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Secretos de pueblo (16/16). Todos.

en Grandes Series

Como la noche de fuegos artificiales que clausura las fiestas veraniegas de pueblos y ciudades, llega esta narración número 16 que cierra la serie “Secretos de pueblo”.

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Secretos de pueblo (16/16). Todos. El primer día del resto de nuestras vidas.

Las personas, descripciones, hechos y localidades de este relato son pura ficción y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… o no.

Ana, Andrea, Andrés, Brais, Carmen, Christian, Daniela, Diana, Esther, Manuel, Miguel, Toño, Ricardo.

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Viernes, 23 de marzo de 2018.

 

15:51 pm. Mi piso.

-          Cuidado Esther, lo he calentado demasiado y la taza quema. Cógelo mejor por el plato.

-          Gracias, cariño.

Esther cogió el platito que sujetaba la taza llena de café ardiendo. Volví a la cocina para calentar el mío en el microondas mientras aguantaba como podía los retortijones que asolaban mi estómago.

Aquel mismo día, unas horas antes, me llegó una de las peores noticias que podía recibir: me habían ampliado el periodo laboral en el Centro de Salud de Roble durante tres años más. Tres… años… más…, cuando en principio, solamente era cubrir los meses de septiembre a junio y luego, obtener un destino en La Coruña, ciudad donde había nacido y crecido.

Después de ser consciente de lo que implicaba aquel hecho, mandé un mensaje a Esther para que comiera conmigo en mi piso. Esther era una chica del pueblo y mi pareja actual desde hacía unos meses. Mi estancia temporal en el pueblo junto a las ganas de dar un cambio total a su vida hizo que decidiéramos irnos juntos a vivir a La Coruña.

Justamente ese día era su última jornada de trabajo en la empresa donde estaba, Hidalgo SA. Durante la Semana Santa, se trasladaría a La Coruña para, una vez terminadas las vacaciones, empezar su nuevo empleo en una inmobiliaria de allí. Según el plan trazado, yo me reuniría con ella en junio, cuando me dieran un puesto en algún centro médico de la ciudad.

“¿Cómo coño le iba a decir que mi parte del plan se había aplazado tres años?”.

El microondas llevaba ya un largo rato pitando, indicando que el tiempo de calentamiento había finalizado. Reaccioné rápido abriendo la puertecita pero no me acordé de que el café ardía y, al ir a coger la taza, me quemé la mano. En un acto reflejo, solté la pieza de cerámica que acabó, junto con su contenido líquido, en el suelo de la cocina. Esther se asomó a la cocina preocupada.

-          ¿Estás bien, cariño?

-          Sí, sí, no pasa nada. Esto… acompáñame al salón.

-          Pero, ¿y la taza rota…?

-          No te preocupes. Ya recojo y limpio yo todo después.

Necesitaba soltarle la noticia de una vez. Terminar con mi sufrimiento. Dejar de cargar a mi organismo con estrés, nervios, ansiedad…

-          Siéntate un momento, Esther, por favor. Tengo que contarte algo.

-          ¿Qué pasa?, ¿es algo malo?

-          No te quiero engañar: es algo bastante malo…

-          Dímelo sin rodeos, Brais. ¿Qué ocurre?

-          Me han destinado tres años más al Centro de Salud de Roble…

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16:16 pm. Mi piso.

-          Estoy “quemada”. He aguantado más de 26 años en este pueblo de mierda y no estoy dispuesta a permanecer más tiempo aquí. Ya he tomado la decisión. Es inamovible. La próxima semana me mudo a La Coruña y lo siento Brais pero no quiero una relación a distancia. Antes… prefiero estar sola.

Dicho eso, se levantó de su silla, cogió su abrigo y bolso y se dirigió hacia la puerta principal del piso. Cuando hubo salido, un pensamiento fugaz cruzó mi cabeza: la cena-despedida de esa noche. Era yo quien la debía llevar al restaurante con la excusa de una cena entre los dos. “Mierda”.

Me incorporé de inmediato y fui corriendo tras ella. Abrí la puerta del piso y comencé a bajar las escaleras de dos en dos hasta que la di alcanzado en el interior del portal.

-          Esther… Esther… espera, por favor…

-          ¿Qué quieres, Brais?

-          La cena de esta noche a las nueve en la Brasería Roble sigue en pie, ¿no?

-          Pues teniendo en cuenta lo acaba que suceder, está claro que no.

-          (“Mierda”). Tengo la reserva desde hace más de una semana. Mira… sólo quiero cenar contigo allí. Te prometo no tocar ningún tema de nuestra relación. Sólo cenar… por favor…

-          De acuerdo, está bien… pero sólo cenar.

-          Gracias. Te recojo con el coche a las ocho y media en tu portal.

-          Vale.

-          Hasta des…pués…

Sin despedirse y sin esperar a que yo lo hiciera, se dio la vuelta y salió por el portal hacia la calle.

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16:39 pm. Cafetería Valle.

-          Te envidio, hermanito. No sabes cuánto te envidio.

-          ¿Tú a mí? No digas gilipolleces…

-          ¿Gilipolleces? ¡Ja! Yo no sacaba todo sobresalientes y notables ni en Primaria. Tú, en cambio, lo estás haciendo en segundo de Bachillerato. No puedo sentirme más orgulloso de ti.

-          ¿Y de qué me sirven?, ¿no has oído a papá en la comida? A inicios de julio empiezo en la empresa. ¿Para qué seguir estudiando? Creo que lo voy a dejar y así poder disfrutar de estos últimos meses de libertad.

-          Ni se te ocurra dejar los estudios, Miguel. Tienes mucho futuro por delante. Muchísimo más del que yo tenía al acabar la ESO. Si estudias, puedes llegar lejos.

-          Eso díselo a papá…

-          Mira… no debería decirte nada aún pero lo voy hacer. Mamá y yo hemos estado hablando. Cuando cumplas la mayoría de edad, tienes la posibilidad de irte de casa y seguir estudiando. Papá ya no tendría ningún poder sobre ti.

-          Suena muy bonito pero ¿adónde voy?, ¿con qué dinero?

-          Verás: a mí y a mamá no nos llega para pagarte una carrera universitaria pero podrías seguir estudiando con un ciclo de formación profesional. ¡Piénsalo! Coruña, Santiago, Vigo... Busca ciclos que te gusten en esas ciudades y te vas a vivir a una de ellas. Nosotros te mandaríamos dinero pero tendrías que complementar los estudios con un trabajo. Sería una vida dura pero podrías con ella, hermanito. Eres más fuerte de lo que crees…

No daba crédito al camino que mi hermano Manuel abría ante mí: ¿no trabajar con mi padre en Hidalgo SA?, ¿poder seguir estudiando?, ¿irme de Roble?, ¿vivir solo?... Pasaba mis dos manos por mi pelo rapado y teñido de verde sintiendo más esperanza que miedo ante ese futuro. Al poco rato de estar pensando en aquella vida, se me ocurrió algo más ambicioso:

                                                       

-          Si eligiera un ciclo en Coruña o Santiago, ¿podríamos alquilar un piso los dos y vivir juntos?

-          Sería interesante pero me temo que no puedo, hermanito.

-          Es por Esther, ¿verdad?

-          ¿Por qué dices eso?

-          Desde que salimos de casa, hemos pasado, como mínimo, por media docena de cafeterías y justo entramos en esta que está enfrente del portal de su edificio.

-          Ya veo que no se te escapa nada, hermanito. Pues sí. Rechazo tu “oferta” por ella. Quiero convencerla de que se quede en Roble, de que vuelva conmigo y de que nos vayamos de nuevo a vivir juntos.

-          Pues venga. Convéncela. Por ahí viene.

-          ¿¡Qué!?, ¿¡por dónde!?

Le señalé a Manuel, a través del cristal de la cafetería, la dirección por la que se acercaba Esther al portal de su edificio. En cuanto la vio,  pronunció un rápido “ahora vuelvo” y, acto seguido, salió del local para ir a su encuentro.

Llegó justo para alcanzarla abriendo su portal. Contemplé toda la escena desde la mesa en la que estábamos sentados los dos. Manuel quería hablar pero Esther se veía que no tenía muchas ganas. Mi hermano agarró la puerta abierta del portal impidiendo que ella entrara dentro. Esther empezó a mostrar caras de enfado y a chillar que la dejara en paz. Los pocos clientes de la cafetería y algunos viandantes, ante los gritos, giraron su cabeza hacia ellos.

Después de un rato de forcejeo, Esther consiguió entrar en el portal. Ya dentro, quiso cerrar la puerta pero Manuel no la dejó. Cuando mi hermano la agarró bruscamente del brazo para que desistiera de sus intentos de cerrar el portal, yo me levanté de la silla y me encaminé hacia la salida de la cafetería. Al oír los avisos de ella, consistentes en llamar a la policía, salí definitivamente del local y me dirigí hacia ellos.

Antes de llegar, Esther consiguió cerrar el portal en las narices de mi hermano, quien cerró su mano en un puño que fue directo a la cristalera del mismo. Cuando sentí el ruido de cristales rotos, corrí hacia él.

-          Manu… Manu… ¿pero qué has hecho?, ¿estás loco?

-          Déjame en paz, Miguel.

-          Manu, joder… nunca te había visto ponerte de esta forma… tú no eres así…

-          Y tú que sabrás…

-          Mira (“Migui, te vas a meter en la boca del lobo, no lo hagas”)… habiendo visto lo que ha pasado… lo mejor sería… que te olvidaras de Esther…

Manuel dejó de evaluar sus nudillos empapados en sangre para mirarme ceñudo, como si le hubiera dicho que no iba a volver a ser feliz en lo que le quedaba de vida. Nunca me había mirado de aquella manera. Sin embargo, y después de lo que me había planteado sobre mi vida minutos antes, quería ayudarle a que, de un modo u otro, se olvidara de su exnovia…

-          ¿Quieres resarcirte con Esther?

No esperé su respuesta, y seguí hablando.

-          Tengo en mente un plan… pero tienes que echarle DOS huevos… y yo estoy dispuesto a hacerlo… confía por una PUTA vez en tu hermano pequeño, joder…

Manuel reaccionó ante aquellas palabras tan agresivas salidas de mi boca.

-          Y… ¿en qué consistiría ese plan?

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17:26 pm. A Coruña.

Querido Christian: |

“¿Y ahora qué coño le escribía?”. Aquello era mucho más difícil de hacer de lo que había previsto años atrás. Estaba en el salón de mi piso, delante del portátil. Miguel, el mejor amigo de mi hijo, me había proporcionado su dirección de correo electrónico el día en el que alcanzamos el acuerdo sobre la rebaja de mis tarifas aplicables a él. Sus palabras exactas fueron: “por si no quieres esperar”.

Hola, Christian: |

No me importaba abrirme de piernas para Miguel por menos dinero del que tenía especificado en mi anuncio virtual. Total, eso ya pasaba con Juan, mi mejor y más fiel cliente, desde que había empezado en el “mundillo escort”. Lo que me importaba era el no tener ni la menor idea de cómo retomar la relación con mi hijo después de once largos años…

Christian: |

¿El correo electrónico era la mejor opción? Desde luego que no. ¿En qué pensaba? Borré el nombre de mi hijo, salí del Gmail y bajé la tapa del portátil. Tenía que ser paciente y seguir recibiendo toda la información que Miguel pudiera ofrecerme sobre la vida de mi hijo…

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17:48 pm. Roble. Oficinas de Hidalgo SA.

Dentro de unas horas era la cena-despedida de Esther y Ricardo nos había dado a todos en la oficina la tarde libre. Yo había esperado toda la semana a que me comentase algo de lo sucedido el viernes anterior en Madrid pero sólo me habló de cuestiones laborales. No podía estar muy molesta con su actitud, pues era yo misma la que también había evitado hablar con Andrés después de haberlo pillado masturbándose viendo fotos de Andrea.

Primer aviso, la “pillada” de Christian el junio anterior. Segundo aviso, el “gatillazo” de Ricardo en Madrid. Tercer aviso, comprobar cómo mi marido deseaba a la mejor amiga de nuestra hija, menor de edad.

Ese día, por la mañana, le había dado más vueltas a esa sucesión de avisos que en el resto de la semana. Tenía en mi mano la posibilidad de acabar la relación extra laboral que mantenía con Ricardo, concentrarme en mi trabajo, intentar retomar una vida sexual sana con Andrés y disfrutar con Daniela del año y pico que le quedaba en casa antes de que se fuera a la Universidad.

Toda esa vida, empezaba con decirle un “se acabó” a Ricardo…

Estaba delante de la puerta cerrada de su despacho. Él se encontraba al otro lado. Solamente tenía que accionar el pomo, abrir la puerta y soltárselo… Golpeé el cristal de la puerta tres veces con los nudillos. Cuando desde dentro se oyó “adelante”, inspiré profundamente para luego exhalar todo el aire que residía en mis pulmones y entrar al interior del despacho.

-          Buenas tardes, Ana. ¿Qué haces en la oficina a estas horas?, ¿no os había dado la tarde libre para ir a la cena?

-          Mmm, sí… pero quería hablar contigo…

-          Ajam… ¿asunto?

-          Mmm… no sé cómo referirme a él…

Ricardo no me miraba. Desde que comprobó quién entraba en su despacho, había devuelto su vista y la mayor parte de su atención a los papeles que tenía encima de su escritorio.

-          Seguro que encuentras las palabras…

-          Verás… es sobre… nosotros.

Al pronunciar aquel pronombre personal, conseguí que Ricardo levantara su cabeza y dirigiera su vista hacia mí.

-          Sigue, por favor.

-          Este… este casi año y medio que hemos pasado juntos… con nuestros encuentros quiero decir… ha sido fantástico pero… lo he estado pensando… y…

-          ¿Quieres que lo dejemos, verdad?

-          La verdad… es que… sí…

-          Muy bien. ¿Algo más?

-          ¿Ya… ya está?, ¿“muy bien”?

-          A ver si lo entiendo, ¿quieres que dejemos de acostarnos, no?

-          Sí.

-          Pues ya te he dicho que de acuerdo, lo acepto, respeto tu decisión, no te lo volveré a proponer. ¿Algo más?

-          Mmm… no. No.

-          Entonces nos vemos en la cena de esta noche. Buenas tardes, Ana.

-          Buenas tardes, Ricardo.

Me giré 180 grados, agarré el pomo de la puerta, la abrí y cuando estaba a punto de poner el primer pie fuera del despacho; Ricardo volvió a hablarme:

-          Espera un momento, Ana, por favor.

“Había sido demasiado fácil, Ana”. Cerré la puerta y volví a girarme. Ricardo estaba ligeramente separado del escritorio y recostado sobre el respaldo de su sillón. Ya no miraba sus papeles sino directamente y en todo momento hacia mí. “Quiere sexo como despedida, Ana. Seguro que quiere echar el último polvo”.

-          Tú dirás…

-          ¿Le has contado… algo de nuestros encuentros… a tu marido… a Andrés?

-          No. Por supuesto que no.

-          Bien. En ese caso, voy hacerte una pregunta. Una… sola… pregunta… y necesito que seas totalmente sincera cuando la respondas. Si no es así, le contaré a Andrés nuestros apasionados encuentros. ¿Lo has entendido?

-          ¿Me… me estás chantajeando, Ricardo?

-          Chantajear… digamos que estoy intentando que me respondas la verdad y solamente la verdad. Vamos allá… ¿Daniela es hija mía?

-          (“¡Qué cabrón!”). No.

-          ¿Seguro?

-          Sí.

Ricardo extendió una sonrisa a lo ancho de su cara como si esperara esas mismas respuestas. Se incorporó sobre su sillón, se aproximó al escritorio y, abriendo el primer cajón de la izquierda del mismo, cogió un documento, doblado en tres segmentos, que dejó encima de la mesa. Acto seguido, volvió a separarse un poco del escritorio y acomodó de nuevo su espalda en el respaldo del sillón.

No tenía la menor idea de lo que podía albergar aquel impreso. Escuchando los latidos de mi corazón en los oídos, avancé hasta el escritorio. Extendí el brazo derecho y atrapé el papel entre mis dedos. Lo desplegué y comencé a leerlo en silencio:

Laboratorios Chromosomeperfil genético muestra bucal 99,98%... sujeto A primer grado de parentesco sujeto B… combinación más posible padre-hija

A cada palabra, frase, párrafo que leía; mi cara se desencajaba más. Acabé de leer el documento y miré a un Ricardo más sonriente que antes. Antes que miedo, sentí indignación. Una indignación que no pude mantener dentro de mí:

-          ¿De dónde COÑO has sacado una muestra de mi hija?

-          ¡¡¡CÁLLATE pequeña embustera!!! Como buen jefe que soy, te voy a dar una segunda oportunidad y esta vez quiero la puta verdad. Pero antes voy añadir un par de datos al 99,98% de esa prueba genética. Uno. Los ojos verdes de Daniela. Una probabilidad del 50% si yo soy su padre y un 1% si es Andrés. Dos. Daniela nació el 20 de noviembre de 2001. El polvo que echamos en tu entrevista de trabajo fue el 23 de febrero del mismo año: nueve meses antes.

Cada dato que aportaba, era como ir sacándole el disfraz a la verdad. Una verdad que había ocultado durante más de 16 años. Cuando Ricardo terminó, inspiró, exhaló, volvió a inspirar y dijo:

-          Por segunda y ÚL-TI-MA vez… ¿Daniela es mi hija?

Las lágrimas desbordaron las cuencas de mis ojos y se empezaron a derramar por mis mejillas.

-          Sí… Daniela es hija tuya… (“por eso no quería que fuera la novia de tu hijo… y menos mal que no se han acostado juntos…”).

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17:57 pm. Roble. Oficinas de Hidalgo SA. Mi despacho.

La táctica de esperar a que fuera Ana la que quisiera hablar de lo ocurrido en Madrid y no al revés, había funcionado. Y mucho mejor de lo que esperaba. Su decisión de abandonar voluntariamente nuestros encuentros resultó ser una sorpresa. Pero una sorpresa agradable y satisfactoria. Así, quedaba resuelto lo de dejar de despilfarrar dinero en follármela por ahí adelante.

Lo que le costó más fue reconocer la verdadera identidad del progenitor biológico de su única hija. Algo que, en mi caso, había quedado muy claro al recibir, el mes anterior, los resultados de la prueba genética de los Laboratorios Chromosome. Un poquito de presión junto a un par de datos más y… c’est voila: había multiplicado por dos mi número de hijos. En ese momento, me puso cachondo la idea de que mis dos vástagos hubieran estado follando el uno con el otro. “Sexo incestuoso, mmm…”.

Terminados los aperitivos y el plato principal, era la hora del postre: Esther. Cogí mi iPhone, lo desbloqueé y accedí al Whatsapp.

“Tenemos que hablar de un asunto. A las 8 y media en mi despacho”.

La repuesta no se hizo esperar.

“Hoy no puedo. Tengo una cena”.

Insistí.

“Es un asunto muy urgente. 8 y media en mi despacho”.

“Ok. 5 minutos. Ni uno más”.

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18:03 pm. Roble. Parque más próximo a las oficinas de Hidalgo SA.

Después de responder, entre lágrimas, a la pregunta de Ricardo, dejé caer el papel al suelo y me escapé corriendo de su despacho. Sin ganas, ni fuerzas de volver a casa y toparme con el rostro de Andrés o de Daniela, busqué el parque más cercano para poder sentarme a pensar.

Aquel “sí” ponía en peligro toda la forma de vida que quería volver a tener y lo peor de todo era que no podía ofrecerle a mi jefe sexo a cambio de su silencio porque yo ya no le interesaba en ese aspecto. No tenía la más mínima idea de por dónde iba a salir Ricardo sabiendo que Daniela era su hija biológica. Estaba bien jodida…

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18:08 pm. Roble. Mi piso.

Oía desde el baño cómo sonaba mi móvil. Salí del mismo y fui hasta el salón que es donde se encontraba. Lo cogí y vi un mensaje de Whatsapp de Esther:

“Me ha surgido algo de última hora. Ve directo al restaurante”.

Aquel repentino cambio en el plan acordado, me dio mala espina. Si le daba la gana, Esther podía perfectamente darme plantón pero, en realidad, no me lo iba a dar sólo a mí, sino también a la mayoría de empleados de la empresa donde trabajaba. Era mía la responsabilidad de llevar a Esther al restaurante y si fallaba, la cena de despedida se iría a la mierda. Insistí sutilmente:

“Si quieres te puedo acercar en coche y esperarte”.

“No hace falta”.

No me quedaba tranquilo, necesitaba saber más de ese asunto que le había surgido aunque aumentara su enfado conmigo.

“¿Puedes decirme a dónde vas?”.

“He quedado con Ricardo en su despacho a las ocho y media… ¿quieres saber también el recorrido que voy hacer desde mi casa hasta allí?”.

Aún sin oír su voz, pude notar el sarcasmo gélido con el que me decía la pregunta. La había cabreado pero bien. Sin embargo, no me importó porque al leer la primera parte del mensaje, una semilla de esperanza empezó a brotar dentro de mí. “¿Iba a pedirle a su jefe que la readmitiera para quedarse en Roble conmigo?”. Respondí.

“No, tranquila. Gracias por decírmelo :)”.

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18:27 pm. Roble. Portal del edificio de Christian.

Piiiii, piiiii, piiiii.

Nunca pensé que le fuera hacer caso al refrán que dice: “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Y jamás imaginé que volvería a quedar de forma voluntaria con Christian Hidalgo Iglesias y, mucho menos, quedar para acostarme con él. En mi caso, para perder la virginidad con él. Pero ahí estaba yo: llegando antes de la hora acordada (las seis y media de la tarde) a su piso del pueblo.

-          ¿Sí?

-          Daniela.

-          Pasa.

Se oyó el pitido que permitía abrir el portal. Lo abrí, entré y anduve la distancia que me separaba del ascensor. Entré en el cubículo, pulsé el número de la planta del piso de Christian y empecé la subida.

Desde el anterior sábado, en la pizzería del centro comercial, cuando me enteré de que Christian seguía interesado en mí, mejor dicho, en mi cuerpo, mi mente no paró de sopesar los “pros” y los “contras” de su ofrecimiento:

“Pros”. Uno. Como me había dicho Christian, disponía de varios sitios seguros para hacerlo en los que nadie nos molestaría. Dos. Había perdido el miedo a dejar de ser virgen después de dejar de asociar ese hecho con el comportamiento de Andrea en su primer curso de instituto. Tres. No me atraía, ni me sentía interesada por ningún chico del pueblo. Cuatro. No quería ser, desde el primer día en la Universidad, la típica chica de pueblo, inocente, tímida y virgen. Cinco. Christian poseía bastante experiencia follando (varias chicas de su curso, un par de chicas del curso superior y una del curso inferior, Andrea). Seis. Christian, su padre mejor dicho, poseía los recursos económicos suficientes como para pagar un posible aborto si el condón fallaba (quería tener hijos pero nunca antes de acabar la Universidad). Total: 6.

“Contras”. Uno. Christian no escuchándome, no haciéndome caso, no respetándome… Dos. Christian obligándome a hacer algo sexual que no quisiera realizar. Tres. Christian contando, a posteriori, que me había follado. Cuatro. El recuerdo del intento de violación (de mi boca) por su parte. Cinco. El posible dolor cuando su miembro me rompiera el himen. Total: 5.

El ascensor había llegado a la planta correspondiente. Se deslizaron las puertas metálicas hacia uno de los lados y salí al exterior. La puerta de su piso ya estaba abierta y entré.

-          Estoy en el baño, puedes ir yendo hacia mi habitación.

-          Vale.

No di crédito a lo que veían mis ojos: la cama perfectamente hecha con un lado abierto, la persiana casi bajada del todo, algunas velas aromáticas encendidas repartidas por toda la habitación, un par de quemadores con un palito de incienso sin prender aún, una caja de preservativos Durex Sensitivo Suave en una mesilla y un lubricante Durex Lovers Connect en la otra. Acabé de fijarme en todo cuando un Christian vestido sólo con unos bóxers, asomó por la puerta:

-          ¿Qué?, ¿me lo he currado o no?

-          No está mal…

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18:41 pm. Roble. Mi habitación.

A pesar de contar con toda la ayuda posible de Daniela, había “cargado” tres materias. Una más que en la anterior evaluación. Se notaba que, durante ese segundo trimestre, había vuelto con Christian.

No buscaba grandes calificaciones, ni ser la mejor de clase, ni optar a entrar en carreras universitarias exigentes. Solamente buscaba aprobar y seguir un curso más, el último, en la misma clase que mi mejor amiga.

El boletín de notas del instituto estaba encima del escritorio y yo tumbada, boca arriba, en la cama con el móvil. Revisaba Instagram o, mejor dicho, cotilleaba Instagram: todos los stories de mis seguidores y de los usuarios a los que seguía.

En esos momentos, Toño hizo su aparición en el umbral de mi habitación. Acostumbrada a que lo hiciera varios días por semana, me levanté de la cama y me dirigí hacia la puerta con la intención de cerrarla, dejándolo fuera. Sin embargo, esa vez, adelantó un pie para impedirlo y comenzar una conversación.

-          Tu madre me ha dicho que hoy te han dado las notas… ¿puedo verlas?

-          No. Ahora quita el pie de ahí.

-          No seas mala, hija. Sólo quiero verlas un momento y me iré.

El hedor a alcohol, que desprendía su boca al hablar, ya era habitual en él, sobre todo después de que el verano pasado perdiera su empleo en Hidalgo SA.

-          Luego te mando una foto al móvil. Lárgate.

-          ¿Qué mierda una foto? Yo las quiero ver en papel… si las estoy viendo encima de tu escritorio. Venga, acércamelas...

Fui tan tonta como para hacerle caso. Me di la vuelta, anduve hasta mi escritorio, cogí el papel y cuando me volví, comprobé, bastante nerviosa, que Toño había entrado y cerrado la puerta.

-          ¿Pero qué coño te crees que haces?

-          Hace unas semanas no me dejaste que te diera mi “regalo” de cumpleaños. Ahora lo vas recibir tanto si quieres como si no…

-          Carmen… ¡Carmen!... ¡¡¡CAAARMEEEEEN!!!

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18:44 pm. Roble. Habitación de Christian.

Me encontraba sentada y totalmente desnuda dentro de la cama, tapada hasta el cuello con las sábanas. Era la vez que menos tiempo había necesitado para desvestirme por completo. Aproveché que Christian se tenía que poner de espaldas a mí para encender los palitos de incienso y, antes de acabar de encender el primero, yo ya me estaba metiendo en la cama.

Mi objetivo era claro: que me viera desnuda lo mínimo posible. Aunque ese no era el único objetivo. Cuando le había hablado por Whatsapp, el día anterior, para aceptar su propuesta, le dejé claras todas las normas que iba a poner para nuestra “cita”. Nada de besos en la boca ni en ninguna otra parte, nada de tocamientos innecesarios, nada de dar ni recibir sexo oral de ninguno de los dos y nada de desviarse de lo único permitido: la penetración vaginal.

Había adoptado de nuevo la actitud decidida, enérgica e impetuosa de la fiesta de Carnaval en su casa para asegurarle que, como volviera a intentar algo parecido a lo que hizo en mi casa por su cumpleaños, me lo haría pero a continuación iría directamente al cuartel de la Guardia Civil a denunciarle. Y ahora, ya no era menor de edad…

El aroma a incienso se empezaba a mezclar con el de las velas aromáticas dando una mezcla fuerte pero soportable. Christian rodeó la cama, situándose cerca de uno de los laterales de la misma. Observó toda mi ropa amontonada en el suelo y, sin decir nada, se bajó los bóxers delante de mí.

Christian: ojos marrón avellana, pelo rubio oscuro, alto, guapo (no era tan hipócrita como para negarlo), piel morena por todo su cuerpo (incluido su miembro medio erguido), delgado pero musculado, musculado pero delgado, completamente desnudo y completamente depilado (al contrario que yo, que sólo me había hecho el interior de los muslos y parte del pubis).

Una vez que apartó, con uno de sus pies, los bóxers, me sonrió como Dios le había traído al mundo. Avanzó hacia la mesilla más cercana y, cogiendo el lubricante, se sentó en el borde de la cama, al lado mío.

-          Este lubricante es bastante caro… pero también muy especial. A ti te dará una sensación de calor y a mí de frio. ¿Quieres… que te lo aplique yo?

-          No. No hace falta. Ya lo hago yo. Pásamelo.

-          Toma.

Con el brazo derecho me aseguré las sábanas sobre mi pecho y, sacando el brazo de izquierdo de debajo de ellas, cogí el bote de lubricante con la mano izquierda. Volví a meter el brazo izquierdo junto al lubricante bajo ellas. Cuando quise abrirlo para echarme un poco en la mano, me di cuenta de que iba a necesitar los dos brazos. Christian, quien no me quitó ojo mientras hacía todo eso, verbalizó lo que pensaba pero para su propio beneficio.

-          Daniela… en algún momento voy a tener que verte desnuda. Además, la manera en la que estás intentado echarte el lubricante pues… ¿qué quieres que te diga?... va a terminar la cama con más lubricante que tú, ¿no crees?

Me fastidiaba reconocerlo pero tenía razón en todo. Era muy difícil (imposible en realidad) follar completamente vestidos o tapados con ropa. Aumenté un poco el valor que había demostrado hasta ese momento y comencé a desprender, con la mano derecha, las sábanas de mi busto. Christian estaba atentísimo a lo que iba a revelar: unas aureolas rosa claro con sus respectivos pezones del mismo color y un par de pechos bastante grandes, de piel blanca en la zona más próxima a las aureolas y con cierto color en el contorno.

El chico se quedó con una cara de pervertido que, en ese instante, me dio ganas de reír. No lo hice, pues recordé que nunca me había visto los pechos descubiertos, a pesar de haber sido novios varios meses.

Me quedé de ombligo para arriba desnuda para él pero, antes de aplicarme el lubricante, quise acabar con el “espectáculo”. Estiré el brazo derecho hacia la otra mesilla y cogí la caja de preservativos para tirársela cerca de la zona de la cama donde estaba sentado.

-          Ve poniéndote uno, ¿no?

-          Verás… aún no la tengo completamente dura… y para hacer lo que me mandas, necesitaría tocar un rato tus pechos…

-          Ni hablar. ¿No te acuerdas de las normas? Nada de besos, de tocamientos innecesarios, ni de sexo oral. Sólo penetrar.

-          Dani… si quieres que te penetre, antes la tengo que poner dura y eso lo consigo tocando a la chica que me voy a follar…

Sin erección, que Christian me la metiese iba a resultar bastante complicado. Tuve que ceder.

-          De acuerdo. Acércate y tócame pero no te pases… va en serio, Christian, no-te-pases…

Christian sólo sonrió. Acto seguido se puso de pie en el suelo y apoyó sus dos rodillas encima del colchón. A continuación, empezó a andar sobre ellas por la cama para acabar encima de mí a la altura de los muslos.

-          Pero, ¿qué haces?

-          En esta postura te puedo tocar cada pecho con una mano. Cuando se me ponga dura, ya me coloco el condón. Tú podrías ir poniéndote el lubricante…

Nadie, salvo yo misma y Andrea (en una ocasión), me había tocado los pechos desnudos. Christian puso su cara de guarro total en cuanto sus manos empezaron a tocar la piel de mis mamas.

Sí. De nuevo, lo tenía que reconocer. Christian sabía cómo tocarle los pechos a una chica: amasamiento, círculos con los pulgares sobre las aureolas y pequeños pellizquitos en los pezones para que se pusieran duros. A los pocos segundos, los míos ya se habían puesto durísimos y un ligero rubor acompañado de una sensación de calor agobiante recorría mis mejillas.

Recordé que debía aplicarme el lubricante y cuando bajé la cabeza para hacerlo, mis ojos se toparon con su polla, la cual no paraba de elevarse y crecer. Estando paralizada mirando su miembro, Christian aprovechó para dejar mis pechos, bajar sus manos hasta mi ombligo e ir retirando de mi cuerpo las sábanas. Tardó muy poco en dejar al descubierto mi coño peludo. Aquello no me importó, al contrario, me estaba empezando a gustar.

-          ¿Qué haces, Chris, qué haces?

-          Estoy oliendo tu coño… estaría perfecto si lo tuvieras completamente depilado… pero no pasa nada…

-          ¿La tienes dura ya?

-          Completamente.

-          Pues ponte el condón…

Mientras Christian volvía coger la caja de preservativos, yo me eché un poco de lubricante en la mano derecha. Era igual de transparente que la gomina del pelo. Estaba nerviosa: nunca había utilizado un lubricante. Antes de que pudiera reaccionar, Christian dejó el condón sin abrir que había sacado de la caja y, con dos dedos, me quitó el lubricante de la mano para empezar a untármelo él en mi coño:

-          Tienes el coño caliente, Dani… échame un poco más…

Ahora sí. Salvo yo misma, nadie más, ni siquiera Andrea, me había tocado nunca el coño. Le puse más lubricante en sus dedos y él los hundió dentro de mi selva vaginal y, por poco tiempo más, virginal.

Se limpió los dedos a las sábanas de la cama y recogió el condón. Lo abrió, lo sacó y se colocó encima de la punta del glande. No sabía nada de tamaños de polla. Así que sólo podía comparar su polla con la otra que había visto en mi vida, la de Migui, y en eso, el chico del pelo teñido de verde ganaba a su amigo.

Christian terminó de enfundarse el condón por toda su polla, me pidió más lubricante, se lo untó por su miembro plastificado, me mandó tumbarme boca arriba en la cama y abrir las piernas.

-          ¿Preparada?

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18:48 pm. Roble. Mi habitación.

-          ¡CARMEN!, ¡CARMEN!, ¡CARMEN!…

-          ¡¡¡CÁLLATE, PUTA!!! (Bofetón en la cara).

-          Suéltame, cabrón… tengo un video y te voy a denunciar… te voy a denunciar…

-          Cuando acabe contigo, no te quedarán ganas de denunciar nada…

-          Hijo de puta… ¡CARMEN!, ¡CARMEN!, ¡CARMEN!

Había aguantado varios minutos forcejeando de pie pero acabé tirada en la cama con Toño (mi padre) encima de mí. No paraba de mover mis brazos para impedir que me los inmovilizara y mis piernas para poder golpear su entrepierna. Sabía que mi madre estaba en casa pero la muy zorra no acudía a mis peticiones de auxilio. No sé porqué confiaba en que me ayudase si durante todos aquellos primeros meses de mi adolescencia, había permitido y facilitado que Toño abusara de mí y me violase. A pesar de ello, seguía gritando su nombre. Si Toño me mataba, su conciencia le recordaría mis gritos el resto de su puñetera vida.

-          ¡CARMEN!, ¡¡CARMEN!!, ¡¡¡¡CAAARMEEEEEN!!!!

-          Cállate y deja de moverte, joder… deja de moverte…

Se oyó la puerta de mi habitación abrirse. Siguiendo forcejeando con Toño, pude visualizar a Carmen (mi madre), paralizada bajo el umbral.

-          Ayuda… ¡ayuda!... ¡¡¡AYUDA!!!

-          ¡Cierra la puta puerta, Carmen!

No hizo ni una cosa, ni la otra. Huyó. La muy hija de puta huyó…

Tenía que haber denunciado hace cuatro años. Al día siguiente de grabar el video. Aunque no sólo lo habría denunciado a él, sino también a ella… pero me hubiera quedado sola… peor que sola… en un orfanato… reformatorio… o un sitio peor…

-          Suel… suéltala, Antonio.

Carmen había reaparecido por la puerta y sujetaba, en una de sus manos, el mayor cuchillo que había en la cocina. Toño no la escuchó y aprovechando que me había inmovilizado los brazos, gracias a un pequeño momento de rendición, empezó a lamerme la cara.

-          Haz… hazlo, Carmen… ¡clávaselo!

Carmen, desde su posición, tenía disponible toda la espalda de su marido. Toño, al oír mi última frase, giró la cabeza un momento hacia su mujer.

-          Carmen, no seas idiota y suelta el cuchillo. Vas a terminar haciéndote daño…

Sin esperar respuesta, se volvió de nuevo hacia mí para seguir chupándome la cara y el cuello. Yo continué implorándole a Carmen que lo hiciera hasta que, finalmente, lo hizo. Avanzó varios pasos hasta él y, con más miedo que valor, clavó la punta del cuchillo en la baja espalda de su marido.

-          ¡¡¡AAAHHHHH!!!, ¡PUTA ZORRA!

El cuchillo no se hundió mucho ya que, cuando Carmen lo soltó, no aguantó clavado y cayó al suelo. Toño llevó un brazo a su espalda para evaluar los daños. Fue ese el momento que aproveché para dirigir mi boca a su otro brazo y morderlo con todas mis fuerzas.

-          ¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHHH!!!!!

Se levantó de la cama para soltarse de mi brazo. Yo también me incorporé y, en dos zancadas, conseguí cruzar mi cuarto y traspasar su puerta. Carmen obstruyó la salida, poniéndose de escudo entre Toño y yo. “Lárgate” me dijo mientras Toño fuera de sí, se agachaba para recoger el cuchillo del suelo.

Miré hacia la puerta de entrada al piso situada al final del pasillo y, cuando volví a mirar a Carmen, esta se encontraba doblada por la cintura. Toño le había clavado el cuchillo en el abdomen. Cuando ya yacía en el suelo, en un charco de su propia sangre, Toño la superó y se dirigió a mí. Sin pensármelo dos veces, corrí como no lo había hecho en mi vida hacia la puerta con Toño persiguiéndome. La abrí y empecé a bajar las escaleras lo más rápido que podía mientras oía a Toño, detrás de mí, gritándome.

-          ¡TE VOY A MATAR, ZORRA!, aunque sea lo último que haga, ¡TE MATO!

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18:56 pm. Roble. Habitación de Christian.

-          Ah… ah… sigue así, Christian… despacio… ah… ah…

Había pronosticado que a su polla le iba a costar bastante penetrar mi coño pero el lubricante fue clave para que eso pasara de una forma fácil y casi indolora.

Durante un buen rato, sólo le permití que metiera, entre mis labios vaginales, su glande. Poco a poco, fui excitándome y calentándome más, consintiéndole que profundizara más en mi interior.

No sabía muy bien si, en esos momentos, me estaba metiendo la mitad o todo su miembro al completo, pero no quería que parara. Había colocado mis manos en sus caderas y notaba como su culo cogía impulso una y otra vez para seguir embistiéndome, aunque de una forma lenta.

No podía describir con palabras cómo era follar. Nunca se lo había preguntado a Andrea y mucho menos a mi madre. Lo único a lo que podría igualarlo, en la parte física, era a la acción consistente en meter los cuatro dedos de una mano, a la vez, en mi coño.

-          Joder… joder… hacía tiempo que no me tiraba a una virgen… ¡qué bueno, joder!… ¡qué bueno!

Pocos segundos después de decirlo, note cómo Christian paraba de moverse, mantenía su miembro dentro de mí y empezaba a gemir más fuerte de lo que lo estaba haciendo hasta ese instante.  

-          Oh-oh-oh-oohh-oohh-OOHH-OOHH-OOOOOOHHHHHH… joooder… deeer… deeer… buuufff…

Observé, desde abajo, cómo Christian cerraba los ojos y ponía todo su cuerpo en tensión mientras su polla comenzaba a correrse dentro de una fina capa de látex en el interior de mi coño. Al terminar, se quitó de encima y se tumbó a mi lado en la cama.

La verdad es que yo no tenía casi ninguna experiencia sexual con otras personas (la masturbación que se hizo Andrea con mi propia mano y una mamada a Migui), pero ese polvo, mi primer polvo, me supo a poco. Había encontrado la postura adecuada y Christian me la metía bien (despacio y a buen ritmo), pero el chico no pudo más y empezó a correrse disfrutando él y desilusionándome yo.

No esperaba, ni mucho menos, llegar al orgasmo a la primera pero habiendo comprobado que la penetración no había sido muy dolorosa y que me estaba gustando… por lo menos disfrutar cinco, diez minutos. No solamente uno o dos. Él parecía estar pensando lo mismo que yo, debido a la frase que me dijo antes de irse al baño.

-          Joder… no se que tenéis las vírgenes que con vosotras no soy capaz de contenerme…

“Capaz de contenerme… buen eufemismo, Christian” pensé cuando se levantó de la cama y, con el semen aún colgando dentro del condón que tenía puesto, salió del cuarto en dirección al baño.

No sabía si Christian duraba tan poco con todas las chicas con las que había estado (Andrea me podía responder a eso), sólo con las vírgenes o, esa vez, sólo conmigo. Lo que sí sabía era que no iba a pregonar por el instituto haber desvirgado a Daniela Blanco. O tal vez sí, pero, en ese caso, se arriesgaba a que los últimos meses de curso en vez de ser “Christian-Hi-dalgo” se le conociera como “Christian-el-rayo”…

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19:14 pm. Roble. Una calle cualquiera.

Al atravesar el portal, me desplacé varias calles, corriendo sin parar, hasta que me percaté de que, por la prisa con la que quise liberarme de Toño, primero, y escapar del cuchillo que llevaba en la mano, después, había dejado el smartphone en mi habitación.

No sabía si Carmen, mi madre, estaba sólo herida o muerta, y, aunque mirara cada dos por tres detrás de mí sin verlo, tenía la sensación de que me iba topar en cualquier momento con Toño.

Solamente existía un lugar al que poder acudir: el piso de los padres de Daniela.

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19:32 pm. Roble. Casa.

Daniela se había ido de compras, Ana estaba haciendo unos recados y yo me encontraba sentado en el sofá del salón de casa viendo el típico concurso de las tardes basado en preguntas y respuestas.

Priii, priii, priii, priii, priiiiiiii.

“¡Qué raro!”. Tanto Ana como Daniela tenían llaves. Carteros no podían ser. Quizá fuera alguien que se había confundido de piso. Fui hasta el telefonillo de la entrada pero, antes de que llegara, él o la que estuviera timbrando, volvió a hacerlo más insistentemente.

Priiiiiiii, priiiiiiii, priiiiiiii, priiiiiiiiiiiiiiii.

Más que sorprenderme, me enfadé. Quien quiera que fuese la persona que estaba abajo, se iba a enterar.

-          ¿¡QUIÉN!?

-          ¿Daniela? Soy Andrea, abre la puerta, abre la puerta, ¡¡¡AAABREEEEE!!!

Era Andrea la que llamaba y, por el volumen de su voz, pasaba algo urgente. Esperé en la entrada, intranquilo, y cuando llamó, abrí la puerta de inmediato. Una Andrea en ropa de andar por casa, sudada y con los ojos enrojecidos y llorosos, se metió directamente dentro del piso mientras no paraba de decir que cerrara la puerta.

-          ¿Qué te pasa, Andrea?, ¿te encuentras bien?, ¡Andrea!, ¡Andrea!

-          Carm… mi… mi… mi ma… dre… madre…

-          ¿Tu madre?, Andrea, ¿tu madre?, ¿qué le pasa?, ¡Andrea!, ¿qué le pasa a tu madre?

-          La ha… él la ha… apuñalado… apuñalado…

-          ¿Quién?, ¡Andrea!, ¿Quién ha apuñalado a quién?

-          Toño… a mi… mi… madre… Toño a mi madre… para que no me violase…

Antes de poder asimilar lo último dicho por Andrea, la chica se me abalanzó al cuello para abrazarme y empezó a llorar sobre mi pecho. La intenté tranquilizar como pude pero conseguí otra cosa. Algo involuntario pero de las peores cosas que podían pasar en una situación parecida: me había empalmado.

Andrea, con las lágrimas recorriendo sus mejillas, se separó lentamente de mí cuando notó la punta de mi pene en su ombligo. Antes de que pudiera empezar a disculparme con ella, tuve que hacerlo con otra mujer que justo abría la puerta principal de casa en aquel instante: Ana.

-          ¿Se me puede saber qué COÑO está ocurriendo aquí?

-          Ana… esto no es lo que parece…

-          Ana, por favor, llama a la policía: Toño ha apuñalado a mi madre.

-          ¿¡QUÉ!?

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20:19 pm. Roble. Oficinas de Hidalgo SA. Mi despacho.

Toc, toc, toc.

-          Adelante.

(Ruido de la puerta abriéndose).

-          Esther… llegas uno, dos… once minutos antes de la hora. Pasa, pasa.

-          Me “moría” de impaciencia por la tontería que me quieres decir.

-          Aisshh, Esther, nunca te han sentado bien las ironías.

-          Te quedan cuatro minutos. Dime lo que tengas que decir.

-          Me encanta como vienes vestida, ¿vas a algún lado después de terminar aquí?

-          No es asunto tuyo. Tres minutos.

-          Tú sabes tan bien como yo, los buenos momentos que hemos pasado en este despacho. Desde que tenías 18 años y no eras más que una jovencita inexperta, hasta ahora, que te has convertido en toda una mujer…

-          Tú lo pasabas bien, yo te sufría. Dos minutos.

-          ¡Oh! No me rompas el corazón… Esther. Tú disfrutabas tanto como yo… y lo sabes. No lo niegues: la piel de gallina de tu nuca cuando te besaba el cuello… tu ombligo recorrido por escalofríos cuando te acariciaba el pubis… tus labios húmedos cuando mis dedos jugaban con tu clítoris… tus gemidos incesantes cuando te poseía por detrás…

-          ¡BASTA! Eso todo ya se terminó. Te queda un minuto. Dime de una jodida vez lo que quieras decirme o me voy.

Había llegado la hora de jugar al póker. Pero al contrario. Primero: descubrir las cartas.

-          Bien, sin rodeos: quiero que renuncies al puesto de La Coruña y te quedes en esta empresa.

-          ¿¡Para qué, Ricardo!?, ¿¡para seguir follándome cuando te dé la gana!?, ¿¡volver a convertirme en tu puta secretaria!?, o mejor dicho, ¿¡en tu secretaria puta!?

Segundo: all in. Apostar el resto y dejar todas mis fichas en el centro de la mesa.

-          Te puedo aumentar el sueldo, Esther. ¿Qué dirías a eso?

-          Diría que, con ese aumento, lo único que pretendes es pagarme el dejar que me folles todo lo que quieras y cuando quieras. Lo cual, me convertiría en una vulgar zorra…

-          Tienes toda la razón. Te convertirías en una zorra… pero en una zorra muy bien pagada.

-          ¡Qué te follen, Ricardo! Me harté de ti. Me largo.

Tercero y último: farolear.

-          No tan deprisa, Esther. Me queda una última cosa que decirte y esta SÍ que te va a interesar. Verás…

Mientras hablaba y ella esperaba al lado de la puerta abierta de mi despacho, abrí el primer cajón de mi izquierda y saqué un pendrive metálico que había dentro.

-          … hemos pasado muy buenos momentos en este despacho pero… a veces… no sólo éramos dos… sino tres…

Al decir “tres”, elevé mi brazo izquierdo. Un brazo, cuya mano sostenía el pendrive para que ella lo contemplara. Una sombra de duda cruzó su cara.

-          ¿Qué… qué quieres decir?

-          Digamos que me gusta guardar los buenos momentos y que dispongo de una cámara digital con muy buena resolución…

-          ¿Có-cómo?

-          … tendrías que ver los increíbles videos que graba desde el punto más alto de esa estantería.

Señalé la estantería de mi derecha con la mano derecha al mismo tiempo que abaneaba el pendrive con la izquierda delante de ella. “A ver si cogía ya la indirecta…”.

-          ¿Nos… nos has grabado… follando?

-          ¡Bingo!

-          ¿¡Cómo pudiste…!?

-          Mi vena voyeur, Esther… no lo puedo evitar… me gusta verme follando como si fuera un actor de una película pornográfica…

-          …

-          Ahora imagina que mando el contenido de este pendrive a tu nuevo jefe en La Coruña junto con una carta de recomendación muy “particular” escrita por mí, ¿qué pasaría?

-          No eres capaz…

-          Todo depende de ti, Esther…

-          ¿Qué quieres?

-          Lo sabes perfectamente…

-          No voy a volver, Ricardo. Si quieres podemos “quedar” de vez en cuando… pero eso sería todo. No-voy-a-volver.

Daba igual que aceptara o no su propuesta porque, antes de poder quedar por primera vez con ella, se habría dado cuenta de que no tenía ningún video grabado. Ella era libre y yo, después de que rechazara el aumento de sueldo y de que no se amedrentase con la estrategia del pendrive, no tenía nada con lo que sobornarla, chantajearla o amenazarla.

Lo único que se me ocurría, en aquel momento desesperado, era un intercambio. Un intercambio que me daría la última satisfacción con Esther antes de verla marcharse para siempre de mi lado…

-          De acuerdo. Acepto tu propuesta.

-          Si aceptas quiero que me entregues AHORA todos los videos originales que tengas de nosotros y sus copias.

-          Lo lamento pero todo lo guardo en mi portátil personal de casa. Mañana te lo podría entregar. Aquí y ahora, sólo tengo este pendrive. Si quieres te lo doy…

Esther, ilusa, dejó arrimada la puerta del despacho, dio varios pasos hasta quedar delante de mi escritorio, extendió su brazo derecho y cuando su mano derecha estaba a punto de coger el pendrive, yo retiré mi mano bruscamente.

-          … con una condición.

-          ¿¡CUÁL!?

-          Desde principios de enero no hemos vuelto a “estar” juntos y yo… yo necesito poder “despedirme” de ti… despedirme de una “buena forma”… antes de que te vayas a La Coruña…

-          ¿Quieres follarme, no?

-          ¿La verdad? Sí. Un polvo, aquí y ahora. Un polvo a cambio del pendrive.

-          Bien. Dos condiciones.

-          Di.

-          La primera: el pendrive ahora, ni durante, ni después. Ahora.

-          De acuerdo.

-          La segunda: cinco minutos de polvo. Me da igual si te corres o no. Cinco minutos. Ni un segundo más.

-          Muy bien. Aquí tienes…

Extendí de nuevo mi mano con el pendrive pero esta vez no la retiré. Esther lo cogió de manera brusca. Mientras ella se quitaba el bolso para guardar mejor el pendrive en él, yo me levanté del sillón y me empecé a desabotonar la camisa.

Lo hice tan rápido que Esther apenas pudo acabar de cerrar la cremallera del bolso cuando ya la había puesto de cara al lateral izquierdo de mi escritorio. Ella dejó su bolso cerrado encima y, con una actitud de resignación, se apoyó, con sus dos manos, en el borde del mismo. Me acerqué a ella lentamente, por detrás, mientras me quitaba la camisa y la dejaba encima de mi sillón.

Llegó su turno y le quité la chaqueta de cuero negro que llevaba puesta para ver bien cómo estaba vestida. La tiré encima de mi camisa y, suavemente, le mandé que se diera la vuelta. En una palabra: preciosa. Llevaba un vestido azul oscuro de una sola pieza, ceñido en su parte superior y terminado con una falda en la parte inferior, dejándole parte de los muslos, sin medias, al descubierto.

Retiré delicadamente los tirantes, que aguantaban su escote corazón, hacia sus brazos para dejarle los hombros al descubierto. No llevaba sujetador. Estupendo. Acerqué mi nariz a su hombro izquierdo para oler el aroma de su piel. Lo recorrí con mis fosas nasales, pasé por el cuello y acabé en su hombro derecho, en el extremo opuesto de donde había comenzado. Acto seguido, le cogí cada brazo para deslizárselos por fuera de los tirantes del vestido.

Esther se mantenía pasiva, como una muñeca, dejándome hacer hasta que, al darle la vuelta de nuevo para empezar a bajarle la cremallera del vestido, dijo:

-          Dos minutos.

-          ¿Qué?

-          Te quedan dos minutos.

Me quedé pensativo. Esther podría haber esperado y haberse marchado sin ser penetrada. Con el ritmo que llevaba, en los cincos minutos permitidos por ella, no me habría dado tiempo ni a bajarme los pantalones. Sin embargo, optó por avisarme. Supongo que prefería irse del despacho de un Ricardo contento y eyaculado que del despacho de un Ricardo cachondo y sin eyacular.

Sin perder más tiempo, le bajé de forma agresiva la cremallera del vestido y, a continuación, el propio vestido hasta, más o menos, la altura de la cintura, dejándole los pechos al aire. Le di la vuelta de nuevo y le chupé aquellos pechos que había catado por primera vez cuando tenía 18 años.

No me extendí con ellos y, por tercera vez, la coloqué de cara al lateral izquierdo de mi escritorio. Me puse de rodillas y le levanté la falda para ver su trasero parcialmente resguardado por un tanga negro. Se lo empecé a bajar por las nalgas, descubriendo la hermosa línea que formaban al juntarse, los muslos y los gemelos. Al llegar a sus tobillos, levanté cada uno de sus pies, enmarcados en tacones negros, haciendo que el tanga abandonara finalmente su cuerpo y pasara a ocupar uno de los bolsillos de mis pantalones.

Había llegado el momento. Me incorporé detrás de ella y, con la mano izquierda, le separé las piernas y le remangué la falda de su vestido mientras escupía en mi mano derecha. Luego, llevé esa mano hasta su coño y empecé a frotarle los labios vaginales con mi saliva. Se hacía la estrecha pero no podía evitar estar ya un poco mojada.

-          Sigue estimulando tu coño…

Acatando mi orden (consejo mejor dicho), empezó a acariciarse, con los dedos, su clítoris a la vez que yo me ocupaba de desabrocharme el cinturón, luego el botón de los pantalones y, por último, la cremallera de los mismos.

La polla ya la tenía lista y no sabía cuánto tiempo restaba, así que, con el vestido convertido en un hula hoop alrededor de su cintura, la cogí por las caderas y, ayudándome con la mano, coloqué exactamente mi glande entre sus dos labios vaginales. Después, con un pequeño movimiento de cadera hacia delante, la punta de mi falo entró fácilmente en el interior de Esther…

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-          Se acabó el tiempo, Ricardo. Me voy…

-          Espera… espera… ya casi estoy…

-          En serio, me voy…

Esther comenzó a revolverse para intentar hacer que parase. Debido a ello, cambié el apoyo de mis manos desde sus caderas a sus hombros. No obstante, aquello más que fastidiarme, aumentaba mi excitación.

-          Ricardo, para ya…

-          Un poco más… un poco más…

-          ¡NO! Suéltame, Ricardo…

-          Deja de moverte, joder… o… no recibirás el resto de los videos…

Con esa leve amenaza, mi antigua secretaria se tranquilizó y yo proseguí unilateralmente con el polvo.

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-          A punto, Esther, a punto…

-          Dentro no, Ricardo, dentro no…

-          A PUUUNTO…

-          Ricardo… ¡NO!

-          Oh… oh… oh….

-          Nooooo…

-          OH…. OH… OH…

-          AAAAAAAHHHHH…

-          OOOHHH… OOOHHH… OOOOOHHH…

-          ¡¡¡SUÉLTAME, CABRÓN!!!

-          Diosssss… puta… joder…

No queriendo que acabase dentro, tuve que tirarle del pelo a Esther para que, justo al empezar a correrme, no consiguiera sacar mi polla de dentro de su coño.

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Aprovechando la fase poscoital, la chica me empujó hacia atrás bruscamente. Al tener los pantalones y calzoncillos por los tobillos, perdí parte del equilibrio y, antes de caerme al suelo, pude sujetarme a la estantería de detrás de mí. Ella, sin reclamar su ropa interior, se recolocó el vestido, se colgó el bolso y recogió su chaqueta. Luego se giró y me miró con los ojos llenos de odio.

-          Eres un hijo… de la gran… ¡¡¡¡¡PUTA!!!!!

Sin duda, tenía merecido el insulto pero no me afectó en absoluto. Había disfrutado de mi última cabalgada a aquella estupenda yegua. Eso me hizo recordar, lo que le tenía que confesar.

-          Mmm, antes de que te vayas, tengo que decirte que… nunca hubo ninguna cámara, ni grabaciones, ni videos, ni nada. Y ese pendrive que te he dado… lo puedes conservar como regalo de la empresa. Está vacío.

Antes de que pudiera reaccionar, recibí un tortazo de Esther que, esa vez sí, hizo que perdiera el equilibrio y terminase tirado en el suelo. Desde allí, pude escuchar lo último que me dijo.

-          ¿Qué me impide ir ahora mismo a la Guardia Civil y denunciarte por violación?, ¿¡EH!?, ¿¡QUÉ ME LO IMPIDE!? Sólo consigues follar con mujeres vulnerables y frágiles, Ricardo. Y yo… yo ya no lo soy.

Fue hasta la puerta, la abrió completamente y, antes de adentrarse en la oscuridad de las oficinas, añadió:

-          Yo de ti, buscaría ayuda. Estás enfermo…

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21:06 pm. Roble. Brasería Roble.

La policía ya estaba avisada, Andrea a salvo encerrada en nuestro piso, Andrés yendo al centro del pueblo a recoger a Daniela y yo me aproximaba andando, lo más rápidamente posible, a la Brasería Roble tras no recibir respuesta alguna del móvil de Ricardo.

Llegué a la puerta del restaurante con el ritmo cardíaco bastante agitado. Entré y me encaminé hacia el fondo del local, hasta una larga mesa de mantel blanco con casi todas las sillas ocupadas.

-          Eeehhh, Ana, aquí… aquí… jajajaja…

-          Llegas tarde, Ana…

-          No seas capullo. Tranquila, Ana, que todavía no hemos empezado a cenar, sólo hemos pedido las bebidas…

-          Siéntate aquí, Ana…

-          ¿Qué quieres de beber…?

-          ¿Ana?

-          ¿Ana?

-          ¿Ana, qué pasa?

Estaba de pie, sin moverme, frente a la mesa. No encontraba las palabras adecuadas con las que transmitirles la fatal noticia. Unas palabras con las que seguro aguaría el ambiente festivo y que dejarían a todos sin ganas de celebrar nada.

-          Toño… Toño ha intentado abusar de su hija y ha herido a Carmen. Ella está muy grave. De él no se sabe nada. Está fugado.

Todos y todas se quedaron con la cara petrificada, mirando hacia mí. La primera reacción fue de incredulidad.

-          ¿¡Toño!?

-          Dios mío…

-          Jesús…

-          No puede ser, Ana…

-          Toño sería incapaz de hacer esas barbaridades…

-          ¿Seguro, Ana?

-          ¿Cuándo ha pasado?

-          ¿A dónde se han llevado a Carmen?

-          ¿Cómo está Andrea?

Mientras iba contestando como podía, a los comentarios y preguntas de mis compañeros, me di cuenta de que no era la última invitada en llegar a la cena: Ricardo, Esther y Brais aún no se habían presentado en el restaurante. 

Después de unos pocos minutos, cuando todo el mundo empezó a asimilar los hechos y algunos ya amagaban con irse a su casa, llegó Brais.

-          Buenas noches. Perdonad el retraso. ¿Está aquí Esther?

Brais se contestó a sí mismo cuando recorrió, con la mirada, a los presentes y no encontró a su novia.

-          ¡Vaya!… espero que no haya decidido pasar de la cena… no me coge el teléfono, ni el Whatsapp y en su casa no contesta nadie…

Todos menos él, cruzamos nuestras miradas como si tuviéramos el mismo pensamiento en la cabeza. Un pensamiento desagradable y horrible que esperábamos, por lo menos yo, que no se cumpliera en la realidad…

-          ¿Qué os pasa?, ¿por qué tenéis esas caras?...

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Sábado, 24 de marzo de 2018.

11:27 am. Roble. Mi casa. Planta baja. Despacho.

Para después de una noche en vela, no existía nada mejor en el mundo que un buen vaso de whisky escocés con hielo a la mañana siguiente. Apuré otro trago de ese maravilloso caldo y seguí consultando cifras en mi portátil, situado encima del escritorio del despacho de mi casa.

Comprobé que la empresa había superado la previsión de ingresos para el primer trimestre del año y estaba terminando de revisar la partida de gastos para el segundo, cuando mi iPhone sonó indicándome que había recibido un nuevo email.

Abrí la sesión Gmail en el portátil. Había varios correos nuevos pero me fijé en el que acababa de llegar. Su emisor me sorprendió, ya que habían transcurrido casi diez años desde su último mensaje. Un mensaje con el pésame por la muerte de mi padre.

De: carolhidalgonavarro@gmail.com

Asunto: visita

Querido primo:

Te escribo para informarte de que mi padre y tu tío, Alejandro, falleció hace unos días por culpa de un ictus.  Ayer se leyó el testamento y me llevé una sorpresa al saber que era dueño de parte de las acciones de Hidalgo SA. Supongo que tú, como propietario actual, ya lo sabrías.

El caso es que mi hija Alba, tu sobrina, ha sido la única heredera de todas las acciones. Por esa razón, las dos vamos a ir a visitarte en los próximos días y así resolver todo el papeleo.

No nos hemos visto en más de veinte años, desde el incidente y el entierro de mi madre. Ni siquiera has conocido en persona a Alba. Ahora que Alejandro no está, me gustaría que olvidásemos el pasado y pudiéramos volver a tener una relación familiar normal.

Hasta pronto. Tu prima, Carol.

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Sábado, 14 de abril de 2018.

Galicia TV: “ÚLTIMA HORA. Despois de vinte e dous días de busca, o corpo de Esther López foi atopado esta mañá no lago Meirama por un veciño de Cerceda, unha localidade próxima ao lago…”.

La Primera: “Esther López Vázquez, de 26 años y natural de Roble, llevaba desaparecida desde la tarde-noche del viernes 23 de marzo…”.

Cadena 3: “Según ha podido saber esta cadena, el cuerpo sin vida de la chica robleña se encontraba flotando cerca de la playa del lago, situada en su extremo oeste, cuando fue encontrado…”.

El Cuatro: “Los agentes de la Guardia Civil encargados del caso esperan ahora que los resultados de la autopsia les aporten pistas que ayuden a identificar al responsable o responsables de la muerte de la joven…”.

La Séptima: “El lago Meirama es un lago artificial situado en el municipio coruñés de Cerceda. Antigua mina de lignito durante 27 años, entre 2008 y 2016 se produjo su llenado. En la actualidad, el lago mide, aproximadamente, 2 kilómetros de largo, uno de ancho y tiene una profundidad máxima de 205 metros…”.

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* Querido/a lector/a… esto no es un punto y final, es un punto y seguido. Lo malo es que habrá que esperar un tiempo (unos meses, un año o más) para saber cómo siguen las vidas de estos personajes. Lo bueno es que ellos no envejecerán y siempre estarán ahí esperando a que su autor/a (en este caso, yo) les proporcione más historias que protagonizar. Ha sido un verdadero placer.

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*** Por cierto… ¿qué le ha pasado a Esther López Vázquez?