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El Domador domado - Capítulo 5

en Transexuales

Capítulo 5 - Descubrimiento

Tuve un sueño en el que andaba hasta el final de un largo túnel negro. Al llegar al final veía un espejo y me acercaba. Justo cuando miraba el reflejo me levanté sudando. Miré a mi alrededor. Estaba en el baño de abajo con una correa de perro puesta y completamente desnudo. Me puse de pie, pero mis piernas estaban muy débiles. Encendí la luz y me miré al espejo. Estaba muy cambiado... no tenía nada de pelo salvo mis cejas ahora muy finas y cuidadas y en general mi cuerpo era más esbelto... completamente femenino. Mis pechos habían crecido y parecían dos tetas de modelo de “Penthouse” pidiendo guerra, con dos anillos colgando. Mis uñas eran más largas de lo normal y mis rodillas estaban plagadas de costras por todos lados. Me toqué el otro piercing que colgaba de mi ombligo y una excitación profunda que no entendía me recogió, aún más cuando vi el otro que llevaba en la lengua. Sobre mi culo respingón tenía un tatuaje precioso con forma de llamaradas de fuego que me llegaban hasta las caderas.

De un plumazo recordé a Cristina entrando a casa y como entre nubes los días que estuve atado. No recordaba nada más concreto. Intenté abrir la puerta, pero no pude. Di un golpe y grité. Nada. Oí pasos de varias personas que bajaban las escaleras y al acercar mi oído a la puerta mis tetas chocaron con la madera. Me las toque de nuevo. No había cicatrices ni nada por el estilo. ¿Qué me habían hecho esas... esas...? Busqué una palabra, pero solo tenía en mente a Cristina vestida de cuero y mi corazón comenzó a bombear más fuerte. Ella era la mujer más bella que había visto en mi vida, y empecé a llorar nervioso. Grité de nuevo pero mi voz sonó muy aguda, como de mujer. Sin evitarlo me llevé la mano a mi paquete buscándome la polla y me tranquilicé al comprobar que seguía allí, o al menos debía seguir debajo de ese calzón de cuero duro. Yo era un hombre pese a que mi cuerpo decía lo contrario.

Me senté para que mis piernas descansaran y mi culo me cosquilleó. Me lleve la mano y note mi agujerito como una cueva profunda. Con una habilidad que me era desconocida me mojé dos dedos de saliva y los introduje hasta el fondo moviéndolos en círculos. Cerré los ojos al sentirme más relajado y una lágrima cayo por mi mejilla. ¿En qué me habían convertido?

Tras algunas horas la puerta se abrió sola. Salí asustado, pero no vi a nadie. Hacía frío y el no tener pelo en ninguna parte del cuerpo me hizo estremecer. Tenía que salir de allí antes de que ella me descubriera. El hall estaba desierto y también el salón. Subí al piso de arriba y entré en la habitación. No había nadie tampoco, pero en la cama había una falda y un top con unas botas negras preparadas. Miré a ambos lados pero no vi a nadie. Me sorprendí al darme cuenta de que tenía de nuevo dos dedos dentro de mi culo y respiré hondo disfrutando del placer. ¿Desde cuándo me gustaba tantísimo hacer aquello?... mi cabeza intentaba recordar cualquier cosa, pero todo parecía una pesadilla. Busqué algo de ropa masculina para largarme, pero no había nada. Resignado, y ante la posibilidad de que ella volviera, decidí que la única solución era ponerme aquella ropa de mujer y salir pitando de allí.

Nervioso recogí la ropa. La falda blanca era elástica muy ajustada y corta y un top blanco con la parte de atrás abierta que dejaba ver el tatuaje y mi piercing del ombligo por delante. Me puse las botas negras con plataforma y me miré al espejo. Todo era de mi talla Salvo por mi ausencia de pelo en la cabeza tenía una figura espectacular. Parecía una gogó de un club dance. Me quedé ensimismado unos segundos ante aquel cuerpazo y el roce de la tela elástica de la falda sobre mis caderas cuando una voz femenina me hizo temblar.

- Veo que la perrita ha evolucionado.

Miré a la puerta y vi a Cristina con un vestido negro entallado y una mujer morena que me resultaba familiar a su lado en un traje rojo largo.

- ¿Qué... qué me habéis hecho?

Mi voz resulto chillona, aguda.

- Mi perrita... ¿tú qué crees? Mírate al espejo, zorra. Esa eres tú. Carmen y yo llevamos mucho tiempo esperando esto... y vemos que tienes iniciativa... estas fabulosa, putita nuestra.

Después de sonreírme tiró algunas fotos a la cama. Me caí redondo, o redonda, ya no estaba seguro de quien era. La cabeza me daba vueltas. Ese hombre de las fotos, atado de una correa lamiéndose su propia polla era yo. Las fechas pasaban de mes en mes, y poco a poco me iba convirtiendo en una mujerona... la última era de apenas dos días, en ella estaba yo a cuatro patas haciendo una mamada a la vez a varios hombres que no conocía mientras otro me empalaba por detrás, y parecía disfrutar. Llore en el suelo hasta que ella se acercó a mí.

- Mi niñita... no llores... al fin y al cabo solo hicimos lo que tú querías que hiciésemos... una vez fuimos tuyas y queríamos devolverte el favor...

Sin poder evitarlo me puse a cuatro patas y la lamí la mano. Ahora era plenamente consciente de mi situación. Me habían convertido en una perra. Me habían humillado de la forma desagradable y yo ya no me pertenecía... Cristina me ayudo a levantarme.

- Ya no iras a cuatro patas jamás... porque has evolucionado, ¿verdad?...

- Pues ahora que la perra está en celo tenemos que cruzarla cuanto antes, ¿no?

Dijo la otra mujer con una sonrisa de oreja a oreja.

Yo no paraba de sollozar como una mujer lastimada. Cristina miró a Carmen y la hizo un gesto con la mano para que se callara. Después cruzó sus hermosos ojos con los míos y abrió la boca despacio.

- Pero esto quiero que lo elijas tú, cariño. Es muy importante que estés segura de lo que quieres hacer, ¿me oyes, zorrita mía? Es tu decisión. Si no quieres coges tus cosas y te vas...

Yo la miré y después contemplé el espejo del armario. Estaba a cuatro patas como una fulana, con las piernas abiertas, sin bragas y con aquella faldita arrugándose. Cristina parecía una diosa a mi lado, y por primera vez asumí mi papel como debía. No tenía voluntad, o mejor, sí la tenía, pero ella en ese momento me gritaba como una loca que siguiera hasta el final.

- Qui... quiero ser...

- ¿Cómo dices, amor?

Sus manos me acariciaron la cara y note sus uñas pasando sobre mi cutis perfectamente cuidado. No había vuelta atrás.

- Quiero ser como tú...

La amiga de la puerta soltó una carcajada. Cristina me ayudó a levantarme y después me ajustó la faldita.

- Bien... bien... no estaba segura de que siguieras con nosotras, pero parece que no eras tan fuerte como pensamos... ¿verdad? Entonces, Diana, así hemos decidido que te llames, ¿Vas ser nuestra esclava para siempre?

Bajé la cabeza y noté como mi cuerpo se excitaba.

- Sí... quiero.

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El traje negro y blanco de sirvienta con un poco de vuelo me llegaba hasta las rodillas y resaltaba mi cintura de avispa. Por las mañanas hacía gimnasia para mantener mi cuerpo delicado y el resto del día complacía a mis Amas en todo lo que querían. Las había servido café después de la comida y ahora esperaba sus órdenes con las manos cruzadas detrás de la espalda. El consolador que tenía metido en mi culo-coño me mantenía firme y en una excitación continua haciéndome más y más servicial cada día aunque como mis Amas sabían yo jamás haría nada que las molestara. Eso ya lo había superado hacía ya muchísimos meses. Cristina levantó una campanita y la movió con estilo. Era mi turno.

- Zorra, enciéndeme un cigarrito, anda, que no me apetece levantarme.

Me acerqué a su bolso y saqué el paquete de tabaco. Cogí uno y se lo encendí mientras el pelo de la peluca rubia me caía por la cara. Expulsé el humo y se lo puse en sus manos maravillosas con aquellas uñas pintadas que me volvían loca. Me quedé mirando su cara unos segundos hasta que bajé la vista. Era impropio de mi condición mirar de forma tan descarada.

- Zorrita... ven aquí ahora mismo.

Carmen, mi segunda Ama me llamo. Fui dando pasos pequeños rodeando la mesa, ya que todavía no andaba muy segura con los tacones de aguja tan finos que las últimas semanas me habían regalado. Me metió la mano debajo de la falda y de un golpe brusco me quitó el consolador que me hizo emitir un gemido tímido como respuesta. Después se subió su falda de fiesta negra y me enseño su coño rasurado y elegante. Se puso el consolador como si fuera su verga y yo comencé a chuparlo de arriba abajo, como tantas otras veces. Carmen se rio y lo lanzó lejos.

- Venga, zorra, chupa este coño, que quiero ir relajada esta noche. Y Cris, no deberías dejar a esta puta que llevara eso metido en su culo todo el día, la estás malcriando.

Mis Amas salían de fiesta casi todas las noches y muy pocas veces se traían sus ligues a casa. Cuando lo hacían, ellos eran mis Amos también, por supuesto, pero me estaba terminantemente prohibido correrme delante de ellos, así que en mi cuartito descargaba por las noches la pasión acumulada con todos los juguetes que mis Amas me regalaban. Con mi lengua busqué su clítoris que poco a poco fue surgiendo en plenitud. Jugaba con mi lengua como una loca deseando que ella supiera lo agradecida que estaba de que me dejara lamer su coño una vez más. Ellas no lo sabían, pero, aunque aquello me encantaba echaba de menos el sabor del semen, y siempre que sus visitas eran hombres disfrutaba lamiendo sus pollas dejándolas limpias y relucientes aguantando el regustillo hasta la mañana siguiente. Mi polla había sido metida en una especie de bolsa de piel y sin uso fue poco a poco desapareciendo mi concepto de tenerla ahí. Cuando la riada de sus flujos se escurría por mi barbilla me hizo levantar. Le encendí un cigarrillo a ella también y arrastrándome recogí el consolador que volvió a mi culo-coño para mi satisfacción. Las dos se levantaron al unísono y las puse sus abrigos ajustados por la espalda. Bajé la vista y esperé a que se terminaran de maquillar.

Cristina iba especialmente preciosa aquella noche, con su traje negro brillante y sus tacones bien altos y sin querer me fijé en cómo se perfilaba las pestañas y los labios. Lo que quedaba de mi polla comenzó a soltar su liquido viscoso. Ella se debió dar cuenta porque levantó su vista mientras se ponía rímel y me guiño un ojo. Después le dijo algo al oído a Carmen y las dos fueron hasta mí.

- Zorrita... ya sabes que no puedes salir de casa... aún no estas preparada. Nos podrías poner en un aprieto si no te comportaras como debes.

Yo quise abrir la boca y decirles que ya hacía más de un año que me estaba preparando. Que por las noches caminaba por la habitación puliendo mi feminidad y aunque a veces recordaba que tenía polla yo ya me sentía como una mujer por dentro y por fuera. Pero mis Amas siempre tenía la razón: No era más que una zorrita inútil todavía y tenía muchísimo que aprender.

- Pero nunca se está suficientemente preparada, ¿verdad?

Sus manos me tocaron el hombro.

- ¿Te apetecería venir con nosotras un rato solo?

Mi polla se descargó y un chorrillo cayó por mi entrepierna hasta el suelo.

- Mira, la muy puta se ha corrido... creo que todavía no está preparada para comportarse en sociedad.

Carmen lo dijo medio riéndose. Carmen me trataba a patadas siempre que podía, pero Cristina era muy dulce. Aun así, últimamente me excitaba más Carmen, pese a esa sonrisa que me daba pánico.

- Bueno, vamos a ver qué tal lo hace.

Cristina me cogió la mano.

- Sube y vístete. En el cajón del fondo del pasillo está la ropa que esperaba darte más adelante, así que sube y baja en diez minutos como mucho. Y esmérate o te quedarás aquí sola. Por cierto, nada de ropa interior, el resto lo eliges tú. Danos una sorpresa, cariño. Venga zorrita, sube sin miedo y transfórmate.

Subí las escaleras como una exhalación y corrí por el pasillo hasta el cajón. Lo abrí. Allí había mucha ropa de fiesta de mujer. Saqué todo y entre los trajes largos elegí la falda blanca elástica abierta por un lado que me puse hacía un año y que soñaba con ella todas las noches. Después elegí una camisa negra y blanca muy ceñida y corta y debajo un top negro que subía mis tetas hasta el infinito y más allá. Unas botas negras con plataforma muy grandes hasta la rodilla terminaron el cuadro. Me miré al espejo y me hice dos coletas largas y rubias. Estaba cañón. Era una stripper de discoteca que pedía a gritos que la tocaran... Baje tan pronto como pude.

Cristina y Carmen, sonrieron al verme.

- Muy buena elección... pareces una putita caliente, justo lo que pensábamos que te ibas a poner... Miró a Carmen soltando una carcajada.

- ¿No te había dicho yo que tenía una putita en su interior? Venga, toma esto y maquíllate como te hemos enseñado todo este tiempo, rápido que el taxi está fuera esperando.

Me dio un bolsito de cuero rojo con las asas muy cortas y me puse frente al espejo. Me perfilé los labios de negro y me empolvé la cara. Después me pinte de rojo los párpados. Al salir de casa el frío se me metió por debajo de la falda y tuve un escalofrío.

- Zorrita... métete el juguete en el bolso, anda, viciosa.

Me saqué el consolador del culo-coño, lo limpié con la boca mientras ellas reían y lo metí en el bolso. Estaba muy nerviosa.

- Ahora escúchame, zorrita. No nos dejes en ridículo y calma tu cuerpo un poco. Y llámanos por nuestro nombre, ¿entendido?

Sacó el paquete de tabaco y me lo ofreció. Lo cogí con mis manos, saqué uno, lo encendí y se lo entregué.

- No zorrita mía, eso es para ti. Tranquilízate un poco.

Le di una calada fuerte manchando de rímel el filtro y metí el paquete en el bolsito mientras me miraba en un cristal del taxi. Estaba maravillosa y aquella noche sería mi despertar, no podía fallar a mis Amas, iban a estar muy orgullosas de la zorra que habían creado.

Continuará...