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Bimbo War Z: Apocalipsis (3)

en Grandes Series

Como en una extraña maniobra de un avezado jugador de ajedrez durante una partida, una mano invisible ya había hecho su siniestro movimiento durante la noche anterior anticipándose al descubrimiento de Brianna y el Doctor. Una mente religiosa diría que habían jugado a ser Dios y este les estaba devolviendo la jugada con creces; una mente racional y empírica, sin embargo, diría que en cualquier experimento científico siempre hay imponderables que no se pueden controlar. Un microgramo de más o de menos, un pequeño cambio en la iluminación, en la temperatura, podía hacer que un experimento aparentemente bajo control tuviese un resultado totalmente distinto al esperado.

En un pequeño y coqueto barrio residencial al otro extremo de la ciudad el coche que conducía Mike, el celador ileso, se había detenido en la entrada al garaje de su casa. Se bajó y se dirigió a la puerta, encontrando a su esposa Jennifer en la cocina, preparando la cena. Se había duchado antes de salir de las instalaciones de “Bimbo Tech”, convulsivamente, como una mujer después de sufrir una violación intentando borrar los restos de sangre de sus compañeros, aunque cuando su mujer le vio parecía haber envejecido diez años de golpe. La saludó intentando mostrar una tranquilidad que no sentía.

 

  • Hola cariño – dijo Jennifer.

  • Hola cielo

  • ¿Te ocurre algo? ¿No ha ido bien el día?

 

Mike permaneció en silencio mientras se dirigía al dormitorio para quitarse la ropa, con Jennifer siguiéndole preocupada por el abatimiento que mostraba su marido. Intentaba mostrarse tranquilo, quitándose los pantalones y la camisa que colgó en una percha, pero dentro de su mente seguía viendo las imágenes de lo ocurrido durante la tarde. De improviso cayó sobre la cama con las manos en la cara, incapaz de contener las lágrimas que brotaban de sus ojos. Jennifer se acercó a él, preocupada, y se sentó a su lado mientras le abrazaba e intentaba tranquilizarle. Susurrándole palabras cariñosas logró que se levantase y le llevó hasta el comedor para dirigirse a continuación a la cocina para servir la cena.

 

  • ¿Estás bien, cielo?

  • Sí, bueno, no... No sé, la verdad...

  • ¿Por qué, cariño? ¿Qué ha ocurrido?

  • Si te lo contase no te lo creerías...

  • ¿Por qué no pruebas a contármelo...?

  • Porque me tomarías por loco y llamarías para que me encerrasen...

  • ¿Eso crees...? Venga, dímelo por favor, me estás preocupando...

  • Déjame que lo asimile, por favor. Te prometo que te lo contaré, pero déjame unos momentos...

 

Jennifer asintió con la cabeza, dejando que su marido continuase comiendo, aunque sin dejar de observarle. Cuando terminaron retiró los platos, que introdujo en el lavavajillas, mientras Mike se sentó en el sofá para ver la televisión aunque sin prestarle atención. Veía por el rabillo del ojo a su mujer deambulando por la casa. Jennifer no era una top model precisamente, aunque era bastante guapa. Morena, pelo negro, ojos marrones y con una estatura de 1'65, a pesar de estar delgada aunque no demasiado, mostraba unas curvas que podrían enloquecer a cualquier hombre, con unos pechos talla 100 que resaltaban sobre su pequeña estatura. Llevaban casados cinco años, durante los cuales no había disminuido el deseo entre ellos, formando lo que se podría llamar una pareja modelo. Jamás se había inmiscuido en el trabajo de Mike ni le había pedido explicaciones, y lo único que sabía era que trabajaba en una especie de hospital o clínica. Le había visto llegar serio otras veces, aunque nunca como esa noche.

Cuando terminó de recoger la cocina se sentó a su lado, abrazándole cariñosamente mientras le volvía a pedir que le contase lo ocurrido, aunque Mike permanecía en silencio a pesar de los esfuerzos de Jennifer, aunque poco a poco pareció vencer su resistencia. A pesar de su preocupación la fisiología de Mike funcionaba por su cuenta y su cuerpo parecía responder a regañadientes a las caricias de Jennifer, que intentaba besarle. Su mano se posó sobre el incipiente bulto que se formaba bajo el pantalón del pijama, acariciándolo suavemente, notando como poco a poco aumentaba la erección. Vencida ya la pasividad de Mike ambos se enzarzaron en apasionados besos, con sus lenguas entrelazándose en sus bocas.

La mano de la mujer se introdujo bajo la cinturilla del pantalón, rozando con sus dedos el ya durísimo pene, hasta que lo cogió y empezó a masturbarlo lentamente hasta que logró sacarlo al exterior para aumentar el ritmo. Las manos del hombre no se estaban quietas y desataron el lazo de la bata para dejarla caer al suelo quedando ella ante sus ojos tan solo con la ropa interior que, poco después, también había desaparecido del cuerpo de la mujer.

Totalmente desnuda, la cabeza de Jenni bajó por el pecho de Mike besando la piel durante su recorrido hasta la entrepierna. Mirándole a los ojos sacó su lengua y dio una lenta lamida al pene que hizo que Mike sintiese un escalofrío de placer. La lengua lamía todo el enhiesto mástil a la vez que le daba pequeños besos, alternando entre su glande y los hinchados testículos, para metérsela de un sólo golpe en la boca cuando ya estuvo bien húmeda. Sentir la calidez de la boca de Jennifer hizo que Mike soltase un gemido de placer, y sus manos se posaron sobre la nuca de su mujer para evitar que se retirase y cogiéndola suavemente del pelo para indicarle el ritmo de la felación.

El deseo la hizo aumentar el ritmo hasta que, con la cara roja de excitación, se la sacó de la boca y se sentó sobre Mike, rozando su empapada vulva y guiándola ella con su mano hasta que se la introdujo de un sólo envite para cabalgarle lentamente. Poco a poco fue aumentando el ritmo, mientras sus pechos quedaban a merced de las manos y la boca de Mike, que los amasaban y lamían, dando suaves mordiscos a los pezones que hacían gemir a Jennifer y aumentar el ritmo de sus caderas. Cansada por la postura se fue girando poco a poco hasta quedar en la posición del perrito sobre el sofá, ofreciéndole a Mike una vista de su ofrecido coñito y culo. El hombre no dudó y volvió a metérsela de un sólo golpe embistiéndola mientras su dedo pulgar jugaba con el ano de Jenni hasta que, sin poder contenerse, la sacó y apuntó al hoyito. Sentir la polla de su marido entrar en su culo hizo que Jennifer lanzase un grito de placer mientras su mano frotaba vigorosamente su clítoris hasta que el placer se derramó dentro de ella en un orgasmo que hizo que sus gemidos se transformasen en gritos de placer y sus caderas se moviesen a mayor velocidad para que la polla de su marido no saliese de ella hasta que notó como se hinchaba en su interior anunciando su inminente orgasmo. Trastornada por el placer recibido y sin poder contenerse se la sacó de su culo para metérsela de nuevo en la boca y chuparla hasta recibir la leche que tragó con auténtica gula sintiéndola resbalar por su garganta hasta llegar a su estómago.

Ambos permanecieron un instante recostados en el sofá, besándose, hasta que el sueño les invadió poco a poco, momento en el que ambos se encaminaron al dormitorio para quedar dormidos plácidamente sobre la cama.

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