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Unos tacones en la alameda

en Erotismo y Amor

              UNOS TACONES EN LA ALAMEDA                     

Se erguía sobre los finos tacones de unos zapatos de charol negro, que calzaban los pies de aquellas torneadas piernas que deslizaban sobre el paseo su majestuoso cuerpo, envuelto en una gabardina blanca cuyas solapas alzadas, protegían su blanco cuello de la brisa de media tarde; sobre aquellos finos tacones caminaba la musa.

Caminaba despacio, cimbreando su cintura al ritmo del lento  tac,  tac,  de los tacones sobre el empedrado paseo.

De su hombro colgaba un bolso también de charol negro, que sobresalía por detrás de su espalda, desplazado por el brazo cuya mano se  abrigaba en el bolsillo de la gabardina. La brisa acariciaba los cabellos de su media melena, dejando ver a intervalos su orejas pequeñas, aquellas que tantos versos habían escuchado en silencio a través del auricular del teléfono, aquellas, que sólo ellas, conocían  la  voz..

Era una tarde de los primeros días de la primavera, la lluvia se había adueñado de la mañana y de su sol, dejándole a la tarde la humedad y la niebla que, como blanco fantasma,  se movía entre las ramas aún cadavéricas de los centenarios y majestuosos castaños, a los  que alguna alma caritativa había salvado de la tala cuando se construyera el paseo, unos años atrás; se adueñaba del perfume de los naranjos amargos y de sus frutos maduros, mezclándolo con el aroma de los tilos aún sin flor.

Ella respiraba profundo aquel aroma de tierra húmeda, hierba mojada y perfume de primavera, embriagando sus sentidos, mientras sus ojos miraban perdidos a lo lejos del Paseo, a través de la luz doente de la tarde de bruma.

Alguna pareja solitaria se entretenía en amorosos arrumacos, apoyados contra los grandiosos troncos de los centenarios castaños.

La fría brisa en su cara,  equilibraba  el calor  que sentía subir desde el mismo vértice de sus piernas hasta las mejillas, después de provocar un cierto vacío a su paso por el estomago. Tal era la reacción de su cuerpo ante  la excitación que le producía caminar hacia lo desconocido en aquella cita a la que se dirigía.

El no tenia cara, no tenia nombre, solo era voz. Pero ella lo reconocería. El era el poeta, la voz que tantos atardeceres le había recitado versos, la voz que tantas veces había acariciado sus oídos y excitado sus sentidos.

Un día  había escuchado a la voz decirle: tengo un problema…..quisiera enviarte un regalo…pero no se como se envuelve un abrazo..

Ella no tenía cara, no tenía nombre, ella era el silencio. Pero él la reconocería. Ella era la  Musa, la que al poeta inspiró ríos de versos que  fluyeron de su pluma  hasta formar un ancho mar de sueños y placeres compartidos en la lejanía del silencio.

Un día, el silencio se convirtió en voz: ¿recuerdas cuando me dijiste que no sabias como envolver un abrazo?….tengo la respuesta…..envuélvelo rodeándome con tus brazos.

Los castaños, los naranjos y los tilos se aliaron y por unos momentos distrajeron a la niebla absorbiéndola hacia sus copas, y …..entre la bruma….se aparecieron el uno al otro, no había duda eran ellos…el corrió hacia ella con el regalo entre sus dedos…ella corrió hacia él abriendo su brazos y extendiendo las manos ….cuando se encontraron, en silencio se miraron a los ojos, él le entrego el soñado regalo……juntos le pusieron un lazo…un bello lazo …un suave beso en los labios.

*Dedicado a una amiga sin nombre que le puso una maravillosa voz a este relato.