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Bimbo War Z: Apocalipsis (6)

en Grandes Series

Mientras Jenni se convertía de manera acelerada en una “Bimbo” deseosa únicamente de que se la follasen cuanto más mejor y Brianna había llegado a la aparente solución, para Mike no estaba siendo un buen día. Había seguido con sus labores habituales en el Centro, paseándose por los pasillos vigilando a las chicas, limpiando donde fuese necesario, etc., a pesar el dolor que seguía latente en su cabeza y que parecía ir y venir, tomándose otro analgésico que pareció mitigarlo un poco, aunque notaba su cabeza embotada. Sus sentidos no parecían funcionar bien, notando en ocasiones como su vista se nublaba un poco, algún objeto se le caía de las manos, etc.

Sin que se diese cuenta, el virus que había entrado en su cuerpo estaba haciendo su siniestra labor. Si la gota hubiese caído al suelo o en la pared no hubiese pasado nada, el trabajo del equipo de desinfección hubiese sido suficiente, pero había entrado en su cuerpo cuando se tragó sin darse cuenta una gota de sangre salpicada del cuello desgarrado del hombre que había sido mordido en primer lugar. El virus estaba acabando con sus glóbulos rojos e infectando a los glóbulos blancos, encargados de la defensa del cuerpo humano, sin que él se percatase y no fuese consciente de lo ocurría en el interior de su cuerpo. Los defensores habían pasado a ser atacantes, propagando el virus que también empezaba a afectar al sistema nervioso.

Un efecto que Brianna y el Doctor habían observado acertadamente era que el virus también tenía un vector de propagación como cualquier E.T.S., es decir, a través de fluidos corporales como saliva o semen, sangre, etc., aunque pensaron que con mantener a los sujetos “infectados” aislados sería suficiente para cortar ese vector de propagación.

Así era como Mike se lo había contagiado a Jenni cuando ésta se tragó su semen la noche anterior. Al contrario que en los huéspedes masculinos, a los que reducía simples seres hambrientos y agresivos, en las mujeres el efecto era totalmente distinto (como habían podido comprobar Brianna y el Doctor). Al estar basado en algo ya totalmente probado en mujeres y destinado a ellas, su efecto era parecido a una especie de enfermedad neurológica, atacando algunos centros nerviosos que provocaban esa especie de falta de inteligencia. Además de eso aumentaba el deseo sexual pero, en vez de calmarse cuando la “víctima” practicaba sexo, lo que hacía que ese deseo aumentase cada vez más, como el efecto de una droga que para hacer efecto necesita ser consumida en mayor cantidad.

Tanto Mike como Jenni eran claros exponentes de los diferentes efectos, siendo ambos vectores de propagación que se les habían escapado a Brianna y al Doctor.

Mientras que la modosita mujer seguía complaciendo sexualmente a quién tuviese la ventura (o desventura, según se mire) de cruzarse en su camino, para Mike las cosas estaban empeorando a una velocidad vertiginosa. A esos extraños mareos, falta de sensibilidad en las manos, etc., se unía una extraña sensación. En los breves instantes que su mente se mantenía lúcida sentía una gran sensación de hambre que no sabía cómo saciar. Se había dejado un verdadero dineral en las máquinas de aperitivos del laboratorio aunque, extrañamente, cuando daba el primer bocado parecía saberle mal por lo que lo escupía y desistía de comer. Pasado un rato volvía a sentir las mismas ganas y volvía a repetirse lo mismo. Así estuvo toda la mañana, manteniéndose únicamente con esos pequeños bocados. Hasta los mismos compañeros de Mike se extrañaron de su comportamiento, masticando y escupiendo, cuando habitualmente era capaz de comerse para desayunar el doble que cualquiera de ellos.

Fue sobre mediodía cuando cayó inconsciente al suelo, convulsionándose, alarmando a parte del personal de la planta que acudió a ayudarle y llevarlo a la enfermería. El médico que acudió a reconocerlo procedió a buscar una vena para administrarle un suero, lo que consiguió a duras penas pero fue inútil. A las 16:15 horas, Michael C. Roberts había, aparentemente, muerto.

 

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Mientras una enfermera cubría el cuerpo de Mike con una sábana, tras haberle desnudado para proceder a la autopsia, en otro punto de la ciudad un coche patrulla del Departamento de Policía de Chicago recorría su zona asignada cuando un movimiento en un callejón hizo que su conductor se detuviese. Por el rabillo del ojo había creído ver una figura agazapada sobre otra, por lo dio marcha atrás y entró en el callejón, pensando que quizá fuesen dos atracadores desvalijando a un mendigo. Frank Dempsey llevaba más de veinte años en el Departamento de Policía y, si había algo que odiaba profundamente, eran esos actos de vandalismo. El hombre hizo caso omiso al ruido del motor, por lo que pulsó brevemente el botón de la sirena pero tampoco obtuvo resultado. Lo que vio cuando el hombre se movió un poco hizo que se le pusiese el vello de punta. Al girar la cabeza pudo ver como tenía la boca manchada de sangre, mientras que el hombre que se encontraba tirado en el suelo en medio de un charco de sangre tenía la garganta destrozada. Algo en aquella escena le resultaba extrañamente familiar, como una sensación de “deja-vu”, por lo que se bajó del coche a la vez que sacaba su arma de la funda.

 

  • Policía de Chicago! Levante las manos para que pueda verlas.

 

El hombre ignoró el aviso del patrullero y siguió agazapado, por lo que volvió a repetirle la orden.

 

  • ¡Eh, amigo! ¿No me ha oído? Le he dicho que se levante y ponga las manos donde pueda verlas...

 

En ese momento el hombre pareció hacerle caso, comenzando a levantarse lentamente a la vez que se giraba hacia el policía. Parecía hacerlo a cámara lenta, torpemente, y sus ojos parecían carentes de toda vida. Una especie de gemido gutural surgió de su boca cuando por fin pareció fijarse en Frank.

 

  • Mmmmmmmmm...

  • Oiga, ¿se encuentra bien....?

  • Mmmmmm.... – volvió a surgir mientras el hombre comenzaba a acercarse a Frank, que prudentemente mantenía la distancia de seguridad.

  • Oiga, escuche, no me obligue a disparar. Quédese quieto y levante las manos. Si necesita ayuda puedo llamar a una ambulancia para que le asista...

 

La respuesta que obtuvo fue un gesto de agresividad, abriendo el hombre la boca y mostrando los dientes ensangrentados. Siguió avanzando con los brazos extendidos hasta que dos disparos de la semiautomática de Frank le alcanzaron en el pecho y cayó desplomado hacia atrás. “Voy a tener que contestar un montón de preguntas”, pensó Frank mientras observaba la figura yaciente a unos 5 metros de él. Llevó la mano al micrófono de su hombro y pulsó el botón.

 

  • 2-Baker-12 a Central, cambio...

  • Adelante para Central, cambio.

  • Central, envíe asistencia médica a las coordenadas de mi GPS. Tengo aquí...

  • Mmmmmm....

  • ¿2-Baker-12...?

 

El gemido hizo que girase la cabeza hacia el hombre que estaba empezando a levantarse de nuevo. No podía creer lo que veía, y mucho menos que un tipo con dos impactos de calibre 44 en el pecho pudiese levantarse. Esta vez no habló, no dijo nada, ya que de repente recordó dónde había visto una escena muy parecida: hacía años había jugado con su sobrino a un juego basado en una plaga zombie y supo cuál era la solución. Sin mediar palabra se encaró el arma y volvió a disparar, esta vez directamente entre los ojos del hombre, viendo como la parte trasera de su cráneo se volatilizaba y salpicaba restos de lo que le pareció masa encefálica. “Es imposible”, se dijo mientras volvía a pulsar el botón del trasmisor.

 

  • 2-Baker-12, ¿está ahí...?

  • Central, envíe de una vez esa asistencia y... mande también al oficial de guardia.

  • ¿Qué ocurre exactamente?

  • Mire, Central, no se lo puedo explicar por este medio, no me creería. Envíeme al oficial ahora mismo.

  • Roger, 2-Baker-12, oficial en camino.

 

La ambulancia llegó poco antes que el oficial, Patrick O’Reilly, un inspector de ascendencia irlandesa con largos años de experiencia en el Cuerpo e íntimo amigo de Frank. Tras observar los cuerpos y escuchar las explicaciones de Frank se giró hacia él.

 

  • ¿Y dices que cuando le disparaste se volvió a levantar...?

  • Sí, así es, y te aseguro que no tendría que haberlo hecho...

  • Lo sé, Frank, y te creo. Hace años que te conozco y sé que no mentirías con una cosa así, pero... es extraño...

  • ¿Por qué, Pat...? ¿Hay algo que creas que debo saber....?

  • Verás, no sé si será alguna droga o algo similar, pero es el tercer caso similar en menos de un par de horas...

  • ¿A qué te refieres? No he escuchado nada por la emisora...

  • Hace poco menos de una hora otro agente ha abatido a dos tipos que intentaban, según dijo literalmente, comerse a otro y que a él intentaron morderle, y una ambulancia que realizaba un traslado al hospital tuvo un accidente. Cuando llegó una de nuestras unidades sólo estaban los cuerpos del conductor y del enfermero, nadie más...

  • Sería algún yonki con el mono, vete a saber...

  • Eso es lo jodido. El conductor murió poco después, pero le dio tiempo a decir que el enfermo que llevaban era un sacerdote y que se había abalanzado sobre el enfermero...

  • Jesús...

  • Eso digo yo, Jesús... A alguien se le ha ido la puta cabeza en esta maldita ciudad... – En ese momento sonó la emisora, aunque los mensajes eran confusos.

  • 12-Lincoln-2 a Central....

  • Adelante...

  • Central, envíe refuerzos al club “Kitty’s”. Al parecer cuatro tipos están intentando agredir a las chicas del local...

  • ¿Qué tipo de agresión, 12-Lincoln-2?

  • Mire, Central, déjese de chorradas. He abatido a uno de ellos, pero esto es una jodida masacre...

  • Roger, Lincoln, refuerzos en camino...

 

Frank y Patrick se miraron sin dar crédito a lo que oían. ¿Qué demonios está ocurriendo?, se preguntaron, ignorando que los casos conocidos no eran los únicos. Otros casos, desconocidos para la Policía, estaban ocurriendo en diversos puntos de la ciudad, multiplicándose en una progresión apabullante. El mundo estaba empezando a desmoronarse sin que nadie fuese consciente de lo que ocurría.