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Todo empezó como un juego 8

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Todo empezó como un juego

Capítulo 8

 

El sonido machacante del despertador me hizo recobrar la conciencia. Alargué la mano para apagar aquel ruido ensordecedor que machacaba mi cabeza. Cuando lo conseguí, noté movimiento al otro lado de la cama. Me giré con algo de temor recordando lo sucedido la pasada noche. No quería que Sara sospechara que había estado espiándola mientras se masturbaba y menos aún el desasosiego que reinaba en mi espíritu.

-¿Ya estás despierto, Carlos? Pues venga, arriba. Ayúdame a cambiar las sábanas que mira como están. Menudo corridón me pegué anoche…

Me quedé congelado, no sabiendo si había oído bien. ¿Acababa de confesar que se he había masturbado anoche?

-Perdona ¿qué has dicho? -pregunté no creyendo que Sara hubiera dicho eso.

-Que hay que cambiar las sábanas que están hechas unos zorros -dijo de nuevo pero sin hacer mención a la otra parte.

-Pero has dicho algo de una corrida -insistí yo…

-Sí, eso he dicho. Estaba muy caliente anoche y tú dormías tan apaciblemente… así que no quise molestarte y me masturbé. ¿Seguro que no te desperté?

-No, no me enteré de nada -dije mintiéndola con toda la desfachatez.

-Creía que sí… tenías la polla bien dura… -dijo echando una mirada a mi entrepierna.

-No me enteré de nada. Eso sería porque yo también tuve un sueño algo agitado…

-A saber en qué estarías soñando, pillín -dijo divertida pero a la vez curiosa por saber en qué había soñado.

-Pues la verdad es que no me acuerdo pero ¿y tú? -pregunté intentando sonsacarle lo que me estaba atormentando desde anoche.

-¿Quieres saberlo? ¿Quieres saber en quién pensaba mientras me hacía un dedo? -me contestó metiendo el dedo en la llaga. Yo no dije nada, solo la miraba esperando su respuesta de forma ansiosa.

-Ostia, Carlos. ¿No estarás celoso? -dijo acercándose a mí.

-Quizás… solo un poquito… -dije casi en un susurro y algo avergonzado- es que después de lo del gimnasio ayer…

-¿El gimnasio? ¿Lo dices por Rubén? -preguntó no entendiendo muy bien lo que pretendía decirle.

-Sí. No dejaba de mirarte y a ti parecía gustarte… y encima él es tan perfecto… no sé, me hizo sentir inseguro…

-Ah cielo, qué tonto eres a veces Carlitos. Claro que me gustaba que me mirase, igual que tú y la mitad del gimnasio. Allí nadie me conocía y por eso accedí a salir con la ropa que me prestó Judith, aproveché para experimentar lo que siente al ir así de atrevida, cosa que ya sabes que nunca había hecho. Y lo disfruté mucho Carlos pero de ahí a sentirme atraída por él…

-¿Entonces Rubén no te gusta? -pregunté aliviado.

-Yo no he dicho eso, claro que me gusta. Pero como a ti te gusta Judith, es una mujer atractiva y que da gusta mirarla pero eso no quiere decir que te la vayas a tirar ¿no?

-No, claro que no.

-Pues eso. Y a parte está el hecho que ellos dos son algo así como folla-amigos. Aún que creo que él quiere algo más de ella que solo follársela…

-¿Están liados? -pregunté atónito- no me habías dicho nada…

-Tampoco lo creí necesario, tú no lo conocías ni yo tampoco. ¿Y cuántos amigos de esos ha tenido Judith los últimos años?

-Ya, eso es verdad. Me alegro de haberlo hablado, cariño. Creo que me estaba empezando a comer la cabeza con todo esto.

-¿Y se pude saber cómo has llegado a pensar en que yo podría estar interesada en alguien como él? -preguntó ahora ella curiosa.

-No sé, veía cómo te miraba, algún comentario que me hizo sobre lo guapa que eras y claro, luego lo vi en la ducha…

-¿Lo viste en la ducha? ¿Desnudo? ¿La tiene tan grande como dice Judith? -ahora la que se moría de ganas de recibir respuesta era ella.

-No sé qué te habrá contado Judith pero lo que yo vi… -y separé mis manos mostrándole el tamaño que calculé que debía medir su polla.

-Joder… ¿tanto? -parecía asombrada.

-Y en reposo, Sara. Una monstruosidad, de verdad. Si le mete eso a Judith la debe partir en dos cada vez que lo hace -dije mirando como su rostro se ruborizaba por el cariz que estaba tomando aquella conversación.

-Ahora me arrepiento de no haberme masturbado pensando en él jajaja… quizás lo haga esta noche -dijo guiñándome un ojo.

-Ni se te ocurra eh… al final no me has dicho en qué pensabas mientras te masturbabas anoche -dije intentando que contestara a mi pregunta.

-Ah eso, es verdad… se me había olvidado. Lo hice recordando la que liamos en el probador de la tienda de lencería. ¿Sabes? Estaba tan cachonda que, por un momento, estuve a punto de pedirte que me follaras allí mismo… y en eso pensé anoche, en que de verdad lo hacíamos. Los dos juntos, en el probador, sabiendo que en cualquier momento nos podían pillar con las manos en la masa…

-Para, para -dije señalándole mi empalmada- como sigas así voy a tener que violarte…-le dije en broma.

-¿Y quién te lo impide? -dijo juguetona, levantándose de la cama y yendo al lavabo con aquel camisón que tanto me excitaba.

Yo salté de la cama y fui tras ella, que salió corriendo al verme acercarme. La alcancé ya dentro del baño, abrazándola por la cintura y levantándola a peso a pesar de sus protestas fingidas. La giré en el aire, quedando los dos de frente al espejo del baño, dejándola caer. Nos miramos a través de la imagen del espejo y Sara, incitándome, inclinó su cuerpo moviendo a la vez sus nalgas.

Yo ya estaba duro como una piedra y la ayudé a inclinarse más, dejando su retaguardia a mi entera disposición. El camisón se había subido en esa postura ofreciéndome su culo apenas cubierto por la braguita que llevaba. La Sara del espejo me miraba excitada, yo bajé mi bóxer y aparté la tela a un lado, viendo sus labios abiertos y la humedad que empezaba a impregnar la zona.

Sara se asió a la pica del baño preparándose para lo que venía, que no era otra que mi polla entrando sin dificultad en su vagina hasta que mis huevos hicieron tope. Los dos gemimos de puro gusto al sentirnos unidos de nuevo y, con mis manos agarradas a sus caderas, empecé a embestirla de forma ruda mientras no dejaba de ver su rostro en el espejo contraído por el placer que le estaba dando.

Empujé y empujé, viendo pasar por mi mente las imágenes de Rubén y de Roberto, mientras me decía que ellos no tendrían lo que yo tenía, que se tendrían que conformar con solo mirar y que el único con derecho a follarse a mi mujer era yo.

El baile de nuestros cuerpos era frenético, el baño retumbaba con nuestros gemidos, el chocar de nuestros cuerpos y el sonido de mi polla penetrando su encharcado coño. A los pocos minutos nos corrimos ambos en un orgasmo apoteósico que me hizo subir la autoestima como no os podéis ni imaginar.

Cuando conseguimos recobrarnos del esfuerzo realizado, nos abrazamos y besamos como la pareja de enamorados que éramos.

-¿Mejor? -me preguntó Sara. Ella sabía lo que necesitaba y vaya si me lo había dado.

-Perdona por no confiar en ti. Es que a veces te veo y no creo estar a tu altura -le dije.

-No seas tonto, con quien iba a estar mejor que contigo -me contestó ella- ¡Mierda! -exclamó de golpe- ¿Esa hora es? -dijo mirando su reloj.

Sí que era. Al final dejamos la cama sin hacer y salimos sin desayunar, solo teníamos el tiempo justo para vestirnos y nada más. Una vez en el coche, algo ya más tranquilos al ver que al menos ese día el tráfico se había puesto de nuestro lado, pude contemplar la vestimenta que había elegido ese día Sara para ir al trabajo.

Esa mañana había elegido una de sus blusas antiguas pero más abierta de lo que las solía llevar, mostrando un sugerente escote que pensé haría las delicias del salido de su jefe. Pero lo mejor estaba abajo. Ese día había escogido una de las faldas nuevas, más livianas y cortas, mostrando como estaba sentada una buena porción de su generoso muslo.

Pero lo más llamativo era que, con las prisas, había prescindido de las medias y mostraba sus muslos al natural, haciendo más excitante la visión de sus carnes.

-¿Te gusta lo que ves? -preguntó ella pillándome infraganti. Yo solo afirmé positivamente- me alegro que te guste aunque hay una cosa que creo que te gustará aún más…

-¿El qué? -no se me ocurría que podría ser mejor que aquello que estaba viendo.

-Con las prisas no he tenido tiempo de limpiarme -dijo mirándome lascivamente- así que hoy voy a estar todo el día con las braguitas mojadas con tu leche- ¿Te excita eso? Ya veo que sí -dijo mirando el bulto que crecía en mi entrepierna- hoy cuando Roberto me coma las tetas con la mirada no tendrá ni idea que mis braguitas chorrean con el semen de mi marido…

-Joder, Sara… -dije totalmente empalmado- no sigas que no voy a poder salir del coche, mira como me has puesto -le dije mostrándole el estado de mi excitación.

-Sí, será mejor que paremos que bastante húmedas llevo ya las braguitas… que yo tampoco soy de piedra.

Y razón tenía porque me pareció adivinar sus pezones resaltando bajo la tela de la blusa. El resto del camino lo hicimos hablando de otros temas para evitar seguir calentándonos más y, al fin, llegamos al trabajo con el tiempo justo. Un beso rápido y cada uno de camino a su empresa.

Ese día fue todo de mal en peor, con lo bien que había empezado el día con aquel polvo matinal… multitud de problemas, incidencias, lo que no habíamos trabajado el lunes lo hicimos aquel día. Apenas tuve tiempo para comer así que menos para pasarme a ver cómo le iba a Sara. Al final, viendo que no acabaría a tiempo, avisé a mi mujer para que se fuera sola al gimnasio y no me esperara.

A las cinco pasó un momento a buscarme para que le diera las llaves del coche, donde tenía la bolsa con su ropa de deporte, quedando en que si acababa pronto me pasaría por allí. Cuando le pregunté por cómo le había ido a ella, me contestó con un “ya te contaré en casa” que me dejó como estaba pero no tenía otra que esperar.

Me puse las pilas, buscando acabar lo antes posible, para reunirme con las chicas en el gimnasio y, porque no, hacer ejercicio que buena falta me hacía como quedó patente el día anterior. Poco antes de las siete acabé y salí rápidamente hacia el gimnasio. Estaba relativamente cerca así que, diez minutos después, ya estaba allí.

Vi el coche aparcado así que supuse que aún debían estar dentro y entonces caí en la cuenta que mi ropa o estaba en el maletero del coche o estaba en el vestuario de chicas donde la habría llevado Sara consigo. Maldije de nuevo interiormente y entré en el gimnasio dispuesto a buscar a mi mujer para que me diera mi ropa.

No me costó encontrarlas. Estaban las dos subidas en la cinta corriendo, agitando sus cuerpos sudorosos y con varios mirones pendientes de sus movimientos. Y cómo no, uno de ellos era Rubén. Le di una palmada en la espalda a forma de saludo que creo que un poco más y le para el corazón. Menudo susto le di al cabrón aunque se lo merecía por estar mirándole el culo a mi chica.

Sara enseguida se dio cuenta de mi llegada y bajó a besarme, alegre de que hubiera podido venir. Fue entonces cuando caí en dos cosas. Lo primero, que estaban en la cinta calentando, lo que quería decir que llevaban poco tiempo en el gimnasio, cuando mi mujer se había ido al acabar el trabajo poco después de las cinco. Y la segunda y más llamativa, era que la ropa que llevaba no era la que ella tenía. Aquellas mallas ajustadas, el top deportivo que remarcaba sus pechos y aquellas bambas no me sonaban de nada.

-Veo que ya te has fijado en mi ropa nueva -me dijo risueña- Judith y yo hemos ido de compras antes de venir aquí. No me gustaba la otra ropa -me dijo sabiendo que yo entendería lo que me quería decir- y así te daba tiempo para que vinieras.

-Me encanta -le dije repasándola de arriba abajo. La verdad es que aquella ropa se ceñía a su cuerpo de tal manera que dejaba poco a la imaginación y resaltaba la estupenda figura de Sara.

-Anda ven, que te doy tu ropa -la acompañé a los vestuarios donde, después de entrar en el suyo un momento, salió para darme varias bolsas- toma, también te he comprado ropa para ti.

Cogí las bolsas y me metí en el vestuario, viendo allí que mi mujer me había comprado ropa más bien ajustada que tampoco dejaba mucho que imaginar. No estaba acostumbrado a vestir así y me sentía algo más incómodo que el día anterior con la ropa holgada prestada por Rubén pero no iba a hacerle el feo a Sara y salí vestido de aquella guisa.

Fui a las cintas donde me esperaban los tres y vi satisfecho como Sara me miraba de forma aprobadora y sentía el escrutinio de Judith.

-Te queda genial, amor -me dijo Sara- ¿Qué te parece, Judith? -le preguntó a su amiga- ¿Ves cómo te dije que esa era su talla?

-Tenías razón. Quién lo hubiera dicho, como siempre va con esa ropa holgada… -dijo mientras seguía recorriendo mi cuerpo.

-Anda, córtate un poco que me vas a gastar a mi marido de tanto mirarlo -le dijo muerta de risa. Judith se ruborizó y se subió a la cinta. A su lado, Rubén parecía algo molesto con la atención que Judith me había dedicado. Al final sí iba a ser cierto aquello que él estaba algo colgado de ella.

Estuvimos como el día anterior una hora dándole a todo los artilugios que nos mostraba Rubén, indicándonos como usarlos y las rutinas a seguir para ejercitar nuestros cuerpos. Ese día se me hizo más llevadero que el anterior, no sé si por estar empezando a acostumbrarme al ejercicio o porque se me hizo más llevadero al notar continuamente los ojos de Judith recorriendo mi cuerpo.

Cuando acabamos, nos fuimos cada uno a su vestuario a cambiarnos y ducharnos. Ese día, al tener mi autoestima por las nubes y al saber la relación que tenían Rubén y Judith, no me mostré tan nervioso ante la presencia del monitor que continuaba exhibiendo su cuerpo sin vergüenza, pero comprendí que no lo hacía para provocarme sino que lo hacía de forma natural ya que era a lo que estaba acostumbrado.

Cuando salimos de los vestuarios, volvieron a insistir en ir a tomar algo y ese día aceptamos su invitación ya que, debido a los días de fiesta, íbamos a estar unos cuantos días sin vernos. Estuvimos charlando sobre nuestros planes para esos días festivos y charlando de forma amigable los cuatro, aunque seguía notando las miradas curiosas de Judith sobre mí.

Nos despedimos en la puerta de la cafetería efusivamente y partimos las dos parejas en sentidos opuestos.

-Estos van a follar seguros -me dijo Sara en cuanto nos alejamos un poco.

-¿Tú crees? -le pregunté no muy seguro.

-Ya te lo digo yo. Cuando nos hemos cambiado en los vestuarios me he fijado en que Judith estaba muy excitada así que seguro que ahora va a desquitarse con Rubén.

-Vaya, pues no había notado nada -le dije sinceramente.

-Es que los hombres para eso sois unos negados. ¿No te has dado cuenta de cómo te miraba?

-Bueno, de eso sí que me he dado cuenta pero no sé qué tiene que ver…

-Pues todo, Carlos. Cuando estábamos comprando le he hablado de todo por lo que estábamos pasando… ya sabes, nuestros juegos y cómo acabábamos casi siempre follando como animales… y entre eso y el conjuntito que te he comprado que te sienta tan bien… -me dijo mientras no perdía detalle de mi reacción.

-¿Estás diciéndome que soy el culpable de que ella esté cachonda? -pregunté atónito.

-Aja -dijo divertida- compruébalo tú mismo -dijo abriendo su mochila y sacando algo de su interior que me dio para que lo cogiera. Cuando lo hice, vi que lo que me había dado eran las braguitas de Judith y, sin ninguna duda, estaban empapadas. Yo no daba crédito a aquello y miré a Sara que sonreía traviesa.

-¿Y esto? -dije sin entender nada. ¿Cómo había sido capaz mi mujer de atreverse a hacer algo así?

-Considéralo un regalo -me dijo tranquilamente. Como si fuera lo más normal del mundo que tu mujer robara las bragas de su mejor amiga para regalárselas a su marido.

-Huélelas -me pidió. ¿De verdad me había pedido aquello?

Por su cara, vi que lo decía completamente en serio y, lentamente, llevé la prenda a mi nariz y aspiré profundamente. ¡Menudo olor! Aquella mezcla de sudor, de flujo fruto de su excitación… un cóctel explosivo que me hizo empalmarme al instante.

Me sentí algo violento excitándome de aquella manera, oliendo las bragas de Judith y con mi mujer al lado, pero a ella no pareció importarle ya que echó mano a mi paquete y lo acarició con deleite.

-Vaya, sí que te la pone dura mi amiga…pues ahora se estará follando a Rubén pensando en ti -dijo sin dejar de acariciar mi miembro que cada vez estaba más duro.

-Joder, Sara. Para un poco que nos van a ver… -era verdad, todo esto estaba sucediendo a la altura de nuestro coche pero seguíamos en mitad de la calle, a la vista de cualquiera que pasara.

-Tienes razón -dijo parando su toqueteo en mis partes- mejor vamos a casa- dijo metiéndose en el coche.

Yo la seguí aunque me costó encontrar una postura cómoda en el coche con aquel bulto provocado por las palabras y caricias de mi mujer. Arranqué y salimos hacia casa, deseando que Sara se adormilara como el otro día y pudiera aliviar algo la tensión de mi entrepierna. Pero claro, ella tenía otras ideas.

-¿No te excita saber que Judith está follando mientras piensa en ti? -preguntó casi al instante de arrancar el motor del coche.

-Bueno, sí claro. A quién no… pero ¿y a ti? ¿No te molesta que lo haga?

-Qué va, si así es feliz no me importa. Tampoco hay tanta diferencia a lo que hacemos nosotros ¿no crees? Mientras solo sea una fantasía y no pase a palabras mayores no le veo el problema.

Cada vez me sorprendía más la reacción de Sara a lo que iba sucediendo, asimilando las cosas con extrema facilidad y pareciendo que era yo el que más reparos tenía ante la avalancha de acontecimientos que iban ocurriendo.

-Por cierto, no te he contado cómo están las cosas en el trabajo…

Joder, parecía que mi mujer no tenía intención de darme una tregua y pensaba seguir martirizándome durante todo el viaje.

-¿Recuerdas ayer que llevaba la blusa nueva color azul? La tela es tan liviana que a veces me parecía que no llevaba nada pero a la vez era tan excitante…además que estos días ya estoy llevando la lencería nueva y me sentía súper sexy…

Yo no dije nada pero la miré alentándola a seguir su relato.

-Roberto nos convocó a una reunión a las dos en la sala de juntas. Cuando llegué ya estaba allí Daniela esperando pero ni rastro de Roberto. No sé porque lo hice pero al ver a Daniela, como siempre con un escotazo de infarto, me desabroché otro botón de la blusa sin que ella se diera cuenta.

Tragué saliva. Recordaba la blusa y recordaba como la llevaba abrochada, otro botón más significaba mostrar el canalillo de sus pechos cosa inimaginable para mi mujer.

-Pero Roberto sí… -dije afirmando más que preguntando.

-En efecto. Nada más entrar, saludó y cuando fue a enterrar sus ojos en el busto de Daniela se dio cuenta de mi forma de vestir y cambió de objetivo. No sabes qué sensación tan extraña el sentir su mirada recorriendo mi pecho, intentando fisgar a ver si veía algo más, cosa imposible en aquella posición…

-¿Estabas excitada, verdad?

-Mucho. Y más que iba a estar. Roberto nos había llamado para repasar algunas directrices nuevas que debíamos incorporar al informe del nuevo cliente y decidió que mejor hacerlo en la mesa de la sala de juntas. Él se sentó en un extremo de la mesa y nos invitó a sentarnos en frente suyo.

Resoplé casi indignado por aquel burdo truco.

-Ya -dijo Sara- yo tampoco me creía que fuera capaz de hacer algo así pero lo hizo. Nos enseñaba los papeles pero sin apenas apartarlos de su lado y nos obligaba a inclinarnos para poder seguir sus indicaciones. Yo al principio lo hice con mis brazos cruzados, como apoyándome en ellos para ocultar que viera más de lo debido…

-Pero después dejaste de hacerlo -dije casi seguro que era lo que había pasado. A pesar de todo, no estaba enfadado sino extremadamente excitado.

-Sí, por culpa de Daniela otra vez. Ella cruzó sus brazos también pero por debajo de sus pechos, como empujándolos hacia arriba para que asomaran por su escote aún más si eso era posible. Por supuesto, Roberto se dio un festín viendo aquello, me pareció que hasta alzaba su culo para ver mejor lo que tenía delante…

-Y tú no quisiste ser menos…

-No sé si fue por celos o porque quería saber qué se sentía al ser tratada así…

-Pero hiciste lo mismo que ella… -no me podía creer que Sara hubiera sido capaz de hacer algo así.

-Lo hice. Crucé mis brazos y me incliné un poco más, haciéndole una pregunta para que se fijara en mí…

Yo alternaba la vista entre la carretera y su cara. Estaba ruborizada y movía de forma nerviosa sus piernas, con sus pezones marcando la tela de su ropa.

-Y se dio un festín -confirmé yo.

-No sé lo que llegó a ver pero sí que lo que duró la reunión sus ojos no se apartaron de mi escote, para consternación y enfado de Daniela, que no debe estar acostumbrada a no ser el centro de atención -me pareció que estaba orgullosa por haber conseguido ese logro.

-Vaya, no me esperaba algo así… al menos no tan pronto… -lo dije sinceramente, todo iba mucho más rápido de lo que pudiera haber imaginado cuando empezó todo aquello.

-Ya, a mí también me sorprende pero a medida que van sucediendo las cosas, me voy dejando llevar y cada vez disfruto más de las sensaciones que acarrean. Pero aún hay más… -dijo mirándome con sus ojos encendidos por la lujuria.

-¿Más? -pregunté atónito.

-Ayer no. Ha sido hoy. A media mañana me ha llamado Roberto a su despacho, supongo que queriendo pegarse otro festín con mis tetas. Pero hoy, con esta blusa y tal como la llevo, poco iba a ver y enseguida se ha dado cuenta de ello. Tenía una cara de decepción cuando me ha visto entrar…

Sí, pobre Roberto pensé yo para mí.

-Pero luego se ha dado cuenta de la falda, algo más corta, y que no llevaba medias debajo y sus ojos se han perdido en mis muslos de tal manera que parecía que nunca hubiera visto unas piernas… -otra vez parecía orgullosa de haber causado tal efecto en su jefe.

-Me ha invitado a sentarme en el sofá que tiene en su despacho y claro, al ser la tela tan fina y la falda más corta, al sentarme se ha subido bastante dejando al descubierto buena parte de mis muslos desnudos… al no llevar medias…

Claro, la culpa era de las medias pero aun así, no podía dejar de imaginar la cara de Roberto recorriendo aquellos muslos que tan bien conocía y que yo solo tenía derecho a tocar y disfrutar. Mi polla estaba ya que reventaba.

-Se ha puesto a darme ánimos, diciendo lo bien que lo estaba haciendo y como insinuando que iba en cabeza para hacerme con su puesto. Y todo eso con su mirada perdida en mis muslos, embobado con ellos… ni te imaginas la calentura que me recorría… si hubieras visto su cara cuando se me ocurrió cruzar las piernas… casi se le desencaja la mandíbula al pobre jajaja.

Sin darnos cuenta, ya habíamos llegado a nuestra calle y enfilé la rampa al garaje subterráneo donde encerraba el coche, en el sótano de nuestro edificio. Aparqué el coche en nuestra plaza y entonces me giré para mirar detenidamente a mi mujer. Todo ella demostraba la tremenda excitación que la recorría.

-¿Así era cómo tenías la falda cuando estabas con Roberto? -le dije señalándole el estado de su falda que, fruto de sus movimientos al calentarse contando la historia, se le había subido mostrando sus torneados muslos.

-Aja -dijo después de mirar su falda- ¿Te molesta lo que te he contado? -preguntó mirando mi entrepierna. Era evidente que no pero aun así quise confirmar sus sospechas.

-¿Tú qué crees? -dije mientras desabrochaba el pantalón y sacaba mi polla totalmente enhiesta.

Y entonces pasó algo que no ocurría desde que habíamos empezado a salir juntos. Su mano aferró mi verga, iniciando una lenta paja mientras ella, totalmente obnubilada, se deshacía del cinturón de seguridad y pugnaba por subirse encima de mí. Recliné rápidamente el asiento, haciéndole sitio y consiguiendo ella su objetivo de quedar sentada sobre mis piernas.

Mientras su mano seguía recorriendo mi miembro las mías subían su falda, descubriendo aquellos muslos que horas antes habían sido objeto de atención de Roberto, acariciándolas durante el proceso, dejando la prenda enrollada en su cintura y contemplando sus braguitas donde resaltaban sus labios completamente hinchados.

Sara alzó su cuerpo mientras sujetaba con su mano mi polla y yo, adivinando sus intenciones y con pocas ganas de parar aquello, aunque estuviéramos en un lugar donde en cualquier momento podía aparecer alguien, aparté la tela a un lado y ella se dejó caer, empalándose de golpe en mi dura verga.

Al instante empezó a cabalgarme, de forma lenta y recreándose con las sensaciones que su coño le transmitía. Sus brazos se asieron al respaldo de mi asiento, quedando su cuerpo inclinado sobre el mío. Esta vez no pensaba quedarme quieto así que aproveché para desabrochar su blusa y bajar su sostén, liberando sus pechos que enseguida besé y chupando sus pezones cual bebé hambriento.

Aquel tratamiento exaltó aún más a mi mujer que incrementó su ritmo, mirándome siempre con aquella cara de vicio que nunca dejaba de asombrarme, gimiendo sin control y con mis manos amasando sus nalgas y acompañando sus movimientos de subida y bajada.

Los dos estábamos fuera de sí, medio desnudos en un garaje donde cualquiera podía pillarnos aunque creo que en aquel momento ninguno éramos conscientes de eso. Solo disfrutábamos el uno del otro, saciando la calentura provocada por las continuas provocaciones que aquel juego nos llevaba a realizar.

Si en aquel momento hubiera aparecido alguien, hubiera visto a mi mujer semidesnuda botando de forma frenética sobre mí que tenía mi cabeza enterrada entre sus tetas devorándolas, hubiera visto el traqueteo del coche que delataba lo que en su interior acontecía y, con toda probabilidad, hubiera oído sus continuos gemidos y mis bufidos de puro gozo.

Y si, curioso y excitado, hubiera continuado viendo el espectáculo que le estábamos dando, hubiera escuchado el largo gemido agónico de Sara al correrse, viendo como hundía su cara en mi hombro y escuchado el bufido de liberación que se escapó de mi garganta cuando llené su coñito con mi semen, cosa que últimamente hacía casi a diario y, a veces, hasta más de una vez al día.

Pero por suerte nadie nos vio y, una vez aplacada la excitación, nos recompusimos las ropas rápidamente y nos encaminamos al ascensor cogidos de la mano, felices y más enamorados que nunca. Cenamos ligeramente y nos fuimos pronto a dormir, con tanto trajín estábamos reventados y al día siguiente nos esperaba otro largo día, el último antes de nuestra partida a Sevilla.