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La Decorado (1) - Un Extraño Encargo

en Grandes Series

(En vista de que parece que os están gustando los relatos que estoy publicando voy a intentar atreverme con una serie, cosa que hago por primera vez, así que a ver qué tal me sale. Tengo escritos varios capítulos, pero depende de vosotros y de vuestros comentarios y aceptación que lo continue o no. Todo es una pura ficción, producto de mi imaginación, y sólo espero que os guste y disfrutéis de su lectura. Besos!!!)

 

La Decoradora (I) - Un Extraño Encargo

La vida… ¿Qué es la vida? Algunas personas opinan que puede ser un río sin retorno que nos lleva de la vida a la muerte y que después ya no hay nada; otras que es un mero tránsito espiritual; otras que es un ciclo que se repite determinado número de veces hasta que llegamos a la plenitud atravesando diversas reencarnaciones… Para mí es una botella de buen vino que hay que saborear mientras que se pueda, aunque algunos tragos cuesten más. Esos tragos serían los malos momentos, pero hay que superarlos y seguir adelante. Quisiera contaros cómo mi vida cambió de una manera insospechada pasando de ser un vino joven o un crianza a un reserva…

Me llamo Tania y tengo 26 años. Nací en Madrid, aunque cuando ocurrió esta historia residía en el sur de España por motivos de trabajo en un apartamentito a menos de 200 metros de la playa. Me encanta la sensación de abrir las ventanas de casa y oler el aroma de la brisa del mar. Es una sensación sin la que no podría pasar. Mido 1’70 aproximadamente, pelo rubio lacio y ojos verdes, 95 de pecho, culo respingón y apretado por mi afición a correr por la playa y al gimnasio, y piernas largas y torneadas. Vamos, que cuando paseo por la calle o voy a la playa provoco miradas, aunque a veces pienso que no soy para tanto (Como dicen en mi tierra, “algo tendrá el agua cuando la bendicen”). En cuanto al sexo se puede decir que soy bastante abierta de mente, con una clara tendencia bisexual, lo que me permite disfrutar de él en casi todas sus vertientes, aunque algunas otras las tengo claramente descartadas, bien sea por mis convicciones o porque no me gustan o no me atraen...

Desde pequeña (soy la segunda de tres hermanos, un chico mayor que yo y una chica menor) me había gustado mucho el tema de la decoración. Cuando nos cambiábamos mi familia y yo de casa por el trabajo de mi padre siempre era yo la que ayudaba a mi madre a elegir las cortinas, los adornos de la casa, etc. Así que cuando terminé los estudios me decidí a estudiar decoración, trabajo que en su momento no pude llevar a cabo y me tuve que dedicar a otra cosa, pero hace unos dos años que, gracias a una herencia de mi bisabuela materna, pude abrir mi propia tienda con relativo éxito. Compaginando ambos trabajos no es que me pueda quejar de mi vida precisamente...

Una tarde de martes me encontraba sentada en mi oficina revisando unos nuevos folletos que íbamos a presentar en una feria temática cuando mi secretaria me avisó de la presencia de una posible clienta interesada en nuestros trabajos. Le dije que la hiciera pasar y la puerta se abrió para dejar pasar a una mujer que podría aparentar unos 35 años, aunque luego resultó tener 42. Era realmente guapa, alta, morena de pelo largo y un cuerpo que hizo que súbitamente me pusiera expectante (No he comentado que soy lesbiana convencida), vestida de manera elegante pero casual, aunque había algo en ella que no sabría describir pero que me resultó un tanto enigmático. Nos saludamos cortésmente y me preguntó si yo era la dueña. Al decirle que sí me tendió la mano y se presentó como Electra, un nombre que me llamó mucho la atención. Le ofrecí asiento y le pregunté en qué podía servirle.

Brevemente me puso al corriente de lo que buscaba, así que me dispuse a enseñarle fotografías de algunos de mis trabajos para que se pudiese hacer una idea de cómo funcionábamos. Pude apreciar que, aparentemente, le gustó lo que vio, sobre todo por la sonrisa de satisfacción que podía ver en su cara. Sin más dilación me dijo que quería que fuese yo quien le hiciese el trabajo. Me explicó que la casa a decorar era un loft de dos plantas, un tanto abandonado aunque no en malas condiciones ubicado en pleno centro de la ciudad de... ¡Nueva York! Aquello me dejó boquiabierta. ¿Es que acaso no había decoradores buenos en Estados Unidos? Me dijo que sí, pero que prefería que el trabajo se lo hiciesen españoles. Sin saber porqué de mi boca empezaron a surgir aparentes inconvenientes: desplazamiento, mi torpeza con el inglés, el tiempo que iba a estar allí por la magnitud del trabajo... Casi sin inmutarse sacó una tarjeta oro de su cartera y me la tendió.

- Marca la cantidad que quieras....

- Pe.., pero...., no es por el dinero, por eso no hay problema. Es que...

- Mira, Tania, sé cómo trabajas. He visto fotografías de trabajos tuyos que has hecho a algunas de mis amistades y me han dejado gratamente sorprendida. Por eso he venido a verte directamente. Quiero que trabajes para mí. Ya te digo que por los gastos no hay problema. El viernes tomo el avión de regreso y tú decides si vuelves conmigo o no. Te advierto que estás ante la ocasión de tu vida y puedes subir directa a la cumbre.

Me tendió una tarjeta y añadió:

- Hoy es martes. Te doy de plazo hasta el mediodía del jueves. Llámame tanto si dices que sí como si es que no.

Se levantó, me tendió la mano nuevamente y la acompañé hasta la puerta, despidiéndonos ambas.

- Bueno, Electra, hasta el jueves entonces...

- Hasta el jueves, Tania. Espero tu llamada... – y añadió – Eres buena, muy buena. Te aseguro que si aceptas no te vas a arrepentir...

Se marchó y me dejó embargada por las dudas pensando en sus palabras. Todos soñamos con el golpe de suerte en nuestras vidas, golpe que en mi caso pensé que había sido con la herencia, pero aquello superaba mis expectativas con creces. ¿Y si era verdad lo que ella me decía? Volví a mi mesa a seguir mirando los folletos para intentar distraerme, cosa que no conseguí.

De repente vi que había dejado encima de la mesa su tarjeta de crédito. La cogí y la miré, pensando si realmente Electra era lo que aparentaba, así que descolgué el teléfono y llamé a un amigo director de una sucursal bancaria para ver si podía darme algún dato sobre ella. Me pidió los datos de la tarjeta y al instante pude escuchar un silbido de admiración al otro lado del teléfono. Al preguntarle qué ocurría solamente me dijo que no podía decirme demasiado por teléfono, que ya me contaría cuando nos viésemos, pero que no lo dudase y que aceptase el trabajo. Intenté exponerle mis objeciones pero volvió a decirme que no fuese tonta, despidiéndose de mí con un beso y colgando a continuación.

Intenté volver a concentrarme en lo que estaba haciendo pero me fue totalmente imposible, así que le dije a mi secretaria que me marchaba a casa. De camino me paré en un restaurante del que soy clienta habitual para cenar algo, encontrándome con Rocío, una muy buena amiga. Nos saludamos y nos sentamos juntas en una mesa. Durante la comida yo misma me notaba ausente mientras que Rocío no dejaba de mirarme hasta que me preguntó si me ocurría algo contestándole que no, que me encontraba bien, hasta que me dijo que me dejase de rodeos y se lo contase.

Me decidí a contárselo notando cierta mirada de desaprobación en sus ojos. Me dijo que ella no lo haría, que no sabía si me podía fiar de esa mujer a la que no conocía de nada y que no me embarcase en aventuras que podían sobrepasarme. Intenté explicarle mi conversación con Carlos, mi amigo del banco, pero sólo me dijo que no le contase nada más y que hiciese lo que quisiera. Me extrañó mucho su actitud, por lo que le pregunté si estaba enfadada conmigo o qué, respondiéndome solamente que si me decía eso era simplemente porque no me deseaba ningún mal. Me sorprendieron sus palabras pero zanjamos la conversación. Tras abonar la cuenta y tomarnos una copa en un pub cercano regresé a mi casa, no sin antes dejarla en la suya.

A la mañana siguiente no me levanté precisamente en mí mejor estado, ya que durante toda la noche había estado dándole vueltas a la proposición de Electra, aunque también a la actitud de Rocío. Mientras me tomaba un café en la cocina seguía pensando en la proposición. ¿Sería verdad que estaba ante mi oportunidad? Inconscientemente llamé a Carmen, mi secretaria, y le pregunté si ella estaba dispuesta a hacerse cargo de la tienda durante un tiempo indefinido, respondiéndome ella que no había ningún problema. Le dije que durante la mañana no iría al estudio ya que no me encontraba bien, y que se pasase esa tarde por la oficina y hablaríamos. ¿Por qué había hecho eso? Ni yo misma me lo explicaba, así que intenté distraerme dedicándome a mis quehaceres habituales. Los nervios me traicionaban, así que decidí ir de compras o hacer algo que me distrajese. Regresé al estudio poco antes de la hora de mi cita con Carmen y me senté a esperarla. Cuando llegó se sentó y le expuse brevemente mi conversación con Electra y la posterior con Carlos, aunque mi mente iba por libre y ya tenía más o menos clara mi respuesta. Me miró a los ojos y me respondió alentándome a aceptar, añadiendo que no me preocupase por el estudio, que quedaba en buenas manos. Con ella todavía sentada saqué la tarjeta de mi monedero y la llamé.

¿Dígame…?

- Buenas tardes. ¿Electra…?

- Sí, soy yo, ¿con quién hablo, por favor? – La verdad es que sus modales eran realmente exquisitos…

- Perdone que la moleste, Electra, soy Tania, la decoradora…

- Ah, buenas tardes. La verdad es que me alegra tu llamada, aunque no la esperaba tan pronto…  Dime, cielo…

- Pues verá… La llamaba por… Verá… – Los nervios me estaban traicionando y las palabras luchaban por salir de mi boca. – Es acerca de su propuesta…

- Perfecto, tú dirás…

- Es que… – decidí no andarme con rodeos y mis labios hablaron prácticamente por si solos – Acepto su propuesta…

- Lo sabía, sabía que no serías tonta y aceptarías. Perfecto entonces…

- Lo único es que quisiera ultimar algunos detalles antes de la partida.

- Por eso no te preocupes. Mira, para celebrar nuestro acuerdo os invito a cenar en el restaurante “X” – mi boca se abrió con asombro, ya que era uno de los más lujosos de Marbella – ¿Qué os parece a las 9…?

- Pues verá… De acuerdo, a las 9 estaremos allí sin falta.

- No os preocupéis, enviaré un coche a buscaros, así que allí os espero. Ah, una última cosa…

- Dígame…

- Por favor, no me llames de usted. Si vas a trabajar conmigo quiero que me tutees.

Como ust… tú quieras. Hasta las 9, Electra.

Hasta las 9, guapas. Un beso para las dos.

Miré el reloj y vi que eran las 7 y media, tiempo más que suficiente para ducharnos y arreglarnos para la cena, y aunque Carmen en un principio se mostró un poco reacia, entre otras cosas porque decía que no me iba a dar tiempo a llevarla a su casa y regresar a la mía, finalmente la convencí con el argumento de que ella también formaba parte de la empresa y del negocio y que yo le podía dejar ropa al ser ambas de unas medidas similares. A la hora señalada, cuando nos estábamos dando los últimos retoques, observamos como una elegante berlina negra se detenía ante mi portal para llevarnos al restaurante en el que nos esperaba Electra y, una vez hechas las presentaciones, nos sentamos en la mesa que tenía reservada para degustar un aperitivo mientras decidíamos los platos, confiando en el buen gusto de nuestra anfitriona y dejando que eligiese ella mientras hablábamos de cosas intrascendentes. Evidentemente, la charla derivó hasta el motivo por el cual quería contratarme, pero con un gesto de la mano me detuvo y me repuso que lo olvidásemos por esa noche y que ya lo hablaríamos con mucha más tranquilidad cuando llegásemos a Nueva York. Cuando terminamos de cenar nos propuso ir a tomar una copa a alguno de los locales de moda, y cuál fue mi sorpresa cuando al levantarnos no hizo ni el más mínimo intento de pagar, sino que simplemente se despidió del maître con dos besos. Creo que algo hizo “clic” en mi cabeza y empecé a ser consciente de con quien me las estaba gastando.

El resto de la noche pasó entre bailes y copas, sorprendiéndome la confianza que nos brindó Electra. La sonrisa no se borraba de sus labios, por lo que era imposible sentirse mal junto a ella. Nos presentó a gente que jamás habría pensado siquiera en conocer, y la velada transcurrió en un ambiente de lo más agradable. Finalmente llegó la hora de irnos y, cuando abandonamos el local y nos montamos en el coche para volver a casa, le hizo un último ofrecimiento a Carmen para que nos acompañase en el viaje, gesto que ésta rechazó debido a que alguien tenía que encargarse del estudio y, sobre todo, que tenía que cuidar de su hija. Era un motivo más que comprensible, por lo que Electra le dijo que no se preocupase, que lo entendía perfectamente. Nos despedimos con un par de besos, quedando para el lunes ya que al día siguiente era viernes y le dije que no abriese el estudio, que se lo tomase como un largo fin de semana. Cuando llegamos a mi casa intenté despedirme de Electra, pero me sorprendieron sus palabras…

Bueno, Electra, ha sido una velada muy agradable…

La verdad es que sí. Eres una chica muy desenvuelta, no creo que tengas ningún problema trabajando para mí.

La verdad es que tu propuesta es muy interesante, supone un nuevo aliciente tanto vital como laboral, por eso he aceptado…

Y me alegro de que lo hayas hecho. Como verás soy una mujer de gustos caros y me gusta lo mejor.

Muchas gracias, de verdad. Me siento halagada. – En ese momento la berlina se detuvo ante mi portal – Bueno, ya estamos en mi casa…

Sí, ya me he dado cuenta. ¿Tienes mucho equipaje que preparar?

¿Cómo…?

Que si tienes muchas cosas que recoger, chiquilla…

Pe-pero… Pensé que seguiríamos hablando mañana…

No, no, cielo. Tengo que volver a Estados Unidos a resolver unos asuntos y quiero hacerlo lo antes posible…

- Pero si esta noche no salen vuelos hacia allí…

- ¿Y quién te ha dicho que vayamos a tomar un vuelo comercial…? Venga, chiquilla, vamos. Te ayudo a recoger…

Y diciendo esto se bajó conmigo del coche para subir a mi casa y ayudarme a preparar el equipaje. La verdad es que metí muy pocas cosas en la maleta, ya que ella me dijo que ya iríamos de compras en nuestro destino. Cuando íbamos a salir le pedí que me diese unos minutos para despedirme de Carmen, cosa que hice con las lágrimas a punto de brotar de mis ojos, encontrando ánimo en sus palabras y añadiendo que seguiríamos en contacto.

Volvimos a la calle, con el chofer llevando mi maleta, y nos volvimos a subir al coche para dirigirnos al aeropuerto, no sin antes pasar por la casa de Carmen donde ambas nos volvimos a despedir, dándole Electra un sobre de cuyo contenido me enteraría tiempo después. Llegamos al aeropuerto y nos dirigimos a una terminal que yo no conocía, la de vuelos privados, donde comprobaron nuestros pasaportes y nos dieron el visto bueno para el embarque. Pensaba que lo haríamos en un avión comercial, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que se trataba de un jet privado. Se me cayó la maleta al suelo y mis piernas empezaron a temblar. La situación me superaba por momentos y no pude evitar empezar a llorar. Electra simplemente me abrazó para reconfortarme, susurrándome que me tranquilizase, que todo iba a ir bien. Ya más tranquila llegamos al pie del avión, donde nos esperaban los pilotos que nos preguntaron si todo estaba en orden y que podíamos partir en el momento que ella dijera. Nos explicaron que dada la hora de la noche el plan de vuelo preveía que llegaríamos a nuestro destino relativamente temprano y que esperaban que disfrutásemos del viaje. Subimos al avión y pocos minutos después nos elevábamos en el aire hasta llegar a la altura prevista para el vuelo, momento en el que una auxiliar nos ofreció algo de beber mientras conversábamos.

Un suave adormecimiento me empezó a invadir cuando empezamos a sobrevolar el Atlántico, así que me dejé arrastrar por los brazos de Morfeo sin sospechar el giro que iba a experimentar mi vida al aceptar aquel trabajo…

 

(Continuará)