miprimita.com

Secretos de pueblo (11/16). Miguel.

en Grandes Series

Secretos de pueblo (11/16). Miguel. Penetrar, meter, introducir, entrar…

Las personas, descripciones, hechos y localidades de este relato son pura ficción y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… o no.

Hola cariño, mi nombre es […] Soy una madurita […] Te recibo vestida como pidas […] Ofrezco una gran amplitud de servicios […] Me considero una mujer […] Ven a disfrutar […] y prepárate para un encuentro inolvidable.

Presentación

¿Qué tal? Soy Miguel Castro, Migui para los íntimos. Vivo con mis padres y mi hermano mayor en Roble, un pueblo gallego del interior de la provincia de A Coruña.

Ahora mismo me encuentro a unos meses de que mi vida como estudiante en el IES Ballarco toque a su fin. Resulta que mi padre (Ramón) quiere que, tan pronto como acabe este curso y dando igual lo buenas que sean mis notas, me ponga a trabajar con él en las obras de la constructora Hidalgo SA. Mi madre (Isabel) ya lo había convencido para darme una “prórroga” de dos años y poder hacer Bachillerato pero ahora no iba a conceder más aplazamientos. Sobre todo, después de que el pasado verano lo hubieran ascendido a capataz.

Con mi hermano Manuel, pasó lo mismo pero más temprano aún. En cuanto hubo acabado la ESO, lo sacó del instituto y lo puso en la obra. La jugada le salió bien unos pocos años. Al llegar la crisis inmobiliaria, mi hermano fue uno de los primeros en irse a la calle. Desde entonces y con los estudios mínimos, pasó de trabajo temporal en trabajo temporal: encargado de cine, repartidor a domicilio y cajero de supermercado. Ninguno le duró mucho hasta que mi padre, compensando un poco su error de hacerlo abandonar los estudios, le consiguió un enchufe en la funeraria del pueblo.

En los últimos años, a mi hermano las cosas le iban bien con su trabajo en la funeraria y con su novia del instituto, Esther, llegando incluso a irse a vivir juntos. Sin embargo, hacía unos meses lo habían dejado y, desde entonces, mi hermano se comportaba como un alma en pena, albergando todo tipo de esperanzas de volver con ella.

Yo, a poco de que no se me dejara seguir estudiando y tener que empezar a reventarme el espinazo en obras de todo tipo, podría encontrar “consuelo” en las chicas pero ni eso. No he podido “estrenarme” con ninguna chica del instituto. Ni siquiera con mi mejor amiga de la infancia, Andrea, de la cual llevo enamorado años. Lo máximo con ella fue una mamada, a la cual se podía haber negado perfectamente pero creo que me la hizo por lástima.

Para completar el fastidio, Andrea no paraba de follar con mi mejor amigo, Christian, quien precisamente era el hijo del dueño de Hidalgo SA. Incluso follaban mientras él salía con su mejor amiga, Daniela. Si es que, por mucho que uno se lo propusiera, la vida te acababa colocando en tu sitio: yo, hijo del capataz, trabajando en la obra, él, hijo del dueño, Universidad y puesto de trabajo fijo esperándole para cuando quisiera sentar la cabeza.

“Asco de vida”.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Sábado, 10 de febrero de 2018.

 

15:44 pm. Mi casa.

Estaba terminando de arreglarme para ir a la fiesta de Carnaval que daba Christian en su chalet. Al igual que el año pasado, repetía disfraz: un mono barato de oso. Sinceramente me daba igual. Valoraba más la pasta que me ahorraba que un disfraz nuevo que luciría unas cuantas horas.

Tenía la puerta de la habitación entreabierta y, así, fue cómo pude oír a mi madre salir de la cocina e ir hacia el salón para continuar, con mi padre, el tema de conversación de la comida. Un tema del que yo era el absoluto protagonista.

-          ¿Moncho?

-          ¿Mmm?

-          ¿Por qué no quieres que Miguel haga la Selectividad? Si son dos-tres días y encima es antes de la fecha en la que pretendes que empiece a trabajar en la obra.

-          ¿Otra vez con lo mismo, Isa? No, no y NO. ¿Es tan difícil de entender una “n” y una “o”?

-          Pero, Moncho… dale una oportunidad. Recuerda todas las buenas notas que ha ido sacando Miguel en el instituto. Estoy convencida de que puede conseguir muy buenas notas en segundo de Bachillerato y sacar perfectamente la Selectividad.

-          ¿Te crees que soy gilipollas, verdad?

-          No-no…

-          ¿No-no? Sí-sí. Ya cedí una vez y quieres que vuelva a ceder… que nos conocemos Isabel: Bachillerato, Selectividad y lo próximo será la Universidad o alguna de esas formaciones profesionales. La respuesta es: NO.

-          Pero… pero con Manuel nos salió mal…

-          Manuel podría haber seguido perfectamente trabajando en las obras si no hubiera sido por la mierda de crisis… puta crisis… jodió todo el sector de la construcción y los putos políticos decidieron salvar a esos ladrones de los bancos que a trabajadores con una familia que mantener. Yo tuve suerte pero otros no pudieron decir lo mismo…

-          Pero…

-          NO, Isabel. La-respuesta-es-NO. Tráeme el café y déjate de tonterías. No quiero escuchar una palabra más sobre este tema.

Estaba esperando en mi habitación a que la discusión se tranquilizara un poco para poder salir de casa. En cuanto el silencio duró más de unos pocos segundos, cogí las llaves de casa, la de la moto, el casco, el móvil y salí pitando.

-          Me voy, hasta luego…

-          ¡Eh, eh, eh! ¿A dónde te crees que vas?...

-          A la fiesta de Christian…

-          Christian… Mira, Isa, ese sí que puede perder todos los años que quiera estudiando. Teniendo a Ricardo como padre ya tiene toda la vida solucionada. En cambio nosotros o trabajamos o…

Aguantaba la perorata de mi padre como podía. Ya eran muchos años con lo mismo y cada vez tenía menos paciencia. Mi madre se asomó desde la cocina, me miró y, sin hablar, sólo moviendo los labios, dijo: “tran-qui-lo”. Luego volvió hacia dentro de la cocina y salió con una taza de café negro en las manos. Fue hasta mi padre y se la dejó encima de la mesa del salón. Cuando se dio la vuelta y mirando hacia la puerta principal de casa, dijo:

-          Que te lo pases bien, hijo.

Entendí perfectamente la señal y el mensaje y “huí”.

- - - - - - - - - -

16:26 pm. Entrada del chalet de Christian.

El camino en moto hasta el chalet de Chris, con el viento no parando de azotar mi cara, me sirvió para medio olvidar la situación que dejaba en casa.

Siendo mi padre ahora uno de los “hombres de confianza” de Ricardo, había un puesto libre para mí en la empresa fijo-fijo-fijo. No existía posibilidad de escaquearse. La única opción era que, una vez cumplida la mayoría de edad (25 de julio), me fuera de casa y empezara a buscarme la vida. Pero esa opción estaba casi descartada y, más aún, cuando mi hermano había vuelto a vivir con nosotros después de haberlo dejado con Esther.

Prrriiiii, prrriiiii, prrriiiii…

Segundos después de apretar el telefonillo de la entrada, la verja automática empezó a abrirse. Una vez abierta del todo, quise avanzar con la moto hacia dentro del chalet pero no pude. Me quedé petrificado ante el rojo brillante de un Seat Ibiza que parecía recién traído del concesionario.

“Joooooder”. Apenas habían pasado 24 horas del Whats de Christian informándome del aprobado en el examen práctico de conducir y ya tenía en casa su flamante coche nuevo. Aparqué la moto cerca y empecé a revisarlo. “Pedazo cochazo”.

“El marcador se te ha puesto inalcanzable, Migui”. Desde hacía unos años, la comparación interna que me imponía con Christian estaba 2-3, a favor de mi amigo.

Yo llevaba ventaja en poder desplazarme con mi moto donde y cuando quisiera junto a poder conseguir alcohol para fiestas y celebraciones (aunque en realidad, era mi hermano Manuel). Él me aventajaba en poder vivir solo parte de la semana en su piso del pueblo, en ligar (y follar) con chicas del instituto, sobre todo Andrea, y en dinero (aunque en realidad, era de su padre).

Con 18 años recién cumplidos la semana anterior, Christian se ponía 2-5: carnet de conducir y coche propio junto con poder comprar todo el alcohol que quisiera. Algo que ya había hecho para su fiesta de cumpleaños y ahora también para Carnaval.

Si pensaba en el próximo curso, el marcador aumentaba a 2-6: yo deslomándome en las obras de su padre y él en la Universidad de A Coruña, estudiando ADE y rodeado de universitarias en discotecas y botellones.

Y con 2-6, era imposible no acordarse de nuestra rivalidad futbolística: él, más merengue que Tomás Roncero y yo, un culé acérrimo. Pensándolo bien, el marcador se quedaba en 2-7 por las tres Champions del Madrid en los últimos cuatro años.

-          ¿Qué?, ¿está guapo, no?

Un presidiario de rayas verticales blancas y negras me preguntaba la opinión por su coche desde el porche del chalet con una mirada y una sonrisa de autosuficiencia total.

-          No está mal, no… pero una pena que dentro de un par de años lo tengas que cambiar por uno eléctrico.

Christian no se arrugó y contraatacó:

-          Tranquilo que te voy a dejar ir de copiloto, jajajaja.

Mi envidia se estaba transformando en ira…

- - - - - - - - - -  

17:16 pm. Parte trasera del chalet.

El cielo matinal cubierto de nubes había dejado paso a un solazo poco habitual en febrero. Si también hubiera habido buena temperatura, algunos estudiantes del Bachillerato del IES Ballarco ya se habrían quitado sus disfraces y estarían dándose un chapuzón en la pedazo piscina del padre de Chris. Pero corría un ligero viento todavía de invierno, así que todos los estudiantes seguían vestidos y con una copa en la mano mientras charlaban o bailaban.

Yo me encontraba delante de la mesa dispuesta con el alcohol, refrescos, vasos, hielos y aperitivos. No sabía de qué hacerme el próximo cubata. Estaba totalmente indeciso. La envidia al entrar en el chalet y ver el coche nuevo de Chris se había transformado en ira y, ahora, sólo quedaba nostalgia. Pura nostalgia.

Aquella era mi última fiesta de Carnaval de instituto. El próximo mes sería mi última Semana Santa de instituto. Y, por culpa de preparar la Selectividad, el fin de curso para los alumnos de segundo de Bachillerato tendría lugar a mediados de mayo. Luego vacaciones hasta el momento de ponerme a trabajar en la obra con mi padre, que sería en ¿julio?, ¿agosto?, ¿septiembre?...

-          ¿Qué tal, Pedobear?

Estaba tan ido que no me había dado cuenta de que Chris se había puesto a mi lado. Preferí no contestar. Él mientras tanto, se ponía más vodka con naranja. La verdad es que ya llevaba unos cuantos…

-          Mmm, ni se te ocurra echarle nada a las copas ¿eh, Migui? La tía que te folles tiene que estar consciente, jajajaja. Sino… no vale… jajajaja

“Tranquilo, Migui, tranquilo”.

-          Venga… nos vemos, PEDO-bear, jajajaja…

“Tranquilo, Migui, tranquilo”.

Intenté aguantar pero el eco de su risa en mis tímpanos me hizo saltar. Una rabia como pocas veces había sentido en mi vida, salió de mi cuerpo en forma de gritos salvajes:

-          ¡¡¡CHRISTIAN!!!

-          ¿Qué?

-          ¡Eres un hijo de PUTA!

-          ¿Qué coño dices?

-          Que eres un auténtico hi-jo-de-PU-TAy de una muy buena “puta” si quieres mi opinión

“Tranquilo, Migui, tranquilo”.

Seguía delante de la mesa de las bebidas y aperitivos, Chris ya no estaba y yo no había dado ningún grito.

Poseía uno de los mayores “zascas” que se le pueden decir a una persona. En mi caso, a mi mejor amigo. El contárselo siempre se me pasaba por la cabeza cuando lograba sacarme de quicio pero mi conciencia hacía que me lo siguiese guardando… guardando y quedando delante de él como el gilipollas sin réplica… pero es que lo que sabía era muy-muy-muy-MUY… fuerte…

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

Finales de julio de 2017.

Llevaba varios meses, desde que la había descubierto por casualidad, enganchado a una web de anuncios de escorts. Era una web que, como su propio nombre indicaba, recogía ofertas sexuales de mujeres de todo el país: Coruña, Santiago, Vigo, Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla…

Era una web con tantos detalles que había hecho que dejara de lado los videos porno. Prefería masturbarme con los anuncios de las chicas: leyendo sus descripciones físicas, viendo sus imágenes (con un poco de suerte, también videos), investigando todas las prácticas sexuales que ofrecían y, al mismo tiempo, imaginando que era uno de sus clientes.

Cada vez me masturbaba más y tenía más ganas de perder la virginidad. Así y tras la última negativa de Andrea, pocos días después de que Christian la dejara en San Juan, lo decidí: contrataría a una de las profesionales de la web para poder follar de una vez.

Me quedé absolutamente perplejo cuando, por probar, descubrí a dos mujeres jóvenes anunciándose en Roble. Era la opción más fácil pero también la más peligrosa. A pesar de los aproximadamente veinte mil habitantes que tenía, Roble era uno de esos pueblos en los que al alba empieza un rumor y antes del ocaso ya lo sabe todo el mundo.

Descartado Roble, me decidí por Coruña. Era el lugar de Galicia donde más mujeres ofertaban sus servicios (junto con Vigo) y las comunicaciones por autobús eran bastante buenas para desplazarme hasta allí y volver de forma rápida.

Escogido el lugar, me tocó escoger profesional. Quería una chica de edad similar a la mía (18-19-20 años) pero todas eran extranjeras. No me terminaba de fiar así que empecé a mirar mujeres españolas de cualquier edad: veinteañeras, treintañeras e, incluso, cuarentonas.

No buscaba una práctica sexual poco común o rara, lo mío era lo de toda la vida y si se podía acompañar de una “limpieza de sable”, mejor. Entre la descripción, las imágenes (con cara difuminada) y la forma de contacto, me terminé decidiendo por Artemisa:

Hola cariño, mi nombre es Artemisa. Soy una madurita gallega, rubia, de ojos marrones y con un cuerpo totalmente natural. Fotos 100% reales y actuales.

Te recibo vestida como pidas: de calle, en lencería sexy, disfraces… Ofrezco una gran amplitud de servicios: ducha erótica, cubanita, 69, trato de novios, francés natural hasta el final (córrete donde quieras), todas las posturas que desees…

Me considero una mujer tanto cariñosa y apasionada como viciosa y morbosa. Escoge tú la versión que quieras conocer. Con ninguna te arrepentirás y seguro que querrás repetir.

Ven a disfrutar sin prisa de una verdadera milf en mi discreto piso de Coruña capital. Llama (sin número oculto) o manda un Whatsapp al número indicado y prepárate para un encuentro inolvidable.

La gran “pega” era el precio de Artemisa: 70 euros la media hora y 120, la hora. Para mí, 70 pavos era una gran suma de dinero pero sabiendo que mis padres (por lo menos mi madre) y mi hermano me darían algo de dinero por mi cumpleaños, me convencí a mí mismo. Sería mi “autoregalo” de cumpleaños.

- - - - - - - - - -

Un par de días después de mi cumpleaños (el 17º), contacté por Whatsapp con Artemisa para establecer los detalles mínimos del servicio: cita para las 11 de la mañana del día siguiente, media hora (70€), recepción en lencería, ducha, francés, sexo y versión cariñosa y apasionada.

- - - - - - - - - -

Al día siguiente y ya en el autobús de ida a La Coruña, mis inseguridades dominaban mi mente: “no va a parecerse en nada a las fotos”, “no se te va levantar”, “no vas a saber follarla”, “te vas a correr en menos de un minuto”, “se romperá el condón”…

- - - - - - - - - -

Prrriiiii, prrriiiii, prrriiiii…

Faltaba un minuto para la hora acordada y yo estaba timbrando al piso del portal de la calle que me había indicado Artemisa por Whatsapp un poco antes.

Sonó un chisporroteo y abrí el portal. Me dirigí al ascensor y pulsé la tecla “5”. Mientras subía, mi estómago se revolvía y mi corazón hacía trizas mis costillas. Estaba muy nervioso.

El ascensor llegó a la quinta planta, las puertas se abrieron y yo salí buscando la letra “D”. Al llegar, comprobé que la puerta principal estaba medio abierta. Con un poco de temor, entré sin llamar.

Al abrir del todo la puerta pude ver a una mujer en el recibidor del piso. Debido a la gran vergüenza que sentía, sólo pude echarle un ojo y observar que tenía el pelo rubio dorado y que vestía únicamente con sujetador, bragas y tacones. Todo rojo.

-          Cierra la puerta rápido, cariño.

Obedecí la orden de inmediato. Estaba tan nervioso que, en el último instante, se me escapó de las manos, dando un sonoro portazo.

-          Tranquilo encanto, en esta planta sólo vivo yo. Nadie va a poder oír como gritas de placer y cómo vas a hacerme gemir a mí…

La escuchaba pero no la veía. Mi cuerpo estaba totalmente petrificado y todavía le seguía dando la espalda.

-          No seas tímido, Miguel. Date la vuelta y así puedo darte dos besos.

Me puse más nervioso aún cuando me llamó por mi nombre pero, segundos después, recordé que se lo había mencionado el día anterior. Intenté guardar mi vergüenza y me fui dando la vuelta poco a poco.

-           Eso es… soy Artemisa (beso), encantada de conocerte (beso). Qué joven eres, ¿no?, ¿cuántos años tienes?

-          Te-te-tengo die-die-dieci… acabo de cu-cumplir los dieci-diecinueve…

-          ¡Vaya! Eres el cliente más joven al que llevo atendido. Yo tengo 40 justos, pero espero poder estar a la altura sexual de las chicas de tu edad…

-          Sí-sí…

-          Y ahora, sígueme hasta la habitación…

Se puso de espaldas a mí y yo, por fin, levanté la cabeza por completo mientras la seguía. Procuré ver todo lo que pude de Artemisa sin que ella me mirase. Tenía el pelo rubio dorado, liso y corto. Apenas le rozaba los hombros. La lencería roja que llevaba era de encaje y le quedaba bien pero, al tener la piel morena anaranjada (de solárium seguramente), la lencería negra le hubiera quedado mejor. Para su edad poseía una buena figura: le intuía unos pechos de buen tamaño, cintura más/menos estrecha y caderas pronunciadas. El culo parecía firme y no se lo veía caído por ninguna parte. Piernas perfectamente depiladas y con músculos definidos pero no muy marcados.

Artemisa paró delante de una puerta cerrada. La abrió y se hizo a un lado para que yo pasara dentro. Como un idiota volví a agachar la cabeza y entré en la habitación. Se notaba que era un edificio de reciente construcción: las paredes no tenían ningún rasguño, ni grieta y estaban perfectamente pintadas de un tono rosa muy suave. A ella le iba el minimalismo o, por lo menos, esa habitación lo era: paredes sin cuadros, una cama con cabecero, una mesilla a cada lado, una silla, un armario empotrado y una ventana con la persiana bajada pero permitiendo que pasara la claridad del exterior.

-          Necesito que me des el dinero ahora y que te vayas desnudando por completo, cariño. Puedes dejar tu ropa en la silla.

Me pillaron muy frío las dos órdenes pero obedecí. Las manos me temblaban y, haciendo un gran esfuerzo, saqué la cartera de mis pantalones, la abrí y cuando empecé a sacar los billetes, se me cayó al suelo. Nervioso, la recogí tan pronto como pude. Conté los billetes y se los entregué. Ella fue hasta el armario para guardarlos. Aprovechando que volvía a estar de espaldas, me desvestí lo más rápidamente posible. No aguantaba sus ojos mirándome.

Cuando cerró la puerta del armario y se dio la vuelta, ya me estaba bajando los calzoncillos.

-          ¡Qué rápido eres, Miguel! Pero cuando estemos a lo nuestro, lo haremos sin prisa, ¿vale?

-          Sí-sí.

Tenía la cabeza agachada de nuevo. Quitados los calzoncillos, me concentré en los calcetines.

-          No estás nada mal, Miguel. Estoy deseando que empecemos… pero antes quiero que pases por la ducha, ¿prefieres ir solo o acompañado?

-          Pre-prefiero so-so-solo.

-          Como quieras, cariño. Sales a la derecha y es la primera puerta de la izquierda. Te he dejado la toalla en el bidé. Lávate bien, te secas y la vuelves a dejar en el mismo sitio. Yo te espero aquí… impaciente.

-          Va-vale.

Necesitaba un tiempo a solas para tranquilizarme. La ducha era ese momento. Salí al pasillo completamente desnudo pensando en el frío que tendría pero todo lo contrario. La calefacción del piso estaba encendida. Lo agradecí.

Debajo de la alcachofa de la ducha, me mentalicé para dejar la timidez y la vergüenza a un lado y ser más atrevido. Estaba pagando 70 euros para follar con aquella mujer y, si no lo conseguía, me estaría arrepintiendo semanas, meses o, incluso, el resto de mi vida. Tenía que pensar que Artemisa era Andrea… ¡Claaaaaro! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Ella sería Andrea y me la iba a follar como en muchas de las fantasías que había tenido con ella.

Salí de la ducha bastante motivado. Me sequé y volví a recorrer el pasillo hasta la puerta de la habitación. Artemisa me estaba esperando sentada en la cama y sin los tacones. Por fin, tuve el valor para mirarla a la cara. Era muy guapa: algunas arrugas de expresión pero apenas visibles, el tono moreno anaranjado del resto del cuerpo, ojos marrones y labios gruesos pintados de rojo a juego con la lencería. Fue en ese justo momento, en el primer vistazo a su rostro, cuando noté que aquella mujer me resultaba familiar…

-          Cierra la puerta y ven a sentarte junto a mí.

Cerré la puerta y fui hasta la cama, sentándome a su lado.

-          Para ser tan joven, Miguel, tienes muy buen cuerpo… y eso me pone mucho…

Artemisa puso su mano izquierda en mi muslo al mismo tiempo que acariciaba con la derecha mi cara. Se fue acercando poco a poco, para terminar dándome un largo y apasionado beso en la boca. Yo me dejé llevar. Su mano izquierda fue ascendiendo por mi muslo. Ante ese roce, mi polla respondió hinchándose. Yo, mientras, le seguía dando vueltas a la familiaridad de su cara…

Nos seguíamos besando, metiéndonos las lenguas el uno al otro, cuando comenzó a masturbarme. Para no parecer pasivo, adelanté mi mano derecha hasta su muslo y comencé a tocarlo de forma suave.

Varias gotas de líquido preseminal se deslizaron por su mano justo cuando yo le empezaba a frotar, por encima de las bragas, su coño con mis dedos. Ella me calentaba y yo a ella. En aquel momento, paró de besarme, de masturbarme y se levantó, colocándose frente a mí.

-          ¿Quieres que me quite el sujetador?

-          Sí-sí…

Llevó las dos manos a su espalda y, en un abrir y cerrar de ojos, ya me estaba mostrando sus pechos grandes, bien puestos, del mismo tono de piel que el resto del cuerpo y con dos aureolas y dos pezones sonrosados.

-          Chúpame los pezones, cariño, chúpamelos…

Me abalancé sobre sus pezones como un bebé sobre los pechos de su madre. Besaba, lamía, chupaba… Aprovechaba el mismo tiempo para sobar su culo con mis manos. Sus nalgas estaban duras pero suaves. Joder, aquello era la gloria…

-          Vale, vale, Miguel, tranquilo… vamos a continuar que sino… no te va dar tiempo a follarme…

Literalmente despegó sus pezones de mis labios y se puso de rodillas en el suelo. Yo necesitaba consultarle lo de “Andrea” y fue ahí cuando se lo pregunté:

-          ¿Pue-puedo llamarte “Andrea”?

-          ¡Por supuesto, cariño! Llámame como quieras y disfruta, sobre todo disfruta…

Sonrió cerca de mi polla y su cara se trasladó a mis recuerdos… a mis recuerdos de niño para ser más exactos… ¿esa mujer era de Roble?

No pude pensar mucho más en ello porque su boca cubrió más de la mitad de mi polla al primer intento. Recliné la cabeza para atrás y cerré los ojos mientras respiraba con la boca abierta. “¡Cómo comía polla!”. Metía toda la que podía en la boca, la sacaba, lamía el glande, lamía todo el tronco de arriba-abajo, de abajo-arriba, chupaba sólo el glande, volvía a meterse todo lo que podía en la boca… ¡No paraba!

-          Así, Andrea, así… sigue chupando… sigue…

En cierto momento, noté que paraba de comérmela para, unos cuantos segundos después, continuar como antes. Al poco rato, volvió a parar. Esta vez de forma permanente. Rota mi conexión con el “cielo”, abrí los ojos y miré hacia abajo. Quedé muy sorprendido. No sabía la manera pero mi polla se mantenía erecta con un condón puesto. Me giré hacia la mesilla para ver, encima de ella, un envoltorio de Durex abierto. En medio de la mamada, Artemisa me había colocado un condón y había estado chupándomela con él puesto… “¡Increíble!”.

-          ¿Quieres quitarme tú las bragas o lo hago yo…?

-          Tú, Andrea, tú.

Artemisa se levantó, se dio la vuelta y se inclinó hacia delante, dejándome su culo moreno y suave a escasos palmos de mi cara. Observó durante unos instantes cómo yo no podía apartar la mirada de su trasero para, a continuación, llevar las manos hasta las tiras de sus bragas. Poco a poco fue bajándoselas mientras yo iba descubriendo la separación de sus nalgas. “La madre que me parió… ¡qué CULO!”.

Las bragas fueron bajando por su culo, muslos, rodillas, gemelos y tobillos hasta quedar en el suelo. Las apartó con un pie de forma delicada y se volvió a dar la vuelta. “Joooder…”. Tenía ante mí, el primer coño que veía en vivo y en directo. Del mismo tono de piel que el resto de su cuerpo (“¿se ponía desnuda en el solárium?”), labios finos y un pequeño triángulo invertido de vello justo encima del clítoris.

Me mandó tumbarme boca arriba en la cama. Ella esperó de pie hasta que me puse cómodo. Acto seguido, se situó encima de mí.

-          ¿Estás preparado, Miguel?

-          Sí-sí…

-          Vamos a empezar muy despacio… como si fuéramos novios…

Intenté tranquilizarme, inspirando y expirando de forma acompasada. Artemisa cogió mi polla y la empezó a rozar contra su clítoris y contra sus labios externos. Por el condón se deslizaban gotas de un líquido, el cual sólo podía ser suyo. Me lo confirmó a la siguiente frase.

-          ¿Ves lo mojada que estoy, Miguel?

-          Sí-sí

-          ¿Quieres que la meta?

-          Sí, Andrea, por favor…

Avanzó con las rodillas hacia delante para que su coño superase a mi polla. Se inclinó sobre mí y, apoyándose con una mano en la cama, con la otra procedió a meterme el glande en su agujero húmedo y caliente. Había empezado a perder la virginidad.

Con todo el glande afianzado dentro de su coño, Artemisa apoyó su otra mano en la cama e inició una ligera cabalgada. Yo, con los ojos cerrados, no me podía creer que por fin estuviera follando.

-          ¿Preparado para metérmela toda, Miguel?

-          Sí-sí…

Artemisa dejó de apoyarse en la cama y se colocó verticalmente sobre mí, haciendo que toda mi polla fuera entrando en su agujero. “¡Bufff…!”. Me la sentía muy dura dentro de su coño estrecho. Me puso las manos en sus caderas y comenzó una cabalgada más intensa.

-          ¿Te gusta cómo te follo, Miguel?

-          Sí, Andrea, sí… no pares…

Ella seguía balanceándose cuando cogió mis manos para reubicármelas en sus tetas, ayudándome con las suyas a que se las apretase.

-          Mírame, Miguel… mírame cómo me haces disfrutar…

Abrí los ojos para fijarme en varias zonas. La primera, mi polla, recubierta por el condón, para ver cómo desaparecía dentro de su coño una y otra vez. La segunda, sus tetas, apretadas por mis manos. La tercera, su cara, con su boca entreabierta exhalando pequeños gemidos y sus ojos marrones fijos en los míos. Ese cruce de miradas fue definitivo para que mi mente terminara de asociar su cara con varios recuerdos de mi infancia y hacerme creer saber la verdadera identidad de Artemisa. Si tenía razón aquello era muy fuerte… pero lo primero era acabar el polvo. De una forma u otra.

-          Andrea… Andrea… quiero correrme…

-          ¿¡Ya!?

-          Sí-sí… necesito correrme…

-          De acuerdo, ¿dónde quieres echarme la leche, cariño?

-          En… en tu… ¿espalda?…

-          Muy bien.

Necesitaba un sitio donde no ver más su cara. Estaba seguro al 90% sobre quien era realmente y, por ello, ya me iba a costar lo mío llegar a eyacular en alguna parte de su cuerpo.

Se puso a cuatro patas encima de la cama. Yo, habiendo dejado el condón encima de la mesilla, me situé de rodillas detrás suya con la mano izquierda tocándole la nalga izquierda y con la derecha empezando a pajearme. Un par de minutos después, notaba cómo llegaba…

-          Me corro, Andrea… me corro, me… co-oh-oh-rrooooo… oh… oh… joder…

Los dos primeros “disparos” de semen dieron de lleno en el centro de su espalda. Los siguientes fueron a parar a su trasero. El último simplemente salió sin fuerza manchándome el glande y la mano que apretaba mi polla…

- - - - - - - - - -

Aquel mismo día, por la noche, mientras mis padres y mi hermano mayor dormían, cogí varios álbumes de fotos del salón. Ya en mi habitación, fui revisando cada uno de ellos hasta que me topé con la cara de Artemisa en una foto del 7º cumpleaños de Christian.

En la foto aparecían cuatro personas: dos niños (Christian y yo) y dos adultos. Uno de ellos era Ricardo, padre de Christian. El otro adulto era una mujer de ojos marrones y pelo rubio dorado. Cerré los ojos visualizando la cara de la mujer de por la mañana. Los abrí y me fijé de nuevo en la foto. Los cerré… los abrí… los cerré… los abrí… Era inconfundible. El verdadero nombre de Artemisa era Diana… ¡¡¡la madre de Christian!!!

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 

17:34 pm. Parte trasera del chalet.

Me cansé de mi indecisión y recurrí a la opción fácil. Dejé encima de la mesa mi vaso de tubo con los hielos a medio derretir para coger una Estrella. Lo que me faltaba en ese momento era el abridor…

Nadie sabía que había perdido la virginidad y mucho menos que la había perdido con Artemisa, es decir, Diana, la madre de Christian. Ni el propio Christian, ni Andrea, ni mi hermano, ni mis padres. Nadie. Todo el mundo seguía creyendo que yo era virgen.

Encontré el abridor, abrí la cerveza y me bebí un largo sorbo. Al terminar, me giré para ver cómo el presidiario de mi mejor amigo y la sexy agente de policía de mi mejor amiga bailaban muy pegados el uno del otro. Esa postura hizo que recordara, inmediatamente, la “pillada” del domingo anterior en el baño del piso de Christian. “Cabrones”.

No obstante,  no era el único que me fijaba en ellos. Había una chica recién llegada, disfrazada de montañera, que no paraba de mirarlos. ¡Era Daniela! Por su cara, me daba la impresión de que tampoco se lo estaba pasando demasiado bien viendo bailar juntos a su exnovio y a su mejor amiga…

* Querido/a lector/a, si has llegado leyendo hasta aquí sólo decirte: muchas gracias. Si puedes/quieres un poco de feedback con el autor (conmigo) valora el relato, escribe un comentario con tus impresiones o ambas cosas. Tu participación me ayudará a mejorar.