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LA ESCRITORA DE RELATOS - XIII (Y ultima)

en Fantasías Eróticas

                 LA ESCRITORA DE RELATOS

                 TRIGESIMA PARTE (Y ULTIMA)

Cuando nos volvimos a la cama, desnudos después de despojarnos del albornoz, nos metimos debajo de las sabanas abrazados, sintiendo la calidad de nuestros cuerpos, piel contra piel, uno de mis muslos entre los suyos, sus pechos aplastados contra mi pecho.

No había palabras, los labios, las miradas y las yemas de nuestros dedos recorriendo y explorando, el uno el cuerpo del otro, eran la letra que reescribíamos de la música de las baladas que sonaban en el equipo de música. Suaves y románticas baladas de un CD de diferentes autores que ella había insertado previamente.

Nuestros cuerpos se cimbreaban lentamente, deslizándose sobre las suaves sabanas de seda, buscando sentir cada vez más el contacto de los cuerpos. Ella deslizaba su entrepierna sobre mi muslo entre sus piernas transmitiéndome, primero el calor y, más tarde, la humedad de su concha; mientras mi verga, con la punta ya mojada, exploraba libremente su vientre.

Los besos eran cada vez más pasionales, más cálidos, más lujuriosos. Nuestra respiración más agitada. Fue Isabel la primera en descender con sus labios por mi pecho, lenta y lascivamente, alcanzar mi vientre y seguir bajando hasta encontrarse con mi polla erecta, la desenfundó suavemente con los labios para luego saborearla en toda su extensión. Yo me abandoné no solo al placer físico sino también a la ternura, quizás amor, que sentía que ella quería transmitirme en cada contacto de su lengua. Cuando sentí que estaba a punto de alcanzar el cielo de los amantes, no le dejé seguir atraje su cabeza al encuentro de mis labios. Fue un beso largo y profundo, nuestras lenguas saborearon todos los matices y jugaron al escondite en cada rincón de nuestras bocas. El baile de nuestros cuerpos era cada vez más brioso.

Ahora era yo el que bajaba hasta deleitarme en sus pechos y sus pezones que llenaban el hueco de mi boca, donde con la lengua los saboreaba excitándolos circularmente. Seguí descendiendo hacía su vientre, haciendo una breve parada en el hueco de su ombligo. Seguí bajando hasta que por fin alcancé el ansiado manjar de su concha hinchada, jugosa y ofreciéndose a ser fácilmente abierta con la punta de mi lengua que se deslizó ansiosa entre los sonrosados y jugosos pliegues. Mi lengua buscó con frenesí la cálida entrada de aquella cueva de amor y placer que era el coño de Isabel, intentando en vano la unión que nos fundiera en un solo cuerpo. Ella también se había abandonado al placer y a los sentimientos que yo pretendía transmitirle con aquellas calladas caricias. Su cuerpo se tensaba y levantaba, sobre las piernas flexionadas, apoyando los pies sobre la cama. Yo ni siquiera oía jadeos o gemidos, solo algunos suspiros entrecortados. Me apoderé de su desenfundado rosado botón, me sacié succionándolo, mordiéndolo entre mis labios y rodeándolo con la lengua, hasta que una larga serie de espaciadas convulsiones la llevaban del valle a la cima, de la cima al valle y, nuevamente, a la cima del supremo placer de los orgasmos. El jugo de su placer saciaba mis más lascivas ansias gustativas.

Después de esa cadena, de la que creí contar hasta cinco eslabones, ella alargó alargo sus brazos y presionando con una mano a cada lado de mi cabeza me aupó de nuevo al encuentro de sus labios. Mi cuerpo se deslizo sobre el suyo, nuestras bocas reanudaron el baile de las lenguas, y mi polla encontró por si sola la entrada, introduciéndose entera hasta el fondo de su vagina nadando en un cálido mar. Apoyé los brazos sobre la cama para no descansar el peso de mi cuerpo sobre el suyo, dejamos de besarnos, seguíamos sin pronunciar palabra, solo hablaban nuestros ojos y el vaivén de nuestros cuerpos. Acompasamos el ritmo de nuestros movimientos, cuando yo entraba ella levantaba las caderas buscando el contacto más profundo y el sentido contrario cuando yo salía. Poco a poco los movimientos fueron acelerándose de forma inconsciente, guiados solo por la apremiante necesidad de fundirnos en un solo cuerpo.

-             ¡Lléname de ti! – dijo como un ruego, sin dejar de mirarme con los ojos húmedos y la cara encendida.

Aquellas palabras y la humedad de sus ojos me produjeron tal sensación de ternura que aceleré el ritmo y quise introducirme todavía más dentro de ella, fueron momentos de desenfrenada y tierna pasión, hasta que sentí como se formaba el nudo de los músculos de su vagina abrazando mi polla, y un placer que nacía en la punta rozando con el fondo de su coño y se desplazaba hasta el escroto. En ese momento un latigazo eléctrico recorrió mi espina dorsal y mis testículos empezaron a bombear semen acompasando los espasmos del interior de su concha. Seguí bombeando, bajando el ritmo, hasta que mi prepucio quedo tan sensible que tuve que retirarme. Por un pequeño momento me deje reposar sobre su cuerpo, mientras ella me acariciaba con sus manos la espalda y me llevaba de besos la cara y la frente.

Realmente no habíamos follado, habíamos hecho el amor y habíamos alcanzado el maravilloso cielo de los amantes.

El resto del día transcurrió entre arrullos en la cama, en la cocina preparando el almuerzo y con conversaciones ligeras para evitar pensar o hablar de nuestra, cada vez más cercana, separación.

Antes de partir del chalet me entregó una foto suya vestida con traje chaqueta. De hecho era solo media foto, la había cortado en un perfecto zig zag.

- Toma guarda esta mitad donde nadie te la vea. Yo guardaré la otra mitad.

- La guardaré -dije extrañado- pero… ¿por qué me das solamente la mitad?

- Porque espero que por alguna razón algún día se vuelvan a unir las dos mitades. Confía en mí.

- Está bien, la guardaré confiando en ese "algún día". Yo no llevo encima ninguna foto.

- No es necesario. Yo me llevo tu imagen grabada en mi cabeza.

Cuando paró su todoterreno en la terminal 1 del Aeropuerto Adolfo Suarez, no le deje bajar. Lo que ella creo agradeció.

Me acerqué a ella y le di un beso en los labios, al que respondió deteniéndose unos segundos con los labios pegados, sin más.

-             Hasta pronto. No bajes, ya saco yo la maleta – traté de sonreír

-             Hasta pronto – forzó también la sonrisa - Ha sido maravilloso.

-             Sí, lo más maravilloso que me había ocurrido. Hasta.., pronto, Isabel.  

-             Ciao, Pelayo. Sé muy feliz.

-             Ciao, Gata.

Cuando cerré el portón trasero del todoterreno, ella arrancó, y yo me quedé allí, de pie, contemplando como se aleja aquel vehículo con una extraordinaria mujer dentro, fuera o no una burguesa, fuera o no...  La forzada sonrisa había desaparecido de mi rostro, y una cierta nostalgia me apretaba en la boca del estómago.

Tenía la sensación de que una parte de mí se iba en aquel coche.

FIN

[email protected] [email protected], esta serie ha pretendido ser un homenaje a una de las grandes escritoras de TR (seguro que no se os ha escapado quién es ella). Para mí es un honor compartir páginas con ella, y que haya aceptado la lectura. Gracias Amiga desconocida.

 Al mismo tiempo formará parte central de mi próxima novela, en la que habrá diferentes intrigas de negocios, espionaje y política.

Lógicamente, ni que decir tiene, que todo es ficción, aunque la novela estará basada en algunos hechos de actualidad.

A los que hayáis leído toda la serie, os quedaría muy agradecido si pudieseis dejar un comentario, a modo de resumen de vuestra impresión global. A un escritor no hay nada que le interese más que la opinión de sus lectores.

Finalmente solo recordaros que mis novelas “La Reina de Panamá”, “No te preguntaré” y “Fantasía en la Red” están en e-book en amazon, que me podéis seguir vía twitter @Gonzalo_Fern, en  facebook.com/gonzalo.fernandez.94214,  y si lo deseáis en mi correo [email protected]  (si lo preferís podéis enviar vuestros comentarios a este mail).

Un saludo y hasta la próxima…