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María y Marina Cap. 2

en Grandes Series

La televisión seguía emitiendo la señal del canal en la que estaba puesta. Era lo único que estaba en el salón, o próximo a él, que seguía funcionando igual que hasta hace unos momentos.

Por mi parte, el dolor de las rodillas era ya tan insoportable que no las sentía apoyadas en el suelo. Las manos, apoyadas en el suelo, me sudaban tanto que habían formado, cada una, un pequeño charco debajo de las palmas. Mi sistema respiratorio había olvidado su correcto funcionamiento: cogía y echaba aire por la boca, como si ya no tuviera nariz.  Todo ello mientras mis ojos, a través de las rendijas, seguían atentos a lo que pasaba dentro del salón de mi casa. En él, hasta hace un momento, mi mejor amiga de siempre, casi mi hermana, masturbaba a mi padre con su coño desnudo.

Mi padre seguía sentado en el sofá con una gran mancha de semen en el bulto de su entrepierna. A diferencia de mí, inspiraba profundamente por la nariz, siguiendo con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados; para después echar el aire con un pausado resoplido. Estuvo haciéndolo unos segundos, mientras Marina lo miraba enfrente suya, de pié, sin moverse.

De repente, abrió los ojos y, tras quedarse unos segundos mirando al techo, bajó la mirada a su más que húmeda entrepierna y luego a la persona que tenía delante suya, la cual era la responsable de aquella locura. Para ser justos, la que había empezado aquella locura.

-          Ponte de nuevo la camisa – ordenó mi padre a Marina recuperando el tono serio e intimidante –. Vuelve para arriba que María estará a punto de salir de la ducha. Dile que voy pedir pizzas para cenar y que yo la tomo en el despacho, que tengo asuntos que hacer.

-          Vale – respondió cortada Marina mientras recogía la camisa del suelo-. ¿Te ha gustado? – preguntó sin poder contenerse.

-          Eso no importa, ponte la camisa y sube – dijo mi padre de forma enérgica.

“Mal, papá, mal” pensé yo. No era fácil. La pregunta de Marina era una trampa perfecta. Con cualquier respuesta “ganaba” ella. Si mi padre decía “sí” ella ganaba, si decía que “no” era claramente una mentira manifiesta por la eyaculación producida y ganaba ella y, si mi padre se iba por la tangente (cualquier otra respuesta distinta de “sí” o “no”), suponía no querer admitir que le había gustado y, por tanto, volvía a ganar.

Marina al oír aquella respuesta dibujó una leve y muy rápida sonrisa en su cara y se dispuso a colocarse la primera manga de la camisa. En ese momento, me di cuenta de que, una vez puesta, Marina iría hacia las puertas del salón, las abriría y subiría las escaleras hasta la planta de arriba. Pero antes, se encontraría con su mejor amiga de rodillas en el vestíbulo.

A pesar de no llevar sujetador, me quité la camiseta que llevaba puesta y me quedé completamente desnuda de cintura para arriba. Era mucho más importante secar, con aquella prenda, los dos charcos de sudor provocados por mis manos y evitar que nadie se diera cuenta de que había estado allí.

Sequé  rápido y empecé a subir las escaleras como un gato. En lo alto de las mismas, oí como se abrían las puertas del salón.

-          Lo de hoy no volverá a pasar nunca más – decía mi padre a modo de conclusión-. En cuanto a María: no tiene porque saber nada de ésto, ¿me entendiste?, lo que ha pasado ha sido un error y no voy a permitir que arruine mi relación con ella. Y creo… que tu tampoco ¿no?

Marina debió de asentir con la cabeza porque no la oí responder. Acto seguido fui rápidamente al baño y me encerré en él.

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El agua caliente caía sobre mi cuerpo desnudo. No realizaba ningún tipo de movimiento. Lo que había contemplado estaba fijado en mi mente… no se borraba…

-          Ma – dijo Marina desde fuera del baño después de tocar varias veces la puerta con los nudillos -. Tu padre va encargar unas pizzas para la cena, ¿vale?

-          Ok – respondí yo, con la voz más neutra que pude emitir.

Marina se fue y yo seguí debajo del agua caliente.

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Vestida de cintura para abajo, inspiraba y expiraba delante de la puerta cerrada del baño intentando centrarme y no dejarme llevar por lo que pensaba. Mi padre ya se había quitado de en medio para la cena y ya no tendría que plantarle cara, por lo menos, esa noche. Sin embargo, a Marina tendría que aguantarla lo que quedaba de noche y buena parte del día siguiente.

Me armé de valor, quité el cerrojo de la puerta del baño, la abrí y fui andando hasta mi habitación. Había luz y dentro estaba Marina, aún con la camisa y falda del instituto, sentada en la cama consultando su iPhone.

Intenté analizar sus expresiones faciales y gestos a ver cómo se comportaba mi mejor amiga después de haber masturbado a mi padre pero me di cuenta de que implicaría fijarme mucho en su cara y parecería que algo iba mal y deseché la idea al instante. Lo que menos deseaba en aquel momento era que Marina se diera cuenta de que sabía lo que había ocurrido.

-          ¿Te importa que mañana después del cine quede en el centro comercial con Álex? – me dijo levantando la vista del aparato –. Luego me llevaría él a casa en coche.

-          Está bien – respondí yo siguiendo con voz neutra.

Fui rápido hasta el armario, con mi brazo izquierdo cubriéndome el pecho desnudo. La camiseta que llevaba, con la que había secado los charcos, la había dejado en el cesto de ropa sucia de mi baño. Estaba delante del armario, de espaldas a Ma, poniéndome una nueva camiseta cuando decidí esforzarme para volver al tono habitual de mi voz. Ella seguía comportándose conmigo como si no hubiera pasado nada.

-          ¿Ese Álex es el “Alex 1ºB” de antes? – pregunté haciéndome la despistada.

-          El mismo – me confirmó Ma –, lo pensé mejor y me apetece verle.

-          ¿Pero es mayor de edad? -  volví a preguntar, ya vestida y yendo hasta la silla del escritorio.

Había decidido adoptar una política de preguntas que, en realidad no me interesaban para nada, pero las haría para evitar silencios incómodos que no sabía con qué temas de conversación romper.

-          Es el Álex repetidor de 1º B, cumplió hace un par de meses los 18 – explicó Ma.

-          ¿Y tiene carné de conducir y coche? -  insistí, siguiendo con mi nueva política con Ma.

-          Tiene carné desde hace un par de semanas y su viejo le presta el Mercedes – alargó la explicación Ma pero con voz cansina-. ¿Por qué tanta pregunta?

-          Ya sabes que me preocupo por ti, Ma, y no quiero que te pase nada malo – respondí de forma astuta.

-          Tranquila Ma, me cuido bien – me dijo ella sonriendo.

La verdad es que siempre, desde que la conocía, había sentido la última frase que le dije en ese momento. Sin embargo, en aquella ocasión, la dije mayoritariamente para cubrir la política que estaba manteniendo con ella y, así, que no notase que sabía lo que había hecho con mi padre.

-          ¿Ya decidiste la peli de mañana? – pregunté de nuevo.

Mi cerebro no paraba de funcionar bajo presión, elaborando preguntas, preguntas y más preguntas…

-          Sí – respondió ella -, pero lamento comunicarte que es Vengadores, es la única decente que se estrena.

-          Vale – acordé yo, no queriendo discutir -. De esa forma, podremos comentar los modelitos de Scarlett Johansson…

-          Ahí le has dado – coincidió Ma.

A ella tanto le gustaba observar los cuerpos de tíos buenos como criticar la ropa de tías y opinar cómo le quedaría en su propio cuerpo.

-          ¿Vas a ducharte antes de que lleguen las pizzas? - proseguí yo.

-          Ahora ya paso, ya me ducho mañana por la mañana – dijo Ma.

-          Date una ducha rápida ahora que todavía no han llegado y mañana te das otra – argumenté yo -, no me importa.

-          ¿En serio? – preguntó Ma.

Afirmé con la cabeza. La verdad es que la necesidad de ducharse de Ma rayaba lo paranoico. No podía sudar un poquito sin tener que ducharse después.

Esta vez la que necesitaba que se duchara era yo. Marina y yo, tanto en mi casa como en la suya y desde niñas, dormíamos siempre en la misma cama. Por esa razón, necesitaba que se duchara: no podía aguantar su cuerpo al lado sabiendo que lo había utilizado para masturbar a mi padre. Además, teniéndola en el baño y mi padre no queriendo subir, tenía tiempo para pensar… para pensar y organizarme.

Después de las pizzas propondría a Ma irnos a dormir lo antes posible. Mañana aguantaría a mi padre el menor tiempo posible por la mañana y a Marina hasta después del cine que es cuando quedaba con el tal Álex. Me recogería mi padre y sólo tenía que disimular durante el trayecto de vuelta. “Bien, tranquila” me dije a mí misma.

Sin aviso, sonó un estridente ruido de motocicleta. Se fue acercando más y más hasta que el sonido desapareció. El repartidor había llegado y timbró en la puerta exterior. Miré por la ventana. Las pizzas eran del sitio donde siempre las encargábamos. Salió mi padre a pagar y recoger las pizzas. Me di cuenta de que se había cambiado el pantalón por otro.

Se abrió y cerró la puerta principal de casa. Las teclas de la alarma se volvieron a oír.

-          Chicas, las pizzas están en la cocina – informó mi padre desde abajo -, ir a por ellas cuando queráis.

-          Vale – grité yo desde arriba.

No bajaría enseguida. Le quería dar tiempo a mi padre para, como dijo Ma, coger su parte de la cena e irse al despacho.

Pasados unos minutos prudenciales, empecé a bajar las escaleras. El vestíbulo estaba vacío y el salón también. Abrí con miedo la puerta de la cocina-comedor. Me asomé y no vi a mi padre. Respiré de forma tranquila. Encima de la mesa de la cocina, había tres cajas de pizza. Cogí poco más de la mitad de una de ellas. Marina siempre comía poco y yo no tenía mucha hambre.

Volví a la habitación con una bandeja con un plato lleno de trozos de pizza, unas servilletas, un par de vasos y una botella de agua fría. En cuanto la dejé encima de mi escritorio, se oyó el chasquido del cerrojo de mi baño y la puerta abriéndose. Segundos después, entró Ma en la habitación con sólo una toalla blanca envolviendo su cuerpo.

La chica fue hasta mi espejo de casi cuerpo entero y, ni corta ni perezosa, se sacó toda la toalla del tirón, quedando completamente desnuda delante de mí.

-          ¡Marina! – exclamé yo de forma escandalizada -, antes de hacer eso, cierra la puerta.

-          Perdona Ma – se limitó a decir ella.

Fui hasta la puerta, comprobé que mi padre no estaba en las escaleras y la cerré.

Siendo sincera, Marina tenía un muy buen cuerpo… y ella lo sabía. Mientras se ponía un diminuto pantalón corto de pijama veía la parte trasera de su cuerpo: piernas delgadas, caderas no muy pronunciadas y espalda bonita donde caía, de forma casual, su pelo rubio dorado completamente liso. Además, poseía un culo pequeño pero respingón. Aparentaba ser muy suave pero, al mismo tiempo, prieto.

La parte de delante, la cual podía ver a través del reflejo del espejo, completaba  la parte de atrás: pechos ni grandes ni pequeños, bien puestos en su torso con pezones y aureolas rosas y un ombligo ondulado hacia dentro.

Todo su cuerpo estaba ligeramente bronceado por sus recientes sesiones al solarium, conseguidas gracias a muchas peticiones a su madre en los últimos meses. Sólo las partes “sexuales” (pechos, culo y coño) conservaban el tono natural de su piel sin broncear.

Justo se había colocado la parte de arriba, una camiseta corta que casi no le daba para cubrir sus pechos y que dejaba al aire su ombligo, cuando mi padre tocó la puerta, la abrió y se asomó por ella.

-          Buenas noches, chi-chicas – dijo mi padre -.

-          Hasta mañana – contestó Marina, dándose la vuelta hacia mi padre en ese momento.

-          Buenas noches – respondí yo de forma un tanto seca.

Mi padre cerró la puerta y fue hasta su habitación. En ese momento, me acordé de algo que dijo Marina mientras masturbaba a mi padre: “No creas que no me he dado cuenta de que en los últimos meses no has parado de fijarte mucho en mí”. Ahora yo me había dado cuenta de que mi padre se paró más tiempo de lo normal en mirarla antes de mirarme a mí. Yo ni siquiera le miré.

En ese momento, Ma y yo nos pusimos a cenar los trozos de pizza.

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Me desperté sobresaltada. Aún era de noche. No sabía la hora que era. Miré el resto de mi cama y confirmé que Marina no seguía durmiendo conmigo.

Encendí una pequeña luz, la puerta de la habitación estaba entreabierta y Marina no estaba allí. Me levanté de forma brusca y fui hasta la puerta. Me asomé al pasillo. Tampoco estaba allí. No tuve que asomarme por la barandilla de las escaleras. La puerta de la habitación de mi padre estaba entreabierta y había luz. Avancé poco a poco hasta ella y vi lo que pasaba en el interior: Marina en la cama abierta de piernas mientras mi padre desnudo estaba encima… follándola. El culo de mi padre no paraba de avanzar y retroceder con cada embestida y Marina no paraba de llamarle “Vic” y de jadear y de…

Me desperté sobresaltada. Aún era de noche. No sabía la hora que era. Mire el resto de la cama y comprobé que Marina seguía durmiendo conmigo. Intenté respirar de forma acompasada, sólo había sido una pesadilla…

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Me fui despertando poco a poco. La luz de sol entraba por al ventana e iluminaba mi habitación. Me di la vuelta en la cama esperando encontrarme con el cuerpo de Marina… pero no lo encontré. Marina no estaba en la habitación, la puerta estaba entreabierta. Mire el reloj de la mesilla… ¡más de las diez y media! Después de mi pesadilla había dormido pero bien…

Asustada de que la pesadilla se transformara en realidad me asomé al pasillo, la puerta de la habitación de mi padre estaba entreabierta. Contuve el aliento y fui hacia ella. Me armé de valor para andar los últimos pasos y miré al interior. La cama estaba vacía, sin hacer. Me tranquilicé. Al salir al pasillo de nuevo, oí los ruidos de la ducha de mi baño.

-          ¿Ma? – pregunté mientras llamaba a la puerta y abría sin esperar contestación.

El vapor caliente estaba por todo el baño. La silueta desnuda de Ma estaba debajo de la ducha.

-          ¿Si? – respondió ella.

-          Na-nada – respondí yo -, buenos días.

-          Buenos días – dijo ella también.

Cerré la puerta y suspiré de alivio. Aunque… por si acaso… Volví a la habitación de mi padre, la atravesé y entré en su baño. Allí no estaba mi padre escondido. Sólo estaba el pantalón de chándal con aquella gran mancha de semen dejado en el bidé. Salí. No podía volverme una paranoica y empezar a pensar que mi mejor amiga y mi padre estarían haciendo cualquier práctica sexual por estar solos aunque fuera un minuto. Paranoias no, pero mi confianza la habían perdido… ambos.

Aunque intenté evitar las paranoias, no pude evitar, no esperar a que Marina saliera del baño y me fui a lavarme al baño de la planta baja. Ya me había duchado ayer de noche así que sería cuestión de pocos minutos y, desde allí, controlaría todo.

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Después de bajar por las escaleras, comprobé que mi padre estaba en la cocina haciendo el desayuno, fui al baño y me lavé. Tardé poco y ya estaba acabando de subir las escaleras cuando Ma salía del baño envuelta de nuevo en una toalla.

-          Buenos días, Ma – me dijo mientras ella se metía en mi habitación y yo fruncía un poco el ceño.

-          Chicas el desayuno espera y se está enfriando – dijo mi padre desde la puerta de la cocina-comedor.

-          Ya vamos – dije yo.

Marina volvía a quitarse la toalla dejándose completamente como su madre la había traído al mundo. Mientras sacaba un tanga de color blanco y un sujetador a juego yo fui también a buscar toda mi ropa para ese día.

Acabé de vestirme en el baño y volví a mi habitación. “Se nota que quedó con un chico” fue mi primer pensamiento y “se nota que va a haber más que intercambios de palabras” fue mi segundo pensamiento. La chica llevaba un mini short que dejaba ver las costuras de los bolsillos por delante y el fin de sus nalgas por detrás. El tanga no se le veía porque a esas alturas ya lo llevaba bien metido para dentro. La camiseta blanca era semitransparente dejando intuir un poco del sujetador y dejando ver su ombligo.

Ya pensé que bajaría sólo con eso puesto pero entonces cogió una sudadera también blanca de capucha y el Iphone. Sin embargo, la prenda no se la puso y bajo a desayunar así. Yo suspiré pensando en la reacción de mi padre y la seguí bajando las escaleras…

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Eran ya más de las doce cuando entramos al coche en el garaje. El desayuno había ocurrido sin incidentes. Tal vez, lo único, un leve repaso de mi padre al conjunto de Marina. No se lo eché en cara en mi pensamiento. Marina, vestida así y sin la sudadera, lo que quería era que la gente (sobre todo hombres) la mirasen y deseasen y mi padre entraba en ese colectivo. No fue a más porque fue a vestirse y nos dejó desayunando solas en la cocina.

Estábamos esperando en el coche a que las puertas del recinto de la casa se cerrasen, mientras yo miraba el cielo de aquel día. Por desgracia, Ma no desentonaba mucho vestida así. Había un sol radiante en el cielo sólo acompañado de unas pocas nubecillas blancas. Ya a esa hora hacía calor y, según comprobé en el móvil, para la tarde daban más.

Mi padre nos dejó cerca del centro comercial, me dio dinero (ese día pagaba todo yo) y me dijo que le avisara cuando acabáramos para venir a recogernos. Yo asentí pero, al igual que la noche pasada, no le di el tradicional beso en la mejilla.

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Comimos en un establecimiento de una de las dos franquicias de comida rápida más famosas hoy en día en España. Aunque yo no comía mucho siempre superaba a Marina la cual pedía ensaladas, patatas fritas y agua. No sabía como se mantenía en pié después de sólo eso.

Durante la película, se pasó comentando lo buenos que estaban los actores y lo bien que le sentaba a Scarlett el look de pelirroja. Yo no hablaba mucho, siempre hacíamos eso en el cine: ella “mítines” y yo el “aplauso” en forma de frase corta de vez en cuando así que no notó nada de mi posible cambio de conducta.

No olvidaba para nada lo de la noche anterior, pero me estaba resultando más fácil hablar con ella sin acordarme, a cada rato, de lo vivido en el sofá del salón.

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Salimos del cine y Ma, sin ponerse la sudadera, sacó su Ihpone del bolsillo trasero de su mini-pantalón. Yo odiaba esa “moda”, además de considerarla bastante peligrosa: cualquiera te podía robar el móvil y salir corriendo.

Nos paramos delante de la entrada de los cines del centro comercial. Ma whatsappeaba con Álex y yo ya veía el fin del día con ella. Por educación esperé a que el chico llegara para hablarle a mi padre y que Ma no esperase sola.

-          Ahí esta – dijo Ma después de unos minutos esperando.

“Más feo no podía ser” pensé yo. Allí estaba el tal Álex repetidor de 1º de Bachillerato, el cual, a pesar de ir a mi mismo instituto, no había visto nunca.

Mediría poco más que yo, llevaba el pelo pincho, estilo Bart Simpson, totalmente engominado, los ojos de un color marrón poco llamativo, más bien vulgar, lucía un pendiente en una oreja y tenía un montón de granos en la cara. Completaba la estampa unas zapatillas deportivas new balance rojas, unos pantalones vaqueros negros desgastados con agujeros, una camiseta blanca y una camisa encima de cuadros rojos haciendo juego con las zapatillas.

“El típico pijo atravesando su época de rebelde pero esperándole el mercedes de papi en el aparcamiento” pensé cruelmente yo.

Si Marina era una experta en dobles sentidos sexuales y en derivar toda conversación posible a ese tema, yo era experta en ironías y comentarios sarcásticos que, muchos de ellos, harían mucha “pupa” si los expresara en voz alta y no de pensamiento.

Mientras andábamos hacia él, no pude evitar fijarme en su cara. Su expresión devoraba con la vista a Marina. Ya de cerca le vi sonreír siguiendo mirando para ella. “La de cosas que su mente estará pensando en hacer con ella”, pensé.

-          Hola – saludó Ma a Álex, poniéndose de puntillas para darle un par de besos mientras él no decía nada y sólo se fijaba en su escote -.

-          María, Álex; Álex María – dijo Marina presentándonos.

-          Encantada – dije mientras él no decía nada de nuevo.

-          Bueno, ¿nos vamos? – dijo Marina poniéndose la sudadera.

-          Cuando quieras – dijo Álex, con gesto alicaído. Marina bajaba, con la sudadera, el telón no dejando ver más del espectáculo… en aquel momento.

El chico empezó a dar pasos en dirección a las escaleras mecánicas por las que hacía un minuto había aparecido. Marina se quedó atrás despidiéndome:

-          Hablamos de noche ¿vale? – me dijo -. Ya quedamos mañana o pasado que mis cosas siguen en tu casa ¿vale?

-          Sí… oh… es verdad… vale – respondí por turnos.

Marina alcanzó a Álex al borde de las escaleras y, en un momento, desaparecieron. “Mierda” pensé yo. Aquel fin de semana no se acabaría nunca. Me acababa de dar cuenta de lo que decía Marina. Toda su ropa y cosas del instituto seguían en mi casa. En ese momento, decidí que no iba permitir que volviera a casa, por lo menos, aquel fin de semana.

Me vi sola en el centro comercial. No obstante, me sentía vigilada por grupos de adolescentes varones de mi edad o incluso más mayores: llevaba un pantalón vaquero un poco apretado y, como tenía calor en el cine, no llevaba el jersey con el que había salido de casa y enseñaba medio escote con una camiseta de manga corta.

No era una creída pero sabía que tenía muy buen cuerpo, opinión con la cual coincidía la mayor parte de chicos del instituto tanto de la ESO como de Bachillerato. Los únicos que no lo hacían eran los más pijos, los que me llamaban, a mis espaldas, “gorda”, porque estaban acostumbrados a ligar y tirarse a las denominadas mujeres “palo”.

Me acordé de mi padre, saqué mi móvil y empecé a whatsappearle mientras me dirigía a las escaleras por las que habían bajado Marina y Álex…

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Estábamos entrando en el garaje. El trayecto de vuelta a casa fue un poco menos dialogador que de costumbre: mi padre preguntaba y yo respondía evitando ser seca y procurando no mirarle a la cara. Sabía que si le miraba a los ojos se daría cuenta de que estaba al tanto de lo suyo con Marina.

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Ya era de noche. En un polígono industrial de las afueras de la ciudad, un Mercedes negro con las ventanillas empañadas se agitaba. En su interior, un chico y una chica, ambos completamente desnudos.

El chico estaba sentado en la parte de atrás mientras la chica estaba encima suya con su polla metida en su coño. No paraba de subir y bajar mientras mencionada lo que parecía un nombre: Vic, Vic, Vic…

Al chico no le importaba lo que dijera. Había estado con cerca de una docena de tías de su misma edad o incluso más mayores pero ninguna le follaba como esa cría de 15 años.

El coche se dejó de mover cuando el chico empezó a gemir mientras se corría dentro de la chica. Ella apenas había empezado a disfrutar y suspiró pensando que necesitaba una nueva sesión con el padre de su mejor amiga. Una sesión completa de una vez. Llegar a lo que había leído tantas veces y que se moría de ganas de sentir: un orgasmo. A él no hacía falta mucho para convencerle. Su cuerpo sería suficiente y si no lo era, tenía el secreto que había descubierto unos meses atrás. El único fallo del plan era que necesitaba que su hija, su mejor amiga, estuviera distraída o en otro lugar.

La oportunidad llegaría unas pocas semanas más tarde…

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Mi padre estaba en alguna de las estancias del piso de abajo. Yo estaba encima de mi cama con la puerta de mi habitación cerrada mirando para el techo. Por fin tenía tiempo a solas para pensar en lo que había visto 24 horas antes…

Por una parte: Marina. Yo, ella y casi todo el instituto sabíamos lo “liberal” que era (por no decir otro calificativo). Había perdido la virginidad en el verano de hace dos años, es decir, recién cumplidos los 14 y con 15 ya se había soltado la melena.

Era mi mejor amiga, casi mi hermana, pero había masturbado a mi padre con su cuerpo… ¡con su coño! No lo veía ni ético ni moral, es más, lo veía como una traición a nuestra amistad.

Lo único que podía poner a su favor era lo atractivo que era mi padre y darle un voto de verdad a sus frases de querer que le hagan el amor y que hiciera disfrutar a los chicos pero ellos a ella no.

Por la otra parte: mi padre. Me parecía imposible que con lo serio, inteligente responsable, maduro e imponente que era, le hubiera engatusado una menor de edad, una adolescente que iba al instituto, una cría en definitiva.

Otra parte del cerebro me recordaba el trato injusto que le había dado a mi padre hasta hace unos años desde la muerte de su esposa, Isabel y, por tanto, mi madre. Mi padre, en aquella nueva ciudad, había salido con, a lo sumo, tres o cuatro mujeres. Todas habían durado unos pocos meses. La culpa de ese hecho era mayoritariamente mía. No quería que nadie sustituyera a mi madre y tampoco tener ninguna madrastra. En la disyuntiva entre yo y la mujer de turno mi padre siempre se decantaba a mi favor.

De ese modo, mi padre no había tenido, por mis noticias, ninguna cita con ninguna mujer y mucho menos sexo en los últimos 2-3 años.

-          María – dijo mi padre desde el piso inferior.

-          ¿Qué? – respondí yo, levantándome de la cama y abriendo la puerta.

-          Voy a hacer unos largos, luego cenamos la pizza que sobró de ayer ¿vale?

-          Vale… papá – respondí yo, obligándome a no ser seca en las contestaciones y sobre todo pensando en las mujeres de su pasado.

Cerré la puerta y volví a tumbarme en la cama. Me faltaba una persona a la que analizar: a mí misma.

Todo el mundo (mi padre, Marina, mis profesores, amigos, amigas, gente que me conocía, incluida yo misma) me consideraba madura. Por eso mismo, debía actuar como tal y reconocer que mis diagnósticos negativos tanto de Marina como de mi padre no eran completamente justos.

¿La razón? Era una experta teórica sobre el sexo por todo lo que me había documentado yo y por lo que mi padre me había explicado tan bien. Sin embargo, era una total ignorante en el campo práctico y ahí era donde mis acusaciones tanto con Ma como con mi padre flaqueaban: ¿sabía cómo se sentía Marina para pedirle a mi padre que le hiciera el amor?, ¿sabía cómo se sentía mi padre sólo, sin una mujer a su lado, que le proporcionase un desahogo sexual?, ¿acaso sabía yo lo que era tener ganas de practicar sexo con alguien?, ¿me había masturbado alguna vez?, ¿besado a alguien?...

Todas las respuestas eran “no”. Desde un punto de vista teórico y desde la perspectiva ético-moral, sabía que lo que le había pedido Marina a mi padre estaba mal y que mi padre, por muy necesitado que estuviera, había consentido que una menor de edad se restregase contra él. Todo eso no estaba bien. Pero… desde el punto de vista práctico: ¿quién era yo para cuestionarles?

En aquel momento de debate interno en mi cerebro, me sentí una hipócrita: no había besado a nadie, ningún chico me había metido mano, yo tampoco me había masturbado, aún era virgen… y cuestionaba a los demás…

De repente un objeto volvió a mi memoria. ¿Seguiría allí? Podía ir tranquilamente a averiguar si seguía allí. Había pornografía ilimitada en Internet y, a través de mi portátil, podía acceder a ella, pero prefería algo más directo para iniciarme de una vez en el mundo práctico sexual... Si por fin experimentaba que se sentía desde ese lado, a lo mejor tendría una nueva perspectiva de lo que había visto en el salón de mi casa la pasada noche…

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Entré en la habitación de mi padre, me acerqué a la ventana y observé el jardín trasero. Allí estaba mi padre haciendo largos en nuestra piscina. A su lado estaba el hidromasaje circular, el cual tendría su gran protagonismo la noche de mi cumpleaños.

Con el campo despejado, fui hasta el baño de mi padre. Allí estaba. Aún no lo había cambiado de sitio. Por falta de tiempo quizás o por no saber que hacer con él: lavarlo, tirarlo…

Cogí del bidé el pantalón de chándal de mi padre con esa gran mancha de semen, ya seca, a la altura de su entrepierna. La verdad es que más que correrse parecía que se había meado.

Me lo acerqué a mi cara y lo olí. Aspiré profundamente un par de veces. Olía raro. Lo dejé de nuevo en el bidé y me giré hacia el lavabo para verme en el espejo. Delante de él, me empecé a quitar la ropa, sentía que llegaba el momento de iniciarme…

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Me bajé las braguitas quedando totalmente desnuda. Lo primero que hice fue verme. Tenia la piel blanca y lo único de color que sobresalía en mi cuerpo eran mis aureolas y pezones de un color marrón claro y mi coño lleno de pelo. En la vida me había depilado esa zona, sólo acortado con tijera.

Comencé tocándome las caderas con las manos. Cada una la correspondiente por su lado…

Junté las manos en mi vientre y las subí hasta mis pechos. Note un escalofrío que hizo ponérseme la piel de gallina de los brazos…

Noté como mis pezones se estaban endureciendo. Seguí acariciándome las tetas. Estaba notando que mi temperatura corporal estaba aumentando…

Cerré los ojos y a mi cabeza acudió la escena sexual más reciente que tenía. Veía a mi padre con las manos agarradas al culo de Marina… Bajé mi mano derecha hacia una de mis nalgas y la apreté con fuerza…

Veía a Marina agitándose encima de mi padre… deslicé la mano derecha desde mi culo hasta mi vientre… lo acariciaba… estaba más caliente todavía…

Noté un cosquilleo dentro de mí… dentro mi coño… no me lo podía creer… me estaba… me estaba mojando… por primera vez en mi vida…

Seguía con los ojos cerrados… terminé de acariciar mi vientre y mi mano derecha bajó por fin hasta mi coño… la mano izquierda seguía acariciando mis tetas…

Fue difícil con tanto pelo… pero acabé encontrado mi clítoris… me lo empecé a tocar… me estaba sintiendo muy bien…

Noté una ráfaga de aire frío en la espalda. Abrí los ojos. A través del reflejo del espejo vi a mi padre en el umbral de la puerta con el pelo mojado y vestido con un albornoz blanco. La visión del cuarto de baño desde su posición debía de ser, por lo menos, curiosa…

Continuará.