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La escritora de relatos - ii

en Fantasías Eróticas

LA ESCRITORA DE RELATOS

                    SEGUNDA PARTE

Me dijo que vivía cerca de allí, en la Castellana. Mi hotel también estaba en la misma calle, casualidades de la vida o... ¿El destino?

- Supongo que un caballero como vos no me vas a dejar ir sola a mi casa - me dijo al salir del restaurante al tiempo que se cogía con ambas manos de mi brazo derecho.

- Por supuesto que no. Hace una noche estupenda, estoy en la mejor compañía y mi hotel me cae de camino.

En ese momento, de forma inesperada, ella soltó una de las manos con las que se sujetaba a mi brazo, la subió hasta mi cara y la atrajo hacia sí, hasta que nuestros labios se encontraron. Yo me paré, la abracé, ella subió ambas manos a mi nuca. Nos fundimos en un beso largo y profundo. Baje una de mis manos a su culo y la apreté contra mi cuerpo, su vientre se pegó a mí provocando una rápida y contúndete erección que ella notó perfectamente.

- Vaya, vaya. Habrás cumplido sesenta pero tus reflejos siguen siendo de adolescente, al menos... en ciertas partes - me susurro, separando su boca de la mía y mirándome de nuevo a los ojos.

- ¿Vamos a mi hotel?

- ¡Por fin! Pensé que no me lo pedirías nuca. Sí

Seguimos caminando, a aquella hora ya no se veía por la calle más que alguna persona que iba deprisa para llegar a su casa. Eso nos daba cierta intimidad en medio de la gran ciudad. Nuestra excitación se había desbocado, nos parábamos cada pocos metros para besarnos de nuevo, nuestras manos recorrían las del uno el cuerpo del otro por encima de la ropa.

- Estoy deseando quitarte las bragas.

- Umm me pone muy cachonda la palabra bragas, me suena a algo primitivo y salvaje. Nosotros les llamamos bombachas. Y que sepas que bragas o bombachas, las tengo mojadas ya desde antes de salir del restaurante.

- Pues a mí lo que me ponen son "tus bragas mojadas" - le respondí

- ¿Paramos un taxi? - pregunté

- Será mejor, o no respondo de cogerte en medio de la calle.

Isabel era inteligente, buena conversadora, divertida, desinhibida y, lo que más me gustaba, una mujer libre e independiente. Decía y hacía lo que le apetecía, sin falso remilgos. Sería una burguesa, pero se comportaba como una mujer librepensadora. Me había seducido irremediable y peligrosamente, como me diaria cuenta más tarde. Sí, yo era consciente que me había seducido ella, no al revés.

En el corto trayecto, nos mantuvimos en silencio para no despertar la curiosidad del taxista, pero mi mano izquierda exploraba entre las piernas de Isabel, entrando los dedos por el lateral de las bombachas. Ella que estaba sentada detrás del asiento del conductor, y estando fuera del ángulo de visión del mismo, se había subido la falda hasta la ingle y abierto las piernas todo lo que aquella falda de tubo le permitía, que no era mucho; pero los suficiente para que mis dedos alcanzaran a sumergirse en la humedad de su sexo, que percibí totalmente depilado.

Al parar en un semáforo, ella con sumo cuidado, y disimulo, se fue bajando las bragas hasta las rodillas, mientras miraba con una sonrisa mi cara de asombro. Una vez las tuvo en las rodillas con un movimiento de piernas se las quito e inclinándose de la forma más natural del mundo las recogió, y estrujándolas en su mano me las acercó a la nariz, para luego meterlas en el bolsillo de mi chaqueta. Absorbí el olor a su coño, y a partir de ese momento perdí toda noción de autocontrol.

Menos mal que el hotel estaba a cincuenta metros del semáforo, y no fue necesario escandalizar al taxis, porque una gran tensión sexual nos estaba invadiendo a los dos.

Cuando se cerraron las puertas del ascensor nuestros cuerpos se buscaron de forma ansiosa y nuestras bocas se encontraron en un beso desesperado, mientras ella llevaba su mano derecha a tocar el prominente bulto de mi entrepierna y yo intentaba alcanzar con mi mano su entrepierna, que adivinaba húmeda, pero la falta de tubo no permitió en tan poco tiempo más que subir su falda hasta medio muslo. Llegamos a la sexta planta y se abrieron las puertas del ascensor. Afortunadamente a aquella hora no había nadie en la planta esperando tomarlo. La escena  era de autentica película, Isabel con la falda a medio muslo, y yo con la camisa medio desabrochada, la corbata con el nudo deshecho, y los dos enfrascado en un maremágnum  de manos moviéndose frenéticas sobre nuestros cuerpos, mientras nos devorábamos la boca.

Nos medio arreglamos la ropa y, abrazados, y riéndonos de la pinta que teníamos nos dirigimos a la habitación.

Cuando entramos a la habitación, ella delante y yo cerrando la puerta a mis espaldas, se volvió hacía mí, me empujo contra la pared. Me quitó la chaqueta, echándola hacia detrás y que fue a parar al suelo, lo mismo que   la corbata que me la quitó en un gesto rápido y con fuerza, me desabrocho los botones de la camisa como si la rasgara, aún no sé como los botones se desabrocharon sin que saltaran o se rasgara la tela. Cuando ella empezó a desabrochar mi cinturón y mis pantalones, yo hacia los mismo con su blusa, aunque no con tanta pericia. Mientras tanto, alternábamos la labor de despojarnos de la ropa con besos y mordiscos.

Justo cuando había conseguido quitarle la blusa y desabrochar su sujetador, Isabel se agachó al mismo tiempo que con una mano en cada lateral de la cinturilla de mi pantalón dio un tirón bajándolo junto con el calzoncillo hasta mis pies, que levanté uno después del otro para liberarme de ello. Mi polla quedó tiesa apuntando hacia delante justo delante de su cara.

Supongo que viendo mi torpeza quitándole la ropa, ella misma se bajo la cremallera trasera de la falda que se deslizo sobre sus largas piernas hasta los tobillos. Movió los pies para liberarse completamente de ella y de un punta pié la desplazó. Se pegó a mi cuerpo empotrándome contra la pared, haciéndome sentir el calor de la piel de su vientre contra el mío, y el roce de sus pechos con los pezones erectos contra mi pecho. El contacto de sus muslos con los míos me causó una especial sensación de intimidad.

Me agarro los brazos y me los hizo colocar detrás de mi cuerpo

- Ni se te ocurra moverlos de ahí - me dijo con un impetuoso gesto

No dije nada, obedecí y me dispuse a dejarme llevar por aquella mujer de tan precioso y cuidado cuerpo. Empezó tomando mi cara entre las palmas de sus manos y besándome suavemente, despacio, saboreando mis labios, abriendo los míos con su lengua que busco la mía. A mismo tiempo su cuerpo se contorneaba en suave movimiento acariciando mi piel con la suya. Yo había adaptado la posición pasiva que ella me había impuesto, pero estaba sorprendido del cambio que Isabel había dado al encuentro, pasándote de un apasionamiento feroz a esta apasionada, pero dulce y suave danza de cuerpos.

Cuando separó su boca de la mía, empezó a bajar besándome con los labios, y lamiendo con la punta de la lengua cada centímetro de mi piel, desde el cuello hasta la pelvis.  Su boca llegó justo al nacimiento de mi polla. Con la punta de la lengua la rodeó, bajó hasta mis testículos, los succionó y subió de nuevo con la punta de la lengua recorriendo la polla hasta alcanzar el capullo húmedo. Allí se entretuvo rodeándolo con la lengua, aplicando la punta de la misma en la pequeña rajita, mientras con sus suaves manos acariciaban desde mi vientre hasta mis nalgas.  Cuando creía que iba a introducírsela en la boca me lleve la sorpresa de que se incorporó y se abrazó a mi cuello.

-  Ya puedes usas las manos - me susurró mirándome con ojos brillantes que denotaban pasión y ternura, la misma mirada que yo le devolvía.

- Las usare para abrazar tu cuerpo contra el mío. Quiero sentirte - le respondí susurrando también y acercando mi boca a la suya.

Así, abrazados mi polla húmeda rozando su vientre, nuestras pieles ardiendo, nos fuimos moviendo hasta quedar estirados encima de las blancas sabanas de la cama.

Ahora fui yo quien recorrió su cuerpo con mi boca, desde los labios baje rápido a deleitarme con sus pechos y sus pezones, donde aplique toda mi sabiduría en ese arte hasta que empezó a arquear la espalda, y con su pelvis buscaba el contacto con mi cuerpo. Había llegado el momento, pensaba yo, de darle placer con la lengua en aquel coño hinchado e húmedo. Pero fue entonces cuando ella me alcanzo la cara con sus cálidas manos.