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Secretos de pueblo (8/16). Daniela.

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Secretos de pueblo (8/16). Daniela. Denunciar o no denunciar, ésa fue la cuestión.

Las personas, descripciones, hechos y localidades de este relato son pura ficción y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… o no.

Daniela, tú decides. No me importan las consecuencias que tengan mis actos. Tú piensa lo que es mejor para ti.

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Miércoles, 24 de enero de 2018.

 

13: 04 pm.

Sentí vibrar el iPhone. Consulté la pantalla y el nombre que vi, me hizo sonreír. “¿Sería la noticia que esperaba desde hace tanto tiempo?”. Descolgué:

-           ¿Sí?

-          Soy yo. Acaba de salir de aquí.

-          Bien. ¿Conseguiste la muestra?

-          Sí, la tengo aquí pero quiero que te la lleves lo antes posible. Me la estoy jugando mucho por este asunto.

-          No te pongas nervioso, Brais. ¿A qué hora terminas de pasar consulta?

-          Dentro de una hora.

-          Perfecto. A las dos en punto estoy ahí. ¿Qué meses quieres a cambio?

-          Febrero y marzo. Espera… enero y febrero, mejor. La cuesta de enero me está dejando pelado.

-          Muy bien, hasta ahora.

-          Adiós.

Dos meses después, la espera había finalizado.

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Viernes, 2 de febrero de 2018.

 

15: 11 pm. Mi casa. Cocina.

La pasta con atún y salsa de tomate tenía muy buena pinta pero no era capaz de comer nada. Llevaba un par de semanas bastante tocada por diferentes motivos.

La noche de las cervezas en el parque me provocó una resaca que me duró todo el domingo y parte del lunes. Ese propio lunes de noche, empecé a tener escalofríos, los cuales fueron la “avanzadilla” de una gripe que afloró, de forma total, el martes. Visita a mi médico de cabecera el miércoles, un montón de medicamentos que tomar, mucho líquido, mucho reposo y el jueves y viernes de esa semana sin poder ir a clase.

El domingo, me levanté totalmente recuperada de la gripe. No obstante, fue ahí cuando mi mente empezó una cuenta atrás hasta el siguiente viernes. Un viernes en el que mi novio, Christian, celebraría su 18º cumpleaños y en el que habíamos acordado que tendríamos sexo juntos por primera vez y, al mismo tiempo, yo perdería la virginidad.

Esa semana de clases no transcurrió de forma tranquilizadora. Por una parte, Andrea. No paraba de darme consejos sexuales. Ella no se daba cuenta pero la mayoría de esas vivencias las había hecho precisamente con mi novio y escucharla no era agradable ni apropiado. Por otra parte, Christian. Cuando me veía, me sonreía de forma lasciva. Fue él quien no paró de insistir en hacerlo en su habitación del chalet. Yo prefería mi casa ya que mis padres no iban a estar ese viernes. Mi madre por tener convención en Madrid el fin de semana y mi padre por tener turno de tarde en la funeraria. Me costó pero, al final, terminé convenciéndole yo a él.

No me gustaba tirar comida pero, en esa ocasión, no tuve más remedio. Me levanté de la mesa de la cocina y empujé la pasta desde el plato hasta la bolsa del cubo de la basura con ayuda del tenedor para, a continuación, dejar el plato y el cubierto en el fregadero. Intentando respirar de forma acompasada, fui a mi cuarto para prepararlo todo.

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Habitación recogida, cama hecha, varias velas aromáticas repartidas estratégicamente y una caja de preservativos Durex Extra Seguro (comprada por Andrea) colocada encima del escritorio.

Me tocaba arreglarme a mí misma. Por fuera: una camiseta rosa y una minifalda negra de volantes. Por dentro: un tanga de color negro y un sujetador también negro. Ambas piezas compradas por Christian en Intimissimi como regalo por mi último cumpleaños. Ese conjunto me lo había puesto en otras tres ocasiones: Navidad, Nochevieja y Reyes. Ninguna fue la buena. Era la última oportunidad para que esa ropa interior “me la quitase” Chris.

Salí de mi habitación para ir al baño a revisarme el pelo y la cara. No quería mucha complicación así que simplemente me cepillé varias veces el pelo y me pinté los labios de rojo. Con el silencio que había en el piso, escuché el sonido del Whatsapp de mi móvil desde el baño, así que apuré con el pintalabios y volví a la habitación. Lo desbloqueé y leí el mensaje. Era Andrea: “Mucha suerte tía. Disfruta. Cuando acabes avísame para contarme los detalles”.

Era mi mejor amiga pero iba lista si pensaba que le iba a contar algo más que un “bien/mal” o un “me dolió/no me dolió”. De paso que tenía el móvil delante, comprobé la hora. 15:56 pm.

Pasaban de las cuatro cuando el timbre del portal resonó por el piso. Me levanté de la cama y fui caminado despacio hasta la entrada notando mis piernas temblar por el nerviosismo. Era Christian. Le abrí abajo y me quedé en la puerta principal para esperarlo allí.

Me observé por última vez en el espejo del recibidor. Solamente cuatro prendas de ropa. Camiseta, minifalda, sujetador y tanga. Excepto para dormir y en la playa/piscina, nunca estaba vestida con tan poca ropa.

Escuché el ruido del ascensor llegando a esa planta y, pocos segundos después, unos nudillos golpeando la puerta. La abrí y me encontré con Christian. Uno ochenta de estatura, bíceps musculados, piel morena, ojos marrón avellana y pelo rubio oscuro. Zapatillas Nike blancas, pantalón vaquero negro gastado, camiseta Nike blanca y chaqueta negra.

Justo al entrar, le di un beso rápido en los labios y le felicité. Me lo agradeció cuando yo ya estaba caminando por el pasillo. Él se apresuró a cerrar la puerta y me siguió.

Llegué al umbral de la puerta del salón y volví la cabeza hacia atrás. Chris se había detenido en otro umbral, el de mi habitación, que quedaba antes. Me miró extrañado.

-          ¿Te importa si estamos primero un rato en el sofá del salón?

-          Está bien… pero sólo un rato.

Puso cara de resignación. Me faltaba un poco más de valor. “Valor, Daniela”. Nos sentamos en el sofá del salón el uno junto al otro.

-          No te lo he dicho pero estás increíble, Dani. ¿Llevas el conjunto de ropa interior que te regalé por tu cumpleaños?

-          Sí.

-          ¿Me lo enseñas?

-          Mejor en la habitación…

Christian volvió a poner cara de resignación. “Otro tema, Dani, saca otro tema”.

-          ¿Y qué?, ¿muchos regalos?

-          Pues hoy sólo uno… pero la dueña no me lo quiere dar…

Capté al vuelo la indirecta. La verdad es que cada uno pretendíamos llevar el asunto a nuestro terreno. Yo intentando hacer tiempo y él queriendo empezar cuanto antes. Si cada uno tirábamos de un lado de la cuerda, terminaría rompiéndose.

Cedí un poco y me monté encima suya. Se le cambió la cara enseguida y yo me di cuenta de una trivialidad. En los casi cuatro meses que llevábamos de relación nunca me había sentado encima suya con una falda o minifalda puesta. Siempre con pantalón. Un pantalón que no se movía víctima de un fuerte viento o un pantalón que evitaba manos atrevidas colándose por debajo de la tela buscando llegar a zonas íntimas.

Precisamente, eso último, fue lo primero que sucedió tras ponerme encima de Christian. Colocó sus manos en mis rodillas y fue subiéndolas rápidamente por mis muslos desnudos. Ya estaban por debajo de la tela de la minifalda cuando le obligué a detener el avance poniendo mis manos encima de las suyas. Para intentar distraerlo, metí otro tema de conversación.

-          ¿Y qué tal el carné?, ¿ya sabes cuándo te vas a examinar del práctico?

-          Próximo viernes. Si apruebo fiestón brutal de Carnavales en el chalet al día siguiente. Si la cago, cogorza brutal para olvidar.

-          ¿Y… el coche?, ¿decidiste algún modelo?

-          Pues… sí, Dani, sí: Seat Ibiza.

En medio de mis preguntas y sus repuestas, nuestras manos estaban enzarzadas en una lucha silenciosa. Él, por debajo, quería llegar hasta mis nalgas. Yo, por encima, lo paraba en el punto más alto de mis muslos.

-          Tienes razón… hay que empezar por arriba. ¿Te quitas tú la camiseta o te la saco yo?

Se había cansado de forcejear conmigo y quería empezar ya. La pregunta sonó borde y casi con un tono de enfado. “De tripas, corazón”. No le contesté pero muy lentamente crucé mis brazos y agarré los bordes laterales inferiores de la camiseta.

Me la saqué y la dejé sobre una de las butacas libres del sofá. Sabía que tenía unos buenos pechos los cuales, con ese sujetador con push up, se me subían y juntaban de forma bastante insinuante. Christian se quedó boquiabierto. Posiblemente era porque en todo el tiempo que llevábamos juntos, nunca había visto tanta superficie de mi piel al descubierto. En los otros cuatro intentos anteriores, no fui capaz de sacarme ni siquiera los calcetines. Esta vez comenzaba descalza y la camiseta ya no me cubría el cuerpo.

-          Joder, Dani… ¡qué tetas tienes!

Sus manos abandonaron mis muslos y se alzaron. Empezó a amasarme los pechos por encima del sujetador. Subir, juntar, separar, subir, juntar, separar… Enseguida se cansó y dirigió sus manos al broche. Las intercepté por el camino y las llevé hasta el respaldo del sofá, manteniéndolas allí sujetas con las mías. Me incliné sobre él y comencé a besarle. Prefería hacer eso, a permitirle que me quitase el sujetador y me viera los pechos. “Dani, antes o después te lo va a sacar… o no, pero te sacará el tanga… ¡quiere penetrarte!”.

Retrasaba el momento todo lo que podía pero sabía que terminaría llegando. Mi padre no llegaba hasta pasadas las once de la noche y mi madre hasta el domingo nada.

-          Dani… Dani… Dani, ¡¡¡YA!!! Estoy muy caliente y antes de follar, quiero chuparte esas tetas. Vamos a tu habitación.

“Vamos allá, Dani”. Me levanté y empecé la travesía hasta mi habitación. Él me seguía de cerca y, en un rápido vistazo hacia atrás, comprobé el pedazo bulto que se le notaba en el pantalón. ¡Estaba completamente empalmado!

-          Túmbate en la cama mientras yo enciendo las velas.

Christian me hizo caso pero, para ganar tiempo, se quitó las zapatillas, calcetines, chaqueta y camiseta; dejando su torso al desnudo. Estaba bastante musculado, su piel era morena y no había rastro de vello corporal en su pecho pero sí en sus sobacos. Yo cerré la puerta de mi habitación y, después de coger un mechero, empecé a encender las velas aromáticas.

-          Este olor me hace recordar una cosa, Dani. ¿Cuál es tu fruta preferida?

-          ¿Mi fruta preferida? No sé… ¿Por qué?

-          Por esto…

Estaba terminando de encender las velas y, al no responderme, me vi obligada a mirarle para averiguar lo que me quería decir. Tumbado boca arriba en mi cama, sostenía una caja de colores llamativos. Me di la vuelta para encender la última vela y, a continuación, me acerqué para ver bien lo que era. Me quedé de piedra. Durex Saboréame. Fresa, manzana, plátano y naranja.

-          Entonces, ¿qué?, ¿cuál es tu fruta favorita?

-          Mmm, melocotón.

En realidad era la fresa pero al comprobar que era uno de los sabores de la caja tuve que mentir. Él no se dio por vencido.

-          Y de estas, ¿cuál es tu favorita?

-          ¿La verdad? Ninguna. Ninguna me atrae demasiado.

Le cogí la caja fingiendo leer las palabas escritas por fuera. Lo que quería realmente era apartarla de su vista para dejar el tema. No era tonta. Sabía perfectamente el porqué existían condones de sabores. Dejé la caja al lado de la que compró Andrea y me giré hacia él.

Un metro de separación. Un metro y medio como mucho. Él cómodamente tumbado boca arriba en mi cama. Yo de pie con las piernas temblándome. Intenté tranquilizarme pero no lo conseguía. Empecé a sudar y a notar dolor en el pecho. No estaba preparada. No estaba preparada. No… estaba… preparada. No lo estaba pero tampoco quería decirle que no a Christian porque ya irían cinco veces en total. Se enfadaría y me dejaría.

-          ¿Qué haces ahí parada? Ven aquí.

Mis piernas obedecieron a su orden y no a lo que transmitía mi cerebro. Avancé hasta la cama y me puse a horcajadas encima suya.

-          Así está mejor. Relájate. Te va a gustar.

A pesar de llevar puesto el pantalón, notaba la punta de su miembro en mi entrepierna. Aún con la ropa puesta, quería rozar nuestros genitales. Para evitarlo, me dejé caer encima de su torso para comenzar a besarle la boca pero siempre con el trasero bien levantado, impidiendo el contacto de mi zona íntima con su bulto. Christian no puso reparos. Estaba demasiado ocupado “devorando” mi boca.

Después de unos minutos en los que su lengua se restregó contra la mía, repasó todas mis muelas y dientes y casi alcanzó mi campanilla; sus manos volvieron a cobrar protagonismo. Esta vez, fueron deslizándose desde mis caderas, pasando por mi baja espalda, hasta llegar al broche de mi sujetador. Volví a reaccionar a tiempo y supe frenarlo cuando estaba a punto de desabrochármelo. En ese momento, se me ocurrió un plan para posponer nuestra primera vez y para que, al mismo tiempo, Christian se fuera “satisfecho” a su casa.

-          ¿Qué haces, Dani? No seas estrecha y déjame quitarte el sujetador. Quiero chuparte las peras.

-          ¿No prefieres otra cosa?

-          ¿Otra… cosa?

Era un plan tan simple que parecía mentira que no se me hubiera ocurrido antes. Me volví a poner a horcajadas con la espalda recta y fui retrocediendo desde la altura de su cintura hasta la de sus rodillas. Una vez allí, me senté encima de sus pies, estiré uno de mis brazos y, con la mano, comencé a acariciarle el bulto por encima del pantalón.

Christian se quedó con una cara de desconcierto total. Parecía que no terminaba de creerse que la “mojigata” de su novia le estuviera frotando el pene. No tardó mucho tiempo en desabrochar cinturón, botón y medio bajarse el pantalón y el calzoncillo.

No había visto un pene erecto (ni flácido) en mi vida. Por lo menos, en la vida real. Por tanto, no sabía si catalogarlo como grande, normal o pequeño. Sólo supe que estaba muy duro cuando mi mano lo agarró. “Vamos Dani, tú puedes”. Primera vez que tocaba un pene y lo único que no quería era que mi mano entrase en contacto con el glande.

-          Me sorprendes, Dani. Pajéame despacio y no pares hasta que yo te lo diga…

Mi plan consistía en hacer que Christian eyaculara mediante mi estimulación manual. Lo que no preví fue la gran impulsividad sexual del chico.

El “hazlo despacio” me sirvió para asegurarme de que mi mano no se deslizase y acabase tocando su glande. Chris no paraba de resoplar, gemir y decir “sigue así”. Yo, aún con toda la presión, nerviosismo e inquietud del momento, me estaba empezando a aburrir. No sabía cuánto tiempo tardaría su miembro en eyacular…

-          Ya, ya… ahora con la boca… vamos…

-          ¿Con… la boca?

-          Sí. Con la mano es divertido pero una mamada… es-la-ostia. Te gustará. Venga.

-          Mmmmm… no sé…

-          Vamos, Dani. Empezaste con la mano, ahora te toca seguir con la boca. Luego te como a ti el coño. Morirás de placer con mi lengua…

Tiraba de uno de mis brazos para acercar mi cuerpo y, por extensión, mi cabeza hasta su miembro. Yo intenté negarme pero no se me ocurría nada. Mi plan había fracasado. Repasé la habitación para poder poner alguna excusa y unos colores llamativos me inspiraron.

-          Chris… Chris… espera. Me toca preguntar a mí.

-          ¿Qué?, ¿lo qué?

-          ¿Cuál es tu fruta favorita?

Procuré preguntar de la forma más sensual que pude. Tardó un rato en desviar la mirada hacia dónde yo tenía puesta la mía. Cuando vio su caja de condones, lo comprendió.

-          Si tuviera que elegir uno: plátano. Pero qué más da, ya dijiste antes que no te gustaba ninguno.

-          Lo he pensado mejor. Me gustaría probar alguno. ¿Puedes ponerte uno… por favor?

Puse cara de “niña buena”, implorando que aceptase. No quería tocar su glande con la mano y, mucho menos, con mi boca o lengua. A los pocos segundos, vomitaría seguro.

-          De acuerdo. Acércame la caja pero ya basta de excusas, Dani. Quiero que me la chupes.

Me levanté, cogí la caja, se la di y volví a mi posición. Él abrió la caja, sacó un envoltorio amarillo, lo abrió con agresividad y extrajo de su interior un condón amarillo. Se coronó el glande con él y lo desenrolló hacia abajo en un tiempo récord. En menos de lo que había imaginado, ya estaba tirando de nuevo de mi brazo con una mano para que mi cabeza llegase al alcance de su otra mano y así obligarme a acercarla a su miembro.

La acerqué de forma “voluntaria” e, intentando inspirar el menor olor posible del condón, saqué mi lengua y comencé a dar pequeñas lamidas con la punta. “¡Ánimo, Dani!”.

-          Vamos, Dani, no seas estrecha, abre la boca…

No iba al ritmo que deseaba y su mano libre por fin se cernió sobre mi nuca presionando mi cabeza hacia su pene. Con la otra mano me retenía uno de mis brazos. Solamente me quedaba una mano libre para intentar resistirme.

-          Chris, suéltame, por favor… Chris, por favor, para…

No me hizo caso y presionó más mi nuca hasta que, como medida preventiva, hice contacto con mis labios en la punta de su pene y del condón  que lo envolvía.

-          Me estas cabreando, Dani. Deja de resistirte y abre la boca de una jodida vez…

“No lo voy hacer, Chris”. Literalmente “besaba” la punta de su miembro con los labios pero no tenía ninguna intención de abrir la boca y dejar que me la penetrase.

De repente, soltó mi brazo. Pensando que ya se había dado por vencido, bajé la guardia. “Error, Dani, error”. Con la mano que acababa de soltar el brazo, pellizcó mi nariz, tapándome las dos fosas nasales. Me quedaba sin oxígeno con el que mantener activos mis pulmones…

Sin poder aguantar más la respiración, abrí la boca para tomar una gran bocanada de aire. Ese era el momento que Christian esperaba para soltar mi nariz y empujar, con sus dos manos, mi cabeza hacia su miembro.

Casi todo su glande entró en mi boca abierta. Ser consciente de tener su pene dentro me dio asco y tanto el olor como el sabor del preservativo me produjeron arcadas. Mis manos no llegaban a las suyas colocadas en la parte posterior de mi cabeza.

-          Así, Dani, así… ¿ves como te gusta?...

No podía decirle que parara. Sólo balbucear sonidos incoherentes. Mis manos no eran capaces de detenerlo. De mis ojos, empezaron a salir lágrimas de impotencia que resbalaban por mis mejillas. No quería hacer eso. No quería estar allí.

En aquel momento, sentí una ráfaga de aire por mi espalda y el ruido de la puerta de mi habitación abriéndose…

-          SUELTA A MI HIJA, ¡¡¡¡¡HIJO DE PUTA!!!!!

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Mi padre me arrastraba por el pasillo. Apenas podía mantener mi cuerpo en pie. Tenía el estómago revuelto. No pude más y vomité. Esquivando el charco, mi padre pudo llevarme hasta el salón y depositarme en el sofá.

-          Dani… Dani… ¿me escuchas?... ¿te encuentras bien?...

Oía la voz de mi padre como si estuviera en el fondo de un pozo muy profundo. Sudaba, temblaba y no conseguía enfocar. La boca me sabía a plátano provocando que sintiera arcadas y, como consecuencia, ganas de vomitar de nuevo. Intenté no hacerlo mientras mi padre esperaba que me comunicase con él de forma oral a cualquier pregunta que me hacía…

-          Dani… hija… ¿la camiseta es tuya?...

Me fijé y vi una tela rosa. Asentí. Me estaba ayudando a ponérmela cuando se oyó como alguien resbalaba con la alfombra del pasillo y caía aparatosamente en el suelo.

-          Ahora vuelvo cariño…

Mi padre se levantó al mismo tiempo que lo dijo. La sorpresa de perder su cuerpo como referencia hizo que la camiseta terminara en el suelo y yo me cayera hacia un lado del sofá. Me dejé estar allí, medio tirada en el sofá, sin ninguna intención de moverme en lo que me quedaba de vida.

Pero mis sentidos seguían funcionando. Sobre todo la audición. Percibía gritos, amenazas e insultos en la entrada del piso. La puerta abriéndose, luego cerrándose de forma brusca y, sin previo aviso, un ruido como de cristales rompiéndose.

Eso último me hizo reaccionar. Conseguí incorporarme y empecé a caminar. Llegué hasta el tramo inicial del pasillo para encontrarme una escena impactante: mi padre de pie acorralando contra la puerta a un Christian tirado en el suelo, vestido solamente de cintura para abajo con el resto de sus prendas repartidas a su alrededor.

Sin embargo, lo más destacable era el golpe, en forma de telaraña, que tenía el espejo de la entrada y cómo Christian no paraba de llevarse la mano a su cabeza para luego comprobarla. Una mano… ¡embadurnada de sangre!

-          Papá, ¿qué has hecho?

-          ¿Yo? Nada, pero vamos acompañar a este desgraciado al cuartel de la Guardia Civil. Así que ve a vestirte. Nosotros te esperamos aquí.

“¿Guardia Civil?”. En ese momento, sentía mucho odio y asco hacia Christian pero la idea de que aquel incidente transcendiera las paredes de casa no me gustaba. Iba a contestarle cuando Christian tomó la palabra.

-          Sí, Dani, vístete y vamos los tres a la Guardia Civil. Los “picoletos” estarán encantados de escuchar cómo un adulto ha agredido a un menor de edad.

-          ¡¡¡NI LE HABLES!!! Además, ¿menor de edad? Sé desde hace semanas que hoy cumples 18 años y, por si no te has dado cuenta, lo que le estabas haciendo a mi hija se llama violación. Violación de una menor…

-          Siento desilusionarte pero hasta las nueve de la noche no cumplo años de forma oficial. Ahora mismo sigo siendo menor de edad.

-          Sin problema. Podemos esperar hasta las nueve. No tengo ninguna prisa.

Para mi sorpresa, vi a Christian sonreír y ver como alzaba su iPhone.

-          Es una auténtica lástima que le haya mandado un Whats a mi padre. Un Whats indicando que no puedo salir de esta casa. Eso junto a la herida de mi cabeza hará que te enfrentes a una denuncia por agresión a un menor de edad.

-          Mientras caigas conmigo… me da igual lo que me pase.

-          A ti tal vez pero… ¿y si afecta a más gente?

-          ¿Qué quieres decir?

-          Todo queda reducido a mi padre y lo que él podría hacer si alguien amenaza a su único hijo. En pocas palabras: tu mujer trabaja para él, tu jefe es un buen amigo suyo y esta casa, en realidad, es propiedad de su empresa, ¿no?

Mi padre seguía delante de mí y, por tanto, no podía saber la cara que estaba poniendo en ese instante pero por su silencio la intuía. Ante la falta de réplica, Christian continuó hablando.

-          Yo lo veo de la siguiente manera: me dejáis marchar y aquí no ha pasado nada. Creo que es lo más justo, ¿no?

Nadie comentó nada durante varios segundos. Segundos que se hicieron eternos. De pronto…

-          Daniela, tú decides. No me importan las consecuencias que tengan mis actos. Tú piensa lo que es mejor para ti.

Mi padre lo dijo sin mirarme. Nunca le había escuchado hablarme de esa manera, como si fuera una persona madura cuya opinión se debe tener en cuenta. En ese instante, los años emocionalmente alejados el uno del otro parecían haberse esfumado.

Reprimí las ganas de ir hacia él y abrazarlo para pensar qué decisión tomar. Mis padres enfrentándose a Ricardo, el padre de Christian, con todo el poder y dinero que tenía. La gente del pueblo chismorreando durante semanas o meses lo que había pasado en mi habitación sin tener la más mínima idea de la verdad. Gente del instituto acusándome de “exagerada”. Una cascada de declaraciones ante policías, médicos, abogados, jueces… No lo iba a permitir pero le dejaría bien clara la situación a Christian.

Me di media vuelta y fui hasta la cocina, al cajón de los paños y cogí uno. Regresé al pasillo, pasé por delante de mi padre y me quedé  frente a Christian. Le arrojé el paño.

-          Olvidaré lo que has hecho conmigo si tú olvidas lo de mi padre contigo. Por lo demás, decirte que nuestra relación se ha terminado para siempre. No quiero que me vuelvas a dirigir la palabra en tu vida. Hasta nunca, Christian.

Me di la vuelta y me fui al baño. Solamente quería meter la cabeza en el retrete y no parar de llorar y vomitar hasta que me quedase sin fuerzas.

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