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Secretos de pueblo (9/16). Christian.

en Grandes Series

Secretos de pueblo (9/16). Christian. Hidalgos y empleadas.

 

Las personas, descripciones, hechos y localidades de este relato son pura ficción y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… o no.

Camila se situó entre la cama y el escritorio y empezó a mover su cuerpo delante de mí de forma sensual. “Menudo cuerpo gastaba la Cami”.

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Miércoles, 24 de enero de 2018.

 

14: 04 pm. Centro de Salud de Roble. Consulta de Brais García Vidal.

-           ¿Ha sospechado algo en algún momento?

-          Creo que no pero cualquier frotis de saliva queda raro.

-          ¿Por qué?

-        Porque en España lo que se requiere para una analítica normal es una muestra de sangre o de orina. Lo de la saliva queda para CSI, Bones, Castle, Mentes Criminales y el resto de series yanquis.

-          ¿¡Le dijiste que era para un análisis!?

-          ¿Estás loco? Claro que no. Tuve que inventarme una verdadera tontería para frotarle las mejillas por dentro.

-          ¿Y esa tontería fue…?

-        Aprovechando su gripe, le pregunté si le dolía la cara interna de las mejillas al presionárselas con bastoncillos. Luego, para disimular, le presioné también las mejillas por fuera, la frente, la garganta, el pecho y la espalda.

-          Muy bien, Brais. De todos modos, no creo que piense nada diferente al hecho de  que esos bastoncillos hayan acabado en la basura. Aquí tienes lo tuyo.

-          Sí, sí, ha salido bien pero es la primera y última vez que hago algo así. Podrían retirarme la licencia si se descubre. ¿Está todo o lo cuento?

-          Si te fías de mí, no hace falta. 800 euros en total. Guárdalo en metálico hasta que hagas los pagos del alquiler de enero y febrero.

Alguien llamó a la puerta de la consulta con los nudillos. Antes de que el joven médico de cabecera García Vidal pudiera responder algo, una mujer abrió la puerta y se asomó.

-          ¿Brais, estás listo para ir a co… mer? ¡Ah! Hola, Ricardo.

-          ¿Cómo estás, Esther? Espero que lo que te dejé encargado antes de irme ya esté solucionado.

-          No-no sabía que fuera tan-tan urgente… es-esta tarde lo-lo termino de resolver…

El silencio se adueñó del interior de la consulta hasta que el médico de cabecera lo rompió.

-          ¿Os… conocéis?

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Viernes, 2 de febrero de 2018.

 

17:19 pm. Exterior del piso de los padres de Daniela.

Me encontraba sentado, tirado en realidad, en el suelo del rellano. Era una suerte que ese edificio sólo tuviera un piso por planta. Así, no me preocupaba lo más mínimo ser pillado de la forma en la que estaba: vestido únicamente de cintura para abajo y con la mano izquierda apretando un paño de cocina contra la herida sangrante de mi cabeza.

Un paño. Un-puto-paño. Lo único que la zorra de Daniela me había dado para detener la hemorragia. Completando esa mierda de primeros auxilios, el cabrón de su padre me mandó levantarme, salir del piso y, una vez fuera, comenzó a arrojarme las prendas de ropa que no llevaba puestas para después, cerrar la puerta sin ningún miramiento.

En esos momentos, mi cabeza era una coctelera que juntaba diferentes estados de ánimo. De primeras, estaba furioso y vengativo. Emociones que debía reprimir para no actuar en caliente. Precisamente caliente, junto a excitado y cachondo; eran las sensaciones que me pedían a gritos quedar con Andrea y desahogarme con ella. Por último, me sentía como un completo idiota y gilipollas. Casi cuatro meses haciendo el canelo con Daniela para nada. Ni sexo, ni mamadas, ni dedos… ¡ni tampoco ver o tocar sus peras!

Me había quedado con las ganas de desvirgarla y de realizar mi ansiado trío. Aunque comprobando lo estrecha que era, ni de coña hubiera aceptado esa propuesta sexual. Ahora que lo pensaba… ¡qué diferencia entre madre e hija!

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Viernes, 23 de junio de 2017.

Los putos hielos. Migui era mi mejor colega pero a veces pensaba que era retrasado. Siempre pidiendo ocuparse del alcohol para fardar de poder conseguirlo siendo menor de edad y cagándola al no acordarse de los putos hielos. Encima no tenía ningún mérito porque, realmente, era su hermano mayor de edad, Manuel, quien lo compraba.

El panorama se estaba poniendo “cojonudo”: día de San Juan, ocho y pico de la tarde, con un montón de bebida y sin hielos. Para colmo, nadie del grupo llevaba pasta encima. Yo tampoco tenía en el piso. En el chalet fijo que había pero ni de broma daba tiempo a ir, coger la pasta, volver y comprar los hielos. Migui iba a sacar el hielo de las neveras de la funeraria donde trabajaba su hermano… “¡Pedazo de gilipollas!”.

De pronto, se me ocurrió una idea. No llevaba pasta encima pero sí las llaves y, entre ellas, estaban las de las oficinas de la constructora de mi viejo. Siempre guardaba un poco de pasta en los cajones de su escritorio.

-          Migui, llévame en tu moto a un sitio.

-          ¿Al chalet? No da tiempo de ir y volver, Chris.

-          ¡No es al chalet! Mira… si te quieres mamar esta noche, coge la moto, llévame al sitio que te diga y deja de tocarme los cojones.

Cinco minutos después, estaba entrando en las oficinas con Migui esperando a media calle de allí. Era lo suficientemente listo como para allanar un negocio y no dejar a mi cómplice justo delante de la puerta del mismo.

Estaba todo oscuro. No se oía nada. El despacho estaba en la primera planta, así que subí por las escaleras de forma rápida pero silenciosa. Vislumbré el despacho al final del todo pero, cuando me estaba acercando, vi la luz de la mesa encendida. Me agaché delante del escritorio de Esther, la secretaria, para esperar si alguien salía pero nada. “¿Se la habrían dejado encendida?”.

A gatas, rodeé el escritorio y me acerqué a la pared del despacho. Uno, dos y tres. Me incorporé un poco hasta poder ver el interior a través de la cristalera. Lo que estaba pasando allí dentro me dejó… me dejó… ¡cachondo para lo que quedaba de año!

“¡Qué hijo puta, Ricardo!”. Mi viejo estaba sentado en su sillón con una mujer que no paraba de botar encima de su polla. La mujer no estaba nada mal: madurita, pelo negro, piel morena y cuerpo macizo sin aparentar estar pasado de peso. La manera en la que sus peras subían y bajaban en cada bote resultaba hipnótica. “Joder Ricardo, así también trabajaría yo”.

El claxon de una moto desde la calle me hizo recordar qué era lo que hacía allí. Volví a agacharme para pensar cómo actuar. Necesitaba la pasta para los hielos. Aunque no hubiera en los cajones de su mesa, seguro que mi viejo llevaba la cartera encima. “¿Me atrevería a entrar?”

Volví a incorporarme un poco para seguir espiando. “¡Se lo estaban pasando de puta madre!”. La mujer no se cansaba de follar. Pedazo milf estaba hecha. Pero… no… sí… sí, que era… ¡¡¡NO ME JODAS!!! La mujer era una auténtica milf: ¡era la madre de Daniela, la mejor amiga de Andrea! Joder, joder, joder.

“¿Quién pensaría viendo follar a la madre que su hija adolescente aún era virgen?”.

Esa misma noche, había quedado tanto con Andrea como con Daniela, junto a otra gente del instituto, para terminar públicamente mi “relación” con la primera. Después, dejaría pasar el verano y, a partir de septiembre, me ligaría a Daniela, la desvirgaría y, con un poco de suerte, acabaría haciendo un trío con las dos amigas.

Piiiii-piiiii-piiiiiiiiii. Miguel se iba a comer el puto claxon. Había decidido entrar y pillarlos. Sólo estaba esperando a que se me ocurriera un comentario sarcástico que poder decir justo al entrar en el despacho…

La vibración del iPhone me indicó que Miguel había perdido la paciencia.

-          A ver Christian tío, son las ocho y media pasadas…

-          Deja de presionarme y dame cinco minutos… no… no… escucha tú: cinco minutos y si no salgo por la puerta, puedes largarte.

Ya tenía el comentario listo. Me puse en pie delante de la puerta del despacho, giré el pomo y entré…

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“¿Haciendo horas extras?”. Siempre que recordaba el comentario, se me dibujaba automáticamente una sonrisa en la cara. Joder, había sido perfecto. Ella tapándose los pechos con los brazos y escondiéndose debajo del escritorio. Él levantándose del sillón con los ojos como platos mientras se subía los calzoncillos y pantalones. Y yo, no tardando ni dos minutos en conseguir la pasta para los hielos…

Para mi satisfacción personal, conseguí algo más que aquello. Ricardo sabía perfectamente que yo, enterado de ese asunto, era como una piedra en el zapato. Al día siguiente, ya me había convocado en su despacho del chalet pero preguntarme qué quería a cambio de mi silencio. La respuesta la tenía pensada desde hacía mucho tiempo: un coche como regalo por mi 18º cumpleaños. Para mi auténtica sorpresa, aceptó a la primera solamente poniendo una condición: el precio. De ese modo, desde el día siguiente, ya me encontraba buscando por las webs de concesionarios un coche que valiera como máximo 18.999 euros.

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17:46 pm. Exterior del piso de los padres de Daniela.

El paño que absorbía la sangre que emanaba de la herida de mi cabeza estaba completamente empapado. En ese momento, me juré a mí mismo que tanto Daniela como sus padres se iban a acordar de ese día. Tarde o temprano… se acordarían.

En un acto de ira instantánea y ya teniendo sustituto, lancé el paño contra la puerta del piso. Se quedó pegado unos segundos para luego caer en el felpudo, dejando una mancha sanguinolenta en la madera barnizada. “¡Que se jodan y lo limpien!”.

De forma rápida, atrapé uno de mis calcetines, metí la mano izquierda por dentro y, con él, volví a taponar la herida de mi cabeza. Las ganas de llamar a Andrea y desahogarme con ella se estaban viendo reducidas por la prudencia de curar bien esa herida. Además, al día siguiente era mi fiesta de cumpleaños en el piso. Tenía que ocuparme de los aperitivos, del alcohol, de llevar la play 4 y de estar en buen estado físico para follarme a la rubia de ojos azules. Decidido: al chalet. Cogí el iPhone.

-          ¿Felipe?

-          No, señor. Soy Pilar.

-          ¿Pilar?, ¿dónde está Felipe?

-          Ahora mismo no puede ponerse al teléfono. Está conduciendo. Vamos de camino al supermercado con Camila para hacer la compra semanal.

“Camila…”.

-          ¿Precisa alguna cosa?

-          Sí. Dile de mi parte que, cuando lleguéis, venga a buscarme al portal del edificio de Daniela Blanco.

-          Pero, señor: ¿no puede esperar a que acabemos las compras?

-          No, Pilar, no. Esto es una urgencia. En cuanto lleguéis que Felipe me venga a recoger.

-          De acuerdo, señor. Adiós.

Colgué sin despedirme. Felipe no podía tardar mucho y yo estaba a medio vestir.

Ponerse prendas de ropa herido y sólo pudiendo utilizar una mano fue una tarea bastante fastidiosa. Aún por encima, debía ir con cuidado para no acabar como uno de esos supervivientes de películas de terror: manchado de sangre de arriba a abajo.

Zapatilla derecha a pie derecho. Zapatilla izquierda a pie izquierdo. El otro calcetín al bolsillo izquierdo del pantalón y el iPhone al derecho. Camiseta: primero la cabeza, luego el brazo derecho y, por último, el brazo izquierdo. Comprobé como la manga izquierda quedó manchada de sangre pero no me importó. Ya estaba vestido. Me levanté con cierta dificultad, recogí la chaqueta del suelo, volví a mirar con odio la puerta de aquel piso y me dirigí al ascensor.

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Siguiendo mis instrucciones, Felipe me dejó en la verja de entrada al chalet. No sé si me creyó o no cuando le dije que la herida de la cabeza me la había hecho al caerme por un tramo de las escaleras del edificio de Daniela. No obstante, era listo y tanto él como Pilar ya sabían cuando dejar de preguntar y qué tipo de sucesos no se le debían comentar a Ricardo, si el propio Ricardo no se daba cuenta de ellos.

Con el tiempo, me había ido enterando de que Felipe y Pilar eran una pareja de jóvenes del pueblo que empezaron a trabajar en el chalet cuando mi abuela paterna murió a mediados de los 80. Desde el principio, se trasladaron a vivir al chalet y, llegado el momento, se les permitió casarse. Lo que no entendía era la razón por la cual no habían tenidos hijos. No sabía si Pilar no podía tenerlos, si Felipe era estéril o si mi abuelo, Ricardo o ambos habían estipulado en el contrato de trabajo que no se les dejaba tener descendencia. A saber.

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Entré al chalet por la puerta principal y, sin querer esperar más tiempo, me fui directo al baño de la planta baja. Cerré la puerta y dejé la chaqueta, primero, y la camiseta, después, en el bidé. Llegué hasta la bañera y me deshice del calcetín empapado de sangre. Notaba el brazo izquierdo dormido y dolorido después de haberlo mantenido en la misma postura durante tanto rato.

Las gotas de sangre no tardaron en empezar a caer sobre la bañera. Harto de la puta sangre, abrí el grifo del agua caliente y, cuando ya salía templada, accioné la ducha y la coloqué encima de mi cabeza.

Miraba hacia abajo mientras mi mano derecha sujetaba la ducha. Parecía que estaba fabricando sangría en la bañera. Con el paso de los minutos, el agua empezó a recuperar su tono transparente. Tocaba buscar gasas, vendas, tiritas, esparadrapo y cualquier otro material para curas.

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18:39 pm. Mi habitación.

Acababa de mandarle a Migui por Whatsapp una foto de la “manita” que el Real Madrid (yo) le había endosado al Barcelona. No tardó en responderme con un mensaje compuesto por cinco emojis del corte de mangas.

Me recosté con cuidado en la cama de mi habitación dejando de lado el FIFA 18 y el mando inalámbrico de la Play 4. No era un gran enfermero pero había conseguido detener la hemorragia con un aparatoso vendaje por toda mi cabeza.

A pesar del alivio que suponía dejar de sangrar, me estaba desesperando. Felipe, Pilar y Camila todavía no habían vuelto de hacer la compra. Desde que salió el nombre de Camila en la conversación telefónica con Pilar, tenía a la sustituta de Andrea. Una sustituta que satisficiera mis necesidades físicas de aquella tarde. Parecía mentira que no se me hubiera ocurrido antes esa posibilidad…

Ricardo era muy listo. Dos años después de que mi madre nos abandonara y un año después de que el abuelo (su padre) muriese, empezó a contratar empleadas para el chalet. Oficialmente, constituían una ayuda para Pilar y Felipe. Extraoficialmente, eran chicas con las que el viejo cubría sus apetitos sexuales.

Descubrí lo que pasaba cuando lo pillé, in fraganti, con Luciana, una chica colombiana. Era la tercera que pasaba por el chalet después de la venezolana Teresa y la brasileña Flavia. Poco antes de que terminara su contrato, Luciana fue la mujer con la que perdí la virginidad. Eso a espaldas del viejo, claro.

Fue con su sustituta, Martina, de origen argentino, con la que no paré de follar y aprender, al mismo tiempo, cómo follar: posturas, prácticas, zonas erógenas de la mujer… El pasado junio, Martina había acabado su contrato y, desde septiembre, una cubana llamada Camila ocupaba su puesto. 

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El ruido de la verja abriéndose me despertó. Me había quedado traspuesto en la cama. Fui hacia la ventana del baño de mi habitación, la cual daba a la parte delantera de la casa. El Audi conducido por Felipe había atravesado el hueco dejado por la verja al abrirse y estaba esperando a que la puerta del garaje se levantara por completo para meter el coche dentro. “Por fin”.

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Ese fin de semana, Ricardo estaba en Madrid. Tenía vía libre. Después de esperar un par de minutos, cogí el teléfono inalámbrico de mi habitación, pulsé el 1 (Cocina) y le di a la tecla de llamar:

-          ¿Pilar?

-          Sí, señor. ¿Quiere algo?

-          Dile a Camila que suba a mi habitación cuanto antes.

-          Muy bien, señor. ¿Algo más?

-          No, eso es todo.

Seguramente Pilar y Felipe ya estaban al corriente de lo que, tanto yo como Ricardo, hacíamos con las chicas. Al igual que la herida de la cabeza, el sexo que mantenía con Camila era otro asunto que ni Felipe, ni Pilar confesaban a Ricardo. Mi viejo para saberlo, tenía que darse cuenta él mismo.

Llamaron a la puerta de la habitación.

-          Adelante.

-          Buena tarde, señó. ¿Me llamó?

-          Sí. Entra y cierra la puerta pasando el cerrojo.

-          Sí, señó.

Camila era una cubana veinteañera de largo pelo liso negro, piel muy morena, ojos oscuros y labios gruesos. Poseía unas curvas bastante sugerentes que disimulaban su cuerpo compuesto por extremidades enormes (trasero, caderas, pechos y muslos), destacando, de entre todas ellas, su trasero. Yo siempre que la veía, mi mente proyectaba imágenes del cuerpo de Kim Kardashian (sin photoshop).

-          ¿Qué desea, señó?

-          Lo primero que dejes de decir señor. Llámame Christian.

-          Como quiera… Critian.

-          Y ahora… quiero que bailes un poco para mí.

La relación señor-criada, los señó y ese novedoso Critian habían conseguido ponerme la polla dura sin ni siquiera tocarme. Camila se situó entre la cama y el escritorio y empezó a mover su cuerpo delante de mí de forma sensual. “Menudo cuerpo gastaba la Cami”.

Después del trío de negaciones de Daniela en Navidad, Nochevieja y Reyes, le lancé una propuesta sexual a Camila sospechando que Ricardo ya se la había beneficiado. Al igual que a Luciana y a Martina, a Camila le bastaron las frases “Ricardo no se va a enterar” y “Felipe y Pilar no dirán nada”, para que aceptase chuparme la polla y dejar que la follase.

No bailaba muy bien pero me llegaba ver su cuerpo contoneándose...

-          Cami… ve quitándote la ropa… poco a poco… pero no pares de bailar.

Comenzó a quitarse la ropa. Las zapatillas, la camiseta, los leggins… Me estaba poniendo muy cachondo. Eso sí: admitía que se necesitaban tres Christian como mínimo, para follarla como merecía debido a su gran volumen corporal.

Tras la gran pérdida de sangre de las horas previas, no me encontraba al cien por cien. Por ello, no me apetecía realizar grandes esfuerzos, ni ponerme un condón. Quería una corrida rápida. Decidido. Mamada.

-          Quítate el sujetador y sigue moviéndote.

Ella se desabrochó el sujetador de color blanco y yo, al mismo tiempo, me levanté de la cama para quitarme los pantalones y calzoncillos. Se dio la vuelta bailando y vi sus pezones oscuros, casi negros. Estaban pidiendo a gritos mi lengua. Recordé la herida de mi cabeza y me resistí.

Me senté al borde de la cama, abriendo mis piernas y la mandé parar.

-          Suficiente, Cami. Acércate y ponte de rodillas. Ya sabes lo que quiero que hagas.

Camila, vestida únicamente con sus bragas blancas, vino hacia mí y se arrodilló entre mis piernas. Cogió mi polla con una mano y comenzó a besar mi glande. Estaba convencido de que, en alguna ocasión, podría correrme solamente con el roce de sus labios. “Joder, ¡qué labios!”.

Me medio tumbé en la cama observando como la chica se introducía mi polla, casi por completo, en la boca. Incluso a veces, podía notar la punta de mi glande tocando su campanilla. Ni con Luciana, ni con Martina, ni con Andrea, ni con cualquier otra, había sentido eso.

-          La lengua, Cami… mueve más la lengua… así, así… joder, que bien lo haces…

Contemplé durante unos cuantos segundos cómo chupaba mi rabo. Me convenció y me tumbé total y definitivamente en la cama con los ojos cerrados. “¡Qué bien lo hacía la muy guarra!”.

Estaba disfrutando de aquella “supermamada” pero intuía que no iba llegar a correrme. Además, comenzaba a marearme, haciendo que la excitación que sentía se estuviera reduciendo. Tenía que correrme lo antes posible aunque fuese masturbándome…

Me volví a incorporar, saqué mi polla de su boca y comencé a masturbarme con su cara delante. Llevaba todo el día queriendo vaciarme los huevos. Era el momento. Cami esperaba arrodillada, sin mover ninguna parte de su cuerpo y con cara de aburrida.

¿La verdad? No me importaba lo más mínimo su falta de implicación. Ser consciente de estar a punto de rociar con semen su cara me bastaba.

Y después de una poca agitación, la lefa comenzó a brotar…

“OH… OH… OH…”. El primer chorro, descontrolado, apenas le rozó el pelo a Camila y fue a parar a la alfombra de la habitación.

“Oh… oh… oh…”. El segundo chorro, certero, le llegó a la frente, nariz y una de sus mejillas.

“Oooohhhhh… joder… joder…”. El tercer chorro, sin presión, resbaló por mi glande y fue a parar a su barbilla.

El hecho de correrme era indescriptible: placer, euforia, adrenalina, electricidad, vida… Pura vida para el cuerpo y la mente. Sin ninguna duda, estaba enganchado a esa sensación…

Fueron segundos de maravillosa y tranquila paz… hasta que se desvaneció de una forma no prevista.

Toc, toc. Felipe o Pilar estaban llamando a la puerta. “¡Joder!”.

-          ¡UN MOMENTO!… ¿qué haces ahí parada?... ¡Vístete, joder!

Camila se levantó despacio y fue hacia el cuarto de baño contiguo para limpiarse.

Toc, toc, toc, toc.

-          Disculpe, señor. Necesito a Camila en la cocina.

“La vieja zorra de Pilar”. Estaría disfrutando desde el otro lado de la puerta sospechando que me había interrumpido el polvo con Camila.

-          Camila, YA-BAJA-AHORA… Vuelve-a-la-(puta)-cocina…

-          Como diga señor…

Me estaba encontrado realmente mal y no era porque Pilar supiera seguramente lo que estábamos haciendo yo y Camila. Me encontraba físicamente mal. Camila salió del baño y se quedo paralizada, mirándome. No sabía qué miraba hasta que sentí como un líquido me resbalaba desde la cabeza por la frente para terminar cayendo al suelo de mi habitación. Un líquido de color rojo oscuro. Me llevé la mano a las vendas para descubrirla luego toda llena de sangre.

“Estupendo” pensé irónicamente. “Necesito ir al Centro de Salud”.

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