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El Domador domado - Capítulo 3

en Dominación

Cap. 3 - El domador dominado

Juro por todo lo que se mueve que durante semanas supe lo que era el dolor de tener permanentemente empinada la polla. Mi polla estaba erecta continuamente, en el interior de aquel cacharro que se paraba cuando me iba a correr para después continuar con la succión. Notaba mis huevos más pesados, era incapaz de concentrarme en otra cosa, deseaba que Cristina me lo quitara. A lo mejor, incluso, la dejaría marchar sin hacerle nada. Oía algunos gritos por la noche, hasta que ella entró de nuevo con la comida.

- ¿Cómo estás, esclavo?

Yo casi no podía hablar. Estaba en un estado de excitación continuo que me hacía sentir violento, pero que también mermaba mis sentidos. Entre ellos el habla. Dije algo entre gemidos y comencé a llorar. De improviso, noté como algo agarraba mi cuello y tiraba hacia atrás. Recordé que yo solía agarrarlas así. Cristina ató la cuerda con fuerza y sentí como mis manos se liberaban. Rápidamente me quité el aparato de la polla y me masturbé con frenesí, como nunca lo había hecho antes, hasta que acabé en una corrida bestial y casi me desmayo. Mis brazos cayeron lacios a ambos lados de mi cuerpo, sintiéndome sujeto únicamente por la cuerda de mi cuello. Al borde de la asfixia, Cristina me ató de nuevo los brazos y pude descansar.

- Gra... gracias... - conseguí decir - Gracias, ama. Gracias, ama, muchas gracias…

Lloré de nuevo y, pasados unos minutos, eché en falta aquel maldito aparato. ¿Me estaría volviendo loco? Mantenía la esperanza de que Cristina me lo volviera a poner. Quería sentirlo otra vez. Quería…

- ¿Qué mascullas, esclavo?

- El aparato… el apa…

- ¿Quieres que te lo ponga de nuevo?

- Sí… por favor…

- Pero entonces tendrás que hacer algo por mí…. ¿De acuerdo, esclavo?

En ese momento, dada mi excitación, me daba igual lo que me pidiese. Asentí con fuerza con la cabeza.

- Sí, Ama. Eres mi Ama… Yo no soy nadie…

- Ja, ja, ja… Eso ya lo sabía. ¿Sabes? Te voy a desatar, y voy a dejar una cosa en el suelo. Cuando me vaya te soltaré y harás con él lo que se supone que debes hacer…

- Sí… Por favor, Ama…

Me puso de nuevo aquella máquina, que me pareció digna de los ángeles, y cerró la puerta. Entonces me di cuenta de que estaba desatado y me caí, quitándome como pude la máscara. Había estado demasiado tiempo atado, sin poderme sentar, y ahora mis piernas estaban tan cansadas que apenas podía moverme. Efectivamente, me encontraba en mi sala de juegos, la que tantas veces había usado para someter a mis mujeres, una sala grande y cerrada, sin ventanas salvo una muy pequeña en la puerta. Me intenté levantar pero, de nuevo, mis piernas no me dejaron. Me sentí feliz cuando volví a sentir aquel cacharro en mi polla, aunque de repente paró.

Lo cogí, pero no funcionaba. Le di un golpe. Nada. Grité de impotencia. Quería que aquello volviese a succionar mi polla. Entonces, en ese momento, fue cuando vi lo que había dejado a mis pies y se me erizó el pelo: era un consolador enorme y lleno de venas, pesado y, descansando a su lado, un bote grande de vaselina. Un cable unía el consolador con una caja negra. Cogí el consolador y el aparato de mi polla succionó un poco, volviéndose a parar. En ese momento, un altavoz situado encima de la puerta dejó oír la voz de Cristina.

- Bien, bien… Ya has descubierto cómo funciona, y me imaginó que sabrás la relación entre ambos aparatos…

Y el altavoz dejó de emitir. Pensé que estaba loca si creía que me iba a meter ese pedazo de verga por mi culo, mi culo era sagrado. El aparato volvió a succionar durante un rato y volvió a pararse. Mi mente estaba tan confundida que, rápidamente, abrí el bote de vaselina y me embadurné mi ano con cuidado. Cerré los ojos y… La punta estaba fría, muy fría, y era enorme. Intenté meterlo por mi culo con todas mis fuerzas, pero no entraba. Recordé que precisamente ese era el que utilizaba con ellas tras pasar varias semanas ensanchando sus culos. “Joder”, pensé. Busqué por la habitación algo más que usar, pero no había nada. Entonces, en un momento de desesperación, me introduje el dedo por primera vez. Mi corazón empezó a latir más fuerte y se me erizaron todos los vellos de mi cuerpo. Dolía, pero era un dolor maravilloso. Mientras me metía el dedo hasta el fondo volvió a succionar el mecanismo de mi polla. Me tumbé en una esquina, desnudo e indefenso, pero experimentando un placer glorioso al sentir mi propio dedo penetrándome.

Tras unos días de penetrarme con mi dedo noté que ni un dedo ni dos eran suficientes. Me había vuelto adicto a mi propio culo e incluso ahora ya no me importaba que el aparato succionador no funcionase más. Entonces fue cuando cogí el consolador gigante y, de un golpe, me lo introduje hasta el fondo de mi culo. Noté como mi agujero se abría para darle la bienvenida a aquel intruso, sintiendo un inimaginable placer, y me tumbé, llorando de felicidad con el culo bien abierto hasta que se abrió la puerta. En el umbral pude ver a Cristina.

Pero una Cristina espectacular, con un traje rojo y negro de látex, ajustado perfectamente a su cuerpo, con un escote que mostraba la redondez de sus hermosas tetas casi hasta el ombligo. Su cara mostraba una amplia sonrisa en sus labios rojos y su pelo estaba recogido en una larga coleta que le daba un aire de superioridad que no entendía cómo no había podido sentir antes.

- Veo que tienes un nuevo amiguito, esclavo…

La miré con expectación. Una parte de mí gritó dentro de mí que saliera corriendo de allí, pero otra parte se aferraba a esa verga que me empalaba el culo. Se acercó a mí y me acarició el pelo. Comencé a llorar como un idiota, sus caricias me hacían sentir mejor. Sacó de una mochila blanca y negra de cuero unas bolas unidas por un cable y un consolador más grande incluso que el que tenía dentro de mí.

- Mi esclavo casi está listo, ¿verdad?

- Sí, mi maravillosa Ama… No… no me deje nunca… por favor…

- ¿Cómo dices, esclavo?

Cristina, mi diosa, mi ama… La deseaba más que a cualquier cosa en el mundo. Haría lo que fuera por ella.

- Mi Ama…

Ela se me acercó. Me comprendía.

- Dime, esclavo… - Su voz, aunque firme, sonaba comprensiva.

- No… no me deje nunca… por favor… Haré lo que sea…

-Me tenía, había caído. Era suyo… pero no me importaba.

- ¿Lo que sea, perro?

Lloré de nuevo al ver que sacaba una correa de cuero de la mochila, con una chapa en la que se podía leer “Perro esclavo”, y me la tendía, poniéndomela yo mismo. Después cogí las bolas y me las introduje una tras otra por el culo y la seguí a cuatro patas por el pasillo. Sólo veía su hermoso cuerpo, sus caderas moverse, y sus labios cuando me ordenaba algo. Se paró un momento en medio del pasillo y me hizo mirar a un espejo. La imagen que reflejaba era la de una Diosa, de cuero negro y rojo, preciosa, con una belleza como nunca había habido en la tierra, y a su lado un sucio perro, con una cuerda saliendo de su culo, y una perdida mirada de devoción por ella. Sonrió y me acarició la cabeza para después hacer una foto a la imagen del espejo y volvió a hablar.

- Menudo perrito faldero que eres… Pero todavía no he acabado, mi esclavo fiel… - sacó un bote blanco y lo puso debajo de mi polla – Córrete en él, perro…

Yo lo veía todo como entre bruma.

- ¡Que te corras, animal!

La obedecí y con una mano me froté la polla, bastándole sólo un leve roce para descargar en aquel recipiente más leche de la que había visto en toda mi vida. Lo cogió y tiró de la correa para guiarme hasta el baño que había al lado de la cocina, un baño pequeño que era el ellas solían utilizar. Puso un cuenco azul de los que se usan para las mascotas y vació en él el contenido del bote. La miré.

- Que no quede ni una gota, perrito…

Sabía que aquello era lo que ella siempre había odiado, y lo último que mi voluntad quería hacer, pero comencé a beber mi propio semen como el perro que era, a lengüetazos, mientras la risa de mi Ama Cristina martilleaba en mis oídos.

- Esto lo vas a hacer dos veces al día, perrito, y quiero que después me traigas el cacharro para que lo vea, ¿entendido?

Abrí mi boca llena de mi amargo y pastoso semen, pero ella me respondió con una patada.

- Eres un perro, imbécil. A partir de ahora sólo hablarás como lo hacen ellos.

Casi me atraganto, y un hilo de semen salió de mi boca manchando el suelo. Lo lamí rápidamente y levante la cara, ladrando a continuación dos veces.

- Ahora me prepararás la cena y después, según lo cansada que esté, me harás tener un orgasmo usando sólo tu lengua. Por cierto… Dormirás a los pies de mi cama, atado, y te masturbarás por el culo todas las noches hasta que yo quiera.

Cristina se encendió un cigarro, y tras varias caladas tiró la ceniza en mi cacharro, todavía por la mitad.

- Vas a ser el mejor perro del mundo, ¿verdad? No harás nada que me moleste y, además – se acercó a mí –, todavía queda por venir lo mejor, perrito… Ahora termínate eso mientras yo busco algo más grande para ese culito tuyo…

No sé qué parte de mi mente hizo que moviera el culo como si tuviera cola, pero eso era signo de alegría, y si me quedaba algo de iniciativa, esta se fue bajo la mirada de mi Ama Cristina.

Porque yo era su perro, su esclavo, y en lo más profundo de mi interior sólo quería darle las gracias a esa Diosa.

Y por supuesto que le di las gracias...

Continuará…