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Todo empezó como un juego 13

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Todo empezó como un juego

 

 

Capítulo 13

El domingo me despertó el sonido del móvil alertándome que era la hora de levantarse. Teníamos que dejar el hotel antes del mediodía y nuestro tren salía a primera hora de la tarde. Me dolía todo después del trajín de la pasada noche y el escaso descanso para reponer fuerzas.

Mi cuerpo pedía a gritos seguir durmiendo pero sabía que no podía ser. Me incorporé en la cama y alargué mi brazo para acariciar la espalda desnuda de Sara que seguía durmiendo ajena a todo. Se agitó al notar mi caricia pero siguió sin dar señales de vida y yo proseguí recorriendo su espalda hasta alcanzar su nalga desnuda que amasé con fruición.

Ahora sí que empezó a reaccionar a mis estímulos y movió levemente la cabeza, buscándome, mirándome con aquellos ojos soñolientos rogándome que la dejara en paz un rato más.

-Despierta dormilona -le dije- tenemos que arreglarnos y recoger todo para dejar la habitación.

-¿Ya? ¿No nos podemos quedar una semana más? -dijo en apenas un murmullo.

Ojalá. Lo que habíamos vivido esos días era inolvidable, un cambio en nuestras vidas sin marcha atrás y yo feliz con ello. Si por mi fuera me quedaría para siempre en aquella ciudad donde tanto habíamos disfrutado los dos. Pero era hora de volver a nuestro hogar, donde podríamos seguir gozando de nuestra nueva forma de vivir la vida aunque supuse con algo más de freno. No creía que allí Sara se atreviera a mostrarse tan desinhibida como aquí pero, tiempo al tiempo.

-Venga va. Voy a darme una ducha y cuando salga no quiero verte en la cama -le dije levantándome y yendo desnudo al cuarto de baño.

-Ese culito… -sentí a mi espalda.

Me giré para encontrarme con su mirada que no perdía detalle de mi cuerpo desnudo. Sus ojos brillaban excitados, se mordía su labio inferior de forma sugerente y la visión de su cuerpo, ahora medio ladeado, dejando entrever la silueta de sus pechos, hizo que empezara a empalmarme de nuevo. Pero no podía ser y me apresuré a meterme en el cuarto de baño y cerrar la puerta tras de mí. No me fiaba un pelo de Sara y no teníamos tiempo que perder.

Estuve largo rato bajo el agua, intentando aligerar el cansancio que tenía y aliviar la calentura que mi mujer siempre conseguía provocar en mí. Cuando acabé, me lié con la toalla y salí para vestirme. Pero no acabé de hacerlo ya que, al abrir la puerta, lo primero que sentí fueron los gemidos ahogados de Sara.

Asomé levemente la cabeza y contemplé, en la cama y totalmente abierta de piernas, a mi mujer con una mano estrujando sus tetas alternativamente y la otra perdida en su sexo, frotando con vigor su clítoris y buscando alcanzar el orgasmo y aligerar la calentura que yo no había querido aplacar.

La imagen era enormemente excitante y no tardé en tener una erección considerable bajo la toalla húmeda. Miré la hora apurado y luego el cuerpo de mi mujer, indeciso. Al final, como siempre, la excitación pudo más que la razón. Me desprendí de la toalla y avancé hasta la cama cogiendo por sorpresa a Sara que no me había oído salir de la ducha.

No necesitamos palabras para saber qué es lo que queríamos. Ella apartó su mano mientras abría aún más sus piernas para darme cobijo en su interior, yo me coloqué entre ellas y la penetré mientras sentía como sus piernas se cerraban a mi espalda.

Empecé a bombear con ímpetu mientras nuestras bocas se unían, sus manos recorrían mi espalda hasta alcanzar mis nalgas, que acariciaban, para volver ascendiendo hasta cerrarse tras mi nuca. Las mías se apoderaron de sus tetas, estrujándolas a placer, endureciendo aún más aquellos pitones que apuntaban al cielo.

Quería que aquel polvo fuera inolvidable, algo que recordara durante tiempo, el colofón a aquellas vacaciones de sexo y desenfreno. Apoyé mis manos a ambos lados de su cuerpo, separé mi rostro levemente del suyo quedando a escasos centímetros el uno del otro y empecé a taladrar su coño con una brutalidad que nunca había usado en nuestros encuentros. Otra cosa nueva.

Y a Sara pareció gustarle el tratamiento. Enseguida empezó a gemir de forma desaforada mientras yo no cejaba en mi empeño de perforar su coño con mi polla que la penetraba sin compasión. Sus piernas se apretaban aún más contra mis nalgas, alentándome a seguir de aquella manera, mientras en mi espalda notaba sus uñas clavándose en mi piel.

La cama se agitaba al compás de mis furiosas embestidas, el sudor de nuestros cuerpos nos bañaba, los fluidos de nuestros sexos llenaban la habitación con el sonido de su chapoteo mientras resonaba nuestra respiración agitada por el esfuerzo que estábamos realizando.

Sara fue la primera en correrse, gritando como si la estuviera matando a la vez que clavaba aún más sus uñas en mi carne haciéndome sangrar seguro. Eso me enfureció todavía más si era posible, taladrándola de forma salvaje a la vez que mis labios se apoderaban de sus pezones que mordisquearon arrancándole otro grito, mitad placer mitad dolor, pero no por eso me apiadé de ella.

Poco después, soltando un bufido liberador, me corrí dentro de ella sintiendo como su vagina se volvía a contraer delatando un nuevo orgasmo que casi empalmó con el anterior. Aún palpitaba mi polla liberando su carga cuando me caí exhausto sobre la cama, totalmente reventado y casi sin poder respirar. A mi lado, Sara no presentaba un aspecto mejor que el mío.

Nos costó recuperarnos. Después de lo de la noche anterior, bueno, las noches anteriores, solo nos faltaba aquello para estar hechos polvo. Notaba la sangre recorriendo mi espalda, me escocía mi miembro y notaba entumecidos casi cada músculo de mi cuerpo. Y Sara, tres cuartos  de lo mismo. Su sexo también se veía enrojecido y de sus pezones, mejor no hablar.

Eso sí, su cara delataba lo feliz que se sentía aunque su cuerpo estuviera para el arrastre.

-Joder, Carlos. Te has lucido… -me dijo satisfecha- la próxima vez no me conformaré con una mamada… -dijo en relación a la fantasía de la pasada noche.

-La próxima me toca a mí ¿no crees? -le dije siguiendo su broma- a ver si a ti también te pone imaginarme con otro coño en mi boca o, mejor todavía, otra boca comiéndose mi polla…

-Calla, calla… que me vuelvo a encender y me duele todo -dijo palmeándome el vientre para hacerme callar.

-¡Ostia puta! Mira qué hora es -dije levantándome de golpe.

Era tardísimo, como me temía. Nos duchamos los dos juntos para ganar tiempo, nos vestimos a velocidad luz y, más que hacer las maletas, tiramos todo lo que teníamos dentro. Al final conseguimos salir de allí antes de la hora prevista, permitiéndonos coger algo de aire mientras bajábamos a recepción para devolver la llave y, cómo no, despedirse Sara de aquel recepcionista que seguro la iba a echar de menos.

Ella, generosa, optó por un vestido súper escotado y sin sujetador. Estaba claro que quería dejarle con un buen sabor de boca y vaya si lo hizo. Con sus brazos cruzados, presionando hacia arriba sus pechos mientras le comentaba lo bien que se lo había pasado, estaba volviendo loco al recepcionista que no daba una con el papeleo, volando sus ojos del ordenador al escote de Sara por donde amenazaban por escapar sus tetas.

Al final consiguió hacer su trabajo y ella se despidió de él, viniendo hacía mí contoneando exageradamente sus caderas para darle un último espectáculo a su admirador que no perdía detalle de sus muslos y su maravilloso trasero. Estaba seguro que no tardaría mucho en ir al baño y cascarse una soberana paja en honor a mi mujer.

Salimos de allí con nuestras maletas y tomamos camino a la estación para coger nuestro tren. Antes de entrar, paramos en una cafetería para comer algo antes de subir al tren y volver a nuestra vida. Sara, sabiendo que las vacaciones habían llegado a su fin, se relajó y no intentó nada mientras comíamos con apetito ya que no habíamos comido nada desde la noche anterior.

Fue en aquella cafetería donde, antes de marcharnos, se fue al baño a cambiarse. No pensaba volver a nuestra ciudad vestida de aquella guisa, no estaba preparada todavía decía. Allí se puso algo más recatado, unos tejanos ajustados y una camiseta algo ceñida que resaltaba su excelsa figura. Aunque no mostraba, estaba arrebatadora y extremadamente sensual. O al menos, esa impresión me causaba a mí.

El viaje de vuelta transcurrió en un suspiro. Más que nada porque, como el de ida, lo hicimos casi en su mayor parte dormidos. Estábamos los dos totalmente destrozados y estábamos pagando los días de excesos cometidos. Una vez en nuestra ciudad, cogimos el coche para regresar a nuestra casa. Dentro, Sara volvió a dormirse y a mí me costó no hacerlo. Tal era el grado de cansancio que llevábamos.

Cuando llegamos, aunque no teníamos ganas de nada, nos obligamos a deshacer las maletas y a poner la lavadora con la ropa sucia. Y a prepararnos para el día siguiente claro, que teníamos que volver al trabajo. Como supuse, cuando Sara preparó la ropa que pensaba llevar al trabajo, escogió el mismo tipo de ropa que había llevado las veces anteriores. Nada que ver con lo atrevida que había sido en Sevilla.

Por supuesto, yo no dije nada. Sabía que ella necesitaba su tiempo y que cuando estuviera preparada, si lo estaba alguna vez, yo estaría allí para apoyarla. La verdad, era una cosa que no me preocupaba mucho. Había otra cosa que, ahora que estábamos de vuelta, sí que me inquietaba y mucho. Y no era otra que Judith.

Aquel juego o broma que había iniciado Sara desde Sevilla estaba muy bien mientras estábamos allí pero, claro, ahora que estábamos de vuelta a ver con qué cara nos mirábamos después de habernos enviado fotos desnudos. De momento, no había vuelto a decir nada más pero aquello no me tranquilizaba en absoluto.

Aquella noche nos acostamos pronto, lo necesitábamos realmente. Y por primera vez en muchas noches aquella fue la primera en la que no hicimos nada sexual entre nosotros, solo abrazarnos y caer rendidos.

El lunes llegó antes de lo que nos hubiera gustado a los dos y con ello la vuelta a la rutina diaria. Aunque habíamos descansado más que las noches pasadas, nuestros cuerpos aún demandaban un mayor reposo. Nos arrastramos como alma en pena hasta el coche y, desde allí, al trabajo donde nos esperaba una larga jornada laboral.

Nos despedimos como siempre en la entrada del edificio y nos dirigimos cada uno para su empresa. Yo esperaba encontrarme un día tranquilo para poder tomarme las cosas con calma y, por fortuna, así fue. Al menos hasta media mañana. A partir de ahí las cosas se fueron complicando de tal manera que, añadido al hecho que no me encontraba en mis mejores condiciones, ya me hizo darme cuenta que volvería a salir tarde otra vez.

Al menos, buscando la parte positiva, me permitiría escaquearme del gimnasio y del más que probable encuentro con Judith y apartar de mi mente todos los pensamientos sobre lo sucedido en aquellos días y que no dejaban de turbar mi mente. Apenas tuve tiempo para encontrarme brevemente con Sara para darle las llaves del coche y advertirle que no sabía cuándo llegaría a casa.

Al final acabé con aquel desastre de día casi a las ocho de la tarde, totalmente agotado y con ganas de volver a casa y estrechar entre mis brazos a mi mujer, a la que echaba enormemente de menos, después de esos días en los que apenas nos habíamos separado.

Por no tener, ni tuve ganas de revisar el correo de Roberto por si había habido alguna novedad y menos el móvil por si Judith había vuelto a decirme algo. Solo cogí el metro y volví a casa, deseoso de ver a Sara, estrujarla entre mis brazos y meterme con ella en la cama.

Llegué a casa casi a las nueve y, como si supiera que era lo que necesitaba, Sara vino a recibirme a la puerta. Nos fundimos en un beso intenso, demostrándonos todo lo que nos habíamos echado de menos. Por suerte, la cosa no pasó de ahí. No estaba muy seguro de si sería capaz de aguantar otra sesión de sexo desenfrenado como las que teníamos últimamente.

La cena ya estaba lista, nos sentamos en la mesa y compartimos la cena mientras nos contábamos como nos había ido el día y lo larga que se nos había hecho la jornada. También fue ahí cuando me enteré que Sara, cansada, tampoco había ido al gimnasio. Había preferido volver y descansar algo ya que estaba reventada de nuestras vacaciones.

-Bueno ¿y qué tal tu reencuentro con Roberto? -le pregunté interesándome por su situación con su todavía jefe.

-Bien, como siempre. Creo que algo decepcionado después de nuestro último encuentro. Hoy no tenía ganas de jugar y he mantenido un poco las distancias con él…

-Pobrecillo -dije yo aunque, interiormente, me alegraba por ello.

-No te preocupes por él, ya tenía a Daniela para alegrarle el día. Si la hubieras visto como ha venido hoy… creo que no se le han salido las tetas de puro milagro -dijo Sara. Su tono denotaba que aquello no le había gustado.

No quise insistir más en aquel tema. Bueno, ni en ningún otro. Estaba realmente cansado y no tenía ganas de seguir indagando en lo que ella había sentido al verse desplazada por Daniela ni en indagar si Judith se había interesado por nuestra ausencia del gimnasio. Solo quería dormir.

Por fortuna, Sara pensaba igual y, después de recoger la cena, nos fuimos directamente a la cama donde, después de varios arrumacos y algún intento de ir más allá que no pasó de ahí, nos abrazamos y nos entregamos a un sueño reparador.

Al día siguiente, vuelta a empezar. Otra jornada maratoniana de trabajo, sin tener tiempo para nada, impidiéndome ir al gimnasio y llegando a casa a las tantas. Otro día sin poder husmear el correo de Roberto, sin tener noticias ni de Daniela ni de Judith y con una Sara que parecía haberse retraído algo  a nuestra vuelta de las vacaciones.

Cuando le preguntaba sobre Judith o sobre Roberto contestaba con evasivas, como no queriendo entrar mucho en el tema, como si estuviera arrepentida del cariz que habían tomado las cosas. Aquella noche volvimos a hacer el amor, no follar y, aunque fue placentero, nada que ver con las sesiones que nos marcábamos días anteriores. Se notaba en falta aquel plus de excitación que nos ponía al límite.

Así, de esa forma y sin querer presionar a mi mujer, transcurrió la semana sin pena ni gloria. No pude ir ningún día al gimnasio, Sara sí pero no me contó nada especial de su reencuentro con su amiga. De Daniela nada de nada y de Roberto, lo que me contaba Sara, que era más bien poco. Mi mujer seguía llevando la ropa que compramos en aquel centro comercial alternándola con la que solía usar antes, pero sin acabar de dejarse ir como hizo en Sevilla. Sus temores al qué dirán podían más que sus ganas de lucirse.

Y en esas estábamos cuando, por fin, llegó el viernes. Aquel día, pasara lo que pasara, pensaba acabar mi jornada a su hora, ir al gimnasio y que pasara lo que tuviera que pasar y luego, tener una charla profunda con Sara respecto a su cambio de actitud. Estaba claro que, aunque habíamos tenido sexo los últimos días, algo nos faltaba a los dos y quería saber el motivo real que la impulsaba a reprimirse de aquella manera.

Aquella mañana, en un receso, me acerqué a buscar a mi mujer para preguntarle cómo iba el día y para hacerla saber que, ese día sí, podría ir al gimnasio con ella. La encontré en su despacho, inmersa en un fajo de papeles y muy liada. Por lo visto a principios de la semana siguiente tenía que presentar el informe sobre el cliente nuevo que le daría puntos, y muchos, para optar al cargo de Roberto.

Me despedí rápidamente de ella para dejarla trabajar en paz y, de camino al ascensor, me topé como no con Daniela.

-Hola Carlitos. ¿Qué tal todo? ¿Visitando a tu mujer o algún problema nuevo? -se interesó ella.

-Buenas Daniela. Pues más bien lo primero, hay que cuidar a los seres queridos -le dije amigablemente y evitando la tentación de mirar su escote.

-¿Eso me incluye a mí? -me preguntó pícaramente dejándome sin habla.

-Jajaja menuda cara se te ha quedado -se burló de mí- ya sé que me aprecias pero no tanto tontín -dijo pasando su dedo índice, acariciando mi mejilla desde casi la oreja hasta mi mentón.

Inevitablemente seguí el curso de su dedo y volví a caer en su trampa, o sea, que mis ojos se perdieron irremediablemente en el profundo escote que lucía la compañera de mi mujer. Con la llegada del calor, su ropa se había vuelto más ligera si eso era posible y la abertura de su blusa parecía haberse agrandado. Un sujetador negro que apenas podía contener aquel par de pechos llenaron mis ojos, un sujetador de encaje donde me pareció que empezaban a marcarse sus pezones. ¿Le gustaba que la mirase?

Fue ahí cuando me di cuenta que había vuelto a perder y aparté rápidamente la vista, no sé porque ya que era evidente que me había pillado de pleno pero no quería darle más poder del que ya parecía tener sobre mí, jugando de aquella manera conmigo.

-¿Te ha gustado la vista, Carlitos? A mí me encanta ver la cara que pones cuando las miras… -siguió provocándome Daniela.

-Ha sido algo involuntario, Daniela -intenté justificarme aunque no creo que nadie pudiera tragarse eso. Era obvio que me había regodeado algunos segundos de más mirando aquel espectáculo de tetas.

-Si no me importa que las mires, cielo… es más, si tú quisieras estaría encantada de enseñártelas de más de cerca -dijo sugerentemente. Por suerte estábamos algo apartados y nadie cerca que pudiera escuchar nuestra conversación, aquello que había salido de boca de Daniela era una insinuación en toda regla.

-Te digo que ha sido sin querer. Quiero a mi mujer y estoy plenamente satisfecho con lo que tengo en casa, así que no tengo ningún interés en ningún tipo de proposición del tipo que me acabas de hacer -le dije algo alterado.

-Si tú lo dices… -dijo indiferente a mis palabras. Entonces se acercó peligrosamente a mí, casi notando aquellas tetas pegadas a mi pecho y me susurró al oído.

-Sabes, yo ya he empezado a jugar también y ten claro que, cuando acabe todo esto, tú y yo habremos follado digas lo que digas ahora… y que sepas que estoy deseando que llegue ese día -dijo mientras, al retirarse, su lengua lamía el lóbulo de mi oreja, provocándome un estremecimiento que recorrió mi cuerpo entero.

Sin más, se dio la vuelta y se perdió pasillo adentro, dejándome allí plantado y con cara de gilipollas. ¿A qué había venido todo aquello? ¿Qué había querido decir que ya había empezado a jugar? ¿De verdad había dicho que estaba deseando acostarse conmigo? Ni que decir tiene que salí rápido de allí, huyendo de aquella mujer que parecía poder hacer conmigo lo que le viniera en gana.

El resto de la jornada estuve intranquilo, aquel encuentro había alterado mi ánimo y mi mente que no paraba de divagar intentando entender algo de todo aquello. A media tarde se me ocurrió que, quizás, podía ser que en el correo de Roberto pudiera haber alguna pista de lo que pretendía Daniela. Al fin y al cabo, ella pretendía el mismo cargo que Sara y quien tenía que decidir era él.

Volví en cuanto pude a mi despacho y me colé en su correo buscando algo que me diera algún indicio de por dónde iban los tiros. Había bastante material que revisar, llevaba una semana larga sin examinarlo y no quería que se me pasara algo por alto. Como siempre, el material más jugoso estaba en su correo de trabajo y, como no, con su colega de juergas Oscar.

En varios de ellos hacían referencia a mi mujer, de lo sexy que venía últimamente, de lo mucho que se excitaba Roberto con ella y sus deseos de poder hacer algún avance que acabara con mi mujer empitonada por su ariete. Palabras textuales. Ese tío cada vez me daba más asco y me daban ganas de mandarlo todo a la mierda, contarle a mi mujer lo que él decía de ella incluido el hecho que no pensaba darle el trabajo de ninguna de las maneras.

Pero claro, ¿Cómo hacerlo sin ponerme en evidencia? Como siempre, opté por esperar a ver como evolucionaban las cosas y seguí buscando algo más que me diera alguna indicación de los planes de Daniela. Y al final lo encontré. En uno de los últimos correos, de ese mismo día, la chica le había enviado un mail aceptando su invitación para quedar y salir a tomar algo el sábado por la noche en un conocido local del centro de la ciudad.

Ahí estaba lo que buscaba. O sea, que su plan consistía en dejarse seducir por aquel don juan de tres al cuarto para conseguir el cargo. Sara ya me había advertido de aquello al principio de todo pero no me lo había acabado de creer pero aquello no dejaba lugar a dudas.

Estuve meditando sobre qué hacer con aquella información que acababa de conseguir pero no me acababa de decidir y, encima, me di cuenta que ya casi era la hora de salir y me apresuré a recoger mis cosas. Ese día iba a salir a mi hora sí o sí y disfrutar de la tarde con mi mujer. Aunque fuera en aquel gimnasio donde, sin duda, me toparía con Judith, otro problema a resolver.

Esperé a mi mujer en el hall del edificio aunque no por mucho tiempo. Cuando salió del ascensor y me vio, ver su cara de alegría no tenía precio. Nos besamos como si hiciera tiempo que no nos veíamos y decidimos ir andando al gimnasio, disfrutando del ambiente primaveral que reinaba. Llegamos más pronto de lo que me hubiera gustado, separándonos al llegar a los vestuarios para ir a cambiarnos.

Me apresuré a cambiarme, quería esperar a Sara fuera y contemplar su figura al salir del vestuario. Cuando lo hizo, la espera había valido la pena. Ver su cuerpo totalmente ceñido con aquel top en la parte de arriba y aquellas mallas en la parte inferior, dejando al descubierto parte de su vientre…

Ella sonrió al ver mi reacción, me ojeó a su vez deteniéndose más de la cuenta en mi entrepierna que ya abultaba algo y me abrazó guiándome a la sala de ejercicios. Nada más entrar vi a Judith subida en la cinta corriendo ajena a nuestra llegada e instintivamente aminoré mi paso. Sara se dio cuenta y me animó a continuar.

-No pasa nada, cielo. Tú compórtate como siempre -me dijo dulcemente.

Yo me dejé llevar por su consejo y la acompañé a la cinta, donde Sara saludó a su amiga al llegar junto a ella, haciendo yo lo mismo a mi vez. Judith se bajó de la cinta, contenta de vernos y nos besó a los dos como solía hacer siempre.

-Qué bueno verte de nuevo, Carlos. Pensaba que ya te habías rajado pero Sara me dijo que te estaban torturando con el trabajo. Me alegro que hoy hayas podido venir -dijo sin segundas intenciones y pareciéndome totalmente sincera.

-Sí, yo también tenía ganas de venir -dije intentando aparentar normalidad.

-Claro, ya echaba de menos ver este culito -dijo Sara palmeando el trasero de Judith y estallando a reír.

-Serás guarra -le contestó la otra- de tanto tocarme el culo al final voy a pensar que es a ti a quien le gusta mi culo y no a Carlos -dijo riéndose también y subiéndose de nuevo a la cinta.

Sara la siguió y enseguida empezaron a correr mientras empezaban a hablar de sus cosas. Yo aún tardé unos segundos en unirme, no entendiendo nada. Pensaba encontrarme con una situación embarazosa entre los dos y en su lugar me encontré con una Judith que me trataba como siempre, como si nunca nos hubiéramos enviado fotos desnudos. Al final, me subí también y empecé a correr al igual que ellas.

Se notaba que Sara ya le había pillado el ritmo a eso del gimnasio porque ella seguía corriendo a buen ritmo y a mí empezaba a faltarme el aliento. Me excusé de las chicas, que se burlaron de mí por mi poco aguante y fui a beber algo de agua. En eso estaba cuando una manaza casi me hace atragantarme. Cuando me giré me encontré con Rubén, monitor y amante de Judith. Me puse rojo, cosa que él atribuyó a mi ahogo, pero que en realidad era debido a la última imagen que tenía de él, que no era otra que follándose con saña a la amiga de mi mujer.

-¿Estás bien tío? -me preguntó apurado.

-Sí, sí… es que me has asustado, nada más.

-Me alegro de verte, hacía días que no venías.

-Trabajo. Y vaya si no lo he notado, he intentado seguir el ritmo de esas dos y me han dejado ko.

-Jajaja normal. Sara viene casi cada día y se ha adaptado perfectamente. A ti aun te falta algo para que tu cuerpo se acostumbre a la rutina.

Aun seguí un rato conversando con Rubén, con total normalidad, tranquilizándome al notar que no parecía saber nada ni de los mensajes cruzados con su amante ni que los hubiera pillado infraganti en plena acto sexual. Volvimos los dos juntos donde estaban las chicas, no pasándome desapercibido el hecho que Rubén le había dedicado una fugaz mirada al cuerpo de mi mujer que también se percató de ella. Y Judith claro.

Rubén nos dio nuevas directrices para seguir ejercitándonos y nos pusimos a ello al instante. El monitor fue corrigiendo nuestras posiciones aunque de forma distinta. A mí con unas pocas indicaciones me despachó rápido pero con Judith ya se explayó algo más, pegando su cuerpo al de ella por la espalda y rozando con sus brazos los laterales de sus pechos.

Tampoco nada raro desde mi parecer, sabiendo que se acostaban y que había más que confianza entre ellos dos. Pero claro, le tocó el turno a Sara y lo que pasó ya no me pareció tan normal. Mi mujer estaba sentada en una máquina ejercitando la musculatura y él se acercó a corregir su posición. Se situó delante de ella, de pie, con sus manos casi en sus axilas explicándole cómo debía ponerse lo que hacía que sus antebrazos rozaron sus pechos de forma descarada y, en esa posición, Sara tenía la entrepierna del monitor a la altura de sus ojos, no pudiendo apartarlos de allí haciendo caso omiso de sus explicaciones.

Al final parecieron ambos ser conscientes de nuestra presencia y, mientras el monitor se separaba de ella rápidamente Sara ponía en práctica los consejos recibidos. Sara buscó mi mirada, algo tensa, pero cuando vio como yo le guiñaba un ojo no dándole importancia a lo ocurrido, se relajó y me devolvió la sonrisa.

Aunque no me había hecho mucha gracia lo ocurrido, no pensaba dejar pasar aquella oportunidad para recrear aquella situación luego, en la intimidad de nuestra casa, y disfrutar de una sesión de sexo como hacía días que no teníamos. El resto de la sesión pasó sin más contratiempos, sin observar ningún cambio en la actitud hacía mi ni de Judith ni de Rubén, lo que acabó de disipar todas mis dudas.

Nos duchamos, nos cambiamos y, aunque ambos insistieron en salir a tomar algo, tanto Sara como yo teníamos otros planes. Casi corrimos en busca de nuestro coche, conduje casi de forma temeraria hasta casa, siendo manoseado por mi mujer durante todo el trayecto provocándome una erección casi dolorosa.

Ya en el ascensor, nos comimos la boca de forma desesperada mientras nos metíamos mano de mala manera, casi desnudándonos allí mismo. Por suerte, el camino hasta la entrada del piso estaba vacío y no nos topamos con nadie, que se hubiera extrañado de vernos de aquella guisa, con la ropa descolocada, botones desabrochados y una cara de vicio que daba miedo.

Cerrar la puerta y volvimos a besarnos con desespero mientras, ahora sí, nuestras prendas volaban por doquier, quedándonos completamente desnudos. La guié hasta una silla donde la hice sentarse y coloqué sus brazos tal como los tenía cuando Rubén aprovechó para rozar sus tetas.

Aunque yo, evidentemente, sí manoseé sus pechos a placer y ella, a su vez, tenía ahora a escasos centímetros de su cara mi polla completamente erecta y apuntando a su boca.

-Mira que eres zorra… ni has disimulado ni nada a la hora de comerte con la vista la polla de Rubén… te ha dado igual que tu marido estuviera delante ¿verdad putita? ¿Quieres polla? -le dije mientras con mis manos aferraba su cabeza y empezaba a frotar mi glande por su cara y ella, ansiosa, intentaba cazarla con su boca.

-Sí dámela -me rogó al final.

Y la complací pero a mi manera. Cuando ella abrió la boca deseando que se la metiera lo hice de golpe, provocando que casi se ahogara, al meterle más de la mitad de mi miembro. Sin darle tiempo a recuperarse empecé a mover mi pelvis metiendo y sacando mi polla de su garganta de forma rápida, con la cabeza bien sujeta por mis manos, no pudiendo hacer otra cosa que dejarse follar la boca.

-Ya te gustaría que fuera la de Rubén ¿a qué sí? Pero te vas a tener que conformar con ésta… eso es, sigue tragando puta- su mirada era puro fuego, le encantaba aquello que estábamos haciendo y se esmeró para poder tragar algo más de lo que ya estaba haciendo.

Seguí penetrando su boca sin parar notando sus manos aferradas a mis glúteos buscando así una mayor penetración, haciéndome enloquecer por momentos y acercándome inexorablemente al orgasmo que no iba a tardar en llegar.

-Prepárate zorra, que voy a llenar esa boca tuya de leche -le dije avisándole de lo que llegaba.

Dicho y hecho. Mi polla explotó derramando mi semen en el fondo de su garganta, provocándole nuevas arcadas pero hizo lo imposible por ir tragando todo lo que entraba en su boca, consiguiéndolo para mi sorpresa ya que Sara no era muy de tragarse mis corridas pero esa noche lo hizo como una auténtica profesional.

Cuando acabó, limpió bien mi verga y se relamió los restos que colgaban de sus labios de una forma tan sexual que, si había perdido algo de fuelle mi miembro, se recuperó enseguida. Ahora le tocaba a ella y, antes de que me diera cuenta, el que estaba sentado en la silla era yo y Sara se colocaba encimo mío, restregando su pubis contra mi polla endurecida.

-Muy rica tu leche pero lo único que has conseguido es abrirme el apetito. Ahora me apetece comerme otra cosa -dijo clavándose mi polla hasta el fondo.

Un largo gemido salió de su boca a la vez que cerraba sus ojos disfrutando de la sensación de sentirse llena, momento que yo aproveché para apoderarme de sus nalgas con mis manos y empezar a lamer sus tetas con auténtica pasión. Sara, ajena a mi quehacer y con los ojos aun cerrados, empezó a moverse sobre mi miembro de forma brutal, subiendo y bajando a un ritmo infernal con sus manos agarradas a mis hombros donde sentía como se clavaban sus uñas.

Con aquel ritmo era imposible seguir comiéndome sus tetas así que decidí seguir estimulando su imaginación, a sabiendas que seguramente debía estar imaginando al monitor en mi lugar.

-Imagínate que es Rubén el que está aquí sentado, su polla la que te estás clavando… seguro que eso te encantaría ¿a qué sí? Sentir ese pedazo de rabo llenarte hasta las entrañas…

Vaya si funcionó. Si antes me cabalgaba a un ritmo brutal lo de ahora ya no tenía nombre, me dolían los huevos de los golpes que me daba al dejarse caer de golpe sobre ellos pero era un dolor placentero, un dolor que me hacía desear más.

-Menudos pollazos te daría con esa herramienta que gasta, te partiría en dos mientras tú no pararías de gritar como la zorra que eres, abriéndote ese coño de puta que tienes como nunca antes te lo han abierto…

Le clavé mis uñas en sus nalgas a la vez que notaba las suyas clavándose en mis hombros, Sara saltaba sin parar sobre mi enhiesta polla y notaba, otra vez, mi polla a punto de explotar pero no quería hacerlo antes que ella, se merecía correrse como dios manda y me iba a encargar de ello.

-¿Y sabes lo que debe ser lo mejor? Sentir como te llena ese coñito con su leche, sentir sus trallazos de lefa llenándote como nunca antes te han hecho, sentir su semen calentito golpear las paredes de tu vagina mientras se van escurriendo cayendo sobre tu pubis y tus muslos…

Sara ya no pudo más y con un golpe de pelvis final se corrió de tal forma que provocó que no pudiera aguantar más, me dejara llevar y volviera a derramar mi semen en su interior.

Permanecimos juntos, unidos, el uno sobre el otro, no sé por cuanto tiempo. Exhaustos, con la respiración agitada, con los ojos cerrados aún, disfrutando de las sensaciones acabadas de vivir.

-Oye Sara -le dije con la respiración aún agitada- ¿Te apetece mañana por la noche salir a tomar algo?

-Sí claro ¿por qué no? -me dijo todavía medio ida.

No sé porque le propuse aquello pero si tenía claro dónde la pensaba llevar. Sí, al local donde pensaban encontrarse Roberto y Daniela. ¿El motivo? No lo sabía, supongo que por la curiosidad de ver su reacción al encontrarse allí los tres, lejos del ambiente laboral y ante aquella especie de cita que iban a tener aquellos dos. ¿Cómo reaccionaría Sara? No iba a tardar en descubrirlo.