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Secretos de pueblo (6/16). Andrea.

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Secretos de pueblo (6/16). Andrea. Cervezas en el parque.

Las personas, descripciones, hechos y localidades de este relato son pura ficción y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… o no.

Poco a poco fui abriendo la puerta. Una vez en el pasillo, la cerré con el mayor silencio posible. Fui hasta el salón y me quedé en el umbral hasta que Andrés percibió mi presencia.

Presentación

Me llamo Andrea (Pérez Pereira) y me falta un año, un mes y un par de semanas para cumplir la mayoría de edad y poder largarme de la casa de mis padres en Roble, el pueblo de mierda en el que vivo.

Desde que había empezado la pubertad, mi vida se fue por el desagüe. El culpable era el hijo de puta de mi padre ayudado por la idiota de mi madre que lo ayudaba a él y no a mí. Daniela, mi mejor amiga desde que tenía memoria, se convirtió en mi único apoyo. Sin embargo, su amistad no cubría toda la demanda de cariño que necesitaba y me vi cayendo en manos de chicos que simplemente me utilizaban para satisfacer sus apetitos sexuales. A pesar de lo que oigáis de las chicas y chicos del Instituto Ballarco, sólo, sólo, SÓLO he follado con Christian, el hijo del dueño de la constructora. Con el resto: besos, tocamientos, pajas y mamadas; pero nada más.

Con el paso del tiempo, descubrí dos cosas. Primera. Ocultar a todo el mundo (Daniela, incluida) mis emociones, sentimientos y debilidades. Segunda. Comprender que no era yo como persona lo que atraía a los chicos sino yo como cuerpo. Con esa última, aprendí a rechazar a imbéciles que solamente me hablaban para pasar un buen rato, averigüé lo que podía lograr que hicieran los chicos si querían llegar a tocarme o que les tocase yo a ellos y, sobre todo, empecé a buscar mi propia satisfacción sexual.

Ahora, podría describirme pero considero que una imagen vale más que mil palabras. Así que si quieres ver mi cuerpo, agrégame al Instagram con @solo_andrea33.

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Sábado, 20 de enero de 2018.

 

21:25 pm. Casa de Daniela. Baño.

Estaba aplicándome un poco de pintalabios rojo Fatal Red en el baño. Sólo me quedaba eso para que Dani y yo nos reuniéramos con Chris y Migui en el parque. Esta vez no iba a llegar tarde a propósito. No quería que las cervezas se calentasen y todo mi plan se fuera a la mierda…

Era un plan B, confeccionado el día anterior con urgencia porque me había acojonado con el plan principal. Mi madre y yo sabíamos lo que tocaba aguantar en casa y cada una teníamos nuestra forma de afrontarlo. Yo con un seguro guardado y una copia del mismo en poder de Dani, aunque ella no tenía ni idea. Mi madre con Dormidina desde hacía un par de años.

De ese modo, ayer, antes del instituto, había cogido un par de pastillas de la caja que guardaba en su mesilla de noche. No obstante, durante las clases, no vi tan claro ni tan fácil dárselas a Dani. Tenía miedo de que algo fallase y que mi mejor amiga respondiera de forma negativa a esa medicación. Con ese tipo de dudas, decidí decantarme por una opción segura: alcohol.

Por la tarde del mismo día, mientras le confirmaba por Whatsapp a Chris la comida en el centro comercial, le comenté también que consiguiera cervezas a través de Migui y que quedásemos de noche en el parque los cuatro. No tuve que repetírselo para convencerlo.

Todo aquello ideado para “noquear” a Dani y estar de nuevo a solas con su padre. Me apetecía disfrutar de otra experiencia con un hombre maduro. Uno al que yo eligiese libremente…

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21:48 pm. Dani y yo estábamos a punto de llegar al parque. Ella llevaba un pantalón pitillo vaquero color azul oscuro, camiseta semitransparente negra, chaqueta vaquera azul clara y botas negras. Yo un short vaquero azul oscuro, un top blanco escotado que me dejaba el ombligo al aire, chaqueta de cuero negra y tacones negros.

Iba sonriente porque no paraba de recordar la cara que se le había quedado a Andrés al mostrarle cómo iba vestida y, sobre todo, al preguntarle si se iba a quedar despierto hasta que llegásemos. Una pregunta que había quedado sin repuesta, jejeje. Lo que sí pudo verbalizar antes de irnos del piso fue la hora límite. Una de la mañana. Podía estar tranquilo, si el plan iba bien, estaríamos de vuelta bastante antes…

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-          Bueno, bueno, bueno. ¿Qué ven mis ojos?, ¿Andreita llegando antes de la hora acordada?, ¿hay ganas de mamar o qué? Jajaja.

-          Cuando hay alcohol de por medio, no me fío de ti.

Inconscientemente miré hacia donde estaban las cervezas. Sentí como el plan empezaba a fastidiarse.

-          ¿Mahou?, ¿en serio? Migui, tío, ¿no quedaban Estrellas?

-          Jajaja. Tranquila, Andrea, ya le he echado yo la bronca. Y menos mal que traje yo los hielos porque si no, nos pasaría como el San Juan del año pasado, ¿verdad, Migui?

-          ¡Qué me olvides, Christian! A ver si llega ya tu cumpleaños y me empiezas a tratar más como un amigo que como un proveedor…

-          Joooder, como os picáis los culés…

Hasta yo notaba que se estaba llegando a un punto límite. Cuando se hablaba en caliente se podían decir muchas tonterías. Dani también se había dado cuenta y, ya habiendo saludado a Migui con dos besos, fue hasta Chris mientras yo iba hacia el chico de pelo verde.

Miguel Castro, Migui para los íntimos, era un año mayor que yo pero eso no impidió que nos conociéramos en la infancia y, desde entonces, fuéramos amigos. Habíamos aprendido juntos a besar, nos habíamos liado unas cuantas veces, se la había chupado a cambio de llevarme a la inauguración del piso de Christian y él me había confesado un par de veces que estaba “pillado” por mí. Aún con todo ese historial, en ningún momento me planteé ser algo más que su mejor amiga.

Nuestra relación de amistad era casi familiar pues nuestros padres, Moncho (Ramón) el suyo y Toño (Antonio) el mío, trabajaban desde hace muchos años como obreros en las construcciones de Hidalgo SA. Incluso el hecho de que el suyo hubiera sustituido al mío como capataz (por su despido bien merecido el pasado verano), no influyó de manera negativa en nuestra relación pero sí en las situaciones que vivíamos cada uno en casa. En mi caso, ya no entraba tanto dinero como antes. En el suyo, su padre había reafirmado su decisión de meterlo a trabajar de peón en cuanto acabara el Bachillerato.

Esa presión por empezar a trabajar cuanto antes era por la que Migui, desde el inicio de su adolescencia, se había cortado los rizos pelirrojos tan característicos de su padre y de su hermano mayor, Manuel. Luego, el pelo que dejaba en su cabeza, se lo teñía. Ya lo había llevado de color blanco y ahora tocaba verde. Tenía que reconocer que le quedaba bien y hacía “juego” con sus ojos verdes.

-          No te enfades, Migui.

Intenté calmarlo mientras lo saludaba dándole un beso en cada mejilla. Luego me acerqué a Christian y mientras le daba el segundo beso le susurré al oído.

-          Recuerda: Dani no debe parar de beber. Hazlo y te recompensaré…

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“Menos mal que le dije a Chris que le iba a recompensar”. Después de tomar tres cervezas cada uno, Migui y yo comenzamos a liarnos en un banco del parque mientras Chris no paraba de vigilar y correr, literalmente, detrás de Dani para impedir que se hiciera daño. “¡Qué mal le sentaba beber a la chica!”.

Estaba a horcajadas encima de Migui notando su polla empalmada, su lengua no parando de meterse en mi boca y sus manos sobando mis pechos por encima del top. El chico todavía era virgen y se le notaban las ganas para dejar de serlo. A mí no me importaría hacerlo con él como una especie de favor entre amigos pero sabía que aquello le daría nuevas esperanzas de tener algo más que una amistad conmigo. Así que mejor no.

Me sentía un poco culpable porque, esa noche, lo estaba utilizando como una especie de “consolador humano”. La polla que me interesaba no era la que sentía debajo de mí, sino la del padre de mi mejor amiga.

Paré a Migui poniéndole ambas manos en el pecho y empujándolo de forma suave pero insistente, hacia atrás, hacia el respaldo del banco. “Aquel chico necesitaba mojar de una vez”. Cogí mi móvil y comprobé la hora. 23:34 pm. Ya era hora de parar de calentar a Migui y de ver el estado de la chica de mi experimento.

Desoyendo los amagos de protesta, primero, y suplica, después, me levanté de encima de mi amigo. Mientras él suspiraba resignado y se levantaba también pero a por otra cerveza, yo fui caminando poco a  poco hasta donde se encontraba Christian.

-          ¿Y qué?, ¿cuántas ha bebido?

-          Casi cinco… y lo que me ha costado. Ya puedes hacerme la mejor mamada de tu vida como premio.

-          Shh-shh. Relax, Chris.

Me quedé observando, junto a él, como Dani no paraba de balancearse, hacia delante y hacia atrás, en uno de los columpios del parque.

-          ¿Ha vomitado?

-          No, pero estará a punto…

Fue comentarlo y suceder. Dani y su columpio se quedaron quietos unos segundos hasta que inclinó su cabeza tocando casi el suelo. Ruidos de arcadas y de líquidos golpeando el suelo resonaron por todo el parque.

-          Hora de irnos.

-          ¿¡Qué!?

-          Lo que oíste… ¡Chao, Migui!

-          Recuerda, me debes una, ¿eh, Andrea? Una bien grande…

Las “frases-recordatorio” de Christian duraron hasta que llegué a donde estaba Dani. Me tocaba la parte más difícil del plan: cargar con una borracha hasta su casa.

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00:08 am. Por eso había elegido el parque más cercano a su casa. Daniela me sacaba diez centímetros de altura y unos cuantos kilos. Aún por encima, yo en tacones. Me costó dolor de espalda, de pies y esquivar un par de vomitonas llegar con ella hasta el portal de su edificio. La dejé sentada en él mientras yo me apoyaba en el capó de un coche para coger aire.

Me paré a observarla un rato. Dani tenía restos de vómito en el pelo, en la camiseta y parecía que estaba en esa fase de la borrachera consistente en caerse dormido en cualquier lado.

“Vamos, Andrea, el último esfuerzo”. Me levanté de encima del coche y me incliné sobre mi amiga para registrarle los bolsillos en busca de las llaves de casa. Las encontré, abrí el portal y lo dejé abierto mientras iba por ella.

Llegamos al ascensor. Entramos y pulsé el botón del tercero. Durante el ascenso, me di cuenta de que Dani volvía a poner la misma cara previa a sus tres vomitonas anteriores. “En el ascensor, no. En el ascensor, no”. El cubículo metálico se paró justo cuando Dani estaba echando la cabeza hacia abajo, se abrieron las puertas y pude sacarla fuera para que vomitara.

“Joder… y eso que la convencí de no cenar”. En realidad, no cenar había sido una estrategia más para que el alcohol le hiciera un mayor y más rápido efecto. Daniela se rindió y sólo conseguí que evadiera el charco de su vómito para luego caer en el suelo, apoyada en la pared, casi totalmente dormida. Me disponía a introducir la llave en la cerradura cuando la puerta del piso se abrió desde dentro y vi aparecer a Andrés en ropa de andar por casa.

-          ¿Qué ha pasado?

Me preguntó después de mirarme a mí, al vómito del suelo, a su hija y comprobar que seguía habiendo un piso por planta en su edificio y, por tanto, ningún vecino se estaba enterando del estado de su hija.

-          Nada, Andrés. Hemos bebido un par de cervezas y a Dani le han sentado mal.

-          ¿Cerveza?, ¿cómo se os ocurre? ¡Ayúdame!

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Estaba en la habitación de Daniela desvistiéndome mientras ella dormía en su cama. Andrés y yo la habíamos trasladado al baño, desvestido, dado una ducha rápida, puesto el pijama y llevado a su cuarto.

Me desnudé por completo, quitándome el sujetador y las bragas. Me miré en un pequeño espejo que tenía Dani. Pelo bien y maquillaje pasable. Me eché un poco de perfume y fui hacia la mochila para sacar una camiseta azul de un equipo de baloncesto de la NBA. Un regalo de Christian el curso pasado. Era tan larga y yo tan baja, que casi me llegaba por las rodillas. Apagué la luz y entrecerré la puerta. Me tocaba esperar…

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Después de terminar de limpiar el vómito de fuera del piso, escuché como Andrés cerraba la puerta de la casa, vertía el contenido del cubo por el retrete, tiraba de la cisterna y apagaba la luz del baño. Estaba pendiente de que encendiera la luz de su dormitorio para irse a dormir pero prefirió encender la televisión y sentarse en el sofá del salón. “Casi mejor” pensé. Mejor “entrarle” en el salón viendo la tele que entrar en su cuarto a hurtadillas y meterme en su cama.

Poco a poco fui abriendo la puerta. Una vez en el pasillo, la cerré con el mayor silencio posible. Fui hasta el salón y me quedé en el umbral hasta que Andrés percibió mi presencia.

-          No consigo dormir, ¿puedo ver un rato la televisión contigo?

-          Deberías estar durmiendo ya pero… sí, sí puedes.

-          Gracias.

En el borde izquierdo de un sofá de tres plazas estaba mi objetivo de la noche. Andrés. Aproximadamente un metro y ochenta centímetros de altura, pelo negro con alguna cana que otra, ojos azules, más oscuros que los míos, y piel bronceada. Todo envuelto en una camiseta vieja y unos pantalones largos de pijama a cuadros.

Yo, sin ganas de perder mucho tiempo, me senté encima de mis rodillas en la plaza del medio. Él controló por el rabillo del ojo dónde ponía mi cuerpo exactamente y siguió viendo la televisión.

Pasados unos minutos en los que no paraba de mover mi mano izquierda por todo el respaldo de su asiento, a escasos centímetros de sus hombros, espalda y nuca, decidí empezar el “ataque”. Dejé la mano izquierda quieta y deposité la derecha en su rodilla derecha. Andrés, como es obvio, notó enseguida el contacto pero prefirió seguir pendiente de la televisión, ignorándome. Comencé a acariciarle la cara interna del muslo en pequeños círculos. Cada vez, subía más arriba. A punto de tocar su miembro, Andrés me habló.

-          ¿Qué haces, Andrea?

-          ¿No te gusta lo que hago?

-          Bufff… sí… sí, me gusta, pero esta vez no estamos solos. Si Dani se despierta y nos pilla…

No se me ocurría ninguna respuesta convincente, así que proseguí y empecé a acariciarle la polla por encima del pijama. Él suspiró y cerró los ojos. En el fondo, se estaba muriendo de ganas…

Me acerqué más. Le empecé a tocar el pelo de la nuca con la mano izquierda mientras le metía la derecha por dentro de su pantalón de pijama. No llevaba ropa interior. Envolví su polla con mi mano y comencé a frotarla para que se me pusiera dura.

Después de un rato asegurando su erección, retiré ambas manos de sus tareas y me deslicé hacia el suelo. Tiré de su pantalón hacia abajo. Andrés me facilitó el trabajo bajándoselo él mismo. Se lo dejó a la altura de los tobillos y yo se lo quité por completo.

Allí me encontraba yo: entre las piernas del padre de mi mejor amiga. El mismo que me dedicaba una mirada mezcla de nerviosismo (por Dani) y deseo (por mi boca). Me aproximé a su polla erecta y me introduje todo su glande en la boca. Andrés reclinó su otra cabeza hacia atrás al mismo tiempo que pronunciaba la vocal “o” de forma continuada.

Metía y sacaba su glande de mi boca dos, tres, cuatro veces y, a continuación, me lo dejaba dentro para repasarlo bien con mi lengua. Así una y otra vez, pero yo también quería disfrutar. Empapada toda su polla con mi saliva, quise acabar aquel primer asalto con un lengüetazo en sus pelotas. Andrés gritó de forma escandalosa por la sorpresa que le había producido esa acción. “Me daba que su mujer no era muy fan de las felaciones testiculares…”.

Alcé los ojos para ver su cara de total emoción, como si le hubiera descubierto una nueva fuente de placer sexual. No obstante, al instante siguiente, desvió su mirada hacia la entrada de la sala. Intuí lo que pensaba. Por ello, me erguí por completo y tiré de sus brazos hacia mí queriendo levantarlo del sofá. Él captó mi intención y, dejando su pantalón de pijama y zapatillas en el suelo del salón, dejó que lo llevara hasta su habitación.

Una vez dentro, él encendió la luz y yo cerré la puerta. Me deshice de la camiseta dejándole ver todo mi cuerpo desnudo. Él me imitó dejándome ver su pecho velludo. Nos acercamos y nos dimos unos cuantos besos rápidos pero profundos. Lengua contra lengua. Cansado de ella, Andrés puso su atención en mis pechos. Se agachó lo suficiente como para empezar a chupar mis pezones. Estaba burrísima y notaba arder mi coño. Necesitaba montar su polla…

Aparté suavemente su cabeza de mis pechos y lo empujé hacia la cama para que cayese en ella boca arriba. No perdí más tiempo. Me coloqué encima de él, a horcajadas, y mantuve levantado su miembro hasta introducirlo por el agujero de mi coño.  

Christian siempre prefería el misionero o el perrito, por tanto, no había practicado mucho esa postura y nunca había conseguido correrme con ella. “Ya iba siendo hora de hacerlo…”.

Apoyé las palmas de mis manos en sus pectorales y comencé a botar encima de su polla. Arriba, abajo, arriba, abajo... Con suavidad. Sin prisa. Me encantaba follar de esa manera. Una lástima que Christian fuera tan dominador en el sexo…

Mi coño estaba más que mojado y experimentaba la sensación de que su miembro se acabaría resbalando fuera de mi agujero. No quise que pasara y retrocedí el apoyo de mis manos para dejarlas a la altura de su vientre y, así, poder montar encima de él con una verticalidad absoluta.

Seguí cabalgando en la nueva posición, consiguiendo multiplicar el placer al aumentar el roce de su glande contra mis paredes vaginales.

Abrí los ojos queriendo contemplar cómo lo estaba pasando Andrés. Me sorprendió verlo con los ojos cerrados y respirando con inspiraciones y expiraciones cortas. Más que echar un polvo parecía estar controlando un ataque de ansiedad. Recordé lo poco que pudo aguantar la vez anterior, en verano, y llegué a la conclusión de que estaba reprimiendo su corrida. Aumenté el ritmo para alcanzar el orgasmo lo antes posible al mismo tiempo que intentaba animarlo para que resistiera.

-          Estoy a punto, Andrés, a punto… Aguanta un poco más…

Me faltaba poco. Lo intuía. Coloqué sus manos en mis muslos y las mías en sus tobillos. Me recliné hacia atrás con los ojos cerrados mientras no paraba de botar encima de su polla. El tejido nervioso de mi coño iba a estallar… ¡¡¡a estallar!!!

-          Joder, joder, jo… ¡DER!… aahh… aahh… AAAAAAAHHHHH… MMM-MMM-MMMMMMMM… ah… ah… ah…

Miles de ramificaciones nerviosas hicieron que mi cuerpo experimentase el orgasmo “más orgasmo” de mi vida. En medio del mismo, me acordé de Dani y tuve que taparme la boca con ambas manos para ahogar mis gritos. Me quedé sin fuerzas y me dejé caer en la cama, al lado de Andrés.

-          ¿Andrea?

-          ¿Si…?

-          ¿Puedo correrme ya?

-          Sí-sí, Andrés… hazlo donde quieras…

Llevaba con los ojos cerrados desde que había empezado a correrme y a chillar. Ni siquiera los había abierto para cambiar de posición en la cama. Por esa razón, sólo pude oír como Andrés empezaba a masturbarse. Increíblemente, unos pocos segundos después, noté cómo caían en mi pecho y ombligo varias eyaculaciones.

No me moví, ni abrí los ojos. Seguía en mi mundo de placer. Me dejé estar allí, encima de la cama, manchada con el semen del padre de Dani. Una Dani que se encontraba solamente a unos cuantos metros…

El cansancio se estaba apoderando de mí. Oí a Andrés limpiarme, taparme con el edredón de la cama y salir del dormitorio cerrando la puerta tras él.

Las dos mejores experiencias sexuales de mi vida hasta ese momento habían sido con mi mejor amiga y su padre. Ese fue mi último pensamiento de la noche, momentos previos a sumergirme en el reino de los sueños…

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