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María y Marina Cap. 4

en Grandes Series

En cualquier época del año, pensaba en el mes de mayo y siempre pensaba las mismas cosas: primavera, sol, flores, últimos exámenes y… mi cumpleaños. Si ya era mayo, cuando pensaba en el propio mayo, esas cosas las pensaba aún con más fuerza.

Desde que mi padre y yo nos habíamos trasladado a aquella ciudad costera del norte español, mi cumpleaños se celebraba siempre en mi casa. Comida y bebida en una gran mesa de plástico blanco que se colocaba en el jardín trasero, postre con tarta y velas, el “cumpleaños feliz”, los regalos y, después, ¡PISCINA!

Todos los cumpleaños desde los 6 años habían salido muy bien: el tiempo, la comida, los regalos, los amigos y amigas… No obstante, con el paso del tiempo las piscinas, incluso la de hidromasaje, habían perdido capacidad de atracción. Eso quedó comprobado en el cumpleaños del año anterior, el de mis 15.

No eran en sí las piscinas las que hacían que muchos compañeros y compañeras de clase no quisieran haber venido a ese último cumpleaños. Lo que sucedía es que ellas no compensaban lo que había que soportar durante la celebración: a mi padre y la total inexistencia y/o posibilidad de presencia de “vicios de adulto” que, por moda, se habían trasladado a la adolescencia.

En los primeros cumpleaños era frecuente la presencia tanto de mi padre como de otros padres y  madres (como Victoria, la madre de Marina) más que nada para pasar un buen rato de charla entre ellos. Aunque también para ejercer de monitores de piscina. Ya os podéis imaginar, cerca de una veintena de niños y niñas en una piscina donde no hacen pié. Toda vigilancia era poca.

Con el paso de los años, la cantidad de padres y madres fue disminuyendo hasta sólo quedar mi padre. Pasó inadvertida su presencia y, más, su sola presencia (la de sólo un adulto entre tanto niño/adolescente) hasta el 13º cumpleaños.

En pleno inicio de la “edad del pavo”, muchos compañeros/as hablaban cortados y cortadas a la mesa de plástico blanco de siempre donde también se sentaba mi padre.

En el 14º cumpleaños, la cantidad de chicos cayó en picado, más que nada, por no poder expresarse con su vocabulario habitual y no atreverse a vacilar a las chicas en la piscina con un adulto mirándolos, es decir, intentar sacarles la parte de arriba del bikini, cogerlas fuera y lanzarlas a la piscina, etc.

El 15º cumpleaños, el último, se convirtió en un gran desierto. Yo, Marina, algunas pocas chicas más de clase con las que me llevaba bien… y mi padre. Me lo había pasado bien pero me quedé muy “desolada” y triste por como habían evolucionado las celebraciones del día que vine al mundo. Ma me tuvo que estar animándome bastantes días después de la fiesta para recuperarme.

Aparte de la presencia de mi padre, el número de invitados que no accedía a venir a mis cumpleaños (el de los 14 y 15 años) poseía otra razón para no hacerlo: la falta y/o posibilidad de “vicios de adulto”, es decir, alcohol y tabaco.

Ya en algunas fiestas de cumpleaños de 14 años, a las que había ido, sobre todo de chicos de clase, aparte de no estar sus padres, existía la opción de beber alcohol y fumar algún cigarro. Ya en las fiestas de los 15 años, la mayoría de los de clase tenían esas opciones, incluso Marina.

Los y las que no se libraban de la presencia de sus padres y/o de no poder ofrecer alcohol y tabaco hacían doble fiesta: una “legal” y otra “clandestina”. Y algunos simplemente invitaban a su pandilla de clase y organizaban un “botellón”.

El hecho de que mi padre quisiera estar en las fiestas de mis cumpleaños lo veía bien, estaba en su derecho y a mí me gustaba que estuviera, pero, con el paso del tiempo, me di cuenta de que “abusaba” de su derecho. Estaba todo el tiempo viendo, oyendo, observando, vigilando… y mis compañeros y compañeras, con razón, se cortaban y, para no pasar malos ratos, preferían directamente no venir.

Ma, en mi último cumpleaños, me lo hizo ver bastante bien. “Con que no esté tu padre, vuelve la mayoría” me dijo muchas veces hace casi un año. Para este cumpleaños, sabía que Ma no dejaría que me diera otro bajón anímico (como el año pasado) y, por tanto, haría todo lo que pudiera para que mi padre no estuviera en la fiesta.

Antes de lo suyo con mi padre en el salón, me convencía mucho ese plan porque yo no reunía el valor para pedirle eso a mi padre. Sin embargo, en aquel momento, no me gustaba la idea de que Ma le pidiera eso y me convencí a mí misma para intentarlo yo…

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Fueron pasando los días. Había aparcado los pensamientos sobre mi orientación sexual (a raíz de lo sucedido en mi sesión depilatoria con Ma) y no terminaba de arrancar en serio con el temario de los últimos exámenes de curso. Mi único objetivo era tener una fiesta de cumpleaños sin mi padre.

Era el domingo previo a la semana del día de mi cumpleaños y del fin de semana en el que se iba a celebrar, probablemente el viernes o sábado. Noté que ese día tenía que decírselo a mi padre.

Elegí un momento bastante pausado y tranquilo del día: el momento de preparar la cena junto a mi padre. Esa noche tocaba fajitas.

Estábamos en la cocina, aquel domingo, sacando la comida de sus envases, yo, y preparando los instrumentales de cocina necesarios, mi padre. Él notaba que estaba más callada de lo habitual.

-          María, cariño, ¿estás bien? – me preguntó.

-          Si… - empecé – pero no – me sinceré - . ¿Cómo va ser la fiesta de mi cumpleaños este año? – pregunté tanteando el terreno.

-          ¿Cómo va ser cielo? – preguntó mi padre -, como la de todos los años.

-          Mmm… - suspiré.

-          ¿Si? – preguntó mi padre intuyendo que la cosa no iba del todo bien -, ¿pasa algo con ello?

-          No… sí – volviéndome a corregir -, te has… ido… bueno… dado cuenta…

-          Venga, dispara – me animó mi padre, siguiendo con la cena sin mirarme.

-          Eso… que… ¿si te has dado cuenta del… des-descenso de invitados a mis últimos cumples? – terminando la pregunta sin evitar la vergüenza.

-          Ajam – dijo con voz neutral mi padre -, cosas que van sucediendo en la vida, hija, con ello te irás dando cuenta de la diferencia entre compañerismo y amistad…

Compartía ese razonamiento con mi padre, pero… necesitaba una fiesta en la que fuera yo y sólo yo el motivo de venir o no y no mi padre o que hubiera o no alcohol o cualquier otra tontería. Dejé pasar unos minutos mientras hacíamos las fajitas. Ya en el momento de sentarnos en la mesa-isla de la cocina para cenar, volví a la carga:

-          Y… ¿qué te parece… si este año… - empecé a decir y viendo que mi padre guardaba silencio, continué -, celebramos mi cumpleaños tu y yo y la fiesta la dejamos para mí y mis invitados… sólo para mí y mis invitados? – terminé repitiendo el final para recalcar la indirecta de la pregunta.

Mi padre guardó silencio sopesando lo que iba a decir a continuación.

-          Me lo pienso, ¿vale? – expresó por fin, yéndose por la tangente y ganando tiempo.

-          Vale, papá – dije yo contenta de que no dijera “no” de forma directa.

-          Come que se te enfrían – dijo intentando iniciar una conversación durante la cena alejada de aquel tema.

No dio resultado. Después de esa frase nos sumimos en una cena silenciosa. Sospechaba que mi padre tomaría el camino del medio y que aceptaría esa celebración juntos pero también estar el día de la fiesta, aunque no fuera todo el rato. Sin embargo, a mí, esa opción no me valía…

Acabé decidiendo que, tal como hizo él cuando me pilló masturbándome, le dejaría un tiempo sin presiones para convencerle de que me dejara sola con mis amigos y amigas en la fiesta…

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Al día siguiente, por la mañana, vi como mis expectativas positivas aumentaban. Mi padre, antes de dejarme en la puerta del instituto, me informó de que iba a reservar en un restaurante para el miércoles (día de mi cumple) y si me parecía bien. Le dije muy alegre que sí porque me parecía la mejor oportunidad para que me confirmase que la fiesta sería sin él. Además no iba al comedor y me perdía la clase de tarde de aquel día.

Para Ma, en cambio, el que mi padre aún no decidiera, a lunes, la “desesperaba”. De ese modo, cuando aquel lunes le dije a Ma que “lataría” el miércoles tanto a la comida como a la última clase me insistió en si podía ir ella también.

-          Venga, Ma, va… - me decía Marina -, el miércoles me invitas, voy y convenzo a tu padre de que se vaya por ahí el sábado y ya de noche empiezo a confirmar gente que viene…

Me quedé dudando. Al final, cedí. A Marina, como comprobaría otra vez mi padre, era difícil negarle las cosas…

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Llegó el miércoles (día de mi cumpleaños) y yo y, por extensión, Marina, seguíamos sin una respuesta.

Aproveché el corto camino de coche hasta el centro para tener una breve conversación con mi padre.

-          Papá – inicié el diálogo yo, un tanto nerviosa, por lo que me jugaba -, ¿pensaste en lo de la fiesta?

-          Lo he pensado mucho María y no me termina de convencer – dijo y lo dejé continuar -, aún vas a cumplir 16 años y dejarte sola en casa con chicos… no me convence. Lo mejor es que esté yo presente… si quieres no como con vosotros, pero tengo que estar en casa por si pasa algo.

“No me vale esa respuesta, papá” pensé. “Y mucho menos le servirá a Ma”.

-          Papá – insistí yo cuando el coche ya enfilaba las últimas calles del recorrido -, creo que soy y he demostrado ser muy madura y responsable para mi edad. Sólo te pido unas horas en las que mis amigas y amigos puedan comportarse tal como son sin estar pendiente de que alguien les esté vigilando.

-          ¿Unas horas? – preguntó mientras detenía el coche y ponía el freno de mano -.

-          Sí, papá desde el mediodía hasta la noche: preparo todo yo, comemos, estamos en la piscina, nadie entrará ni en tu despacho ni en el piso de arriba (salvo yo o Ma) y la alarma de fuera de casa estará conectada en todo momento. Venga porfi… déjame… porfi papi…

-          Sabes como pedir las cosas – dijo mi padre esbozando una pequeña sonrisa -, ¿a qué hora tienes pensado que vuelva?

“Pregunta trampa” pensé yo. “La avaricia rompe el saco, María, no abuses”. Sabía que Ma pediría más pero ella no conocía a mi padre.

-          ¿10? – me aventuré yo.

-          8 – movió mi padre.

-          9 – afirmé yo.

-          8 – repitió mi padre.

-          ¡Papá! – dije yo molesta -, 9 – repetí con voz de no aceptar menos hora.

-          Vale, vale – cedió mi padre sonriendo.

Había ganado, aunque… la hora a la que realmente llegara el sábado la decidía él en definitiva.

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Intentaba atender al profesor pero el tecleo de Ma en su Iphone, me desconcentraba. No era la única: más de la mitad de la clase miraba, de forma más o menos descarada, su móvil, algunos tecleaban y otros/as miraban para mi.

Esperé al final de clase, cogí mi smartphone, abrí el Whatsapp y… ¡más de 100 mensajes!

Tenía dos conversaciones: unos mensajes de Ma y el resto de un grupo nuevo en el que me habían metido.

El título del grupo me dio pistas de que iba (“Cumple María”) y viendo quien era la administradora (Marina) ya me quedó claro el porqué lo había hecho. Vería los mensajes en el recreo pero los de Ma quería leerlos en aquel momento.

“Ma, lo snt, pro no pdms sprar más, stamos a mrcls de mñn y la fiesta es el sbdo”.

(Ma, lo siento, pero no podemos esperar más, estamos a miércoles de mañana y la fiesta es el sábado).

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El jueves y viernes fueron días de mucho “whatsappeo” sobre todo con Ma. La mayoría de chicas y chicos de clase confirmaron su asistencia a la fiesta.

El alcohol era cosa de Marina, la cual se pondría de acuerdo, con los más “sabidos” de la clase, en que tipo y cuanto alcohol habría en la fiesta.

De la comida y bebida (no alcohólica) nos ocupábamos mi padre y yo. El viernes de noche preparamos casi todos los pinchos, le di las buenas noches a mi padre, a Ma por whats y caí derrotada en la cama sin deshacerla.

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(Sábado por la mañana).

Desayunando en la cocina y después de que mi padre me hubiera recordado lo más importante de cómo actuar en caso de que algo no fuera bien, sonó el timbre de la puerta de fuera de la casa.

Marina llegaba más temprano de lo acordado. Acordándome de que seguramente traía el alcohol con ella, me puse nerviosa, dejé el desayuno y salí de la cocina. Llegué tarde. Mi padre ya estaba cerrando la puerta principal de la casa y Ma estaba dentro. Llevaba consigo una gran mochila pero no se oía ningún tintineo de botellas de cristal…

-          Toma – dijo Ma ya en mi habitación después de dejar la mochila en la cama y acercándome dos paquetes envueltos en papel de regalo -, primero el pequeño – especificó Ma.

-          A ver, a ver – dije yo fingiendo nerviosismo.

Lo abrí. Era un colgante con un motivo decorativo consistente en medio corazón en el cual ponía “BE” y “FRI”

-          Mira – dijo Marina sonriente ante mi cara extrañeza. Señaló en su cuello una cadena idéntica al del colgante que me regalaba y descubrió otro motivo decorativo: un medio corazón que complementaba al mío y ponía “ST” y “END” -.

Empecé a juntar letras y lo entendí todo: “BEST FRIEND”.

-          Oh… muchísimas gracias Ma – dije abrazándola – te quiero.

-          Yo también a ti – dijo Ma – pero promete que no me pegarás con el otro regalo – dijo de forma cautelosa pero divertida.

-          Mmmm… peligro – dije yo.

Empecé a abrirlo. No necesité quitar todo el papel para saber que era. No me lo podía creer.

-          Ma… estás loca – dije yo quitando del todo el papel de regalo.

-          ¿Te gusta?... bueno, te lo preguntaré cuando lo pruebes – me dijo de forma pícara Ma -, yo tengo el mismo modelo que también es igual que el de mi madre.

< 20 centímetros >, < funciona a pilas >, < sumergible >… Marina me había regalado… ¡¡¡UN CONSOLADOR!!!

-          No me mires así, Ma – me dijo -, te lo regalo para que experimentes tu sexualidad y te puedo decir que funciona bastante bien. De ese modo, si hoy te quedas con ganas de hacer algo ya sabes que usar.

Noté que me ponía roja y quise cambiar de tema lo más rápidamente posible.

-          ¿Trajiste el alcohol? – pregunté yo.

-          Lo trae Álex cuando tu padre se vaya – me contestó -, me voy a cambiar ¿vale?

Sin tiempo para responderle, me llamó mi padre desde el piso de abajo. Dejé a Ma cambiándose en mi habitación y bajé. Mi padre me recordó todo lo del desayuno y enfiló hacia el garaje para coger el coche y salir de casa.

-          Recuerda a eso de las 9 estoy de vuelta, pórtate bien y pásalo mejor – dijo dándome un beso en la mejilla.

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Pasados unos pocos minutos de salir mi padre, se oyó el timbre de fuera de la casa. Era Álex. Le esperé en la puerta. Llevaba consigo dos grandes bolsas de plástico. Ahora sí que se oía el tintineo de botellas de cristal.

“Gracias” dije yo cuando me las dejó en el umbral. Él, como el día del cine, no dijo nada y simplemente se fue. Supongo que estaría molesto porque Ma no lo había recibido o conmigo por no haberlo invitado. Por eso último, podía estar bien enfadado porque nunca lo hubiera invitado.

“Menuda locura” pensé cuando miré el contenido de las bolsas: dos botellas de vodka, cuatro de ron y un par de cajas de cerveza. Puse todo como pude en la nevera y volví a subir para arriba.

Marina no estaba tan “provocativa” como el día del cine con Álex pero bien le llegaba: unos shorts muy cortos y apretados y una camiseta blanca muy escotada. Por debajo, un bikini blanco y en el cuello, el colgante pareja del mío.

Volvió a sonar el timbre de fuera de la casa. Unos gritos y risas de adolescentes me indicaron que empezaban a llegar mis invitados…

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Las chicas vestíamos todas más o menos iguales: pantalón corto y camiseta; mientras los chicos variaban entre los que llevaban pantalón largo, corto o, ya directamente, el bañador.

Los pinchos transcurrieron por todo el jardín en pequeños grupos. Los regalos fueron en general muy bonitos: collares, pulseras, pendientes, algún reloj y algún perfume. Todos, hasta el último, un regalo en común de varios chicos de clase: una caja de… ¡¡¡PRESERVATIVOS DUREX!!!

Los chicos rieron y algunas chicas se quedaron avergonzadas aunque las que me caían mal también se reían. La inmensa totalidad de los que estaban allí sabía que era virgen.

Intenté tomármelo con ironía y me ataqué a mí misma: “Espero acabarlos antes de que caduquen” dije. Fue peor el remedio que la enfermedad. Oí algunos comentarios por lo bajo (“primero tendrás que estrenarte”, “si no te abres de piernas, difícil”) de chicos a otros chicos y sus correspondientes risas muy mal disimuladas. En ese momento, lo decidí: el próximo año habría una criba importante de invitados/as.

Ma, que también escuchó los comentarios, veía el enfado reflejado en la cara y optó por desviar la atención del grupo. De ese modo y como una auténtica animadora social, empezó a preguntar qué era lo que el “público” quería beber…

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La fiesta se había convertido en un gran botellón: sonido de vasos de plástico de litro, cubitos de hielo sonando unos contra otros en los vasos, algunos derritiéndose en las cubiteras puestas en la mesa del jardín, otros caídos en el propio jardín…

Ma, quien sino, fue la primera chica que se quedó en bikini. El blanco puro resaltaba su piel morena de solarium. La verdad es que estaba impresionante… Salió de la casa, se dirigió a la piscina y se zambulló. Los chicos no tardaron en quedarse en bañador y zambullirse también mientras algunas chicas miraban a Ma con una mezcla entre envidia y odio. A ninguno le dio tiempo a intentar nada en la piscina. Ma apenas hizo un largo y salió. El agua le resbalaba y caía por su piel… los chicos estaban atónitos y puede que alguno algo duro de más. Las chicas seguían con sus miradas mezcla de envidia y odio.

Ma cogió una toalla, se secó un poco con ella y vino hasta mí. Yo estaba aún vestida en una tumbona enfrente de la piscina de hidromasaje (o jacuzzi). Ma puso la toalla en la tumbona de al lado y se acostó al lado mía.

Enseguida me notó que estaba “tocada” por los comentarios de los chicos. Intentó animarme pero fue en vano así que recurrió a la “medicina popular”. “¿Qué quieres tomar, Ma?”. Ella sabía que no bebía ni había bebido nunca. Pero cuando volvió de coger algo de beber, traía dos vasos.

-          Bacardí limón… - me dijo extendiendo uno de los vasos hacia mí -, es-lo-más-suave-que-hay. Vamos, al menos pruébalo.

No tuve remedio, tomé un sorbito. Sabía a limón pero con un toque raro que dejaba la garganta ardiendo y luego, más tarde, el pecho. Fui yendo sorbito a sorbito y la cantidad de líquido del vaso fue bajando. Cada vez me fui sintiendo más relajada, menos vergonzosa, más animada, más loca. El siguiente vaso también me lo trajo Ma. Seguí bebiendo…

La fiesta estaba degenerando: algunos chicos bebiendo todo lo que podían, otros en la piscina intentando tocar las partes blandas de las chicas (pechos y culo) y alegar que era por accidente, otros directamente intentando sacar los bikinis a las chicas, otros cogiendo a chicas fuera de la piscina y lanzándolas dentro de ella…

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Cuando el sol empezaba a caer, yo estaba en mi máximo nivel de ebriedad y Ma me aguantaba como podía. Ella había bebido más pero lo soportaba mejor y aparentaba sobria.

De pronto…

-          ¿Se puede saber que pasa aquí? – preguntó una voz masculina familiar.

Marina y yo nos giramos. Mi padre estaba en la puerta de la cocina-comedor que daba al jardín. Tenía una cara de enfado que ni siquiera el alcohol podía hacer que no viera.

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Me desperté en mi cama con mucho mareo y con mucho dolor de cabeza. “¿Qué ha pasado?” pensé.

Lo último que recordaba era que estaba con Ma en el jardín y mi padre llegaba y… y… ¿cama?

Al intentar incorporarme, los mareos aumentaron. “El alcohol” pensé. Tenía la boca más seca que recordaba en mi vida. Necesitaba beber agua. “Cocina” pensé. Parecía un ordenador reiniciándose. Mi cerebro necesitaba instrucciones sencillas.

Encendí la luz de la mesilla. Mis ojos no se adaptaron a la luminosidad y la volví a apagar. Opté por ir a oscuras hasta la cocina. Conocía bien la casa para poder hacerlo.

Me levanté de la cama controlando los mareos y las náuseas como podía. Necesitaba beber antes que nada. Seguía llevando puesto el bikini con solo una camiseta para dormir por encima.

La persiana de la ventana de mi habitación no estaba bajada pero aún así todo fuera estaba oscuro. Debía ser de madrugada…

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Llegué a la puerta de la cocina-comedor. Sólo pensaba en beber un poco de agua fresca. No encendí la luz y fui hasta la nevera. La abrí. No encontré agua por ningún lado. La cerré y fui hasta el grifo de la pila. Lo abrí y bebí lo que pude y como pude.

Terminé de beber y lo cerré. Me quedé apoyada en la pila. Me estaban viniendo otra serie de mareos y náuseas. Eran difíciles de aguantar…

Todo estaba en silencio pero, pasado un rato, empecé a oír como agua hirviendo. “¿Qué dices, María?” pensé. El alcohol me había trastornado mucho. Sin embargo, seguía oyendo ese ruido. No era agua hirviendo. ¿Qué era?

Seguí sin encender ninguna luz. De la cocina no surgía ese ruido, entonces… ¿de dónde?

Vi que, desde el jardín, una débil luz iluminaba el interior de la cocina-comedor.

Me acerqué hasta una ventana y mire el jardín. Todo oscuro salvo por los farolillos que teníamos iluminando por las noches y… ¿por la luz interior del jacuzzi?... ¿el jacuzzi estaba funcionando?...

De ahí provenía el ruido: el jacuzzi encendido no paraba de soltar burbujas que no paraban de sonar en la superficie del agua. “¿Quién estará ahí a estas horas?” me pregunté.

Abrí la puerta del jardín muy despacito y, poco después, la arrimé, cerrándola sin hacer ruido. No se veía mucho del jardín: los farolillos, la luz del jacuzzi y, reflejada en el agua de la piscina, la luz de alguna farola delante de la casa que apenas llegaba hasta ese lugar.

Parecía que había una persona allí. Una persona de espaldas a mí. Sólo podía ver su cabeza y parte de su espalda. “¿Era mi padre?” dudé.

Me fui acercando poco a poco. A veces mis pies desnudos tropezaban con alguna botella de cerveza vacía o algún vaso de plástico tirado.

Estaba llegando a las tumbonas en las que habíamos estado Ma y yo por la tarde. Vislumbré en el pelo de aquella cabeza alguna que otra cana y confirmé que era mi padre. Casi no se movía. “¿Estaría bien?” me pregunté asustada.

De pronto vi como mi padre desarrollaba otra cabeza encima de la suya… sí… era otra cabeza… una cabeza de pelo rubio… ¿quién estaba con él?

Decidí no decir nada y acercarme más. Conforme me estaba aproximando a las tumbonas me había ido agachando gradualmente. En aquel momento, llegué a ellas estando casi ya de cuclillas. No iba a poder estar de esa forma mucho rato. Palpé con las manos el césped donde estaba. No encontré nada que me hiciera daño y me apoyé con las rodillas ocultándome detrás de una de las tumbonas. Me quedé observando en silencio…

-          No te preocupes, Vic – dijo Marina – los dos necesitamos hacer esto.

Se me heló la sangre al oír la voz de Marina. No podía ser… ella… y mi padre…. ¿otra vez?

-          Tranquilo, no me va doler… - decía Ma -. Se nota que eres un hombre… ninguno de los chicos con los que he estado, tiene esta polla…

-          Marina… - mi padre intentó decir algo más pero no pudo.

-          Shhh – dijo Marina -, relájate, Vic – siguió diciéndole suavemente -, se que necesitas esto…

Mi padre estaba de espaldas a mí y a la parte trasera de la casa. Marina estaba delante de él mirando hacia mí, pero no me veía. Tenía sus brazos rodeando el cuello de mi padre y por lo que decía, debía tener su polla cerca o dentro de su coño… Lo confirmé con la siguiente frase de la chica.

-          Me coge toda, Vic, que dura está… - decía Ma cerrando los ojos y levantando la cabeza hacia arriba.

-          Marina… no me puse… - volviendo, mi padre, a intentar decir algo pero no pudiendo.

-          No pienses en eso Vic… - le cortó Ma – no pienses en nada… - dijo sin mirarle, siguiendo con los ojos cerrados y la cabeza levantada hacia el cielo.

-          Marina… - insistía mi padre.

-          Déjate llevar, Víctor, por favor… déjate llevar – suspiró Ma mientras dejaba de rodear con los brazos el cuello de mi padre y apoyaba sus manos en cada unos de sus hombros.

Marina se ayudó de su apoyo en los hombros de mi padre para empezar a subir y bajar. Subía… sacando de su coño la polla de mi padre y bajaba… volviéndola a meter… subía…. bajaba… subía…

-          Disfrútame, Víctor, disfrútame – decía Ma jadeando – Dios… que dura la tienes… y que grande, por favor…

La chica subía y bajaba encima de la polla de mi padre como poseída. Lo único que se movía más que ella en aquel jardín era el agua del jacuzzi.

-          Agárrame el culo, Vic… vamos – ordenó Ma – ¿lo estás disfrutando? – preguntó abriendo los ojos y mirándolo.

Yo, ante ese cambio, me escondí mejor detrás de la tumbona.

-          Sí, Marina, sí – decía mi padre con voz extrañamente obligada.

-          ¿Qué te pasa, Víctor? – preguntó enfadada a la vez que excitada Ma – ¿no disfrutas con mi coñito?

-          Sí… disfruto… mucho – respondió mi padre.

A Marina pareció convencerle la respuesta y siguió con su ritmo encima de la polla de mi padre.

-          Quiero correrme… quiero correrme… quiero correrme… quiero… quie…quie… JO… DER… ¡me va explotar el coño! – exclamaba y se retorcía como loca Marina mirando al cielo.

Mi padre la controlaba como podía.

-          Vamos Vic, vamos Vic… ahhh, ahhh, ahhh, Víctor… voy a correrme, Víctor… voy a correrme, Víctor… me-co… me-co… me COOO-RROOOOOOOOOOOO… – gritó Ma de placer con voz muy aguda.

-          Aahhh… - gritó también mi padre.

Pero él, según me fijé, no era de placer. Marina durante su orgasmo le estaba clavando las uñas en sus hombros.

Marina quedó mirando al cielo con los ojos cerrados y la boca abierta. No emitía ningún sonido más. Sólo mantenía esa postura elevada gracias al agarre en el cuerpo de mi padre y se estremecía de vez en cuando fruto del orgasmo experimentado.

-          Jo-der, que bien se siente una con esto, Vic… - dijo al final Marina volviendo a mirarle.

-          Sehh… - dijo mi padre dándole la razón.

-          No-me-mien-tas-Vic – acusó Ma a mi padre -, no me engañas… no te has corrido… ¿qué pasa?... (golpeó con las palmas de las manos el pecho de mi padre), ¿no te pongo cachondo?... (volvió a repetir los golpes), ¿es eso?... (más golpes)… ¿no te recuerdo a ella verdad?... (golpes más fuertes y se alejó de él dentro del jacuzzi)… que decepción, Vic… no eres más que un cobarde sin ganas de follar…

Marina dejó de reírse después de decir la última frase y enfiló hacia las escaleras internas del jacuzzi para salir de él. Estas escaleras daban al corredor del jardín entre el propio jacuzzi y la parte izquierda de la piscina según se viera (la piscina) desde la puerta del jardín de la cocina-comedor. Antes de empezar a subir por ellas, recogió de al lado de mi padre lo que parecía ser su bikini blanco.

De pronto, empecé a darme cuenta de cómo haría para no ser descubierta. Seguramente Marina iría a la cocina-comedor, no había otra opción hacia donde ir. Si embargo, lo que hizo mi padre a continuación me dejó de piedra en el sitio donde estaba.

-          Ven aquí, guarra – exclamó mi padre levantándose de donde estaba y agarrando de las caderas a Marina que estaba subiendo las escaleras-. Te vas enterar de lo que es un polvo – dijo agresivamente mi padre atrayendo de forma brusca el culo de Ma hacia su polla.

Aún entre los mareos por el alcohol y la poca luz existente, pude estimar la longitud de la polla de mi padre como la del consolador que me había regalado Ma. Era la primera vez que le veía el miembro a mi padre y, a la vez, la primera vez que veía un pene erecto en vivo y en directo.

Mi padre sólo estaba interesado en el culo y caderas de la chica para que le quedase a la altura adecuada para penetrarla de la mejor forma. La mantuvo de pié en las escaleras y se colocó también de pié detrás de ella.

Marina para no perder el equilibrio y no caerse sólo se pudo apoyar con las manos en el borde del jacuzzi.

-          Ahora verás, zorra, lo que es que te follen bien – dijo mi padre como loco.

De una sola vez y de una sola embestida, mi padre hundió toda su polla en el coño de Marina. Ella gritó pero mi padre no le hizo caso y empezó un gran ritmo de embestidas.

-          ¿Aguantas el ritmo, Vicky?,  ¿lo aguantas? – preguntaba de forma brusca mientras seguía embistiendo a Ma.

Mi padre no parecía que se estuviera follando a una chica o mujer, parecía que solamente estaba follando un objeto.

-          Sí, Víctor, sí - dijo Ma sorprendiéndome. Pensaba que le estaba haciendo daño -.  ¡Dame más fuerte cabrón!

-          Que golfa eres, Vicky… que puta golfa… - insultaba mi padre a Ma.

Mi padre siguió embistiendo a Marina algunos minutos más… increíble como aguantaba follando de pié mi padre y con ese ritmo de cadera adelante y atrás… las tetas de Marina se agitaban como pedazos de gelatina, acompañándolas el motivo decorativo del colgante gemelo que tenía ella…

-          Te vas a tragar toda mi leche, zorra – afirmó mi padre, informando a Ma de como iba a acabar la cosa.

-          ¡NO! – respondió (para mi sorpresa) Ma.

-          Te la vas tragar quieras o no, golfa – insistió mi padre.

-          Córrete en mi coño – ordenó morbosamente Ma.

-          ¿Cómo? – dudó mi padre de que hubiera oído bien.

-          Tu leche… en mi coño… quiero que acabes en mi coño – explicó la chica.

-          Ni de broma… además no llevo preservativo – dijo mi padre de forma fría.

-          Tomo la píldora, joder – gritó Ma -, lléname el coño, cabrón, llénamelo o te juro que de esto se enterará mi madre…

-          No lo harás – aseguró mi padre siguiendo follándosela.

-          Córrete y no lo haré… pero córrete joder – se desesperó Marina.

-          Eres una verdadera puta, Vicky… ¿quieres que me corra? ¿si? ¿quieres que te llene?… bien… – dijo mi padre volviendo al tono agresivo.

Empezó con un ritmo aún más rápido, levantando a pulso el culo y, por extensión, medio cuerpo de Marina. La chica ya se apoyaba en el borde del jacuzzi con las puntas de los dedos.

Mi padre no estaba follando… ¡SE ESTABA MASTURBANDO CON EL COÑO DE MARINA!

-          Dios, Dios, Dios… cuanto… tiempo… sin hacer… esto… Dios… - exclamaba mi padre -, estoy… a pun… punto… joder…

-          Hazlo Víctor… no lo pienses… hazlo… - le imploró Marina.

-          Vicky, Vicky, Vicky, VIIIIIIIIIIIIIIIIIIII… - empezó a gritar mi padre, empezándose a correr- … CKYYYYYYYYYYYYYYYY… JOOOOO… DER… der, der, der…

Mi padre acabó de correrse pero mantuvo su polla dentro del coño de Marina. Acabado el esfuerzo, permitió que la chica tocase de nuevo las escaleras con sus pies y, de forma inmediata, apoyó simplemente su cabeza en su espalda.

-          ¿Te recordé a ella? – preguntó Ma exhausta.

Antes de que el hombre pudiera responder, los ocupantes del jacuzzi oyeron un amago de vómito. Miraron a su alrededor, en torno al jardín, quién o qué había producido aquel sonido. Identificaron a la persona cuando ya desaparecía corriendo a través de la puerta de la casa que conectaba el jardín con la cocina-comedor.

La espectadora de aquella escena pudo oír, antes de salir del jardín, un “joder” proveniente de su mejor amiga y un “mierda” de su padre.