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El Domador domado - Capítulo 2

en Dominación

Cap. 2 – Domando a un Domador.

Abrí los párpados, que parecían pesar toneladas, e intenté levantar la vista, viéndolo todo negro. Evidentemente tenía algo tapándome los ojos. Intenté moverme pero no podía, probablemente estaba atado a algo, pasando por mi cabeza que estaría atado a la camilla a la que ataba a mis esclavas. ¿Qué pretendía aquella zorra de Cristina? En eso pensaba cuando escuché un sonido de zapatos acercándose a la puerta de la habitación, escuchando poco después cómo se abría.

- Eres una zorra, Cristina… Yo te descubrí la mujer que eres.

Oí su risita por lo bajo.

- Tú ya no tienes derecho a hablar. A partir de ahora no eres nadie, ¿sabes?

- No sé qué intentas, zorra, per…

Noté un golpe en la cara, una bofetada. Me dolió. Abrí la boca para gritar, pero otro golpe me la cerró.

- Cuanto más desobedezcas mejor para mi, esclavo...

¿Esclavo? Aquella puta estaba alucinando. Si se creía que iba a conseguir hacerme lo que yo les hacía a mis zorritas iba lista, pensé. Oí la puerta cerrarse, tras lo que esperé durante unos segundos e intenté zafarme de las cuerdas que me sujetaban, pero estaban bien apretadas. “Joder”, pensé. Decidí esperar un momento más propicio.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que la puerta se cerró? Tenía sed y hambre, me picaba la nariz y tenía que ir al baño. ¿Se habría largado Cristina? Me puse nervioso y comencé a gritar, aunque no obtuve contestación. Al cabo de un rato demasiado largo me dormí.

Abrí los ojos de nuevo, asustado. Seguía atado. Aquello no podía ser verdad. Mi vejiga estaba a punto de estallar y mi estómago emitía ruidos opacos. Sabía que gritar no iba a hacer más que debilitarme más. Pero no conseguiría que me rebajara. Eso sólo se lo hacía yo a mis putitas. Aquello iba a ir para largo, era la forma en la que las doblegaba yo. Cristina pasó por eso. Me reí cuando noté mi orina cayendo por mis pantalones. Ahora necesitaba comer algo. Si ella seguía mis planes seguro que me daría de comer por la noche.

¿Qué hora era…? La puerta se abrió y pude oler la comida. Era un filete. Mi boca segregó saliva y mi estómago me dio una punzada de dolor.

- Cris… Cristina… Si no me das de comer me voy a morir, con lo que tu juego habrá acabado… ¿Me estás oyendo…? ¿Me oyes, hija de puta…?

Eso también lo había hecho yo. Les dejaba la comida delante mientras ellas lloraban impotentes. Pero yo no lloraría ni suplicaría…

Después de mucho tiempo comprendí por qué aquellas mujeres lloraban: necesitaba comer de verdad. No sentía los brazos, y ya me había orinado dos veces. Decidí fingir, así que lloré y gemí lo suficientemente alto como para que me oyera. Entonces la oí entrar de nuevo en la habitación.

- Veo que tienes hambre, esclavo - Su voz sonaba fuerte. ¿Qué habría hecho Cristina durante aquellos dos años?

- Da… dame de comer… por favor… te lo ruego…

Forcé mi voz para que sonara desesperada. En ese momento olí su perfume y su mano me levantó la máscara que llevaba puesta hasta la altura de mi boca para dejarla libre. Seguía sin ver nada pero, por lo menos, el aire fresco corrió de nuevo por mis pulmones, haciéndome toser levemente.

- ¿Quieres comer esclavo?

- Sí…

- ¿Sí...?

- Sí, mi Ama… - Joder, pensé – Vete a la mierda…

Me pegó una bofeteada y pude oír como un plato caía al suelo, tras lo que la puerta se cerró de nuevo. En ese momento empecé a llorar. Ya no fingía. Mi cuerpo estaba desfallecido y ya no podía más. Noté como me quebraba en mi interior cuando ella volvió a entrar en la habitación.

- Por favor… dame de comer…

- ¿Cómo…?

- Ama, mi ama… dame de comer…

No podía discernir el tiempo que había pasado, si dos días, una semana… A mí me pareció por lo menos un año. Había estado encerrado en la habitación, atado con ambas manos a la mesa y con la máscara puesta todo ese tiempo. Un par de veces estuve a punto de desfallecer por el hambre, pero desde que entré en el juego podía comer todas las noches. Todavía no sabía durante cuánto tiempo me querría Cristina así, pero me imaginaba que algún tiempo más. Las últimas veces que entró me pareció oír que alguien más entraba en la habitación, y eso era lo que me empezaba a carcomer por dentro. ¿Sería ese miedo lo que sentían mis zorritas cuando yo se lo hacía a ellas? Oí entrar sus tacones y mi boca empezó a salivar, como en los experimentos de Pavlov con los perros, y eso era una muy mala señal: Quería decir que mi cuerpo se estaba acostumbrando a Cristina.

- Hola, esclavo mío… - noté su olor cerca de mi cara - ¿Quieres comer?

Yo asentí.

- ¿Cómo…?

- Necesito comer, Ama.

- Eso será si yo quiero, ¿verdad?

- Eso será si…me mordí la lengua – si mi Ama quiere (“Zorra”).

“Zorra”, pensé mientras lo decía, antes de que me metiese el filete en la boca y masticarlo rápido

- ¿Qué se dice…?

- Gracias, Ama…

- Veo que progresas, esclavo. Esto va bien…

- ¿Era yo así…? Tú eras la mejor…

Quise darle un toque irónico a mis palabras, pero de mi boca sólo salió un tono halagador. Noté como me agarraba el paquete, acariciando mi polla. Ese era el segundo paso: el sexo. No pude evitar que se me empinara.

- Umm, esclavo, veo que tu cosita sigue estando en forma... Es una pena que ya nadie la toque…

Mi polla estaba muy dura. Después de mucho tiempo sin funcionar echaba de menos aquellas caricias. Cerré los ojos al sentir como ella la sacaba de su encierro y movía lentamente su mano. Quise correrme con su mano subiendo y bajando cada vez más rápido, hasta que salió un poco de semen. En ese momento paró.

- ¡No pares, zorra, sigue! - grite, pero ella ya había salido de la habitación.

Grité varias veces mientras intentaba desabrocharme, pero fue en vano, tranquilizándome finalmente. Debía dominarme, no podía caer en un juego que conocía demasiado bien, un juego en el que si daba un paso en falso acabaría siendo como ellas. Me esforcé y logré que la hinchazón de mi polla bajara. Pasado un rato ella volvió, cogiéndome la polla sin decir nada, y a continuación noté algo frío que succionaba mi glande.

- Esto es un avance, esclavo. Mantendrá tu polla dura continuamente, pero no podrás correrte. Vas a sufrir más que ninguna de nosotras.

 Y fue verdad…

Continuará…