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Secretos de pueblo (2/16). Daniela.

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Secretos de pueblo (2/16). Daniela. Noche sin pijama.

Las personas, descripciones, hechos y localidades de este relato son pura ficción y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia… o no.

[…] empezó a deslizar su mano izquierda por mi cintura, introduciéndola por debajo de la parte de arriba de mi pijama. Acariciaba de forma suave mi ombligo, produciéndome unos escalofríos peores que los surgidos en una montaña rusa.

Presentación

Hola, chic@s. Me llamo Daniela Blanco y si queréis, podéis agregarme al Instagram: @daniii_white. Vivo con mis padres en Roble, un pueblo del interior de la provincia de A Coruña, y estudio junto a Andrea, mi mejor amiga desde la infancia, el último curso de Bachillerato en el IES Ballarco.

El vínculo con mi madre, Ana, no puede ser mejor. En cambio, yo y mi padre, Andrés, mantenemos una distancia emocional el uno del otro. Al empezar la adolescencia, se fue alejando de mí y yo no tuve el valor o, más bien, el interés para hacer que eso no llegase a pasar. Pensaría que, al ser chica, tenía que congeniar más con mi madre y que, si hubiera nacido chico, él tendría esa relación más unida a mí.

Desde el pasado octubre, tengo novio. Mi primer novio. Christian es el único hijo del jefe de mi madre, Ricardo, dueño y director de la constructora Hidalgo SA. Estudia segundo curso de Bachillerato y dentro de un par de semanas cumple 19 años. Lo negativo de nuestra relación es que “sólo” salimos juntos. Él, para su edad, ya tiene bastante experiencia sexual, sobre todo con Andrea, con la cual estuvo saliendo (follando, mejor dicho) durante todo el pasado curso. Por el contrario, yo todavía sigo siendo virgen.

La fecha inicial para nuestra primera vez (la primera en general para mí) iba a ser en noviembre. Luego se fueron sucediendo Navidad, Nochevieja y Reyes. La nueva fecha, y última, es su cumpleaños (2 de febrero). Digo última porque, aún no habiéndome comentado nada, sé que Christian no va aguantar otra negativa y si no lo hago con él, finalmente, me dejará.

Yo quiero a Christian pero no puedo superar el miedo que tengo a perder la virginidad. Y todo, por haber asociado ese hecho a lo mal que lo pasó Andrea en su primer año de instituto. Una asociación que establecí a raíz de una confesión suya, después de la única experiencia sexual que he tenido hasta ahora…

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Abril de 2014.

 

Sábado por la noche. Casa. Mi habitación. Mi cama.

Allí estábamos Andrea y yo. Ella boca arriba, con los ojos cerrados. Yo, a su lado, despierta, contemplándola. Dudaba mucho que estuviera durmiendo. Apenas había apagado la luz hacía diez minutos.

Andrea me preocupaba. Sinceramente, me preocupaba mucho. Durante aquel primer curso de secundaria ya no reconocía a mi mejor amiga. No reconocía a la chica alegre, vivaz y bromista de los seis cursos anteriores de colegio. El instituto, sin saber muy bien el porqué o el cómo, había hecho mella en su físico y en su personalidad. Su piel blanca palideció, en su cara se dibujaron ojeras y su carácter se apagó llegando a estar, casi la totalidad del tiempo, retraída, cabizbaja e introvertida.

Ese comportamiento llegó a su máxima expresión a inicios del mes anterior, marzo. No hubo invitaciones, ni fiesta, ni globos, ni tarta, ni velas, ni gente del instituto. Su día consistió en las dos solas comiendo en la pizzería del centro comercial del pueblo y, después de darle mi regalo (una cámara de fotos digital), una sesión de cine.

Mis padres, hablando entre ellos, coincidían en una explicación biológica para la conducta de Andrea: su cuerpo se había desarrollado por completo, aún a pesar de su corta edad. En realidad, algo de razón llevaban pues era la única chica del primer curso de secundaria que ya tenía cuerpo de mujer.

Respecto a mí, nunca le quise preguntar directamente por su actitud. Pensaba que, cuando estuviera preparada, me lo contaría y así fue. Aquel fin de semana dormía en mi casa. Dormir en la casa de la otra era ya una tradición entre nosotras desde que éramos muy pequeñas. Sin embargo, eso también se había acabado, por lo menos por su parte. Durante aquel primer curso, Andrea no me había invitado ni una sola vez a su casa. Yo, por el contrario, seguía queriendo que viniera a dormir conmigo y, para mi alegría, ella siempre aceptaba mis ofrecimientos.

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-          Andrea, no te hagas la dormida. Sé que estas despierta.

Ella, al oírme, abrió los ojos y los dejó fijos, por unos segundos, en el techo. Acto seguido, se giró hacia mí.

-          Sabía que no te iba a engañar.

Las dos estábamos de medio lado, mirándonos a los ojos en medio de un silencio espeso, tan espeso como raro cuando se trataba de nosotras dos. Quise intentar que se abriera conmigo, aunque fuese de manera indirecta.

-          Andrea, soy tu mejor amiga y si me necesitas, para cualquier cosa, estoy y estaré aquí siempre.

No respondió inmediatamente. Siguió mirándome a los ojos como si estuviera decidiendo si contarme algo o no. Era increíble que, en aquel silencio, no pudiera escuchar a mi cerebro gritándole que confiara en mí.

-          Dani… tú… ¿me quieres?

La pregunta me descolocó pero mi respuesta fue directa.

-          Sí, Andrea. Te quiero mucho.

Andrea se inclinó hacia mí apoyándose sobre su brazo derecho, acercó su cara a la mía y, al yo no reaccionar, posó sus labios sobre los míos. Aquel era el primer beso de mi vida.

Mientras me besaba, yo intentaba mover los labios de la misma manera y a la misma velocidad que ella pero no tenía práctica. Andrea empezó a deslizar su mano izquierda por mi cintura, introduciéndola por debajo de la parte de arriba de mi pijama. Acariciaba de forma suave mi ombligo, produciéndome unos escalofríos peores que los surgidos en una montaña rusa.

Quitó la mano, dejó de besarme, retiró el edredón de la cama que nos cubría a ambas y se deshizo de la camiseta que utilizaba como pijama, dejando al descubierto sus pechos. Casi no podía distinguirlos por la poca luz de la calle que se filtraba a través de la ventana de mi cuarto. Seguí sin moverme, esperando su próximo paso. Con su mano izquierda cogió la mía derecha y la llevó hacia uno de sus pechos.

-          Acaríciame, Dani… necesito que me acaricies…

Me sorprendió el tono casi de súplica que Andrea empleó para decírmelo. No pude negarme a su petición. Accedí. Más que acariciarla yo, era ella la que movía mi mano por cada uno de sus pechos. Los tenía bastante blanditos pero firmes y sus pezones se estaban empezando a poner duros.

Andrea siguió subiendo la intensidad del momento. Dejó mi mano, se puso de rodillas y, con sus dos manos, empezó a levantarme la parte de arriba del pijama. Sabía lo que quería que hiciese. Me medio incorporé y me la saqué, dejando mis pechos, aún en proceso de desarrollo, al aire. Acto seguido, ella empezó a bajarme los pantalones del pijama y las bragas para dejarme totalmente desnuda. Sentí un poco de pudor, pero al estar a oscuras y apenas verse nada, dejé que pasara.

Tirada en el suelo toda la ropa que llevaba puesta, Andrea se acercó otra vez y me volvió a besar en la boca. Fue sólo un beso cálido y ligero. Empezó a bajar por mi cuerpo besándolo despacio. Mi cuello. Uno de mis hombros. El contorno de uno de mis pechos. El contorno del otro. Mi ombligo. La sensación del roce de sus labios en esas zonas me estaba provocando un cosquilleo desconocido hasta ese momento.

Dejó atrás el ombligo para llegar a mi pubis. Ahí elevé las manos para hacerla parar si seguía hacia abajo pero no llegué a intervenir. Andrea, en cuanto comenzó a notar mi vello púbico, paró. Pensaba que ya había finalizado todo pero lo único que terminaba era el “calentamiento”. Ahí fue cuando empezamos la parte principal del asunto.

Andrea se tumbó boca arriba, a mi lado y se quitó sus bragas. Ya estábamos las dos completamente desnudas. Cogió mi mano derecha y la llevó de nuevo hasta uno de sus pechos, obligándome a ponerme de medio lado para que mi mano consiguiera llegar hasta donde ella pretendía. Volvía a guiar mi mano con las suyas para que la acariciase. De los pechos, bajó hasta su vientre y, desde ahí, hasta su pubis.

De pronto, levantó mi mano, me extendió los dedos índice y corazón y se los metió en la boca. Su lengua humedecía ambos dedos al mismo tiempo que me hacía cosquillas en ellos. Mis risas mentales rápidamente se esfumaron cuando sacó mis dedos de su boca y los llevó directamente a la entrada de su vagina. 

Empezó a moverlos de arriba a abajo, de abajo a arriba, a lo largo de sus labios vaginales… ¡Se estaba masturbando con mis dedos! No podía sino quedarme con la boca abierta y la respiración contenida. Ella, en cambio, aumentaba su número de inspiraciones y expiraciones por minuto. Hasta ese día, en muy pocas ocasiones había sentido la necesidad de tocarme a mí misma y ahora, se lo estaba haciendo a Andrea.

Varias veces, paraba para llevar mis dedos de nuevo a su boca, chuparlos con ímpetu y humedecerlos bien con su saliva para devolverlos a su órgano sexual y seguir frotándose con ellos.

-          Así, Dani, así… lo estás haciendo muy bien…

Andrea aceleró el ritmo con el que mis dedos se deslizaban por sus labios vaginales y sus suspiros y jadeos cada vez se oían más. En ese punto, llegué a temer que mi padre o madre la escuchase y nos pillaran.

-          Un poco más, Dani, un poco más… ah… ah… ah… AAAHHH-mmm-mmm-mmmmmmmmm…

Cuando empezó a gemir sin ningún control tuve que colocar mi mano libre en su boca para evitar que hiciera ruido. Al mismo instante, noté cómo mi mano derecha se mojaba con los fluidos que Andrea estaba expulsando por su vagina. “¿¡Se había corrido!?”.

Asegurándome de que había acabado de gemir, levanté mi mano de su boca y ella liberó la mía de entre las suyas, no sin antes “limpiar”, con su boca y lengua, mis dedos mojados. Nos quedamos un buen rato las dos boca arriba, desnudas, sin taparnos, sin tocarnos, mirando al techo y en completo silencio.

Fue ella la que volvió a tomar la iniciativa. Esta vez para dejar su cabeza encima de uno de mis pechos y abrazarse a mí mientras nos tapaba a ambas con el edredón de la cama.

-          Gracias por esto, Dani. Lo necesitaba… y eras la única persona que podía hacerlo.

No le contesté porque no sabía muy bien lo que acababa de pasar.

Pasaron varios minutos en los que deduje que por fin mi mejor amiga se había quedado dormida. Pero aún no era así. Comenzó una nueva conversación sin mirarme, sólo acariciándome levemente el ombligo mientras hablaba.

-          Dani… ¿sigues despierta?

-          Sí…

-          Verás. Quiero confesarte una cosa, pero… no sé muy bien cómo decirla…

-          Tranquila, Andrea. Dila como te salga.

Estaba a punto de revelar lo que yo esperaba que fuera la explicación a su comportamiento de aquel curso.

-          Yo… yo ya… yo ya no soy virgen...

Pasaron unos segundos eternos en los que traté de procesar aquella sencilla frase. Virgen. Virginidad. Ser virgen. Perder la virginidad. Dejar de ser virgen.

Cuando recreé en mi cabeza el acto por el cual, seguramente, Andrea había dejado de ser virgen, me di cuenta de la transcendencia que suponía aquello y más para una chica de tan sólo 13 años. Yo tenía 12 y ya me había resultado difícil comprender todo el proceso de la regla explicado por mi madre. Su confesión superaba mis pocos conocimientos acerca del tema. No me dio tiempo a demostrar mi ignorancia sexual porque siguió hablando.

-          … pero no te puedo decir con quién ha sido… ¿lo comprendes?

-          ¿Qui-quieres que sepa que ya no eres virgen… pero no quieres contarme con quién lo hiciste?

-          Eso es, Dani. Algún día te lo contaré, lo prometo, pero por ahora no.

-          Mmm, bueno… Vale.

-          Esto sólo lo sabes tú. ¿Me guardarás el secreto?

-          ¿A quién se lo iba contar, Andrea? Claro que te guardo el secreto.

-          Gracias, Dani. Eres la mejor.

Liberándose de ese peso, Andrea se rindió y finalmente se quedó dormida, abrazada a mí. Por desgracia, ella acaparó todo el sueño de la habitación. No pude evitar estar despierta aproximadamente una hora más, dándole vueltas a su declaración. “Virgen… no virgen… pero, ¿con quién?... ¿un chico del instituto?... ¿cuándo?... ¿dónde?...”. Cuando me cansaba de una pregunta, pasaba a la siguiente y así hasta volver a empezar. Poco a poco, me fui durmiendo con todas las preguntas formando un remolino en mi cabeza.

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Si me había sentido avergonzada en algún momento de la noche anterior, la vergüenza a la mañana siguiente no tuvo punto de comparación. Mi madre tenía la mala costumbre de seguir tratándonos como niñas y no se le ocurrió mejor idea que entrar en mi habitación sin avisar para levantarnos la persiana. Digamos que no llegó a hacerlo. La luz de la lámpara de la habitación me despertó y me fijé en mi madre, congelada en el umbral de la puerta con la mano aún aferrada al pomo. Me di cuenta de qué miraba y sólo pude coger el edredón de la cama para taparnos por completo a Andrea y a mí.

Mi madre había pillado a su hija adolescente y a su mejor amiga también adolescente, durmiendo desnudas, con sus pijamas y ropa interior en el suelo. Más tarde, aquel mismo día, cuando Andrea se fue a su casa, me cayó una seria charla sobre la adolescencia como esa época de la vida en la que era normal experimentar la sexualidad propia de cada uno pero con unos mínimos de privacidad e intimidad.

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Viernes, 19 de enero de 2018.

 

16:26 pm. Casa. Mi habitación.

Después de aquella noche, Andrea volvió a ser la de antes: risueña, descarada y atrevida. Aunque siguió sin invitarme a ir a dormir a su casa. En el instituto, se esforzó los últimos meses de aquel primer curso y consiguió no dejar ninguna asignatura suspensa para septiembre.

De lo que había pasado entre nosotras o de su confesión no volvimos a hablar. Yo sumé dos y dos y me quedé con la explicación de que Andrea había estado así esos meses por perder la virginidad a tan temprana edad y, seguramente, por haber sido una mala experiencia para ella llegando incluso a ser dolorosa.

-          Daaani… Daaani… Tierra llamando a Dani… responde Dani…

Andrea, sentada en el suelo de mi habitación con las piernas cruzadas, movía ostensiblemente su mano para ver si reaccionaba visualmente. Salí de mis profundos pensamientos y volví a la conversación.

-          Sí… ¿qué?... ¿qué me decías, Andrea?

-          Tía estás empanada. Tengo a Chris en línea. Me pregunta si al final comemos con él mañana en el centro comercial. Así, nos cuenta el día para celebrar su cumple y el lugar donde te la va a meter por primera vez.

-          ¡¡¡ANDREA!!! Tía, no hables de esa forma.

-          Perdona, Dani. A ver, ¿le digo a la una y media en la entrada?

Yo asentí y ella se puso a teclear en su smartphone a velocidad de vértigo. Estaba hecha un lío con mi virginidad. Me gustaba Christian desde el primer curso del instituto y, ahora que estaba con él, no conseguía dar el paso…

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