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Todo empezó como un juego

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Todo empezó como un juego

 

 

Capítulo 1

Recuerdo como si fuera ayer cuando empezó todo. Era una noche de finales de abril cuando, mientras cenábamos, mi mujer Sara me comentó que el jefe de su departamento dejaba la empresa.

-¿O sea que Roberto se va? ¿Y eso? Pregunté curioso.

-Bueno, no es que deje la empresa. Solo lo trasladan a otra sucursal que van a abrir en Buenos Aires.

-¿Y cómo se lo ha tomado?

-Pues imagínate, encantado de la vida. Más poder, más dinero y bueno, ya sabes cómo es el… chochitos nuevos -dijo mi mujer sonrojándose- se lo oí decir el otro día en la máquina del café, palabras textuales.

-Me lo creo jejeje.

La verdad es que Roberto era todo un elemento. A sus 46 años, soltero empedernido, mujeriego a más no poder y algo machista. Así que ese comentario cuadraba muy bien con su forma de ser. Pero eso sí, profesionalmente había que reconocer que era un crack y no me extrañaba que le hubieran dado un cargo de tanta responsabilidad.

-¿Sabes qué va a pasar con su vacante? ¿Van a traeros a alguien nuevo?

-Pues hay muchos rumores como te puedes imaginar y nada seguro… pero alguien de recursos humanos me comentó el otro día que la intención de la empresa es promocionar a alguien de dentro del departamento. Ya sabes, alguien que ya conozca los entresijos del puesto.

-Genial ¿no? A lo mejor puedes optar tú a ese puesto.

-Bueno, no sé… ya veremos cómo van las cosas… -no me pareció muy convencida de tener posibilidades de hacerse con ese puesto.

-Pues yo creo que lo harías muy bien -le dije dándole ánimos-  al fin y al cabo, eres de las que más tiempo llevas en el departamento ¿no?

-Sí. Solo habrá dos o tres personas con más antigüedad que yo. ¿De verdad crees que lo haría bien? -me preguntó. A veces me sorprendía la falta de seguridad que demostraba Sara en sí misma.

Entró en la empresa justo acabar su carrera universitaria y en poco tiempo ya tenía gente a su cargo y ocupaba un cargo de responsabilidad dentro del departamento. Ocho años después, a sus 33 años, era parte imprescindible de él. ¿Y me preguntaba si estaba capacitada para hacerse cargo del puesto?

-¿Me lo preguntas en serio? Si fuera por mí ya estarías sentada en esa silla -le dije seguro de mis palabras.

-Eres un sol, Carlos -me dijo Sara, levantándose de su silla y yéndose a sentar sobre mi regazo. Pasó sus brazos tras mi cuello y me besó de forma tierna.

Ni que decir tiene que, tener su culo encima de mi entrepierna, hizo que mi miembro despertara de su letargo creciendo con el roce de su cuerpo. Ella lo notó, era imposible no hacerlo, empezando a mover sus caderas aumentado la fricción de nuestros cuerpos, a medida que la intensidad de nuestro beso escalaba y ya era un morreo en toda regla.

Notaba en mi pecho sus pitones intentando atravesar la camiseta que llevaba, encendiéndome aún más, y mi mano bajó por su espalda para colarse dentro de su pijama  y su braguita, acariciando sus nalgas duras, jugando con su orificio anal y bajando buscando su rajita que encontré ya húmeda y dispuesta.

-Joder, cómo me tienes -me dijo Sara con la cara encendida fruto de la excitación. Se levantó, bajó de  golpe el pantalón del pijama y su braguita y, apoyándose con sus brazos en el filo de la mesa, me dijo con esa cara de vicio que tan acostumbrado estaba a ver “fóllame”.

Ver a mi mujer, con su grupa dispuesta e incitándome a follarla, era algo que no iba a pasar por alto. Tardé nada y menos en bajarme los pantalones, apoyar mi glande en sus labios húmedos para lubricarla con sus fluidos y empujar ansioso para sentir su calidez envolver mi polla.

Fue un polvo corto pero intenso, estábamos los dos demasiado excitados y no tardamos mucho en alcanzar un potente orgasmo. Ella, con aquellos pequeños grititos que solía hacer cuando se corría y yo, con un bufido mientras le llenaba su coñito con mi leche, como solía hacer ya que ella tomaba la píldora.

Me salí de ella, con mi polla aun conservando algo de su dureza, mientras Sara se alzaba para buscar mi boca de nuevo.

-Nunca me canso de esto -dijo sujetándola con su mano- y por lo que veo, ella tampoco jajaja- me dijo notando como volvía a endurecerse y separándose de mí.

-Anda, recoge esto mientras me doy una ducha.

Se agachó para recoger su ropa dándome la espalda, provocándome al mostrarme su sexo rezumante de mi semen que se escurría por sus muslos y salió camino a nuestro dormitorio. Cuando pasó a mi lado no pude evitar darle una nalgada, a la que ella respondió con una risotada saliendo corriendo lejos de mí.

Estuve tentado de ir tras ella e intentar un segundo asalto en la ducha pero no lo hice. A lo mejor, con un poco de suerte, en la cama podríamos repetir de nuevo.

Qué suerte había tenido al encontrar a una mujer como Sara. Guapa, inteligente, simpática, fogosa en la cama y con ese puntillo de timidez que  le daba un plus de morbo. Sí, porque aunque no os lo haya parecido, mi mujer era bastante tímida y, mientras en casa se comportaba como una loba en celo, fuera de ella era un ejemplo de rectitud tanto en su vestimenta como en su comportamiento.

¿Qué si no me gustaría que mi mujer fuera algo más atrevida y lanzada? No lo voy a negar pero, mientras cuando llegara a casa se comportara como la hembra sedienta de sexo que era, no iba a ser yo el que me quejara.

Recogí la mesa, fregué los platos y, al no sentir el agua de la ducha, supuse que Sara debía haberse metido en la cama. No me equivoqué, allí estaba esperándome ya metida en la cama y medio cubierta por una sábana.

Me cambié rápidamente y me uní a ella en la cama. Tenía ganas de un segundo asalto y me giré hacía ella, buscando tantear el terreno pero ella ya me esperaba buscando acabar la conversación que habíamos empezado antes en el salón.

-¿De verdad crees que estoy capacitada para hacerme con el trabajo?

-Claro, sabes que eres una pieza clave en ese departamento y, como mucho, debe haber dos o tres personas más capacitadas para asumir esa responsabilidad. Así que sí, convencidísimo que estás más que preparada para luchar por él.

-Ya… ojalá fuera tan simple -dijo con un deje de resignación en su voz.

-¿Por qué lo dices? ¿Pasa algo? -le dije no entendiendo su desmotivación.

-Bueno, es que la de recursos humanos me dijo algo más.

-¿El qué?

-Pues… que, aunque ellos tendrían la última palabra, iban a tener mucho en cuenta la recomendación de Roberto. Vamos, que iba a ser él el que propusiera quien iba a ocupar su despacho -me dijo con cara de hastío.

-No lo veo tan raro, al fin y al cabo nadie mejor que él para conocer quien de su departamento es capaz de asumir esa responsabilidad.

-Ya, pero es que es Roberto… -me dijo como si no entendiera su punto de vista.

Y entonces empecé a entender por dónde iban los pensamientos de mi mujer.

-¿Insinúas que Roberto va a basar su decisión en algo más que en la valía del candidato?

-Eso me temo.

-Pues no entiendo tu desmotivación. Si eso es cierto, aunque no me guste, eso juega a tu favor ¿no? De los tres o cuatro candidatos que veo posibles, según tu punto de vista, ya descarta a algunos de ellos.

-Sí, es cierto. Eso sólo nos dejaría con posibilidades a la aquí presente y… a Daniela- lo dijo con un tono despectivo nada habitual en ella. Y yo que creía que se llevaban bien…

Ahora entendía aún mejor el estado de desánimo de Sara. La verdad era que, si era cierto lo que ella pensaba, pocas posibilidades tenía mi mujer. Y es que Daniela era, como decirlo, una mujer sexual en todo su esplendor. Vamos, todo lo contrario de Sara.

Mientras Sara solía vestir con trajes más bien clásicos, con falda hasta la rodilla y blusas que no dejaban entrever nada Daniela era su polo opuesto. Faldas hasta medio muslo que, al sentarse, debía medir para no enseñar más de lo debido y sus blusas, escotadas y de tela fina, que muchas veces insinuaba sino mostraba su sujetador.

Pero, aparte de la ropa, la diferencia llegaba hasta su forma de ser. Mientras mi mujer solía mostrarse de forma profesional y no dando pie a nada, Daniela era cercana, mucho. Era de esas personas a las que les gusta tocar a los demás cuando hablan, siempre saludaba con dos besos y no se cortaba en abrazarte si hacía mucho que no te veía, pegándote aquel par de ubres que gastaba la tía. Y eso lo digo por experiencia propia, por suerte sin estar Sara cerca, que si no…

Y luego la diferencia más importante, la más crucial entre ellas, y era que Daniela estaba soltera y, evidentemente, Sara no.

-Bueno, eso te deja con un 50% de posibilidades -quise animarla.

-No tanto -replicó ella- más bien un diez, como mucho.

-Pues no entiendo por qué. Ambas sois mujeres, inteligentes, lleváis casi el mismo tiempo en el departamento. A mí me parece que está bastante pareja la cosa…

-Sí, claro. Parejo hasta que ella le pase sus tetas por la cara a Roberto, le ría  sus gracias de esa forma que ella hace y se deje sobar el culo por él -dijo despectivamente.

Nunca había oído a Sara hablar así de otra mujer y menos aún de una compañera de trabajo. Le debía estar afectando mucho eso de no poder optar en igualdad de condiciones a ese puesto que, por lo visto, tanto deseaba.

-A ver, Sara. No creo que Daniela haga nada de eso. Ella se comporta de esa manera con todo el mundo, sin buscar nada a cambio. Y en cuanto a belleza, ya te digo yo que no tienes nada que envidiarle a ella- alargué mi mano y acaricié su generoso pecho- no tienes nada que envidiarle, la única diferencia es que ella lo muestra y tú no.

-¿Qué quieres decir? -me preguntó disfrutando de mi caricia que ya estaba provocando que su pezón se endureciera.

-Pues que Daniela disfruta mostrando su cuerpo, insinuando sus curvas y, en cambio tú, las ocultas. Ya te digo yo que si Roberto viera éstas- dije mientras ahora estrujaba sus dos tetas sin poder abarcarlas con mis manos- no sé yo con cuales se quedaría…

Supe que la había cagado cuando ella apartó mis manos con un manotazo.

-¿Estás insinuando que debería coquetear con Roberto para conseguir el puesto? ¿Dejarme meter mano? ¿Y porque no directamente me lo follo y así me aseguro el cargo?- me espetó con furia.

Yo no dije nada, para qué. Total, dijera lo que dijera, algo me decía que no iba a servir para nada dado el estado de cabreo que había alcanzado en tiempo récord.

-Parece mentira… como si no me conocieras… ya sabes que yo no soy de esas- todo esto me lo dijo mientras se tumbaba de nuevo en la cama, dándome ahora la espalda y dejándome meridianamente claro que había desaparecido toda opción de un segundo asalto.

Apagó la luz de su mesita dispuesta a dormir y yo, viendo inútil cualquier intento de arreglar mi estropicio así en caliente, decidí hacer lo mismo y dejar reposar su enfado. Mañana sería otro día.