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Un cumpleaños especial

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Un cumpleaños especial

Era miércoles, hacía un día de perros con una lluvia que no cesaba de caer y era su cumpleaños. Treinta y ocho años cumplía ese día Gabriela pero no tenía nada que celebrar y menos con quién. Diez horas encerrada en aquella oficina durante cinco días a la semana durante… bueno, unos cuantos años ya y nadie se había acordado del día que era.

Su madre, de viaje con su nuevo novio, le había enviado un escueto mensaje felicitándola y su hermana, pues ni eso. Tenía la pobre una vida tan ajetreada que seguramente le habría enviado un mensaje a través de Facebook. Esa era otra, las redes sociales, le daba hasta miedo mirarlas por no ver felicitaciones de gente que no conocía, de gente que no le importaba.

Y sabía que buena parte de la culpa era suya, bueno, y de su ex novio Julián. Muchos le habían advertido de su carácter absorbente, que la estaba alejando de sus amistades pero ella estaba tan enamorada que no quiso darse cuenta hasta que fue demasiado tarde. Cinco años duró aquella relación hasta que él se fue con otra mujer, más joven, más guapa, más todo dejándola sin pareja, sin amigos, sin nada.

Ya hacía un año de aquella ruptura y ella seguía sin levantar cabeza, sumida en ella misma. De su casa al trabajo y del trabajo a su casa, no salía por las noches de fiesta, ni al cine solo desconectaba de su rutina yendo a tomar algo al pub de la esquina donde paraba cada tarde a tomar algo, le daba cosa beber sola en su casa.

Aquella tarde lluviosa subió hasta su casa solitaria, no tenía ganas de nada y menos de salir a ningún lado. Se cambió su ropa húmeda por la lluvia colocándose unos tejanos ajados y una camiseta holgada, ropa cómoda para estar por casa. Se preparó un café, se sentó delante del portátil y lo encendió. Como se temía, tenía mensajes felicitándola pero muchos menos de los que esperaba deprimiéndola aún más. Mensajes de gente con la que había perdido el contacto y que nunca recuperaría, mensajes de extraños.

Cerró el portátil de un golpe y se alejó de él. Las paredes se cernían sobre ella, aplastándola y tuvo la imperiosa necesidad de salir de allí. Poniéndose una chaqueta sobre la ropa que llevaba decidió bajar al pub donde al menos tendría la compañía de Manolo, el barman y quizás de su compinche de barra, Víctor.

Salió de su casa y al poco rato atravesaba la puerta del local, saludando con la cabeza a Manolo que la saludó al entrar. Se sentó en su taburete habitual esperando que le sirvieran su cerveza, era lo que siempre tomaba y ya no le hacía falta pedirla. Enseguida se la pusieron delante, le dio un sorbo y dejó la vista perdida en la pared plagada de botellas.

-¿Un día de mierda? Le preguntó Manolo.

-No lo sabes tú bien. Siguieron en silencio, ella bebiendo  y él frotando con un trapo un vaso que hacía rato estaba seco.

-Hola ricitos dijo una voz a su espalda y no pudo evitar sonreír. Era el apodo con el que la llamaba Víctor haciendo alusión a su cabellera pelirroja rizada.

-Mira quién está aquí Manolo, nuestro amigo pelón dijo siguiéndole la broma. Obvio que su apodo era por su nula cabellera ya que llevaba su cráneo afeitado.

Se sentó a su lado mientras Manolo se aprestaba a servirle su consumición habitual. Le dio un sorbo y se la quedó mirando, interrogativamente.

-Pensaba que hoy no vendrías, ¿no era hoy tú cumpleaños? Le preguntó Víctor.

-Lo es dijo Gabriela.

-Ya veo dijo él. Pues felicidades, te daría dos besos pero a lo mejor hasta te gusta y me pides más le dijo socarronamente.

-Sí, mejor evitamos la tentación. No sabes lo que me cuesta no lanzarme sobre ti cada  vez que te veo le siguió la broma ella.

-Lo he notado dijo guiñándole un ojo. Al menos sí podré invitarte a tomar una copa, algo más fuerte que eso que tomas… Manolo, ponme tres whiskies pero del bueno eh que hoy celebramos un cumpleaños.

Gabriela se lo agradeció con la mirada, al menos alguien tenía un detalle con ella. Les sirvieron las copas, brindaron y empezaron a apurar sus consumiciones en silencio.

Víctor miraba de reojo a su compañera de barra. ¿Cómo podía estar sola en un día así? La chica era guapa, al menos para él. De estatura media, un rostro atractivo, de piel blanquecina y pecosa, cabello rizado rojo, ojos claros, una figura como le gustaban a él, con curvas. Pechos abundantes, caderas anchas y un culo que era una gozada.

Gabriela se giró hacía él, sabedora de su escrutinio. Debía de pensar que era un bicho raro, solo eso explicaba que el día de su cumpleaños estuviera en un bar, sola y aceptando la invitación de un casi desconocido. Bueno, quizás no tan desconocido. La verdad es que, a parte de sus compañeros de trabajo, era la persona con la que más tiempo pasaba en los últimos tiempos.

Era simpático, se notaba en las guasas que se gastaban. Culto, demostrado en las conversaciones que habían mantenido. Sabía escuchar y lo que era mejor, sabía callar cuando notaba que ella no tenía ganas de hablar. Bueno, qué demonios, también era guapo. Algo más alto que ella, rasgos varoniles coronados por su cabeza afeitada, ojos oscuros, un cuerpo delgado pero no de gimnasio sino por su propia complexión y un culo apetecible remarcado por los tejanos que solía utilizar.

Los dos se dieron cuenta del escrutinio del otro y desviaron la vista a sus bebidas.

-Oye, ¿y no te han regalado nada? Preguntó de nuevo Víctor.

-Nada de nada le contestó ella.

-Eso no puede ser, todo el mundo debería recibir algo el día de su cumpleaños. Si hubiera sabido que vendrías te habría comprado algo.

-De verdad que no hace falta, pero te agradezco el gesto dijo ella alzando su copa como brindando con él.

Víctor sacó del bolsillo interior de su cartera una tarjeta y un bolígrafo y empezó a escribir algo en el reverso. Cuando acabó se la pasó.

-Ya tienes tu regalo le dijo.

Gabriela miró curiosa la tarjeta. Vale para un compañero, cupón válido hasta las doce de la noche. Lo miró atónita y luego a él.

-¿Qué significa esto? Le preguntó.

-Significa que estoy a tu entera disposición para lo que quieras hacer esta tarde. Si quieres ir al cine, te acompaño cojas la peli que cojas. Si quieres ir de compras, te haré de sujeta paquetes. Si quieres salir a comer por ahí fuera pues seré tu compañero de mesa. Seré tu compañero para lo que quieras, eso sí, el cupón solo es válido hoy…

-Tú estás loco le dijo Gabriela escapándosele una sonrisa.

-Ya lo sé dijo Víctor apurando su bebida. ¿Qué me dices? ¿Vas a utilizar el cupón?

-¿Ésta es tu forma retorcida de pedirme una cita? ¿Y si decido utilizar el cupón para fines digamos poco castos? Le preguntó Gabriela pícaramente.

-Nada de cita, sólo soy tu compañero de cumpleaños. Y si decides usar el cupón para aprovecharte de mí pues, en fin, tendré que hacer de tripas corazón y cumplir con mi palabra.

-Ya te gustaría dijo ella riendo abiertamente. Tú estás loco volvió a repetir Gabriela.

-Eso ya me lo has dicho y el tiempo pasa…

Gabriela volvió a mirarse a su compañero de barra, decía en serio lo de acompañarla, lo veía en su mirada y le enterneció el gesto que había tenido con ella. Empezó a considerar su propuesta, ¿qué había de malo en ello? Y tampoco sería por mucho tiempo, ya casi eran las ocho.

-¿Y si no me apetece ir de compras, ni al cine, ni a cenar fuera? A lo mejor lo único que me apetece es cenar en casa, una cena casera y compartir luego un rato de tele.

-Pues yo me encargo de cocinar y luego compartimos cena y sofá. Evidentemente, tú eliges lo que quieras ver que para eso es tu cumpleaños.

-Vale, acepto dijo Gabriela divertida devolviéndole su “vale”.

-Estáis los dos como una cabra les dijo Manolo mientras salían los dos del local.

Salieron del local, Víctor le dijo de pasarse primero por el súper que había en la esquina para comprar lo que necesitaba y allí se dirigieron. Mientras ella empujaba el carrito, él iba depositando lo que necesitaba para prepararle la cena a la que se había comprometido. Salieron de allí cargados con varias bolsas cada uno y Gabriela le mostró el camino hasta su casa.

Cuando entraron, Víctor descorchó una de las botellas de vino que habían comprado, le sirvió una copa a Gabriela y la instó a tomársela en el sofá, mientras se relajaba y esperaba a que él preparara la cena. Gabriela se sentó en el sofá observando cómo se movía Víctor con naturalidad por la cocina, cortando cebollas, setas, jamón, queso, ajos. Friendo y batiendo huevos, preparando una tortilla que nunca había probado y que deseaba hacerlo.

Pero lo que más le gustaba era el hecho de que estuviera cocinando para ella. Ningún hombre lo había hecho nunca. ¡Qué demonios! Durante los cinco años que duró su relación con Julián, éste ni siquiera se molestaba en quitar y poner la mesa. Gabriela estaba segura que no sabía ni cómo se encendía la vitrocerámica.

Media hora de trastear por la cocina y Víctor solicitó su ayuda para poner la mesa, no sabía dónde guardaba las cosas y se aprestó a socorrerle. Una ensalada ligera y una tortilla de setas con jamón que olía deliciosamente, todo regado con el vino que habían comprado. Un menú sencillo pero que anhelaba probar.

Se sentaron en la mesa, comiendo, bebiendo y conversando, a veces de cosas serias y otras, las más, de cosas divertidas y amenas. El tiempo se les pasó volando a los dos y, cuando quisieron darse cuenta, ya llevaban casi dos horas sentados en la mesa y la hora se acercaba a las once de la noche.

-¿Te aburres? Le pregunto Víctor a Gabriela tras pillarla mirando el reloj.

-Para nada le contestó ella. Son casi las once y sólo me queda una hora para aprovecharme de ti así que, si no te importa, me gustaría pasar la última hora sentada en el sofá, viendo la tele mientras me haces compañía. Te parecerá una tontería pero es una de las cosas que más echo de menos de tener pareja. Poder acurrucarte junto a otra persona, sin hacer nada pero sentirte acompañada.

-Te entiendo perfectamente le dijo él. Coge sitio mientras acabo de recoger la mesa.

-Te ayudo, así acabaremos antes.

El uno fregaba y el otro secaba, trabajando en equipo como si lo hicieran habitualmente. Acabaron en seguida y se trasladaron al sofá, Víctor en una esquina y Gabriela a su lado, sentada medio de lado con sus pies sobre el sofá. Ella dudó pero él no, la atrajo con su mano y la acercó hasta dejar sus cuerpos pegados. Gabriela, instintivamente, apoyó su cabeza sobre su hombro y se relajó como hacía tiempo que no hacía, mientras disfrutaba de un programa de la tele al que no prestaba atención.

Estuvieron así una media hora, Gabriela no quería moverse pero sus pies la estaban matando en aquella postura y, para su pesar, se separó de él estirando sus pies dormidos y cansados del trajín diario.

-Si quieres te doy un masaje, dicen que se me da bien le dijo Víctor.

Gabriela dudó, quizá era pasarse de la raya, bastante ya se había aprovechado de la buena fe de él. Pero por otro lado, lo estaba deseando y apenas le quedaba media hora así que tenía que decidirse rápido.

-Vale. Espera que ahora vengo dijo Gabriela mientras salía corriendo pasillo adentro y se perdía en una habitación. Instantes después volvió al salón, habiéndose cambiado los desgastados tejanos por una falda que le llegaba hasta su rodilla.

-Así podrás trabajar mejor le dijo ella ante la mirada de Víctor.

Se recostó en el otro extremo del sofá y colocó sus pies sobre las piernas de Víctor que no tardó en posar sus manos sobre el frío pie derecho de ella. Se empezaron a mover recorriendo sus dedos, su talón, su empeine y su planta. Sí que se le daba bien pensó Gabriela mientras echaba su cabeza hacia atrás, cerraba sus ojos disfrutando de las sensaciones y un suave gemido de gusto se escapaba de su garganta.

Víctor miraba el rostro de ella complacido al ver que le gustaba lo que estaba haciendo y cambió de pie. Otro gemido se escapó de sus labios, se notaba que estaba disfrutando con sus caricias y él, pues para que negarlo, también. Notaba palpitar su miembro bajo el pantalón y le preocupó que ella se diera cuenta, que malinterpretara sus intenciones.

Decidió dejar de lado sus pies para seguir el masaje a lo largo de su pierna, abarcando hasta llegar hasta sus rodillas donde acababa su falda y recomendaba el decoro. Sus dos manos recorrieron a lo largo su pierna derecha, relajándola aún más a ella y calentándolo aún más a él.

Era  hora de cambiar de pierna y pasó a su izquierda, recorriéndola de arriba abajo y viceversa, alternando pasadas suaves con otras más intensas. Víctor empezaba a sudar, aquello se le estaba yendo de las manos y su polla ya estaba completamente dura dentro del bóxer. Pero no se atrevía a dejarla, a decirla nada. Se había comprometido y aún quedaba tiempo, así que tocaba apechugar y cuando llegara a su casa pajearse como hacía tiempo que no hacía.

Gabriela se contorneaba sobre el sofá, aquello le gustaba mucho, demasiado. Se notaba excitada, no quería abrir los ojos para no encontrarse con los de Víctor, que se diera cuenta de la cachonda que estaba, aunque no creía que le hubiera pasado desapercibida su respiración agitada, sus pezones duros clavados sobre la camiseta y quizás la humedad que impregnaba su braguita. ¿Vería Víctor su ropa interior desde su posición?

Víctor seguía masajeando su pierna, percatándose que fruto del movimiento de su cuerpo su falda se desplazaba, milímetro a milímetro, mostrándole parte de sus muslos generosos. Y para su sorpresa, como sus piernas se abrían imperceptiblemente dejándole ver su ropa interior blanca y ¿era aquello una mancha de humedad en el centro de la tela? ¿Se estaba excitando Gabriela con su masaje? ¿Era aquello una invitación a ir un paso más allá?

Gabriela se mordía el labio para no gemir de gusto, sus manos moviéndose a lo largo de su pierna de aquella manera la estaba volviendo loca. Eso y el año de abstinencia estaban haciendo estragos en ella y no quería darle una imagen equivocada a Víctor. Lo último que necesitaba era que él, que tan bien se había portado con ella esa noche, pensara que se estaba aprovechando, que lo había utilizado para que le metiera mano.

Las manos de Víctor avanzaron hasta superar la rodilla alcanzando su muslo, rodeando su carne con sus dos manos, subiendo y bajando acariciando su piel tersa y suave. Gabriela ya no pudo aguantar más y, un gemido profundo que venía de sus entrañas, salió de su boca mientras instintivamente separaba aún más sus piernas.

Víctor ya no tenía duda. Gabriela gemía, sus piernas más abiertas que antes mostraban sin ninguna duda su braguita empapada, pegada a sus labios cuyo contorno vislumbraba y sus pezones… estos se mostraban duros y amenazaban con romper la tela de la camiseta. Su miembro dolía, estaba duro como hacía tiempo que no estaba y necesitaba aliviarse de alguna manera pero no sabía cómo iba a reaccionar ella.

Gabriela ya no se cortaba a la hora de gemir, a quien quería engañar, estaba cachonda perdida y solo deseaba que su mano subiera más y alcanzara su sexo, que la masturbara ya para sentir ese orgasmo tanto tiempo anhelado. Abrió aún más sus piernas, incitándole, mostrándole el camino, ya no le importaba lo que pensara de ella. Su pie, al abrirse, cayó sobre su muslo notando algo duro junto a él. Joder, ¿aquello de verdad era su polla? ¿Se había puesto dura por ella? una sonrisa de satisfacción apareció en sus labios y empezó a mover su pie sobre aquel bulto duro, acariciándolo y recorriéndolo en toda su extensión.

Víctor dio un respingo al notar caer su pie sobre su entrepierna y pensó “hasta aquí hemos llegado” pero para su sorpresa, a la vez que veía a Gabriela sonreír sintió su pie recorrer su miembro, sopesando su dureza, midiendo su tamaño y el gemido ahora se le escapó a él. Ya no se cortó, con una mano en cada muslo los recorría acariciándolos, sobando la suave piel de su cara interna, subiendo hasta casi alcanzar sus ingles, arrastrando consigo su falda que ya se arremolinaba casi en su cintura mostrando ya sin tapujos su ropa interior empapada.

Gabriela se agitaba inquieta, su falda completamente subida, sus piernas totalmente abiertas mostrando sus braguitas chorreantes de flujo, su pie frotando sin piedad aquel trozo de carne que intuía grande, grueso y deseoso de ella y sus manos…tan cerca ya, rozando casi su sexo, anhelando que lo hiciera, que la liberara de aquel suplicio. Pero súbitamente todo cesó, sus manos desaparecieron de sus muslos, su pie perdió contacto con aquella polla que tan caliente la estaba poniendo y se asustó, se asustó pensando en que quizás había ido demasiado lejos y Víctor se retiraba dolido por su actitud.

Iba a abrir los ojos para buscarle, a alzarse para ir a su encuentro, a abrir la boca para pedirle disculpas pero no tuvo tiempo. Una mano apartó la tela de la braguita, un aliento cálido recorrió su entrepierna y una lengua, húmeda y rugosa, recorrió sus labios de abajo a arriba a través del vello rojizo que poblaba su pubis arrancándole un suspiro de placer, de alivio, de liberación.

Víctor recorría con su lengua sus labios abultados, saboreando los jugos de Gabriela que no dejaban de emanar de su interior, con sus manos rodeando sus muslos frondosos, los que antes se abrían a él y ahora se cerraban buscando retenerlo allí, que le fuera imposible escapar y abandonar lo que tanto placer le estaba dando.

Porque Víctor sabía que le gustaba lo que le estaba haciendo. Sus piernas cerradas reteniéndole, sus manos apretando su cara contra su sexo, su cuerpo arqueándose al ritmo de sus lamidas y sus gemidos…sus gemidos eran puro goce para sus oídos. Nunca se hubiera imaginado tener a aquella mujer entregada a él y allí estaba, rendida a su boca y sabiéndola completamente a su merced.

Gabriela no recordaba sentir un placer igual, la verdad era que era la primera vez que alguien le hacía sexo oral y lamentaba profundamente haber tardado tanto en probar algo así. Siempre había tenido un gusto pésimo para los hombres, al menos hasta esa noche, y no pensaba dejar pasar la ocasión.

Su cuerpo se agitaba sin control, su lengua hacía auténticos estragos recorriendo su rajita y, cuando no creía poder sentir más placer, alcanzó su clítoris que lamió con fruición y luego, para su sorpresa, lo apresó con sus labios succionándolo, como si quisiera arrancárselo. Eso ya fue demasiado para ella y estalló, su cuerpo se convulsionó como nunca había hecho, un profundo gemido llenó la habitación y se corrió de una forma brutal, salvaje.

Víctor no perdió detalle del profundo orgasmo que acababa de proporcionarle a Gabriela. Su rostro contraído por el profundo goce que experimentaba, su cuerpo estremeciéndose y su coño licuándose sobre su rostro que no daba abasto, saboreándola, devorándola. Y luego, después de la tormenta la calma. Su cuerpo laxo, desfallecido, sus manos dejadas caer a sus lados, sus piernas abandonando su abrazo y liberando su cabeza, su torso agitándose fruto de su respiración alterada.

Aun continuó lamiéndola aunque de forma más sosegada y abandonando su clítoris, demasiado sensible en esos instantes. Le encantaba aquel coño, su coño, si por el fuera se quedaría allí toda su vida pero sabía que se acercaba el momento crucial. Cuando Gabriela se recuperara del orgasmo conseguido podía recapacitar, arrepentirse de lo sucedido y que se acabara todo antes de casi empezar.

Cuando Gabriela abrió de nuevo los ojos, asumiendo lo que había pasado, aun saboreando el estupendo orgasmo que había tenido, buscó a Víctor con la mirada. Aún estaba entre sus piernas abiertas impúdicamente ante él,  seguía lamiendo su sexo pero de forma más pausada y leves escalofríos seguían agitando su cuerpo. Cuando notó sus movimientos, dejó su quehacer y la miró.

Su mirada decía tanto…placer por lo que estaba haciendo, miedo porque se arrepintiera y lo echara de allí, ansia porque ella se había corrido y él no. Tantos sentimientos enfrentados en aquella mirada… pero Gabriela no, ella tenía las cosas muy claras.

Gabriela se alzó hasta quedar sentada en el sofá, recomponiendo su ropa a la vez que lo hacía. Víctor se separó también, quedando sentado a escasa distancia de ella, intuyendo que todo había acabado y lamentando haber estropeado la extraña relación que mantenían hasta entonces.

Gabriela miraba divertida su rostro compungido a la vez que lanzaba furtivas miradas a su entrepierna, a aquel bulto escandaloso que lucía bajo el pantalón. ¿De verdad creía que iba a renunciar a eso? ¿Después de haberle regalado aquel orgasmo? ¿De haberle descubierto las maravillas del sexo oral? De ninguna manera.

Un atónito Víctor vio como Gabriela, a la que creía que iba a echarlo de su casa, acercarse hasta él y posar su mano sobre el bulto de su entrepierna, volviendo a palpar su dureza y extensión. Como pugnaba, nerviosa, ansiosa, por deshacerse del cinturón, abrir su pantalón, bajar su bóxer y liberar su polla. Él, incapaz de creer que aquello estuviera pasando, no reaccionó y ella, de un tirón, bajó sus prendas que quedaron a la altura de sus rodillas.

Gabriela sonrió satisfecha, había costado pero al fin tenía a su alcance aquel trozo de carne que hacía rato deseaba tocar, probar. Su mano se cerró alrededor de su tronco a la altura de su base, sintiendo su calor, como palpitaba bajo la presión de su mano. Era grande, muy grande y bastante gruesa, su mano apenas conseguía rodearla y enseguida se preguntó cuánto sería capaz de tragar y qué se sentiría al tener aquello en su interior.

Víctor contempló como ella miraba embelesada su miembro, cómo lo sujetaba con devoción y se estremeció al notar el contacto de su piel contra la de su polla. Estremecimiento que fue a más cuando sintió la suave piel de su mano empezar a recorrer el tronco de abajo arriba hasta alcanzar su glande, acariciarlo con la palma de su mano, emprendiendo el camino de vuelta.

Se dejó caer sobre el respaldo del sofá, dándole más espacio a Gabriela que se inclinó sobre él, con una mano en su miembro y la otra apoyándose en su muslo, rozando su pecho contra su brazo, notando como se agitaba fruto de los movimientos cada vez más ágiles de su mano recorriendo su polla. Cerró los ojos y se dejó llevar, dispuesto a disfrutar de cada segundo que durara aquella paja que Gabriela le estaba haciendo.

Gabriela estaba extasiada, disfrutando de la masturbación que le estaba haciendo. Sentir el vigor de su miembro bajo su mano, la calidez de su glande, la sensación de cómo se impregnaba su mano con sus fluidos cuando lo recorría, el olor que desprendía tan embriagador…necesitaba más, mucho más.

Víctor abrió los ojos al notar el abandono de su miembro y a Gabriela bajándose del sofá. Vio cómo se arrodillaba ante él, con rapidez se deshacía definitivamente de su ropa dejándolo desnudo de cintura para abajo, su mano volvía a apoderarse de su polla recorriéndola de nuevo y su boca, ahora tan cerca de su miembro, que era capaz de notar su cálido aliento sobre él.

No perdió detalle cuando Gabriela, ansiosa por saborearlo, rodeó con sus labios su glande y lo lamió con fruición arrancándole un hondo gemido de satisfacción. Cuando su boca se abrió más, engullendo su carne hasta donde era capaz, con su mano subiendo y bajando por el resto se sintió desfallecer y volvió a dejarse caer pero esta vez sin cerrar sus ojos, no quería perderse aquel espectáculo.

A Gabriela le encantaba el sabor de su polla, le fascinaba su olor y no podía parar de tragar y tragar. Sentir su carne en su boca, sentirla bajo la piel de su mano, ver su cara de extremo placer y los gemidos que se escapaban de sus labios de tanto en tanto, la hacían enloquecer y notar su coño humedecerse por momentos.

Cuando notó su mano sobre su cabeza, sus caderas alzarse buscando llenar más su garganta, su rostro crispado por la lujuria supo enseguida que estaba cerca, muy cerca y tragó con más ganas, buscando devolverle el placer que antes le había proporcionado él.

Víctor no podía más, estaba a punto de estallar. La mano que tenía sobre la cabeza de Gabriela buscó apartarla pero ella se deshizo de un manotazo de su intento y siguió a lo suyo, llenando su garganta con su miembro y él, incapaz de retener por más tiempo su eyaculación, explotó sin remisión. Notaba su polla palpitar dentro de su boca, descargando su semen que ella tragaba cómo podía, su mano aun recorriendo su miembro acabando de vaciar sus testículos, ordeñándolo.

Y no cejó cuando su miembro, ya vacío, totalmente descargado dentro de ella perdía parte de su dureza. Siguió chupando, lamiendo, saboreando los últimos restos de su copiosa corrida hasta no dejar ni rastro de ella. Fue entonces cuando paró, contemplando satisfecha su labor y los efectos causados en él, que la miraba embelesado.

Víctor contempló como Gabriela se alzaba, miraba su cuerpo semidesnudo y se daba la vuelta emprendiendo su camino en dirección al pasillo que llevaba al dormitorio, a la vez que se desprendía de su camiseta pudiendo adivinar sus generosos pechos solo tapados por su sujetador. Se levantó enseguida, se quitó su camiseta quedando completamente desnudo y se dispuso a seguirla.

No le costó mucho. Al salir del salón se topó con su falda, unos pasos más allá le esperaba su sujetador y a la entrada del dormitorio le recibió una prenda arrugada que no le costó adivinar como su braguita empapada. Cuando se asomó al interior, Gabriela, desnuda, tumbada en la cama, con sus piernas abiertas invitándole, incitándole. Caminó hacia ella, desnudo y totalmente erecto, subiéndose a la cama, colocándose entre sus piernas, apoyando su sexo contra el suyo, mirándose el uno al otro.

Y empujó. Gabriela sintió como su glande se abría paso abriendo sus labios, avanzando milímetro a milímetro, llenando cada recodo de su estrecha vagina que llevaba más de un año sin profanar. Entró hasta tenerla por completo en su interior, llenándola como nunca nadie había hecho, llegando a zonas inexploradas hasta ese día y que la estaban haciendo enloquecer.

Víctor inclinó su cabeza buscando la de Gabriela que ya iba a su encuentro, fundiéndose en un apasionado beso mientras daba tiempo a su estrecha vagina a aclimatarse al invasor que la había conquistado. Pero no esperaba a aquella Gabriela, aquella Gabriela desatada que quería más, exigía más. Sus manos pasaron de su nuca a recorrer su espalda, con rapidez, descendiendo, buscando sus nalgas que alcanzó enseguida, estrujándolas, apretándolas, incentivándolas a seguir empujando mientras sus piernas se cerraban buscando el mismo objetivo.

Gabriela supo que había entendido su mensaje cuando su polla empezó a retirarse, camino a abandonarla pero sin hacerlo, volviendo a llenarla pero ahora de forma más rápida y contundente, arrancándole el primer gemido, seguido de un segundo al volver a repetir el mismo empujón. A partir de ahí, las sucesivas embestidas de Víctor hizo que no pudiera dejar de gemir, notando su miembro entrar y salir de su coño con rapidez, con profundidad, disfrutando como nunca pensó que haría al principio de aquel día tan especial.

Un primer estremecimiento la recorrió entera y se corrió de nuevo, un orgasmo suave pero prolongado pero no por ello dejó de incitarle a empujar, a que siguiera taladrándola, no quería dejar de sentir aquella polla recorrer su interior.

Víctor sintió las contracciones de la vagina de Gabriela y supo que había conseguido que alcanzara su clímax pero no se iba a conformar, quería llevarla a donde nunca había estado, hacerla disfrutar como nunca, dejarla completamente satisfecha. Ella no se merecía menos.

Su cara de éxtasis disfrutando del orgasmo alcanzado, sus manos aferradas a sus glúteos arañándoselos y sus piernas enlazadas exigiendo más lo envalentonaron y sus caderas aumentaron su ritmo. Sus penetraciones, algo menos profundas pero mucho más rápidas, hacían que su polla entrara y saliera a una velocidad de vértigo de aquel coño que no dejaba de sorprenderle por su estrechez.

Gabriela, aún con los últimos estertores de su reciente orgasmo, sintió como Víctor imprimía un ritmo infernal a sus embestidas, si antes disfrutaba lo de ahora no tenía nombre o ella no lo sabía aún, los gemidos desaparecieron dando paso a gritos de auténtico goce.

Sus cuerpos sudados, sus respiraciones agitadas, el continuo roce de sus cuerpos agitándose el uno sobre el otro, los sonidos eróticos saliendo de sus agitadas gargantas, incluso el vaivén de la cama desplazándose fruto de sus feroces movimientos los llevaba a un camino sin retorno, un camino al que estaban los dos deseando llegar, juntos.

Víctor fue el primero en dejarse ir, con un último golpe de cadera enterró por completo su polla en su coño empezando a escupir su semen. Gabriela, sintiendo a su amante derramarse dentro de ella, sintiendo su leche golpear su interior, explotó en un nuevo orgasmo, éste definitivo, brutal, que expresó gritando como nunca, apretándose aún más al cuerpo de él mientras su cuerpo no dejaba de agitarse.

Víctor, cansado pero satisfecho, contemplaba el cuerpo de ella convulsionarse hasta quedar rendida, dejándose caer sobre la cama exhausta, totalmente vencida pero feliz como nunca había estado. Se salió de su interior, se tumbó a su lado de costado, observándola, viendo como su respiración agitada se iba acompasando hasta convertirse en un suave vaivén de su pecho. Se había dormido. Se acurrucó a su lado, pasó su mano sobre su vientre desnudo y se preguntó cómo sería despertarse al lado de semejante mujer.

 Cuando Gabriela se despertó por la mañana con el ruido del despertador, lo primero que hizo fue mirar a su lado. No había nadie. La cama revuelta, su cuerpo desnudo y con los restos que atestiguaban que lo que había pasado era real y no un sueño. Sintió una punzada de decepción pero no tenía derecho a ello. Víctor la había llevado a cotas de placer que nunca había experimentado y con eso se iba a quedar. Lo único que tenía que preocuparla era como iba a ser su reacción cuando volvieran a verse, si algo había cambiado entre ellos o podrían seguir siendo los amigos que eran.

Un ruido en la cocina la hizo volver a la realidad y, cubriéndose con la sábana, salió a investigar su origen. En la cocina, un desnudo Víctor se afanaba en preparar el desayuno. Gabriela, sorprendida pero feliz de encontrarlo allí, se deshizo de la sábana y desnuda fue a su encuentro. Víctor la recibió abrazándola y besándola, con su erección creciendo a pasos agigantados entre sus dos cuerpos.

Enseguida, presto para hacerla suya de nuevo, la alzó hasta la encimera penetrándola de nuevo. Sus dos cuerpos unidos empezaron a moverse al unísono, moviéndose el uno sobre el otro mientras no dejaban de besarse y recorrer con sus ávidas manos el cuerpo del otro. Al final, de nuevo juntos, alcanzaron su orgasmo a la vez permaneciendo unidos, sin salirse el uno del otro hasta recuperarse del esfuerzo realizado.

Desayunaron juntos, desnudos, hablando de todo y nada. Compartieron ducha, donde repitieron de nuevo, ella apoyada contra la pared de la ducha y él arremetiendo contra ella por detrás, compartiendo de nuevo orgasmo. Al final, sabiendo que iban a llegar tarde a sus respectivos trabajos, se vistieron con prisas y salieron raudos a cumplir con sus respectivas obligaciones.

Eso sí, antes de separarse Víctor se ofreció a prepararle la cena de nuevo y Gabriela, encantada con su ofrecimiento, aceptó sin rechistar. ¿Cómo negarse después del mejor regalo que le habían hecho nunca?

FIN.