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Secretos de pueblo (4/16). Christian.

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Secretos de pueblo (4/16). Christian. Cincuenta mamadas de Andrea.

Las personas, descripciones, hechos y localidades de este relato son pura ficción y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… o no.

La ingenuidad de la señorita Steele al pensar que el señor Grey le iba a meter las bolas chinas por el culo casi hizo que perdiera la erección por las risas mentales que me eché.

Presentación

¿Qué hay? Me llamo Christian Hidalgo y, si no me tenéis en Instagram, ya estáis tardando en agregarme: @christian_hi22. Tengo 17 años, 18 en un par de semanas, y vivo con mi viejo en Roble, un pueblo próximo a La Coruña.

Me encantan las chicas y el sexo. Desde el inicio de este curso, ando detrás de una práctica que hace tiempo quiero realizar. Un trío. Mis candidatas son Andrea y Daniela. Con la primera, no hay ningún problema. Ya me la he follado muchas veces y llega con decirle lugar, día y hora para que abra las piernas. Con la segunda, es donde todo el plan se va a la mierda.

El fallo está en su puta virginidad. “La virgen Daniela: próximamente en sus mejores iglesias”. Jajaja. Aún por encima, llevo fingiendo ser su novio desde octubre sólo para follármela. “¿En qué momento pensé que era buena idea?”. Desde octubre aguanté hasta su cumpleaños (20 de noviembre) sin hacerlo con nadie. Ese día, después de que ella se negase, me fui derecho a aliviarme con Andrea. “¡Menuda zorra! ¿Quién querría enemigas cuando tu mejor amiga se folla a tu novio a tus espaldas?”.

Así llevo desde finales de noviembre. Intentándolo con Dani y tirándome a Andrea. No obstante, mi paciencia tiene un límite. Si en el fin de semana de mi 18º cumpleaños, Daniela no se abre: adiós, au revoir, arriverderci… La dejo y vuelvo a mi vida sexual normal y corriente. Además, tengo que aprovechar porque a esa vida se le agota el tiempo.

En unos pocos meses, termino segundo de Bachillerato, me gradúo en el IES Ballarco y empiezo ADE en la Universidad de La Coruña. En otras palabras: nuevas chicas a las que conocer y follar.

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Sábado, 20 de enero de 2018.

 

13:44 pm. Centro Comercial Monte Neme.

“¿Vais llegando o qué?”. Bloqueé el iPhone y me lo metí en el bolsillo del pantalón vaquero. Ni aún llegando tarde yo, las chicas estaban allí. “¡Qué manía de hacerse esperar!”.

Si a las dos en punto no se presentaban, me largaba sin avisar. “Tranquilo, Christian. Todo por el trío”. Esperaba ansioso mi cumpleaños para saber si Daniela aceptaba por fin que la desvirgase o no. Aunque si lo conseguía, no tenía ninguna garantía de poder hacer un trío con ella y Andrea.

13:50 pm. Volví a guardar el iPhone. Ninguna respuesta por Whatsapp. Si todavía fuera por la tarde, entraría en el centro comercial a distraerme. Eran los viernes y sábados por la tarde cuando las parejas “mamá-hija” hacían sus compras…

Me encantaba ver, tanto en el pueblo como en la ciudad, a las chicas de instituto yendo de tienda de ropa en tienda de ropa mientras arrastraban, al mismo tiempo, a sus madres por ellas. Madres que eran una mezcla de mejor amiga y cajero automático. Pero lo mejor, era verlas en otro tipo de establecimientos como franquicias de depilación y bronceado, peluquerías, bazares de cosméticos… Todo destinado a que los papás y mamás gastasen el dinero para que sus hijas tuvieran el mejor aspecto físico posible y, así, tener más seguidores en las redes sociales, más likes en selfies con poca ropa o en posturas “sensuales” y más chicos babeando por ellas con ganas de meterles la polla. Y yo era uno de esos que realmente lo terminaban consiguiendo. “Dios bendiga a esos padres y madres”.

13:58 pm. Pasaba de esperar más. A la mierda, Daniela. A la mierda, Andrea. Estaba llamando a Felipe, uno de los empleados domésticos de mi viejo, para que volviera a buscarme en el coche cuando las dos amigas aparecieron en mi campo visual. “Ya era hora, joder”.

Daniela y Andrea. Andrea y Daniela. Las mejores amigas pero tan diferente la una de la otra como el día y la noche. Andrea. Abierta, divertida, extrovertida, borde y sarcástica. Un metro y sesenta centímetros de estatura, delgada, piel blanca, pelo rubio ceniza, ojos azules, buenas tetas, buen culo y casi nada de caderas. Pantalones vaqueros negros, ajustados y rotos por las rodillas, cazadora de cuero negra, sudadera gris y zapatillas Adidas blancas.

Daniela. Cerrada, tímida, introvertida, vergonzosa y callada. Un metro y setenta centímetros de estatura, ni gorda ni delgada, piel morena, pelo color chocolate, ojos verdes, buen busto a simple vista (a saber en realidad), culo pasable y caderas generosas. Pantalones vaqueros azules oscuros, jersey beige, abrigo marrón claro y  botas marrón oscuro.

En cuanto llegaron a mi altura pude comprobar la cara de nerviosismo de Daniela y la cara socarrona de Andrea. La primera mostraba cierto remordimiento por llegar tarde a la cita. La segunda se lo tomaba a guasa.

-          ¿Qué pasa?, ¿no funcionan los relojes de vuestros móviles o qué?

-          Perdona Chris, nos hemos retrasado.

-          No te estreses, Chris, jajaja.

-          Vete a la mierda, Andrea.

-          Jajaja, tranquilito, ¿eh?, antes o después vas acabar “comiendo” lo mismo, jajaja.

-          Chicos, chicos, tranquilos. Venga, entremos.

Dani supo calmarme a tiempo y, así, evitar que respondiera una barbaridad de forma inconsciente. Ella no se había dado cuenta pero la última frase de Andrea tenía una connotación sexual bastante clara. Siendo sincero, admiraba la sangre fría de Andrea: bromear sobre que no conseguiría desvirgar a Daniela cuando era ella misma la que estaba follando conmigo a sus espaldas.

Andrea no debía ser consciente de que si me tocaba mucho los cojones con sus bromitas, no me iba a importar soltar esa bomba. Yo me despediría de la virginidad de Dani y del trío pero ella perdería a su mejor amiga…

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Toda esa situación había empezado el pasado junio. Después de todo un curso follándome a Andrea, puse mi interés en hacer un trío con ella y Daniela. Se lo planteé a Andrea y no le importaba (“pedazo de guarra”) pero rechazaba ser ella quien se lo propusiera a su amiga. A cambio, se le escapó que Daniela todavía era virgen. Ese detalle hizo subir la complejidad del trío pero no hizo que dudara en aceptar el reto.

Empecé el paripé terminando públicamente mi relación con Andrea aunque, en realidad, no estábamos saliendo. Dejé pasar el verano y, en septiembre, comencé a tirarle fichas a Dani. En octubre ya éramos novios y, desde su cumpleaños en noviembre, venía dándose la frustración con ella y la consolación con su amiga.

-          Chris… Chris… ¡CHRIS!

Una patata frita me dio en la mejilla y acabó en el suelo resbaladizo de la pizzería.

-          ¿Qué coño quieres, Andrea?

-          El bote de kétchup.

-          ¿No te llega con la regla? Jajaja.

-          Idiota.

-          Chicos, no empecéis otra vez.

Los tres nos quedamos en silencio y seguimos comiendo. Tuvo que ser Andrea, esta vez de forma seria, la que rompiera el hielo.

-         Bueno y al final, ¿cuándo y dónde va a ser esa superfiesta de mayoría de edad?

-         Pues he decidido que en mi piso. El sábado tarde-noche. Os ocupáis de encargar la tarta y llevarla, ¿eh?

-         ¿En tu piso?, ¿qué cutre te estás volviendo, no? Además en ese piso no cogen ni veinte personas.

-         “¡Qué graciosa!”. Espera a oír el resto para hablar, Andreita. Mi viejo me lo ha dejado claro: sólo una fiesta en el chalet. Así que prefiero celebrar los Carnavales allí.

-         ¡Hala! Si piensas y todo, pero… ¿y la primera clase de “equitación”?, ¿también la has planeado para el piso?, ¿o para el chalet?

“Vaya cabrona”. Daniela había estado callada todo el rato pero, después de esas tres últimas preguntas, no levantó la vista de su plato y su cara había pasado del rosa claro al rojo brillante. “¿Cómo podían ser tan amigas? No lo entendía”. Opté por darle cuartel a Dani y pararle los pies a Andrea.

-         Eso lo tenemos que decidir ella-y-yo, ¿verdad, Dani?

-         Sí-sí.

Andrea pilló el tono borde con el que dije la frase y no se atrevió a decir nada más. Dani, para destensar la situación, sacó otro tema de conversación.

-          ¿Y qué tal va el carné, Chris?

-          Esperando el examen práctico. Una putada no poder presentarse antes de los 18 como en el teórico. Si fuera así, ya tendría el carné desde el mes pasado. Pero no me amargo porque aún no sé la marca, ni el modelo de coche que quiero. Ni siquiera el color. Sólo sé el precio máximo y porque me lo ha dejado bien claro el viejo.

-          Te lo puedes pillar en rosa, Chris, jajaja o… tal vez en gris… Y hablando de “gris”, el mes que viene se estrena “Cincuenta sombras liberadas”. ¿Podemos ir a verla o preferís ir sólo vosotros?

Dani volvía estar con la cara roja como un tomate mientras Andrea y yo nos mirábamos de manera cómplice. “¡Cómo olvidar las famosas sombras!”. En ese instante, noté como vibraba mi iPhone. Lo cogí, lo desbloqueé y vi un mensaje de Whatsapp de“Andrea 4ºB” (curso en el que la había conocido).

-          Mmmmm, Andrea, ¿me has…?

-          Voy al baño. Dani, Dani, Dani, ¿me acompañas?

-          Está bien.

-          Pero Andrea…

-          Al volver, Christian.

Observé a las dos chicas levantarse de sus sillas y andar hacia el baño. Dani entró la primera y Andrea, antes de seguirla, giró la cara, mirándome a mí y luego al iPhone. Hizo como si tecleara un móvil invisible y luego se llevó el dedo índice a los labios como mandándome callar. Sospeché su indirecta. Leí el mensaje y terminé de entender su secretismo. Vaya, vaya, vaya. Aquella chica no tenía vergüenza, ni pudor, como bien había podido comprobar en la última película del señor Grey y la señorita Steele casi un año atrás…

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Febrero de 2017.

 

21:56 pm. Centro Comercial Monte Neme. Cines.

Dos de los tres empleados del cine que nos encontramos hasta llegar a nuestra sala, nos pusieron una cara mezcla de desconfianza y envidia.

No era para menos: sesión de las diez de la noche con jornada escolar y laboral al día siguiente, dos menores de edad (Andrea y yo) y el título “Cincuenta sombras más oscuras” impreso en las entradas que un veinteañero nos hizo llegar a través de un cristal transparente y otro rasgó por la mitad para que accediéramos a la sala. La única que nos puso cara amable, seguramente porque no sabía la película que íbamos a ver, fue la chica de la tienda de aperitivos.

Justo al entrar en el interior de la sala, me llevé una sorpresa desagradable. Ya había una pareja en el palco de butacas. Concretamente, en el medio y medio. Ambos giraron la cabeza, nos vieron y volvieron a mirar hacia delante. Parecía que, al contrario que a mí, no les importaba que hubiera más gente en la sala. Andrea y yo no le hicimos caso a la numeración de nuestras entradas y nos sentamos también en las butacas del medio pero de la última fila.

Andrea, Andrea, Andrea. Llevaba follándola desde el inicio de aquel curso cuando Migui, mi mejor amigo, me la había presentado en la fiesta de inauguración de mi piso. Esa misma noche, acabé inaugurando la cama con ella.

Pasados cinco meses, tenía que reconocer que Andrea era la follamiga perfecta, ya desvirgada (a saber con qué edad se la habían metido por primera vez), con un pedazo cuerpo, se dejaba meter mano fácilmente, la chupaba muy bien y se abría de piernas siempre que me apetecía. Además, me permitía correrme donde quisiera. Al tomar la píldora, el sitio perfecto para hacerlo era su coño. Eso la convertía en la única chica del instituto a la que podía metérsela sin ponerme un condón. “Menuda puta estaba hecha”.

Pero sin duda, lo mejor de Andrea era la libertad que demostraba al pasar en mi piso noches enteras sin que sus padres le dijeran nada o, por lo menos, no la obligasen a dormir en casa. Incluso teniendo clase al día siguiente. Un logro verdaderamente imposible para cualquier otra adolescente.

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Las luces de la sala bajaron su intensidad, dejándonos a las dos parejas casi en la total oscuridad. Acto seguido comenzaron a proyectarse los trailers de las películas próximas a estrenarse.

Debía confesar que no había leído ni uno solo de los libros en los que se basaba la película, ni los pensaba leer. En cambio, cuando Andrea propuso venir a verla, quise comprobar de qué iba la cosa y ojeé la primera película. El resumen era: empresario joven, cachas y multimillonario se encapricha de mosquita muerta para rollo amo-sumisa. No entendía el porqué tenía tanta fama. Las escenas de sexo no daban tiempo ni para hacerse media paja. Un par de culos, los pectorales marcados del tío y las tetas pequeñas y caídas de la tía. Nada más. Y con la tía se caía en el error de considerar que estaba buena solamente por tener una cara bonita y aparecer mucho tiempo desnuda en pantalla.

Al terminar los trailers, las luces de la sala se apagaron por completo pudiendo observar como la pareja del medio y medio había comenzado a enrollarse…

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La peli seguía y seguía y no pasaba nada. Yo con mis palomitas, Andrea con sus regalices y la otra pareja comiéndose mutuamente. “Cabrones”. Necesitaba una escena con carga sexual para ponerme a tono.

Por fin, el tema entre los protagonistas empezó a calentarse, provocando que yo hiciera lo mismo. Dejé las palomitas en el asiento de mi izquierda y dejé caer mi mano derecha en el muslo izquierdo de Andrea, acción que a ella no le sorprendió. Ya habíamos hecho “manitas” un par de meses antes viendo otra peli en el cine y, al ser ella quien propuso ver una película de este tipo, parecía que quería repetir. Lo mismo que yo. Sin embargo, esta vez no me conformaría con unos simples dedos y una tímida paja. Para eso había escogido concretamente ese día y esa sesión.

Mi mano se deslizaba por toda la cara interna de su muslo izquierdo para terminar en la cremallera de su vaquero. En ese lugar, frotaba un poco con mis dedos índice y corazón y volvía a colocar mi mano cerca de su rodilla para empezar de nuevo el ascenso. Andrea no quitaba los ojos de pantalla pero, al llegar a lo más arriba, no podía evitar cerrarlos un momento. Estaba consiguiendo ponerla cachonda.

La sala permanecía en la más absoluta oscuridad salvo por la luz que emanaba de la pantalla y la de algunos dispositivos de emergencia. La otra parejita no prestaba atención a la película y seguía a lo suyo. “Llegó el momento”. Paré de acariciar a Andrea, me aflojé el cinturón, desabroché el botón del pantalón y deslicé su cremallera. Levanté mi cuerpo de la butaca lo suficiente para bajarme un poco el pantalón y el calzoncillo. Mi polla medio erecta “salió a escena”. El morbo que sentía superaba al riesgo de sacar una chuleta en medio de un examen del instituto.

Andrea me observó hasta que acabé de prepararme y, entonces, la miré. Ella sonrió de forma provocativa y, ni muy despacio, ni muy deprisa, llevó sus manos hasta el botón de su vaquero. Se lo desabrochó y, a continuación, se bajó los dos-tres centímetros de su ridícula cremallera. Cuando finalizó, agarró mi polla con su mano izquierda y con la otra condujo mi mano derecha hasta su pubis. “Joder, ¡qué piel tan suave!”.

Empezó a amasarme la polla, la cual iba alcanzando su nivel completo de erección. Mientras, mi mano se introducía por dentro de sus braguitas hasta notar el inicio de su coño. Mis dedos lucharon contra el tejido tan poco flexible de su vaquero para intentar llegar hasta su agujero. Era increíble los tiros tan ajustados que confeccionaban los diseñadores de vaqueros…

Tuve que conformarme con que mi dedo corazón jugara con su clítoris. No me importó. Planeaba hacer algo más que eso en la sala del cine. La mano de Andrea masturbaba lentamente mi miembro, ya alzado por completo. Aquella situación era la ostia.

-          Date la vuelta. Inclínate.

-          No. No vas a meterme eso por el culo.

La ingenuidad de la señorita Steele al pensar que el señor Grey le iba a meter las bolas chinas por el culo casi hizo que perdiera la erección por las risas mentales que me eché. Escena de introducción de las bolas en su coñito, llegada en coche, fiesta de máscaras, subasta y… ¡milagro! Segunda escena sexual de la peli.

Saqué mi mano de las braguitas de Andrea, me olí la punta de mi dedo corazón y lo chupé con bastante gusto. Retiré su mano izquierda de mi polla, comprobé la sala de cine y deposité mi mano en su espalda, animándola a echarse hacia adelante. Ella sonrió, consciente de mi intención. Al igual que yo, miró a su alrededor y, una vez convencida, se deslizó de su asiento hasta el suelo.

Estaba cachondo perdido oyendo como la señorita Steele recibía unas palmadas en su culo previamente solicitadas por ella misma. Andrea se situó entre mis piernas. Yo me recliné en la butaca para que llegara mejor a mi polla. Entre sujetármela y recogerse el pelo al mismo tiempo se estaba haciendo un lío. La ayudé para que dejara de perder tiempo. Sus manos a los reposabrazos y las mías a su cabello, cumpliendo la función de pinzas del pelo.

La escena sexual de la película ya había finalizado cuando Andrea empezó a meterse mi glande en su boca. Intentó controlar mejor mi polla con las manos pero se las volví a dejar en los reposabrazos. Sólo quería sentir sus labios y lengua en la piel de mi miembro. Se concentró en mi glande mientras yo me fijaba en la pareja de delante. Contemplar a aquellas dos personas liándose era más excitante que la película proyectada.

Necesitaba que entrara más polla en su boca y elevar el ritmo de la mamada. Por eso y con mis manos enredadas en su pelo, comencé a empujar su cabeza hacia abajo. Ella respondió poniendo sus manos en mis muslos para contrarrestar mi fuerza pero sin mucho éxito. Seguí masturbándome con su boca esperando que la película llegase a una nueva escena sexual. “La necesitaba para correrme”.

Pasaban los minutos y parecía que ese tipo de escenas se habían acabado. No iba a esperar más. Dejé libre su cabello y la separé de mi polla, pero no demasiado. Comencé a pajearme con la mano derecha viendo su cara. Ella, astuta, me ayudó abriendo la boca y moviendo la lengua de forma sugerente. “¡Qué ganas de regar esa cara!”.

Sentí como mis huevos se vaciaban. Estaba a punto. Agarré la nuca de Andrea con mi mano izquierda para poner mi glande cerca de su boca mientras seguía masturbándome. No quería ni una gota fuera de su boca. Ella, expectante, pasaba su vista de mi cara a mi polla y viceversa. No pude más. Cerré los ojos, eché la cabeza hacia atrás y dejé escapar un par de gritos cuando mi polla soltó, dentro de la boca de Andrea, varios disparos de semen.

Había sido una de mis mejores pajas tanto por el lugar (la sala de cine) como por el sitio a donde fue a parar la lefa (la boca de Andrea). Después de esos pocos segundos en los que las endorfinas te hacen pensar que tu cerebro va a explotar de placer, volví a la sala de cine. Abrí los ojos e incorporé mi cabeza hacia delante, justo en el momento para ver la satisfacción y la inquietud.

Satisfacción. Andrea nunca se tragaba la corrida. De una manera u otra, siempre la terminaba escupiendo y, aquella vez, no iba a romper su tradición. Disfruté viendo cómo cogía el bol de las palomitas y escupía allí mismo todo el semen. Volvió a dejarlo sobre la butaca de mi izquierda para, a continuación, sorber varios tragos de la Coca-Cola que había comprado en la tienda de aperitivos.

Inquietud. Al mismo tiempo que Andrea bebía, me di cuenta de que la parejita de delante ya no continuaba con su magreo. Es más, estaban de pie mirándonos. Por sus expresiones faciales, captaron todo lo sucedido desde que había gritado hasta ese momento. A los pocos segundos de mantenernos la mirada, optaron por salir de la sala.

Los siguientes minutos fueron convulsos. Tanto Andrea como yo, nos volvimos a vestir y fingimos estar viendo tranquilamente la película. No sabía si iba a entrar alguno de los empleados del cine alertados por la parejita. En todo caso y si no existían cámaras en la sala, sería su palabra contra la nuestra.

Afortunadamente, nadie entró. Después de una hora más de película y un par de escenas subidas de tono, Andrea y yo acabamos en mi piso para echar unos cuantos polvos…

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Sábado, 20 de enero de 2018.

 

15:19 pm. Centro Comercial Monte Neme. Pizzería.

Releí varias veces el Whatsapp mandado por Andrea para no meter la pata. “Cuando volvamos del baño saca el tema de la quedada de esta noche. Dani no sabe nada.La convencemos entre los dos.” Poco después, volvieron las chicas. Enseguida tomé la palabra.

-          ¿Os parece si quedamos con Migui a eso de las diez en el parque?

-          Por mí, perfecto. ¿Tú qué dices, Dani?

-          Mmm, ¿a qué os referís?

-          ¡Joder! Perdona, tía. Ayer le dije a Chris que convenciera a Migui para comprar unas cuantas cervezas y quedar en el parque esta noche… los cuatro solos…

-          ¿Cervezas?

-          Sí, tía. No-puedes-decir-no…  

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