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La noche de los sentidos

en Grandes Relatos

                                         LA NOCHE DE LOS SENTIDOS

                                                           I

Por fin, tendría la casa solo para ella durante unas cuantas semanas, tantas como consiguiese que su madre se quedase en el pueblo. Esa sensación de libertad y de poder tener intimidad para hacer lo que le diera la gana le hacía sentirse eufórica. Podría andar desnuda por la casa cuando le apeteciera, más con el sofocante calor de verano, y masturbarse cuando y donde le apeteciera, incluso gemir, y no en la intimidad siempre de su habitación con miedo a que su madre la escuchara.

Acaba de entrar por la puerta cuando sonó su móvil, tenía un mensaje de WhatsApp. Era un mensaje de su amigo Miguel, un ingeniero de una importante constructora con quien tenía tratos por razón de trabajo y con el que había establecido una franca amistad, a pesar de que él era unos años mayor que ella, él pasaba de los cuarenta y ella estaba en los treinta y cinco.  Era un hombre alto y proporcionado, aunque una incipiente barriga empezaba a señalarse en su físico, hablaba siempre de forma pausada y demostraba una buena cultura.

Su relación en él cara a cara era siempre profesional, sus conversaciones no traspasaban nunca la línea de lo profesional a lo privado, pero habían establecido contacto a través de Facebook, primero, y luego por WhatsApp. Era en esos medios donde su relación había llegado a ser más íntima, ambos se explicaban sus vidas y sus preocupaciones y fantasías. Miguel era un hombre con experiencia y siempre le daba consejos con la intención de ayudar a su amiga a no agobiarse y sentirse mejor consigo misma. Ella era una joven ingeniera, gran trabajadora, buena persona y muy liberal en su forma de pensar, lo que le provocaba que los jóvenes de su edad se asustaran, en una sociedad donde el machismo todavía estaba muy presente, y le costará encontrar pareja a pesar de ser muy guapa y con un cuerpo con curvas que atraían la atención de cualquier hombre experimentado como Miguel, que llevaba solo más de cinco años, después de un doloroso divorcio. Su mujer se acostaba con su mejor amigo. Había decidido no entregar nunca más su corazón a una mujer.

 Él comprendía las angustias de su joven amiga e intentaba animarla con sus consejos, incluso en temas de sexo y familiares. De hecho, él le había aconsejado alejar a su madre durante un tiempo de su vida, porque veía que era una relación tóxica la que había entre madre e hija y eso le causaba a su joven amiga una ansiedad cercana a la depresión. Él sabía que aquel fin de semana Ely había llevado a su madre a su pueblo y que estaría a punto de volver a su casa en la ciudad. Por eso se atrevió a enviarle aquel mensaje.

«¿Cuándo vuelves? ­—Leyó Ely con una sonrisa en los labios.

«Recién entro por la puerta de mi casa. Empezaré a disfrutar de mi libertad» —respondió ella.

Eran las ocho de la tarde. Inmediatamente sonó el pitido de otro mensaje entrante.

«¿Quieres celebrarla con una cena y una noche de disfrute de los sentidos?»

«¿Me propones una cita?» —respondió ella añadiendo unos emoticonos de risas.

Tardó cerca de cinco minutos en recibir respuesta.

Miguel, se había quedado pensativo. Quizás no debía haberse lanzado siguiendo aquel impulso. Llevaba todo el día excitado y se le había ocurrido aquella idea, tener un encuentro con Ely para goce de ambos, si ella aceptaba, pero sin compromisos. Ahora que ya había dado el primer paso, es cuando tuvo que reflexionar. Lo último que quería era causarle daño o lastimarla sentimentalmente.

Después de darle vueltas, respondió a su pregunta.

«Sí, una cita a ciegas para despertar y disfrutar de los sentidos, entre ellos una cena, pero sin compromisos. Una noche y mañana seguiremos siendo dos colegas ingenieros. Si aceptas viajaremos por un mundo de pasión, si no seguiremos siendo los perfectos colegas durante el día y los amigos confidentes por las noches, como hasta ahora. Si aceptas, solo tu pondrás los limites en esa exploración de los sentidos».

Ely acababa de desnudarse, estaba solo en bragas y solo el hecho de estar desnuda en su casa y el pensamiento de que aquella noche se masturbaría en total liberta, la había excitado y su sexo estaba húmedo y empezaba a palpitar. Se quedó pensativa cuando leyó el último mensaje de Miguel. ¿Qué le contestaba? Por un lado, le apetecía tener una experiencia con un hombre que le resultaba agradable y que sabía que tenía mucha experiencia y sería capaz de llevarla a un mundo de placer al que todavía ninguno de sus parejas la había conseguido llevar; Por otro lado, le retraía la idea de tener una relación sin más motivación que la sexual y, además con un hombre más mayor que ella y con el que se tenía que ver con frecuencia por razones de trabajo. Eso sí, ambos eran libres y no iban a hacer daño a nadie.

Después de comerse el coco durante unos minutos decidió contestarle.

«De acuerdo. Quizás mañana me arrepienta, pero voy a aceptar tu invitación. Eso sí, si llego y me arrepiento vuelvo para mi casa sin compromiso»

«Ya te dije que era una cita sin compromisos de ningún tipo y tú pones todos los límites»

«De acuerdo. ¿Dónde nos vemos?»

«En media hora te recogerá en tu casa mi chofer con el coche»

Ely se sorprendió. No sabía que tuviese chofer. En realidad, no sabía casi nada de su vida privada. “Deberé darme prisa, me daré una ducha y buscaré ropa interior bonita. Me pondré un vestido. Lástima que no pueda maquillarme, por la alergia, pero bueno él lo sabe y no creo que le de importancia. A ver a donde me lleva a cenar. Supongo que luego iremos a un hotel” daba vueltas en su cabeza a todas aquellas inquietudes para evitar en pensar si la decisión que había tomado era la correcta o no. De todos modos, cada vez se sentía más excitada y las palpitaciones de su sexo iban en aumento. Tentada estuvo de masturbarse en la ducha, antes de ir a la cita, como muchas veces le había aconsejado su «teacher», otro íntimo amigo de la red al que acudía en busca de consejo cuando lo necesitaba, para ser capaz de controlar sus impulsos, pero no le daba tiempo ya. «Que sea lo que Dios quiera”, se dijo.

A las nueve de la noche estacionó delante de su casa una limousine negra de la que descendió el chofer vestido de negro, con camisa blanca y corbata. Ella salió, cerró la puerta y se dirigió hacia el carro.

—¿Señorita Elisabeth? —preguntó el chofer.

—Sí, soy yo.

—Buenas noches. Soy su chofer, me envía el ingeniero Miguel Orozco. Suba por favor —le dijo abriéndole la puerta trasera y cerrándola posteriormente, una vez que ella se había instalado cómodamente.

La limousine te pareció un auténtico lujo, había de todo en el bar que se abrió al pulsar un botón el chofer desde su asiento.

—Sírvase lo que te apetezca.

—Gracias, pero ahora mismo no me apetece nada. ¿A dónde vamos?

—Tengo instrucciones del señor Orozco de llevarla a su casa.

—Ah, bien.

—El señor Orozco me pidió que le entregará esta nota —Le entrego un sobre cerrado y subió el cristal tintado que separaba el habitáculo donde ella estaba sentada y el del conductor.

Abrió el sobre y saco la nota que decía:

Querida Ely,

Como ya te he dicho, deseo que esta noche sea una grata aventura para ambos. Nada debemos temer, pues lo único que deseo es que descubramos juntos ese mundo de placer que muchas veces hemos hablado.

Cuando llegues a mi casa, te recibirá mi ama de llaves. Ella te dará las instrucciones a seguir. Repito que nada debes temer porque tu pondrás los límites. No tienes que hacer nada que no te apetezca o que no desees probar.

Yo te estaré esperando y apareceré cuando estés preparada para el aperitivo.

Ardo en deseos de ser tu anfitrión.

Besos

Miguel

 

Después de leer la nota, no pudo resistir el impulso de ponerse un dedo de tequila en un gran vaso de cristal y beberlo de un trago. Una mezcla de excitación y temor hacían que su corazón bombeara más rápido de lo normal. Sabía que iba a tener una experiencia sexual aquella noche, pero aquella preparación que su amigo había preparado la mantenía ansiosa de llegar y ver que sucedía. Ella se sentía segura consigo misma, no sería la primera vez que le paraba los pies a un hombre o que se negaba a hacer algo que no le apeteciera. Solo esperaba que Miguel fuese fiel a su palabra y respetará sus decisiones, en caso de que tuviese que negarse a algo. Por un momento estuvo tentada de enviar un mensaje a su «teacher» para explicarle lo que estaba a punto de hacer y pedirle su opinión, pero no se decidía a escribir ese mensaje porque en el fondo no deseaba que le aconsejara no acudir a aquella cita.

Mientras aún estaba en ese dilema, el coche se paró. El chofer bajo de nuevo el cristal que separaba los habitáculos.

—Hemos llegado, señorita.

—¿Ya? —preguntó ella como si hubiese deseado que el viaje fuese más largo. No había pasado ni media hora desde que saliera de su casa.

—Sí, no está muy distante de donde usted vive.

El chofer se bajó y acudió a abrirle la puerta de nuevo, ofreciéndole la mano para que bajara del carro.

—Allí la están esperando —indicó con un gesto la puerta de entrada donde una joven y bella mujer la espera con una sonrisa en la puerta de una gran mansión.

Al bajar del coche, Ely no pudo evitar abrir la boca en gesto de asombro ante lo que veían sus ojos: una gran mansión de dos plantas de estilo colonial rodeada por un inmenso jardín dentro de lo que suponía era una gran hacienda. Contuvo la respiración y se dirigió hacia la puerta, tras subir un par de escalones que la llevaron al porche que rodeaba la casa.

—Bienvenida, señorita Cortez. —La ama de llaves la recibió con una sonrisa y una amable voz que le procuró tranquilidad—.

—Gracias. Buenas noches —Saludó ella de forma educada.

—Acompáñame, por favor

Ella la siguió por el inmenso vestíbulo hasta un pasillo a la que daban una serie de puertas ocultaban estancias. Caminaba unos pasos detrás de la ama de llaves y no pudo evitar fijarse en el perfecto cuerpo que lucía, con el pelo negro recogido y vistiendo una ajustada túnica que parecía un vestido de noche, por la forma que se ajustaba a su cuerpo. Tuvo la sensación de que no llevaba ropa interior, por la forma en que se movían sus nalgas y sus pechos. Ely no pudo dejar de sentir un poco de envidia de aquel cuerpo tan perfecto.

—Hemos llegado —dijo la esbelta morena deteniéndose delante de una puerta.

Ely no dijo nada, a la espera de que ella abriera la puerta. Esperaba encontrarse dentro a su amigo el ingeniero. Pero, no fue así.

—Pase, por favor —le dijo con aquella suave voz y apartándose a un lado una vez abierta la puerta.

Allí no había nadie. La estancia estaba iluminada por velas repartidas en cuatro candelabros colocados encima de unas mesitas altas en cada una de las esquinas. El mobiliario lo componía, además de las mesitas de los candelabros, un sofá, una mesita de cristal delante de este y una percha de pie de la que colgaba una túnica similar a la de la ama de llaves, pero de color rojo y unos zapatos de tacón a juego; al lado de la percha estaba situado un espejo en el que se podía ver de cuerpo entero, apoyado sobre un trípode. En la pared de enfrente a la puerta por donde ella había entrado vio otra puerta de color purpura.

Ella seguía en silencio, y su ansiedad aumentó cuando no encontró allí a quien esperaba. La esbelta morena notó la incertidumbre que la acongojaba.

—No se preocupe, Miguel se reunirá con usted en cuanto esté preparada.

—¿Preparada? —Acertó a interrogar con recelo.

—Sí, creo que le envió una nota diciéndole que siguiera mis instrucciones. ¿No se la entregó el chófer?

—Ah. Sí, sí. Me había olvidado.

—Bien. Tiene que desnudarse por completo y ponerse esa túnica que creo que es de su talla y los zapatos. Su ropa puede dejarla aquí. Yo ahora la dejaré sola. Cuando esté lista toque esa campanilla. —Señaló una campanilla de metal que estaba encima de la mesita de cristal—. ¿Tiene alguna pregunta?

—Sí. Cuando ha dicho que tengo que desnudarme por completo…

—Ah, lo adecuado es que se quite el vestido y la ropa interior, y se quede solo con la túnica. Pero, siempre es usted quien decide. Yo le aconsejo que se lo quite todo porque la túnica es de seda natural y es una delicia sentir su roce sobre la piel. Yo misma no llevo ropa interior, la mía es igual que la de usted, pero en diferente color.

—De acuerdo. Le haré caso.

—Perfecto. Le veré para la cena. Recuerde cuando esté lista toque la campanilla.

La ama de llaves se fue sin dejar de sonreír y cerró la puerta detrás suya.

Cuando Ely se quedó sola, miró alrededor en busca de alguna cámara. Aquello le resultaba un poco misterioso, pero al mismo tiempo excitante. A pesar de la tenue iluminación de las velas se podían aprecias las paredes completamente lisas, no había cuadros, rodeó el espejo y no vio cables ni nada que hiciera sospechar que pudiese transmitir imágenes, por lo tanto, no parecía que fuese factible instalar una cámara sin que se viese. Empezó a desnudarse, primero se quitó el vestido, luego el sujetador, dudó si quitarse o no los cacheteros. Al final, en un gesto de decisión se los bajó de golpe. “¿Para qué me ha servido ponerme los más bonitos que tenía?”, se dijo ya completamente en cueros. Se dirigió al colgador se miró desnuda en el espejo, sintió una sensación de ardor entre sus piernas, le ocurría siempre que tenía ganas de sexo y se veía desnuda. Se calzó los zapatos, el espejo de devolvió su figura realzada, su sexo volvió a palpitar. Finalmente, se vistió la túnica por la cabeza, pues a pesar de una hilera de botones la recorrían por delante de arriba abajo, no perdió el tiempo en desabrocharlos para tener que volver a abrocharlos. El suave roce de la seda con su piel, en especial sus pechos, le produjo un escalofrió que le erizó el vello, no del pubis que lo llevaba totalmente depilado, y una erección súbita de los pezones que se marcaban debajo de la seda. Notó que su sexo palpitaba de forma más acelerada y lubricaba. Aquella humedad le llevó a morderse el labio inferior.

Habían pasado quince minutos desde que la ama de llaves la había dejado sola. Miguel que esperaba el sonido de la campanilla, empezaba a impacientarse. “Quizás se ha arrepentido en el último momento, esperaré cinco minutos más. Si no da señales de vida, le pediré a Rosa que vuelva a entrar y que, si quiere irse que el chofer la lleve a casa”, reflexionaba con cierta preocupación.

Se miró en el espejo. Estaba reluciente. Se gustaba. “Al final, mi «teacher» va a tener razón, cuando me dice que estoy bien buena”, se dijo sonriendo delante del espejo. Estaba caliente, ya ansiaba saber que le esperaba aquella noche. Se dirigió a la mesita, tomó la campanilla y la hizo sonar con entusiasmo.

“¡Por fin! No se ha vuelto atrás” pensó Miguel al escuchar el sonido alto y claro de la campanilla.

Se abrió la puerta purpura y apareció su amigo Miguel. Vestía también una túnica como la que llevaba ella, pero de color purpura. “Sí se pone alzacuello, parecería un cardenal. ¿Llevará algo debajo?” no pudo evitar de pensar Ely al verlo aparecer con su cautivadora sonrisa.

—Elisabeth, bienvenida a mi casa —le dijo él acercándose a ella y tomando sus manos para depositar en sus nudillos dos suaves besos—. ¿Estás bien? —le pregunto casi en un susurro y mirándola fijamente a los ojos.

—Sí. Un poco nerviosa.

—Relájate. Se trata de pasarlo bien, de disfrutar de los sentidos, no debes temer nada. ¿Quieres que pasemos a mi sala de juegos?

—Está bien. Vamos.

Cruzaron la puerta por donde había aparecido Miguel que daba a una sala también decorada de color purpura, la luz era también tenue como en la habitación donde ella se había cambiado de ropa. Una suave música daba ambiente a la estancia.

—Brindemos por una noche apasionante —Miguel levantó la copa al encuentro de la de ella—. ¡Salud!

—¡Salud! — respondió Ely dando un sorbo a su copa—. Ummm, esta bueno.

—¿Qué te parece mi sala de juegos? —preguntó Miguel, ofreciéndole una copa de champán francés que sirvió de una botella que reposaba en hielo en una cubitera que había sobre una mesita en una de las esquinas de la sala.

—Intimida un poco, ¿estos instrumentos para que sirven?

—No temas nada, todos son solo para dar placer en función de los gustos de cada persona. Hoy solo probarás alguno, si confías en mí y estás dispuesta a explorar el placer de los sentidos sobre tu cuerpo.

—Ya sabes que no tengo mucha experiencia en el sexo. Así que me fio de ti, si algo no me gusta te diré que pares.

—De acuerdo. —le tomó la copa de la mano y las dejo sobre la mesita—. Jugaremos un poco antes de pasar a cenar, para que te relajes.

Miguel tomó un antifaz de uno de los pequeños cajones que había en un mueble de madera y se lo puso cubriéndole los ojos, asegurándose que no veía nada. Quería potenciar sus otros sentidos. Luego le tomó las manos y se las ató por encima de la cabeza a dos muñequeras situadas en la punta de dos correas de cuero que colgaban del techo.

—Disfruta de los sentidos —le susurró al oído.

Ella permanecía expectante y en silencio. Deseaba que la besara, pero el ni había rozado todavía sus labios, pero toda la piel de su cuerpo estaba erizada y su sexo latía con fuerza. “¿por qué lo hace todo tan lento?, yo deseo que me coja ya”

Él recorrió con las yemas de los dedos de ambas manos su cara, el borde de los labios. Bajó por el cuello, recorrió sus hombros, el contorno de sus pechos y se detuvo haciendo círculos sobre los erectos pezones que se marcaban prominentes bajo la seda. Ella hubiese deseado que le hubiese arrancado ya la túnica, pero él siguió acariciando en un suave roce sus curvas de la cintura, su vientre y se paró en el pubis. Ella separó las piernas intentando facilitar acariciar el sexo, pero él no paso del pubis. Le desabrochó despacio, uno a uno los botones de la túnica que con el último botón desabrochado se abrió hacia los lados, dejando a la vista dos hermosos pechos y el pubis totalmente depilado. Se colocó detrás de ella, agarró con una mano su pelo y tiró hacia atrás, mientras la palma de la otra mano la tomaba por el cuello. Sin dejar de estirar el pelo, obligándola a tirar la cabeza hacía atrás, pasó recorrer de nuevo su cuerpo, esta vez con la palma de la mano, presionando un poco más.

Ely se sentía muy excitada. Se humedeció los labios con la punta de la lengua y se quedó con la boca entreabierta a la espera de un beso. Él se apretó contra su culo para hacerle sentir sobre las nalgas la duran erección que tenía. Ella, lanzó un gemido cuando la palma de la mano se posó de nuevo sobre el pubis y arqueó más las piernas, deseaba sentir aquella cálida mano incendiando su sexo, arqueó más las piernas.

—Tienes cuerpo de diosa del placer —le susurró desde detrás en los oídos, al tiempo que le mordisqueaba los lóbulos de las orejas—. Este cuerpo está hecho para gozar y ser gozado.

—Tómame ya, no aguanto más. Quiero sentirte dentro de mi —respondió ella agitando su cuerpo y echando el culo hacia atrás para sentir más su erección rozando sus nalgas.

—No seas impaciente o tendré que castigarte. —Volvió a susurrarle.

—Castígame, pero haz que me venga.

Miguel no hizo caso a su voz suplicante. Colocó la mano entre sus piernas y notó sobre la palma la humedad y el palpitar de su coño. Presionó la mano deseando agarrarlo, masajeó toda la zona del coño con la palma de la mano.

—Se me están durmiendo los brazos —se quejó.

—Aguanta un poco más, la recompensa llegará pronto.

Siguió masajeándole el coño y abriéndolo con los dedos, la punta del índice se colocó en la entras presionando con la yema como si fuese a penetrarla. Ely respiraba y gemía de forma agitada, con la boca entreabierta y con las piernas totalmente separadas, consciente de que su cuerpo desnudo estaba completamente expuesto.

Sin dejar de estirar de su pelo, inició un movimiento en circulo con un dedo sobre el botón del placer. Ella no pudo resistirse a jadear de forma sonora. El sentía el sexo abierto y cada vez más mojado en la palma de su mano. Aceleró sus movimientos y cuando notó que ella se retorcía de placer, le introdujo el dedo corazón, lo flexionó para buscar sus puntitos del gozo para acariciarlos suave y rápidamente. Ely no tardo en lanzar un gemido profundo, gutural, y notar como todo su cuerpo se tensaba y convulsionaba en un tremendo orgasmo que mojó la mano de Miguel, que no dejó de masajear hasta que ella se lo pidi.

—Para ya. Me vine, creo que he mojado los muslos y tu mano.

—Sí, pero a mí me encanta sentir en mi mano el manantial de tu placer —Le volvió a susurrar a oído—. Pero, deberé castigarte por venirte sin mi permiso.

—No aguantaba más, venía muy caliente. —Trató de justificarse.

Pelayo no dijo nada, se acercó al armario de los instrumentos y tomo una palmeta de cuero flexible. Con una mano apartó la túnica hacía el lado y, sin darle tiempo a darse cuenta, le dio dos cachetadas secas con la palmeta sobre las nalgas.

Ella gruño a modo de queja, pero dos golpes más castigaron sus nalgas. Aquella sensación de placer que aún mantenía en su sexo y el suave dolor de los azotes, volvieron a enervar su cuerpo. Su sexo volvió a sufrir espasmos. Dejó de protestar.

­—Se me duermen los brazos —insistió de nuevo, cómo en una protesta sin convencimiento. Quería más.

Miguel no respondió. Se colocó delante de ella, se desabrochó despacio todos los botones de su túnica purpura. Su polla apareció erecta y húmeda en la cabeza, El precioso joven cuerpo de su amiga expuesto solo para él y la entrega de ella, lo habían excitado. Quería seguir haciéndola sentir y gozarla también.

Con la misma palmeta se atrevió a darle un suave golpe en uno de los pezones.

­—¡Ay! —Ella se quejó, pero no le pidió que parará.

Con premura el acudió con su boca a lamer y acariciar con la lengua aquel pezón. Luego repitió el mismo juego con ambos pezones, hasta que ella volvió a jadear y a arquear las piernas. Siguió dándole con la fina lamina de cuero por el vientre y el pubis, acudiendo inmediatamente con su boca a calmar la sensación de dolor con el placer de la punta de su lengua rozando la zona de piel castigada.

Ella se preparó a sentir el castigo en su sexo, tensó su cuerpo y volvió a arquear las piernas, dejando espacio para que pudiese castigarle el sexo, pero él no siguió, para decepción de Ely, hasta sintió el roce de la calidad piel de Miguel sobre la suya, y su polla dura rozando su entrepierna. Él se había acercado a ella para hacerle sentir su cuerpo sobre el de ella de forma casi de forma imperceptible, al tiempo que con una mano la volvía a agarrar por el cuello y dirigiendo su boca al encuentro de los labios de ella que los humedecía con la lengua. Le mordió con cuidado los labios antes de fundirse en un profundo beso, durante el que sus lenguas se buscaron y enroscaron como dos serpientes en lucha. Ely creyó que iba a venirse de nuevo y él tuvo que hacer un esfuerzo para no penetrarla y dejarse ir dentro de ella.

Para disgusto de Ely, aunque no dijo nada, que ya se había preparado para un nuevo orgasmo, él cesó en sus manejos amatorios y le desató las muñecas de las correas de cuero, pero se las volvió a atar con dos esposas forradas de terciopelo. La conduzco hacía un asiento especial, parecido a la camilla de un ginecólogo, la ayudo a sentarse totalmente abierta de piernas y la ató por los tobillos con las piernas flexionadas. Él se sentó en un taburete y se dispuso a deleitarse lamiendo y chupando aquel sexo son vestigio de vello, sonrosado y sorprendentemente simétrico.  Nunca había visto un coño tan bonito, los labios eran finos y simétricos los de un lado con el otro, le pareció un libro entreabierto que ocultaba el secreto del placer.

—Ely, tienes un sexo precioso. Relájate, deseo saborearte despacio. Quiero conocer los secretos del goce que ocultas entre estos maravillosos labios.

Alternó las lamidas de abajo arriba entre los labios con la punta de la lengua, primero, para separar los labios y después con tota la lengua para sentir su sabor; las succiones del clítoris que acompañaba de suaves mordiscos con los labios y caricias con la punta de la lengua y cuando volvía a bajar la penetraba con la misma punta. Ely ya había perdido el control de sus impulsos y los dejó libres, mostrando su goce con gemidos y contoneos de sus caderas que buscaban mayor contacto de su sexo con la boca de Miguel. Nunca nadie le había dado tanto placer ni le había practicado sexo oral de forma tan placentera y sin pedir nada a cambio. Su amigo estaba centrado solo en darle placer a ella. Dio rienda suelta a su cuerpo hasta que un tremendo orgasmo la hizo vibrar y convulsionar en aquel asiento tan peculiar. Él no dejó de practicarle sexo oral en busca de un nuevo orgasmo que llegó enseguida y a continuación otros más, en una cadena que la llevó a una eyaculación en la boca de su ya amante.

—Ya, ya. No puedo más, me va a saltar el corazón del pecho —dijo con palabras entrecortadas, mientras intentaba tomar bocanadas de aire que llegaran a sus pulmones.

­—Tranquila, respira hondo —la tranquilizó él mientras apoyada la palma de su mano sobre el sexo mojado y palpitante de ella, quien hubiese deseado cerrar las piernas, pero al estar atada en aquella postura no podía hacerlo, pero la presión de la palma de la mano de Miguel sobre su coño era como un amoroso bálsamo.

Una vez que se hubo relajado, la desató de manos y tobillos, le retiró el antifaz y le ayudó a incorporarse.

—Quédate sentada un instante, si no te puedes marear —le dijo mientras la abrazaba y le cubría la cara y los labios de tiernos besos.

—Pero ahora tienes que venirte tú —le dijo ella mirándolo con ternura y agradecimiento, por el goce recibido.

—No te preocupes. Ahora iremos a cenar, ya tendremos tiempo durante la noche de compartir más placer.

—¿Mas todavía? Yo no sé si podre…

—No empieces a comerte el coco. Déjate llevar. Por cierto, las túnicas no vuelven a abrocharse. Nos sentaremos a la mesa tal como estamos. La cena también forma parte del juego de esta noche. ¿Te apetece otro sorbo de champán? —le ofreció acercándole una copa del burbujeante líquido.

—Sí, tengo sed. —Se la bebió casi de un trago.

—Ah, será mejor que vuelvas al cuarto de al lado y tomes tu celular. Durante la cena, no hablaremos de viva voz, o solo lo imprescindible, seguiremos el juego a través de mensajes de celular.

Pasaron al comedor, decorada con mucho gusto y ricos cortinajes; en el centro de la sala, una mesa alargada de más de tres metros. Había dos servicios, uno en cada punta de la mesa y dos mullidas sillas con apoyabrazos. La iluminación, como en las otras dos estancias en que había estado, era con velas colocadas en grandes candelabros de pie estratégicamente colocados.

Miguel la acompañó, pasándole un brazo por la cintura, hasta una punta de la mesa. Le separó la silla, le indico que tomará asiento y le arrimó la silla cuando ella hizo el gesto sentarse. Luego, él se acomodó en la otra punta de la mesa.

—He dispuesto una cena especial en tu honor. Espero que la disfrutes —dijo él con una sonrisa y alzando un poco la voz primera vez, debido a la distancia que había entre ellos.

A Ely le hubiese gustado más estar sentada a su lado, pero no dijo nada. Solo alabó la grandeza de la mansión.

—No sabía que vivieras en una mansión tan bonita y decorada con tanto gusto. No sabía que fueses rico.

Miguel se rio.

—No es mérito mía. Es la herencia de mi padre, que sí era rico. Era juez. Y no vivo aquí habitualmente, sino en un apartamento en la ciudad. Esta hacienda la utilizo solo para fiestas y en ocasiones muy especiales como hoy.

—Me siento muy honrada, por ser merecedora de esta ocasión.

—Tú lo mereces, Ely. Eres bellísima y una mujer a la que admiro mucho, y no solo por tu físico, pero será mejor que pidamos que nos sirvan la cena.

Tocó una campanilla que tenía a su lado en la mesa y de inmediato apareció Rosa acompañada de un joven alto, moreno y muy apuesto. La ama de llaves seguía vistiendo la túnica con la que la había recibido y el joven, para sorpresa de Elisabeth llevaba un pantalón ancho y suelto de la misma tela que las túnicas, de color negro, y lucía el torso desnudo. Por un momento se sintió turbada ante tal ejemplar del género masculino. No pudo evitar quedárselo mirando, sus bronceados pectorales, la tableta que lucía como vientre y el tono bronceado de su piel consiguieron despertar de nuevo el deseo de Ely que cerró las piernas en un acto reflejo e intentó cubrirse disimuladamente los pechos, consciente de su casi desnudez.

Rosa acudió junto a Miguel a llenar su copa de vino tinto el joven se colocó al lado de Ely.

—Mi nombre es Raúl y estoy a su disposición para lo que guste, señorita —se presentó el joven, hablando casi en un susurro, mientras le llenaba su copa con vino. ¿Deseará agua también?

—Gracias. Encantada, mi nombre es Elisabeth. Y sí, por favor beberé un poco de agua.

Miguel no perdía detalle de la reacción de su amiga, y sonreía con disimulo. Era consciente del efecto que Raúl había causado en Ely.

                                                          II

Miguel escribió un mensaje en el celular y le dio a enviar, sonando de inmediato un pitido en el celular de ella.

«Cómo te he dicho todo, absolutamente todo es para tu disfrute… Incluido tu asistente personal, Raúl, a no ser que prefieras tener a Rosa a tu lado»

Al leerlo creyó entender el mensaje y notó como se ruborizaba. Decidió responder.

«Está bien así. No soy de chicas, ya lo sabes» añadió un emoticono con lágrimas de risa.

«Deberías probar, pero es tu decisión» volvió a responder él.

Con un gesto de cabeza, Miguel dio la orden para que sirvieran la cena.

Miguel, alzó la copa de nuevo para hacer un brindis.

—Porque esta sea la primera noche de muchas más en las que florezca nuestra primavera de los sentidos.

Ely alzó la copa y tomó un sorbo, sin decir nada. En realidad, estaba azorada con aquel ambiente de lujo y sensualidad.

Rosa y Raúl salieron de la estancia y volvieron con el primer plato, un sabroso puré de calabacín con trufa.

Mientras los dos comensales daban cuenta del plato, los dos «sirvientes» permanecían en silencio del pie junto a sus «amos».

Cuando les sirvieron el segundo plato, Faisán a la naranja, volvió a sonar un mensaje en el celular de Ely.

«¿No te gustaría descubrir lo que oculta tu sirviente debajo de ese suave pantalón de seda? Míralo bien y contéstame».

Ely se quedó de piedra, no esperaba aquella propuesta. Le resultaba violento girar la cabeza para mirar a Raúl, aunque esa pregunta se la llevaba haciendo desde que el joven entrara en la estancia. Apuró un poco de vino que le quedaba en la copa y con disimulo lo miró directa a la entrepierna. Percibió como se marcaba un órgano de considerable dimensión, pensó que deba tener un principio de erección por el hecho de que ella estuviera desnuda por delante al lado.

«Sí, pero me da apuro solo pensarlo»

«No tienes por qué apurarte. Él, esta noche, está a tu servicio. Si no le prestas atención lo estarás agraviando. Pídele que se acerque más, mete la mano por dentro del pantalón y explora lo que hay debajo»

«No. Me da mucha vergüenza» —respondió ella.

«Esta noche la vergüenza no existe. Estamos jugando. Solo traspasando límites conseguirás el placer de los sentidos, y el del tacto es uno de los más importantes. Yo también exploraré que hay debajo de la túnica de Rosa. ¡Hazlo! Si no deberemos suspender el juego».

Ely se quedó mirando a Miguel como preguntando: ¿Me lo estás diciendo en serio?

Para confirmárselo, él le dijo algo a Rosa, quien se acercó sin dejar de sonreír. Miguel alzo una mano para desabrocharle los botones de la túnica y dejar al descubierto su cuerpo por delante, ante la atenta mirada de Ely, que se enfurruño porque no aquella noche quería que fuese solo suyo, acarició sus pechos y palpó su sexo. A Ely no le pasó desapercibido que la joven se había abierto de buen grado para ser explorada.

Decidió devolverle la «afrenta», y aunque notó como la sangre le subía a las mejillas, giró la cabeza y le habló de forma casi inaudible al muchacho.

—¿Serías tan amable de acercarte, Raúl?

—Por supuesto, señorita. Estoy a su disposición. ¿Qué se le ofrece?

Ella no se atrevió a responder, acercó su mano a la cinturilla elástica del pantalón y con la mano temblorosa empezó a introducir los dedos debajo. Esperaba que el muchacho hiciera algún gesto de rechazo, pero, al contrario, él se acercó más para facilitarle el trabajo. Ella, entonces, se sintió más confiada y deslizó toda la mano debajo de la prenda hasta encontrarse con una polla que al tacto no parecía estar en erección, a pesar de las considerables medidas de longitud y calibre. Al sentir el roce con su mano, una oleada de calor recorrió su cuerpo y sintió como un nuevo cosquilleo despertaba su coño. No pudo evitar tomarla en la mano y empezar un suave masaje, provocando, ahora sí un repentina y contundente erección. “Dios mío que polla tan enorme” pensó, volviendo la vista hacia Miguel que seguía tocando el sexo de Rosa que había cerrado los ojos y se mordía el labio inferior, la estaba masturbando. Lo mismo que estaba haciendo ella con Raúl que empezaba a disfrutar del masaje, ella había vuelto a mirar a su «asistente» que empezaba a jadear.

Sonó la campanilla de nuevo. Ella se volvió a mirar hacía donde estaba Miguel, pero sin soltar el miembro de Raúl, haberlo sentido crecer en su mano la había puesto muy cachonda. Volvía a sentir humedad.

—Será mejor que terminemos de cenar. Luego, si te apetece, podemos seguir jugando.

Rosa y Raúl asintieron con una sonrisa. Ely no fue capaz de decir nada, ya estaba perdiendo la noción espacio tiempo, ya quería poner barreras, solo dejarse llevar y disfrutar libremente. Dio un nuevo sorbo a su copa de vino y se recreó humedeciéndose los labios de la boca.

—Señorita, el pantalón tiene una abertura donde normalmente va la cremallera de la bragueta —susurró Raúl de forma que solo Ely se enteró.

Ella no lo dudó, volvió a acercar su mano y efectivamente pudo introducirla sin problema, agarró la dura polla y la sacó, dejando al joven con su espada desenvainada, ante la sorpresa de Miguel y de Rosa que no pudieron evitar una carcajada.

—Él no va a ser el único que no tenga su sexo al aire —dijo Ely, bajando la mirada a su plato.

Nadie hizo ningún comentario. Cuando hubieron terminado el segundo plato, los «asistentes» retiraron los utensilios y sirvieron el postre, una brocheta de frutas con chocolate.

Una vez servido terminado el postre, Miguel volvió a escribir un mensaje.

«Ahora viene un postre especial, el postre de los sentidos y el placer. ¿Con quién lo prefieres degustar con Raúl, con Rosa o conmigo?»

Ely, lo leyó y notó un sofoco en todo el cuerpo. No sabía que contestar, suponía de que se trataba el postre especial, por supuesto no quería degustarlo con Rosa, pero no sabía que contestar. Le gustaba su anfitrión, pero le gustaba mucho más Raúl que era más o menos de su edad y estaba como un queso. Le preocupaba que, si elegía a Raúl, Miguel se sintiera menos preciado y ella no quería perder su amistad.

Miguel se dio cuenta de las dudas de su invitada. De hecho, ya esperaba aquella reacción, no le extrañaba, por eso había dispuesto la presencia de Raúl que, al igual que Rosa, eran dos actores que se prestaban a esas actuaciones por una adecuada suma de dólares. El guion de lo que sucedería aquella noche lo habían preparado entre los tres.

Por fin Ely respondió:

«Si te soy sincera, contigo me siento más segura, pero… es que Raúl es el hombre con el que siempre soñé tener sexo. No sé, no quiero que te enojes» Ely sentía el hormigueo en su sexo cada vez que recordaba las palpitaciones de la polla de Raúl en su mano.

Miguel respondió mirándola con una tierna sonrisa.

«Nunca me podré enojar contigo, somos amigos. Mi único deseo es que esta noche la recuerdes como la más bonita y placentera de tu vida. Y te entiendo, si yo fuese mujer también lo elegiría a él. De todos modos, queda mucha noche… no te preocupes por nada y entrégate al goce».

Una vez leído el mensaje ella lo miro con una sonrisa y moviendo los labios, con voz apagada, le dijo «gracias».

A un gesto de Miguel, Raúl se colocó detrás de la silla de Ely. Con ambas manos empezó a masajearle el cuello y los hombros, desplazando la túnica que poco a poco fue descendiendo por los brazos de Ely. El masaje era suave, ella se estremecía al sentir el suave roce de las yemas de los dedos del joven avanzar sobre su piel hacía los pechos.

Rosa había hecho lo mismo y le practicaba un masaje a Miguel, que mantenía la mirada de Ely. Era una sensación extraña para ambos, pareciera que se transmitieran con la mirada el placer que cada uno sentía, o más bien gozaban viendo el placer que disfrutaba el otro.

Raúl había llegado a los pechos de Ely, los masajeaba a la vez, cada uno con una mano, moviendo con fruición las manos desde el nacimiento de la teta hasta el pezón que hacía rotar entre sus pulgares y los dedos índices. La túnica de Ely ya había sido quitada de los brazos, si bien segua sentada sobre ella en la silla. Miguel continuaba con el pantalón puesto, pero su polla salía erecta por la bragueta, tal como Ely se la había sacado durante los postres.

Rosa masajeaba a Pelayo desde el cuello hasta el vientre, al tiempo que con la boca y la lengua recorría su cuello. También le había quitado la túnica. Anfitrión e invitada estaban ya completamente desnudos.

Raúl continuaba con el masaje desde detrás, pero Ely, ya con el sexo húmedo y gozando de aquel inmenso placer, estaba deseando que la besara en la boca. Sus gemidos y movimientos le indicaron al joven el momento de dar el siguiente paso. Paró de masajear sus pechos, se pasó de nuevo a su lado y agarro la silla con fuerza y la giró hacía el lado, en diagonal con la mesa del comedor, para poder colocarse frente a ella, que permanecía ya con las piernas abiertas y su sexo brillaba en la penumbra por la humedad. El joven le separó aún más las piernas usando ambas manos a la altura de los muslos que acarició de arriba abajo, justo hasta rozar con el borde de las manos los labios del coño. Ella pensó que iba a masajeárselo y se abrió completamente. Estaba muy cachonda y ya se había olvidado de Miguel. Raúl, sin embargo, no la masturbó. Con una mano le agarró la mejilla para levantarle la cara y sus ojos enfocaran su vientre y su miembro duro y horizontal, con una ligera curvatura hacía arriba. Con suma destreza se quitó el pantalón y quedo completamente desnudo. Ely abrió los ojos asombrada, sin el pantalón aquella polla aún aparecía más grande. Se fijó también en los huevos totalmente depilados, aquel hombre era perfecto. Deseó chuparla, aunque nunca le había gustado mucho esa práctica, pero era tan hermosa que quería saborearla en la boca. Raúl le tomo ambas manos entre las suya y se las llevó a que lo acariciara. Ella no se hizo derogar, empezó a masajear el pene con una mano y los huevos con la otra, la polla aún se tensó más y el joven empezó a dar signos de estar gozando, lo que a Ely le satisfizo, deseaba que el gozara con ella. No se resistió cuando les acercó el capullo a los labios, la engulló despacio, pero solo un trozo, entera era imposible. Mientras ella mamaba él había curvado su espalda y con ambas manos había vuelto a masajear las tetas y los pezones de ella, que tenía el coño ya ardiendo de deseo.

Rosa también se había desprendido de su túnica, ya todos estaban desnudos, y le estaba dando también un masaje en la polla y los huevos a Miguel, lo alternaba con suaves y cortas mamadas del capullo. Miguel le masajeaba el coño por detrás, con el brazo pasando por encima de las nalgas de ella y los dedos masajeando el coño desde atrás.

Mientras mamaba la verga de Raúl, Ely miraba de reojo lo que Rosa le hacía a su amigo, y esa visión junto con lo que ella estaba saboreando, y seguramente ayudada por los tragos durante la cena, se sentía como una perra en celo. La succionó y lamió hasta que él se retiró para evitar una eyaculación, realmente aquella joven le estaba dando placer. Le ayudó a incorporarse, pasando ambas manos por las axilas de ella y agarrándola por el culo la sentó encima de la mesa, sobre el mantel granate de que cubría, volvió a recorrer su cuerpo con las yemas de los dedos hasta llegar al coño, ella ya se había abierto todo lo que le daba la entrepierna. Esta vez sí introdujo sus dedos entre los labios, la penetró y le masajeó en círculos en clítoris, de tal forma que ella solo aguantó unos segundos y, para sorpresa de Raúl, su sexo empezó a jadear, a palpitar su sexo y a tensarse toda ella bajo el efecto de un orgasmo brutal que la hizo dejarse caer con la espalda sobre la mesa, apoyando los pies en el borde de la mesa y con las piernas flexionadas por las rodillas. Las había cerrado en el momento del orgasmo, aprisionando entre ellas la mano de Raúl.

Miguel y Rosa seguían disfrutando, mientras se comían la boca y se masturbaban el uno al otro. Rosa, se cuando en cuando se la chupaba, ambos pretendían que aquel juego durara el máximo tiempo posible antes de venirse.

Raúl se sentó en la silla que antes ocupara Elisabeth, a la que agarro por las caderas y la atrajo de forma que su culo quedara justo en el borde de la mesa, ella seguía tumbada de espalda sobre la mesa, reponiéndose el tremendo orgasmo que acaba de tener, el tercero aquella noche. No opuso resistencia, al contario se ayudó con el apoyo de los brazos para facilitar la maniobra que proponía Raúl. Una vez colocada, él separó sus piernas con ambas manos y las sostuvo en alto, mientras su boca se fue directa al coño encharcado. Olía a sexo y a hembra en celo, pero sabía dulce. Lamió su coño de arriba abajo y de abajo arriba, le mordisqueó los labios y el clítoris, a veces le introducía la punta de la lengua dentro del coño y la movía con rapidez. Como le hubiese pasado a Miguel Raúl se quedó prendado de aquel coño tan sonrosado, y tan perfecto, había comido muchos por placer o por trabajo, pero nunca uno lo había hecho sentir tanto deseo de saborearlo y hacer que gozara y le mojara la boca. Ely ya no gemía, gritaba literalmente ante cada movimiento de la lengua de Raúl. Se movía de un lado a otro, intentaba abrir todavía más las piernas, lo que al día siguiente le haría sentir agujetas, levantaba el culo buscando más contacto con la boca de su joven amante. Raúl tenía que hacer esfuerzos para no venirse, estar dando placer a aquella esplendida joven, sin poder follarla todavía y descargar la leche acumulada en sus huevos, hacía que actuara como un semental, cada vez era más impetuoso, más salvaje y Ely cada vez disfrutaba más del sexo. En un momento que la vio realmente fuera de control, jadeando, gritando y moviéndose de un lado a otro, Raúl aprisionó el clítoris entre los labios, dentro de la boca y empezó a masajearlo con la lengua en círculos, al mismo tiempo que le introdujo el dedo índice y el corazón en el coño y también los movió rápidamente. Inmediatamente Ely, gritó más fuerte, levantó el culo y la espalda de la mesa y tuvo un orgasmo húmedo, mojando la cara y la boca del joven, pero él no paró, siguió con su masaje aprisionando más fuerte el clítoris, casi mordiéndolo con los dientes, sabía que le estaría causando algo de dolor, pero eso dolor y el placer la enardecían, en esos momentos Ely haría lo que le pidieran, todos los sabían.

Miguel deseaba enseñarle a su amiga todas las fuentes de placer, poco a poco. Cuando ella estaba más cachonda y había entrado en una cadena de cortos, húmedos y rápidos orgasmos por las prácticas de Raúl con la boca y los dedos, Rosa se subió encima de la mesa y colocó su coño sobre la boca de Ely. No lo dudo ni un instante, levantó la cabeza de la mesa, sacó la lengua y se dispuso a saborear el coño de la ama de llaves, no era experta en ese menester, pero estaba tan cachonda, por los orgasmos que Raúl le estaba regalando con la boca en su coño que ya no sentía inhibición alguna, y lo hizo con tanta pasión que Rosa se vino enseguida. Rosa se bajó de la mesa y se quedó besando a Ely en la boca y acariciándole los pechos, sin que ella la rechazara, mientras Raúl seguía procurándole orgasmos hasta que ella pidió parar.

—¡Basta! ¡Para! — dijo con voz entrecortada­. No puedo más, me cuesta respirar ya. —Cerró las piernas y el joven paró, y le sostuvo las piernas juntas en alto, mientras Rosa la acariciada tratando de relajar, era verdad que sus pulsaciones estaban disparadas.

Rosa le dio a beber un vaso de agua y siguió acariciándola con ternura. Ely la miró con ojos de agradecimiento, no sabía por qué, pero le estaba agradecida por haberle ofrecido su coño de aquella manera. “Seguro que mañana me comeré el coco, pero ahora mismo…”, pensó.

Miguel, había estado contemplando la última parte de la sesión con Ely, desde que Rosa le cambiara a él por su invitada. No había podido abstenerse de tocarse el mismo, pero no se había corrido. Allí, las únicas que se habían corrido eran las dos mujeres y ninguna había sido penetrada todavía por una verga.

                                              III

Estaban los cuatro agotados y desnudos, las dos mujeres sonrientes y ellos con gran necesidad de eyacular, pero los dos se contenían para prolongar al máximo el goce propio y el de sus compañeras de juego.

Ely se había incorporado, pero seguía sentada en la mesa, Raúl y Miguel seguían sentados en sus cómodas sillas, pero con las vergas duras y tan excitados que miraban a las chicas esperando que se decidieran a aliviar su excitación sin necesidad de pedírselo.

—Chicos creo que debemos descansar un poco, estamos agotadas —dijo Rosa—. Iré a la cocina por un plato de fresas, que he dejado preparado, y otra botella de champán, ahora Raúl y yo os ayudaremos a dar cuenta de ambas-

—Sí, yo ya no puedo más. Creo que necesito irme a dormir. ¿Tu chofer me llevará a casa de vuelta? —respondió Ely.

—Por supuesto, pero no hay prisa. Todavía te quedan muchas cosas por disfrutar y, además, no pretenderéis dejarnos así —Respondió Miguel, señalando su verga y la del joven—. Por ahora, las únicas que habéis disfrutado sois vosotras.

—No os preocupéis si Ely no quiere seguir jugando, ya me encargo yo de los dos, a mí me encanta seguir jugando. Quiere visitar la sala rosa. Iré por las fresas y el champán.

—Pues puedes llevarlo directamente a la sala rosa —propuso Miguel—. Ely si deseas marcharte le diré al chofer que te lleve a tu casa, pero yo te aconsejo quedarte con nosotros.

—¿Qué es la sala rosa? ¿Cómo la purpura?

—No, la sala purpura es única y por hoy ya la has disfrutado suficiente. En esa sala hay que ir paso a paso. La rosa es… la sala romántica. Te gustará, no puedo decirte más —le explicó Miguel con una sonrisa cautivadora.

—Está bien, me quedo un ratito más.

—Perfecto, pues podéis ir hacia allí, ahora voy yo con las fresas y el champán —dijo Rosa, saliendo del salón comedor.

Cuando se fue, Ely se quedó mirando su esbelta figura por detrás. Si vestida con la túnica le parecía impresionante, así desnuda y como se movía parecía una diosa. “Y he tenido mi primera experiencia lésbica con ella. No sabía lo que hacía de tan caliente como estaba, pero a mí las que me siguen gustando son esas dos vergas. Tienen los capullos bien mojados” Ely empezaba a comerse el coco con la experiencia lésbica que había tenido, y era consciente de ello, por eso volvió a su cabeza un pensamiento “Mi teacher seguro que me diría que deje de comerme el coco, que a lo hecho pecho y que, si lo he disfrutado que no le dé más vueltas, que hay que dejarse llevar por el momento y vivirlo, sin más”.

Al entrar en la sala rosa, Elisabeth pudo comprobar que, efectivamente, era totalmente diferente. Por supuesto estaba decorada de color rosa, en el centro de la sala había una inmensa cama redonda y en los laterales diferentes artilugios que se parecían a máquinas de gimnasio. Miguel le explicó que eran, en efecto, máquinas japonesas para practicar sexo en diferentes posiciones. Ella había leído algo sobre esas instalaciones donde en japón las parejas, incluso los matrimonios, acuden para practicar sexo con total libertad.

Al momento entró Rosa con una bandeja con cuatro copas, un bol de cristal lleno de fresas y una botella de champán francés. Lo depositó todo sobre la bandeja superior de un carrito «camarera» con ruedas que lo acercó a la cama redonda, donde los otros tres ya se encontraban sentados y charlando. A los hombres la erección ya les había disminuido, pero aún se notaban dos buenos aparatos, Ely los había mirado a ambos ya sin disimulo, y comparando. No había discusión la de Miguel, aun siendo de buenas dimensiones, era más pequeña que la de Raúl, la que más ansiaba por sentir dentro de ella, aunque le daba un poco de temor de que siendo tan grande no le hiciera daño en el fondo de su vagina. Una copa más de champán y dejo aparte sus temores.

Rosa tomo cuatro fresas en una mano y la copa en la otra, se colocó al lado de Ely, que estaba sentada con las piernas juntas, se estiró sobre la cama y apoyo su cabeza sobre sus muslos.

—¿Te molesto? —Le preguntó con voz seductora, rozando sus labios con una fresa que le ofrecía.

—Claro que no —respondió Ely.        

Continuaron dando cuenta de las fresas y las doradas burbujas, mientras poco a poco volvían las caricias. Ahora Miguel se había situado más cerca de Ely, y empezaba a acariciar sus pechos y pezones, primero con la mano y luego con la boca. Raúl hacia lo mismo con Rosa. Pero todos eran conscientes que aquella era una velada destinada a descubrirle a Ely el mundo de los sentidos y del goce con sexo libre y voluntario.

Cuando ya se empezaban a escuchar jadeos, Rosa se dio la vuelta, se colocó entre las piernas de Ely y se las separó, ante la sorpresa de ella que no deseaba más sexo lésbico.

—Antes tú me has dado placer a mí. Ahora, me toca a mí. Relájate, Miguel cuidará de tus tetas y de tu boca, de tu coño me encargo yo.

Ely abrió la boca para decirle que no, pero no le dio tiempo. La boca de rosa ya se había apoderado de su coño y ella sintió un placer que le hizo cerrar la boca y morderse el labio. “déjate ir y goza, luego si no quieres no repitas, pero hoy goza”, pensó que le diría su teacher. Rosa, como mujer, sabía lo que hacía. No tenía prisa, sabía cuándo lamer, cuando hacer presión y cuando chupar o mordisquear. Le había dado mucho placer la comida que le había hecho Raúl, pero Rosa era como si la estuviese llevando despacio hacia la cima de una montaña, el placer iba aumentando poco a poco, sin altos y bajos. Mientras, Miguel seguía disfrutando de sus tetas, las que tantas veces había deseado tener en la boca, y ella del placer que su amigo, al que le había dedicado más de una masturbación, le daba. Raúl, había ayudado a Rosa a ponerse de cuatro con las piernas separadas, había metido la cabeza entre sus piernas y le estaba comiendo el coño. De nuevo, nadie se ocupaba de las pollas de ellos que volvían a estar duras como piedras.

Ely empezó a gemir y a retorcerse, el placer que le estaba dando Rosa en el coño estaba llegando al pico de la montaña y ,cuando Miguel tomó las tetas entre sus manos y le estiro los pezones hasta el punto que él creía que podría empezar a causar un dolor placentero, lanzó un grito y se vino en un orgasmos que recibió como si fuese un latigazo en todo su cuerpo, que se tensó y por unas décimas de segundo tuvo la sensación de que se le había parado el corazón. Nunca había experimentado algo así, tanto gozo. Rosa de nuevo usó la palma de la mano para calmar su coño con un suave masaje, mientras ella misma descargaba un orgasmo húmedo en la boca de Raúl.

Ely había perdido la cuenta de los orgasmos que había tenido aquella noche. Estaba agotada. Necesitaba descansar, pero Rosa llamó su atención sobre algo.

—Pobres, llevan toda la noche dándonos placer y ellos aún no se han venido. ¿No crees que se han merecido una buena mamada? —le susurró al oído,

—Sí, pero nunca he hecho sexo oral —respondió ella sonrojándose—. No se sé si sabre hacerlo.

Mientras los dos caballeros daban cuenta de otra cava de champán, Rosa le explicó al oído como mamar y como echar la leche, si se corría en la boca, en caso de que no quisiera tragársela.

—¿Tú la tragas? —le preguntó a Rosa.

—Con la de ellos dos sí. Lo hago solo cuando tengo confianza y me gustan como hombres, pero tu haz solo lo que te apetezca.

—De acuerdo lo intentaré.

—¿A quién se la prefieres mamar? A Miguel o a Raúl.

—Me gustaría hacérselo a Raúl, pero no me va a caber toda. — Volvió a sonrojarse Ely, que no podía creer que estuviese teniendo aquella conversación con una desconocida, con la que se habían comido el coño, pero una desconocida.

—No tienes que metértela toda. Tu chúpale bien el capullo y el resto métela hasta donde puedas y succiona como te he dicho y ya está. Así que tú se lo haces a Raúl, ¿okey?

Ambas tomaron sus copas de champán y unas fresas, cada una se dirigió al lado del compañero que había elegido. Rosa empezó a acariciar a Miguel para indicarle que iba a ser ella quién, por fin, le iba a dar placer a él. Ely la miraba con disimulo y la seguía con las caricias en el cuerpo de Raúl. Hasta que ambas se llevaron las pollas a la boca y dejaron de mirarse. Ely, al principio cerró los ojos, empezó a mover sus labios sobre el capullo de Raíl que enseguida empezó a dar signos de placer, eso la animó a ir introduciéndola más en la boca y succionar como le había indicado Rosa, que a su vez le estaba haciendo una gran mamada a Miguel. Ella sabía lo que le gustaba, no era la primera vez que compartían una noche de los sentidos, pero aquella tenía algo de especial porque como les había explicado su anfitrión y empleador aquella noche, Ely era prácticamente virgen en el goce del sexo de verdad. Eso los había excitado a los dos y los llevaba a ser muy cuidadosos con ella, no querían que pasara un mal momento, deseaban darle la noche de placer más especial de su vida.

Ely, no era una experta en la felación como Rosa, pero no lo hacía mal y empezó a tomarle gusto a la polla de aquel pedazo de hombre que le había tocado en suerte, incluso cuando notó que el arqueaba las piernas de gusto y gemía, llevo una mano a apretarle los huevos, lo que aceleró la corrida de Raúl que llevaba toda la noche con necesidad de eyacular la leche acumulada en sus testículos, pero por consideración a ella, la advirtió.

—Ely, me voy a venir —le dijo con voz temblorosa, por si deseaba sacarla de la boca.

A ella se le pasó por la imaginación sacarla de la boca, pero recordó lo que le había explicado Rosa y decidió seguir, apretó más la mano que tenía en los huevos. A Raúl le temblaron las piernas, su polla palpitó y empezó a echar leche. Ely noto sobre la lengua líquido aquel caliente y espeso sobre su lengua, no le dio asco como en principio había pensado, le resultó agradable incluso en el gusto y tragó la primera descarga, pero la polla era de un hombre joven y atlético que llevaba muchas horas caliente. Salía más leche de la que ella podía tragar, entonces recordó los consejos de Rosa y empezó a expulsarla de la boca haciendo que le cayera sobre las tetas, lo que la puso cachonda de nuevo. Cuando la polla de Raúl dejó de dar espasmos se la sacó de la boca, abrió los ojos y, mientras la seguía masturbando para que echara las últimas gotas de leche sobre sus tetas, miro a Miguel y a Rosa. Se notaba que Miguel se estaba corriendo en la boca de Rosa, que la tragaba toda, pero lo que más le sorprendió fue ver que Rosa le había metido un dedo en el culo. En efecto, ella conocía bien los gustos de Miguel en el momento de ir a venirse, ese dedo desencadenaba un orgasmo salvaje.

Después de la mamada, las dos estaban cachondas de nuevo y con ganas de sentir una polla en el coño, aquella noche a pesar de la multitud de orgasmos, sobre todo Ely, aún no habían sentido una verga dentro del coño. Recién eyaculados, no era el mejor momento para follar. Los que tenían experiencia, Miguel, Raúl y Rosa, lo sabían bien; así que tenían que penetrarlas rápidamente antes de que se bajará la erección. Rosa tomó la iniciativa.

—Ely, tu y yo a cuatro patas. Ya es hora de que estos dos machos nos follen como a dos perras —le pidió que la imitase cuando ella ya estaba a cuatro patas, el culo en pompa y abierta de piernas—. Tengo ganas de que me llenen el coño de leche ahora.

Ely no dijo nada, solo imitó a Rosa. Ella estaba deseando saber lo que era sentir una polla penetrándola por detrás y que le hiciera correrse.

Esperaba sentir la polla de Raúl perforándola, pero no fue así. Miguel y Raúl se habían puesto de acuerdo con solo una mirada, fue Miguel quien se encargó del coño de Ely y Raúl del de Rosa. Ely se dio cuenta, pero no dijo nada porque cuando aún no había reaccionado sintió como le entraba la verga hasta que los huevos tocaron con su entrepierna. Ambas estaban tan lubricadas que las pollas entraron sin problema. Raúl se dedicó a follar a Rosa como a ella le gustaba, la conocía bien, por algo era su esposa. Ambos eran actores porno y no tenían problema en participar en fiestas privadas, sobre todo si quien las organizaba era su amigo Miguel.

A Ely su amigo, la folló con pasión, pero con ternura. En la posición de perrita y mientras entraba y salía en ella unas veces despacio y otras rápido y fuerte hasta el fondo, le agarró el pelo con una mano y le tiraba suavemente para que ella levantara la cabeza y sus tetas se movieran en el aire al vaivén de la polla que tenía dentro del coño. Cuando la cabalgaba rápido y fuerte, con la otra mano le daba azotes en las nalgas, como si estuviera cabalgando una yegua. Ella nunca había pensado sentir tanto placer con la polla, ni que aquellas nalgadas le dieran tanto gozo. Tentada estuvo de pedirle que le diera más fuerte, pero decidió dejarse hacer y disfrutas, tenía la boca abierta en forma de corazón como si estuviese deseando chupar una polla, incluso imaginó que Raúl se ponía delante de ella y le ofrecía la polla de nuevo, pero él estaba dándole placer a su pareja, alternando el coño con el culo, a Rosa le encantaba y se corrió así lanzando un grito.

Ely, tardó un poco más. Se había venido muchas veces aquella noche y el último orgasmo se hacía derogar, pero también Miguel dosificaba la follada porque él quería disfrutar de aquel maravilloso cuerpo, del bonito coño y de sugerente culo de Ely. La había deseado muchas veces, incluso se había masturbado pensando en ella, y no sabía si volvería a tenerla así cachonda y entregada a él. Ella estaba en una nube, ya no pensaba, que la follara de aquella forma por detrás la estaba dando un gozo extremo. Empezó a gemir y a mover el culo. Miguel percibió que estaba cercana a correrse y empezó un frenético y duro mete saca y a darle cachetadas en las nalgas, que luego quedaron enrojecidas, hasta que gritó de gusto. Él no paró porque aún no le venía, siguió así rápido y fuerte buscando su propio orgasmo, pero su sorpresa fue que Ely tuvo otro casi enseguida, esta vez muy húmedo, había eyaculado. Esa sensación en la polla hizo que Miguel se corriera gritando, sacando la polla unos segundos antes de soltar la leche y masturbándose con la mano para sacarla toda y esparcirla sobre el culo y el coño de Ely.

Acabaron todos agotados sobre la cama redonda recuperando la respiración, estaban exhaustos, pero pletóricos de placer y de satisfacción de haber introducido a Ely en un mundo que desconocía.

Después de asearse y ducharse, Rosa y Raúl se fueron a dormir a una estancia de la casa. No sabían que decidiría hacer Elisabeth, ni se la volverían a ver, así que se despidieron de ella besándola en la boca los dos. Ella les correspondió con una sonrisa.

—Ely, puedes quedarte a dormir. Puedes hacerlo conmigo, o en un cuarto sola. Y, si lo prefieres le dijo al chofer que te lleve a tu casa, pero son las dos de la madrugada —le propuso Miguel, mirando el reloj.

—No sé. Es que mañana es día de trabajo…

—¿Tienes que ver a algún cliente?

—Bueno… tenía una reunión contigo. Estoy trabajando en proyectos tuyos.

—Pues entonces no te preocupes, no hay ninguno urgente y nos podemos tomar la mañana libre. ¿Te quedas?

—Sí, está bien. Me quedo a dormir contigo.

Se acostaron desnudos tal como estaban, Ella se puso de lado y Miguel la abrazó por detrás en la posición de «cucharilla» procurando que ella sintiera su polla contra sus nalgas. En realidad, esperaba que ella deseara volver a follar a la mañana siguiente, pero también otro pensamiento: Quizás sería agradable despertar siempre con ella, pero es mucho más joven que yo…”. Ella pensaba lo mismo, «ummm ¿cómo será que te despierten metiéndote la polla en el coño y que abracen así todas las noches? Sería fantástico con Raúl, pero quizás con Miguel no estuviese mal, está divorciado, es atractivo y me ha conseguido que me venga follándome con la verga”. El último pensamiento antes de dormirse fue para su teacher: “¿Se lo explico, o mejor no?”

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