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Todo empezó como un juego 12

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Todo empezó como un juego

Capítulo 12

Al día siguiente nos levantamos también tarde, muy tarde. El sol ya entraba a raudales por la ventana anunciando otro día espectacular y caluroso. Me senté en el filo de la cama y observé el cuerpo de Sara que dormía a mi lado dándome la espalda. No pude evitar fijarme en su culo y recordar cómo había sido capaz de dejar manosearlo a aquel desconocido.

Una mezcla de celos y excitación me recorrió el cuerpo. Y también miedo, mucho miedo. Aquello confirmaba lo que ya me había temido, que Sara avanzaba a pasos agigantados, sin frenos y cuesta abajo, sin control ninguno. ¿Hasta dónde era capaz de llegar en su afán de probar cosas nuevas?

¿Y yo? ¿Hasta dónde sería capaz de llegar yo? Porque últimamente yo también había hecho cosas que semanas atrás negaría rotundamente ser capaz de hacer. Y las había hecho. Espiaba el correo de su jefe, espiaba y grababa a su amiga follando, me había intercambiado fotos con ella y masturbado con esas fotos. Si hasta había follado con Sara imaginando que a la que penetraba era a Judith…

Cada vez sentía que estábamos yendo demasiado lejos con aquello y no tenía muy claro cómo podía acabar la cosa. Pero claro, era tan excitante aquella situación… y menudos polvos. Era difícil resistirse a la tentación y parar aquello que tanto placer nos estaba dando.

Me levanté y fui a ducharme, dejando que durmiera un poco más. Estaba bajo el agua, ahuyentando mis pensamientos, dejando que se escurrieran por el desagüe cuando sentí el cuerpo de mi mujer abrazándome por detrás.

-Buenos días, cielo. ¿Te importa si compartimos la ducha?

Notaba sus pechos pegados a mi espalda, el roce de su vello púbico en mis nalgas y su aliento cálido junto a mi oreja. Una incitación al pecado.

-Tarde para preguntarlo ¿no? Ya estás dentro…

-Siempre me puedo salir… pero entonces no podría hacer esto -dijo pasando su mano por mi cintura para agarrar mi miembro y empezar a acariciarlo. Éste empezó a endurecerse con el contacto de su piel.

-Joder, Sara. Como me pones…

-Ya lo veo, ya… -dijo apretándose aún más contra mí.

No aguanté más. Me giré y estampé mis labios contra los suyos, besándonos de nuevo con la pasión desbordada mientras mis manos aferraban sus pechos y pellizcaban sus durísimos pezones. Mi polla, atrapada ahora entre nuestros dos cuerpos desnudos, acabó de endurecerse al contacto con su pubis.

Le di la vuelta de forma brusca, haciendo que apoyara sus manos contra la pared de la ducha, agarrando con mis manos sus nalgas mientras refregaba mi miembro por su coñito húmedo, ávido por entrar en su gruta.

-Me encanta cómo me tocas el culo, cariño -dijo suspirando.

-¿Más que el que te lo tocó ayer? -le dije sin pensar y al momento me arrepentí, temiendo haberla cagado.

-Mucho más, Carlos. Mi culo es tuyo… él podrá tocarlo pero solo tú disfrutarlo, nadie más que tú…

Estaba claro que no estaba enfadada, más bien lo contrario. Estaba utilizando lo ocurrido anoche para crear un nuevo juego entre nosotros dos, un juego donde, si no había entendido mal, me animaba a utilizar su culo, cosa no muy habitual entre nosotros dos.

Mientras seguía frotando mi polla contra su sexo, la penetré con mis dedos arrancándole un hondo gemido de gusto, para seguidamente llevarlos a su entrada trasera y empezar a jugar con su agujerito trasero, horadándolo con mis dedos, preparándolo para no hacerle daño.

Ella aguantaba estoicamente mi profanación, supuse que de aquella manera quería compensarme por lo ocurrido en el pub. Y yo encantado claro. Los dos dedos ya se movían con soltura por su interior y creí que ya estaba preparada para dar el siguiente paso.

Dejé de restregar mi miembro por sus labios y la penetré un par de veces para darle una mayor lubricación a mi verga.

-Hazlo ya, por favor -me suplicó Sara.

No me hice de rogar. Apoyé el glande en la entrada de su culo y apreté hasta conseguir que entrara, cosa que no me costó mucho la verdad. Mi mano buscó su clítoris y lo acarició, buscando mitigar el posible dolor que sintiera al ser invadida por ese agujero que no estaba acostumbrado a usar para ese fin.

Poco a poco fui insertando mi polla en ese agujero tan estrecho, sin prisa pero sin pausa, ayudado sin duda por el agua que no dejaba de caer sobre nuestros cuerpos desnudos. Seguí empujando sin notar ninguna oposición por parte de mi mujer, solo sus gemidos medio contenidos que me indicaban que todo iba bien.

Cuando por fin la tenía completamente en su interior, dejé de masturbarla para sujetarla por su cintura y me incliné para susurrarle al oído.

-Esto es lo que pasa por dejarte manosear por cualquiera, zorra.

Y empecé un furioso mete-saca que la cogió por sorpresa, casi dando con su cabeza contra la pared de la ducha. Pero enseguida se recompuso, afianzó su posición y empezó a disfrutar de la enculada que le estaba dando. Pronto sus gemidos se convirtieron en gritos que ninguno de los dos hizo intención de acallar.

Nuestros cuerpos chocaban con furia, mi polla entraba y salía con saña de su ano y sus nalgas mostraban las marcas que dejaban mis manos que la sujetaban con fuerza para evitar estamparla contra la pared. Desde mi posición contemplaba la espalda arqueada de mi mujer, su cara medio girada apoyada sobre su brazo que impedía que chocara contra el azulejo, sus ojos cerrados y su boca entreabierta gritando y respirando con dificultad.

-¿Te gusta que te parta el culo, zorra? -le dije dándole un azote y enrojeciendo aún más su nalga.

-Sí…sí… pártele el culo a tu mujercita… -me rogó.

-Es lo que te mereces por zorra, por dejarte meter mano como una cualquiera -dije volviendo a soltarle otro azote que resonó por todo el baño.

-Sí, castígame por haber sido mala… me lo merezco…

-Claro que voy a castigarte. Así aprenderás a saber quién es el dueño de este culo -dije estampándole otro azote aún más fuerte que los otros dos.

-¡Sí, sí! -gritó Sara a la vez que alcanzaba un orgasmo que la hizo desplomarse sobre el suelo de la ducha. Apenas pude sujetarla para que no se rompiera la cabeza al caer.

Pero la cosa no iba a acabar así, yo estaba desatado y no me había corrido, así que empecé a pajearme a un ritmo salvaje hasta alcanzar mi orgasmo instantes después, lanzando mis chorros de esperma sobre el cuerpo medio desfallecido de Sara que, desde el suelo, contempló como mi semen impactaba contra su cara, sus pechos y su vientre.

Ahora fui yo el que me dejé caer al suelo, respirando de forma agitada pero satisfecho, muy satisfecho, sintiéndome liberado como si me hubiera quitado un peso de encima. Una agitada Sara me contemplaba satisfecha mientras el agua hacía desaparecer la corrida con la que la había bañado. Pero antes, recuperó un pegote que había impactado en su cara y, ante mi sorpresa, lo llevó a su boca y se lo tragó.

-Mi desayuno -me dijo.

Aquella era una de las cosas más excitantes que había presenciado nunca y no tuve reparos en abalanzarme sobre ella para morrearla como si me fuera la vida en ello, sin importarme que sus labios supieran a mi semen. Perdí la noción del tiempo que pasamos allí, bajo el agua de aquella ducha de Sevilla, besándonos y gozándonos. Porque sí, después de aquel beso nuevas caricias recorrieron nuestros cuerpos y, al final, volvimos a acoplar nuestros cuerpos en otro polvo salvaje que dejó nuestros cuerpos exhaustos y magullados.

Al final conseguimos sosegarnos, ducharnos como dios manda y salir de aquel baño donde tanto placer habíamos experimentado. Una vez en el dormitorio, empezamos a vestirnos dispuestos a disfrutar de un nuevo día de turismo en nuestro último día de vacaciones.

Aquel día Sara optó por vestir ropa algo más recatada, un vestido algo más largo que los que había llevado los días anteriores y con un escote, aunque generoso, nada que ver con lo que había llevado el día de antes. Y, por supuesto, con ropa interior debajo.

Yo no dije nada, respeté su decisión intuyendo que aquello se debía a su pérdida de papeles la noche anterior y que no quería provocar un problema conmigo. Lo que no sabía y yo empezaba a asimilar era que, viendo lo que había resultado después del manoseo de culo en el pub, quizás era un límite que estaba dispuesto a asumir.

Aquel día fue todo distinto a los demás. Sara se comportaba de forma menos atrevida, se movía con menos garbo, como tratando de no atraer las miradas de los hombres tal como había hecho el resto de nuestras vacaciones allí. Incluso privó al recepcionista de su habitual exhibición, fui yo el que tuvo que pasarse por allí para decepción del pobre chico.

Mi mujer se mostraba cariñosa conmigo, amorosa como siempre, pero notaba que se contenía, que le faltaba algo y, por qué no decirlo, a mí también. Me había acostumbrado a ver como perseguían con la vista a mi mujer, a sentir ese palpitar constante en mi entrepierna fruto de la erección constante y a ver su cara de alegría y su rostro arrebolado al saberse observada y deseada.

Bien entrada la tarde paramos a comer algo y fue allí cuando decidí tener una seria conversación con Sara y aclarar las cosas. Estábamos sentados en una terracita, picoteando las tapas que nos habían servido y gozando del cálido ambiente de aquella ciudad mientras apurábamos un par de cervezas.

-Sara ¿Qué te pasa? -pregunté para iniciar aquella conversación.

-Nada ¿Por qué? -contestó no sabiendo a qué me refería.

-Sí te pasa. Hoy te estás comportando de forma distinta, hasta te has vestido de forma distinta. ¿Todo esto es por lo de anoche?

-Puede -dijo mirándome fijamente- no estoy segura de poder evitar que se vuelva a repetir lo que sucedió anoche y prefiero evitar la tentación, no quiero volver a decepcionarte -me dijo de forma triste.

-Pero yo no quiero eso, Sara. Mira, lo que sucedió anoche me cogió completamente por sorpresa, no me lo esperaba y no pude asimilarlo. A veces, vas demasiado rápido para mi gusto. No me da tiempo a aceptar una cosa cuando tú ya estás yendo más allá, dando otro paso que cada vez parece que te aleja más de mí. Pero te juro que lo intento, cariño. Y lo que no quiero es que cambies por mí, esto lo haces por ti, recuérdalo…

-Ya pero me siento mal por ti. Lo último que querría es hacerte daño y ayer te lo hice, lo vi en tu mirada.

-Tienes razón, no voy a negarlo. Pero hoy veo las cosas de forma distinta -le confesé.

-¿Qué quieres decir? -preguntó con sorpresa.

-Pues que viendo tu reacción quizá valga la pena que te toquen algo -dije bromeando y posando mi mano sobre la suya que reposaba sobre la mesa.

Ella se rió ante mi respuesta y me sonrió de forma cálida, aquella sonrisa que tanto había echado de menos ese día.

-Ahora en serio. Lo que quiero decir es que yo no soy nadie para decirte lo que puedes o no hacer, yo confío en ti plenamente y creo que nadie mejor que tú para saber dónde están tus límites.

-¿Lo dices en serio? -el brillo había vuelto a sus ojos y sus muslos se movían inquietos a mi lado.

-Claro que lo digo en serio. Yo te quiero con locura y sé que tú también a mí, así que no tengo duda alguna que no harás nada que pueda hacerme daño como yo no te lo haría a ti. Además, para qué negar que me encanta como te comportas últimamente…

Ella se inclinó y me besó con una lujuria como pocas veces había sentido y yo aproveché para dejar caer mi mano sobre su muslo desnudo, subiendo levemente su vestido y acariciando la piel que quedaba al descubierto. Ella se separó de mis labios y escrutó mi rostro.

-¿Estás seguro de todo esto? -volvió a preguntarme.

-Sí, cielo. Confío en ti a pesar de los follones en que me metes… -dije poniendo mi móvil sobre la mesa y acercándoselo. Iba a ser completamente franco con ella y eso pasaba por hacerle saber lo de Judith.

Ella miró el móvil e instintivamente buscó la conversación con su amiga, encontrando la foto de ella mostrándose tal cual vino al mundo con un primer plano de su sexo depilado y húmedo. Yo, mientras, seguí acariciando sus suaves muslos y subiendo aún más su temperatura corporal.

-Joder, menuda guarra está hecha… -no lo dijo de forma peyorativa sino más bien como definiéndola- ¿No le has dicho nada?

-Ya ves que no. Te recuerdo que esto es cosa tuya y que fuiste tú la que lo empezó…

Y algo me decía que no pensaba acabarlo. Efectivamente, después de unos momentos de dudas, empezó a teclear en el móvil. Enseguida un pitido la alertó de su respuesta que contestó enseguida y así se fueron sucediendo los minutos, ella chateando con Judith haciéndose pasar por mí y yo metiéndole mano en aquella terracita de Sevilla.

Cuando acabó, me pasó el móvil para que viera la conversación mantenida, mientras me observaba con sus mejillas enrojecidas y abría levemente las piernas para dejarme el paso franco a latitudes más altas.

-Me ha encantado la foto. Yo también me he masturbado pensando en ti -le había escrito Sara.

-Jo… pues podrías haberme enviado una foto con tu corrida…

-¿De verdad te hubiera gustado recibir una foto mía con la leche cayendo por el tronco de mi polla?

-Me hubiera encantado. Mándamela, porfi…

-Ahora no puedo, estoy en una terraza con Sara tomando algo…

-Ahora no… ¿eso quiere decir que luego sí?

-Quizás…

-La estaré esperando con ansia. Esto para que te inspires…

La conversación acababa con un selfie de Judith, delante del espejo del baño, vestida únicamente con una ropa interior bastante escueta que realzaba el escultural cuerpo de la amiga de mi mujer.

Yo miré atónito aquella foto y después a Sara, a la que me encontré con los ojos medio cerrados tratando de aguantar el placer que estaba sintiendo. Y es que, sin darme cuenta y a media que avanzaba en la conversación, mi mano había alcanzado su sexo que frotaba con vigor por encima de la tela de la braguita completamente empapada.

Miré asustado a mi alrededor, buscando si alguien se había percatado de algo, pero por suerte a esa hora la terraza estaba medio vacía y mi cuerpo tapaba buena parte de lo que sucedía entre nosotros dos. Así que, envalentonado, arrecié mis movimientos masturbando a mi mujer que a los pocos minutos se corría, apretando sus muslos con mi mano apresada entre ellos y aguantando estoicamente los gritos que pugnaban por salir del fondo de su garganta.

En ese momento, se me ocurrió una forma de hacerle pagar a Sara el embolado en que me había metido con su amiga y, con la mano libre, hice una seña al camarero para que se acercara. Pugné por sacar mi mano de entre sus piernas, cosa que conseguí casi cuando llegaba a la altura de nuestra mesa.

-¿Desean algo? -preguntó no habiéndole pasado desapercibido el gesto y adivinando de donde procedía aquella mano. Su mirada pasó de mi rostro al de Sara que, al escuchar su voz, abrió los ojos sorprendida por su presencia.

El chico esperó nuestra respuesta mientras sus ojos recorrían el cuerpo de mi mujer. No era para menos. Sus pezones se adivinan duros bajo la fina tela del vestido, su rostro aún delataba lo que había ocurrido y, para más señas, la falda del vestido subida mostrando más de lo que debía y sus piernas aún abiertas acabaron por dejarle claro lo que habíamos estado haciendo.

-Un par de cervezas más –dije- mi mujer se encuentra algo acalorada… -le dije como si él no se hubiera ya dado cuenta.

-Enseguida se las traigo -dijo dándole un último vistazo a los muslos de mi mujer. Cuando se alejaba vi cómo, con disimulo, el chico se acomodaba la erección que había empezado a crecer bajo el pantalón ante lo que acababa de contemplar.

-Eres un cabrón -me dijo Sara a mi lado. No había reproche en su voz y su mirada seguía al camarero al que también había visto recolocarse su miembro.

-Tú también, no te jode. Supongo que ahora me tendré que hacer una paja para contentar a tu amiga -le dije sacando a colación la conversación del móvil.

-Como si te fuera a costar tanto… ya me he fijado en cómo la mirabas -me lanzó ella.

-No tanto como tú a su novio, amante o lo que sea -disparé yo.

-Sus consumiciones -dijo el camarero poniéndonos las cervezas pedidas en la mesa. De paso aprovechó para echar un nuevo vistazo al muslamen de Sara que todavía seguía con las piernas separadas y el vestido subido.

-Gracias -dijo mi mujer con coquetería.

-A ti -respondió él dándose la vuelta de camino al local.

Cuando lo perdimos de vista estallamos en una carcajada conjunta mientras Sara, ahora sí, recomponía su ropa.

-Estamos locos -dije yo.

-Pero te encanta ¿a que sí? -dijo buscando mi complicidad. Yo se la di besándola de nuevo.

Apuramos las cervezas, abandonamos aquella cafetería y pasamos el resto de la tarde paseando por las calles de aquella ciudad donde tan bien lo habíamos pasado y donde aún nos quedaba una última noche que disfrutar.

Volvimos al hotel para cambiarnos y salir a cenar y, quizás, tomar una copa después dependiendo de lo que nos pidiera el cuerpo. Y a Sara se la pedía, ya que eligió para salir una minifalda de escándalo y una camiseta de tirantes que se pegaba a su pecho de una forma impúdica.

-Ya veo que has vuelto a las andadas… -dije observándola detalladamente.

-¿No te gusta? Es como antes me has dicho… -respondió confusa.

-Para, para. No lo decía como un reproche, solo constataba que has vuelto a vestir como te pide el cuerpo, nada más. Y sí, me gusta -le dije sinceramente.

-Y mira que he estado tentada de no ponerme sujetador… pero se me hubiera visto todo ¿no crees? -me preguntó sabiendo la respuesta de antemano.

-Mira que te gusta provocarme -le dije pegándome a ella y besándola mientras acariciaba sus tetas que lucían imponentes bajo aquella camiseta.

-Te quiero lo que no está escrito -me dijo- no sabes lo que me alegra que confíes en mí de esta manera. Venga, vamos. Tenemos que aprovechar nuestra última noche aquí -me dijo cogiéndome de la mano camino a la puerta.

Sara había vuelto. Aquella forma de andar, luciendo cuerpo desde que se abrió la puerta del ascensor, camino del mostrador para darle todo un espectáculo al recepcionista que se relamió al ver lo que se le avecinaba. Y en el restaurante, tres cuartos de lo mismo, haciendo enloquecer al camarero con sus sugerentes poses. Y aun nos quedaba la traca gorda, que era volver al pub donde le habían metido mano por primera vez.

-¿Estás seguro? -me preguntó antes de entrar- sabes que podemos dar media vuelta y no pasa nada -me dijo comprensiva aunque notaba que estaba deseando que le dijera que sí.

-Si estás deseando entrar -le dije- te he dicho que confiaba en ti y te lo voy a demostrar. Además, necesito material que me inspire para la foto de tu amiga -dije guiñándole un ojo.

Sara se abrazó a mí y traspasamos la puerta del local. El local lucía igual de abarrotado que la noche anterior, lo que presagiaba otra noche de toqueteos que hoy iba a notar más debido a lo escueto de la falda. Nos encaminamos a la barra con esfuerzo, alcanzando el mismo sitio que la pasada noche y pedimos nuestras consumiciones.

Disfrutamos de nuestras bebidas mientras cotilleábamos sobre la gente que circulaba por ahí, avisándome ella cuando notaba algún contacto sobre su anatomía aunque siempre eran contactos más o menos fortuitos. Cayó una segunda y una tercera copa, unidas a la botella de vino que nos habíamos bebido durante la cena, hicieron que Sara tuviera necesidad de ir al baño.

La vi abrirse paso a duras penas y eso que, como ayer, con el paso del tiempo, algo se había aligerado de gente pero aun así estaba bastante lleno. Me pedí otra copa para hacer tiempo mientras volvía Sara, sabía que iba a tardar ya que, como solía ser habitual, la cola del baño de chicas solía ser bastante larga.

Maté el tiempo con aquella bebida y repasando en el móvil la conversación con Judith, viendo las fotos enviadas y alucinando con que hubiéramos sido capaces de hacer algo así. Y lo que me quedaba por hacer, pensé para mí pensando que le debía una foto mía corriéndome. Entonces me di cuenta que ya había pasado media hora y Sara seguía sin aparecer.

Le mandé un mensaje y enseguida me di cuenta de lo inútil que era. Con toda aquella gente y la música era imposible que oyera el teléfono. Me levanté y fui en su busca, abriéndome paso como podía en dirección a los baños. Justo cuando llegaba a la cola de las chicas que esperaban su turno, me topé con ella que volvía en mi busca.

-¿Ya me echabas de menos? -me dijo ella cogiéndose de mi brazo.

-Pues sí, tardabas mucho -le dije- ¿Ha pasado algo? -le pregunté. La notaba algo agitada y, por si faltaba poco, vi a lo lejos al grupo de chicos con los que nos habíamos topado ayer.

-Sí, tranquilo. Vamos al hotel y te cuento, que tengo unas ganas que me folles… -sonaba desesperada de verdad y mi polla reaccionó al instante ante tal perspectiva.

El camino de vuelta duró un suspiro y, mientras yo iba a recepción ella iba a llamar al ascensor para ganar tiempo, tal era su urgencia. Ya dentro se colgó de mis labios de forma desesperada mientras refregaba su cuerpo contra el mío con autentico frenesí.

Llegamos a la habitación entre besos y caricias ansiosas. Nada más entrar Sara me apartó de su boca y, empujándome con fuerza por los hombros, me obligó a arrodillarme ante ella que se abrió de piernas.

-Cómemelo -me ordenó.

Y eso hice. Subí raudo su escueta minifalda, encontrándome con sus braguitas empapadas y pegadas a su sexo, llenándome con el embriagador olor que desprendía su coño y abalanzándome sobre él para cumplir sus exigencias.

Bajé sus braguitas a la vez que mi lengua se lanzaba a lamer sus labios, mis manos surcaban su piel alternando entre sus muslos y sus nalgas  y Sara, totalmente entregada, apretaba mi cara contra su sexo mientras gemía sin parar.

Mi lengua alternaba entre sus labios y su clítoris, atacándolos sin piedad, provocándole estremecimientos de placer en todo su cuerpo. Era tal la calentura que llevaba encima mi mujer que solo aguantó un par de minutos antes de correrse, apretando mi cara contra su vagina, que se licuaba sobre mi rostro famélico.

Pese a haberse corrido, no me dio tregua alguna y me hizo levantarme para estampar su boca contra la mía probando así su propia corrida. Pero no le importaba, Sara estaba desbocada y quería más. Me empujó sobre la cama, inclinándose sobre mí para deshacerse de mis pantalones y bóxer, liberando mi polla que saltó como un resorte.

-Quítate la camisa y prepara el móvil que tenemos una foto que enviar -me volvió a ordenar.

Yo seguía sin entender que le pasaba a Sara pero volví a obedecer. Pronto estaba completamente desnudo, con el móvil en la mano esperando el momento de disparar la cámara y con mi mujer engullendo mi polla con una avidez que pocas veces había disfrutado.

La cara de Sara haciéndome una mamada de campeonato, con su pelo largo recogido sobre uno de sus hombros y sus pechos oscilando al compás de sus movimientos ágiles era una imagen sumamente erótica y difícil de aguantar. Como ya intuía que no iba a durar mucho y quería inmortalizar aquel momento, aproveché que tenía el móvil en la mano para empezar a hacer fotos de la memorable felación que me hacía mi mujer.

Sara, ignorante de lo que hacía, siguió comiéndome la verga, hambrienta de ella y ansiosa por hacerme correr y yo, víctima de su experimentada labor, no aguanté mucho más y avisé a Sara de mi inminente corrida. Ella se la sacó rápidamente de mi boca y empezó a masturbarme con su mano buscando la explosión final mientras yo intentaba enfocar bien la cámara para que captara el momento culminante.

Cuando el primer chorro salió disparado, Sara se apartó corriendo para que pudiera hacer las fotos y no saliera ella en ellas. Foto a foto, fui grabando las sucesivas descargas de mi polla escupiendo mi semen sobre mi vientre desnudo y mi pubis. Las últimas fotos las hice con una mano mientras con la otra seguía tocándome la polla apurando los últimos restos de mi esperma.

Una vez seco, solté el móvil mientras me dejaba caer sobre la cama tratando de recuperarme de aquella experiencia devastadora. Noté como a mi lado Sara cogía el móvil y empezaba a trastear con él, supuse que revisando las fotos y escogiendo cual enviar a su amiga en aquel juego que ella había empezado.

Cuando me alcé para ver qué hacía, ella me tendió el móvil y me enseñó que ya había enviado la foto a Judith, sin consultarme ni nada. Estaba claro que en aquello que se tenía entre manos con su amiga yo tenía poco que decir. En la foto se apreciaba mi mano sujetando mi polla mientras regueros de semen resbalaban por ella y otros anteriores se veían pegados en mi pubis.

-¿Crees que le gustará? -le pregunté a Sara.

-Seguro. Eso le hará tener más ganas aun de chuparte esa polla que es mía y solo mía -dijo acariciándola de nuevo. Por lo visto aún no había tenido suficiente.

-¿Me vas a contar qué es lo que ha sucedido en el pub que te ha calentado tanto? -le pregunté curioso por saber el origen de toda aquella calentura.

-Claro que sí -dijo quitándose las braguitas y sentándose a horcajadas sobre mi cuerpo desnudo. Mi polla, algo flácida después de la corrida, quedó atrapada bajó su vientre que empezó a mover, estimulándola y haciéndola crecer de nuevo.

-¿Y bien? -pregunté ansioso por saber.

-Como seguro recordarás, nos separamos para ir al baño. La cola era larga y aun tuve que esperar algo hasta que pude entrar y hacer lo que había ido a hacer. Hasta ahí nada fuera de lo normal. Pero cuando salí pasó algo… ¿a ver si adivinas a quién me encontré? -preguntó acelerando el frotamiento entre nuestros cuerpos.

-Ni idea, cielo pero por aquí poca gente conocemos así que, aventurándome, ¿tu amiguito de anoche? -contesté intuyendo que había dado en el clavo.

-Bingo. Me habían visto entrar en los baños y me estaban esperando a la salida. Yo no sabía ni quienes eran, ayer estaba de espaldas y ni pude verle bien de cara pero ya se encargó Borja de recordármelo…

-¿Borja? ¿Quién es Borja? -pregunté perdido.

-Borja es el que me metió mano anoche, cariño. El que sobó el culo de tu mujercita -me dijo frotando ahora mi polla contra sus labios vaginales arrancándole el primer suspiro de goce.

Yo no contesté, solo alargué las manos para aferrar sus nalgas e intensificar aquellos roces que me estaban poniendo cardíaco.

-Se presentó y, cuando vio que no sabía quién era, me dijo que era el que había tenido el gusto de disfrutar de uno de los mejores culos que había tocado nunca. Ahí, por supuesto, caí en quién era. También ayudó el hecho que, mientras me lo decía, su mano buscó mi culo para repetir la experiencia que tanto le había gustado anoche.

-¿Volviste a dejarte meter mano?

-Claro, era lo que me pedía el cuerpo y, después de nuestra charla y lo que hemos disfrutado con esa sensación, ¿Por qué no?

Alargué mi boca y me apoderé de su teta, lamiéndola y chupando su pezón más que erecto.

-Qué gusto, cariño… sigue así… aplaca el fuego que ha encendido Borja…

-Sigue… -la animé dejando momentáneamente de lamer sus tetas.

-Borja siguió susurrándome el buen culo que tenía mientras su mano lo recorría sin oposición. Y viendo que no le paraba los pies, se pegó a mí, apresándome contra la pared en aquel rincón del pub, ocultos por sus amigos y ahora con sus dos manos estrujando a placer mis dos nalgas.

-Joder Sara… ¿tanto? -pregunté atónito.

-Espera, aún hay más. El seguía susurrándome lo guapa que era, lo buena que estaba y lo mucho que le gustaría hacerme disfrutar. Y yo me dejaba manosear como una cualquiera, soltando gemiditos de gusto que él no dejó pasar e interpretando que le gustaba lo que me hacía y dio el siguiente paso…

-Me da miedo preguntar… -dije suspirando. El continuo roce y aquella historia, que intuía ficticia, me estaban poniendo a mil.

-Fue entonces cuando me besó, Carlos. Un beso tremendo que no pude rechazar, donde jugamos con nuestras lenguas desde el inicio, con sus manos totalmente dueñas de mi culo, apretando su erección contra mi cuerpo y haciéndome perder completamente los papeles -me dijo no aguantando más, alzándose levemente y encajándose mi polla dentro de su coñito en un solo golpe. Los dos suspiramos, mitad placer mitad de alivio, al sentir por fin nuestros cuerpos unidos.

-Joder… sí… qué gusto -dijo empezando a moverse sobre mi endurecido miembro.

-No pares, cielo -le rogué. Mi súplica tenía un doble sentido ya que tanto me interesaba el movimiento de su cuerpo sobre el mío y como pensaba culminar la historia que me estaba contando.

-Estaba que me subía por las paredes, cariño. Fue por eso que no me resistí cuando me cogió de la mano y me hizo entrar en el baño de hombres, siempre con su cuerpo pegado al mío y notando su bulto contra mi culo- sus movimientos se agilizaban a medida que la narración continuaba y acrecentaban su excitación.

-Menuda zorra estás hecha… liarte así con otro tío sabiendo que tu marido estaba esperándote a pocos metros de allí… -sabía que todo era mentira, Sara era incapaz de hacer algo así y menos cuando anoche habíamos tenido aquel pequeño conato de discusión. Pero como ella quería jugar, yo iba a participar de lleno.

-Sí, tienes razón… vaya zorrón tienes como esposa… pero no lo pude evitar, estaba cachondísima y necesitaba desfogarme de alguna manera y Borja fue mi válvula de escape.

-A saber qué harías allí dentro, pedazo de puta -seguí yo provocándola mientras disfrutaba de la intensa cabalgada que me estaba dando mi mujer.

-Comportarme como la puta que dices que soy… dentro del cubículo, besándonos y tocándonos por doquier, calentándonos a mas no poder, hasta que Borja tuvo suficiente de juegos y me hizo sentarme sobre la tapa del wáter, se bajó los pantalones y puso ante mí su polla completamente dura…

-Joder, Sara… cómo me estás poniendo… ¿no me digas que se la chupaste?

-Claro que lo hice, ya no razonaba nada, solo podía pensar en sexo y tenía aquel caramelo ante mi boca… así que la abrí, lamí su polla, la chupé y al final me la tragué. Dios, qué rica estaba… Borja me sujetó por la cabeza y empezó  a follarme con ella, tratándome sin miramientos, como la zorra y puta que soy…

Aquello me hizo enloquecer y, abrazándome a ella, la tumbé sobre la cama quedando yo encima de ella, siendo yo ahora el que la penetraba con furia, no dándole tregua y totalmente fuera de mí, haciéndola enloquecer y arrancándole un nuevo orgasmo. Sara quedó un breve instante en éxtasis mientras yo seguía bombeando sin descanso, provocando que al poco volviera a entregarse al placer que mis embestidas la estaban provocando.

-Pedazo  de puta estás hecha… comerte otra polla que no es la mía… a saber qué más le hiciste al desgraciado ese… -le dije con rabia mientras seguía taladrando su encharcado coño.

-Solo comérsela, cielo… te lo juro… eso sí, me tragué toda la leche que descargó en mi boca…-dijo provocándome.

Y vaya si lo hizo. Con un ritmo brutal y con el sonido de nuestros gemidos y nuestra respiración agitada, el traqueteo de la cama y el chocar violento de nuestros cuerpos sudados, acabé de arrancarle un nuevo orgasmo a la vez que me tocaba ahora a mí descargarme dentro de ella, liberando la tensión tras toda aquella historia ficticia pero sumamente excitante.

Caímos los dos, el uno al lado del otro, exhaustos los dos pero plenamente satisfechos tras otro polvo antológico. No dijimos nada, tal como estábamos buscamos acoplar nuestros cuerpos cansados, nos abrazamos y nos entregamos a los brazos de Morfeo.