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Secretos de pueblo (13/16). Ricardo.

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Secretos de pueblo (13/16). Ricardo. No sabes lo que tienes hasta que lo vas a perder.

Las personas, descripciones, hechos y localidades de este relato son pura ficción y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… o no.

Tenía unos días para convencer a Esther de que siguiera en la empresa y conmigo. Unos pocos días. Lo iba a conseguir fuera como fuera…

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Miércoles, 21 de febrero de 2018.

 

10:22 am. Oficinas de Hidalgo SA. Mi despacho.

Pídenos un techo y te devolvemos un hogar. Construcciones Hidalgo SA”.

Lo tenía, lo tenía, lo tenía. Taché “Pídenos” y “y te devolvemos”.

Si buscas un techo, te ofrecemos un hogar. Construcciones Hidalgo SA”.

“Sí… más suave… menos agresivo…”. Llamé a Esther por el interfono. Pasaron unos segundos, hasta que llamó a la puerta y se asomó por ella.

-          ¿Señor Hidalgo?

-          Toma. El nuevo eslogan modificado. Mándalo YA por fax al departamento de publicidad y marketing, a ver qué opinan.

-          Muy bien, señor. Ahora mismo.

Dicho eso, cerró la puerta. Antes de pensar en lo siguiente que debía de hacer, Esther volvió a llamar a la puerta.

-          Adelante.

-          Señor, me había olvidado de que llegó esto por mensajero hace casi una hora. Es de los Laboratorios… Cro-Cro-Cromoson…

-          ¿¡UNA HORA!?

-          Lo siento, señor. A primera hora estaba liada llamando clientes y lo recordé ahora.

-          No hay excusas que valgan, Esther. Y para la próxima, te limitas a entregar la carta, sobre, documento, fax o lo que sea sin cotillear quién lo envía, ¿de acuerdo?

-          Sí… señor.

Esther cerró dando un pequeño portazo. No me importó. Había estado esperando la información que contenía ese sobre casi un mes. Por fin, resolvería mis dudas y tendría una respuesta definitiva.

Estimado Señor HidalgoGracias por elegir Laboratorios Chromosomele agradecemos la confianza depositada en nuestra empresa… (“Cuánta palabrería… vamos al resultado”).

El perfil genético obtenido de la muestra bucal de Ricardo Hidalgo Fernández (sujeto A) coincide con el perfil genético obtenido de la muestra bucal del usuario 578-BV-2018 (sujeto B) en un 99,98%.

 

Se puede afirmar, con la seguridad de dicho porcentaje, que el sujeto A tiene un primer grado de parentesco con el sujeto B. La combinación más posible es padre-hija.

No me acuerdo del número de veces que leí aquellas frases impresas hasta que empecé a hacerme una idea de la relevancia que tenían. La siguiente duda que me surgía era: ¿Ana lo sabía?

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Viernes, 16 de marzo de 2018.

 

19:34 pm. Madrid. Hotel Aitana. Habitación de Ana.

-          Espera… Ana, espera…

-          ¿Qué?, ¿qué sucede, Ric?

-          Necesito cambiar de postura… date la vuelta…

Nunca me había pasado eso de perder la excitación en medio de un polvo... pero me estaba ocurriendo.

Era la primera escapada con Ana a Madrid después de descubrir que tenía una hija “secreta”. La hija de una madre que estaba delante de mí, esperando que la volviese a penetrar.

Avancé hacia ella y volví a meter mi polla en su agujero. No obstante, algo fallaba. Ya al llegar a la habitación, pasé de hacerle el tradicional cunnilingus inicial. Ana empezó a chupármela, consiguió que se me pusiera medio dura y nos pusimos a follar a horcajadas, ella sobre mí. No duró mucho la postura porque enseguida preferí cambiar al clásico misionero. Después de unos pocos minutos, tampoco me convenció y opté por la posición del perrito.

-          Sigue así, Ric… sigue así… no pares… no pares…

-          …

-          ¿Así, te gusta, Ric?... ¿te gusta?... ¿disfrutas más?...

“No, no y no”. No me gustaba, no disfrutaba y no conseguía sacarme de la cabeza ese “99,98%”. Lo que quería hacer realmente con Ana no era follarla, sino preguntarle si Daniela era mía o de Andrés…

Sobre la cama de la habitación del hotel, yo cada vez movía menos mis caderas para delante y para atrás mientras que Ana movía más su trasero en esas direcciones para seguir sintiendo cómo mi polla perforaba su coño.

Seguimos en esa dinámica hasta que mis continuos pensamientos sobre mi posible paternidad  hicieron que el vigor se esfumara. Así, mi miembro recreó el último viaje del Titanic: todo a pique. Ana notó mi gatillazo, paró de moverse y se giró para verme:

-          ¿Qué te pasa, Ricardo?

-           (“¿Daniela es mi hija?”). Lo siento… yo…

-          ¿Ya no te apetece follar conmigo?

-          (“No me apetece follar con la madre de mi posible hija”). No, no. No es eso. Es que estoy cansado… estas últimas semanas han sido duras y…

-          ¿Es por lo de Esther?

-          (“¿Sabes que me follo también a Esther?”). ¿Esther…?

-          Media empresa sabe que se va a La Coruña…

-          (“¡Qué cotilla es la gente, joder!”). Vaya… pensé que los únicos que lo sabíamos éramos ella y yo…

-          Entonces, ¿es por ella?... ¿aún no encontraste sustituta?

-          (“Nadie va poder sustituirla”). Pues no, no tengo reemplazo para su puesto todavía…

-          Si quieres… yo podría…

-          (“Shhh, Ana, que te veo venir: ni-de-coña”). ¿Me harías un favor?

-          Lo que sea. Dime.

-          (“Ilusa. No es lo que estás pensando”). ¿Podrías organizar una cena de despedida para Esther el próximo viernes?

-          ¡Ah…! Sí… supongo que puedo…

-       (“Vaya cara se te ha quedado, Anita”). Perfecto, pues… en ese caso… puedes coger ya mañana el vuelo de vuelta a Coruña y empiezas a prepararla. Miras restaurantes y confeccionas una primera lista con las personas que se te ocurran. El lunes en la oficina, lo comentamos.

-          Pe-pero…

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20:28 pm. Madrid. Hotel Cuzco. Mi habitación.

Estaba dándome una ducha en el baño de la habitación de mi hotel. Una media hora antes, no había querido seguir hablando más con Ana, me había vestido a toda prisa y salido de la habitación de su hotel en dirección al mío.

Fue una despedida (si se podía llamar así) muy brusca pero mi conciencia justificaba cualquier mal comportamiento que tuviera con ella. Lo mismo ocurría con Esther. La primera por no haberme dicho en dieciséis años que tenía una hija con ella. La segunda por querer irse de la empresa y privarme de seguir disfrutando de su cuerpo.

Salí de la ducha, me sequé y me puse la toalla alrededor de la cintura. Llegué hasta la cama, me senté en ella y puse la televisión de la habitación de fondo. No le prestaba atención. Mis pensamientos ocupaban toda mi mente.

A punto de cumplir 46 años, había experimentado mi primer gatillazo. Sin embargo, no era el gatillazo en si lo que me preocupaba sino la mujer con la que lo había sufrido. Ese día, después de que mi “amigo” no reaccionase y sabiendo que Daniela era muy posiblemente mi hija, se confirmaba que Ana ya no me excitaba.

Pero la situación era más grave porque ya no le veía sentido a toda la tapadera diseñada desde junio, desde la “pillada” que nos hizo Christian. Me estaba gastando un dineral para echar unos cuantos polvos cada mes fuera de casa. Madrid… “¿por qué Madrid?”. Dos hoteles… “¿por qué dos?”. Un fin de semana de cada mes… “¿por qué ese límite temporal?”…

Echaba de menos los encuentros esporádicos con Ana en mi despacho. Además de ser gratuitos y rápidos, existía morbo al ser un sexo de tipo jefe-subordinada, riesgo por si nos pillaban y, sobre todo, mucho, mucho placer. Todo eso lo mantenía con Esther. Bueno… lo había mantenido con ella hasta antes de la famosa conversación en el Centro de Salud, cuando me dejó claro su traslado a La Coruña. Desde entonces, nada.

Me eché hacia atrás en la cama, tumbándome sobre ella. Solté un largo y profundo suspiro. En aquel instante, ni Esther en Roble, ni Ana en Madrid. Me quedaba Camila, la asistenta doméstica cubana pero ¡bah! era la peor de todas las chicas que había contratado.

De las tres, la que más me preocupaba “perder” era Esther. Llevaba conmigo desde los 18 años. Exactamente desde el verano de 2010, fecha en la que sustituyó como secretaria de la empresa a su abuela Dolores (Lola), la cual había sido durante muchos años la secretaria tanto de mi padre como la mía. Desde ese momento y hasta hace dos meses, dando igual el novio que tuviera, manteníamos relaciones en la oficina. Viéndola en la actualidad, me enorgullecía pensar que era yo quien la había transformado en una pequeña experta en sexo.

“Ricardo, no puedes perderla”. Definitivamente, no podía, ni quería perderla. Después de casi ocho años, le quedaban apenas unos días para terminar su relación laboral con la constructora y su relación personal conmigo. Tenía que dejar el orgullo a un lado y ofrecerle lo que fuera para que se quedase: horario flexible, aumento de sueldo, más vacaciones, llegar al soborno si hacía falta o, incluso, al chantaje. Esther-no-me-abandonaría.

Tanto pensar en Esther, hizo que la polla se me pusiera dura. El gatillazo fue un error puntual con Ana. No obstante, quería confirmarlo y mejor si podía ser antes de que ese fin de semana se acabase… Di un par de vueltas sobre la cama hasta llegar a una de las mesitas de la cabecera. Cogí el iPhone, abrí Internet y tecleé: “prostitutas Madrid”.

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Sábado, 17 de marzo de 2018.

 

09:19 am. Madrid. Hotel Cuzco. Comedor de la planta baja.

Me senté en una mesa libre del comedor del hotel. Cogí el vaso frío de zumo de naranja y me lo bebí de una vez. Un zumo fresquito era lo mejor para empezar el día. Dejé el vaso vacío al lado de mi taza con café negro y mi plato con dos tostadas. Era un desayuno sencillo comparado con todo lo que un hotel de alta gama (4-5 estrellas) te ofrecía en su buffet matinal, pero necesitaba estar ligero para lo que llegaría a las diez.

La noche anterior había estado un par horas buscando una prostituta en Madrid. Profesionales no faltaban, es más, sobraban por todos lados. Precisamente el primer problema fue seleccionar la página adecuada. Después de varios minutos infructuosos por Google, llegué a “EscortsEspaña”: una web de anuncios de escorts, con un diseño sencillo, una plantilla de datos bastante completa y una lograda selección por filtros.

Puse “Madrid”, y los anuncios de chicas no tenían fin. Puse “Madrid capital”, y lo mismo. Me dejé de tonterías y cliqueé en filtros. Mi mente seguía pensando en Esther y mi subconsciente se ocupó de encontrar una sustituta temporal lo más parecida a ella cuando la conocí: “18” (edad mínima), “19” (edad máxima), “independiente” (tipo de agencia), “morena” (pelo), “delgado” (cuerpo), “pecho natural” (pecho), “depilada” (pubis) y “hotel” (lugar). 7 resultados.

Empecé a ojear por encima. El precio no me importaba. Teniendo todas los mismos perfiles de edad y apariencia física, fueron las imágenes de las chicas y las descripciones que hacían de ellas mismas, lo que hizo decidirme. Carla.

Su descripción, con sólo leerla, ya me puso cachondo: tengo 19 añossoy estudiante y trabajo como escort para conseguir algo de dinerosoy una morena de pecho natural, delgadita y depiladate llevaré a las nubes con mi francés naturalme encanta el sexo duropodrás follarme en todas las posturas que imagines

Las fotografías que mostraba (con el rostro difuminado) eran tan normales como las de cualquier otra chica de cualquier parte del país. Aunque no le podía ver la cara, su figura, su largo pelo liso, su tono de piel  y su delgadez hacían que me acordase, aparte de Esther, de una famosa… de una cantante famosa de su misma edad… Me acordé del nombre, abrí otra pestaña de Google y busqué imágenes de la susodicha. Sinceramente para mí, ambas poseían un “aire” similar aunque no había visto en persona a ninguna de las dos nunca.

La cantante era esa tal Aitana, del programa Operación Triunfo.

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09:37 am.

Tomadas las tostadas con aceite y el café, me acerqué hasta la mesa del buffet del hotel para servirme medio vaso más de zumo de naranja. Me lo bebí, dejé el vaso en mi mesa y me dirigí con celeridad hacia los ascensores. Había quedado con ella a las diez en punto en la recepción y quería lavarme los dientes antes de bajar a recibirla. A pesar de que su apartamento quedaba por la zona de la Plaza de Castilla, prefería “jugar en casa” y que ella fuera la que viniera a mí y no al revés.

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09:58 am.

Salí del ascensor y, dando unos cuantos pasos, divisé, a lo lejos, a Carla esperándome. Me sorprendió para bien su antelación. Aquello ya indicaba la seriedad con la que se tomaba sus citas de “trabajo”.

-          Mmm, perdona, ¿Carla?

-          Sí… ¿Ricardo?

-          Sí… encantado (beso)…

-          … encantada (beso).

-          ¿Subimos a la habitación?

-          Claro.

No tenía palabras. Era preciosa y encantadora. Vestía una gabardina color beige hasta un poco antes de llegar a las rodillas y portaba un bolso pequeño colgado casi a la altura de la axila. Le sacaba una cabeza aún llevando unos tacones negros bastante altos. Tenía el pelo marrón muy oscuro, casi negro, al igual que el color de sus ojos. Comprobé, al darle los dos besos, que las mejillas las tenía suaves y que olía muy bien.

En la subida en ascensor, nos pusimos el uno junto al otro mirando hacia donde se abrían las puertas pero yo no podía evitar, con cierto disimulo eso sí, mirar para ella. Recordar que tan sólo tenía 19 años, provocaba que mi polla reaccionara al instante y mi cerebro pensara en follármela directamente allí, sin esperar más tiempo.

Llegamos a la planta indicada y a la puerta de mi habitación. La abrí con la tarjeta y dejé que Carla pasara primero. Debía de estar acostumbrada porque entró con aire decidido y fue directamente hasta los pies de la cama. Entré, cerré la puerta y me dirigí hacia donde estaba. Rebuscó unos segundos en su pequeño bolso y sacó varios condones Durex que dejó encima de una de las mesitas.

Me gustaba que, aunque fuese tan joven, tuviera las cosas tan claras. Se giró sobre sí misma, se puso a escasos centímetros de mí y me dio un rápido pero apasionado beso en los labios.

-          Voy dos minutos al baño para prepararme… ve desnudándote y piensa lo que me vas hacer… o lo que quieres que yo te haga a ti… tienes una hora… no la desaproveches…

“Diosss…”. Carla era una auténtica profesional. Me dio otro beso apasionado en los labios y, sin avisar, deslizó suavemente las yemas de sus dedos por mi miembro. Experimenté un escalofrío de excitación que ella notó. Despegó sus labios de los míos, me miró a los ojos, sonrió y repitió:

-          Una hora…

Escuché cómo encendía la luz del baño y luego cerraba la puerta. Yo, mientras, quise desprenderme tan rápido de mi ropa que tropecé y caí encima de la cama. “Calma, Ricardo, calma…”.

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Estaba tumbado en la cama, boca arriba, vestido sólo con mis calzoncillos. De repente, oí como la puerta del baño se abría, la luz se apagaba y alguien caminaba hacia mí. “Diosss de mi vida…”. Carla lucía espectacular: aún con los tacones negros puestos, un sujetador de encaje negro y un tanga negro de hilo, transparente por delante. Hice ademán de incorporarme pero enseguida me paró:

-          Quédate dónde estás… ahora mismo voy…

Como si hubiera música, Carla empezó a mover sensualmente su cuerpo: pelo liso que se le deslizaba con facilidad por sus hombros, ojos astutos, sonrisa pícara y morbosa, piel morena, pechos pequeños pero perfectos en proporción al tamaño de su cuerpo, cintura de avispa, ombligo de vértigo y coño depilado, cuya rajita se le podía adivinar a través del tejido transparente del tanga.

Se dio la vuelta mientras seguía contoneando su cuerpo para dejar que vislumbrase su trasero. “Maaaaadre mía”. Su culo parecía un par de melocotones perfectamente maduros y estaba libre de cualquier defecto: granos, arrugas, lunares, marcas de ropa… En ese momento, únicamente tenía ojos para su culo y quería ser, como fuera, el hilo negro del tanga que separaba sus dos nalgas.

Todavía de espaldas a mí, llevó sus manos al cierre del sujetador y se lo desabrochó. Cuando lo hizo, giró su cabeza para verme. Le gustaba comprobar lo cachondo que me estaba poniendo. Las tiras del sujetador se le habían deslizado por sus hombros pero aún no se lo había quitado por completo. Disfrutaba poniéndome “malo”…

Después de un rato de jugar a tenerlo entre los pechos y los brazos, lo cogió con su mano derecha, extendió su brazo derecho y, mientras miraba de nuevo para atrás, lo dejó caer en el suelo. Definitivamente, aquella chica sabía lo que hacía.

Por fin, se empezó a dar la vuelta para desvelar sus pechos pero solamente vi su pelo liso. “¡Qué cabrona!”. Antes de girarse, había colocado todo su pelo para delante. Lo tenía tan largo que le permitía tapar sus dos pechos. Necesitaba llevar la iniciativa…

-          Si no vienes… tendré que ir yo a buscarte…

-          Cuando quieras…

No perdí más tiempo. Me puse en pie y avancé hasta ella. Procurando no mover su pelo, llevé mi mano derecha hasta su cara para acariciarle tiernamente su mejilla. Ella me miraba desde abajo, mordiéndose el labio inferior una vez y otra y otra y otra…

Compenetramos nuestros pensamientos en una fracción de segundo: llevé mi mano izquierda a su nalga derecha y ella, entrelazando sus manos por detrás de mi nuca, se impulsó hacia mi cuerpo para pegar su coño contra mi polla erecta, formando un lazo con sus piernas alrededor de mis caderas.

Se quedó como un koala sobre mí. Rápidamente, tuve que dirigir mi mano derecha a su otra nalga para no perder el equilibrio y así evitar que cayésemos los dos al suelo. Con un poco de suerte, lo conseguí. Estaba en forma pero no era ningún “cachas” musculado de gimnasio. Todo era mérito de Carla. Debía de pesar 40-50 kilos.

Nos empezamos a besar de forma salvaje frotando nuestros sexos aún separados por su tanga y por mis calzoncillos. Era un magreo sadomaso en el que sentía tanto placer como dolor: sus uñas arañaban mi espalda mientras su lengua inspeccionaba cada rincón de mi boca.

Cuando el dolor superó al placer, le inmovilicé los antebrazos con mis manos, caminé hacia la cama y la eché encima de la misma. Su pelo se movió dejando al descubierto sus dos pequeños frutos morenos. De inmediato, me abalancé sobre ellos, empezando a chupárselos.

Tras un rato, paré de devorar sus pechos para quitarle el tanga pero antes, me fije cómo la raja de su coño se veía más que nunca a través de la tela gracias a que se había mojado como una perra. Aunque no era la única. Comprobé mi propia entrepierna y descubrí una gran mancha en mis calzoncillos provocada por la expulsión de líquido preseminal. Los dos estábamos muy calientes…

Le arranqué de forma violenta el tanga. Ella no se quejó. Me bajé los calzoncillos y me quedé de pie, mirando para ella, durante unos segundos. Tenía el coño más bonito que había visto nunca: pequeñito, morenito y sin ningún pelito. Sí o sí, metería mi polla en él pero antes quería probar lo rico que estaba.

Antes de poder reaccionar, Carla se incorporó, sentándose en uno de los laterales de la cama. Agarró mi polla con una mano y, sin más miramientos, se la metió en su boca. “Diooooosss…”. Mi miembro erecto medía aproximadamente veinte centímetros y ella apenas podía introducirse la mitad. Ese detalle no me disgustó, al contrario, me excitó. Me excitó contemplar cómo mi polla era tan grande que no le cogía toda en la boca.

Disfruté de su mamada un par de minutos pero enseguida la paré. Era una de las pocas veces en las que me apetecía más dar sexo oral que recibirlo. Despegué de forma brusca su boca de mi polla y la empujé para que se tumbase de nuevo sobre la cama. Me puse de rodillas en el suelo y acerqué su coño a mi cara. Antes de nada, aproximé mi nariz a su rajita húmeda. Olía mejor que muchos perfumes. No me contuve más: abrí la boca, extendí la lengua y empecé a lamérselo. Labios externos… labios internos… clítoris… internos… externos… internos… clítoris… clítoris…. clítoris…

Solamente con Esther había disfrutado más comiendo un coño. Terminé con mi barbilla empapada. Se notaba la juventud de Carla al mojarse con tanta facilidad. Con el coño bien húmedo por sus fluidos y por mi saliva, había llegado la hora de penetrarla. Me puse encima de ella, le abrí las piernas y cuando bajaba las caderas me detuvo:

-          Antes de que la metas, póntelo.

Su mano agitaba delante de mi cara uno de los condones que había dejado en la mesita al llegar a la habitación. Me desilusioné un poco. Desde que empezamos a liarnos, creció en mí la esperanza de que no se acordara del preservativo. Pero no se le olvidó y su cara tenía una expresión que se podía traducir como: “sexo con condón o nada”.

Disimulé mi decepción, acepté el profiláctico y lo abrí. Tardé tanto en colocármelo que ella me tuvo que echar una mano. Me faltaba experiencia. Con Esther follaba a pelo, con Ana más de lo mismo y la única con la que practicaba “sexo seguro” era con Camila pero era ella la que siempre me ponía la goma.

Enfundado mi “amigo”, lo llevé hasta la entrada de su cueva. Seguía igual de mojada o incluso más. Me pidió que fuera despacio pero no le hice caso y metí todo el glande al primer intento. Incluso con un plástico recubriendo mi miembro, pude notar lo caliente que tenía su sexo. Caliente… y estrecho. Solamente recordaba un coño tan estrecho como el de Carla: el de Esther. “¿Por qué no puedes de dejar de pensar en Esther, Ricardo?”.

Carla gemía y se quejaba, se quejaba y gemía. Yo no paraba de bombear mi polla en su coño, queriendo llegar a metérsela de forma completa. Comenzó a quejarse más que a gemir y sus manos fueron hasta mis caderas intentando que ralentizara mi ritmo de penetración. La molestia fue subiendo hasta que se las cogí y se las inmovilicé por encima de su cabeza. Ella ya no gemía, sólo se quejaba:

-          Así no… así no… más despacio… más despacio…

-          …

-          Ricardo, más despacio, por favor… no tan fuerte… no tan…

-          …

-          No tan fuerte, Ricardo… así no… así no… para… para… por favor, ¡PARA!…

Con sus continuas quejas llegando a ser casi gritos, Carla me estaba excitando cada vez más pero también me costaba cada vez más seguir follándola. Opté por “prometer” hacerlo como quería pero en una nueva postura (una postura en la que poder controlarla mejor). Se puso a cuatro patas y yo de rodillas detrás de ella. Menudo cambio, estando en la misma posición sexual, entre Carla (en ese instante) y Ana (el día anterior). Pero de quien realmente me acordaba con esa visión era de Esther. Concretamente cuando le subía la falda, le quitaba las bragas y la ponía contra la mesa de mi despacho para penetrarla desde atrás.

-          Esther… no me acordaba del culo tan hermoso que tienes…

-          ¿Esther?

Le levanté bien el culo a Esther para que su coño estuviera, más o menos, a la altura de mi polla. Coloqué mi glande en su agujero vaginal y presioné hacia dentro con todas mis fuerzas. Ella chilló e intentó resistirse pero fue en vano. Aquella postura me permitía controlar todo su tronco junto a su entrepierna, haciendo que sus piernas quedaran inservibles. Solamente podía mover, de forma limitada, sus brazos y su cabeza.

-          Así no… aahh… Ricardo, no quiero follar así…

-          Pensé que te gustaba el sexo duro, Esther…

-          ¿Esther?, ¿por qué me… aahh… llamas Esther?

-          Como necesitaba volver a estar dentro de ti…

-          Aahh… joder, Ricardo, para… aahh… aaahhh…

-          Me encanta tu coñito apretadito, Esther… Dios, ¡cómo me gusta!

-          Para, Ricardo… aahh... para… aahh… joder, para…

Desde que conocí a Esther, siempre la había follado sin condón. No entendía porque precisamente ahora lo hacía con él puesto… Saqué mi polla de su sexo, me quité la goma, la tiré cerca de su cabeza y, antes de que pudiera escapar, se la volví a meter en su orificio vaginal: ¡¡¡menuda diferencia!!!

-          Aaaahhh… Ricardo…. Aahh… ¿te has quitado el condón?

-          Follamos mejor sin él, Esther… ya lo sabes…

-          ¡Qué no me llamo Esther!... aahh… AAHH…

-          No te resistas, Esther… no te resistas…

-          Por favor, Ricardo… aaahhh… ponte un condón… ponte un… AAAHHH…

-          (Con la mano izquierda le agarré la melena y tiré de ella hacia mí, levantando su cabeza). Deja de hablar y disfruta de mi polla, Esther…

-          Aahh-aahh-aaahhh… por favor… por fa-aahhh-aaahhh…

-          ¡Cómo necesitaba sentir tu calor, Esther!... ¡¡¡cómo lo necesitaba!!!

-          Por fa-aahh-vor… dentro… aaahhh… no… aaaahhhh… dentro no…

-          Estoy a punto, Esther… ¡¡¡ESTOY A PUNTO!!!

-          Aaahhh-aahh-NO-aahh-aaahhh-NO-AAHH-AAAHHH-AAAHHH…

-          OOHH-OOHH-OOHH-OOOOOHHHHH… oohh-oohh-oohh… joder… Esther… joder… buuufff… buuff… buuff…

En el último momento, solté su cadera, saqué mi polla de su coño y comencé a masturbarme con la mano derecha mientras que, con la izquierda, no paraba de tirarle del pelo hacia atrás, impidiendo que se moviera. El semen salió en numerosas ráfagas que fueron cayendo sobre todo lo que estaba delante de mí: el cabecero de la cama, la almohada, mi brazo, su pelo, su espalda, su culo…

Acabado el “ataque” y sin importarme lo más mínimo mancharme con mi propio semen, me dejé caer encima de ella.

-          Has estado… fantástica, Carla… no te preocupes… te pagaré más de lo que cobras… por las molestias…

Aprovechando mi bajón poscoital, Carla se fue al baño. Un rato después, me despertó exigiéndome su dinero. La miré. No tenía buen aspecto. Parecía que se había duchado y arreglado a toda prisa: cara pálida sin maquillaje, pelo bastante mojado y gabardina mal abrochada. No paraba de reclamar su dinero para poder irse. Adormilado, me levanté de la cama y fui a por la cartera.

-         50… 100… 150… 170… y… 180. Tu tarifa por una hora. Y ahora… por las molestias… 200… y… 250. Toma: 250 eurazos. Te los has ganado.

-         Bien. Te voy decir tres cosas. Primera: no te voy a denunciar porque paso de meterme en rollos de abogados y jueces. Segunda: ni se te ocurra volver a llamarme. Y tercera: eres un cabrón violador hijo de puta y espero que, tarde o temprano, recibas lo que te mereces.

Dicho eso, se guardó el dinero en el bolso, se giró hacia la puerta y salió de la habitación.

Revisando la estancia, deduje que llevaba prisa: los condones que traía en el bolso dejados encima de una de las mesitas de la cama, el tanga olvidado en el suelo cerca del armario y el sujetador abandonado en el suelo al lado del escritorio. “Creo que algo se puede aprovechar…”.

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17:11 pm. Madrid. Hotel Cuzco. Mi habitación.

-          Oh, oh, oh, oooohhhh… joder… joder…

El semen manchaba mi torso y mi abdomen. Era la tercera paja que me hacía después de comer. Las tres seguían el mismo patrón: mano derecha alrededor de mi polla y la mano izquierda sujetando el tanga de Carla (de Esther, en mi fantasía) cerca de mi nariz.

Era sábado por la tarde. Al día siguiente volvería a Roble y la cuenta atrás se activaría. Una cuenta atrás de unos días. Necesitaba desahogarme sexualmente por completo, dejar de pensar con la polla y utilizar la cabeza para idear una estrategia. Tenía unos días para convencer a Esther de que siguiera en la empresa y conmigo. Unos pocos días. Lo iba a conseguir fuera como fuera…

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* Querido/a lector/a, después de este relato empezamos la recta final de la serie: relato 14, relato 15 y relato 16…