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María y Marina Cap. 5

en Grandes Series

Nunca supe cómo pude aguantar un vómito tanto tiempo. Llegué cayéndome a mi baño del piso de arriba y metí la cabeza en el inodoro. Vomité un par de veces aspirando el olor mezclado con el ambientador.

Estaba mal en la parte física, por el alcohol y, en la emocional, por lo que acababa de presenciar.

Volví como pude a la habitación y, poco a poco, fui dejando todas las cosas de Marina en el pasillo. Acabado ese esfuerzo, cerré la puerta. Lo malo que tenía era que no había cerrojo en la puerta como en la de mi baño.

Me caí en la cama. Mi cabeza daba muchas vueltas. Además no podía evitar sentirme como una tonta, una estúpida, una idiota… doblemente traicionada tanto por Ma como por mi padre. No les había comentado nada de lo sucedido en el salón… Intenté pasar página y darles una nueva oportunidad… ¿para qué?

Marina, en ese momento, me parecía una guarra que se abría de piernas a la mínima oportunidad.

¿Y mi padre…? Mi padre. Nunca lo había visto desnudo pero mucho menos lo había visto comportarse de ese modo: impulsivo, agresivo, loco… y un hipócrita. Hipócrita y falso. ¿Cuántas veces me había dicho que no practicara sexo sin protección? ¿Que siempre utilizara preservativo? ¿Y él? ¿Las normas sólo iban para su hija? ¿Él se podía follar tranquilamente el coño de una adolescente y correrse dentro?

Joder papá… Marina sólo tenía 15 años… la ley del menor la ampara… como hagas algo que no quiera… te ves con una demanda por violación en el juzgado…

No sabía a quien odiaba más en ese momento. Sí, odiar. El sentimiento de traición me quemaba por dentro y necesitaba desahogarlo con aquellas dos personas…

Sentí pisadas acercándose a la habitación, un silencio y después unos toques de nudillos en mi puerta y el girar del pomo suavemente.

¿Ma? – preguntó una voz femenina-.

No contesté. Me hice la dormida. Pocos segundos después, se volvió a cerrar la puerta.

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Dormí muchísimo. Afortunadamente no volví a vomitar. Me desperté en la cama con dolor de cabeza. Enfoqué mi mirada al reloj de la mesilla… ¿casi las doce?

A pesar de tener sed y hambre, decidí quedarme en la cama. No quería saber nada más del mundo que existía fuera de aquella habitación…

Casi llegando a las dos, mi padre se aproximó a mi puerta, petó y la abrió.

-          María, necesito que te vistas y bajes al salón… tenemos que hablar – dijo mi padre con voz seria pero con un cierto tono de súplica.

Cerró la puerta y bajó las escaleras. No pensé hacerle caso, era mi padre y yo era menor pero no tenía ningún derecho a obligarme a nada, ni mandarme nada, ni decirme nada… después de lo que había hecho…

Al poco rato volvió mi padre.

-          María, en serio, necesito que bajes al salón… vístete y baja… o vendremos los dos hasta aquí – dijo fingiendo un tono amenazador.

“O vendremos los dos”. Comprendí que Marina seguía en casa. No se iría hasta que hablásemos los tres. El resentimiento, el enfado y el odio me dieron las fuerzas suficientes para medio vestime y bajar cada uno de los peldaños de las escaleras.

Allí estaban los dos. Cada uno en un sofá del salón. Donde todo empezó. Pura ironía. Mi padre al verme se levantó y me señaló un sitio al lado suyo del sofá donde estaba. Preferí desafiarlo y coger una silla y sentarme en ella, alejada de ambas personas. Él no dijo nada y volvió a sentarse.

-          Quería tener esta conversación, los tres, para explicar lo que pasó ayer de noche… - empezó mi padre con voz de circunstancias.

El odio por la traición experimentada hizo que tomara la iniciativa de la conversación y explotara tanto con él como ella.

-          Lo único que deberías explicar es como puedes ser tan cabrón – le dije yo levantándome y mirando a mi padre con una mirada fría y una voz en un tono jamás adoptado con él – y tú… - dirigiéndome a Marina – deberías explicar como eres tan guarra, tan zorra y tan puta…

-          María, no te pienso consentir… - empezó mi padre al oír los insultos hacia Marina.

-          Lo único que deberías pensar es que te has follado a una menor… a una cría de 15 años… hay gente que va a la cárcel por eso… - rugí yo.

Mi padre ante esa última frase se quedó blanco. Blanco y mudo. Marina no decía nada, sólo tenía la cabeza gacha y se vislumbraba alguna lágrima en sus ojos color azul. Yo empecé a llorar… a llorar de rabia, enfado y odio…

-          Eres mi padre pero has perdido todo el derecho moral y ético para echarme en cara nada – expresé a mi padre – y da gracias que el miércoles no cumplí 18 años que sino no me volvías a ver el pelo…

-          A ti… - dije dirigiéndome a Marina -, sólo decirte que eres una auténtica guarra y una zorra. Siempre te he defendido pero se acabó, no quiero volver a hablar más conmigo.

Me di la vuelta y empecé a caminar para salir fuera del salón. Ninguno de los dos me decía nada. Antes de irme, me di la vuelta de nuevo.

-          Que sepáis que también os pillé el día del salón – dije no pudiendo contener las lágrimas -, espero que esto se me pase antes de decirle nada a Victoria y joder lo vuestro…

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Nunca había estado así de hundida. Posiblemente pudiera haber estado así si hubiera sido más mayor cuando Isabel, mi madre, se fue en aquel accidente de coche. Pero no. Las dos personas más importantes para mí ya no significan nada y, aún peor, sentía hacia ellos un odio muy profundo por la traición que, de nuevo y más grave, me habían afligido.

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Pasaron los días.

Con mi padre la relación se había vuelto fría, gélida. Me hablaba lo menos posible consciente de los nuevos sentimientos nada positivos que había desarrollado hacia él. Yo, por mi parte, no le hablaba. Lo único que hacía con él era llevar y traerme del instituto, desayunar, comer y cenar. El haberle pillado con mi mejor amiga, menor de edad, en el jacuzzi, me había librado, incluso, de la bronca por la fiesta de cumpleaños convertida en botellón y por mi primera borrachera.

Con Marina, ya el domingo después de la charla del salón, fue innumerable la cantidad de mensajes de whatsapp que me llegaron al móvil rogándome que la perdonase. No respondí a ninguno. En clase nos sentábamos juntas pero no le hablaba. La gente se extrañaba y se rumoreaba que mi enfado con ella era por lo de la fiesta y la “pillada” de mi padre por el alcohol y yo borracha… Inocentes… “Si supieran la verdad” pensaba muchas veces.

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No tener ni a mi padre ni Marina, me hacía concentrarme en los exámenes finales. Aunque al mismo tiempo que estudiaba matemáticas, lengua, física y química, inglés… mi mente no paraba de trabajar a toda máquina ideando posibles venganzas contra mi padre, contra Marina o contra los dos.

Lo más frecuente que se me ocurría era contárselo a Victoria, la madre de Marina. Me encantaría pero no era tan mala persona para hacerlo. Arriesgarme a que ella denunciase a mi padre por violación de una menor, su hija, aunque ella le dijera que no la había forzado, arriesgarme a que Marina se enfadara conmigo, mi padre arriesgándose a pena de cárcel y a los cotilleos de la gente que lo conocía… No, definitivamente no era tan malvada ni inconsciente.

“¿Qué podía hacer para vengarme?” pensaba una y otra vez. Mi odio, mi enfado, mi frustración, el dolor por la traición… todo eso hacía que, de forma inconsciente, buscase una forma de venganza pausible.

Un día, ya a inicios de junio, se me ocurrió la perfecta acción de venganza… exigiría grandes sacrificios por mi parte pero la venganza me lo reclamaba: si Marina había follado con mi padre, yo follaría con su padrastro, Óscar. Aún encima, como le caía tan mal, sería una “doble venganza”. Con mi padre seguiría con la estrategia de ser fría y de no hablarle.

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Lo planeé bien. Quería que Óscar me follara en su casa cuando Victoria tuviera turno en el hospital y justo cuando Marina llegara de la piscina. Para que sólo ella se enterase.

Aquel viernes después de clase, me tomé una buena ducha. Había llegado el momento de iniciarme en el sexo… perder la virginidad… aunque, como comprobaría más tarde, utilizar el sexo como instrumento de venganza no era la mejor forma para empezar mi vida sexual.

Me sentía muy nerviosa y la valentía para atreverme me las daban las ganas de vengarme de Marina. Me preparé como nunca: tanga y sujetador negro combinados con un vestido negro bastante corto y con bastante escote. Cogí el bolso y metí el maquillaje, espejo, pintalabios y la caja de preservativos del cumpleaños… “¿Quién me diría que echaría mano de ella tan pronto?” pensé.

Fui al armario y me puse un chaquetón, aunque hacia calor, para que tapase como iba y que mi padre, al llevarme a la ciudad, no supiera como iba vestida realmente.

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Era tarde noche. Sabía que Victoria siempre tenía turno de hospital hasta bien entrada la madrugada y Marina no estaba. Ella siempre iba a la piscina si no tenía algún plan conmigo.

Subí hasta la última planta en ascensor. Me dejó enfrente de la puerta del “piso” de Marina. Allí me quité el abrigo y lo dejé en las escaleras y, aprovechando la luz, saqué el espejo y me puse un poco de maquillaje y me pinté los labios. Me subí de nuevo al ascensor y presioné el botón del piso inmediatamente anterior.

Estaba ante la puerta de la casa de Marina y llamé al timbre. Me recibió Óscar con cara de dormido en pantalón de chándal y una camiseta de andar por casa. Su cara al verme mostró rápidamente una mirada lasciva recorriendo todo mi cuerpo. Eso me indicó que iba por buen camino.

-          Vengo a esperar a Marina, que nos vamos a tomar algo por ahí – expliqué yo con la excusa ya pensada.

-          No me había dicho nada… - dijo Óscar -. No está, ¿quieres algo mientras esperas?

-          ¿Cerveza tienes? – pregunté yo de forma descarada -.

-          ¿Cerveza? – preguntó extrañado. Lo más fuerte que había bebido hasta esa fecha en casa de Marina era Coca Cola.

-          Sí, cerveza… - recalqué yo -. Tranquilo que no le voy a decir nada a Victoria ni a mi padre – dije de forma pilla yo.

Tenía que buscar complicidad con él, quizá de forma brusca y directa, pero tenía que asegurarme de provocarle ganas de follarme allí mismo.

No solamente había elegido a Óscar por ser padrastro de Marina y caerle tan mal a la chica. Antes de empezar la adolescencia, las noches que me quedaba a dormir con Marina en su casa y antes de la reforma, nos escabullíamos algunas veces de su habitación para ir hasta la de su madre. Allí nos entreteníamos y reíamos oyendo como gemía su madre mientras Óscar la follaba… y debía de follarla bien porque no paraba de gritar hasta decir que se corría, algo que, en aquella época, Ma y yo no entendíamos del todo.

Venía desde la cocina hacia mí con un par de latas de cerveza. Óscar era un hombre intimidante: alrededor de 1,80 de estatura, calvo, rondando los 40 años, de ojos grises como el metal y sin nada de barba, estaba musculado y tenía un buen torso, lo único que le podría sobrar era una buena barriga como consecuencia de haber dejado de lado el deporte… por lo menos el deporte de gimnasio.

Me ofreció la lata de cerveza y se sentó al lado mío en el sofá. Desde que había abierto la puerta de casa le notaba su mirada clavada en mi escote. Eso me gustaba, era buena señal.

Hice un gran esfuerzo y me bebí un gran trago de la cerveza. No pude evitar poner una cara rara que hizo sonreír a Óscar.

-          ¿Es la primera vez que bebes una cerveza, verdad? – me preguntó.

-          No – mentí yo -, pero esta es más fuerte de las que tomó con frecuencia – respondí de forma “sobrada”.

-          ¿Qué tal las clases? – me siguió preguntando.

-          Nerviosa por los últimos exámenes - respondí yo, no sabía que hacer para mandarle la última indirecta.

-          ¿Y que tal de novios? – me preguntó de forma pícara Óscar.

-          Podría estar mejor – dije yo de forma descarada -. La verdad es que todos los chicos de mi clase son muy inmaduros…

Dije eso y bebí otro trago de cerveza. Óscar había casi acabado la suya y no paraba de fijarse en mi escote.

-          Me gustaría encontrar a alguien maduro para … bueno, para estar con él – incité a Óscar, no quise ser tan directa ni decir follar ni tener sexo aunque él captó mi indirecta.

-          ¿Has estado con algún chico? - me preguntó de forma lanzada Óscar. Si estuviera Victoria o Marina delante no se atrevería a preguntar nada de eso.

-          No, nunca – me sinceré yo.

Óscar no podía ocultar su mirada y cara de vicioso, lascivo y casi pervertido. Fue ese momento cuando hice lo que había pensado desde hace algunas frases. Llevé la lata hasta mi boca pero antes de notar el contacto con mis labios la incliné más y la cerveza rubia acabó mojándome el escote. La verdad es que me quedó muy mal el gesto, se notó demasiado que lo había hecho aposta.

-          ¿Tienes alguna servilleta por ahí? – pregunté yo haciéndome la tonta mientras mi escote brillaba mojado por la cerveza.

-          No necesitamos ninguna servilleta – dijo de forma seria Óscar.

-          ¿Ah no? – respondí fingiendo sorpresa yo al mismo tiempo que sonreía – ¿Y cómo me voy a limpi…?

Oscar había acabado su lata de cerveza, la había dejado encima de la mesa de delante del sofá donde estábamos y se lanzó a por mí, no a mis labios sino directamente a mi escote empezando a chupar la parte de los pechos que dejaba ver.

-          No pares, Óscar – decía yo subida por el alcohol de la cerveza que me había tomado.

Subió de mis pechos a mi cuello. Aunque el olor a cerveza no me gustaba, me obligué a mí misma a dejarme llevar y a intentar disfrutar.

Al mismo tiempo que me metía la lengua en mi boca, me tocaba los muslos metiendo la mano por dentro del vestido para llegar a las caderas…

Paró un momento mientras se quitaba la camiseta. La barriga la tenía enorme pero también tenía un par de brazos muy musculados. Volvió a bajar hacia el sofá y me bajó la parte de arriba del vestido, dejándole ver mi sujetador.

Repitió los lametones por la parte de mis pechos que dejaba sin cubrir mi sujetador hasta que me lo desabrochó y me lo quitó de forma un poco brusca. Se quedó un par de segundos mirando aquellos pechos de adolescente y bajó la cabeza empezando a chuparlos de una forma casi violenta llegando a morderme los pezones en alguna ocasión…

No me quejaba pero tampoco sentía el cosquilleo como cuando me masturbé o cuando Ma me había obligado a tocarle a ella… ¿estaba disfrutando de verdad?

Óscar, ahora, me subía el vestido. Cogió con sus manos cada una de los extremos del tanga y me lo bajó. Se lo acercó a su nariz, como si aquel tanga fuera lo único existente en el mundo, cerró los ojos y, dejando caer hacia atrás la cabeza, aspiró profundamente la tela.

-          Que rico huele tu coño, María – dijo de forma muy pervertida.

Estaba delante mía de pié cuando terminó de aspirar y se guardó el tanga en uno de los bolsillos del pantalón. Acto seguido se bajó tanto eso como los calzoncillos dejándome ver una polla bastante normal de longitud o eso me lo parecía pero muy gorda…. Aún no estaba arriba del todo pero se le notaba muchísimo las venas en ella.

Me cogió de los tobillos y me recostó en el sofá. No quería perder tiempo, así que tomó mi lata de cerveza (medio llena) de la mesa y bebió un buen trago. Lo mantuvo en la boca y metió dos dedos en ella. Los sacó, empapados en cerveza y, con ellos, me empezó a frotar los labios del coño.

Yo en ese momento, ya estaba como ausente, esperando como iba a hacérmelo. Apenas transcurrieron unos segundos, cuando paró de frotarme el coño, me abrió bien las piernas y comenzó a situarse encima de mí en el sofá. Había llegado el momento de mi pérdida: yo en el sofá de la casa de Ma con su padrastro desnudo encima mía y yo completamente desnuda, salvo por un vestido arrugado en la zona del ombligo…

Empecé a sentir su glande en mis labios cuando recordé algo.

-          Óscar… tengo preservativos en… mi bolso – dije de forma lenta pensando que no me oía.

-          Tranquila, nunca me corro con menores – dijo de forma sincera.

Me quedé unos segundos pensando en lo que me había dicho, mientras él frotaba con su glande mis labios. No contestaba a mi petición.

-          Óscar, por favor, ponte preservativo… tengo ahí en el bolso – dije insistiendo yo un poco más fuerte pero empezándome a asustar.

-          Es mejor hacerlo sin nada María déjame que te lo demuestre - dijo no haciéndome caso a lo que le decía.

-          No, Óscar, de verdad… en serio… Óscar… Óscar – decía yo.

Intentaba hacerlo levantar de encima mía, poniendo mis manos en su pecho pero él no cedía.

-          Déjate llevar, María – dijo mientras cogía mis muñecas y las inmovilizaba.

Noté su primer intento de penetración. No estaba totalmente lubricada. Sabía que no iba a parar… y sabía que no conseguiría hacer de desistiera de hacerlo sin condón. Estaba fuera de sí y yo me había olvidado completamente de mi venganza. Ya era tarde…

Estaba sudando del esfuerzo por introducírmela así que soltó una de mis muñecas, se salivó dos dedos y los llevó hasta mis labios de nuevo. Luego hizo lo mismo y se los llevó hasta su glande. Lo intentó de nuevo ya introduciéndome todo su glande en mi coño, aunque para mí ya era como si introdujera toda su polla.

No lo hacía de forma delicada, ni suave, ni siquiera se estaba acordando de mi virginidad. Para él, yo era como una chica experimentada con ganas de un polvo ocasional y así es como se comportaba conmigo.

Con cada embestida que realizaba, intentaba meter más su polla dentro de mí. Yo viendo que no podía hacer nada (las cuerdas vocales no me daban para gritar), intenté dejarme llevar para no sufrir más de lo que ya estaba haciéndolo.

-          ¿Te empieza a gustar, eh? – preguntó Óscar, entendiendo mi “relajación” para no sufrir más como un síntoma de placer.

Estaba metiéndome poco más que media polla dentro pero ya le valía y empezaba un ritmo con el que estaba disfrutando. Yo miraba hacia el lado de la mesa, hacia las ventanas del piso, deseando escapar por una de ellas. No estaba viendo nada de él, ni de la situación, lo único era que no me podía volver sorda porque no paraba de oír las frases que decía abusando de mí.

-          Hacía tiempo que no me follaba el coño de una menor…

Embestidas.

-          Me has puesto muy cachondo, María…

Embestidas.

-          No sabía que tenías un cuerpo tan de zorra…

Embestidas.

-          Eres la mejor puta con la que he follado…

Embestidas.

-          Como necesitaba esto, joder…

Yo noté que se me caían lagrimones de los ojos. No era tanto el dolor físico como la impotencia de no poder hacer nada. Nada hasta que él acabase…

No me acuerdo cuanto tiempo duro aquello, perdí la noción del tiempo. Recuerdo como acabó todo. En un cierto momento, su peso se levantó de mí cuando reclinó su cuerpo hacia arriba y su cabeza (con los ojos cerrados) hacia atrás.

-          Estoy a punto… joder… a punto… un poco más… joder… sí, sí, SÍ… ohhhh, oohhhh, OOOOOOOOOOOOHHHHH… jo…der…

Sabía perfectamente que ocurría, no por sus gritos, sino por la sensación de que un líquido caliente me inundaba las tripas. No pude contenerme más, giré la cabeza hacia la mesa y vomité como pude manchando el sofá y parte del suelo.

Aquel ruido, sacó del trance de la corrida a Óscar, que aún seguía con la cabeza reclinada hacia atrás y ojos cerrados disfrutando de aquella sensación.

Abrió los ojos y miró mi estado: semidesnuda, llena de semen (en mi interior), con las muñecas rojas por la presión con la que me las había inmovilizado, llorosa y con la boca con restos de vómito que también estaba por parte del sofá y suelo.

Se levantó del sofá, siguiendo observándome de pié. Giré un poco la cabeza para verlo… a él… y a su polla manchada de semen y sangre. Su mirada tenía el reflejo de haberse dado cuenta a que nivel había llegado aquella situación.

Cogió su ropa y se fue del espacio del salón. Volví a girar la cabeza hacia las ventanas. Lo único que hice fue, con bastante dolor, juntar mis dos piernas para sentirme un poco más segura y mover mis brazos intentado tapar la mayor cantidad de piel del busto.

Oía correr el agua del grifo de la pila del baño. Luego agua del grifo de la cocina.

Óscar volvió al sofá ya vestido. Dejó un vaso de agua y una servilleta con una pastilla encima de la mesa.

-          Quiero que recuerdes como has venido vestida, como sabías que Victoria no estaba y que Marina estaba en la piscina. Recuerda qué es lo que me has pedido para beber y que clase de frases has utilizado y recuerda como te echaste a propósito la cerveza en tus tetas y que ya tienes 16 años.

Óscar y yo sabíamos que aquello que había pasado sólo tenía un nombre: violación. Y fue cuando se dio cuenta de ello, cuando argumentó todo eso que me dijo junto con el recordatorio de los 16 años, edad que acababa de cumplir y en la que, si yo quería, podía tener sexo con cualquier persona.

-          Quiero que te levantes, te vistas y te vayas… - dijo a modo de conclusión- pero recuerda: no le digas a nadie lo que ha pasado aquí… y… si dentro de 9 meses no quieres tener un hijo… tómate la pastilla que acabo de dejar encima de la mesa.

No dijo nada más. Sólo se metió la mano en uno de los bolsillos del pantalón, sacó mi tanga y lo tiró al suelo. Luego se fue, dejándome sola.

No estaba para pensar en todo lo que me había dicho, aunque la mayor parte de las cosas ya las había pensando yo durante el abuso y una vez que acabó todo. No podía moverme, sólo podía seguir mirando a través de las ventanas…

Toda aquella situación surrealista dio un vuelco cuando se oyó el ruido del ascensor y el sonido metálico de cuando una llave entra en una cerradura. Alguien (Victoria o Marina) estaba llegando a la casa…

Continuará…

Nota de autor: Viendo que el capítulo 4 supera en lecturas o, por lo menos, en accesos tanto al capítulo 2 como al 3, en el capítulo 6 habrá en su inicio un pequeño resumen que aúne los rasgos principales de los 5 capítulos anteriores.