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Secretos de pueblo (1/16). Andrés.

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Secretos de pueblo (1/16). Andrés. Sé lo que hice el último verano.

Las personas, descripciones, hechos y localidades de este relato son pura ficción y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… o no.

[…] llegué a la playa y me topé con el cuerpo en bikini de Andrea. Cuerpo al que no lograba, ni quería lograr, quitarle los ojos de encima.

Presentación

Buenas. Me llamo Andrés Blanco, tengo 45 años y vivo en Roble, un pueblo del noroeste español, cercano a la ciudad de A Coruña. Soy uno de los encargados de la funeraria Amanecer y, aunque no es ninguna alegría, mi trabajo no está mal del todo: conozco a mucha gente, viajo a bastantes sitios y me hace ver que la vida puede acabarse en cualquier momento.

Además del trabajo, tengo a mi mujer, Ana, y a mi hija, Daniela. Ana tiene 44 años y es jefa del departamento de ventas de Hidalgo SA, la principal, por no decir única, constructora del pueblo. Desde el último verano, hemos retomado el nivel de nuestra vida sexual previa al nacimiento de Dani. Me gustaría poder decir que ha sido una decisión conjunta pero mentiría. La iniciativa fue mía y el motivo no fue ella.

Daniela tiene 16 años y está en su primer curso de Bachillerato. Desde que empezó la adolescencia, me he ido alejando de ella por pensar estúpidamente que, en esa etapa de su vida, debía estar más unida a su madre que a mí. Ahora me he dado cuenta de mi error. No sé nada de mi hija y no sé qué hacer para remediarlo.  

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Viernes, 19 de enero de 2018.

 

14:24 pm. Aparcamiento del IES Ballarco.

Tarareaba el estribillo de una canción que sonaba en la radio del coche mientras esperaba a mi hija. Ana ya había llegado a Madrid. Aquel fin de semana le volvía a tocar convención de constructoras en la capital. Yo, por mi parte, tenía turno de tarde (de 3 a 11) en la funeraria. “¡Qué puta pereza!”.

Sonó el timbre que indicaba el final de las clases del día. Los chicos y chicas empezaron a salir. Metí la llave en el contacto, la giré y el motor del coche empezó a rugir. Pasaron varios minutos. No veía a Dani. Volví a girar la llave y el motor se quedó en silencio. No me importaba llegar tarde al trabajo pero no me gustaba quedar a una hora concreta y que las personas se retrasasen, ya fueran fallecidos o mi propia hija. El enfado, que estaba empezando a aflorar en mi cuerpo con continuos suspiros, se esfumó al ver aparecer a mi hija por la entrada del instituto acompañada de una rubia muy conocida para mí.

Daniela y Andrea. Andrea y Daniela. Amigas inseparables desde la guardería y siempre en la misma clase ya fuera de Infantil, Primaria, ESO o, ahora, Bachillerato. No pude evitar fijarme en la enorme mochila que portaba Andrea. “No puede ser”. Cada una se acercó a una de las puertas traseras del coche, abriéndolas para entrar.

-          Hola, papá.

-          Hola, hija.

-          Hola, Andrés.

-          Hola, Andrea. ¿Vas de excursión a alguna parte?

-          No, papá. Andrea se queda a dormir este fin de semana en casa.

Procuré no esbozar una sonrisa pero era difícil con el corazón machacando mis costillas con fuertes latidos y con mi entrepierna poniéndose en guardia. Arranqué de nuevo el motor del coche y orienté el espejo retrovisor hacia el asiento trasero que ocupaba Andrea. Una Andrea que, junto a mi hija, ya estaba atontada consultando su smartphone. “Adolescentes”.

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Conducía de camino a la funeraria habiendo dejado a las chicas en el portal de casa. Mi sospecha había sido resuelta. Por fin coincidía el fin de semana que Ana se iba a Madrid con el que Andrea venía a dormir a casa. Esa noche o la del sábado prometían mucho y, más aún, al haber sorprendido un par de veces a Andrea mirándome disimuladamente en el coche.

Llegué al aparcamiento de la funeraria más alegre de lo que había previsto hasta hace una hora antes. Manuel, un joven de rizos pelirrojos cercano a la treintena de edad, ya estaba preparado para irse y me esperaba de pie en la entrada.

-          Ya era hora, Andrés.

-          Perdón, perdón, perdón. Me entretuve recogiendo a mi hija del instituto.

-          Pues yo ya llego tarde a comer con Esther.

-          ¿Con Esther?, ¿vais a volver?

-          Tengo que intentarlo.

-          Espero que lo consigas, formáis una bonita pareja. ¿Cómo va el día?

-          En dos palabras: “día-vacío”, así que ya puedes buscar cosas para no aburrirte. Hasta mañana.

-          Jajaja. Vale, Manuel. Suerte. Hasta mañana.

Colgué la chaqueta del traje en el respaldo del sillón del escritorio de la recepción y me senté. Era un sillón muy cómodo, demasiado quizás. En algunos “días-vacíos” (días en los que ningún fallecido ocupaba alguna de las salas de la funeraria), había estado a punto de quedarme dormido en él. Sin embargo, aquella tarde iba a estar muy despierto. “Andrea… Andrea… Andrea…”.

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Julio de 2017.

Ni yo, ni Ana, trabajábamos aquel domingo veraniego y decidimos ir junto a Daniela a una de las playas céntricas de A Coruña. El panorama se empezó a torcer, sin yo llegarlo a sospechar, la noche anterior cuando Dani nos informó de que Andrea nos acompañaría. En ese momento, no puse ninguna objeción. Pasadas 24 horas, deseé que aquel domingo playero jamás hubiera existido. ¿O tal vez sí?

Lo que pensé que iba a ser un día de relajación y tranquilidad, se convirtió en un día de  creciente excitación que no pude evitar que terminase estallando.

Desde hacía bastante tiempo, el sexo con Ana se había limitado a tres ocasiones al año: nuestro aniversario de boda (en marzo), su cumpleaños (en mayo) y el mío (en junio). De ese modo, con el cupo de polvos al año cubierto, llegué a la playa y me topé con el cuerpo en bikini de Andrea. Cuerpo al que no lograba, ni quería lograr, quitarle los ojos de encima.

Andrea. 16 años. Apenas un metro y sesenta centímetros de altura. Pelo liso, color rubio ceniza. Ojos azules. Piel blanca por todo su delgado cuerpo. Pecho bien puesto y de tamaño perfecto en proporción a su constitución física. Ombligo de vértigo. Caderas inexistentes pero compensadas con un culo pequeño y respingón. Aparentaba ser muy suave al tacto y, a la vez, duro.

Anhelé la visión bifocal de los camaleones. Un ojo para disfrutar mirando el cuerpo de Andrea y el otro ojo para vigilar si Ana me pillaba observando, de un modo poco apropiado, a la mejor amiga de nuestra hija, menor de edad.

Después de comer, el nivel del “juego” aumentó de complejidad. Habíamos elegido una de las playas más céntricas de la ciudad y muchas adolescentes quisieron pasar allí aquella tarde de domingo.

Necesitaba que el tiempo avanzara deprisa y llegara el momento de irnos. Me sentía un completo pervertido, una especie de viejo verde, no parando de contemplar cuerpos de chicas jóvenes teniendo a mi mujer al lado. Lo peor es que no sólo los miraba, también quería tocarlos y… No, no, no. Eso ya era demasiado.

Pasadas las seis de la tarde, Daniela me salvó. Ella y Andrea vinieron hacia donde estaba. Mi hija no apoyaba de forma completa su pie derecho. La intenté tranquilizar, recogimos las cosas y nos trasladamos, lo más rápido posible, a las urgencias del hospital de la ciudad. Llegamos y tuvimos que esperar. Aquella era, sin duda, la “maravillosa” Seguridad Social española. Después de un par de horas, llamaron a Dani para revisarla.

Faltaba poco para las diez de la noche y todavía tenían que hacerle una prueba y ponerle un fuerte vendaje en el tobillo. En aquel instante, fue cuando Ana me dejó a merced de la tentación adolescente. Me propuso regresar al pueblo, dejar a Andrea con sus padres, subir las cosas de la playa a casa y volver al hospital con ropa más adecuada para ellas dos. Nunca debí haber aceptado…

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Alejándonos de Ana y de Daniela, enfilé el coche, conmigo y con Andrea dentro, por la carretera de salida de la ciudad que iba hacia al pueblo.

-          ¿Te lo has pasado bien hoy en la playa, Andrés?

-          Ha sido la “bomba” hasta que Dani se ha torcido el tobillo.

“¿Qué me pasaba?”. Andrea intentaba charlar un poco y yo le respondía de forma irónica y borde.

-          Te lo pregunto porque no me quitaste los ojos de encima, Andrés.

-          ¿Perdón?

-          Pues eso, que no parabas de fijarte en mí.

-          Te aseguro que te equivocas, Andrea.

-          Suelo notar a las personas que me observan más de la cuenta… y creo… creo que yo no fui la única, ¿no?

-          “¡Culpable!”. “Me has pillado”. Te vigilaba a ti pero también a Dani para que no os pasase nada.

-          Es una excusa bastante mala, Andrés. Por no decir directamente que es mentira.

-          Es la verdad, Andrea.

-          Entonces, ¿también te pusiste a “vigilar” por la tarde a todas las chicas jóvenes y con buen cuerpo de la playa, como yo, para que no les pasase nada?

No me esperaba aquella pregunta tan directa e inquisitiva. Por unos segundos, me quedé sin réplica.

-          Andrés, ¿puedes…?

-          Por favor, Andrea, ¡¡¡deja el tema!!!

Había perdido los nervios y lo sabía. Andrea guardó silencio y bajó la cabeza como si le hubiera pegado un bofetón. Tenía que arreglar la situación.

-          Perdóname, Andrea. No debí responderte así.

-          No pasa nada, Andrés. Lo que quería preguntarte era si podías parar. Necesito ir al baño.

-          ¿No puedes aguantar hasta que lleguemos?

-          No, lo siento.

-          De acuerdo.

Un par de kilómetros después, me desvié hacia un área de descanso. Llevé el coche hasta la mitad aproximadamente y paré, dejando el motor encendido. Andrea bajó y yo suspiré profundamente. Unos pocos segundos después…

-          ¡Ay!

Oí el grito de Andrea. “Lo que faltaba”. Preocupado, apagué el motor pero no las luces para poder ver algo. Salí del coche e intenté escudriñar a la chica en la oscuridad.

-          ¿Andrea?, ¿dónde estás?, ¿Andrea?

-          Aquí, Andrés.

La chica surgió de la nada. Llegó hasta mí cojeando de una manera similar a como lo hizo Daniela en la playa unas cuantas horas atrás.

-          ¡Joder! Vaya susto me has pegado, ¿qué ha pasado?

-          ¿Me puedes mirar la pierna? Creo que algo me ha picado.

-          ¿¡Picado!?

Fue hasta el capó del coche, se sentó en él y levantó la pierna para vérsela con la luz de uno de los faros. Yo me acerqué para ayudarla a detectar dónde estaba la picadura. Desgañité mi vista buscando cualquier señal pero su pierna estaba perfecta.

-          Andrea, no tienes nada. No te ha picado nada.

-          ¿Seguro?, ¿podrías palparme la pierna con las manos a ver si notas algo?

La pregunta fue muy extraña. Me erguí delante de ella y del coche. Estaba empezando a comprender toda la puesta en escena. No le había pasado nada. Andrea, ante mi cara de desconfianza, sonrió, se deslizó por el capó del coche y se incorporó frente a mí con un pequeño salto. Se fue acercando poco a poco hasta que pudo apoyar su oreja contra mi pecho.

-          Tu corazón está latiendo muy rápido, Andrés.

Como me había pasado minutos antes, no sabía qué decir en esa situación. Ella aprovechó mi indecisión para llevar su mano hasta mi entrepierna y empezar a frotar por encima del pantalón. Mi sangre abandonaba el cerebro para dirigirse a otra zona del cuerpo.

-          Esto se está poniendo duro, Andrés.

-          Andrea… yo… no…

-          Sé que hoy en la playa no parabas de mirarme porque te sientes atraído por mi cuerpo… y eso… me excita mucho…

La mano izquierda de Andrea no paraba de sobar, por encima del pantalón, mi pene completamente duro. Con la derecha, me acariciaba la cara y me invitaba a mirar hacia abajo, hacia su cara. Con delicadeza, su mano se posó en mi nuca. Sus labios fueron subiendo, los míos bajando hasta que ambos conectaron. Fue un beso rápido, una toma de contacto. Quise más y mis manos empezaron a palpar el objeto de mi deseo. La izquierda agarró una de sus nalgas y la derecha fue a parar a su nuca para impedir que sus labios se separaran más de lo necesario de los míos.

-          Andrés… espera… espera…

Andrea forcejeó para dejar de tener contacto físico conmigo. Yo la dejé. En ese momento, solamente esperaba que no se arrepintiera de lo que estábamos haciendo. Ella me miró y volvió a sonreír. Se quitó la camiseta, dejándome ver sus pechos adolescentes. La gravedad no actuaba sobre ellos, manteniéndose perfectamente firmes. Se bajó los shorts que llevaba, permitiéndome contemplar su pequeño coño sin ningún rastro de vello. Volvió hacia el capó del coche, sólo con sus zapatillas puestas, y se tumbó en él boca arriba, separando sus piernas y apoyando cada uno de sus pies en cada faro del vehículo.

-          Sé que deseas mi cuerpo. Ven y disfrútalo.

Noche de verano. A mi izquierda, un área de descanso. A mi derecha, la carretera con coches pasando como centellas. Enfrente de mí, una adolescente de 16 años recostada encima del capó de mi coche, ofreciéndome su intimidad más profunda. Aquella era la mejor visión de toda mi vida.

Me quité la camiseta y me arrodillé delante de su coño. Su olor vaginal hizo que terminara de ponerme cachondo. Empecé a lamerle lentamente sus labios para, a los pocos segundos, perder el control y penetrarla, lo máximo posible, con mi lengua. Ella suspiraba, jadeaba y me pedía que no me detuviera.

Cuando sus fluidos vaginales comenzaron a manchar la carrocería del coche, decidí que ya estaba lista para recibirme. Me bajé los pantalones y calzoncillos hasta las rodillas. Con mi polla a escasos centímetros de su coño, me di cuenta de lo que me faltaba y que justamente no tenía allí.

-          Andrea…

-          ¿Qué?, ¿qué ocurre?

-          No tengo preservativos…

-          Jajaja, no te preocupes, tomo la píldora. Ahora no pares, por favor.

No terminaba de creerla pero mi excitación impidió que me echase para atrás. En ese instante, sólo quería penetrar aquel coño adolescente. Estaba muy mojada pero tenía el hueco tan estrecho que apenas pude meter mi glande por completo.

-          Andrea… ¿eres virgen?

-          Jajajajaja, no Andrés. Métemela más… vamos…

Andrea entrelazó sus piernas alrededor de mis caderas, tirando de mí hacia delante para que le clavase más polla. Yo apoyé ambos antebrazos en el coche para obtener un mayor impulso. Aún con todo ello, no conseguía meterle más de la mitad de mi falo, pero compensaba la increíble sensación de roce con sus paredes vaginales.

-          Así, Andrés… sigue así… más duro… más duro, Andrés… vas a conseguir que me corra…

Las frases de Andrea, la postura, el lugar, ver sus pechos moviéndose como gelatina, los varios días que llevaba sin masturbarme, el roce de mi polla con su pequeña cueva, el riesgo de que otro coche pudiera llegar al área de descanso… Todo aquello provocó que el primero en correrse fuera yo.

-          Joder… joder… no puedo más, Andrea… me corro… me corro… me-co-rro-ooohhh… oh… oh… oh… Diosss…

Embadurné de semen su sexo y caí rendido encima de ella. Había sido un polvo ridículamente corto pero muy, muy intenso.

Difuminándoseme el calentón, lo primero que noté fue vergüenza. Vergüenza de que un adulto se corriera antes que una adolescente. Lo segundo, pánico. Por si algún coche paraba allí mismo. Lo tercero y más grave, pavor. Pavor a que la píldora no funcionase aquel mes y acabara de dejar embarazada a una cría de 16 años.

Me medio incorporé y la miré. Al contrario que yo, a Andrea no parecía importarle la posibilidad de que alguien nos pillase en esos momentos, ni el hecho de haberme corrido dentro de ella sin un condón de por medio. Simplemente estaba allí, tumbada, tranquila, con una pequeña sonrisa en el rostro.

-          Que sepas que la próxima vez, me toca correrme a mí primero…

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Tu-ru-ru-ru. Tu-ru-ru-ru. Tu-ru-ru-ru. El teléfono fijo de la recepción de la funeraria me sacó de mis ensoñaciones veraniegas.

-          Funeraria Amanecer, buenas tardes, dígame… mmm no… no es aquí… este es el seis-tres-tres, no el seis-tres-seis… nada… gracias a usted.

Las siguientes semanas a aquella noche con Andrea, estuve bastante preocupado hasta que un mensaje de dos palabras me llegó al Whatsapp. “Me bajó”. Suspiré aliviado como pocas veces en mi vida.

Intenté olvidarme de Andrea pero no pude. Mi sexualidad había aflorado de nuevo como si hubiese vuelto a la adolescencia. Desde ese verano, comencé a buscar en la cama a Ana para hacerlo como cuando éramos novios. A nivel físico, la persona que se encontraba delante de mí era ella pero, a nivel emocional, la persona que invadía mi mente era una adolescente de pelo rubio ceniza y ojos azules. En algunas ocasiones, tenía que controlarme mucho durante el orgasmo para no acabar gritando su nombre.

No obstante, ni Ana, ni mucho menos Daniela, sospechaban algo del asunto. Mi relación con Andrea seguía siendo la misma. Quizá, la única novedad era el modo en el que nos mirábamos a veces.

Necesitaba una oportunidad para follarla de nuevo y ese fin de semana, sin Ana y con Andrea durmiendo en casa, era el momento ideal. Solamente existía un obstáculo: Daniela.

Lo que yo no sabía era que Andrea también quería repetir y que ya había pensado un plan para “deshacerse” de mi hija…

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