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Secretos de pueblo (12/16). Daniela.

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Secretos de pueblo (12/16). Daniela. La revelación de Olaf.

Las personas, descripciones, hechos y localidades de este relato son pura ficción y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… o no.

La curiosidad me venció y me levanté de la cama. Fui hasta él, lo cogí y lo desenvolví. Era un pendrive negro. Aquello me extrañó mucho.

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Sábado, 10 de febrero de 2018.

 

17:24 pm. Chalet del padre de Christian.

 

Cuando Andrea quería algo, lo conseguía. Ni siquiera el hecho de cortar con Christian le impidió estar toda la semana insistiéndome en ir a la fiesta de Carnaval… ¡del propio Christian! Ya fuera en persona o por Whatsapp no paraba de insistir. Y no paró hasta que le dije que sí, sí, ¡¡¡SÍ!!!

Y ahí estaba yo: delante de la verja abierta del chalet del padre de Christian. La verdad es que no sabía el porqué lo hacía. No me apetecía estar con nadie. Como mucho con Andrea, pero solas, no rodeadas del resto de chicos y chicas del Bachillerato del instituto.

Hice de tripas, corazón y entré. Saludé con la mano a Felipe, uno de los sirvientes domésticos del padre de Christian, quien vigilaba, desde el porche, a las personas que accedían a la finca. Opté por el camino lateral de mi izquierda para llegar a la parte trasera del chalet, donde estaba la piscina. A mitad de camino, comencé a escuchar la música y las voces de los demás invitados.

Al llegar y a primera vista, no reconocí absolutamente a nadie. Como es obvio, todo el mundo iba disfrazado. Me quedé de pie, quieta y sin acercarme a nadie. Tampoco nadie pareció darse cuenta de mi presencia y eso que era una de las pocas fácilmente reconocibles.

Al igual que el año pasado, iba disfrazada de la arqueóloga June Moone (Escuadrón Suicida). El disfraz estaba chupado de hacer: era como ir a clase (pantalones vaqueros largos, suéter y botas) añadiéndole un casco con linterna, unos guantes y un arnés. El fallo principal consistía en que todo el mundo decía que iba de montañera.

Además de su sencillez, el otro motivo para elegir aquel disfraz el año pasado fue que Andrea podría ir de Enchantress. No obstante, en el último momento, se disfrazó de Harley Quinn ya que Christian iba de Joker. Me fastidió mucho pero, al final, lo terminé pasando por alto… como siempre.

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Seguía de pie, fijándome en cada disfraz, en busca de Andrea. Le había preguntado por Whatsapp de que iría pero no me lo dijo. “Si lo quieres saber, tendrás que venir a la fiesta” fueron sus palabras exactas.

Pues allí estaba. Por desgracia, reconocí antes a Christian, disfrazado de presidiario. “Pues vaya…” pensé. Parecía que, con su disfraz, se burlaba de la amenaza de mi padre acerca de la Guardia Civil. Y hablando de la autoridad… por fin identifiqué a Andrea. Era la “chica-policía” que no paraba de bailar (frotarse) con Christian, primero, y liarse con él, después.

Ver aquello fue como sentir el peor dolor de ovarios, en el peor día, de la peor regla que se puede sufrir. Sin embargo, lo realmente hiriente fueron las constantes mentiras de Andrea durante esa semana. Desde el lunes, circulaba por el instituto el rumor de que ella y Christian se habían “liado” (follado), el sábado anterior en la fiesta de cumpleaños del chico. Se lo pregunté directamente a Andrea varias veces y, en todas, me lo negó.

El verlos allí, liándose delante de todo el mundo, sin esconderse, me confirmó el rumor. “Era una… una…”. Incluso en ese momento, los años de amistad con ella me impedían insultarla, aunque solamente fuera en mi mente.

Ni ellos, ni ningún otro invitado, se habían percatado todavía de mi presencia salvo un chico vestido de oso situado al lado de la mesa de las bebidas y aperitivos.

“Si me voy ahora… es como si nunca hubiera estado aquí”. Sin pensarlo más, empecé a recorrer de vuelta el camino lateral hacia la parte delantera del chalet. Por desgracia, el “chico-oso” fue detrás de mí.

-          ¡Eh!... ¡eh!... ¡¡¡EH!!!... ¡¡¡DANIELA!!!

No le hice caso y comencé casi a correr. Ya estaba delante del chalet, me faltaban unos cuantos metros para salir por la verja abierta cuando noté como una de sus manos se cernió sobre uno de mis hombros. No me dejó seguir avanzando y yo me di la vuelta para deshacerme de él. Al hacerlo, caí en la cuenta de que era Migui.

-          Oh, Migui, eres tú.

-          ¡Claro que soy yo, tonta!

-          Perdona. No te había reconocido.

-          No pasa nada. No contaba contigo en esta fiesta. Al final, has decidido venir…

-          Pues sí, pero viendo el “ambiente”, prefiero marcharme ya…

-          Entiendo.

En ese momento, no vi a Migui como siempre, es decir, como el mejor amigo de Christian. Lo vi como el mejor amigo de Andrea. Una Andrea por la que estaba “pillado” desde hacía varios años, pero quien se la terminaba ligando (y follando) era su mejor amigo Christian. Ese “descubrimiento” hizo que no pudiera más y estallara con él.

-          Mmm, Migui, ¿puedo hacerte una pregunta personal?

-          Pues… venga. Dime.

-          ¿Tú cómo lo aguantas?

-          Aguantar… ¿lo qué?

-          Migui que nos conocemos. ¿Cómo aguantas lo de Andrea y Christian?

-          Ah... “eso”… pues… perdona si sueno derrotista pero “es lo que toca”…

Al escuchar esa respuesta, se hizo la luz en mi cabeza. Las mentiras de Andrea, la insistencia en que fuera a aquella fiesta para verla liándose con mi exnovio sin ninguna vergüenza y esa actitud de Migui hicieron que un fuerte sentimiento de venganza se adueñara de mi juicio.

Mi vista se desvió hacia el porche del chalet. No estaba Felipe. Bien. “Venganza en marcha”…

-          Migui, quiero que me acompañes…

-          Acompañarte… ¿dónde?

-          Ya lo verás, ¡vamos!

Le ofrecí mi mano. Él dudó un instante pero terminó por aceptármela. Así, de la mano, nos dirigimos hacia las escaleras de entrada al chalet. La puerta principal estaba abierta. Antes de que Felipe, Pilar o la chica cubana nos descubrieran, subimos por las escaleras de acceso al primer piso. Llegados al mismo, opté por lo más fácil y sencillo: la puerta más cercana desde nuestra posición.

Había estado varias veces en el chalet del padre de Christian. El primer piso estaba compuesto por nada menos que siete estancias: el dormitorio del padre (y su baño contiguo), la habitación de Christian (y su baño contiguo), el dormitorio de Felipe y Pilar, el cuarto de la chica cubana y, por último, un baño común para todos.

Fue en ese baño en el que entré con Migui. Comprobé que nadie nos había visto y cerré la puerta, echando el pestillo. Me giré sobre mí misma para encontrar la cara de total desconcierto de Migui.

Aquella era la primera vez que la “venganza” se adueñaba de mi capacidad de razonamiento y, por extensión, de cada músculo de mi cuerpo. De ese modo, me vi incapaz de reprimir el “speech” que le solté al chico del pelo verde.

-          Te preguntarás el porqué te he traído hasta aquí. Tranquilo, te lo voy explicar. Ver hace un rato cómo Andrea y Christian se estaban liando y las mentiras que me ha dicho ella durante toda esta semana, han sido la gota que ha colmado el vaso. Y creo que tú estás en la misma situación que yo o, por lo menos, en una muy parecida. ¿Quieres probar lo que siente jodiéndolos como ellos hacen con nosotros?

A la cara de desconcierto de Migui se le sumó su boca abierta de asombro. Era comprensible. Ni él, ni yo misma, me había oído hablar de esa forma nunca: decidida, enérgica e impetuosa. Así, solamente alcanzó a decir un par de palabras trabadas:

-          De-de acue-acuerdo

-          Bien… Quítate el mono.

-          ¿Cómo?

-          Que-te-vayas-quitando-el-mono…

-          Mmm…

-          ¿Qué pasa, Migui?, no me dirás ahora que sólo quieres que te la chupe Andrea, ¿no?

-          ¿Me-me la vas chu-chupar?

-          ¡Claro! ¿Por qué entonces te pediría que te quitases el mono?

Se notaba la reputación de mojigata que tenía en el instituto. Ni habiéndole mandado quitarse el disfraz, Migui pensaba que le iba hacer algo sexual. Eso explicó cómo el chico transformó su cara de confusión en una cara de inmensa alegría en pocos segundos.

Se quitó la capucha de oso para luego comenzar a bajarse la larga cremallera delantera del mono. Yo, mientras tanto, estaba intentado decidir la mejor colocación para chupársela: él sentado en el inodoro y yo de rodillas o él de pie y yo sentada en el inodoro. Mi comodidad prevaleció e hizo que me decantase por la segunda opción.

-          Ya-ya estoy, ¿dónde me pongo?

-          Puesss… tú te quedas de pie y sólo te preocupas de pasarlo bien. El resto es cosa mía.

Migui iba ligero. Bajándose la cremallera del disfraz descubrí que lo único que llevaba por debajo del mismo era un slip. “Menos complicación” pensé. Me quité el casco, dejándolo en el bidé, bajé la tapa del inodoro y me senté encima. La venganza seguía “al mando” en mi cabeza pero eso no impidió que, antes de empezar, le recordara un par de normas muy básicas a Migui sobre lo que íbamos hacer.

-          Bien, Migui, un par de cosas antes de empezar. Primero: las manos quietas. Mi cabeza no se toca en ningún momento y para nada. Segundo: si notas que te vas a correr, me avisas. En serio, me avisas.

-          Sí-sí-sí, vale-vale-vale…

Las normas las había pensado sobre la marcha, acordándome de la desagradable experiencia con Christian.

-          Bien. Vamos allá. Acércate hasta mí…

Sentada encima de la tapa del inodoro, abrí las piernas para que Migui se colocara de pie entre ellas. Él avanzó hasta mí con el mono quitado de cintura para arriba y con el slip todavía puesto. En un rápido movimiento, se lo bajé hasta las rodillas. Me encontré una polla en medio del proceso de erección. Con decisión (Daniela sensata 1%), alcé la mano derecha y se la agarré. Empecé a masturbarle muy lentamente hasta que su polla quedó totalmente erecta delante de mi cara.

El olor que desprendía su glande me asqueaba (Daniela sensata 15%) pero el sentimiento de venganza aún me dominaba. De esa manera, abrí la boca, saqué la lengua y, como con un cucurucho de helado en verano, empecé a lamer. Migui cerró los ojos, abrió la boca y llevó sus manos a mis hombros.

-          En la cabeza no, ¿eh, Migui?

-          Sí-sí-sí, tú no pares, por favor…

Confié en su palabra y seguí lamiendo. Sin embargo, había sido un error empezar directamente con el glande (Daniela sensata 30%).

-          Métela en tu boca… métela…

El deseo de venganza quiso complacer a Migui y me metí todo su glande en la boca. Ya dentro, no paré de mover la lengua para no tener tiempo de degustar el desagradable sabor de su glande (Daniela sensata 49%).

La sensación de venganza cada vez era menos intensa y mi sensatez iba ganando más y más terreno. Ya estaba previendo que no conseguiría que Migui se corriese gracias a mi mamada. Pero me equivocaba…

-          Sigue… Dani, sigue… oh… oh… joder… no puedo más… no puedo más… aahh… aahh… aahh… aahh… aahh… aahh…

En pleno “centrifugado”, noté como expulsaba uno, dos y hasta tres chorros de semen antes de poder quitarme su polla de la boca. Mientras los escupía en la pila del lavabo, su miembro siguió expulsando chorros de forma automática, sin tocarlo, por el baño: en el depósito del agua del váter, en la mampara de la ducha y en el suelo cerca de la escobilla del váter.

Intentaba no vomitar mientras acababa de escupir todo el semen de mi boca. Acto seguido, abrí el grifo y empecé a enjaguarme con agua varias veces. “Migui se ha corrido dentro de mi boca”. No sabía si aquello iba a poner celosa a Andrea o a joder a Christian. Lo único que sabía, en ese momento, era que estaba muy enfadada con Migui (Daniela sensata 99%).

-          Migui, te dije que cuando te fueras a correr me avisaras, joder…

-           Lo siento, Daniela, lo siento mucho…

-          Eso no me vale…

Migui estaba limpiando, con papel higiénico, los sitios que había manchado de semen. En cuanto acabó, se fijó en mí y se quedó con una cara de gran culpabilidad.

-          De verdad, Dani, no lo hice a propósito…

(Daniela sensata 100%: “¡lárgate de ahí!”). Desaparecido todo rastro de venganza de mi mente, dejé a Migui con la palabra en la boca, fui a la puerta del baño, la abrí, salí y empecé a bajar las escaleras hacia la planta baja. Al llegar, oí voces a mi izquierda, en el comedor. Rápidamente, di unos cuantos pasos hasta la puerta principal del chalet y salí por ella.

Bajé las escaleras del porche, pasé por delante del coche nuevo de Chris, de la moto de Migui y traspasé la verja, todavía abierta, del chalet. En ese momento, me quedé parada. No tenía medio de transporte en el que volver al pueblo. La distancia que separaba el chalet del pueblo era de un par de minutos en coche, autobús, taxi o moto; pero andando aún era bastante “paliza”. Sin embargo, el enfado hizo que me decidiera por esa última opción. Además, el camino de vuelta al pueblo era cuesta abajo. Empecé a dejar atrás el chalet cuando volví a oír a Migui a mi espalda.

-          Daniela… Daniela… ¡DANIELA!

-          ¿Qué quieres ahora, Migui?

-          Volver a disculparme y, si quieres, llevarte a casa. Seguro que si te pones esto, cuela…

Esbozando media sonrisa, estiró un brazo con mi casco del disfraz en su mano. Me lo había olvidado en el baño. Se lo cogí y acabé aceptando su propuesta.

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Migui apagó el motor de su moto delante del portal de mi edificio. En el corto trayecto de vuelta, me había dado tiempo a pensar que toda aquella situación con él, empezó por haberme dejado llevar por la venganza. Una venganza que no era nada propia de mí y que, al final, no condujo a ningún sitio. Migui, abatido, volvió a disculparse de nuevo.

-          Dani, me gustaría que no me odiaras por lo de antes. No lo hice a propósito…

-          No pasa nada, Migui, te perdono… pero con una condición.

-          ¿Cuál?

-          Que me prometas que lo que ha pasado en el baño no se lo vas decir a nadie: ni a Christian, ni a Andrea, ni a nadie de nadie, nunca.

-          Sí, lo prometo. En serio, lo prometo.

-          Gracias.

La conversación pudo acabar ahí pero, sin darse cuenta, Migui añadió una coletilla fatal.

-          La verdad es que yo nunca he tenido el valor para reaccionar de la manera en la que lo has hecho tú con el “asunto” de Andrea y Christian. Aunque también es verdad que Andrea nunca se ha follado a Christian mientras era mi novia… porque nunca lo ha sido. En cambio sí que se estuvo follando a Christian mientras tú y él… Bueno, me voy. Gracias.

-          Espera, espera, espera, ¿qué has dicho?

-          Nada, que gracias por perdonarme.

-          No, no, no, Migui, lo de antes.

-          ¿Lo de antes?

-          ¡¡¡MIGUI!!!

-          Dani… yo… joder…

-          Migui, dímelo, YA.

-          Bueno. Vale. Como… como tú no querías acostarte con Christian cuando erais novios… él… él se acabó cansando y se acostó con Andrea una vez y luego otra y otra y otra y otra…

-          ¿Desde cuándo?, si puede saberse.

-          Dani…

-          Migui…

-          Desde noviembre. Desde que tú le rechazaste por tu cumple… ¡eh!... ¡Daniela!... ¡Da…!

No pude decir nada más. No pude escuchar nada más. De aquel momento, sólo recuerdo mis ojos llenos de lágrimas. Unas lágrimas que se desbordaron enseguida y que empezaron a mojar mis mejillas.

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Entré en mi habitación llena de un torbellino de emociones. Todas negativas. Rabia, tristeza, enfado, desánimo, odio, dolor, furia, indignación… Todas ellas provocadas por una misma persona: Andrea.

No pude más y, reuniendo todas las emociones agresivas, fui hasta una de las estanterías, cogí la figura de Olaf (el muñeco de nieve de “Frozen”) que me había regalado Andrea y la estampé contra el suelo, rompiéndola en varios pedazos.

Las emociones más sensibles desbancaron del “poder” a las agresivas haciendo que me tirase encima de la cama para volver a empezar a llorar. Me notaba confusa y perdida. Andrea era mi mejor y única amiga. Perdiéndola me quedaría sola… completa… y absolutamente… sola…

Desde la cama, me fijé en los trozos rotos. Había algo en el suelo, entre ellos, que no era un trozo de la figura y, elevando el misterio, estaba recubierto de plástico. Me senté en la cama, secándome con las manos las mejillas húmedas por las lágrimas. Me froté los ojos y contemplé mejor el objeto desconocido. Era negro y pequeño. El plástico que lo rodeaba impedía saber más detalles.

La curiosidad me venció y me levanté de la cama. Fui hasta él, lo cogí y lo desenvolví. Era un pendrive negro. Aquello me extrañó mucho. Andrea no había comprado la figura, la había hecho de forma manual con escayola para luego pintarla. Si ese pendrive estaba allí dentro, era porque lo había metido ella a propósito.

A pesar de los sentimientos negativos hacia Andrea, fui hasta el escritorio y encendí el portátil. Con mi sesión iniciada, metí el pendrive en el puerto correspondiente. La carpeta se abrió automáticamente descubriendo un único archivo dentro de ella. Concretamente, un archivo de video.

Cada vez, me parecía más extraño todo. Leí el nombre del archivo para ver si me podía dar alguna pista de lo que contenía sin tener que abrirlo. El nombre era: “Para Anna 5-4-14”.

“Para Anna…”. “Frozen” era, tanto para mí como para Andrea, nuestra película favorita desde que la habíamos visto por primera en el cine por mi 12º cumpleaños. Después de verla, aún la fuimos a ver un par de veces más en pantalla grande. En el tercer visionado, nos dimos cuenta de que cada una nos parecíamos, tanto el aspecto físico como en la personalidad, a cada una de las dos protagonistas. Elsa era Andrea. Yo era Anna.

“… 5-4-14”. Los números no me sonaban para nada pero al estar separados de esa manera, no fue difícil encontrarles el significado que seguramente guardaban: 5 de abril de 2014.  Esa fecha era un mes después de que Andrea cumpliera los 13 años y cuando ambas estábamos en el primer curso de la ESO.

No quería abrir el archivo, así que puse el ratón encima suya, le di al botón derecho y cliqueé en “propiedades”. Duración: 01:22:14. “¿Era la película descargada?”. Me volvió a vencer la curiosidad y di un doble clic al archivo. Desde luego aquello no era Frozen. Parecía un video hecho con una cámara digital. En una de las esquinas estaba la fecha y la hora: 5 de abril de 2014, 23:03 pm.

Después de un par de minutos de imágenes rápidas y borrosas, apareció delante de la cámara la cara de Andrea. Se deducía que la estaba colocando en un lugar alto, probablemente una estantería. En cuanto acabó, se quitó del objetivo y pude comprobar que la cámara apuntaba directamente a la cama de la habitación de su casa.

¿Iba a ponerse a bailar?, ¿haría un striptease quitándose la ropa?, ¿empezaría  a masturbarse? Ninguna de las tres. Lo que hizo realmente me dejó muy intrigada. Encendió una lámpara pequeña al lado de su cama, apagó la grande del cuarto, se metió en la cama y apagó la luz de la lámpara pequeña. No entendía absolutamente nada.

La cámara seguía grabando pero apenas se veía algo por la falta de luz. Soporté así varios minutos hasta que me cansé y empecé a utilizar la opción de adelantar diez segundos del reproductor de video del portátil.

23:11… 23:13… 23:15… 23:17… Ahí no pasaba nada. Me impacientaba. 23:19… 23:21… 23:23… 23:25… 23:27… 23:29… 23:31… 23:33… 23:35… 23:37…

Me había pasado de tiempo. Retrocedí hasta las 23:34 pm y puse toda mi atención a lo que captaba la cámara. La puerta se abría iluminando un instante la habitación y volvía a cerrarse. Había entrado alguien. La luz de la lámpara pequeña se volvió a encender y a los pies de la cama apareció, sentada, la figura de un hombre.

Aquel hombre alargó uno de sus brazos y, con él, movió el cuerpo de Andrea como queriendo despertarla. Ella reaccionó al instante, medio incorporándose y diciendo:“prefiero que enciendas la luz grande”. El hombre se levantó de inmediato, fue hasta la puerta y la luz de la habitación volvió. Fijándome un poco, comprobé que el hombre era Toño… ¡el padre de Andrea!

La chica apagó la luz de la lámpara pequeña, salió de la cama y se quedó de pie, sin moverse, pareciendo un soldado en posición de “firme”. Lo que vi a partir de ahí todavía lo tengo guardado en mi memoria aunque, en muchas ocasiones, he querido poder olvidarlo.

Toño avanzó hacia ella, llegando a escasos centímetros suya y, mandándole levantar los brazos, le quitó la parte de arriba del pijama, dejándola con los pechos al aire. Tiró la prenda al suelo y empezó a tocárselos con ambas manos. Andrea bajó sus brazos y se mantuvo quieta y callada. No hacía nada para impedírselo.

Toño se agachó un poco para pasar la boca y la lengua por sus senos. En ese instante, fue cuando noté cómo Andrea miraba directamente para la cámara. La chica la había puesto allí a propósito para grabar la escena. Lo que creía saber de la vida de Andrea, se me estaba derrumbando en aquel momento. Primero, con lo de Christian a mis espaldas y segundo y muchísimo más grave, con esa conducta por parte de su padre.

Después de un buen rato sobando el busto de su hija, al mismo tiempo que le decía unas frases realmente asquerosas, Toño se quitó la camiseta y se bajó los pantalones y calzoncillos, quedándose completamente desnudo. Puso sus manos en los hombros de Andrea y obligó a la chica a ponerse de rodillas para que le practicara una felación. Mi amiga seguía sin quejarse, ni resistirse. Era como una muñeca de trapo…

Cuando Andrea se metió el pene de su padre en la boca, tuve que pausar el video. Me encontraba mal y muy mareada. Sin poderlo evitar, cogí la papelera de mi habitación y vomité en ella. Aquello no era un video pornográfico con actores profesionales, ni un video amateur de parejas o gente de edades parecidas haciéndolo libremente. Era una grabación de un adulto de 40-50 años abusando (“sí, Daniela, ese es el término correcto”) de su hija menor de edad. “Joder, Andrea, ¿cómo no me dijiste nada?”.

Aún por encima, me di cuenta de que ese archivo de video había estado casi cuatro años guardado en el pendrive y ese pendrive metido en la figura de Olaf que Andrea me había regalado en el mismo mes (abril) de aquel mismo año (2014). Si no llego a romper la figura, no habría descubierto jamás la grabación.

Me limpié la boca con la manga del suéter. Tenía que acabar de ver el video por muy duro que fuese. Si no lo hacía en ese momento, no me iba a atrever nunca. Con el estómago revuelto, cliqueé de nuevo para seguir.

A los pocos segundos, se me ocurrió que podía volver utilizar la opción del adelantamiento. De ese modo, pasé el video de diez en diez segundos. Andrea haciéndole de rodillas una felación al cabrón de su padre… Toño no aguantando de pie y teniéndose que sentar en la cama para que su hija le siguiera haciendo la mamada de rodillas… Andrea tumbándose en la cama mientras Toño le lamía la vagina… Toño metiéndole (“¿¡SIN CONDÓN!?”) el pene en la vagina…

                                                       

Ese video era lo más asqueroso que había visto en mi vida. Ver a tu mejor amiga, menor de edad, estar siendo abusada por el hijo de puta de su padre… Además, Andrea no se resistía. Toño la debía de tener bien coaccionada… Puto cerdo…

El video estaba entrando en su parte final. La hora interna de la cámara marcaba las 00:14 am cuando Toño empezó a gritar de gusto (“¿¡se estaba corriendo dentro de su hija sin condón!?”).

Volvió el silencio y Toño se levantó de encima de Andrea, se bajó de la cama, se puso los calzoncillos, cogió su camiseta y pantalón y, sin decirle nada a su hija, salió de la habitación (“¿¡la había dejado embarazada!?”).

Andrea se quedó quieta como una estatua unos cuantos minutos en la posición en la que estuvo durante toda la penetración. De pronto, se incorporó y fue hasta la estantería donde estaba la cámara. Después de más de una hora de grabación, la cámara cambió de objetivo. Andrea se volvió a tumbar en la cama de la misma manera en la que estaba y enfocó su cara.

-          Me llamo Andrea Pérez Pereira y lo que se ve en esta grabación ha sido realizado contra mi voluntad. Una grabación que he podido conseguir gracias a esta cámara digital, regalo de cumpleaños de mi amiga Daniela. Lo que hace mi padre conmigo lleva sucediendo, con la complicidad de mi madre, desde el verano pasado, el de 2013. Espero que esta prueba sirva para que mi padre deje de violarme y no tener que recurrir a la policía. Por último y para que se vea la realidad de lo que estoy confesando, voy a grabar esto

Andrea dejó de enfocarse la cara y llevó la cámara hasta su entrepierna. Allí, se vio, durante unos segundos hasta que paró de grabar, cómo su vagina expulsaba un líquido espeso y blanco…

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Esa última imagen hizo que cogiera el pendrive, lo arrancara directamente del puerto del portátil (primera vez en la vida que lo hacía así) y me fuera directa al baño, para meter la cabeza en el váter y no parar de vomitar. Ver aquel video había sido un millón de veces peor que haber aguantado unos cuantos segundos el semen de Migui en la boca.

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