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Todo empezó como un juego 19

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Todo empezó como un juego

 

 

Capítulo 19

 

Cuando nos despedimos en la puerta de su despacho yo volví al mío procurando no encontrarme con nadie. Aún estaba asimilando todo lo que había ocurrido. La historia de Daniela, como me había vuelto a confesar que deseaba tener sexo conmigo, como me había invitado a acariciar aquel coño que se deshacía en mis manos. Y luego, la disyuntiva que me había planteado. Intercambio o cuernos.

Y Sara… cada día que pasaba me sorprendía con algo nuevo, algo que me descolocaba y me dejaba fuera de juego, haciéndome ver lo mucho que había cambiado en poco tiempo y no sabiendo si yo podía llegar a estar a su alcance, si sería capaz de adaptarme a su ritmo y a sus nuevas necesidades.

Si el otro día no había rechazado de plano un intercambio con Rubén y Judith, llegando luego a confesarme que deseaba probar la polla del monitor para saber qué se sentía, hoy me había revelado que había fantaseado con tener dos pollas dentro de ella, que la follaran dos hombres a la vez.

Y si a eso le sumábamos  su extraño comportamiento en relación con Daniela… primero miedo al saber que iba a quedarme a solas con ella, luego el ataque de celos cuando salí de allí llegando a creer que había sido capaz de engañarla con su compañera de trabajo y luego, para confundirme más, el pedirme que la follara en su despacho, otra fantasía desconocida para mí, imaginando que era a Daniela a la que me tiraba.

Si alguna palabra definiría mi estado en esos momentos era confusión, la más absoluta de las confusiones. Y esta vez no me valía la opción de quedarme quieto y esperar a ver qué pasaba. Viendo lo voluble del carácter de la nueva Sara, el estar a merced de aquel energúmeno que deseaba follarla, a miles de kilómetros de distancia, sin nadie que le parara los pies y con ambos que ya habían podido intuir las mieles del cuerpo del otro… No, no me fiaba. A pesar de haberle prometido confiar en ella no lo hacía, no podía. Ya la había visto perder los papeles demasiadas veces y nos jugábamos demasiado.

Y era evidente que ella tampoco se fiaba de mí. A las primeras de cambio, al primer encuentro que había tenido con Daniela, ella ya había sospechado de mí, sospechado que le había sido infiel. Y con razón. No lo había sido porque ella no había querido, porque Daniela sabía que podía manejarme a su antojo y ella quería hacer las cosas a su manera.

Tenía demasiados frentes abiertos. Rubén, deseando acostarse con mi mujer, tentándola mandándole fotos de su enorme polla. Judith, deseando hacerlo conmigo, instigadora de la propuesta del intercambio intentando cumplir su deseo, el de Rubén y, estaba seguro, el de Sara.

¿Qué sentido tenía seguir luchando, intentar oponerme a lo que parecía inevitable? ¿Tan malo era dejar de hacerlo, rendirme? Como había dicho Daniela, aceptar lo del intercambio supondría ver a mi mujer con otro hombre sí… pero en un ambiente controlado, en mi presencia y con alguien que me inspiraba más confianza que no Roberto del que no me fiaba un pelo.

Y encima, podría acostarme con Judith que no era poca cosa. Una belleza en toda regla y con la que estaba seguro que íbamos a pasar un buen rato juntos. Y, quizás, aquello me abriría las puertas en un futuro no muy lejano a poder hacerlo con Daniela. Todo parecían ventajas pero ¿sería capaz de ver a mi mujer disfrutando en los brazos de Rubén, ensartada en aquel pollón que se gastaba el monitor?

El resto de la jornada transcurrió de forma tranquila, volcado en el trabajo para tratar de ahuyentar de mi cabeza todas aquellas dudas que me asaltaban. Al fin, la jornada laboral llegó a su término y me di prisa por salir de mi trabajo, para ir al encuentro de Sara para ir juntos al gimnasio. Lo único que deseaba era estar con mi mujer, pasar tiempo con ella como si nada más importara.

No tardó en llegar, nos besamos como siempre y partimos andando al gimnasio como solíamos hacer últimamente, disfrutando del ambiente casi veraniego que reinaba en el mediado mes de mayo en que estábamos. Fue un paseo relajante, conversando de nada transcendente, como si nada pasara que estuviera alterando nuestra relación quizás de forma definitiva.

Cuando llegamos, la rutina de siempre. Cambiarnos en los vestuarios, buscar a Judith y empezar nuestras rutinas que empezaban a mostrar en nuestros cuerpos los esfuerzos realizados.

Judith nos saludó como siempre, con los dos besos de rigor y enseguida se enfrascó en una conversación con Sara sobre ir de compras algún día mientras empezaban a ejercitarse. Yo me uní a ellas sin intervenir en su diálogo, asombrándome de la actitud de ambas o quizás no tanto. Se comportaban como siempre, como si fuera lo más natural del mundo que tu mejor amiga te propusiera un intercambio de parejas.

Aunque tampoco sé de qué me sorprendía. Judith ya vivía en una relación de tres y Sara, visto lo visto, parecía desear algo parecido o al menos probarlo alguna vez. Visto de esa manera, el raro era yo.

No tardó en aparecer Rubén que vino a saludarnos, al igual que Judith, como solía hacer aunque no me pasó desapercibido que, esta vez, su mirada se demoró más que otras veces en la figura de mi mujer que resaltaba su ajustada ropa deportiva. Aunque claro, después de haber confesado que le gustaría follársela, tampoco tenía motivos ahora para hacerse el remilgado.

Tampoco me importó, la verdad. Ya estaba acostumbrado a sus miradas y doy fe que a Sara tampoco le importó, a tenor de la forma en que movía sus caderas mientras corría en la cinta, sabiendo de la mirada escrutadora del monitor en sus nalgas.

La jornada siguió su cauce normal y, cuando quisimos darnos cuenta, ya era hora de volver a las duchas, vestirnos y marchar para casa. Me metí en los vestuarios acompañado por Rubén que, por lo visto, tenía algo que quería decirme pero no acababa de decidirse. Nos desnudamos los dos y nos metimos en las duchas, el uno al lado del otro. Todo aquello me estaba poniendo nervioso. Tener a mi lado, desnudo, al hombre que sabía quería acostarse con mi mujer me alteraba los nervios y más, cuando me fijaba en la tremenda polla que colgaba entre sus piernas y con la que ya había pillado a Sara masturbarse pensando en ella.

Acabé de ducharme y me dirigí a las taquillas para vestirme para salir de allí, recoger a Sara y marcharnos a casa. Rubén fue detrás de mí y, viendo que en aquellos instantes no había nadie en el vestuario, debió considerar un buen momento para decirme lo que tenía en mente.

-¿Podemos hablar? –me dijo él a mi parecer algo nervioso.

-Claro –le contesté también nervioso. Otra vez lo tenía desnudo delante de mí, exhibiéndose y haciendo patente la enorme diferencia de tamaño que había entre los dos.

-¿Has pensado en lo que hablamos ayer? –me preguntó yendo al grano.

-Sí –le dije- pero aún no hemos decidido nada.

-¿Por qué? ¿Acaso no te resulta atractiva Judith? -siguió insistiendo él.

-No es eso, Rubén. Claro que encuentro atractiva a Judith… -empecé a hablar yo.

-Entonces no veo cual es el problema –me atajó él- ella sabes que lo está deseando, yo también y por lo que sé, Sara también… no sé porque tienes que complicar tanto las cosas…

-¿Y qué sabes tú de Sara? –le pregunté ante su afirmación.

-Joder Carlos, es obvio. Cómo me mira, el interés que pone en estos temas cuando habla con Judith, las preguntas que le hace sobre mi miembro y lo que se siente al tener algo así dentro… -dijo con rotundidad.

Todo esto lo dijo mientras se cogía su miembro que no pude evitar mirar de nuevo y comprobar que, ante aquella conversación, parecía estar cobrando vida y crecer más entre sus dedos, acercándose a la monstruosidad que ya había visto dos veces en acción.

Yo callé consciente que sí, que era obvio el interés que sentía mi mujer por el monitor y la herramienta que se gastaba. Aún tenía en mi retina las imágenes de ella masturbándose como una posesa viendo la foto de su polla la pasada noche.

-Mira, Carlos –dijo de nuevo Rubén ante mi silencio- sé que al principio puede ser duro, lo sé por experiencia. Las primeras veces es difícil ver a tu mujer siendo follada por otro hombre pero como lo será para ella verte con otras mujeres. Es normal. Pero piensa en las alternativas. Si no soy yo, será otro y lo sabes y encima, a tus espaldas…

-Veo que Daniela ya te ha contado la charla que hemos tenido esta mañana… -le dije yo recordando sus palabras.

-Claro, nos lo contamos todo –dijo serio- no todo el mundo conoce la historia de Daniela y, que te la haya contado, significa que confía mucho en ti. Y yo también, Carlos. Me caes bien, me pareces un buen tío y sé que contigo Daniela estará en buenas manos, así como también Judith. Y espero que te des cuenta que Sara lo estará también en las mías…

Yo afirmé sin saber qué más decir. Sí, Rubén era un buen tío. Infinitamente mejor que Roberto, la alternativa.

-Sabes –siguió él- aunque te cueste creerlo, tener una relación así hace que la pareja funcione mejor. Tienes mayor nivel de confianza, mayor libertad, nada de celos… a parte del sexo claro, que ya es otra historia…

Miré a Rubén que sonreía y alargó su mano para cogerme del hombro.

-Piénsatelo, tío –me dijo- y si necesitas hablar, que te aclare algo, lo que sea, ya sabes dónde estamos… los tres… pero no lo dejas pasar demasiado tiempo o será demasiado tarde…

Entró gente en el vestuario y la conversación llegó a su término. Nos vestimos y salimos al pasillo donde esperamos en silencio a que salieran las dos chicas. Cuando salieron volvieron a proponernos que fuéramos a tomar algo pero yo me negué, tenía mucho en lo que pensar.

Caminamos en silencio hasta el coche, yo inmerso en mis pensamientos y Sara mirándome recelosa, no entendiendo qué me pasaba. Pero no dijo nada, esperó hasta que llegamos al coche para abordarme e intentar averiguar que me pasaba.

-Bueno Carlos, ¿me vas a decir ahora qué es lo que te pasa ahora? –preguntó al poco de arrancar el coche.

Era inútil tratar de engañarla y era una conversación que debíamos tener, así que decidí hablar claro sobre lo sucedido dentro del vestuario.

-Pasa que he estado hablando con Rubén sobre lo que hablamos ayer –le dije- lo del intercambio… parece que se muere de ganas de acostarse contigo…

Sara me miró y calló, supongo que no se esperaba esa respuesta y calibraba qué responder.

-Me ha dicho que no sabe que porque le doy tantas vueltas a la cosa, que es evidente que vosotros tres estáis deseando hacerlo…

 -Carlos… -empezó a decir ella pero la corté en seco.

-No sigas, Sara. Él solo me ha dicho lo que le ha contado Judith… -la atajé- y los dos sabemos de dónde ha sacado esa información ¿verdad? Y tampoco es que te cortes mucho a la hora de mirar el paquete que marcan sus mallas…

Sara volvió a callar sabiéndose sin argumentos para rebatirme, mirando al frente con la vista perdida, comprendiendo lo delicado de la situación.

-¿Y tú qué le has dicho? –preguntó rompiendo su silencio.

-Pues la verdad, que aún no lo habíamos hablado en serio, que era una decisión que no podíamos tomar a la ligera –le dije sinceramente- hay muchas cosas en riesgo y yo, sinceramente, estoy más que satisfecho contigo…

 -Eso es muy bonito, cariño –dijo cogiéndome de la mano.

-Pero no es lo que querías oír ¿me equivoco?

-Quizás no… no lo sé… estoy hecha un lío… -me confesó.

-¿En serio le dijiste a Judith que te gustaría probar su polla? ¿Tanto te atrae que estás dispuesta a hacer un intercambio, a poner en riesgo nuestra relación? –le pregunté intentando hacerlo sin acritud.

-No lo sé, Carlos… hay veces que lo haría sin dudar, sin pensar en las consecuencias, entregarme al placer sin más pero otras, me asaltan las dudas como a ti, incluso me avergüenza el hecho de pensar en ello, asombrarme por el simple hecho de estar planteándome algo así… -se sinceró Sara.

Los dos callamos mientras nos acercábamos inexorablemente al final de nuestro trayecto, pensando sobre lo que acabábamos de hablar.

-¿De verdad estarías dispuesta a entregarme a tu amiga con tal de cumplir tu deseo? –le pregunté queriendo saber hasta dónde llegaban sus ganas por satisfacer su curiosidad.

Ella me miró como, si por primera vez, fuera consciente que para hacer realidad su deseo tuviera que verme a mí en los brazos de su amiga. Vi el debate en su interior, la lucha entre la Sara viciosa que cada vez más tomaba el control y la Sara de antes, la fiel y recatada esposa. ¿Cuál de ellas ganaría esa batalla?

-Creo que sí –me confesó- sería lo justo ¿no? Si tú me tuvieras que ver en brazos de otro hombre yo debería hacerlo contigo, por mucho que me duela.

Me sorprendió su respuesta aunque no mucho, teniendo en cuenta que cada vez más su lado salvaje iba ganando terreno y desbancando a la mujer con la que me había casado.

-¿Estás enfadado? –Me preguntó ante mi silencio- supongo que no es lo que querías oír…

-En eso te equivocas, cariño –le dije sinceramente- prefiero que seas tú la que me diga las cosas, por duras que sean, antes que enterarme por terceros.

-¿Y entonces? –me preguntó ella queriendo saber qué iba a pasar.

-Dame tiempo, cielo –le pedí- tengo mucho que pensar sobre todo esto…

-¿En serio? –Me preguntó asombrada- ¿Harías eso por mí?

-No me hace mucha gracia pero lo mínimo que puedo hacer por ti es plantearme la opción y no seguir negándome en redondo, teniendo en cuenta lo importante que es para ti.

Ella acercó su cara y me besó en la mejilla, sorprendida por mis palabras. Llegamos a casa con los ánimos calmados después de la conversación en el coche, hicimos la cena y nos dispusimos a prepararnos para un nuevo día. Sentía curiosidad por si iba a pasar algo aquella noche, si Rubén iba a mandarle un nuevo mensaje, si Sara iba a volver a remolonear para quedarse en el salón y volver a masturbarse pensando en el monitor.

Pero ni llegó mensaje alguno a su móvil ni ella parecía con muchas ganas de quedarse allí en el salón, al contrario, parecía con ganas de ir a la cama, quien sabe si a descansar o a otra cosa. Eso me animó y me di prisa en recoger las cosas para acabar pronto y ver con qué me sorprendía esa noche mi mujer.

Pero para mi sorpresa, el que recibió mensaje fui yo y la que lo enviaba Judith.

-Buenas noches, Carlos. Ya me ha contado Daniela que habéis hablado esta mañana…

Si esa tarde había sido Rubén ahora le tocaba el turno a Judith el interesarse por mi opinión.

Sara parecía no haberse dado cuenta de la llegada del mensaje y se fue al dormitorio. Yo no sabía qué hacer, si seguirla o contestar aquel mensaje tratando de averiguar si también quería convencerme o cuales eran sus intenciones.

-Sí, hemos mantenido una charla muy esclarecedora y otra con Rubén esta tarde…

Mandé el mensaje y me dispuse a ir al dormitorio pero no me dio tiempo, otro mensaje llegó y no tuve más remedio que mirar su respuesta.

-Ahora solo te falto yo jajaja.

-No creo que haga falta, ya me dejaste clara tu postura días atrás… -le contesté.

-Me alegro que te acuerdes –contestó seguido de un emoticono con un guiño- aunque si quieres quedar, a lo mejor también te dejo que me acaricies el coño como has hecho con Daniela esta mañana…

Joder. ¿Es que se lo contaban todo?

-Mejor que no. En bastantes líos me ha metido el encuentro con ella esta mañana…

-¿Qué ha pasado?

-¿Tú qué crees? No sé porque, Sara no traga a Daniela y le ha dado un ataque de celos… normal, después de lo que pasó en el Heaven…

Ella tardaba en contestar. Estaba conectada, escribiendo, pero no llegaba respuesta alguna. Me empezaba a cansar de estar esperando y volví a emprender el camino al dormitorio cuando volvió a sonar el teléfono.

-Me alegro que hayas cambiado de opinión y ahora te estés planteando la propuesta del otro día…

El tono de la conversación había cambiado por completo ante mi estupefacción que no entendía a qué se debía ese cambio.

-No entiendo.

-Me acaba de decir Sara que te estás planteando lo del intercambio… no sabes lo que me alegra oír eso…

Ahora lo entendía todo. Estaba manteniendo a la vez conversación conmigo y con mi mujer, a eso se debía el cambio de tercio en la conversación.

-No he cambiado de idea, solo me lo estoy planteando –le dije tratando de calmar los ánimos y enfadado con mi mujer por haberle contado aquello.

-Bueno, es un comienzo… ya verás, son todo ventajas y estoy segura que podemos pasar un buen rato tú y yo juntos… algo parecido a lo del otro día… si supieras las veces que me he masturbado pensando en aquello… yo con tu polla en mi mano y masturbándote…

Inevitablemente recordé lo sucedido aquella tarde y empecé a excitarme. ¡Había estado tan cerca de sucumbir aquel día!

De repente, el teléfono que tenía en silencio para no llamar la atención de Sara, empezó a vibrar alertándome que tenía una video llamada de Judith. De forma instintiva miré al dormitorio para ver si el constante zumbido del aparato había alertado a mi mujer mientras me alejaba de allí encerrándome en la cocina.

Descolgué nervioso dispuesto a recriminarle su actitud pero, en su lugar, me quedé paralizado viendo a la amiga de mi mujer. Con su dedo en su boca me pedía silencio, consciente de la situación, mientras su otra mano sujetaba el teléfono a cierta distancia dándome una visión bastante sugerente de su anatomía.

Y es que Judith, preparada para dormir, llevaba puesto un camisón semitransparente que no dejaba lugar a dudas que, al menos en la parte superior, no llevaba nada más debajo. Se fue moviendo por el dormitorio hasta dejar el móvil en un sitio fijo, porque lo siguiente que vi fue la imagen del cuerpo entero de Judith con aquella prenda sugerente que, ahora sí, me confirmaba que únicamente llevaba debajo una escueta braguita.

De forma lenta y provocativa, hizo deslizar los tirantes del camisón, sujetando la prenda con su mano a la altura de sus pechos. Yo no podía apartar la mirada de la pantalla, absorto en los movimientos sugerentes de Judith, cuyo propósito de provocarme estaba consiguiendo de forma rotunda.

Deslizó una parte del camisón mostrándome uno de sus pechos, más pequeños que los de mi mujer pero igual de firmes y apetecibles y su pezón, que acarició hasta dejarlo duro como el acero. Duro como mi miembro que clamaba por salir de su encierro.

El otro pecho salió a relucir y volvió a repetir la operación, sujetando ahora la prenda a la altura de su vientre plano que delataba las muchas horas de gimnasio que llevaba a sus espaldas. De pronto, la prenda cayó al suelo mientras ella llevaba sus dos manos a sus tetas, estrujándolas, provocando un espasmo de placer en mi entrepierna.

Sabía lo que tenía que hacer, solo tenía que alargar el dedo y desconectar aquella llamada, parar todo aquello. Pero en su lugar, miré buscando que no hubiera nadie y me saqué la polla del pantalón procurando que Judith no se percatara de ello. Lo último que quería era que me viera pajeándome con aquella visión, alentándola aún más.

Judith, ajena al hecho que me estuviera acariciando mientras la observaba, bajó sus manos recorriendo su piel hasta sus caderas donde cogió las tiras de sus braguitas, bajándolas de forma lenta por sus piernas hasta que estas cayeron sobre sus tobillos.

Mientras ella alzaba un pie y luego el otro para acabar de desprenderse de la última prenda que le quedaba puesta, yo no podía dejar de mirar el cuerpo exuberante de Judith. El leve movimiento de sus pechos provocados por sus gestos, sus muslos torneados culminados en aquel trasero majestuoso, sin duda la mejor parte de su cuerpo, y su pubis, perfectamente depilado, que llamaba poderosamente mi atención.

Judith, sin dejar de mirar la pantalla, retrocedió hasta dejarse caer en el filo de la cama donde se sentó abriendo bien sus piernas, mostrándome a la perfección aquel sexo lampiño que ella abrió con sus dedos mostrándome sus labios y haciendo patente la humedad que impregnaba la zona.

Ya me daba todo igual y empecé a mover mi mano de forma más rápida sobre mi polla sin importarme que al otro lado ella se diera cuenta de lo que hacía. Tampoco creo que se diera cuenta porque ella, en ese instante, se movió para buscar algo en un cajón de la mesita cercana. Volvió a tumbarse como antes, abrir su sexo con sus dedos y empezar a acariciarse con aquello que había sacado de aquel cajón, un consolador de dimensiones bastante considerables.

Judith se estremecía cada vez que pasaba por sus labios aquel aparato, cada vez que rozaba su clítoris totalmente endurecido, estimulando aún más mi libido y haciendo que mi mano ya volara sobre mi endurecido miembro.

Por fortuna, al estar el teléfono en silencio, no se oyó el largo gemido que intuí exhaló ella cuando el consolador entró dentro de ella pero estaba seguro que, si no hubiera sido así, hasta Sara lo hubiera escuchado desde el dormitorio.

La mano de Judith empezó a moverse de forma contundente, penetrándose con ganas con aquel artilugio que, por su cara de placer, estaba disfrutando enormemente. Y yo de verla a ella, incapaz de apartar la mirada, ajeno ya a todo y habiendo ya olvidado toda precaución, masturbándome de forma compulsiva buscando de forma desesperada alcanzar mi clímax.

Y me corrí, de forma intensa y generosa, derramando mi semen por el suelo de la cocina, disfrutando de aquella situación morbosa como nunca pensé hacer. Y al otro lado, por el estado de Judith, poco le debía quedar para alcanzarlo.

Aún disfrutaba de mi orgasmo cuando vi, al otro lado de la pantalla, el cuerpo de Judith arquearse, agitarse fruto del intenso orgasmo alcanzado, su boca abierta de par en par y sus ojos entrecerrados, sus pechos agitándose de forma brusca. Una visión sublime que hizo que mi verga, que empezaba a perder fuelle, volviera a alzarse orgullosa ante aquel espectáculo.

-¿Ya has acabado? –esas palabras, procedentes de mi espalda, hicieron que diera un respingo que por poco me hace tirar el móvil al suelo. Era Sara.

Ella se acercó ante mi total inoperancia y cogió el aparato, viendo lo que sucedía al otro lado, donde una exhausta Judith, desnuda y tumbada sobre su cama, trataba de recobrarse de su reciente orgasmo.

No tenía excusa alguna. El teléfono, yo desnudo de cintura para abajo, mi polla aun erecta en la mano, mi semen esparcido por el suelo de la cocina… y a saber cuánto tiempo llevaba ella observando aquella escena donde su marido se masturbaba viendo a su mejor amiga… la cosa no podía pintar peor.

La vi trastear con el teléfono, supuse que cortando la comunicación con Judith, y se giró hacía mi mirándome de una forma extraña.

-O sea que prefieres esconderte en la cocina y masturbarte viéndola a ella que ir a la cama a follarte a tu mujer… -me dijo a la vez que se acercaba.

Yo era incapaz de decir nada, tampoco tenía nada que decir. Al fin y al cabo, me habían pillado infraganti y únicamente podía asumir las consecuencias de mis actos.

-¿Es que acaso ella es más guapa que yo? –Dijo plantándose delante de mí- ¿Te gustan más sus tetas? ¿O quizás es su coñito depilado lo que te gusta?

Y para mi sorpresa, mientras hablaba, se iba quitando la ropa hasta quedar completamente desnuda. Su respiración agitada movía sus pechos cuyos pezones apuntaban al cielo y su sexo brillaba fruto de sus fluidos delatando que todo aquello, en lugar de cabrearle, la había excitado sobremanera.

Y claro, ante todo aquello, mi verga alcanzó su máximo esplendor apuntando hacia ella que se relamió de pura lujuria. Dio un par de pasos atrás hasta topar contra la encimera donde se alzó, abriendo sus piernas e incitándome a adentrarme en ellas.

Me despojé de la poca ropa que me quedaba puesta y me lancé sobre ella, besándonos con frenesí mientras mi miembro intentaba de forma infructuosa adentrarse en su interior buscando aplacar la enorme excitación que ambos teníamos en ese momento.

Fue Sara la que, cogiéndola con su mano, la acercó hasta la entrada de su vagina y yo solo tuve que empujar para conseguir, de nuevo aquel día, sentir mi polla dentro de la cálida gruta de mi esposa.

Mi pelvis empezó a moverse taladrando el coño de Sara que gritaba de gusto con cada arremetida mía, mis labios surcaban los suyos, la piel de su cuello, la tersura de sus pechos y la dureza de sus pezones. Las piernas de ella se enlazaban a mi espalda buscando formar un único ser mientras sus manos, dejadas caer hacia atrás, buscaban soporte en el frio mármol de la encimera.

-¿Preferirías que fuera ella la que estuviera aquí abierta de piernas? –dijo entre suspiros.

Aquellas palabras me hicieron recordar que, escasos minutos antes, estaba allí masturbándome viendo a su mejor amiga desnuda y haciendo lo mismo, y eso hizo que me enardeciera aún más, incrementando el ritmo de mis penetraciones.

Por un instante me vi a mí mismo allí, en la cocina y con Judith recibiendo mis embestidas, gritando fruto del placer que yo le estaba causando. Una sola palabra mía y sabía que eso sería posible. Solo tenía que aceptar su propuesta, permitir que Rubén se follara a mi mujer y podría hacer realidad aquella visión.

Fue entonces cuando escuché un gemido que no procedía de la boca de Sara, un gemido que parecía haber venido de mi izquierda donde, evidentemente, no había nadie. Detuve mis movimientos y me giré buscando el origen de aquel gemido.

-¿Qué haces? ¿Por qué paras? Estoy a punto de correrme… -me reclamó Sara pero se calló al instante cuando vio mi mirada fija en la otra encimera.

Y es que en aquella encimera estaba mi teléfono, colocado de tal manera para mostrar lo que estábamos haciendo a la persona que había al otro lado de la línea, que no era otra que Judith. Cuando yo creía que mi mujer estaba desconectando la video llamada, lo que había hecho era conectar el sonido para que su amiga pudiera disfrutar de nuestro polvo en plenas condiciones. Y eso había hecho ella, aquel gemido era producto del nuevo orgasmo que había alcanzado viéndonos en pleno acto sexual.

-Carlos… -empezó a decir Sara.

Pero no la dejé seguir. De un fuerte empellón le clavé mi polla en lo más hondo de su coño, interrumpiendo lo que iba a decir y sorprendida por mi reacción. Ya me daba todo igual. Si mi mujer y su amiga habían preparado aquello para acabar de convencerme, pues lo habían conseguido.

Embestida tras embestida, perforé con saña el coño de Sara que no podía parar de gritar, abrazada a mi cuerpo para no caerse de la encimera. Mientras lo hacía, miraba de reojo la pantalla del teléfono donde una alucinada Judith volvía a acariciarse viendo el espectáculo que le estábamos brindando.

Si verla antes había sido una cosa de las más eróticas y excitantes que había presenciado en mi vida, el hacerlo mientras me follaba a mi mujer en la cocina, lo superaba con creces.

-¡Me corro, me corro!…. –aulló Sara no aguantando más.

Su cuerpo se convulsionó fruto del intenso orgasmo, gritando de puro placer y su vagina apretando mi polla como pocas veces había hecho, dejándome al borde del clímax. Pero aguanté, como pude, pero lo hice. Porque tenía algo más en mente, algo que le diera el colofón a aquella nueva experiencia y especialmente dedicado a nuestra amiga.

Me salí de Sara que apenas pudo reaccionar ante mi abandono y me apresuré a coger el teléfono ante una atónita Judith que pensaba que, al fin arrepentido, iba a cortar la comunicación. Nada más lejos de la realidad. Dándole una primorosa visión del cuerpo desnudo de mi mujer, aun respirando agitadamente y no sabiendo que pretendía, empecé a masturbarme de forma frenética hasta llegar al punto de no retorno, lanzando las descargas de mi semen sobre la piel desnuda de Sara.

Al otro lado, Judith viendo el espectáculo de mi polla bañando el cuerpo de su amiga, empezó a correrse de forma desaforada pudiendo oír sin reparos sus gritos al alcanzar su orgasmo. El tercero de aquella noche.

-Te quiero –una sonriente Sara se acercó a mí, con mi leche aun esparcida sobre su piel, abrazándome y besándome como si no hubiera un mañana.

-Y yo también –le dije- y sí, lo haré…

Aquellas palabras bastaron para que mi mujer entendiera que había aceptado la propuesta, que aceptaba participar en el intercambio, que iba a cumplir su mayor fantasía. De un salto se enroscó en mi cintura y me besó con mayor intensidad, buscando agradecerme aquel gesto de amor hacia ella. De fondo, las palabras de Judith nos hicieron volver a la realidad.

-Chicos, chicos…

Judith de un salto se bajó de mí y se lanzó sobre el teléfono, sin importarle mostrarse en aquel estado ante su amiga aunque, visto lo visto, tampoco es que importara mucho.

-Ha dicho que sí –le gritó a su amiga.

-¡No me jodas! –sentí antes que un grito de júbilo resonara por la cocina.

Cogió el teléfono y, desnuda como estaba, se encaminó al dormitorio para seguir hablando con Judith sobre lo ocurrido, dejándome allí con todo el estropicio pero feliz de haberme quitado aquel peso de encima.

Sí, estaba claro. Mejor Rubén que no Roberto. No soportaría volver a ver sus sucias manos sobre el cuerpo de mi mujer y esa era la única manera de evitarlo. Dejaría que Rubén la follara y, cuando él acabara con ella, estaría tan saciada de polla que ya podía intentar lo que quisiera su jefe que no iba a conseguir nada.

Satisfecho conmigo mismo, recogí toda la ropa, limpié el suelo y la encimera, encaminándome después al dormitorio donde ya me esperaba Sara, radiante y feliz después de haberse limpiado, para contarme lo hablado con su amiga.

-No sabes lo feliz que me has hecho, cariño –dijo abrazándose a mí en cuanto me tumbé en la cama- ¿pero estás seguro?

-No ¿y tú? –le repliqué.

-Tampoco pero, no sé porque, sé que no nos arrepentiremos de esta decisión –me dijo con cariño- creo que esto nos hará más fuertes como pareja…

Recordaba perfectamente esas palabras, eran parecidas a las que me había dicho Rubén en el vestuario y no tuve ninguna duda que habían salido de labios de su amiga pero, quien sabe, quizás tenían razón. A ellos parecía irles bien…

-¿Has quedado en algo con Judith? –le pregunté.

-¿Qué pasa? ¿Ahora tienes prisa por follártela? –me dijo en broma.

-Puede –le contesté con sorna- la verdad es que está para comérsela…

-Serás cerdo… -me contestó jocosa dándome un golpe en el brazo- pero razón no te falta… hasta a mí me ha excitado verla así, desnuda y tocándose…

La miré asombrado, no creyendo que aquellas palabras hubieran salido de la boca de mi esposa.

-¿Te ha excitado Judith? –le pregunté.

-Bastante –me reconoció- quién sabe, ahora que estamos probando cosas nuevas…

Solo la mención que hubiera una posibilidad de ver a mi mujer enrollándose con su amiga hizo que mi mente se activase y empezara a ver imágenes de las dos mujeres, desnudas y retozando juntas. Un escalofrío de placer me recorrió la espalda.

-Joder Sara –le dije mientras observaba mi incipiente erección- no paras de sorprenderme. Cualquier día hasta me pides que me folle de verdad a Daniela…

-No te confundas, Carlos –me dijo poniéndose seria- una cosa es que fantaseemos con ella como hemos hecho esta mañana, cosa que no va a volver a suceder, y otra bien distinta es hacerlo realidad. Nunca voy a consentir que esa mujer te vuelva a poner las manos encima ¿te ha quedado claro?

-Clarísimo… -dije tragando saliva.

-Anda –dijo volviendo a ponerse en plan cariñoso- no dejemos que esa zorra nos joda la noche…

Sara se metió mi polla en la boca mientras su cuerpo se colocaba encima del mío, dándome la espalda y dejando a mi merced su sexo y su culo, sobre los que me abalancé.

No entendía la actitud de Sara respecto a Daniela, cuanto más tiempo pasaba más odio percibía en sus palabras hacia ella, sin entender muy bien porque. Aunque confiaba que con tiempo, quizás, cambiara de parecer como había cambiado yo respecto a Rubén y pudiéramos involucrarla en nuestros juegos.

Yo, al menos, no iba a dejar de hacerlo. Y mientras imaginaba que seguramente Sara debía estar comiéndome la polla pensando en la de Rubén, yo me dediqué en cuerpo y alma en besar y lamer el coño de mi mujer con el de Daniela en mente, aquel coño que esa mañana había tocado y acariciado. Y cuando mi mujer se corrió, bañándome con sus fluidos,  solo deseaba el momento en que se hiciera realidad la fantasía que acababa de imaginar.