haber pasado estos días contigo, han sido fantástico. Y si... algún día... volvemos a encontrarnos... me gustaría que siguiéramos... - no pudo seguir, se le humedecieron los ojos.

Me levante y la abracé.

- Amor - Ahora fui yo el que dijo la palabra prohibida de forma espontánea - no hablemos más del tema. Nos despediremos esta tarde con un "hasta luego" y que el tiempo marque nuestro destino.

- Sí, no me gustan las despedidas. No diremos hasta luego.

Tomé su cara entre mis manos y la bese con ternura en los labios.

- Nos queda casi todo el día para estar juntos

- Sí, ¿Te importa si nos quedamos aquí en casa? Me gustaría compartir estas últimas horas tranquilamente.

- Claro, será estupendo

Nos volvimos a abrazar y a besar, ella parecía ya más animada.

Ahora fue ella la que tomó mi cara entre sus manos, y empezó a darme suaves besos.

- Ha sido muy bonito conocerte y... sentirte. Eres un hombre muy sensible y tierno. Hay pocos como vos.

- Déjalo ya, que me vas a sacar los colores. Tú si eres preciosa, y una mujer interesante como hay pocas.

- ¿Sabes una cosa? - me dijo mirándome tiernamente a los ojos

- ¿Qué?

- Después de desayunar quiero que hagamos el amor. Ya no quiero follar más contigo, quiero que hagamos el amor.

- Y el amor se hace en la cama, ¿Verdad?

- Efectivamente

- Pues termina el desayuno que nos volvemos a la cama y nos quedan muchas horas aún para hacer el amor - sonreímos.

- Quiero cambiar las sabanas. Pondré unas de seda.

- Me gusta la idea, te ayudaré.