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Todo empezó como un juego 5

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Todo empezó como un juego

Capítulo 5

 

A la mañana siguiente me desperté tarde, la noche con Sara había sido intensa y me había dejado exhausto. Cuando me giré buscándola, no la encontré en la cama y me levanté para verla un rato antes que saliera a su cita con Judith. En la mesa me encontré con una nota suya avisándome que se iba y que volvería por la tarde.

Suspiré resignado, se me había escapado. Me di una ducha larga y reconfortante, desayuné de forma copiosa y tranquila y me dispuse a poner en marcha la idea que había tenido la noche anterior, buscar un plan para pasar el puente de mayo los dos solos en algún lugar lejos del bullicio de la ciudad.

Me senté delante del portátil y empecé a trastear buscando algún destino apetecible para los dos. Sara no era mucho de playa así que descarté los destinos de costa, aunque a mí me hubiera gustado probar un sitio así para ver si convencía a mi mujer de dar un paso más en su desinhibición y que se mostrase en bikini, cosa que nunca hacía.

Pero le había prometido no forzarla y dejarla ir a su aire e iba a respetar su decisión. Seguí buscando hasta que encontré una buena oferta para hacer una escapada a Sevilla. Buen hotel, bastante céntrico y una ciudad que ambos no conocíamos. Y otro punto a su favor, que podíamos prescindir del coche y hacer el viaje con el tren.

No me lo pensé más e hice la reserva para esos días. Ya me imaginaba la cara que iba a poner Sara cuando se enterara del viaje que había planeado, estaba seguro que le iba a encantar.

Maté el resto de la mañana buscando lugares de interés y haciendo planes para esos días aunque mi intención era disfrutar lo máximo con la compañía de mi mujer, a la que me sentía más unido que nunca después de los hechos de los últimos días.

Sin darme cuenta, la mañana había volado y me preparé algo de comer. No había tenido noticias de Sara en toda la mañana, cosa extraña, pero no quise molestarla intuyendo que, si no había dicho nada, era porque estaba pasando un buen rato con su amiga con la que hacía días que no quedaba.

Después de comer, me puse una película en la tele y me estiré en el sofá dispuesto a pasar una tarde relajante, a la espera que mi mujer volviera de su salida. No tardó mucho en ocurrir, cosa que me extrañó un poco ya que la esperaba algo más tarde.

-¿Ya estás aquí? -le pregunté.

-Yo también me alegro de verte -me dijo irónicamente- ya veo que no me has echado de menos…

Algo le había pasado, lo notaba en su tono de voz, en la expresión de su rostro. A parte del hecho que, para haber ido de compras, volvía con las manos vacías.

-¿Te ha pasado algo, cariño? -le pregunté preocupado.

-No me ha pasado nada -dijo dejándose caer en el sofá- solo que estoy cansada.

No me convencía su excusa pero tampoco tenía ningún indicio que me dijera que me estaba mintiendo.

-¿Qué tal con Judith? ¿Cómo le va todo?

-Bien, como siempre. Liada con el trabajo, el gimnasio…- me contestó de forma apática.

-¿Y novio? ¿O aún no ha encontrado a alguien que esté a su altura?

-Qué bien la conoces jajaja -por primera vez un amago de sonrisa apareció en su cara.

-Oye y ¿cómo es que no has comprado nada? -le pregunté interesado por la ausencia total de bolsas a su vuelta.

-No sé, no encontraba nada que acabara de gustarme… y comprar por comprar… -otra vez ese gesto en su cara que delataba que algo no iba bien.

Cogí su mano, acariciándola y le di un beso en la mejilla, confortándola.

-Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿verdad cielo?

Pareció dudar pero al final suspiró y decidió sincerarse conmigo.

-Tienes razón, sé que puedo confiar en ti y te voy a contar lo que me ha pasado. Y no te asustes que no ha pasado nada malo -dijo volviendo a sonreír.

-A ver, confiesa -le dije animándola a seguir.

-Si te parecerá una tontería, ya verás. Ha ido todo genial hasta que hemos empezado a trastear en las tiendas, buscando cosas para comprarnos. Yo iba con la idea de pillarme un par de blusas y alguna falda pero nada de lo que veía me convencía y no sé… me he ido frustrando a medida que íbamos visitando tiendas y no encontraba nada a mi gusto… ya te he dicho que era una estupidez…

-Bueno, no lo será tanto cuando te ha dejado tan mal cuerpo ¿no? -le contesté- ahora sé sincera, Sara. ¿No has visto absolutamente nada que te haya gustado?

-Quizá alguna cosa pero no sé…. -parecía avergonzada y creí adivinar el porqué.

-Sara, si te gustaba ¿por qué no lo has comprado? -pregunté intuyendo ya el motivo.

-No me he atrevido -dijo soltando por fin el verdadero motivo de todo aquello.

-A ver, explícame eso.

-Pues eso. La ropa que normalmente uso, ahora no sé porque, me parece insulsa y no me apetecía nada comprar algo así. No sé, buscaba algo más…

-Sexy quizás… -la ayudé.

-Puede. Pero claro, con Judith allí me daba no sé qué… no sabía cómo iba a reaccionar si pillaba según qué, acostumbrada a verme con ropa sobria y poco sugerente… al final no me he atrevido y no he comprado nada… -dijo de forma triste.

-Sinceramente, no creo que Judith te hubiera dicho nada o, bueno sí, seguramente te hubiera animado a hacerlo y regañarte por haber tardado tanto en hacerlo. Pero entendiendo lo que habrá pasado por tu cabeza en esos instantes y comprendo tu frustración…

-Gracias Carlos, eres un sol -dijo dejando caer su cabeza sobre mi pecho.

-Venga levanta, que tenemos cosas que hacer -le dije empujándola suavemente para apartarla de mí.

-¿Qué cosas? -preguntó curiosa.

-Pues ir de compras, claro. Conmigo no lo tendrás tan fácil para irte de vacío -le dije guiñándole un ojo- además, vas a necesitar ropa nueva para el puente…

-¿El puente? No entiendo nada, cariño.

-Que este puente nos vamos a pasar unos días a Sevilla, ya he hecho la reserva esta mañana mientras estabas fuera…

No me dio tiempo a más. Se abalanzó sobre mí, abrazándome y besándome, no creyéndose que todo aquello fuera verdad. Al final tuve que mostrarle la reserva online para que acabara de creérselo. Su cara de alegría era total, ya no quedaba ni rastro de la frustración y desánimo con el que había llegado a casa.

-Bueno qué, ¿nos vamos o no?

-Por supuesto -dijo cogiendo de nuevo su bolso dispuesta a salir de nuevo- gracias por portarte tan bien conmigo- dijo besándome de nuevo.

-Qué poco pareces conocerme, cariño. Si esto lo hago para exhibirte ligera de ropa, pillar un calentón del copón y luego follar como desesperados -le dije en broma.

-Ya lo sé pero aun así… -otro morreo de escándalo que hizo que mi miembro empezara a crecer bajo el pantalón.

-Para, para… que como sigas así, te empotro contra la pared y no vamos a ningún lado… -le dije medio en broma. Bueno, quizás no tan en broma.

Ella pareció meditarlo un momento y al final se separó de mí, aunque a regañadientes.

-Tienes razón, todo a su tiempo. Primero vamos de compras, luego ya tendremos tiempo para que me empotres contra la pared.

Y lo dijo completamente en serio. Yo tragué saliva, cachondo perdido. Vaya tarde que me esperaba.

Llegamos al centro comercial casi una hora más tarde y me dejé guiar por una cada vez más nerviosa Sara. La abracé por la cintura, haciéndole sentir que no estaba sola en aquello y eso pareció darle algo de calma y sosiego.

-Aquí es -me dijo señalándome una tienda en la que alguna vez había entrado.

-¿Pues a qué esperamos? -le dije tomándola de la mano y conduciéndola al interior.

Ella se dejó llevar pero, una vez dentro, pareció tomar la iniciativa y empezó a moverse por las estanterías buscando las piezas que, seguramente esa mañana, ya había visto pero no se había atrevido a comprar. De vez en cuando, me preguntaba sobre qué me parecía tal o cual prenda o cual color creía que le quedaría mejor pero ella, por lo visto, ya tenía bien claro lo que quería.

Sus nervios fueron desapareciendo y se convirtieron en una especie de excitación infantil ante algo nuevo y apasionante. No tardó mucho en tener sobre mis brazos varias blusas y faldas listas para llevarlas al probador, que fue nuestro siguiente destino.

A medida que me iba enseñando las prendas que había elegido, pude comprobar el importante paso que estaba dando mi mujer en cuanto a su forma de vestir. Sin llegar a los extremos de su contrincante Daniela, Sara había elegido faldas de tela más liviana, que se amoldaban mejor a sus formas exquisitas, y algo más cortas que las que solía usar. Y con las blusas, tres cuartos de lo mismo. Telas más ligeras, incluso alguna que dejaba insinuar el sujetador que llevaba debajo y, solo de pensar como le quedarían con algún botón de más abierta, me ponía malo.

Y ella se daba cuenta, claro. Parecía disfrutar viendo mi cara cada vez que salía a mostrarme lo que se estaba probando, yendo su mirada de mi rostro al bulto que se notaba en mi entrepierna y sonreía traviesa, sabiendo que ella era la causa de que aquello estuviera así. Al final, cuando acabó de probarse toda la ropa, nos dirigimos a la caja donde compró buena parte de la ropa que acababa de probarse.

Pensé que mi tortura había acabado pero nada más lejos de la realidad. Cargado de bolsas, con su brazo cogiéndome el mío, nos encaminamos a otra tienda.

-Vamos a mirar aquí dentro. Me apetece comprarme un par de vestidos para nuestro viaje a Sevilla. Seguro que allí ya hace calor y voy a necesitar algo ligero.

Algo ligero supuse que debía querer decir poca ropa, porque los vestidos que me hizo llevar al probador eran livianos, con escote pronunciado y algo cortos, al menos para lo que estaba acostumbrado a ver a mi querida esposa. Vérselos puestos fue un auténtico calvario, suerte que al llevar las bolsas podía ocultar el enorme bulto que lucía en mi entrepierna y que ya era imposible disimular.

Hasta a mí me parecieron demasiado atrevidos, según los cánones a los que estaba habituada Sara.

-Sara, ¿no crees que quizás sean un poco demasiado atrevidos para ti? ¿No decías que querías ir paso a paso, tomártelo con calma? -le pregunté algo nervioso.

-Ya lo sé, Carlos pero estos no son para aquí. Los quiero para ponérmelos en Sevilla, allí no nos conoce nadie y quiero ver hasta donde soy capaz de llegar. Todavía no estoy preparada para lucirlos con gente conocida, paso a paso cielo.

Su respuesta me convenció y me excitó a la vez. Si el viaje a Sevilla iba a ser una escapada para probar sus límites se avecinaba un viaje de lo más apasionante.

Al final salimos de aquella tienda con varios vestidos, faldas, shorts y camisetas que nada tenían que ver con lo que mi mujer guardaba en su armario. Y aún quedaba la prueba final, una última tienda a la que visitar y que, cuando la vi, casi hace que me corra encima solo de imaginarme lo que iba a pasar allí dentro. Una tienda de lencería.

De nuevo se repitió la misma escena que en las otras tiendas, mi mujer escogiendo cosas de los diferentes estantes y yo acarreando con ellos hasta dirigirnos a los probadores donde me esperaba un nuevo tormento, éste cien veces peor que los otros ya que ésta vez las prendas eran conjuntos de ropa interior y saltos de cama.

Pero Sara, envalentonada por mi presencia, por estar haciendo lo que esa mañana había sido incapaz de hacer y, sobretodo, por ver la reacción que aquello estaba causando en mí, decidió dar un paso más en su particular sesión de exhibicionismo hacía mí.

-Carlos, creo que será mejor que entres al probador conmigo. No me parece una buena idea tener que estar entrando y saliendo medio desnuda para que veas si me queda bien o no.

Yo sí sabía que no era una buena idea, que lo único que quería Sara era jugar conmigo a provocarme aún más pero su argumento era bastante válido y no se me ocurrió nada para rebatir su planteamiento. Así que, cargado de bolsas, me metí en el probador donde Sara ya me esperaba dispuesta para empezar su particular show.

Su camiseta fina de manga larga y sus tejanos desaparecieron pronto, quedando en ropa interior. Fue ahí cuando decidió empezar a provocarme, quitándose de forma parsimoniosa su sujetador, jugando con sus copas hasta mostrarme sus apetecibles pechos donde ya resaltaban sus pezones endurecidos. Después fue el turno de sus braguitas, que decidió quitarse de espaldas a mí, haciéndolas bajar muy lentamente y exponiendo su culo firme y su sexo que mostraba muy a las claras que aquello también la estaba excitando a ella.

Cada prenda que se fue probando, lo hizo de forma sugerente y sensual, llevándome al borde del infarto, teniendo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abalanzarme sobre ella y hacer algo para lo que aún no estaba preparada.

Evidentemente, nos quedamos con todo lo probado. Salimos de la tienda de lencería, ella feliz como no la había visto en mucho tiempo y yo, cargado de bolsas y con un empalme que dolía. Era ya bastante tarde, casi la hora de cierre de las tiendas, pero Sara no quería que volviéramos todavía a casa, quería seguir disfrutando de aquella tarde noche con mi compañía así que, dispuesto a complacerla un poco más, fuimos al coche a dejar las bolsas en el maletero para ir luego en busca de algún lugar donde cenar y, quizás, después ver una película para acabar la jornada.

Al final acabamos en una pizzería, donde comimos con apetito, mientras comentábamos lo ocurrido aquella tarde, confesándome Sara lo que ya sabía, que todo aquello la había excitado sobremanera.

-Hay otra cosa que quiero contarte, Carlos -me dijo Sara- esta mañana Judith me ha comentado que en su gimnasio están haciendo una serie de promociones y me ha preguntado que porque no me apuntaba y así iríamos las dos juntas, para hacernos compañía.

Esa propuesta me cogió por sorpresa. Mi mujer, poco atrevida, no era muy aficionada a hacer deporte y menos en un gimnasio, eso de ir con unas mallas y exponer su cuerpo sudoroso ante una panda de salidos no iba mucho con ella. Pero claro, esa era la antigua Sara.

-Sabes que no necesitas mi permiso para hacerlo, así que si tú estás segura de eso y quieres hacerlo no veo donde está el problema -le contesté sinceramente aunque aún estaba sorprendido por querer dar ese paso, días antes impensable.

-Es que yo tampoco estaba muy segura de hacerlo pero, después de lo de esta tarde, pues he pensado que podía probar a ver qué tal…además, hacer ejercicio nunca está de más, tú también deberías apuntarte -me dijo.

-Bueno, si para verte en mallas y contoneando tu cuerpo sudoroso tengo que apuntarme a un gimnasio pues que le vamos a hacer, tendré que hacer un sacrificio… -le dije en broma.

-Mira que eres tonto jajaja… ya verás lo bien que lo vamos a pasar los tres.

Mierda, se me había olvidado que tendría que hacer aquello con Judith… pero ya era tarde para echarme atrás, Sara ya estaba marcando el número de Judith para contarle la buena noticia.

-Hola guapa -sentí que le decía- mira, que le he estado comentando a Carlos lo del tema del gimnasio que me has dicho esta mañana y ¿sabes qué? Que cuentes conmigo.

-….

-Sí, si al final ha sido él quien me ha dado el empujón final para acabar de decidirme…

-…

-¿Las gracias? no sé si se las merece jajaja. Yo creo que lo que él quería era vernos en mallas y sudaditas… ah es verdad, que no te lo he dicho, que él también se apunta… ¿a qué es genial?

-…

-Ala tía, tampoco te pases jajaja… que él ya está pillado. Bueno, mañana te mando un mensaje y quedamos al salir del curro el lunes para ir a apuntarnos, que ahora estoy tomando algo con Carlos y nos vamos a ver una peli…

-….

-Vale tía, quedamos así… y pórtate bien esta noche jajaja.

Sara colgó el teléfono y volvió su atención a mí.

-Pues ya está, todo arreglado con Judith. El lunes nos apuntamos.

-Oye y eso de las mallas ¿a qué ha venido? -le pregunté curioso.

-Ah eso… jajaja. Judith, que está como una cabra. Dice que si quieres ver tías en mallas, que no te preocupes, que ella ya buscara unas ajustaditas para darte las gracias por convencerme. Y mira que la veo capaz…

Y yo también. Ya me estaba empezando a arrepentir de haber accedido a apuntarme al gimnasio junto a ellas y ni siquiera habíamos empezado.

-Mira la hora que es -dijo mirando su reloj- mejor vamos tirando para pillar las entradas con tiempo.

Nos levantamos y fuimos a la zona de los cines donde, por suerte, encontramos una película del gusto de los dos, que disfrutamos de forma tranquila, cogiéndonos de la mano y haciéndonos arrumacos pero nada fuera de lugar. Por suerte, las cosas parecían haberse tranquilizado algo para alivio de mi miembro que llevaba una tarde de órdago.

Salimos del centro comercial pasada la medianoche, al final había sido una tarde redonda y habíamos disfrutado tanto de las situaciones como de la mutua compañía. En el coche, mientras conducía, veía de perfil a mi mujer medio recostada sobre el cristal del coche, creí que medio adormecida.

-Estás muy callado. ¿En qué piensas? -me preguntó cogiéndome por sorpresa.

-En muchas cosas  -le dije sin especificar.

-¿Algo concreto? Mientras no sea en Judith en mallas…

-Ummm en eso no pensaba pero ahora que lo dices….

-Y serías capaz -dijo riéndose.

-Anda, mira la que fue a hablar -dije intentando seguir la broma que ella había empezado- la que ha cambiado el armario entero para calentar a su jefe…

Fue decirlo y arrepentirme. No sabía cómo podía haberse tomado Sara aquel comentario y la miré esperando encontrármela enfadada pero todo lo contrario, me miraba entre curiosa y excitada.

-Razón no te falta. El que más se va a poner las botas mirándome va a ser Roberto, eso no lo dudes. ¿Te molesta? -dijo a la vez que su mano se posaba sobre mi entrepierna.

Inevitablemente di un brinco al sentir el contacto de su mano, cosa totalmente inesperada por no haberlo hecho nunca e, inmediatamente, mi polla reaccionó a su estímulo creciendo a pasos agigantados.

-Vaya, veo que esto te gusta -dijo melosa- ¿Es por mi mano, las mallas de Judith o que te pone imaginarte a Roberto babeando por tu mujercita?

¿Qué contestar a eso cuando ni yo mismo lo sabía? Opté por responderle de la misma manera, dejando caer mi mano sobre su sexo notando, a pesar del tejano, el calor que emanaba de su entrepierna.

-Ufff cómo está esto Sara. ¿Te pone que me ponga cachondo pensando en el culo de Judith? ¿O esto es por Roberto? ¿Ya te estás imaginando sus ojos colándose por tu escote buscando tus tetas?

Su mano estrujó aun con más fuerzas mi polla que ya estaba durísima.

-Joder Carlos, date prisa que ya no puedo más -dijo en un suspiro.

Por suerte, ya no quedaba mucho y me di prisa por llegar imaginándome lo que me esperaba al llegar. Eso sí, a mí se me hizo eterno notando como su mano no dejaba de acariciar mi polla que la tenía a punto de explotar.

Aparqué el coche, cargamos con las bolsas de la compra y nos metimos en el ascensor camino de nuestro piso. El ir cargados, me permitió tener un respiro al continuo sobeteo de mi mujer pero sabía que no iba a tardar mucho, su cara de vicio delataba que solo esperaba entrar en casa para lanzarse sobre mí. Me equivocaba.

-Deja las bolsas en el dormitorio -me dijo mientras entrábamos en nuestra casa.

Ella ya se encaminaba hacia allí cargada con sus bolsas. Yo me quedé quieto, sorprendido al no esperarme aquello, pero enseguida pensé que su idea era hacerlo en el dormitorio y casi corrí hasta la habitación. Pero ella ya se había encerrado en el baño, para mi desconcierto y total confusión. Hasta mi erección desapareció casi por arte de magia.

Dejé las bolsas en el suelo y empecé a quitarme la ropa, preparándome para meterme en la cama ya que parecía que esa noche, no entendía muy bien porque, no iba a pasar nada. Estaba en bóxer, sentado en la cama, cuando se abrió la puerta del baño. Y allí apareció Sara, vestida con uno de los picardías que habíamos comprado esa tarde y con una cara de perra en celo que hizo que se me pusiera dura de nuevo.

-Empótrame -me dijo.

Me lancé sobre ella, arrinconándola contra la pared, besándola con lujuria desatada, acariciando cada centímetro del su cuerpo mientras apretaba mi erección contra su sexo, punteándola sobre la exigua ropa que llevaba.

-¿Te pone que caliente a Roberto? -me susurró en la oreja.

Yo no contesté, arrecié mis besos y una de mis manos se coló por debajo del filo del picardías para buscar su coñito que presumía rezumante, encontrándome que allí debajo no había nada, estaba completamente desnuda.

Las manos de Sara, que estaban recorriendo mi espalda y mi culo por encima del bóxer, empezaron a deslizar éstos hacia abajo, dejándome completamente desnudo y pegando aún más mi tremenda empalmada contra ella.

-Dios, qué dura está… ¿se le pondrá así de dura a Roberto cuando me vea el escote el lunes? A lo mejor hasta se pajea pensando en mí…

No podía más. Alcé su pierna y busqué la entrada de su cueva que casi succiona mi polla hacia su interior, así de caliente estaba Sara. Un leve empujón y entró entera hasta el fondo, soltando un leve quejido de placer al sentirme por fin dentro, al haber conseguido lo que buscaba.

Empecé a moverme, metiendo y sacando con furia mi polla de su coñito estrecho mientras enterraba mi cabeza en su cuello, resoplando junto a ella fruto del esfuerzo que estaba haciendo, tal era el ímpetu de mis arremetidas. Mis manos aferraban sus nalgas, estrujándolas con dureza.

-Joder, me encanta tu culo -le dije- estoy deseando ver a Judith con esas mallas… su culo debe estar bien duro y firme…-yo también sabía jugar a ese juego.

Sara, desatada, dio un brinco quedando sus piernas completamente enlazadas a mi espalda. Sin dejar de penetrarla, la apoyé contra la pared mientras seguía  sujetándola por sus glúteos. Sus manos se cerraron tras mi cuello, sus ojos se entrecerraron y sus gemidos se intensificaron mientras no dejaba de percutir en su interior.

-Lo que daría por acariciar esas nalgas, Sara… ¿a qué te encantaría que lo hiciera? ¿A qué te gustaría verme tocando el culo de Judith, Sara?

-Sí, sí… ¿Y tú? ¿Te gustaría ver cómo Roberto me soba las tetas?

-Joder, Sara…

Con un último esfuerzo titánico, unas embestidas salvajes y ambos estallamos al unísono en un apoteósico orgasmo. Aun sentía mi polla lanzar los últimos trallazos de mi esperma en su interior cuando, no pudiendo más, me dejé caer al suelo aun con Sara acoplada a mí, abrazándola para sostenerla, ya que su estado era aún peor que el mío.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, enlazados, abrazados, respirando entrecortadamente y completamente empapados de nuestro sudor. Sentía en mis muslos la mezcla de nuestros fluidos desparramarse del interior del coño de mi exhausta mujer. Al final conseguimos recuperarnos algo del tremendo polvo que acabábamos de echar y nuestra primera reacción fue mirarnos y empezar a reírnos.

-Madre mía -dijo Sara- cómo se nos ha ido la olla.

-Ya te digo. Pero oye, que menudo polvazo hemos disfrutado.

-Sí, la verdad es que ha sido muy excitante. Pero eso sí, ni se te ocurra tocarle el culo a Judith -me dijo medio en broma.

-Bueno, ya veremos -le dije guiñándole un ojo- y tú nada de dejarte tocar las tetas por Roberto…

-Va a ser complicado… ya sabes que es como un pulpo…ahora en serio, Carlos. Sabes que esto ha sido solo para calentarnos ¿verdad?

-Claro, cariño. Ni se me ocurriría meterle mano a tu amiga y no te imagino dejándote hacer lo mismo por el baboso de tu jefe. Pero como fantasía ha estado bien ¿no? -le pregunté ansioso por saber su respuesta.

-Ha estado genial. ¿Y sabes qué? No me importaría volverlo a repetir -me contestó risueña. Yo suspiré de alivio ya que aquello me había encantado y estaba deseando volver a repetir la experiencia.

-Por mí encantado -le dije sinceramente- y ahora, si me permites, necesito ir al baño a limpiarme un poco.

-Claro -dijo ella levantándose de encima de mí.

Caminé hasta el baño dispuesto a meterme en la ducha cuando sentí pasos detrás. Me giré y vi a Sara despojándose del picardías y lanzándolo al suelo de la habitación.

-Si no te importa, podemos compartir el agua -me dijo pícaramente.

Abrí la puerta de la mampara de la ducha y le hice un gesto  que pasara, cosa que hizo bamboleando sensualmente sus caderas, incitándome de nuevo. Como si hiciera falta. El juego subía de nivel y lo estaba disfrutando, mucho. Entré tras ella, cerré la puerta y, mientras el agua empezaba a correr sobre nuestros cuerpos desnudos, Sara me besaba mientras mi hombría buscaba penetrarla de nuevo.